viernes, 28 de noviembre de 2014

L-198 Journey ... de Ken Wapnick

Como ya indiqué en el post índice, los comentarios de Ken Wapnick son los que he puesto en color verde:


Lección 198 — Sólo mi propia condenación me hace daño 


Esta es otra de las lecciones en la que Jesús hace hincapié en que somos responsables de lo que sentimos, ya sea gratitud, daño, o pensamientos de victimización. En otras palabras, el mundo en sí mismo no tiene poder sobre nosotros, pues nuestro dolor y alegría provienen únicamente de la decisión de nuestra mente. De modo que cuando parece que Un Curso de Milagros es imposible de hacer, y no digamos de entender, es porque creemos que el sistema de pensamiento del ego es todopoderoso, en vista de lo cual somos víctimas indefensas e incapaces de cambiar esto. Sin embargo Jesús nos enseña que efectivamente hay esperanza, porque el poder de hacernos miserables reside dentro de nosotros, y no hay nada externo que pueda dañarnos en modo alguno. Una vez más, la falta de esperanza de poder aprender este Curso se debe simplemente a no aceptar las lecciones de Jesús sobre la mente. Esto se expresa de diversas formas a lo largo de esta lección, que se centra casi exclusivamente en el perdón —el poder que tiene la mente para elegir de nuevo. Así que perdonamos a los demás por lo que no han hecho, pues no han sido ellos los que nos han hecho infelices ni los que nos han acarreado dolor.

(1.1-4) El daño es imposible. Y, sin embargo, las ilusiones forjan más ilusiones. Si puedes condenar, se te puede hacer daño. Pues habrás creído que puedes hacer daño, y el derecho que te prescribes puede ahora usarse contra ti, hasta que renuncies a él por ser algo sin valor, indeseable e irreal.

Desde el punto de vista de Jesús —fuera del sueño, adonde nos llama para que nos unamos a él— el daño y la muerte son algo imposible. Pero mientras sigamos haciendo real el sistema de pensamiento de la separación, el cual implica que nosotros matamos a Dios para así poder vivir, esos pensamientos ilusorios producirán un mundo y un cuerpo igualmente ilusorios —"las ilusiones forjan más ilusiones". Si creemos que hemos condenado a Dios, tenemos que creer que podemos ser dañados por Él, pues nuestro pecado exige que seamos castigados. Lo mismo puede decirse de nuestras experiencias en el mundo: si atacamos a otros creeremos que el ataque puede ocurrir también contra nosotros. Al haber hecho eso real, vemos que el ataque sigue su curso "natural" de reproducirse a sí mismo. 

Al creer que tu ataque contra la verdad ha tenido éxito, creerás que el ataque tiene poder. (T.11.V.10.6) (Pág. 227)

Por lo tanto creemos que el poder de nuestro ataque —pecado— justifica nuestra culpa, que a su vez exige nuestro castigo, que será un ataque que recibiremos de algún otro. Esta dinámica de temor al castigo, que es generada por la proyección de la culpa que viene de los pensamientos de ataque, es expresada en el siguiente pasaje que cité anteriormente: 

(...) los que proyectan se preocupan (...) por su seguridad personal. Temen que sus proyecciones van a retornar a ellos y a hacerles daño. Puesto que creen haberlas desalojado de sus mentes, creen también que esas proyecciones están tratando de volverse a adentrar en ellas. Pero como las proyecciones no han abandonado sus mentes, se ven obligados a mantenerse continuamente ocupados a fin de no reconocer esto. (T.7.VIII.3.9-12) (Pág. 144)

De modo que la culpabilidad exige que los pensamientos de ataque que dirigimos hacia los demás nos sean infligidos a nosotros a cambio. Esto garantiza la defensa, la "actividad constante" necesaria para impedirnos reconocer lo que la proyección ha provocado y la culpa ha protegido. 

Una vez más, al establecer por medio del ataque mi identidad separada —ataqué a Dios para que yo pudiera existir— he hecho el ataque real. Debido a la proyección, me veo obligado a creer que el ataque se volverá contra mí. Esta locura continúa hasta que me doy cuenta de que el ataque, la condenación y el daño no tienen valor para mí. Esta toma de conciencia ocurre en el instante santo, cuando salgo fuera del sueño con Jesús para ver finalmente lo que el ego ha estado haciendo, y las desastrosas consecuencias de haberme identificado con su sistema de pensamiento de culpa y odio. Recordemos estas líneas: 

El mundo que ves es el resultado inevitable de la lección que enseña que el Hijo de Dios es culpable. Es un mundo de terror y desesperación. En él no hay la más mínima esperanza de hallar felicidad. Ningún plan que puedas idear para tu seguridad tendrá jamás éxito. No puedes buscar dicha en él y esperar encontrarla. (T.31.I.7.4-8) (Pág. 729)

(1.5) La ilusión dejará entonces de tener efectos, y aquellos que parecía tener quedarán anulados. 

El sistema de pensamiento de la mente será deshecho, junto con sus efectos aparentes —el dolor y el sufrimiento—, cuando yo esté fuera del sueño y no me experimente más a mí mismo como un cuerpo. Recordemos la siguiente aclaración sobre nuestra decisión mental de estar enfermos —el poder de la mente frente a la falta de poder del cuerpo: 

(...) la enfermedad es una elección, una decisión. (...) La curación es directamente proporcional al grado de reconocimiento alcanzado con respecto a la falta de valor de la enfermedad. Sólo con decir: "Con esto no gano nada" uno se curaría. Pero antes de uno poder decir esto, es preciso reconocer ciertos hechos. En primer lugar, resulta obvio que las decisiones son algo propio de la mente, no del cuerpo. Si la enfermedad no es más que un enfoque defectuoso de solventar problemas, tiene que ser entonces una decisión. Y si es una decisión, es la mente, y no el cuerpo, la que la toma. (M.5.I.1.4; II.1.1-6) (Pág. 19)

Por lo tanto, al deshacer la causa —la decisión de ser un cuerpo enfermo— deshacemos también el efecto —el síntoma físico (o psicológico).

(1.6) Entonces serás libre, pues la libertad es tu regalo, y ahora puedes recibir el regalo que has dado. 

Como veremos en un momento, la libertad de la que habla Jesús es el perdón. Esto me permite liberarte de la prisión de culpa en la cual te puse, al mismo tiempo —porque las mentes están unidas— que yo soy también liberado de la misma prisión. Observa esta declaración similar del Texto:

A todo aquel que perdonas se le concede el poder de perdonarte a ti tus ilusiones. Mediante tu regalo de libertad te liberas tú. (T.29.III.3.12-13) (Pág. 689)

(2.1-3) Condena y te vuelves un prisionero. Perdona y te liberas. Ésta es la ley que rige a la percepción.

Dado que eres parte de mí, cuando te ataco me estoy atacando también a mí mismo y así ambos quedamos prisioneros en la cárcel del odio. Pero cuando elijo soltar el odio te libero también a ti. Es importante recordar que esto no tiene nada que ver con tu experiencia de ti mismo, sino únicamente con cómo te veo yo a ti; una decisión que refleja cómo me veo a mí mismo —condenado o libre: 

Lo único que debes perdonar son las ilusiones que has albergado contra tus hermanos. Su realidad no tiene pasado, y lo único que se puede perdonar son las ilusiones. (...) Libera a tus hermanos de la esclavitud de sus ilusiones, perdonándolos por las ilusiones que percibes en ellos. Así aprenderás que has sido perdonado, pues fuiste tú quien les ofreció ilusiones. (T.16.VII.9.2-3; 5-6) (Pág. 388)

(2.4) No es una ley que el conocimiento entienda, pues la libertad es parte del conocimiento.

El conocimiento —el Cielo, Dios, la verdad— no entiende el perdón, ni la necesidad de corrección para poder experimentar la libertad, nuestro estado natural. Nuestra voluntad es parte de la Unicidad de Dios y, por lo tanto, no puede haber pecado de separación que perdonar o deshacer. Pero dentro del sueño existe la necesidad de una percepción verdadera que corrija la percepción falsa del ego basada en el pecado y la culpa. Así que necesitamos el perdón, la salvación y la Expiación —que son uno y lo mismo, como vimos en este pasaje anteriormente citado: 

El conocimiento no es el remedio para la percepción falsa, puesto que al proceder de distintos niveles, jamás pueden encontrarse. La única corrección posible para la percepción falsa es la percepción verdadera. (...) La percepción verdadera es un remedio que se conoce por muchos nombres. El perdón, la salvación, la Expiación y la percepción verdadera son todos una misma cosa. Son el comienzo de un proceso cuyo fin es conducir a la Unicidad que los transciende a todos. La percepción verdadera es el medio por el que se salva al mundo de las garras del pecado, pues el pecado no existe. Y esto es lo que la percepción verdadera ve. (C.4.3.1-2, 5-9; cursivas omitidas) (Pág. 92)

(2.5-7) Por lo tanto, condenar es en realidad imposible. Lo que parece ser su influencia y sus efectos jamás tuvieron lugar en absoluto. No obstante, tenemos que lidiar con ellos por un tiempo como si en realidad hubiesen tenido lugar. 

Una vez más Jesús nos ofrece sus razones para hablar como si el mundo espacio-temporal del cuerpo fuera real; como si Dios supiera de nosotros en un mundo limitado y hubiese creado al Espíritu Santo para responder a nuestras necesidades; como si tuviésemos que perdonar a alguien externo a nosotros. Dada nuestra experiencia dual, él se ve obligado a dirigirse a nosotros de esa manera, es lo que hablamos de los niveles uno y dos. El primero contrasta la realidad con la ilusión, mientras que el segundo contrasta nuestra experiencia dentro del sueño —contrastando la mentalidad errada con la mentalidad recta [nota del traductor: o sea; el primero discierne entre el conocimiento y la percepción, mientras que el segundo discierne entre la percepción correcta y la percepción errada]. Como hemos visto: "Este curso opera dentro del marco de referencia del ego, pues ahí es donde se necesita" (C.introd.3.1). 

(2.8-10) Las ilusiones forjan más ilusiones. Excepto una. Pues el perdón es la ilusión que constituye la respuesta a todas las demás ilusiones. 

Jesús indica muchas veces que el perdón es una ilusión. Por lo tanto, ¿cómo podría Dios tener algo que ver con eso? ¿Cómo podría Él habernos dado al Espíritu Santo que nos enseña a perdonar, si Él no sabe de esto? Una vez más, se trata de metáforas o símbolos que reflejan un amor que procede de más allá de ellos. El perdón, sin embargo, es la única ilusión que deshace el resto. No es la verdad, pero despeja el camino a ella porque no se opone a su llegada. Simplemente elimina las barreras que nos impiden el recuerdo de la verdad, la cual siempre ha estado dentro de nosotros. Recordemos este pasaje frecuentemente citado que refleja el discurso de "nivel dos" del Curso

El perdón, entonces, es una ilusión, pero debido a su propósito, que es el del Espíritu Santo, hay algo en ella que hace que sea diferente. A diferencia de las demás ilusiones, nos aleja del error en vez de acercarnos a él. 

Al perdón podría considerársele una clase de ficción feliz: una manera en la que los que no saben pueden salvar la brecha entre su percepción y la verdad. (C.3.1.3-4; 2.1) (Pág. 90)

(3) El perdón desvanece todos los demás sueños, y aunque en sí es un sueño, no da lugar a más sueños. Todas las ilusiones, salvo ésta, no pueden sino multiplicarse de mil en mil. Pero con ésta, a todas las demás les llega su fin. El perdón representa el fin de todos los sueños, ya que es el sueño del despertar. No es en sí la verdad. No obstante, apunta hacia donde ésta se encuentra, y provee dirección con la certeza de Dios Mismo. Es un sueño en el que el Hijo de Dios despierta a su Ser y a su Padre, sabiendo que Ambos son Uno. 

El ataque engendra ataque, la culpa promueve culpa; pero el perdón, aunque ilusorio en sí mismo, lleva las ilusiones a su fin en la mente que las eligió pero que ahora elige contra ellas. Podríamos decir, entonces, que el perdón es el mecanismo del sueño feliz, el cual nos ayuda a despertar del sueño en su totalidad, recordando Quién somos como el Hijo eterno de Dios. 

Se te ofrece un sueño en el que tu hermano es tu salvador, no tu enemigo acérrimo. Se te ofrece un sueño en el que lo has perdonado por todos sus sueños de muerte: un sueño de esperanza que compartes con él, en vez de los sueños de odio y maldad que sueñas por tu cuenta. (...) Los sueños de perdón son medios para dejar de soñar con un mundo externo a ti. Y conducen finalmente más allá de todo sueño a la paz de la vida eterna. (T.29.V.7.1-2; 8.5-6) (Pág. 693)

(4.1) El perdón es el único camino que te conduce más allá del desastre, del sufrimiento y, finalmente, de la muerte. 

Cambiar nuestra mente por medio del perdón es el camino para salir de todo sufrimiento. Ciertamente es el camino, pues únicamente él deshace la culpa que es la fuente del sufrimiento. Al perdonar a nuestros hermanos por lo que ellos no hicieron, demostramos la impotencia del pecado; así nuestro hermano es sanado junto con nosotros, y la muerte es disuelta ante el "clarín que llama a la vida" de la Expiación: 

(...) la desesperanza y la muerte no pueden sino desaparecer ante el ancestral clarín que llama a la vida. Esta llamada es mucho más poderosa que las débiles y miserables súplicas de la muerte y la culpabilidad. La ancestral llamada que el Padre le hace a Su Hijo, y el Hijo a los suyos, será la última trompeta que el mundo jamás oirá. Hermano, la muerte no existe. Y aprenderás esto cuando tu único deseo sea mostrarle a tu hermano que él jamás te hirió. Él cree que tiene las manos manchadas de tu sangre, y, por lo tanto, que está condenado. Mas se te ha concedido poder mostrarle, mediante tu curación, que su culpabilidad no es sino la trama de un sueño absurdo. (T.27.II.6.5-11) (Pág. 640)

(4.2) ¿Cómo podría haber otro camino cuando éste es el plan de Dios? 

Jesús está hablando metafóricamente. El "plan" de Dios es Él Mismo: el principio de la Expiación que refleja la realidad de la perfecta Unidad de Dios. 

(4.3; 5.1) ¿Y por qué combatirlo, oponerse a él, hallarle mil faltas y buscar mil otras alternativas? 

¿No sería más sabio alegrarte de tener en tus manos la respuesta a tus problemas? 

Vuelve el tema de demostrar que Dios está equivocado y nosotros tenemos razón. Es útil leer con frecuencia líneas como éstas, y ver cómo una parte de nuestras mentes está siempre oponiéndose al "plan" de Dios e intentando demostrar que Él está equivocado. Este plan implica aprender que sentirse tratado de manera injusta es una decisión de la propia mente, no es culpa de otra persona o de la situación o del cuerpo. Así que Jesús nos pregunta que por qué nos opondríamos a este plan, cuando él nos ha mostrado repetidamente que este plan es el único que funciona. Para entender esto, primero debemos entender la estrategia del ego, la cual, al contrario que el plan para la salvación, nos ha negado toda responsabilidad por nuestra infelicidad. Por lo tanto Jesús nos dice: "Por favor, no discutas conmigo diciendo que tú tienes razón y yo me equivoco. Eso no te hará feliz". En otras palabras, cuando nos mostramos reacios a reconocer nuestro error, él dulcemente nos dice una vez más: "Dios piensa de otra manera" (T.23.I.2.7) [aquí usamos la traducción literal de esa cita].

(5.2-3) ¿No sería más inteligente darle gracias a Aquel que te ofrece la salvación y aceptar Su regalo con gratitud? ¿Y no sería muestra de bondad para contigo mismo oír Su Voz y aprender las sencillas lecciones que Él desea enseñarte en lugar de tratar de ignorar Sus palabras y substituirlas por las tuyas? 

A lo largo del día, trata de ser tan consciente como sea posible de cómo te esfuerzas en probar que tú tienes razón y Jesús está equivocado, y que este Curso no funciona. En respuesta a la queja de Helen, Jesús le preguntó si había considerado que la razón de que Un Curso de Milagros no funcionara era que ella no había hecho lo que el Curso dice: 

Tal vez te quejes de que este curso no es lo suficientemente específico como para poderlo entender y aplicar. Mas tal vez no hayas hecho lo que específicamente propugna. Éste no es un curso de especulación teórica, sino de aplicación práctica. (T.11.VIII.5.1-3) (Pág. 235)

Jesús está diciendo a Helen y a nosotros que tenemos que aceptar la responsabilidad por todo lo que sentimos, y no atribuirlo a otra cosa. Pero antes de que podamos tomar conciencia de nuestras proyecciones, tenemos que ver cuánto discutimos con su verdad [la verdad que Jesús nos enseña] y nos oponemos a ella tanto de maneras sutiles como de maneras no tan sutiles. Así que cada vez que nos sentimos injustamente tratados, o incluso una punzada de dolor, hay un pensamiento en nuestra mente que dice: "Voy a demostrar que el plan de Dios no funciona, y la prueba es mi infelicidad y mi dolor". En un sentido más amplio, nuestra propia existencia es la prueba de que Dios no existe, pues si Él es perfecta Unidad, ¿cómo puedo yo estar existiendo en un cuerpo? Y si yo existo, Su Unidad tiene que haber sido aniquilada. Lo único que todo esto demuestra es el alcance de nuestra locura. 

(6.1-3) Sus palabras darán resultado. Sus palabras salvarán. En Sus palabras yace toda la esperanza, bendición y dicha que jamás se pueda encontrar en esta tierra. 

En el mundo nunca se encontrará esperanza. Por otra parte, Un Curso de Milagros está lleno de esperanza cuando aceptas que ella se encuentra dentro de tu mente, y no en nada externo. Para encontrar esa esperanza tenemos que elegir en contra de la desesperanza del ego, como Jesús nos recuerda: 

No pienses que puedes encontrar la felicidad siguiendo un camino que te aleja de ella. Eso ni tiene sentido ni puede ser la manera de alcanzarla. Tú que piensas que este curso es demasiado difícil de aprender, déjame repetirte que para alcanzar una meta tienes que proceder en dirección a ella, no en dirección contraria. Y todo camino que vaya en dirección contraria te impedirá avanzar hacia la meta que te has propuesto alcanzar. (T.31.IV.7.1-4) (Pág. 738)

Una vez que elegimos contra la desesperanza y la desesperación, recordamos a nuestro Creador y Ser —Sus Pensamientos— y volvemos hacia Él. De modo que la esperanza reemplaza a la desesperación, la bendición a la maldición, y la alegría a todo miedo. Hemos encontrado nuestro camino a casa, tal como se expresa en estas familiares y maravillosas palabras: 

¡Él no ha abandonado Sus Pensamientos! Pero tú olvidaste Su Presencia y no recordaste Su Amor. No hay senda en el mundo que te pueda conducir a Él, ni objetivo mundano que pueda ser uno con el Suyo. (...) ¡Él no ha abandonado Sus Pensamientos! Y así como Él no podría separarse de ellos, ellos no pueden excluirlo a Él de sí mismos. Moran unidos a Él, y en Su Unicidad Ambos se conservan intactos [=completos]. No hay camino que pueda alejarte de Él, ni jornada que pueda llevarte más allá de ti mismo. ¡Qué absurdo y descabellado es pensar que puede haber un camino con semejante objetivo! ¿Adónde podría conducir? ¿Y cómo se te podría obligar a recorrerlo sin que tu propia realidad te acompañase? (...) No puedes estar en ningún lugar, excepto donde Él está. Y no hay camino que no conduzca a Él. (T.31.IV.9.1-3; 10; 11.6-7) (Págs. 738 y 739)

(6.4-7) Sus palabras proceden de Dios, y te llegan con el amor del Cielo impreso en ellas. Los que oyen Sus palabras han oído el himno del Cielo. Pues éstas son las palabras en las que todas las demás por fin se funden en una sola. Y al desaparecer ésta, la Palabra de Dios viene a ocupar su lugar, pues entonces será recordada y amada. 

A través de la práctica diligente de las enseñanzas de Jesús, el error de la separación es deshecho y aceptamos la Expiación para nosotros mismos. Así la Palabra de Dios reemplaza a todos los pequeños sueños, y el recuerdo de Dios amanece en nuestras mentes conforme le decimos un simple "te amo" a nuestro hermano, que es todos los hermanos, tal como leemos en el temprano poema de Helen, "El saludo":

Di únicamente "te amo" a todas las cosas vivientes, 
y ellas te bendecirán
para mantenerte siempre a salvo y siempre seguro
de que perteneces a Dios, y Él a ti.

¿Qué, sino "te amo", podría ser el saludo 
de Cristo a Cristo, Quien se da la bienvenida únicamente a Sí Mismo? 
¿Y qué eres tú sino el Hijo de Dios, 
el Cristo a Quien Él le daría la bienvenida a Sí Mismo? 
(The Gifts of God [Los Regalos de Dios], p. 19)

Desde el 7º párrafo hasta el final de la lección encontramos paralelismos con la sección "Pues Ellos han llegado" (T.26.IX); tal vez la profunda belleza de esa sección no sea igualada aquí, pero el lenguaje y algunos de los ritmos de las frases de esta lección son reminiscencias de esa hermosa sección. Además, el tema es el mismo: reemplazar la tierra ensangrentada del odio con el milagro del perdón: 

(7.1-2) En este mundo parece haber diversos escondrijos donde la piedad no tiene sentido y el ataque parece estar justificado. Mas todos son uno: un lugar donde la muerte es la ofrenda que se le hace al Hijo de Dios así como a su Padre. 

No tenemos que buscar muy lejos para encontrar ejemplos de falta de misericordia en nuestro mundo, y pocos estarían en desacuerdo con que el ataque está muchas veces justificado en vista de la crueldad y la frialdad del mundo. A lo largo de Un Curso de Milagros Jesús nos recuerda que detrás de la experiencia mundana está el pensamiento de muerte del ego. Por difícil que pueda ser de aceptar, estamos realmente conmemorando ese sistema de pensamiento, especialmente cuando nos sentimos tratados injustamente o cuando justificamos el ataque en defensa propia.

(7.3-7) Tal vez pienses que Ellos la han aceptado. Mas si miras de nuevo allí donde antes contemplaste Su sangre, percibirás en su lugar un milagro. ¡Qué absurdo creer que Ellos podían morir! ¡Qué absurdo creer que podías atacar! ¡Qué locura pensar que podías ser condenado y que el santo Hijo de Dios podía morir! 

Nosotros tácitamente creemos que el Hijo de Dios y su Padre forman parte de este sueño de muerte, ambos compartiendo por igual su locura —la segunda y tercera ley del caos: Dios está muerto porque yo Le maté para así poder vivir; pero a su vez soy matado por Él como castigo por mi pecado. Esta locura es deshecha cuando miramos con Jesús la locura del ego y la reconocemos como tal. Así que "la tierra ha quedado limpia de toda mancha de sangre" (T.26.IX.4.6), y la sangre del pecado y del odio ha sido reemplazada por el milagro: 

Donde antes se alzaba una cruz, se alza ahora el Cristo resucitado, y en Su visión las viejas cicatrices desaparecen. Un milagro inmemorial ha venido a bendecir y a reemplazar una vieja enemistad, cuyo fin era la destrucción. (T.26.IX.8.4-5) (Pág. 632)

(8.1) La quietud de tu Ser permanece impasible y no se ve afectada por semejantes pensamientos ni se percata de ninguna condenación que pudiera requerir perdón. 

El Ser está fuera del sueño, totalmente inafectado por nuestras imaginaciones febriles. Recordemos este hermoso pasaje cerca del final del Texto, que describe el Pensamiento del Ser que está más allá del ídolo al que hemos adorado como nuestro ser: 

Más allá de todo ídolo se encuentra el Pensamiento que Dios abriga de ti. Este Pensamiento no se ve afectado en modo alguno por la confusión y el terror del mundo, por los sueños de nacimiento y muerte que aquí se tienen, ni por las innumerables formas que el miedo puede adoptar, sino que, sin perturbarse en lo más mínimo, sigue siendo tal como siempre fue. Rodeado de una calma tan absoluta que el estruendo de batallas ni siquiera llega hasta él, dicho Pensamiento descansa en la certeza y en perfecta paz. Tu única realidad se mantiene a salvo en él, completamente inconsciente del mundo que se postra ante ídolos y no conoce a Dios. El Pensamiento que Dios abriga de ti, completamente seguro de su inmutabilidad y de que descansa en su eterno hogar, nunca ha abandonado la Mente de su Creador, al que conoce tal como su Creador sabe que dicho Pensamiento se encuentra en Su Propia Mente. (T.30.III.10) (Pág. 712)

(8.2-3) Pues los sueños, sea cual fuere su clase, son algo ajeno y extraño a la verdad. ¿Y qué otra cosa, sino la verdad, podría contener un Pensamiento que edifica un puente hasta ella misma para transportar las ilusiones al otro lado? 

Todos los sueños —tanto los de odio como los de perdón— se desconocen en la verdad, y sin embargo la verdad se refleja en nuestros sueños mediante el principio de la Expiación, que es indicado aquí por la palabra "Pensamiento" con la inicial en mayúscula.

(9.1-4) Nuestras prácticas de hoy consisten en dejar que la libertad venga a establecer su morada en ti. La verdad deposita estas palabras en tu mente, para que puedas encontrar la llave de la luz y permitir que a la obscuridad le llegue su fin: 

Sólo mi propia condenación me hace daño. 
Sólo mi propio perdón me puede liberar. 

Esta es la llave para Un Curso de Milagros, no solo para esta lección. Tanto el problema —nuestra decisión equivocada— como su solución —nuestra decisión de corregir ese error— están en nuestra mente. Una vez más, cuando sientes que el Curso no funcionará para ti y que completarlo es imposible, eso significa que te niegas a aprender lo que enseña, que en esencia es que puesto que todo sucede en la mente, no hay nada fuera de ella. Reconoce cuán ajeno es esto a tu experiencia, pues independientemente de que hayas estudiado este Curso fielmente durante muchos años, esto te seguirá siendo ajeno mientras sigas creyendo que tu existencia es física. La idea, pues, no es negar tu experiencia corporal, sino ser consciente de que esta es la estrategia de tu ego. Al fin y al cabo, estás atrapado únicamente por tu decisión mental de ser un cuerpo, condenado a una vida separada en el infierno. 

(9.5-6) No olvides hoy que toda forma de sufrimiento oculta algún pensamiento que niega el perdón. Y que el perdón puede sanar toda forma de dolor. 

Esto se remonta a la declaración destacada en la lección 193: "Es cierto que no parece que todo pesar no sea más que una falta de perdón" (L.193.4.1). Aquí Jesús lo repite, en un inglés ligeramente más directo. Todo sufrimiento, independientemente de su forma, oculta un pensamiento despiadado [un pensamiento carente de perdón o contrario al perdón]. Ya hemos visto el siguiente pasaje de Psicoterapia sobre la relación de la enfermedad con la falta de perdón; esta clara afirmación merece ser citada nuevamente: 

La enfermedad adopta muchas formas, y lo mismo hace la falta de perdón. Las formas que adopta una no hacen sino reproducir las formas que adopta la otra, pues son la misma ilusión. Tan fielmente la una se traduce a la otra, que un estudio riguroso de la forma que adopta una enfermedad revela claramente la forma de falta de perdón que representa. (P.2.VI.5.1-3) (Pág. 33)

Para reafirmar este punto, todo dolor proviene de la culpa, la cual a su vez proviene de la decisión de la mente. Cuando cambiamos nuestra mente por medio del perdón, somos sanados porque la culpa es deshecha. Por eso Jesús nos enseña tan enfáticamente, como puedes recordar: 

(...) entre las numerosas causas que percibías como responsables de tu dolor y sufrimiento, tu culpabilidad no era una de ellas. Ni tampoco eran el dolor y el sufrimiento algo que tú mismo hubieses pedido en modo alguno. Así es como surgieron todas las ilusiones. El que las teje no se da cuenta de que es él mismo quien las urde ni cree que la realidad de éstas dependa de él. Cualquiera que sea su causa, es algo completamente ajeno a él, y su mente no tiene nada que ver con lo que él percibe. (T.27.VII.7.4-8) (Pág. 656)

(10.1) Acepta la única ilusión que proclama que en el Hijo de Dios no hay condenación, y el Cielo será recordado instantáneamente, el mundo quedará olvidado y todas sus absurdas creencias quedarán olvidadas junto con él, conforme la faz de Cristo aparezca por fin sin velo alguno en este sueño de perdón. 

Reflejada en estas líneas está lo que me he referido antes como la fórmula del Curso: veo la faz de Cristo en mi hermano, y recuerdo a Dios. Ver la faz de Cristo en los demás —su inocencia— es verla en mí mismo. Esta visión deshace el sistema de pensamiento del ego, dejando a la Palabra de Dios amanecer en mi mente como el recordatorio final de que nunca me fui de la Unidad que es mi hogar. He aquí otro de los "pequeños poemas" de Helen, "La Faz de Cristo", el cual expresa muy bien este tema: 

La faz de Cristo es totalmente inocente. 
Él nunca se vio en pecado, ni sintió el dolor 
de la condenación y el ataque. Sereno 
como la creación de Dios, y mantenido con certeza 
dentro del círculo dorado del Amor de Dios, 
la faz de Cristo nunca ha conocido una lágrima, 
ni ha contemplado ilusiones. Suya es la calma 
que Dios planeó para Su santo Hijo, 
Quien era y es y será solo uno. 
(The Gifts of God, p. 11) 

(10.2-4) Éste es el regalo que el Espíritu Santo te ofrece de parte de Dios tu Padre. Deja que el día de hoy sea celebrado tanto en la tierra como en tu santo hogar. Sé benévolo con Ambos, al perdonar las ofensas de las que pensaste que Ellos eran culpables, y ve tu inocencia irradiando sobre ti desde la faz de Cristo. 

Las palabras "Ambos" y "Ellos" han sido escritas con la inicial en mayúscula porque se refieren al Padre y al Hijo, a Dios y Cristo. Ser benévolo con Ambos significa perdonar a Dios —"(...) el que no fuese Su Voluntad que tú fueses crucificado" (T.24.III.8.13)— y perdonarse a uno mismo. He aquí un pasaje paralelo, de la sección "Pues Ellos han llegado": 

¿Sería mucho pedir que tuvieses un poco de confianza en aquel que te trae a Cristo para que todos tus pecados te sean perdonados, sin excluir ni uno solo que todavía quisieras valorar? No olvides que una sola sombra que se interponga entre tu hermano y tú nubla la faz de Cristo y el recuerdo de Dios. ¿E intercambiarías Éstos por un odio inmemorial? El suelo que pisas es tierra santa por razón de Aquellos que, al estar ahí contigo, la han bendecido con Su inocencia y con Su paz. (T.26.IX.2) (Pág. 631)

(11) Ahora el silencio se extiende por todo el mundo. Ahora hay quietud allí donde antes había una frenética avalancha de pensamientos sin sentido. Ahora hay una serena luz sobre la faz de la tierra, que reposa tranquila en un dormir desprovisto de sueños. Y ahora lo único que queda en ella es la Palabra de Dios. Sólo eso puede percibirse por un instante más. Luego, los símbolos pasarán al olvido, y todo lo que jamás creíste haber hecho desaparecerá por completo de la mente que Dios reconoce para siempre como Su único Hijo. 

El silencio extendido por todo el mundo refleja el silencio de mi mente, el cual proviene de darme cuenta de que los chillidos estridentes del ego no eran nada. Esta frenética carrera de pensamientos —todo lo que creemos— desaparece en el silencio del "dormir desprovisto de sueños" —el mundo real— al cual nos lleva el perdón suavemente, y luego calladamente nos deja en Dios:

El perdón se desvanece y los símbolos caen en el olvido, y nada que los ojos jamás hayan visto o los oídos escuchado queda ahí para ser percibido. Un poder completamente ilimitado ha venido, no a destruir, sino a recibir lo suyo. (...) Dale la bienvenida al poder que yace más allá del perdón, del mundo de los símbolos y de las limitaciones. Él prefiere simplemente ser, y, por lo tanto, simplemente es. (T.27.III.7.1-2, 8-9) (Pág. 646)

Nos acercamos al final del proceso cuando hemos elegido a Jesús de una vez por todas como nuestro maestro, y hemos soltado el impotente sistema de pensamiento del ego. Permanecemos en el mundo real un instante más y entonces Dios se inclina y nos levanta de vuelta hacia Él. Ya no estamos enredados con símbolos —ni siquiera con el perdón, Jesús y el Espíritu Santo. Lo que había sido simbolizado se vuelve ahora la realidad —el Amor de Dios. 

(12.1-5) En él no hay condenación. Es perfecto en su santidad. No necesita pensamientos de misericordia. ¿Qué regalos se le pueden hacer cuando todo es suyo? ¿A quién podría ocurrírsele ofrecer perdón al Hijo de la Impecabilidad Misma, tan semejante a Aquel de Quien es Hijo, que contemplar al Hijo significa dejar de percibir y únicamente conocer al Padre? 

Así somos santificados nosotros y nuestro hermano. Vemos nuestra santidad el uno en el otro, al Cristo que nos une como uno, así como somos uno en Dios: 

¡Cuán santo debes ser tú, que desde ti la Voz de Dios llama amorosamente a tu hermano para que puedas despertar en él la Voz que contesta tu llamada! ¡Y cuán santo debe ser tu hermano cuando en él reside tu propia salvación, junto con su libertad! Por mucho que lo quieras condenar, Dios mora en él. Pero mientras ataques Su hogar elegido y luches con Su anfitrión, no podrás saber que Dios mora igualmente en ti. Mira a tu hermano con dulzura. Contempla amorosamente a aquel que lleva a Cristo dentro de sí, para que puedas ver su gloria y regocijarte de que el Cielo no esté separado de ti. (T.26.IX.1) (Pág. 631)

(12.6) En esta visión del Hijo, tan fugaz que ni siquiera un instante media entre este singular panorama y la intemporalidad misma, contemplas la visión de ti mismo, y luego desapareces para siempre en Dios. 

Este es el Hijo de Dios, cuya mente ha sido sanada. En el mundo real permanecemos solamente un instante, en el que vemos al Hijo como realmente es. Nos volvemos conscientes de su perfecta unidad en el estado libre de pecado que está más allá de la percepción, en el que retorna el conocimiento de Dios. Esto culmina el viaje, ya que el mundo desaparece en la luz del Cielo. 

El Cielo se siente agradecido por este regalo que por tanto tiempo le había sido negado. Pues Ellos han venido a congregar a los Suyos. Lo que se había clausurado se abre; lo que se mantenía oculto de la luz se le entrega a ésta para que pueda iluminarlo sin dejar ningún espacio o distancia entre la luz del Cielo y el mundo. (T.26.IX.5) (Pág. 632)

(13.1) Hoy nos aproximamos todavía más al final de todo lo que aún pretende interponerse entre esta visión y nuestra vista. 

De modo que Jesús dice: "Este es el final del viaje, hacia el cual te guío. Si realmente deseas alcanzar esta meta y desaparecer dentro de tu Padre, tienes que entregarme todos los pensamientos de especialismo y, sobre todo, tu insistencia en que tienes razón y en que sabes lo que es mejor para ti". Así que perdonamos, y cuando perdonamos totalmente a nuestro hermano traspasamos juntos el último velo —el fin del viaje y el cumplimiento de su santo propósito: 

Juntos desapareceremos en la Presencia que se encuentra detrás del velo, no para perdernos sino para encontrarnos a nosotros mismos; no para que se nos vea, sino para que se nos conozca. Y al gozar de conocimiento, no quedará nada sin hacer en el plan de salvación que Dios estableció. Éste es el propósito de la jornada, sin el cual ésta no tendría sentido. He aquí la paz de Dios, que Él te dio para siempre. He aquí el descanso y la quietud que buscas, la razón de la jornada desde su comienzo. El Cielo es el regalo que le debes a tu hermano, la deuda de gratitud que le ofreces al Hijo de Dios como muestra de agradecimiento por lo que él es y por aquello para lo que su Padre lo creó. (T.19.IV.D.i.19) (Pág. 473)

(13.2-6) Nos sentimos dichosos de haber llegado tan lejos, y reconocemos que Aquel que nos trajo hasta aquí no nos abandonará ahora. Pues nos quiere dar hoy el regalo que Dios nos ha dado a través de Él. Éste es el momento de tu liberación. Ha llegado el momento. Ha llegado hoy. 

Esto es similar a la conclusión de la sección "Pues Ellos han llegado", en la cual Jesús echa otro vistazo al final del viaje, asegurándonos que nunca estaremos solos mientras seguimos nuestro camino acompañados de nuestro Maestro y Guía. El templo de la sanación llama, y volvemos a casa al fin: 

Ahora el templo del Dios viviente ha sido reconstruido de nuevo para ser el anfitrión de Aquel que lo creó. Donde Él mora, Su Hijo mora con Él y nunca están separados. Y dan gracias de que finalmente se les haya dado la bienvenida. Donde antes se alzaba una cruz, se alza ahora el Cristo resucitado, y en Su visión las viejas cicatrices desaparecen. Un milagro inmemorial ha venido a bendecir y a reemplazar una vieja enemistad, cuyo fin era la destrucción. Con dulce gratitud Dios el Padre y el Hijo regresan a lo que es Suyo, y a lo que siempre lo será. Ahora se ha consumado el propósito del Espíritu Santo. Pues Ellos han llegado. ¡Por fin han llegado! (T.26.IX.8) (Pág. 632)

☼☼☼

Fuente: Journey Through the Workbook of a Course in Miracles, de Ken Wapnick.

Índice de capítulos traducidos en este blog, aquí: link-indice.

El poder del amor

Un ejemplo del poder del amor es el relato siguiente, del cual he sabido al leerlo en el libro Lección 101 de Un Curso de Milagros: perfecta felicidad, de Jon Mundy. Es un ejemplo en el que el amor y la compasión lograron evitar una catástrofe en un centro escolar. Un ejemplo de que la mejor respuesta ante alguien armado no tiene por qué ser otra arma, sino ante todo el amor y la compasión.

En el libro de Jon Mundy este incidente se resume en un breve párrafo:

Una tragedia similar se pudo evitar en agosto de 2013, cuando un hombre armado con un rifle de asalto AK-47 y quinientas balas entró en una escuela de Georgia. Una bibliotecaria sagaz y de gran corazón llamada Antoinette Tuff le dijo: "Todo va a ir bien, cariño. Solo quiero que sepas que te quiero y que me siento orgullosa de ti. Es una buena cosa que te estés rindiendo... no te preocupes. Todos pasamos crisis en la vida. Vas a estar bien".

Al leer esto he buscado en google para ampliar la información, buscando "Antoinette Tuff" y pidiendo que muestre únicamente los resultados en nuestro idioma. Una de las noticias donde se toca este tema en más detalle puede leerse en el siguiente link:

http://www.abc.es/agencias/noticia.asp?noticia=1482330

La noticia en otro periódico:

http://noticias.lainformacion.com/mundo/una-escalofriante-llamada-revela-como-una-bibliotecaria-evito-una-masacre-escolar-similar-a-columbine-o-newtown_xpwMNf9h4h8jiNSHHyvIz5/

Saludos

martes, 25 de noviembre de 2014

L-195 Journey ... de Ken Wapnick

Como ya indiqué en el post índice, los comentarios de Ken Wapnick son los que he puesto en color verde:

Lección 195 — El amor es el camino que recorro con gratitud

La gratitud ha sido un tema importante en varias de las lecciones del Libro de ejercicios, y es un tema al que se hace referencia también a lo largo del Texto. En esta lección Jesús contrasta la gratitud del ego con la nuestra hacia el Espíritu Santo. La noción que tiene el ego de la gratitud se basa en las diferencias, la esencia de la relación especial: le estoy agradecido a alguien que es diferente de mí. Nuestra gratitud al Espíritu Santo, sin embargo, se basa en la unidad: me siento agradecido de aprender que tú y yo no estamos separados. Al final de la lección Jesús dice que la gratitud es un aspecto del Amor de Dios. Si ese Amor es perfecta unidad, entonces la gratitud ha de reflejar esa unidad. Por lo tanto cuando en esta lección hablamos de dos tipos de gratitud nos referimos al contraste entre las diferencias y la unidad. 

(1.1-6) Para aquellos que contemplan el mundo desde una perspectiva errónea, la gratitud es una lección muy difícil de aprender. Lo más que pueden hacer es considerar que su situación es mejor que la de los demás. Y tratan de contentarse porque hay otros que aparentemente sufren más que ellos. ¡Cuán tristes y lamentables son semejantes pensamientos! Pues, ¿quién puede tener motivos para sentirse agradecido si otros no los tienen? ¿Y quién iba a sufrir menos porque ve que otro sufre más? 

Esto describe la típica gratitud de las relaciones especiales, basadas en el principio de "o uno o el otro" [o tú o yo]. Los ejemplos abundan: me siento agradecido de que tú pierdas, porque eso significa que yo he ganado; me siento agradecido de que la prueba médica dio negativo y no tengo cáncer, a pesar de que otras personas no fueron tan afortunadas. Me siento agradecido de que Dios me salvó de esta tragedia, a pesar de que Él no te salvó a ti. Tengo lo que quería, incluso de Dios Mismo; pero si eso implicaba que alguien tenía que perder, ciertamente agradezco que ese no fuese yo. El dicho popular "Dios quiera que eso no me pase a mí" [en inglés es un dicho casi intraducible de manera literal, en español otras formas de decir algo semejante podrían ser: "Que Dios me libre de que me pase lo que a tal persona", o decir "Que Dios me libre y me guarde" al ver una desgracia ajena que tememos nos pudiera suceder también a nosotros, por ejemplo al ver a un pobre o a un enfermo] difícilmente puede ser un pensamiento amable y amoroso. Así es nuestra actitud basada en las diferencias, en la cual es inherente la noción de comparación. El siguiente pasaje de El Canto de la Oración resalta esta alocada idea; en dicho pasaje he sustituido "perdón-para-destruir" por "gratitud-para-destruir" (en O.2.II.1.1), y también he sustituido "perdón" por "gratitud" (en O.2.II.8.1), para ilustrar el lugar que ocupan la comparación y las diferencias en la gratitud del ego: 

La gratitud-para-destruir adopta muchas formas, al ser un arma del mundo de las formas. No todas son obvias, y algunas se ocultan cuidadosamente bajo lo que aparenta ser caridad. Pero todas las formas que parece adoptar tienen una sola meta: separar y hacer que lo que Dios creó igual sea diferente. La diferencia resulta evidente en algunos casos en los que la comparación intencionada no puede dejar de notarse, ni es su propósito realmente que no se note. 

Todas las formas que la gratitud adopte que no te aparten de la ira, de la condena y de comparaciones de cualquier clase son la muerte. Pues eso es lo que sus propósitos han establecido. No te dejes engañar por ellas, sino abandónalas y deja a un lado sus despreciables [= sin valor] y trágicas ofrendas. (O.2.II.1; 8.1-3; cursivas mías [y el color diferente en las cursivas, del traductor, para indicar más claramente dónde hizo las sustituciones Ken Wapnick]) (Págs. 25 y 28)

(1.7) Debes estarle agradecido únicamente a Aquel que hizo desaparecer todo motivo de sufrimiento del mundo. 

Nuestro agradecimiento más profundo es al Espíritu Santo, nuestro Maestro del perdón y de la gratitud. El siguiente pasaje expresa muy bien este sentimiento: 

Él sólo te pide que aceptes por Él la gratitud que le debes. Y cuando contemplas a tu hermano con infinita benevolencia, lo estás contemplando a Él. (...) Cuando Dios Mismo haya dado el paso final, el Espíritu Santo reunirá todas las gracias que le hayas dado y toda la gratitud que le hayas ofrecido, y las depositará dulcemente ante Su Creador en el nombre de Su santísimo Hijo. (T.19.IV.3.1-2, 8) (Págs. 453 y 454)

(2.1) Es absurdo dar gracias por el sufrimiento. 

Esta es la otra cara de la moneda. Recuerdo a un amigo mío, que no era un estudiante de Un Curso de Milagros sino un religioso católico, que me contaba una experiencia que tuvo una tarde/noche mientras conducía a casa. La carretera estaba en malas condiciones y su coche se salió de la misma. Mientras iba camino de un terraplén él decía: "Gracias Jesús, gracias Jesús, gracias Jesús". Fue únicamente más tarde cuando se dio cuenta de que había algo incorrecto en esa imagen. Él había estado dándole gracias a Jesús porque se supone que eso es lo que un buen católico debe hacer: agradecerle por esta maravillosa oportunidad de posiblemente incluso morir. Al mismo tiempo, sin embargo, él estaba aterrorizado de lo que parecía esperarle. La declaración de arriba [2.1] se dirige al deshacimiento de este absurdo pensamiento. 

Agradecer por el sufrimiento tiene sentido si creemos que Dios exige la expiación de nuestros pecados a través del dolor y del sacrificio, y que nuestra aceptación será recompensada después de la muerte, en el Cielo. Sin embargo esta imagen de Dios no tiene sentido para la mente sana. Esta es la manera en que el mundo piensa, pero ciertamente no es así como piensa Dios —"Pero Dios piensa de otra manera" (T.23.I.2.7) [En UCDM esta frase se tradujo como "Dios, no obstante, sabe que eso no es posible", una traducción razonable para ese contexto del cap. 23; pero en este caso es preferible mantener una traducción más literal, y eso he hecho, pues en inglés dice: "And God thinks otherwise"]. Nosotros no tenemos ni idea de que lo único que estamos haciendo es proyectar nuestra propia locura sanguinaria sobre Él: 

Crees que todo el mundo exige algún sacrificio de ti, pero no te das cuenta de que eres tú el único que exige sacrificios, y únicamente de ti mismo. Exigir sacrificios, no obstante, es algo tan brutal y tan temible que no puedes aceptar dónde se encuentra dicha exigencia. (...) A Él le atribuiste la traición del ego, e invitaste a éste a ocupar Su lugar para que te protegiese de Él. Y no te das cuenta de que a lo que le abriste las puertas es precisamente lo que te quiere destruir y lo que exige que te sacrifiques totalmente. (T.15.X.8.1-2, 5-6) (Pág. 361)

Así que Jesús nos enseña a perdonar a Dios por nuestras proyecciones —nacidas del especialismo— sobre Él:

Dios te pide que perdones. Él no quiere que la separación se interponga, como si de una voluntad ajena se tratase, entre lo que tanto Su Voluntad como la tuya disponen para ti. (...) Perdona al gran Creador del universo —la Fuente de la vida, del amor y de la santidad, el Padre perfecto de un Hijo perfecto— por tus ilusiones de ser especial. (...) Perdona al Santísimo por no haber podido concederte el especialismo, que tú entonces inventaste. (T.24.III.5.1-2; 6.1, 7) (Pág. 568)

(2) Es absurdo dar gracias por el sufrimiento. Mas es igualmente absurdo no estarle agradecido a Uno que te ofrece los medios por los cuales todo dolor se cura y todo sufrimiento queda reemplazado por la risa y la felicidad. Ni siquiera los que están parcialmente cuerdos podrían negarse a dar los pasos que Él indica, ni dejar de seguir el camino que Él les señala a fin de escapar de una prisión que creían que no tenía salida a la libertad que ahora perciben. 

La implicación de estas declaraciones es que hay que estar completamente loco para darle la espalda a Jesús y no dar los pasos que él nos pide. Incluso si estás parcialmente cuerdo le escucharías, lo que significa que cuando no le escuchas no estás en tu mente recta. Así que es imperativo que te des cuenta de que no debes confiar en nada de lo que piensas, crees o sientes. Siempre que tengas pensamientos con el más mínimo indicio de especialismo —pensamientos de comparación o de diferencias— le has dado la espalda a Jesús y al Espíritu Santo, dirigiéndote hacia el ego, lo que significa que estás loco otra vez. El propósito de Un Curso de Milagros es conseguir que te des cuenta de tu locura, para que puedas aprender a volverte cuerdo mediante la guía del Espíritu Santo: 

El Espíritu Santo te lleva dulcemente de la mano, y desanda contigo el camino recorrido en el absurdo viaje que emprendiste fuera de ti mismo, conduciéndote con gran amor de vuelta a la verdad y a la seguridad de tu interior. Él lleva ante la verdad todas tus dementes proyecciones y todas tus descabelladas substituciones, las cuales ubicaste fuera de ti. Así es como Él invierte el curso de la demencia y te devuelve a la razón. (T.18.I.8.3-5) (Pág. 416)

(3.1) Tu hermano es tu "enemigo" porque lo ves como el rival de tu paz: el saqueador que te roba tu dicha y no te deja nada salvo una negra desesperación, tan amarga e implacable que acaba con toda esperanza. 

Esto es el corazón de la relación de amor especial y de odio. Crees que estás carente de algo, y que lo que te falta te lo robó alguien. Así que la única manera de recuperar este "tesoro" es robarlo de nuevo, arrebatándoselo a quien nos lo robó primero, de modo que vuelva a su justo poseedor: yo —la cuarta ley del caos del ego:

¿Qué es esa cosa tan preciada, esa perla de inestimable valor, ese tesoro oculto, que con justa indignación debe arrebatársele a éste el más pérfido y astuto de los enemigos? Debe de ser lo que siempre has anhelado, pero nunca hallaste. Y ahora "entiendes" la razón de que nunca lo encontraras. Este enemigo te lo había arrebatado y lo ocultó donde jamás se te habría ocurrido buscar. Lo ocultó en su cuerpo, haciendo que éste sirviese de refugio para su culpabilidad, de escondrijo de lo que es tuyo. Ahora su cuerpo se tiene que destruir y sacrificar para que tú puedas tener lo que te pertenece. La traición que él ha cometido exige su muerte para que tú puedas vivir. (T.23.II.11.2-8) (Págs. 549 y 550)

(3.2-3) Lo único que puedes desear ahora es la venganza. Lo único que puedes hacer ahora es tratar de arrastrarlo a la muerte junto contigo, para que sea tan impotente como tú, y para que en sus ambiciosas manos quede tan poco como en las tuyas. 

El objetivo final del especialismo, tal como nos lo repite Jesús una y otra vez en el Texto, es el asesinato y la muerte. Quiero tu muerte, pero también la mía, porque la muerte demuestra que el ego tiene razón y que Dios está equivocado. De modo que Jesús nos invita a cuestionar cómo podríamos llegar a estarle agradecidos a alguien de quien secretamente creemos que nos está robando. Recuerda que el principio rector del ego es uno o el otro: si yo voy a ser feliz, tú no puedes serlo; si tú vas a ser feliz, no lo puedo ser yo. Además, dado que tú estás literalmente hecho a mi imagen y semejanza, entonces sé que tú estás buscando hacer exactamente lo que yo: conseguir felicidad a costa de alguien; robar el amor sin dar nada a cambio. ¿Cómo puedo llegar a confiar en alguien, y mucho menos sentirme agradecido, cuando he hecho real este sistema de pensamiento en mi mente? No tengo otra opción que matar para protegerme, al igual que tú estás obligado a matarme. Recordemos este explícito —uno podría decir que demasiado explícito— pasaje del Texto:

Mas deja que tu deseo de ser especial dirija su camino [el de tu hermano], y tú lo recorrerás con él. Y ambos caminaréis en peligro, intentando conducir al otro a un precipicio execrable y arrojarlo por él, mientras os movéis por el sombrío bosque de los invidentes, sin otra luz que la de los breves y oscilantes destellos de las luciérnagas del pecado, que titilan por un momento para luego apagarse. Pues, ¿en qué puede deleitarse el deseo de ser especial, sino en matar? ¿Qué busca sino ver la muerte? ¿Adónde conduce, sino a la destrucción? (T.24.V.4.1-5) (Pág. 572)

(4.1) No le das gracias a Dios porque tu hermano esté más esclavizado que tú, ni tampoco podrías, en tu sano juicio, enfadarte si él parece ser más libre. 

No deberías darle las gracias a Dios cuando tú te libras de los daños pero otras personas no —el significado, repetimos aquí, del dicho popular "Que Dios me libre y me guarde"; ni deberías enfurecerte si alguien tiene más que tú: atención, amor, dinero, o mejor salud.

(4.2) El amor no hace comparaciones. 

Una línea casi idéntica se encuentra al principio de la sección titulada "La perfidia de creerse especial". Tú sabes que has aceptado el sistema de pensamiento del ego si te pones a comparar tu carencia, por ejemplo, con la abundancia de otro. Este es un concepto crucial en el sistema de pensamiento de especialismo del ego: 

Hacer comparaciones es necesariamente un mecanismo del ego, pues el amor nunca las hace. Creerse especial siempre conlleva hacer comparaciones. Pues se establece al ver una falta en otro, y se perpetúa al buscar y mantener claramente a la vista cuanta falta se pueda encontrar. Esto es lo que persigue el especialismo, y esto es lo que contempla. (T.24.II.1.1-4) (Pág. 562)

(4.3) Y la gratitud sólo puede ser sincera si va acompañada de amor. 

Recuerda, el amor es perfecta unidad. Por eso es por lo que es imposible amar a Jesús o estarle agradecido si crees que él es diferente de ti. De hecho, no se puede a amar a alguien a quien se perciba como diferente —no las obvias diferencias superficiales, sino esas que nos parecen tan importantes, las diferencias que juzgamos como significativas— porque en ese caso ves a los demás como que tienen algo de lo que tú careces. O: si tú tienes algo que ellos no tienen, el ego te dice: "Esto es tuyo porque se lo robaste a ellos, así que comprensiblemente ellos tienen motivos para robártelo ahora a ti". El significado de "la gratitud sólo puede ser sincera si va acompañada de amor" es que estoy agradecido porque tú y yo somos lo mismo, no diferentes. Tomando prestado un pasaje que describe la justicia unida al amor, sustituyo "justicia" por "gratitud" para ilustrar esta conexión entre el amor y la gratitud: 

Tú puedes ser un testigo perfecto del poder del amor y de la gratitud (...). Tu función especial te muestra que sólo la gratitud perfecta puede prevalecer sobre ti. (...) El mundo engaña, pero no puede reemplazar la gratitud de Dios con su propia versión. Pues sólo el amor (...) puede percibir lo que la gratitud no puede sino concederle al Hijo de Dios. Deja que el amor decida, y nunca temas que, por no ser justo, te vayas a privar a ti mismo de lo que la gratitud de Dios ha reservado para ti. (T.25.VIII.12.1; 14.3, 5-7; cursivas mías) (Págs. 604 y 605)

(4.4-6) Le damos gracias a Dios nuestro Padre porque todas las cosas encontrarán su libertad en nosotros. Es imposible que algunas puedan liberarse mientras otras permanecen cautivas. Pues, ¿quién puede regatear en nombre del amor? 

La frase 5 es otra referencia a los evangelios, en los que Jesús enseña a los apóstoles que a quienes sea que ellos aten o liberen, serán atados o liberados*. Aquí, sin embargo, Jesús enseña que no puede ser que unos sean liberados y otros condenados, que unos sean retenidos en cautiverio mientras que otros sean liberados. Si la Filiación de Dios es una, lo que es verdad para un aspecto de ella tiene que ser verdad para todos. Si mi experiencia es otra, entonces me he identificado con el ego, que ve en el regateo o negociación (hacer tratos) la dinámica esencial de todas las relaciones: 

El ego (...) está siempre dispuesto a hacer tratos, pero no puede comprender que ser igual a otro significa que no es posible hacer ningún trato al respecto. Para ganar tienes que dar, no regatear. Regatear es imponer límites en lo que se da, y eso no es la Voluntad de Dios. (...) Tú constituyes Sus regalos, por consiguiente, tus regalos son necesariamente como los Suyos. (T.7.I.4.1-4, 7) (Pág. 125)

* [Nota del traductor]: Las referencias bíblicas mencionadas un par de párrafos más arriba son (las dos que he encontrado): "Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos" (Mateo 16:19) y "A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos" (Juan 20:23).

(5.1) Da gracias, por lo tanto, pero con sinceridad. 

Nuestra gratitud es sincera solo si proviene del deseo genuino de despertar del sueño y regresar a casa. Esto implica elegir a Jesús como nuestro maestro y aprender sus lecciones; concretamente, aprender que cualquier creencia en las diferencias nos impedirá regresar. Por lo tanto nuestra voluntad es aprender lo equivocados que hemos estado en nuestra manera de percibir a los demás y a nosotros mismos. 

(5.2-3) Y deja que en tu gratitud haya cabida para todos los que se han de escapar contigo: los enfermos, los débiles, los necesitados y los temerosos, así como los que se lamentan de lo que parece ser una pérdida, los que sienten un aparente dolor y los que pasan frío o hambre y caminan por el camino del odio y la senda de la muerte. Todos ellos te acompañan. 

Lo que señala Jesús otra vez es que nadie está excluido de nuestro agradecido amor. Cuando estamos fuera del sueño de dolor y de muerte, sonreímos felices, reconociendo que este mundo no es nada más que un tonto sueño de separación, sin poder para cambiar la perfecta Unidad del Padre y el Hijo: 

Debe observarse con especial atención que Dios tiene solamente un Hijo. Si todas las creaciones de Dios son Hijos Suyos, cada una de ellas tiene que ser parte integral de toda la Filiación. La Filiación, en su Unicidad, transciende la suma de sus partes. (T.2.VII.6.1-3) (Pág. 36)

(5.4) No nos comparemos con ellos, pues al hacer eso los separamos en nuestra conciencia de la unidad que compartimos con ellos y que ellos no pueden sino compartir con nosotros también. 

La comparación, digámoslo una vez más, pertenece al ámbito del ego, impidiéndonos así recordar el conocimiento de Dios: 

El ego vive literalmente a base de comparaciones. La igualdad es algo que está más allá de lo que puede entender y, por lo tanto, le es imposible ser caritativo. (...) El conocimiento nunca admite comparaciones. En eso estriba su diferencia principal con respecto a cualquier otra cosa que la mente pueda comprender. (T.4.II.7.1-2; 11.12-13) (Págs. 64 y 66)

Para evitar el conocimiento de nuestra unidad indiferenciada, nos comparamos constantemente con los demás, culpándolos por las diferencias que encontramos entre nosotros. 

(6.1) Le damos las gracias a nuestro Padre sólo por una cosa: que no estamos separados de ninguna cosa viviente, y, por lo tanto, somos uno con Él.

Así que le estamos agradecidos a Dios no porque nos haga regalos especiales o nos perdone la vida o la de aquellos que nos rodean, sino por el Amor y la Unidad que son Su realidad y también la nuestra. 

Permíteme comentar brevemente sobre la frase "cosa(s) viviente(s)", la cual aparece a lo largo de Un Curso de Milagros. Para evitar confusiones es necesario tener en cuenta, una vez más, que Jesús no es constante en su manera de usar el lenguaje. Él nos dice que "Fuera del Cielo no hay vida" (T.23.II.19.1) en el sentido de que en el mundo no hay cosas vivientes. Sin embargo en nuestra experiencia corporal existen cosas vivientes. Y debido a que esa es nuestra experiencia,  Jesús usa términos que tengan sentido para nosotros en el contexto de este mundo, a pesar de que en realidad nada vive aquí. Este uso del lenguaje es variable porque Jesús usa las palabras con un sentido adecuado a lo que nos quiere enseñar en un momento dado, mientras que en otras lecciones el sentido que les da a las palabras es diferente, dependiendo del contexto. Aquí Jesús se refiere a nuestra experiencia de separación, y a que hacemos comparaciones entre nosotros mismos y lo que percibimos como otras cosas vivientes —de ahí el uso de la frase. El mensaje no es que seamos uno dentro del sueño, sino que aquí compartimos la misma locura y la misma necesidad de escapar del manicomio del ego. Practicar esta lección nos llevará finalmente a reconocer la verdad última: "Fuera del Cielo no hay vida". 

(6.2) Y nos regocijamos de que jamás puedan hacerse excepciones que menoscaben nuestra plenitud o inhiban o alteren en modo alguno nuestra función de completar a Aquel que es en Sí Mismo la compleción. 

Desde nuestro punto de vista completamos a Dios; pero en realidad Él ya está completo. El mensaje aquí es que no hay excepciones a Su compleción. Por lo tanto en la ilusión no debemos hacer excepciones en nuestro perdón. Sólo entonces podemos recordar nuestra compleción como Cristo, el Hijo único de Dios. Esto incluye a nuestras creaciones —las extensiones de nuestro Ser. 

El Cielo aguarda silenciosamente, y tus creaciones extienden sus manos para ayudarte a cruzar y para que les des la bienvenida. Pues son ellas lo que andas buscando. Lo único que buscas es tu compleción, y son ellas las que te completan. (...) La aceptación de tus creaciones es la aceptación de la unicidad de la creación, sin la cual nunca podrías ser completo. (...) Al otro lado del puente [que conduce del mundo al Cielo] se encuentra tu compleción, pues estarás completamente en Dios, (...) y mediante tu compleción le brindarás a Él la Suya. (T.16.IV.8.1-3, 6; 9.1) (Pág. 376)

(6.3) Damos gracias por toda cosa viviente, pues, de otra manera, no estaríamos dando gracias por nada, y estaríamos dejando de reconocer los dones que Dios nos ha dado. 

Estar agradecido a una persona sí y a otra no, es "dar gracias por nada", porque esa manera de agradecimiento refuerza el sistema de pensamiento del ego, el cual no es nada. Una vez más, "cosas vivientes" son cualquier cosa que percibimos en nuestra vida, y nuestra gratitud no es por lo que ellas hacen por nosotros, sino que se dirige a Aquel que nos enseña que nuestras percepciones de separación provienen del sistema de pensamiento ilusorio de la mente. Ahora que somos conscientes de que el problema no es lo que percibimos fuera sino lo de dentro, el pensamiento de separación interno, podemos corregir nuestra decisión errónea. Así que miramos a través de los ojos de Cristo, Cuya visión nos enseña que nuestra compleción radica en "cada cosa viviente":

El Cristo en ti está muy quedo. (...) Él te contempló primero, pero reconoció que no estabas completo. De modo que buscó lo que te completa en cada cosa viviente que Él contempla y ama. Y aún lo sigue buscando, para que cada una pueda ofrecerte el Amor de Dios. (T.24.V.6.1, 7-9) (Pág. 572)

(7) Permitamos, entonces, que nuestros hermanos reclinen su fatigada cabeza sobre nuestros hombros y que descansen por un rato. Damos gracias por ellos. Pues si podemos dirigirlos a la paz que nosotros mismos queremos encontrar, el camino quedará por fin libre y franco para nosotros. Una puerta ancestral vuelve a girar libremente; una Palabra —hace tiempo olvidada— resuena de nuevo en nuestra memoria y cobra mayor claridad al estar nosotros dispuestos a escuchar una vez más.

La "puerta ancestral" es referido a nuestra mente correcta, que había sido cerrada por el odio. Pero al darnos cuenta de que hemos estado equivocados y de que es el Espíritu Santo el que tiene razón, permitimos que esa puerta se abra. Al ayudar a los demás a que encuentren la paz mediante la extensión del perdón a todos sin excepción, reforzamos el perdón y la paz en nosotros mismos. Así salimos del entorno de "Un viejo odio ... [atraviesa] el mundo" (T.30.V.9.1), y entramos al entorno de "El más santo de todos los lugares de la tierra es aquel donde un viejo odio se ha convertido en un amor presente" (T.26.IX.6.1). La muerte del odio permite a nuestro Ser abrir la puerta que conduce a nuestro Ser: el Hijo único de Dios:

Él [Cristo] está junto a la puerta para la que el perdón es la única llave. Dásela a Él para que la use en tu lugar, y verás la puerta abrirse silenciosamente revelándote la radiante faz de Cristo. Contempla a tu hermano ahí, tras la puerta; el Hijo de Dios tal como Él lo creó. (O.2.III.7.6-8) (Pág. 31)

(8.1-2) Recorre, pues, con gratitud el camino del amor. Pues olvidamos el odio cuando dejamos a un lado las comparaciones. 

La auténtica gratitud va acompañada por la unidad del amor, de modo que nuestra mutua gratitud refleja el amor que Jesús nos extiende como una bendición. 

Al Hijo de Dios se le bendice siempre cual uno solo. Y a medida que su gratitud llega hasta ti que le bendijiste, la razón te dirá que es imposible que tú estés excluido de la bendición. La gratitud que él te ofrece te recuerda las gracias que tu Padre te da por haberlo completado a Él. (...) Tu Padre está tan cerca de ti como tu hermano. Sin embargo, ¿qué podría estar más cerca de ti que tu propio Ser? (T.21.VI.10.1-3; 5-6) (Pág. 515)

(8.3-6) ¿Qué podría ser entonces un obstáculo para la paz? El temor a Dios [el último obstáculo] por fin es obliterado, y perdonamos sin hacer comparaciones. Y así, no podemos elegir pasar por alto sólo ciertas cosas, mientras retenemos bajo llave otras que consideramos "pecados". Cuando tu perdón sea total tu gratitud lo será también, pues te darás cuenta de que todas las cosas son acreedoras al derecho a ser amadas por ser amorosas, incluyendo tu propio Ser. 

Mi Ser es pleno amor, y por lo tanto todos comparten [están incluidos en] Su amor como parte del Ser que son. Si alguien cree que está excluido de ese amor, merece que se le recuerde esto. Cuando ataco a otros, les estoy diciendo que no merecen recordar esto. Pero esto significa que he olvidado que al excluirles lo que estoy haciendo es únicamente excluirme a mí mismo —al Hijo único de Dios. Sin embargo, Jesús nunca se cansa de recordarme: 

El Cielo es el regalo que le debes a tu hermano, la deuda de gratitud que le ofreces al Hijo de Dios como muestra de agradecimiento por lo que él es y por aquello para lo que su Padre lo creó. (T.19.IV.D.i.19.6) (Pág. 473)

(9.1-2) Hoy aprendemos a pensar en la gratitud en vez de en la ira, la malicia y la venganza. Se nos ha dado todo. 

El ego nos dice que no se nos ha dado nada y que en nosotros hay una grave carencia, la cual da lugar a las comparaciones y a los regateos o negociaciones que son el sello distintivo de la relación especial. En respuesta a eso, el Espíritu Santo nos enseña pacientemente a reconocer nuestra abundancia, y a cómo entender que el ego enmascara y oculta esa abundancia mediante el ataque: "la ira, la malicia y la venganza": 

En todas las mentes hay un solo Maestro que enseña la misma lección a todo el mundo. Él siempre te enseña la inestimable valía de cada Hijo de Dios, y lo hace con infinita paciencia, nacida del Amor infinito en nombre del cual habla. Todo ataque es un llamamiento a Su paciencia, puesto que Su paciencia puede transformar los ataques en bendiciones. Los que atacan no saben que son benditos. Atacan porque creen que les falta algo. Por lo tanto, comparte tu abundancia libremente y enseña a tus hermanos a conocer la suya. No compartas sus ilusiones de escasez, pues, de lo contrario, te percibirás a ti mismo como alguien necesitado. (T.7.VII.7.2-8) (Pág. 142)

(9.3) Si nos negamos a reconocer esto, ello no nos da derecho a sentirnos amargados o a percibirnos como que estamos en un lugar donde se nos persigue despiadadamente y se nos hostiga sin cesar, o donde se nos atropella sin la menor consideración por nosotros o por nuestro futuro. 

Puede que recuerdes esta importante idea de la lección 166: nunca está justificado percibirnos a nosotros mismos injustamente tratados —abandonados, traicionados o perseguidos. Una declaración así, tomada fuera de contexto, parece de hecho cruel; no es así, sin embargo, si se entiende su punto central: todo esto es elegido —por nosotros mismos. En lugar de gratitud a Dios o al Espíritu Santo por recordarnos nuestra unidad como Cristo, elegimos la ira, la malicia y la venganza, creyendo que nos falta algo que necesitamos. La amnesia surgió conforme negábamos que nos estábamos privando a nosotros mismos al darle la espalda a Dios y a Su Voz, despreciando el tesoro del Cielo para atesorar en su lugar un "yo" separado. Creímos que en nosotros había una insuficiencia, pero escuchando las mentiras del ego concluimos que eso era porque alguien nos había robado nuestro tesoro. Esta percepción errónea justificaba nuestros intentos de recuperarlo, la génesis de la dinámica agresiva del especialismo. Por lo tanto, si nos negamos a reconocer que ya lo tenemos todo, no es culpa de nadie; ni de la sociedad, ni del sistema educativo, ni de nuestros padres, ni de cónyuges, ni de amantes, ni de cuerpos, ni de alguna bacteria. Si sentimos que falta algo en nosotros, es solo porque hemos elegido contra el amor y la abundancia del Cielo: 

La razón de que tengas tan poca fe en ti mismo es que no estás dispuesto a aceptar el hecho de que dentro de ti se encuentra el amor perfecto. (T.15.VI.2.1) (Pág. 348)

Por lo tanto no tenemos derecho a nuestra amargura [o rencor, resentimiento] porque la gente nos importune, o porque nos persigan incansablemente o nos zarandeen sin ninguna consideración por nuestro bienestar. Jesús nos enseña que nuestras quejas y acusaciones no están justificadas porque no son ciertas: nuestros sentimientos, una vez más, provienen de nuestra propia decisión. No obstante, no se nos urge a que abandonemos nuestro sistema de pensamiento de victimización, sino que simplemente se nos pide que no lo justifiquemos, aprendiendo a reconocer el dolor que nos trae —mantenerlo tiene un costo. Recurrir a la ayuda de Jesús nos permite ver lo equivocados que estábamos al creer que éramos víctimas inocentes, pues su amor nos enseña que es únicamente a nosotros mismos a quienes hemos victimizado. Recuerda: 

El secreto de la salvación no es sino éste: que eres tú el que se está haciendo todo esto a sí mismo. (T.27.VIII.10.1) (Pág. 661)

Volveremos a este importante tema en la próxima lección. 

(9.4-6) La gratitud se convierte en el único pensamiento con que sustituimos estas percepciones descabelladas. Dios ha cuidado de nosotros y nos llama Su Hijo. ¿Puede haber algo más grande que eso? 

La manera de reconocerme a mí mismo como el Hijo de Dios es mediante la práctica diaria del principio de la unidad —sobre todo cuando me siento tentado a creer que otros están contra mí, o que tienen algo que necesito. La gratitud, una vez más, no es por lo que recibo, sino por el reconocimiento de que somos uno. Por lo tanto, me siento agradecido por las oportunidades que me proveen mis percepciones erróneas, porque ellas me posibilitan entender que hay otra manera de mirar lo que estoy viendo. De este modo el especialismo que mi ego usaba para atacar se convierte en la manera en que Jesús me enseña a perdonar. Además, mi súplica de hallar "otra manera" me puso en contacto con el amor de Jesús, la otra manera de mirar. Así que me siento agradecido por el aula y por el maestro que me recuerda quién soy, deshaciendo todas las percepciones de victimización y guiándome hacia el Dios Cuyo Amor siempre he buscado. 

Confía en Él, Cuya Voz escuchaste, y no pienses que Él no oye tu asustada voz que llama llorosa en un susurro agonizante... No pierdas la esperanza en Aquel que te ama con un Amor eterno; Aquel que conoce tu necesidad y te observa y te cuida en toda circunstancia, en constante vigilancia de tu bienestar. 

No te olvides de Su agradecimiento, y comprende que la gratitud de Dios sobrepasa todas las cosas que el mundo puede ofrecer, pues Sus Regalos perdurarán eternamente en Su Corazón y en el nuestro. Sé agradecido por Su Amor y por Sus cuidados... 

Y así nuestro Padre Mismo nos dice: 

Tú eres Mi Hijo... Ven... abre tu corazón y déjame brillar sobre ti... Tú eres Mi luz y Mi morada... Te llamo amorosamente, tal como tú Me responderás... Recuerda el amor, tan cercano que no puedes dejar de tocar su corazón porque late en ti. (The Gifts of God, pp. 127-28) 

(10.1-2) Nuestra gratitud allanará el camino que nos conduce a Él y acortará la duración de nuestro aprendizaje, mucho más de lo que jamás podrías haber soñado. La gratitud y el amor van de la mano, y allí donde uno de ellos se encuentra, el otro no puede sino estar. 

El Amor es la perfecta Unidad de Dios y Cristo, en la cual nadie está excluido. Por lo tanto, observa cómo excluyes a algunas personas y luego justificas el ataque. Observa la tentación de encontrar aliados y de conectar tu gratitud al sentimiento de que se te daba la razón. Entonces da el siguiente paso y date cuenta de cuán infeliz te hace eso al final —el especialismo no es lo que tú pensabas, pues no te dio lo que querías. No estudias Un Curso de Milagros para ser más feliz en el sueño —la meta del especialismo— sino para dar los pequeños pasos del perdón, que te guiarán a despertar del sueño. Sin embargo este camino del perdón requiere disciplina y diligencia para supervisar tus pensamientos egoicos, pues la resistencia al amor es grande.

(10.3) Pues la gratitud no es sino un aspecto del Amor, que es la Fuente de toda la creación. 

La gratitud, en este sentido, no forma parte del ámbito de Dios, sino que es aquí una corrección para la falta de gratitud del ego. Es un aspecto —o reflejo de la mente correcta— de Su Amor. 

(10.4) Dios te da las gracias a ti, Su Hijo, por ser lo que eres: Su Propia compleción y la Fuente del amor junto con Él. 

Huelga decir que Dios no da las gracias. Estos son pensamientos agradables y reconfortantes que verbalizan un amor que trasciende nuestra comprensión, y de lo cual encontramos eco en "The Gifts of God" ["Los Regalos de Dios"]:

No hay regalo de fe que Dios no acepte con gratitud. Él ama a Su Hijo. Y al igual que Él le da [a Su Hijo] Sus regalos, también está agradecido por los regalos que Su Hijo le da a Él. La gratitud es la canción del regalo del Cielo, la armonía unificada que es cantada por toda la creación en sincronía con su Creador. Pues la gratitud es amor expresado en unión; la precondición necesaria para la extensión y el requisito para la paz (The Gifts of God, p. 123).

(10.5-6) Tu gratitud hacia Él es la misma que la Suya hacia ti. Pues el amor no puede recorrer ningún camino que no sea el de la gratitud, y ése es el camino que recorremos los que nos encaminamos hacia Dios. 

Si eres realmente sincero con tu intención de volver a casa, serás sincero al practicar el perdón por medio del cual lograrás dicha meta. Cuando te sientas tentado de decir que el perdón es demasiado difícil de lograr, recuerda al que te lo pide, que te dice que tú puedes. Date cuenta de que tus ingratas protestas reflejan tu actitud de considerarte a ti mismo como más sabio que Jesús. Al final, nuestro agradecimiento es para Dios, Cuyo Amor nos enseña a mirar de un modo diferente a todas las personas y cosas de este mundo. Concluimos con estas hermosas líneas de gratitud de "The Gifts of God" ["Los Regalos de Dios"]

Niño del Amor Eterno, ¿qué regalo puede haber que tu Padre quiera de ti, sino tú mismo? ¿Y qué hay que tú quieras dar, para que haya lo que tú quisieras tener? Has olvidado Quién eres en realidad... Escucha la llamada del amor al amor, por amor, enamorado de ti, y que aumenta el amor sobre ti para corresponder al regalo que Dios te ha dado y que tú le has dado a Él con gratitud (The Gifts of God, p. 125).

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Fuente: Journey Through the Workbook of a Course in Miracles, de Ken Wapnick.

Índice de capítulos traducidos en este blog, aquí: link-indice.

sábado, 22 de noviembre de 2014

L-197 Journey ... de Ken Wapnick

Como ya indiqué en el post índice, los comentarios de Ken Wapnick son los que he puesto en color verde:

Lección 197 — No puede ser sino mi propia gratitud la que me gano

Además de continuar con el tema de la lección anterior, esta lección elabora algunas de las ideas que vimos en la lección 195, incluyendo la unidad de la gratitud y el amor, que es una unidad que refleja la Unidad de nuestra realidad en el Cielo. 

(1.1) He aquí el segundo paso que damos en el proceso de liberar a tu mente de la creencia en una fuerza externa enfrentada a la tuya. 

El quid de la estrategia del ego es hacernos creer, más allá de cualquier duda, que hay fuerzas externas enfrentadas contra nosotros.

(1.2-4) Tratas de ser amable y de perdonar. Pero si no recibes muestras de gratitud procedentes del exterior y las debidas gracias, tus intenciones se convierten de nuevo en ataques. Aquel que recibe tus regalos los tiene que recibir con honor, o de lo contrario, se los quitas. 

Esta es la versión del ego de dar, la esencia de la relación especial: dar para obtener algo a cambio. Con este fin, yo voy a comportarme amablemente contigo, perdonándote y cualquier otra cosa que quieras, pero a cambio te exijo tu gratitud, tu lealtad, tu amor y tu atención. Jesús expone la naturaleza de este dar: si echo en falta tu gratitud hacia mí, veamos qué rapidamente me vuelvo frío y resentido, lo cual quiere decir que había una ingeniosa trampa en mi dar. En otras palabras, si demuestras no ser digno de mi regalo, te lo quito y me lo quedo. A fin de cuentas yo hice mi parte —siendo amoroso, dadivoso, amable y generoso— pero tú no has sido suficientemente agradecido. Tomando prestada (del Canto de la Oración) la frase del "perdón-para-destruir", podemos decir que esto sería algo así como un "dar-para-destruir", y vamos a volver a este tema más adelante. Por ahora releamos la siguiente descripción del Texto sobre la versión del ego de dar —es decir, regatear, negociar—, en contraste con el dar ilimitado del Cielo, que refleja su Unicidad: 

El ego (...) siempre exige derechos recíprocos, ya que es competitivo en vez de amoroso. Está siempre dispuesto a hacer tratos, pero no puede comprender que ser igual a otro significa que no es posible hacer ningún trato al respecto. Para ganar tienes que dar, no regatear. Regatear es imponer límites en lo que se da, y eso no es la Voluntad de Dios. (...) Dios no limita en modo alguno Sus regalos. (T.7.I.4.1-4, 6) (Pág. 125)

Esto no significa que las personas no deberían ser agradecidas hacia nosotros apreciando nuestros gestos, pero deberían serlo para su propio beneficio, no el nuestro. Simplemente hemos de dejar que el amor de Jesús se extienda a través de nosotros, y permitir que eso suceda es nuestro único interés. No nos preocupamos por las reacciones de los demás a este regalo. 

(1.5) Y así, consideras que los dones de Dios son, en el mejor de los casos, préstamos; y en el peor, engaños que te roban tus defensas para garantizar que cuando Él dé Su golpe de gracia, éste sea mortal. 

Pienso en secreto que los regalos de Dios no son eternos ni totalmente amorosos. Que con estos regalos me exige algo, y si no le doy a Él lo que quiere, sin duda Él me matará. Por lo tanto debo mantener mis defensas, pues si admito a Dios en mi vida tendré que darLe mi ego, y eso me dejaría totalmente vulnerable e indefenso ante Su ataque para destruir mi pecaminoso ser, como leemos a continuación: 

El pecado no es ni siquiera un error, pues va más allá de lo que se puede corregir al ámbito de lo imposible. Pero la creencia de que es real ha hecho que algunos errores parezcan estar por siempre más allá de toda esperanza de curación y ser la eterna justificación del infierno. Si esto fuese cierto, lo opuesto al Cielo se opondría a él y sería tan real como él. Y así, la Voluntad de Dios estaría dividida en dos, y toda la creación sujeta a las leyes de dos poderes contrarios, hasta que Dios llegase al límite de Su paciencia, dividiese el mundo en dos y se pusiese a Sí Mismo a cargo del ataque. De este modo Él habría perdido el juicio, al proclamar que el pecado ha usurpado Su realidad y ha hecho que Su Amor se rinda finalmente a los pies de la venganza. (T.26.VII.7.1-5) (Pág. 624)

Lo que pienso acerca de Dios se manifiesta tanto en mis relaciones santas como en mis relaciones especiales, pues lo que creo que es cierto de Él, igualmente creo que es cierto de todos a quienes encuentro en mi vida: 

Él [tu hermano] representa a su Padre, a Quien ves ofreciéndote tanto vida como muerte. 

(...) los regalos que crees que tu hermano te ofrece representan los regalos que sueñas que tu Padre te hace a ti. (T.27.VII.15.7; 16.2) (Pág. 658)

(2.1) ¡Cuán fácilmente confunden a Dios con la culpabilidad los que no saben lo que sus pensamientos pueden hacer! 

En la sección "La ilusión del ego-cuerpo", Jesús habla de la locura de un sistema de pensamiento que no puede distinguir entre los Pensamientos de Dios y los pensamientos del cuerpo. El ego nos dice que debemos tener miedo de Dios y del cuerpo. ¡Cuán loco hay que estar para tener miedo de dos cosas que son mutuamente excluyentes, dice Jesús, pues acabamos teniendo miedo del amor y de la culpa! Así que confundimos a Dios y el cuerpo, creyendo que ambos nos harán daño. Aquí tenemos el pasaje pertinente: 

Una de las causas principales del estado de desequilibrio del ego es su falta de discernimiento entre lo que es el cuerpo y lo que son los Pensamientos de Dios. Los Pensamientos de Dios son inaceptables para el ego porque apuntan claramente al hecho de que él no existe. El ego, por lo tanto, los distorsiona o se niega a aceptarlos. Pero no puede hacer que dejen de existir. El ego, por consiguiente, trata de ocultar no sólo los impulsos "inaceptables" del cuerpo, sino también los Pensamientos de Dios, ya que ambos suponen una amenaza para él. Dado que lo que básicamente le preocupa es su propia supervivencia ante cualquier amenaza, el ego los percibe a ambos como si fueran lo mismo. Y al percibirlos así, evita ser aniquilado, como de seguro lo sería en presencia del conocimiento. 

Cualquier sistema de pensamiento que confunda a Dios con el cuerpo no puede por menos que ser demente. Sin embargo, esa confusión es esencial para el ego, que juzga únicamente en función de lo que supone o no una amenaza para él. En cierto sentido su temor a Dios es cuando menos lógico, puesto que la idea de Dios hace que el ego se desvanezca. Pero que le tenga miedo al cuerpo, con el que se identifica tan íntimamente, no tiene ningún sentido. (T.4.V.2-3) (Pág. 72)

(2.2) Niega tu fortaleza, y la debilidad se vuelve la salvación para ti. 

Cuando niego la fortaleza de Cristo, me vuelvo dependiente únicamente de la debilidad del ego, la cual por un lado se me ha dicho que es fortaleza. Por otro lado, sin embargo, el ego me lleva a reforzar mi debilidad mediante el robo de lo que percibo como fortaleza en otras personas. Ese es el aspecto caníbal del especialismo, vívidamente descrito en el siguiente pasaje del Texto

Piensas que estás más a salvo dotando al pequeño yo que inventaste con el poder que le arrebataste a la verdad al vencerla y dejarla indefensa. Observa la precisión con que se ejecuta este rito en la relación especial. Se erige un altar entre dos personas separadas, en el que cada una intenta matar a su yo e instaurar en su cuerpo otro yo que deriva su poder de la muerte del otro. Este rito se repite una y otra vez. (...)

(...) La relación especial debe reconocerse como lo que es: un rito absurdo en el que se extrae fuerza de la muerte de Dios y se transfiere a Su asesino como prueba de que la forma ha triunfado sobre el contenido y de que el amor ha perdido su significado. (T.16.V.11.3-6; 12.4) (Pág. 381)

Este sistema de pensamiento demente nunca ha abandonado su fuente en la mente que cree que realmente ha matado a Dios y vive de Su fortaleza. Sin embargo, su subyacente debilidad es reforzada por la culpa, la cual para el ego es su única fuerza real. 

(2.3-4) Considérate cautivo, y los barrotes se vuelven tu hogar. Y no abandonarás la prisión, ni reivindicarás tu fortaleza mientras creas que la culpabilidad y la salvación son la misma cosa, y no percibas que la libertad y la salvación son una, con la fortaleza a su lado, para que las busques y las reivindiques, y para que sean halladas y reconocidas plenamente. 

Recuerda la lección 39, "Mi santidad es mi salvación", en la que Jesús habló de nuestra confusión acerca de la culpa y de la santidad, equiparamos así la culpa con la salvación. Él señala lo mismo aquí, y eso explica lo atractiva que resulta la culpa para el ego. El primer nivel defensivo del ego consiste en hacer la culpa real, porque esto confirma la realidad de la separación. A continuación proyecto la culpa y la veo en ti, lo cual es el segundo nivel defensivo. Por lo tanto me siento tentado a encontrar la culpa en los demás porque eso me deja libre de culpa —el primer obstáculo para la paz. Esta dinámica se convierte en la fuente de mi "fortaleza", la cual no alcanzo a reconocer como aprisionamiento —cuando te ataco y te aprisiono, estoy siendo aprisionado yo también. Parecemos estar situados uno a cada lado de los barrotes, pero en realidad estamos ambos aprisionados por el sistema de pensamiento de la culpa y el castigo. 

(3.1-2) El mundo no puede sino darte las gracias cuando lo liberas de tus ilusiones. Mas tú debes darte las gracias a ti mismo también, pues la liberación del mundo es sólo el reflejo de la tuya propia. 

Esto es así debido a que la mente y el mundo son uno. Cuando sano mi mente al pedirle ayuda a Jesús, el mundo queda también sanado en consecuencia, ya que no hay un mundo separado de mis pensamientos. Por lo tanto cuando cambio mi mente me siento agradecido al "tomador-de-decisiones" que se dio cuenta de su error. Mi gratitud hacia Jesús o hacia el Espíritu Santo —importante de sentir para mí— es un reflejo de la gratitud hacia mí mismo por haber tomado la decisión correcta. Elegí contra Ellos; puedo cambiar mi mente y elegir a favor de Ellos. 

(3.3-5) Tu gratitud es todo lo que requieren tus regalos para que se conviertan en la ofrenda duradera de un corazón agradecido, liberado del infierno para siempre. ¿Es esto lo que quieres impedir cuando decides reclamar los regalos que diste porque no fueron honrados? Eres tú quien debe honrarlos y dar las debidas gracias, pues eres tú quien ha recibido los regalos. 

Me siento agradecido porque decidí darme cuenta de la locura del sistema de pensamiento del ego, liberándome así del infierno. Los regalos que te ofrezco, por lo tanto, no son realmente para ti, sino que son regalos que me hago a mí mismo —tú simplemente eres una parte separada de mí. No tiene importancia si la figura que en mi sueño llamo "tú" expresa agradecimiento o no. Lo que se requiere es mi gratitud por los regalos que doy, no la tuya. Puede ser importante que tú experimentes gratitud, pero eso no tiene nada que ver conmigo. Me doy cuenta de que si lo que doy es verdaderamente un regalo de amor, el regalo es el amor de Jesús que elegí en mi mente que se extendiera a través de mí. El resultado final de esa extensión no es asunto mío. Mi tarea es simplemente elegir el milagro. Lo que suceda tras mi decisión es irrelevante para mí. Recordemos: 

La extensión de la santidad no es algo que te deba preocupar, pues no comprendes la naturaleza de los milagros. Tampoco eres tú el que los obra. Esto lo demuestra el hecho de que los milagros se extienden más allá de los límites que tú percibes. ¿Por qué preocuparte por cómo se va a extender el milagro a toda la Filiación cuando no entiendes lo que es el milagro? (T.16.II.1.3-6) (Pág. 368)

(4) ¿Qué importa si otro piensa que tus regalos no tienen ningún valor? Hay una parte en su mente que se une a la tuya para darte las gracias. ¿Qué importa si tus regalos parecen haber sido un desperdicio y no haber servido de nada? Se reciben allí donde se dan. Mediante tu agradecimiento se aceptan universalmente, y el Propio Corazón de Dios los reconoce con gratitud. ¿Se los quitarías cuando Él los ha aceptado con tanto agradecimiento? 

No importa si los demás aprecian tus regalos —una parte de sus mentes sí lo hace. Es por esto por lo que en la lección 181 se nos pide que confiemos en nuestros hermanos, quienes son uno con nosotros. El ego de nuestro hermano no es uno con nosotros, al igual que nuestro ego no es uno con él [con nuestro hermano]. Más bien, lo que hacemos es confiar en que la luz de Cristo brille en nuestro hermano, a pesar de su ego, reforzando el hecho de que la misma luz brilla también en nosotros, a pesar de nuestro deseo de ser especial. De manera que nos sentimos agradecidos por la verdad de la Expiación, según la cual somos uno con nuestros hermanos, en una unión en la que recordamos nuestra unidad con Dios, reconociendo el Corazón de Dios Mismo. 

Nuestros regalos son recibidos en la mente del Hijo de Dios porque se dan en la mente del Hijo de Dios, que es una. Cuando estamos dando a través del instante santo que viene de haber elegido a Jesús como nuestro maestro, recordamos que somos este Hijo, y consecuentemente sabemos que somos únicamente nosotros mismos tanto quienes damos como quienes recibimos, de modo que nos damos a nosotros mismos, de nosotros mismos —dar y recibir son inseparables. Es por eso por lo que no es sino nuestra propia gratitud la que nos ganamos —la gratitud del Hijo de Dios. No es importante si reconocemos esto concretamente o no, hay una parte de nosotros que ya lo ha reconocido. 

Esta misma idea, por cierto, subyace en algunos pasajes del Manual que tratan sobre la sanación, concretamente en aquellos en los que Jesús comenta si la curación debería repetirse o no (M-7). Su respuesta es que "no", porque cuando ofrecemos una sanación esta es aceptada. En ese contexto, Jesús hace la aparentemente estrafalaria afirmación de que estar constantemente preocupados por alguien es en realidad un ataque, no una expresión de amor. Al estar preocupado ves a la otra persona como diferente de ti, parte del detestable sueño de separación del ego, que nace de la falta de confianza en la Expiación del Espíritu Santo: 

Una de las tentaciones más difíciles de reconocer es que dudar de la curación debido a que los síntomas siguen estando presentes es un error que se manifiesta en forma de falta de confianza. Como tal, es un ataque. Normalmente parece ser justamente lo contrario. No parece razonable, en un principio, que se nos diga que preocuparnos continuamente es un ataque. Tiene todas las apariencias de ser amor. Mas el amor sin confianza es imposible, ya que la duda y la confianza no pueden coexistir. Y el odio es lo opuesto al amor, sea cual sea la forma en que se manifieste. No dudes del regalo y te será imposible dudar de sus resultados. (M.7.4.1-8) (Págs. 25 y 26)

Cuando ofreces sanación esta es recibida; encontramos aquí el mismo principio del que estábamos hablando, que la mente del Hijo de Dios es una. Toda sanación y perdón es un ofrecimiento que te haces únicamente a ti mismo, porque no hay nadie más. Estar preocupado por las palabras o acciones de otros es parte del plan del ego para desviarnos de la Unidad del Cielo. No podrás entender esta enseñanza ni su aplicación personal si no entiendes la metafísica subyacente en esta enseñanza. Si no sabes que en el Cielo somos uno como Cristo, y que en este mundo somos uno como un solo ego, este tipo de declaraciones no tendrán sentido, pues pensarás que Jesús está diciendo alguna otra cosa en lugar de lo que realmente dice con sus palabras y su enseñanza. 

(5.1-2) Dios bendice cada regalo que le haces, y todo regalo se le hace a Él porque sólo te los puedes hacer a ti mismo. Y lo que le pertenece a Dios no puede sino ser Suyo. 

El razonamiento implícito en esta afirmación es que cuando doy es a mí mismo a quien le doy, porque yo soy la mente única del único Hijo de Dios, el cual es uno con su Fuente. Este tema de la unidad es crucial, pues deshace la creencia en la separación, en la que descansa el ego y su mundo. Deshacemos su sistema de pensamiento al reflejar aquí la unidad con el Cielo, aprendiendo que todos compartimos el objetivo de volver a nuestra inocencia como parte de la perfecta y brillante creación de Dios: 

El único regalo que el Padre te pide es que no veas en la creación más que la esplendorosa gloria del regalo que Él te hizo. Contempla a Su Hijo, Su regalo perfecto, en quien su Padre refulge eternamente, y a quien toda la creación le ha sido dada como propia. Y puesto que él dispone de ella se te da a ti. Por lo tanto, contempla tu paz allí donde la creación se encuentra en él. La calma que te rodea mora en él, y de esa quietud emanan los sueños felices en los que vuestras manos se unen candorosamente [candorosamente = "in innocence" = "en inocencia"]. (T.29.V.5.1-4) (Pág. 692)

(5.3) Pero mientras perdones sólo para volver a atacar, jamás te darás cuenta de que Sus regalos son seguros, eternos, inalterables e ilimitados; de que dan perpetuamente, de que extienden amor y de que incrementan tu interminable júbilo.

Jesús describe el "perdón-para-destruir" y el "dar-para-destruir" y nos pide que seamos conscientes del deseo de ser especial del ego; la señal que delata eso es la percepción de separación y diferencias que fomenta esta dinámica, como leemos ahora: 

El perdón-para-destruir adopta muchas formas, al ser un arma del mundo de las formas. No todas son obvias, y algunas se ocultan cuidadosamente bajo lo que aparenta ser caridad. Pero todas las formas que parece adoptar tienen una sola meta: separar y hacer que lo que Dios creó igual sea diferente. (O.2.II.1.1-3) (Pág. 25)

Por lo tanto, sé sagaz para detectar cualquier trampa sutil en tu trato amoroso y servicial hacia los demás. Y si descubres la trampa de la separación, no saltes a lo loco sobre ti mismo sintiéndote culpable, sino que debes decirle a Jesús: "Aquí estoy una vez más, tratando de sustituir tu amor para poner en su lugar el mío. Ahora me doy cuenta de que esto no me va a hacer feliz". ¿Pero cómo podrás decirle eso a él sin primero darte cuenta de lo que estás haciendo? Presta cuidadosa atención y sé consciente de lo que pierdes cuando das con el objetivo de sentirte especial: quiero gustarte y que me aprecies y me ames, y entonces yo seré amable y servicial. Sin embargo, si estás siendo verdaderamente amable y servicial es porque has permitido que el amor de Jesús fluya a través de ti. Con tal actitud no hay apego a la forma ni a los resultados, y ciertamente no hay apego a que se nos agradezca externamente. Lo que permanece es la gratitud a ti mismo por haber dado la bienvenida al amor y que retorne a tu vida. 

(6.1) Retira los regalos que has hecho y pensarás que lo que se te ha dado a ti se te ha quitado. 

Aunque no se ha usado la palabra "proyección", eso es lo que Jesús describe ahí. Si retiro los regalos que te he hecho, voy a sentirme culpable por mi ataque, rememorando de este modo el ataque original de cuando creí que me retiré de los regalos de amor de Dios. Proyecto mi culpa abrumadora, y por lo tanto inaceptable, creyendo de esta manera que Dios está retirando Sus regalos de mí. En mi vida personal manifiesto esta dinámica en la creencia de que la gente me va a hacer lo que secretamente me acuso a mí mismo de hacerles a ellos. Si yo retengo mi amor sin darlo a los demás, esperaré que ellos retengan su amor de mí, y descubriré fácilmente muchas situaciones —reales o de otro tipo— que demostrarán que tengo razón y que Jesús se equivoca. Es como si fuera corriendo hacia él y le dijera: "Para tu información, déjame mostrarte cómo es la gente de insensible; lo desagradables, fríos y desagradecidos que son". Este pasaje previamente citado resume sucintamente la dinámica básica del ego de pecado, culpa y proyección: 

El ataque nunca podría suscitar más ataques si no lo percibieses como un medio para privarte de algo que deseas. Sin embargo, no puedes perder algo a no ser que no lo valores, y que, por lo tanto, no lo desees. Esto hace que te sientas privado de ello, y, al proyectar tu propio rechazo, crees entonces que son otros los que te lo están quitando a ti. No podrás por menos que sentirte atemorizado si crees que tu hermano te está atacando para arrebatarte el Reino de los Cielos. Ésta es la base fundamental de todas las proyecciones del ego. 

(...) Al proyectar su creencia demente de que tú has traicionado a tu Creador, el ego cree que tus hermanos, que son tan incapaces de ello como tú, están intentando desposeerte de Dios. Siempre que un hermano ataca a otro, eso es lo que cree. La proyección siempre ve tus deseos en otros. Si eliges separarte de Dios, eso es lo que pensarás que otros están haciendo contigo. (T.7.VII.8; 9.2-5) (Págs. 142 y 143)

Sin embargo, la única respuesta de Jesús a mis acusaciones es una suave palmadita en el hombro, diciendo: "Hermano mío, mira a esto de nuevo. Crees que eres tú el que es insensible, desagradable, frío y desagradecido". Recordemos la correción que hace el Espíritu Santo de nuestra ira, del Manual para el maestro, una corrección que deshace suavemente la culpa que dio origen a nuestra ira proyectada: 

Confundes tus interpretaciones con la verdad, y te equivocas. Mas un error no es un pecado ni tus errores han derrocado a la realidad de su trono. Dios reina para siempre, y sólo Sus leyes imperan sobre ti y sobre el mundo. Su Amor sigue siendo lo único que existe. El miedo es una ilusión, pues tú eres como Dios. (M.18.3.7-12; cursivas omitidas) (Pág. 54)

(6.2-3) Mas si aprendes a dejar que el perdón desvanezca los pecados que crees ver fuera de ti, jamás podrás pensar que los regalos de Dios son sólo préstamos a corto plazo que Él te arrebatará de nuevo a la hora de tu muerte. Pues la muerte no tendrá entonces ningún significado para ti. 

Casi todo el mundo cree que Dios nos da la vida y cuando lo estima oportuno nos la quita. He aquí una descripción de la despiadada locura de Dios: 

Si el universo que percibimos fuese tal como Dios lo creó, sería imposible pensar que Dios es amoroso. Pues aquel que ha decretado que todas las cosas mueran y acaben en polvo, desilusión y desesperanza, no puede sino inspirar temor. Tu insignificante vida está en sus manos, suspendida de un hilo que él está listo para cortar sin ningún remordimiento y sin que le importe, tal vez hoy mismo. Y aun si esperase, el final es seguro de todas formas. (M.27.2.1-4) (Pág. 72)

En lo profundo de nuestras mentes, por tanto, el ego nos asegura que la inevitabilidad de la muerte es la prueba de que hemos pecado, y es por eso por lo que Dios nos trata tan severamente. Cuando nos damos cuenta de lo que estamos haciendo y lo infelices que eso nos hace, suplicamos: "Tiene que haber otra manera y otro maestro". Así que vamos hacia dentro y le pedimos ayuda a Jesús, mirándolo todo de manera diferente y sin preocuparnos por los resultados. ¿Cómo puede algo preocuparnos cuando sentimos el amor y la paz que vienen de fuera del mundo de la ilusión? Esa es la petición que Jesús nos hace aquí. 

(7.1-2) Y con el fin de esta creencia, el miedo se acaba también para siempre. Dale gracias a tu Ser por esto, pues Él sólo le está agradecido a Dios, y se da las gracias a Sí Mismo por ti. 

El "tú" al que Él le agradece es el tomador-de-decisiones que le elige a Él. Esto es similar a lo que vimos en la lección 182, en la que el pequeño Niño nos agradece que Le llevemos a casa. Obviamente no es a Cristo a Quien llevamos de vuelta a casa, sino a nosotros mismos.

(7.3) Cristo aún habrá de venir a todo aquel que vive, pues no hay nadie que no viva y que no se mueva en Él. 

La frase final está tomada de la afirmación de San Pablo en los Hechos de los Apóstoles (17:28). Es citada varias veces en Un Curso de Milagros, y la veremos de nuevo en la lección 222. El punto clave es la unidad de la creación, que se refleja en la mente-aparentemente-separada de todos. Así que Jesús dice: "a todo aquel que vive, Cristo aún habrá de venir" —¡Ya ha venido! 

(7.4-5) Su Ser descansa seguro en Su Padre porque la Voluntad de Ambos es una. La gratitud que Ambos sienten por todo lo que han creado es infinita, pues la gratitud sigue siendo parte del amor. 

No hay división en el Cielo, y por lo tanto toda la división de aquí es ilusoria. Leamos la gozosa aclamación que hace Jesús de esta feliz verdad: 

La Unicidad de Dios y la nuestra no están separadas porque Su Unicidad incluye la nuestra. Unirte a mí es restituir Su poder en ti toda vez que es algo que compartimos. Te ofrezco únicamente el reconocimiento de Su poder en ti, pero en eso radica toda la verdad. A medida que tú y yo nos unimos, nos unimos a Él. ¡Gloria a la unión de Dios con Sus santos Hijos! Toda gloria reside en Ellos porque están unidos. Los milagros que obramos dan testimonio de lo que la Voluntad del Padre dispone para Su Hijo, y de nuestro gozo al unirnos a lo que Su Voluntad dispone para nosotros. (T.8.V.3) (Pág. 163)

(8.1-2) Gracias te sean dadas a ti, el santo Hijo de Dios. Pues tal como fuiste creado, albergas dentro de tu Ser todas las cosas.

En la lección 195 vimos el significado de "cosas vivientes". Al decir "albergas dentro de tu Ser todas las cosas" Jesús enseña que los fragmentos separados de la Filiación están contenidos en cada uno de nosotros. Solo necesito elegir estar con él, y en ese instante santo yo me convierto en el recuerdo de Cristo, en el cual me doy cuenta de la unidad del Hijo de Dios. Recordemos esta oración que le hace Jesús a Dios en nuestro nombre: 

Te doy las gracias, Padre, sabiendo que Tú vendrás a salvar cada diminuta brecha que hay entre los fragmentos separados de Tu santo Hijo. Tu santidad, absoluta y perfecta, mora en cada uno de ellos. Y están unidos porque lo que mora en uno solo de ellos, mora en todos ellos. ¡Cuán sagrado es el más diminuto grano de arena, cuando se reconoce que forma parte de la imagen total del Hijo de Dios! Las formas que los diferentes fragmentos parecen adoptar no significan nada, pues el todo reside en cada uno de ellos. Y cada aspecto del Hijo de Dios es exactamente igual a todos los demás. (T.28.IV.9) (Pág. 676)

(8.3) Y aún eres tal como Dios te creó. 

Independientemente de las mentiras del ego, el hecho es que la unidad de mi Ser nunca ha cambiado. Sigo siendo el Hijo impecable [inocente; libre de pecado] que Dios creó, como nos lo recuerda serenamente "Nuestro pan de cada día" de Helen: 

Permítaseme que este día se presente sosegadamente
con solo pensamientos de impecabilidad, por medio de los cuales
contemplar el mundo. Permítaseme hoy
observar el mundo tal como a Ti te gustaría que sea, 
porque soy tal como Tú me creaste. 
Acepto esto hoy. Y a medida que el día
llega a su final, todos los pensamientos despiadados
han desaparecido, y la noche llega serenamente
para bendecir un día que comienza sosegadamente,
y que termina en el perdón del Hijo de Dios. 
(The Gifts of God, p.5) 

(8.4-5) No puedes atenuar la luz de tu perfección. En tu corazón se encuentra el Corazón de Dios Mismo. 

En mi mente recta, la cual es el significado que le da Jesús al término "corazón", se encuentra el recuerdo del Corazón de Dios. Yo me doy cuenta de que los dos son uno, y en esa experiencia el mundo desaparece junto con la mente separada, y me encuentro de vuelta en el Corazón del que nunca me fui. 

(8.6-7; 9.1-2) Él te aprecia porque tú eres Él. Eres digno de toda gratitud por razón de lo que eres. 

Da gracias según las recibes. No abrigues ningún sentimiento de ingratitud hacia nadie que complete tu Ser. 

Observa tu ingratitud, y date cuenta de que si te sientes tratado injustamente, estás afirmando que otros son diferentes y separados de ti. Y así estás crucificando una vez más a Cristo y Su perfecta Unidad. Por lo tanto, cuando te descubras a ti mismo tentado de excluir a alguien de Su Amor, date cuenta de que le estás haciendo eso a tu Ser, y te habrás ganado felizmente tu propia gratitud. 

(9.3-4) Y nadie está excluido de ese Ser. Da gracias por los incontables canales que extienden ese Ser. 

Estos "incontables canales" son todo lo que percibimos como estando fuera de nosotros, pues cada uno contiene el recuerdo del Amor de Dios que está dentro de nosotros, el cual recordamos gracias al perdón. Empezamos con nuestros hermanos y finalizamos con gratitud con nosotros mismos, el único regalo verdadero que podemos dar a nuestro Ser. Recordemos el final del poema de Helen, titulado "Él pide únicamente esto", que describe el regalo a Dios que es nuestro perdón: 

Pues dentro de mí queda todavía un regalo
que aún es digno de serle dado a Él.
Permítaseme perdonarme a mí mismo. Pues eso es todo
lo que Él pide y necesita. Y Él aceptará este regalo, 
y se lo llevará a Su Padre. 
(The Gifts of God, p. 37)

(9.5-6) Todo lo que haces se le da a Él. Lo único que piensas son Sus Pensamientos, ya que compartes con Él los santos Pensamientos de Dios. 

Una bonita manera de hablar de la perfecta Unidad.

(9.7) Gánate ahora la gratitud que te negaste al olvidar la función que Dios te dio. 

La función que Dios nos ha dado en el Cielo es crear, y en este mundo perdonar: 

El Espíritu Santo lo perdona todo porque Dios lo creó todo. No trates de asumir Su función, o te olvidarás de la tuya. Acepta únicamente la función de sanar mientras estés en el tiempo porque para eso es el tiempo. Dios te encomendó la función de crear en la eternidad. No necesitas aprender cómo crear, pero necesitas aprender a desearlo. Todo aprendizaje se estableció con ese propósito. Así es como el Espíritu Santo utiliza una capacidad que tú inventaste, pero que no necesitas. ¡Ponla a Su disposición! (T.9.III.8.1-8) (Pág. 186)

Y de este modo estaremos ganándonos nuestra propia gratitud mientras recibimos agradecidamente la del Cielo. 

(9.8) Pero nunca pienses que Él ha dejado de darte las gracias. 

Una vez más, no es que Dios nos dé literalmente las gracias. Esta declaración simplemente expresa la verdad de que siempre somos parte de Dios y Él parte de nosotros —la unidad de Su Amor es nuestra realidad como Cristo. Jesús habla de gratitud debido a la falta de gratitud que hay aquí, y él requiere que nos volvamos cada vez más conscientes de esta ingratitud hacia nuestros hermanos, así como de las aulas en las que aprendemos a recordar quiénes somos como el Hijo único de Dios. Por lo tanto a lo largo del día necesitamos darnos cuenta de lo mucho que deseamos alejarnos de esta verdad porque nos da miedo, y de la alegría de nuestra gratitud cuando la aceptamos. Concluimos con el siguiente pasaje del Texto, que resume muy bien nuestro último punto, así como la totalidad de la lección: 

¿Cómo no iba a complacer al Señor de los Cielos que aprecies Su obra maestra? ¿Qué otra cosa podría hacer sino darte las gracias a ti que amas a Su Hijo como Él lo ama? ¿No te daría a conocer Su Amor, sólo con que te unieses a Él para alabar lo que Él ama? Dios ama la creación como el perfecto Padre que es. Y de esta manera, Su alegría es total cuando cualquier parte de Él se une a Sus alabanzas y comparte Su alegría. Este hermano es el perfecto regalo que Él te hace. Y Dios se siente feliz y agradecido cuando le das las gracias a Su perfecto Hijo por razón de lo que es. Y todo Su agradecimiento y felicidad refulgen sobre ti que haces que Su alegría sea total, junto con Él. Y así, tu alegría se vuelve total. Aquellos cuya voluntad es que la felicidad del Padre sea total, y la suya junto con la de Él, no pueden ver ni un solo rayo de obscuridad. Dios Mismo ofrece Su gratitud libremente a todo aquel que comparte Su propósito. Su Voluntad no es estar solo. Ni la tuya tampoco. 

Tu hermano y tú sois lo mismo, tal como Dios Mismo es Uno, al no estar Su Voluntad dividida. Y no podéis sino tener un solo propósito, puesto que Él os dio el mismo propósito a ambos. Su Voluntad se unifica a medida que unes tu voluntad a la de tu hermano, a fin de que se restaure tu plenitud al ofrecerle a él la suya. No veas en él la pecaminosidad que él ve, antes bien, hónrale para que puedas apreciarte a ti mismo así como a él. Se os ha otorgado a cada uno de vosotros el poder de salvar, para que escapar de las tinieblas a la luz sea algo que podáis compartir, y para que podáis ver como uno solo lo que nunca ha estado separado ni excluido de todo el Amor de Dios, el cual Él da a todos por igual. (T.25.II.9, 11) (Págs. 587 y 588)

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Fuente: Journey Through the Workbook of a Course in Miracles, de Ken Wapnick.

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