viernes, 4 de agosto de 2017

Refranes populares a la luz de UCDM (XXV)

No todo sale como uno quiere.

El personaje humano es incapaz de controlar las circunstancias de la vida, por lo que conviene desapegarnos de los resultados si queremos estar en paz. Si en vez de enfocarnos en los resultados nos enfocamos en el cambio de mentalidad (el proceso del perdón), aunque los resultados a nivel de la forma puedan variar, el resultado a nivel del contenido siempre será la paz que tanto anhelamos. Aprender esto es lo más útil en este aparente mundo, pues nos permite estar en paz independientemente de las circunstancias que se presenten.

Un refrán relacionado con el anterior:

Mi gozo en un pozo.

Cuando nos ilusionamos con la llegada de determinado resultado, si este no ocurre nos decepcionamos. Los gozos del mundo acaban siempre en decepción, pues unos no se alcanzan y los otros solo duran temporalmente. Es más sensato aprender a disfrutar de la felicidad interior —que nunca se agota— que seguir dándonos coscorrones en el mundo buscando la felicidad exterior en las fugaces apariencias.

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Nuevo rey, nueva ley.

Cada rey tiene su conjunto de leyes. Estamos constantemente eligiendo entre dos reyes: el ego y el Espíritu Santo. La ley del ego es la culpa, el dolor, la crueldad y el miedo. La ley del Espíritu Santo es el perdón, la inocencia, la paz y la felicidad. Este último rey es bondadoso y nos libera, mientras que el otro es cruel y nos esclaviza.

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Nunca des consejo a quien no te lo pide.

A veces, más que aconsejar queremos lucirnos, que nos vean como sabios, o simplemente enfocarnos en los problemas de los demás sin prestar atención a los nuestros (ver la brizna en el ojo ajeno para olvidar la viga en el nuestro). Con esta actitud, a veces la otra persona descubre o intuye nuestro egoísmo y reacciona enfadándose. Es inútil tratar de imponer nuestras ideas sobre los demás (y es una actitud egoica). Es egoico empujar por nuestro camino a quien no nos había pedido nada.

Desde la mentalidad recta se da consejo únicamente a quien lo pide, a quien está receptivo. Esta petición no siempre se hace con palabras, pues muchas veces pedimos desde el silencioso corazón, pero el Espíritu Santo nos ayuda a escuchar las peticiones de nuestros hermanos, así como a abstenernos de intervenir cuando no se nos hace ninguna invitación.

Otra manera de expresar la mentalidad recta es dar/aconsejar de manera impersonal, sin buscar resultados específicos. Desde la mentalidad recta podemos brillar como soles, o cantar como pájaros, sin estar apegados a si alguien se calienta con nuestra luz o escucha nuestros cantos. Simplemente somos (sin buscar resultados, sin controlar nada), espontáneos y abiertos, permitiendo que cualquiera que resuene disfrute de lo que compartimos. Esta actitud es exactamente la contraria a la de tratar de controlar e imponer nuestra visión sobre los demás.

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Nunca digas 'de esta agua no beberé'.

En este mundo todo es cambiante, incluidos nuestros gustos, preferencias y opiniones. ¿Cuántas veces hemos cambiado de opinión sobre algo, o hemos hecho algo que habíamos afirmado que jamás haríamos? Aprendamos humildemente de estas experiencias y tomemos conciencia de que en este mundo de dualidad nuestras verdades y opiniones son relativas y cambiantes. Al darnos cuenta de esto, nos resultará más fácil respetar las opiniones ajenas y podremos dar las nuestras desde la amabilidad, sin enfadarnos de que alguien nos lleve la contraria.

Un refrán relacionado es el siguiente:

Nunca digas 'nunca jamás'.

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Nunca es tarde si la dicha es buena.

Nunca es tarde para perdonar. Nunca es tarde para despertar del sufrido sueño de la dualidad. Nunca es tarde para decir 'sí' al Cielo. No nos desesperemos nunca: el feliz final del sueño dual está garantizado. Cuando estemos realmente hartos de sufrir en la dualidad hagamos lo siguiente: volvamos la mente hacia dentro, perdonemos, y así despertemos a la maravillosa verdad no-dual que está esperándonos con los brazos abiertos.

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Nunca llueve a gusto de todos.

De nuevo, el tema del desapego. En este mundo dual las personas podemos tener preferencias diferentes unas de otras. Cuando estamos apegados a los resultados que nos gustarían, sufrimos. Pero cuando no nos obsesionamos por los resultados, podemos estar en paz independientemente de cuáles sean las circunstancias que nos rodean.

Lo que a unos les gusta, a otros les disgusta. Es sensato ser comprensivo con los gustos de los demás. Y es mejor que nos enfoquemos en lo que todos tenemos en común: independientemente de nuestras preferencias a nivel de la forma, a nivel del contenido todos queremos lo mismo: ser felices y estar en paz.

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Segundas partes nunca fueron buenas.

Lo original es siempre más valioso que las imitaciones. El Cielo o Unidad (lo original, la "Primera y Única Parte", lo auténtico) es lo que tiene valor, pues es felicidad real que permanece para siempre. En la Realidad original la felicidad es maravillosa, indescriptible; no hay ni una sola gota de drama. En cambio, el ego se siente atraído por los dramas y se empeñó en apartarse de lo real y hacer su propia secuela, una imposible y defectuosa segunda parte cuyo protagonista fuese él mismo; y entonces surgió (pareció surgir) nuestra ilusoria experiencia de separación y sufrimiento.

En cualquier instante podemos elegir renunciar a nuestro papel de "caballero de la triste figura" (el sufriente cuerpo limitado, la persona individual), abandonando este intento de inútil y dolorosa secuela. Elijamos nuestra inmutable Vida original, que es total felicidad. En realidad no hay alternativa a Ella, pero mientras persistamos en imaginar lo contrario, nosotros, el caballero de la triste figura, seguiremos dándonos coscorrones contra los imaginarios peñascos y luchando contra gigantes con pinta de molino, tratando de obtener alguna gota de gloria y felicidad de las siempre decepcionantes y tramposas apariencias y malas imitaciones.

No es lo mismo la verdadera felicidad que la apariencia de felicidad.

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Obra empezada, medio acabada.

Muchas veces, empezar algo es lo que más cuesta. Una vez que empezamos, entramos en una dinámica que hace que todo resulte más fácil. Los primeros pasos son los que más cuestan. Un escritor ante una página en blanco puede sentirse bloqueado, pero cuando comienza a escribir las primeras palabras el resto del texto comienza a fluir de manera más natural.

Igualmente ocurre con la práctica del perdón. Lo que más cuesta es animarnos a empezar y mantener cierta persistencia en los primeros pasos. Luego, conforme el proceso avanza, nuestro entrenamiento produce cierta pericia y rutinas mentales que nos llevan a seguir practicándolo cada vez más fácilmente.

Como dice otro refrán similar que ya vimos: Lo que no se comienza, nunca se acaba. Todo es cuestión de comenzar.

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Paciencia y barajar.

Si nos disgustan los eventos que sobrevienen en nuestra vida, simplemente perdonemos y barajemos de nuevo las cartas de la baraja-vida. Es decir, no nos tomemos las cosas a la tremenda, pues siempre podremos practicar el perdón, que nos permitirá ver nuestras cartas con otros ojos: tal vez no sean las cartas oportunas para ganar la partida que le interesa al ego, pero serán las cartas adecuadas para ganar la verdadera partida: la del despertar y encontrar nuestra felicidad interior.

El mundo es cambiante y las cartas van cambiando, pero el perdón mantendrá nuestro rumbo firme y seguro en dirección al despertar.

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Pan para hoy, y hambre para mañana.

El ego suele inclinarse hacia los placeres inmediatos, que son fugaces y cuando se terminan nos dejan con nuestra habitual sensación de carencia. El sabio no busca lo que es fugaz, sino lo que es eterno. Y el perdón nos conduce a reconocer lo eterno en nuestro propio interior. Todas las actividades del ego son, en el mejor de los casos, pan para hoy y hambre para mañana; y en el peor de los casos implican directamente sufrimiento. Pero todos los efectos del perdón nos instalan en la paz y nos abren la puerta para que reconozcamos aquello que es permanente: nuestro verdadero Ser. Cuando reconocemos el Ser, descubrimos el Pan inagotable, la plenitud de un eterno ahora que nunca se acaba.

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Para el amor no hay edad.

Nosotros lo diremos así: Para el perdón no hay edad. Cualquier edad es buena para perdonar. Nunca es demasiado tarde ni demasiado pronto. Aunque, por lo general, el proceso del perdón suele atraer más frecuentemente a personas de cierta edad, que ya han vivido lo suficiente como para saber por propia experiencia que el mundo del ego conduce siempre a la decepción. Cuando uno descubre que del mundo del ego jamás va a conseguir nada de valor, se abre al sistema de pensamiento de perdón del Espíritu Santo, que conduce a la auténtica libertad.

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Paso a paso se va lejos.

Poco a poco se llega antes.

Ya hemos visto varios refranes semejantes a estos (y el primero de ellos ya lo habíamos mencionado) en anteriores capítulos de esta serie (por ejemplo, "vísteme despacio, que tengo prisa", "no hay que empezar la casa por el tejado", etc). En el perdón no hay prisas, pues el propio perdón deshace el tiempo y la ansiedad. Lo que sí se requiere es constancia para practicarlo hasta que el ego quede completamente deshecho. Cada paso en sí no es difícil: simplemente perdonamos lo que aparece ante nuestras narices, lo que nos molesta. Y así, pasito a pasito, llegamos a la meta de este viaje sin distancia que es el proceso del despertar. Es sorprendente y digno de agradecimiento que los pequeños pasos del perdón puedan conducir al reconocimiento de algo tan mayúsculamente Glorioso como nos espera al final del camino. Cuando finalmente reconozcamos el Ser que siempre somos, nuestra felicidad será incomparable y nunca se acabará.

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Índice de la serie sobre los refranes populares a la luz de UCDM: http://hablemosdeucdm.blogspot.com/2017/08/refranes-populares-la-luz-de-ucdm-indice.html

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