lunes, 16 de febrero de 2015

L-284 Journey ... de Ken Wapnick

Como ya indiqué en el post índice, los comentarios de Ken Wapnick son los que he puesto en color verde:

Lección 284 — Puedo elegir cambiar todos los pensamientos que me causan dolor 

Esta es otra lección importante por su concisa descripción del proceso de aprendizaje de Un Curso de Milagros. El tema de la lección evoca la lección 281: "Nada, excepto mis propios pensamientos, me puede hacer daño". Esto se desarrolla más a fondo al hacer hincapié en el aspecto de la decisión: dado que estos pensamientos hirientes fueron elegidos por mí, ahora puedo votar por —es decir, puedo elegir— cambiarlos.

(1.1-4) Las pérdidas no son pérdidas cuando se perciben correctamente. El dolor es imposible. No hay pesar que tenga causa alguna. Y cualquier clase de sufrimiento no es más que un sueño. 

La pérdida, el dolor, la aflicción [el pesar] y el sufrimiento son inventados. Como vimos en la lección 187, podemos reírnos de la enfermedad, del hambre, de la pobreza y de la muerte. Nos reímos no porque hagamos burla de nosotros mismos o de otros que sufren, sino porque es una tontería creer que una parte de Dios podría arrancarse a sí misma de Él y como consecuencia sufrir. Nuestra amable risa refleja la Expiación que dice que la separación nunca ocurrió, y es importante reconocer nuestra profunda inversión en el dolor y el pesar, pues estos demuestran que tenemos razón y que Jesús nos ha mentido. Sin embargo, su respuesta es que en el fondo no creemos esto, y él ahora describe el proceso de cómo llegamos a esta verdad: 

(1.5-6) Ésta es la verdad, que al principio sólo se dice de boca, y luego, después de repetirse muchas veces, se acepta en parte como cierta, pero con muchas reservas. Más tarde se considera seriamente cada vez más y finalmente se acepta como la verdad. 

Jesús traza la trayectoria del proceso de cada estudiante. Primero leemos las palabras y las decimos una y otra vez, esforzándonos por entenderlas. Seguidamente tratamos de aceptar su verdad —quizá sean ciertas, pero no todo el tiempo—, e incluso si creemos intelectualmente que son verdad, nuestra vida cotidiana ciertamente no demuestra esa creencia. Sin embargo Jesús entiende que no vamos a aceptar esto de inmediato, ya que se trata de un proceso que abarca muchos, muchos años, y no simplemente días o meses. De hecho, la verdad del Curso va en contra de todo lo que creemos y defendemos como entidades separadas. Por lo tanto se requiere mucho tiempo y trabajo duro para aceptar con agradecimiento —aunque sea a regañadientes al principio— que estábamos equivocados acerca de todo, especialmente sobre la persona que creemos ver cada mañana en el espejo de nuestro cuarto de baño. Cuando finalmente aceptamos nuestro error —y Jesús no se refiere a una mera aceptación intelectual— estamos en el mundo real, pues hemos aprendido todo lo que nuestro maestro nos puede enseñar. 

Ahora Jesús vuelve al mensaje de la lección: 

(1.7-8) Puedo elegir cambiar todos los pensamientos que me causan dolor. Y hoy deseo ir más allá de las palabras y de todas mis reservas, y aceptar plenamente la verdad que reside en ellas. 

Consciente de nuestro miedo, Jesús nos pide que practiquemos con este pensamiento, pues la verdad es aterradora para nuestros egos separados. Una vez más, él no espera que aceptemos la lección sin reservas, pero sí solicita nuestra pequeña dosis de buena voluntad de que se nos enseñe la verdad [o: de aprender].

(2) Padre, lo que Tú me has dado no puede hacerme daño, por lo tanto, el sufrimiento y el dolor son imposibles. Que mi confianza en Ti no flaquee hoy. Que acepte como Tu regalo únicamente aquello que produce felicidad y que acepte como la verdad únicamente aquello que me hace feliz. 

El regalo de Dios es el principio de la Expiación —Su Amor permanece [continúa, sigue] intacto, y nosotros, Su Hijo, somos sanados y restaurados a la conciencia de nuestra plenitud.

☼☼☼

Fuente: Journey Through the Workbook of a Course in Miracles, de Ken Wapnick.

Índice de capítulos traducidos en este blog, aquí: link-indice.

miércoles, 11 de febrero de 2015

L-76 Journey ... de Ken Wapnick

Como ya indiqué en el post índice, los comentarios de Ken Wapnick son los que he puesto en color verde:

Lección 76 — No me gobiernan otras leyes que las de Dios 

Si no me falla la memoria, fue hace más de veinte años cuando las preguntas sobre esta lección en particular me llevaron a hablar de los dos niveles en los que está escrito Un Curso de Milagros. Como dije en el preludio [el preludio o la introducción a esta serie sobre el Libro de ejercicios se encuentra en el volumen 1], el nivel uno es el fundamento metafísico del Curso, que contrasta la realidad de Dios y del Cielo con la ilusión del sistema de pensamiento del ego y el mundo surgido de éste. En este nivel no hay conciliación posible entre la verdad y la ilusión. El nivel dos trata únicamente del reino ilusorio, diferenciando entre el sistema de pensamiento de separación de la mentalidad-errada del ego y el sistema de pensamiento de mentalidad-correcta de Expiación del Espíritu Santo. 

La razón por la que los estudiantes encuentran que esta lección sea tan difícil, por no decir irritante, es que confunden estos niveles, al no entender que el propósito del discurso del nivel dos es referirnos al estado ilusorio en el que creemos estar, y no hacer declaraciones sobre la verdad absoluta. Por lo tanto, a pesar de que el cuerpo es intrínsecamente ilusorio, no se nos pide descartarlo. Muy por el contrario. Se nos pide prestarle una cuidadosa atención, así como al lugar que ocupa en nuestras relaciones especiales, pues éstas se convierten en el aula en la que aprendemos las lecciones de perdón del Espíritu Santo. 

Desde esta perspectiva podemos ver cómo Jesús se burla del cuerpo; más importante aún: de nuestro uso de él. Podrás recordar la declaración de Jesús de que es prácticamente imposible negar nuestra experiencia física en este mundo (T.2.IV.3.10). Por lo tanto, en esta lección él no nos está pidiendo que neguemos nuestros cuerpos al no tomar medicinas, por no hablar de no comer, respirar, gastar dinero, etc. Por el contrario, Jesús presenta una visión de a qué se parece estar en el mundo real, sin la creencia en los cuerpos. Un pasaje de "La consecución del mundo real" pone de manifiesto la completa ausencia de separación que caracteriza este avanzado estado mental: 

(...) El mundo real (...) no tiene edificios ni calles por donde todo el mundo camina solo y separado. En él no hay tiendas donde la gente compra una infinidad de cosas innecesarias. No está iluminado por luces artificiales, ni la noche desciende sobre él. No tiene días radiantes que luego se nublan. En el mundo real nadie sufre pérdidas de ninguna clase. En él todo resplandece, y resplandece eternamente. (T.13.VII.1) (Pág. 281)

Eso no es la descripción de un lugar físico, sino la descripción de la mente sanada, en la cual el pensamiento de separación ha sido deshecho. En ese estado, el instante santo en el que hemos aceptado la Expiación para nosotros mismos, ya no hay más un cuerpo ("No hay ni un solo instante en el que el cuerpo exista en absoluto" [T.18.VII.3.1]). Y por lo tanto, si no hay cuerpo, no puede haber leyes que lo gobiernen. He ahí el punto. Jesús no se está burlando de nosotros, ni —digámoslo una vez más— tampoco está retándonos a renunciar a nuestra creencia sobre la necesidad de medicinas, de comida o de relaciones. Él simplemente nos recuerda que eso en lo que creemos no está realmente ahí. Este nuevo entendimiento nos capacita para dejar de tomarnos tan en serio nuestras experiencias físicas y psicológicas en el mundo (que es lo que habíamos estado haciendo), lo cual refleja nuestro aprendizaje de no tomarnos tampoco seriamente la diminuta y alocada idea de la separación (T.27.VIII.6.2-5). 

Una vez más, esto no pretende ser una declaración en la cual Jesús nos esté presionando a renunciar a nuestra creencia en el cuerpo. De hecho, él dice en el Texto

Tu pregunta no debería ser: "¿Cómo puedo ver a mi hermano sin su cuerpo?" sino, "¿Deseo realmente verlo como alguien incapaz de pecar?". (T.20.VII.9.1-2) (Pág. 493) [N.T.: O sea que no se trata de percibirle sin cuerpo, sino de percibirle sin pecado].

En lugar de hacernos negar nuestra experiencia de que hay cuerpos fuera de nosotros, Jesús insiste en que su objetivo para nosotros es que cambiemos nuestra forma de pensar acerca del cuerpo [cambiemos nuestra opinión sobre el cuerpo]; es decir, sobre su propósito. Él nos insta a no seguir proyectando el pecado que percibimos sobre los demás, pues de ese modo estamos atacándoles y reforzando la creencia en los intereses separados. El perdón —el mensaje de Un Curso de Milagros— se basa en la simple premisa de que nuestros intereses son uno. 

Discutiremos todo esto en mayor detalle conforme vayamos leyendo la lección. 

(1.1) Hemos visto antes cuántas cosas absurdas te han parecido ser la salvación. 

Se hace referencia, por supuesto, a nuestros objetos de amor especial, los ídolos que fabricamos para demostrarle a Dios que no necesitábamos Su Amor. Los objetos de odio especial funcionan de la misma manera también, en tanto que sentimos que la salvación viene cuando podemos odiar de veras a alguien o sufrir dolor. Al culpar por nuestra miseria a alguien (o algo) diferente de nosotros mismos, establecemos nuestra inocencia [o eso pretendemos]. La salvación por tanto usa cualquiera de ambas formas, y al ego no le importa si se trata de amor o de odio especial, siempre y cuando la salvación sea vista como algo externo a nuestra mente. 

(1.2-4) Cada una de ellas te ha aprisionado con leyes tan absurdas como ella misma. Sin embargo, no estás aprisionado por ninguna de esas cosas. Mas para comprender que esto es cierto, primero te tienes que dar cuenta de que la salvación no se encuentra en ninguna de ellas. 

Esto hace referencia a las leyes del especialismo, que giran en torno a la roca sobre la que descansa la salvación del ego: uno o el otro —alguien tiene que perder para que otro pueda ganar. Toda ley del ego —tanto en la mente como en el mundo— refleja este principio básico. Encontramos también esto en las cinco leyes del caos del ego (T.23.II), las abuelas virtuales [=implícitas] de todas las leyes. El punto clave es que estas leyes no sólo emanan de la mente, sino que además permanecen en ella, siguiendo el principio fundamental de que las ideas no abandonan su fuente. Sin embargo ellas [las leyes del ego] aparentan ser externas, y nuestras vidas parecen ser gobernadas por ellas. No obstante, la verdad es que solamente nos limita la decisión de nuestra mente, y esto es realmente la buena noticia. Tenemos muy poco —si es que alguno— control sobre las leyes del cuerpo, y esto parece condenarnos a una vida desesperada de victimización, que es la impotencia que sienten casi todas las personas. Pero únicamente nosotros —la parte tomadora-de-decisiones de nuestra mente— podemos controlar el hecho de que hemos elegido identificarnos con estas leyes. Ahí radica nuestra verdadera ayuda. 

Este es un concepto muy importante de entender, para que puedas ser honesto contigo mismo conforme trabajas a lo largo de la lección. Con el fin de entender que no estás bajo ninguna otra ley que la de Dios, y por qué no estás limitado por ninguna de las leyes del cuerpo, primero tienes que darte cuenta de que tienes una mente, ya que ahí es donde radica la salvación. El problema es que no creemos eso [no creemos en la mente (y en todo lo relacionado con ella: que en ella radica la salvación)]. No importa cuántas veces Jesús nos dice esto en Un Curso de Milagros, no importa cuántas veces hayamos leído las mismas líneas, sigue habiendo una parte de nosotros que no cree eso, porque todavía creemos que él nos está enseñando como un cuerpo. Él enseña una y otra vez que no estamos realmente aquí, y por lo tanto que el cuerpo no hace nada: no ha nacido, ni vive ni muere; no sufre dolor ni siente placer. En otras palabras: todo sucede en la mente. Sin embargo esto no significa absolutamente nada para nosotros, ya que, repito, seguimos pensando que Jesús está hablándonos como una persona, viviendo en un cuerpo. 

Nos negamos a ir a la fuente de este ser —la mente— que no está en el cuerpo en absoluto, y encontrar el verdadero problema. Si encontramos esto en nuestra mente —la culpa por la separación— veríamos la respuesta de la Expiación.

Así que esta lección es una llamada a todos nosotros para que prestemos una cuidadosa atención y reflexionemos sobre lo que Jesús nos está enseñando en Un Curso de Milagros. Cuando él nos dice una y otra vez —como lo hace posteriormente en el 6º repaso de este Libro de ejercicios—: "No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó", él quiere decir eso muy literalmente. Cuando nos dice: "Soy espíritu", él también quiere decir eso muy literalmente. Tenemos que tener bien claro que nosotros no creemos eso, porque seguimos pensando que Jesús, una persona separada, nos está hablando a nosotros como personas separadas, y enseñándonos cosas muy bonitas. Sin embargo, todavía no nos damos cuenta de que él no nos está enseñando como un cuerpo. Lo que nosotros consideramos como nuestro ser corporal no es sino el reflejo de un pensamiento en la mente. Esta lección es tan importante porque señala claramente la naturaleza ilusoria del cuerpo. Igual de clara, si la sopesamos cuidadosamente, es la razón de que tengamos tantos problemas con ella: ¡no queremos creer eso! La base de nuestra dificultad es la negativa a aceptar que la salvación no está fuera de nosotros, sino dentro de nuestra mente, el lugar donde se halla tanto el problema como la respuesta. 

(1.5-6) Mientras la busques en cosas que no tienen sentido te atarás a ti mismo a leyes que tampoco tienen sentido. Y de esta manera, tratarás de probar que la salvación está donde no está. 

Eso, una vez más, es el problema: no queremos saber que tenemos una mente, pues si lo supiéramos, en algún momento elegiríamos contra el ego y nuestra individualidad desaparecería. El ego nos dice que el problema es el pecado y la culpa, y que ambos se encuentran en nuestro cuerpo o en el cuerpo de alguna otra persona [o animal, objeto, situación]. Y puesto que es ahí [en el cuerpo] donde está el problema, la salvación se encuentra ahí también [por eso el ego busca la salvación a nivel corporal, a nivel del mundo]. Si creo que el pecado está en mi cuerpo, entonces creo en el sufrimiento y en el sacrificio; si creo que está en el tuyo, entonces creo en el juicio y en el ataque. Por lo tanto el plan del ego para la salvación consiste en castigar el cuerpo —mío o tuyo. 

Evadir la verdad de que tenemos una mente puede adoptar otra forma. Por ejemplo, Un Curso de Milagros dice que no me gobiernan otras leyes que las de Dios y que no soy un cuerpo. Por lo tanto, dado que mi cuerpo es una ilusión, no tengo que ir el médico; ni necesito cerrar mi coche o mi casa; no tengo que cuidar mi cuerpo, así que no importa lo que coma o lo que haga. Estos son solamente algunos ejemplos de lo que llamo "blissninnyhood" [este término no parece tener una traducción formal... podría traducirse como "campana-boba-de-felicidad" o "capucha-boba-de-felicidad"... se refiere a encerrarnos en nuestras propias ideas preconcebidas, en el sentido de lo que explica a continuación sobre la negación]: la negación simplista e ingenua del cuerpo y sus problemas. En lugar de aceptar la esencial irrealidad del cuerpo como una sombra de la culpa, los "blissninnies" [=bobos felices] simplemente niegan que tienen un cuerpo, lo que hace que la fuente de la sombra —la culpa de nuestra mente— sea aún más inaccesible. De este modo la respuesta de la Expiación permanece aún más profundamente enterrada en el arsenal de defensas del ego. 

Esta lección ciertamente no pretende desalentar a los estudiantes de Un Curso de Milagros de que busquen atención médica, ni pretende que rechacen las vacunas si planean viajar al extranjero, por ejemplo. No tiene la intención de disuadir a los estudiantes de comer alimentos que son buenos para ellos, o de hacer cualquier cosa que ellos crean que es saludable. Todos tenemos alguna noción de lo que es bueno o malo para nosotros, no hay bien o mal [bien o mal: correcto o equivocado] en este sentido —y sea lo que sea en lo que tú creas, eso deberías hacer. Además, Jesús no te está diciendo que deberías renunciar a la amistad o a cualquier cosa que refleje las leyes del mundo. Él simplemente dice que te sería útil darte cuenta de cuál es la fuente de estas leyes, y entender su lugar en el sistema de pensamiento del ego. Sólo entonces puedes elegir cambiar su propósito, de modo que tome su más adecuado lugar dentro del sistema de pensamiento corrector del Espíritu Santo.

Implícito en todo esto, por volver a señalar este punto, está la necesidad de que nos demos cuenta de la tremenda resistencia que tenemos a aceptar el hecho de que no somos cuerpos. Este es un tema importante en el Texto, y es uno de los temas centrales del Libro de ejercicios. Una vez más, Jesús hace este tipo de afirmaciones para burlarse [bromear] amablemente de nosotros, tal como lo hace en los siguientes pasajes del Texto que ponen de relieve la inutilidad de tratar de proteger el cuerpo y hacerlo real y atractivo: 

¿Puedes acaso darle vida a un esqueleto pintando sus labios de color rosado, vistiéndolo de punta en blanco, acariciándolo y mimándolo? (T.23.II.18.8) (Pág. 552)

¿Para qué quieres proteger el cuerpo? Pues en esa elección radica tanto su salud como su destrucción. Si lo proteges para exhibirlo o como carnada para pescar otro pez, o bien para albergar más elegantemente tu especialismo o para tejer un marco de hermosura alrededor de tu odio, lo estás condenando a la putrefacción y a la muerte. (T.24.VII.4.4-6) (Pág. 578)

[El cuerpo] Se engalana a sí mismo con objetos que ha comprado con discos de metal o con tiras de papel moneda que el mundo considera reales y de gran valor. Trabaja para adquirirlos, haciendo cosas que no tienen sentido, y luego los despilfarra intercambiándolos por cosas que ni necesita ni quiere. (T.27.VIII.2.2-3) (Pág. 659)

Por lo tanto se nos está animando a pedirle ayuda a Jesús para aprender a no tomar tan seriamente nuestra identificación corporal. Pero —una vez más— él no nos está pidiendo que neguemos nuestros cuerpos en este proceso.

Sabremos que hemos caído en la trampa de la seriedad cuando nos sintamos impacientes con aquellos que no niegan su cuerpo, o cuando acusemos a otros de no estar haciendo correctamente el Curso de Milagros, al ver que ellos tienen preocupaciones [concerns: asuntos, preocupaciones, intereses, problemas] físicas o psicológicas. Esos juicios deberían ser una bandera roja, señalando que estamos acusando a otros de lo que secretamente nos acusamos a nosotros mismos. Recuerda, deseamos tener la completa paciencia de la que hablaba la lección anterior, y no podemos tenerla si no somos completamente amables. Paciencia y mansedumbre [=amabilidad] van de la mano, es por eso por lo que están entre las diez características de los maestros de Dios (M.4.IV y VIII). 

(2.1) Hoy nos alegraremos de que no puedas probarlo. 

¡La parte de nosotros que se aferra a nuestro yo individual y especial no se siente feliz! Tenemos que ser conscientes de nuestra resistencia a sentirnos realmente contentos de que la salvación no está fuera de nosotros sino dentro. Tomar consciencia de esto hará posible que finalmente llegue la verdadera alegría.

(2.2-4) Pues si pudieses, buscarías la salvación eternamente donde no está, y jamás la hallarías. La idea de hoy te repite una vez más cuán simple es la salvación. Búscala allí donde te espera y allí la hallarás.

La salvación nos está esperando, así que con el que tenemos que ser pacientes es con nosotros mismos —hasta elegir la salvación que nos espera en nuestra mente. Debemos estar dispuestos a buscar la salvación allí donde la podemos encontrar. Para lograr esa meta, Jesús nos instruye para que veamos el cuerpo como el efecto de la mente, la cual es la causa: la causa que es el problema; la causa que es la solución. ¿Qué podría ser más simple? 

(2.5) No la busques en ninguna otra parte, pues no está en ninguna otra parte. 

Una vez más, Jesús no insiste en que renunciemos a nuestras actividades corporales, sino que nos pide entender por qué las hacemos. Esto no va de cambiar el efecto, eso no tiene sentido, sino que de lo que se trata es de cambiar la causa subyacente, lo cual se consigue perdonándonos amablemente a nosotros mismos. Dicho de otra forma, cambiamos la causa al mirarla con el amor y la mansedumbre [amabilidad, dulzura] de Jesús a nuestro lado. No pretendemos cambiar el cuerpo, ni negar lo que estamos haciendo. Simplemente miramos eso.

¡Ahora vienen unas líneas que les encantan a todos los estudiantes del Curso!: 

(3) Piensa en la liberación que te brinda el reconocimiento de que no estás atado a las extrañas y enrevesadas leyes que has promulgado para que te salven. Crees realmente que te morirías de hambre a menos que tengas fajos de tiras de papel moneda y montones de discos de metal. Crees realmente que una pequeña píldora que te tomes o que cierto fluido inyectado en tus venas con una fina aguja te resguardará de las enfermedades y de la muerte. Crees realmente que estás solo a no ser que otro cuerpo esté contigo. 

Jesús toma tres de los aspectos más importantes de nuestra existencia aquí: 1) la dependencia del dinero, 2) el miedo a la enfermedad y la necesidad de ir a los médicos en busca de ayuda, y 3) la relación especial que dice que si no tengo a otra persona conmigo, estaré solo con mi infelicidad. Sin embargo Jesús no nos está pidiendo que renunciemos a estas cosas; simplemente nos invita a que miremos la inversión que hacemos en ellas. 

Cerca del final del folleto Psicoterapia, en una sección titulada "La cuestión del pago" (P.3.III), Jesús habla del dinero, pero no dice que los terapeutas no deban cobrarles a sus pacientes. Él dice que "incluso un terapeuta avanzado tiene algunas necesidades terrenales mientras esté aquí" (P.3.III.1.3), y por lo tanto requerirá algún pago. Sin embargo, es evidente que Jesús no está hablando del dinero per se [del latín, significa "por sí mismo"], sino más bien de la actitud del terapeuta que por ejemplo tiende a especular [económicamente] con sus pacientes [tal vez podría traducirse como "que sablea a sus pacientes"], o la del terapeuta que insiste en que sus pacientes paguen incluso si carecen de fondos. Una vez más, mientras estemos aquí vamos a tener necesidades, lo que implica [generalmente] que el dinero es una necesidad. Por lo tanto, Jesús no está en contra de que ganemos dinero, de la misma manera que no está en contra de que cuidemos del cuerpo. Él nos está ayudando a que cambiemos el énfasis desde nuestro cuerpo a la mente, lo cual logramos mediante el entendimiento del propósito. 

Al final de la jornada, en el mundo real, no habrá el más mínimo énfasis en el cuerpo, porque nos habremos dado cuenta de que no existe [de que no hay ningún cuerpo realmente]. En ese momento, el reconocimiento de la naturaleza ilusoria del cuerpo no es una negación, ni es la base de afirmaciones para reprimir una experiencia que no queremos afrontar. Nos hemos vuelto conscientes de lo que Jesús en el Texto llama "la simple declaración de un simple hecho" (T.26.III.4.5). Lo que nos permite llegar a este simple hecho del mundo real, en el cual no hay separación ni cuerpo, es observar con amabilidad nuestra inversión en negar tanto la culpa como la Expiación que están en nuestra mente. Aprendemos que somos amables con nosotros mismos en el mismo grado en que lo somos con los demás. Cuando los juzgamos duramente, es sólo porque nos hemos atacado a nosotros mismos al rechazar a Jesús una vez más. Además, puesto que él está dentro, hemos negado la mente también, lo cual clava nuestra atención en el cuerpo, la principal forma de protección del ego y la consumación de su plan para la salvación.

(4) La demencia es la que piensa estas cosas. Tú las llamas leyes y las anotas bajo diferentes nombres en un extenso catálogo de rituales que no sirven para nada ni tienen ningún propósito. Crees que debes obedecer las "leyes" de la medicina, de la economía y de la salud. Protege el cuerpo y te salvarás. 

Es esencial que cuides de tu cuerpo mientras pienses que tú eres uno [mientras creas que eres un cuerpo]. No hacerlo mientras aún te identificas con uno es únicamente una expresión de auto-odio y de auto-castigo, por no decir que es una tontería. Cuidar de tu cuerpo puede ser una forma dulce y amable de perdonarte a ti mismo. Recuerda, nadie que lea Un Curso de Milagros cree totalmente en lo que Jesús dice, porque si así fuese no necesitarían el Curso. Tenemos una fuerte creencia de que somos cuerpos. De hecho, estas lecciones están dirigidas especialmente a quienes creen en cuerpos. Como cuerpos, vivimos en el tiempo, y es obvio que estas lecciones están dirigidas a personas inscritas o limitadas en el tiempo. Casi cada lección menciona algún aspecto de nuestra existencia temporal —minutos, horas, días, semanas, años— porque los estudiantes de Jesús creen ser cuerpos existiendo en el tiempo y el espacio, y él no nos pide negarlos [negar los cuerpos]. Una vez más, él simplemente pide que seamos gentiles y amables con nuestro cuerpo y con los cuerpos de otros, lo cual refleja el deseo de perdonarnos a nosotros mismos por nuestro mal uso de ellos [de los cuerpos], lo cual es la sombra o proyección del mal uso que hemos hecho de la mente.

No obstante, es también importante para nosotros reconocer que estas "leyes" permanecen únicamente porque les hemos dado el poder para hacerlo. No estamos limitados por las leyes del cuerpo, sino más bien por la decisión de nuestra mente de ser un cuerpo, el cual ha sido diseñado específicamente para estar sometido a las leyes que parecen atarnos. De modo que lo que buscamos es proteger el cuerpo para salvarnos ["protege el cuerpo y te salvarás"], mientras que nuestra verdadera protección —la Expiación— queda enterrada bajo las leyes del ego de la culpa y el especialismo.

(5.1) Eso no son leyes, sino locura. 

Son una locura porque en realidad sólo existen las leyes de Dios: las leyes del amor, la unidad y la vida eterna. Todas las otras "leyes" están fuera de la Mente de Dios, y por lo tanto moran en la mente del ego, la mente de la locura. 

El siguiente fragmento establece de manera explícita la relación causal entre la mente y el cuerpo, una relación que es, en cierto sentido, la esencia de esta lección: 

(5.2-3) El cuerpo se ve amenazado por la mente que se hace daño a sí misma. El cuerpo sufre sólo para que la mente no pueda darse cuenta de que es la víctima de sí misma. 

¿Cómo la mente se hace daño a sí misma? Culpa. El "daño" original a mi mente fue la creencia de que me separé de Dios, pues con esa decisión negué mi verdadera realidad. A partir de ese momento me castigué a mí mismo con la culpa. Mi ego no quiere que me dé cuenta de que es mi mente la que me está victimizando, y de que yo —el tomador-de-decisiones tapado por el sistema de pensamiento del ego— soy el que sufre. Por tanto, mi tomador-de-decisiones, ahora identificado con el ego, proyecta la culpa sobre el cuerpo, que se convierte así en la sombra de la culpa. Y ahora parece que el cuerpo sufre —la cortina de humo que mantiene mi mente fuera de mi conciencia. En el siguiente pasaje Jesús explica la locura que es ver el cuerpo como el problema, cuanto todo el rato es la ingeniosa mente del ego la que toma las decisiones [la que manda] desde detrás de su velo de secreto: 

El que castiga el cuerpo está loco (...) Atribuir la responsabilidad de lo que ves a aquello que no puede ver, y culparlo por los sonidos que te disgustan cuando no puede oír, es ciertamente una perspectiva absurda. El cuerpo no sufre el castigo que le impones porque no tiene sensaciones. Se comporta tal como tú deseas que lo haga, pero nunca toma decisiones. (T.28.VI.1.1; 2.1-3) (Pág. 679)

De hecho la fuente del problema es nuestra mente, pero incluso en ella la culpabilidad no merece castigo tal como el ego nos quiere hacer creer, sino simplemente corrección.

(5.4) El sufrimiento corporal es una máscara de la que la mente se vale para ocultar lo que realmente sufre. 

Por supuesto que con la palabra "mente" Jesús se refiere al "tomador-de-decisiones", el cual elige al ego, elige hacer la culpa real, y a continuación elige proyectarla sobre el cuerpo. Así que es el tomador-de-decisiones el que usa el cuerpo para ocultar la verdadera causa del sufrimiento: su decisión a favor de la separación y de la culpa. La ingeniosa estrategia del ego es descrita con más detalle a continuación, que es parte de la sección que acabamos de citar (T.28.VI). Aquí vemos cómo el tú —nuestro tomador-de-decisiones— se oculta tras el cuerpo sin que nadie se entere jamás de lo que realmente está sucediendo: la decisión de la mente de estar separada y ser culpable: 

Lo que odias y temes, deseas y detestas, el cuerpo no lo conoce. Lo envías a buscar separación y a que sea algo separado. Luego lo odias, no por lo que es, sino por el uso que has hecho de él. Te desvinculas de lo que ve y oye, y odias su debilidad y pequeñez. Detestas sus actos, pero no los tuyos. Mas el cuerpo ve y actúa por ti. Él oye tu voz. Y es frágil e insignificante porque así lo deseas. Parece castigarte, y así, merece que le odies por las limitaciones que te impone. No obstante, eres tú quien lo ha convertido en el símbolo de las limitaciones que quieres que tu mente tenga, vea y conserve. (T.28.VI.3) (Pág. 679)

(5.5) [El tomador-de-decisiones de la mente] no quiere entender que es su propio enemigo; que se ataca a sí mismo y que quiere morir. [Nota de Toni: conforme al sentido de la explicación de Ken Wapnick, aquí he cambiado a masculino la cita de la traducción en español, escribiendo "su propio enemigo" y "se ataca a sí mismo". En inglés pone "it" en todos los casos. La diferencia es que en la cita original se está refiriendo a la mente (mencionada así en la frase 4), y como ya ha indicado Ken en el comentario anterior, él quiere remarcar aquí que la palabra "mente" se refiere al tomador-de-decisiones. Por eso aquí lo escribimos en masculino, pues aquí Ken enfatiza al tomador-de-decisiones, aunque igualmente es la mente. Ah, y el corchete más breve que sale antes de esta cita, diciendo "El tomador-de-decisiones de la mente", ése no es mío, es de Ken Wapnick, y precisamente debido a comenzar la frase así es por lo que he tenido que cambiar esas palabras a masculino para que concuerden].

Por supuesto que si supiéramos esto cambiaríamos nuestras mentes [cambiaríamos de opinión, de decisión, de mentalidad] en un instante. Si supiéramos que el problema siempre hemos sido nosotros —nuestro tomador-de-decisiones eligiendo a favor del ego— no dudaríamos en elegir al Espíritu Santo, lo que marcaría el final del ego. Una vez más, para asegurarse de que esta catástrofe nunca ocurra, el ego —la parte de nuestra mente que abraza la separación— elabora su estrategia de dejarnos sin mente [alejarnos de la mente], lo cual hace que el Hijo se identifique con un cuerpo que se convierte en una fuente constante de distracciones [porque demanda muchas atenciones] y de preocupaciones. De modo que llegamos a creer que el mundo y el cuerpo —el de otros y el nuestro propio— son los enemigos, mientras que el verdadero enemigo —la decisión del tomador-de-decisiones eligiendo la mentalidad-errada— permanece oculto y a salvo fuera de nuestra conciencia, escondido por la culpa y el miedo. 

(5.6-7) De esto es de lo que tus "leyes" quieren salvar al cuerpo. Para esto es para lo que crees ser un cuerpo. 

Jesús nos ayuda a entender la motivación o propósito [Por cierto... cuando en UCDM aparece la palabra "propósito", frecuentemente puede sustituirse por "finalidad", "objetivo", por ejemplo "la finalidad de tener un cuerpo...", etc] de tener un cuerpo: disponer de un sitio donde ocultar la culpa de la mente. Así que el ego nos dice que ciertamente tenemos un problema real —en nuestros cuerpos— pero que afortunadamente hay leyes que se van a ocupar de eso. El problema —trata de convencernos el ego— no es nuestro vacío interior por haber abandonado a Dios, sino que por ejemplo el problema es el vacío de nuestros estómagos. Así que los llenamos de comida y nos sentimos bien. La "ley" establece que: si tienes hambre, comes. Además, si quieres mantenerte saludable mediante una alimentación sana, entonces debes comer determinados alimentos —cualquiera en el que tú tengas confianza, pues la comida en sí no importa.

Por lo tanto el ego se ha hecho cargo del problema de la carencia —la ausencia de Cristo debido a que creo que Le crucifiqué— dividiendo dicho problema en trozos y proyectándolo, de modo que ahora puedo percibir la carencia en mi cuerpo. Entonces las "leyes" del ego vienen a salvarlo, y a resolver el problema de mantener nuestra existencia física y psicológica como criaturas del mundo. Por lo tanto el problema se convierte, además del problema de la comida, en otros ejemplos como los siguientes: 

1) El problema es que estoy solo en el universo, debido a que destruí a Dios. Sí —concuerda el ego—, hay un problema de soledad, pero es del cuerpo. Así que voy a inventar las relaciones especiales y te enseñaré las leyes de la manipulación y de la seducción, que te ayudarán a mantener a otros cuerpos cerca de ti. Así queda resuelto el problema de tu soledad. 

2) El problema es que me he vuelto pobre al haber echado por la borda el tesoro de Dios. No tengo nada. Sí —concuerda el ego—, es cierto que tienes un problema de empobrecimiento, pero es a nivel del cuerpo. Así que voy a inventar el dinero y te enseñaré las leyes que te ayudarán a ganarlo. Así queda resuelto el problema de tu pobreza. 

3) El problema es que estoy angustiado [literalmente: "I am sick at heart", que significa "enfermo del corazón", pero también figurativamente cosas como "angustiado", "enfermo de angustia", "emocionalmente destrozado", incluso triste, desolado, etc, o sea, con el "corazón" enfermo en el sentido emocional, no del corazón físico, como pasa con el "mal de amores" o cualquier sufrimiento emocional, pues las emociones son cosas del "corazón"] porque he traicionado a Dios. Sí —concuerda el ego—, es cierto que estás enfermo, pero es a nivel del cuerpo. Así que voy a inventar la medicina y te enseñaré las leyes para poder adquirirla y usarla. Así queda resuelto el problema de tu enfermedad. 

Y así una y otra vez.

Esta lección nos ayuda a entender que las leyes que el ego dice que salvarán al cuerpo, sólo sirven para defender la separación y la culpa que hay en nuestra mente. El propósito de Jesús, una vez más, no es hacer que nos sintamos culpables o como fracasados, sino simplemente ayudarnos a darnos cuenta de dónde está el problema para que pueda ser verdaderamente resuelto.

(6.1-2) No hay más leyes que las de Dios. Esto necesita repetirse una y otra vez hasta que te des cuenta de que es aplicable a todo lo que has hecho en oposición a la Voluntad de Dios. 

Por "repetirse una y otra vez" Jesús no se refiere, lo diré una vez más, a que debamos usar sus palabras como un mantra o afirmación. Más bien se trata de una declaración de la verdad, a la cual traemos las leyes ilusorias del ego. El cuerpo no es más que el producto final de una larga serie de pensamientos que fueron hechos en oposición a la Voluntad de Dios: separación, especialismo, pecado, culpa, miedo, y muerte. Así que debemos prestar una cuidadosa atención a nuestras experiencias de victimización bajo leyes sobre las cuales no tenemos control, y de las cuales creemos que depende el destino de nuestra paz. Es este extravío lo que llevamos a la verdad, reconociendo que hemos estado usando las leyes del cuerpo como un manto para ocultar nuestra culpa por creer que efectivamente habíamos elegido contra las leyes de Dios. 

(6.3) Tu magia no tiene sentido.

Las leyes del mundo tienen que ver con la magia porque son algo externo. El milagro —la contraparte de la magia— es interno. La magia nos ayuda a cambiar nuestro cuerpo; el milagro nos ayuda a cambiar nuestra mente. La magia es la solución que da el ego para resolver un problema allí donde no puede ser resuelto: en el cuerpo. El milagro es la solución que da el Espíritu Santo para resolver un problema allí donde sí puede ser resuelto: en la mente.

(6.4-5) Lo que pretende salvar no existe. Únicamente lo que pretende ocultar te salvará.

Esta es una excelente declaración de Nivel Uno: el cuerpo no existe. Además, el cuerpo y sus leyes se inventaron para ocultar la culpa de nuestra mente. Sin embargo así la mente no sólo conserva la culpa sino también su perdición, todo lo cual puede ser tratado mediante la aceptación de la Expiación, que es lo único que nos puede salvar.

(7) Las leyes de Dios jamás pueden ser reemplazadas. Dedicaremos el día de hoy a regocijarnos de que así sea. No es ésta una verdad que queramos seguir ocultando. En lugar de ello nos daremos cuenta de que es una verdad que nos mantiene libres para siempre. La magia aprisiona, pero las leyes de Dios liberan. La luz ha llegado porque no hay más leyes que las de Él. 

Debemos prestar especial atención a las leyes que seguimos del ego, con el fin de rastrearlas de vuelta hacia la mente para ver lo que ellas representan en nuestra mente, como indicábamos más arriba en estos comentarios. De modo que: el dinero deshace [más bien disimula] nuestra experiencia de empobrecimiento espiritual; llenar de comida el estómago y de oxígeno los pulmones satisface la sensación de carencia presente en nuestra mente separada; y el especialismo deshace la soledad que es el estado "natural" de una mente separada. Por lo tanto podemos usar las leyes del ego para que ellas nos reflejen aquello que tenían la intención de ocultar: la creencia de que las leyes de Dios pueden ser reemplazadas. De hecho, han sido reemplazadas —por mí; al menos por la mentalidad-errada, que me ha engañado al creer que hay un yo separado. Pero ahora estamos listos para aprender que este delirio [engaño, ilusión] se produjo únicamente en nuestros sueños. Nuestro Ser real únicamente espera a que abramos nuestros ojos. 

Ahora Jesús vuelve a bromear con nosotros: 

(8.1-3) Comenzaremos hoy las sesiones de práctica más largas con un breve repaso de las diferentes clases de "leyes" que hemos creído necesario acatar. Éstas incluyen, por ejemplo, las "leyes" de la nutrición, de la inmunización, de los medicamentos y de la protección del cuerpo en las innumerables maneras en que ésta se lleva a cabo. Crees también en las "leyes" de la amistad, de las "buenas" relaciones y de la reciprocidad.

A estas alturas debería ser bastante obvio que Jesús no nos está pidiendo que renunciemos a nuestra creencia en estas leyes, que son la base de nuestra existencia en el mundo. Pero se nos pide dar un paso atrás con él —para ir por encima del campo de batalla (T.23.IV)— y mirar con sus ojos el lugar que mantienen estas leyes en el sistema defensivo del ego y en su [del ego] estrategia de dejarnos sin-mente. Así aprendemos a no tomarlas (ni tampoco a nuestras vidas) tan en serio como antes. Este punto, como tantos otros, nunca se podrá repetir lo suficiente. Nuestra resistencia a mirar al ego sin juicios es enorme, y requiere de la amable repetición de una amable persuasión para que dicha resistencia disminuya eficazmente.

(8.4-5) Puede que hasta incluso creas que hay leyes que regulan lo que es de Dios y lo que es tuyo. Muchas "religiones" se han basado en eso. 

Jesús pone "religión" entre comillas porque nos está diciendo que éstas —las religiones formales [institucionalizadas] del mundo— no son verdaderas religiones. El significado etimológico de religión es "unir juntos de nuevo", y nosotros nos "unimos juntos de nuevo" cuando tomamos conciencia de que el Hijo de Dios es uno —somos uno con los demás y uno con Dios. Las religiones del mundo separan, sus partidarios fomentan el juicio contra todos aquellos que no estén de acuerdo con ellos, al creer inconscientemente que están separados de Dios. Por eso Jesús afirma lo siguiente en el panfleto Psicoterapia, abordando el tema del lugar que ocupa la religión en la práctica de la psicoterapia: 

La religión institucionalizada no ocupa ningún lugar en la psicoterapia, pero tampoco tiene un auténtico lugar en la religión. (P.2.II.2.1) (Pág. 19)

Una vez que la religión, independientemente de su origen inspirado, se institucionaliza [o: se formaliza], se vuelve separatista. Entonces es inevitable que sea absorbida bajo las leyes del homo sapiens, que no sólo delimitan el lugar que ocupan y el orden jerárquico de los miembros de las diferentes especies, sino también el lugar que ocupamos y el orden jerárquico entre Dios y nosotros. La separación se convierte en la ley del Cielo, mientras que la verdadera ley de unidad y unicidad desaparece en la realidad que ha sido ocultada por la exteriorización del Amor de Dios, la única ley.

(8.6-7) Dichas religiones no salvan, sino que condenan en nombre del Cielo. En cualquier caso, sus leyes no son más extrañas que otras "leyes" que tú crees que debes obedecer para estar a salvo. 

Estas "leyes" de las religiones institucionalizadas [o: formales] son realmente extrañas, pues hacen que el Amor de Dios sea condicional: únicamente accesible a través del cuerpo. Por otro lado, la universalidad del amor lo hace totalmente accesible [sin condiciones], y fácil de recordar cuando se ve el mundo como un aula en la que aprendemos las lecciones de perdón que nos permiten transcender el mundo y el cuerpo completamente.

No obstante Jesús quiere que reconozcamos que la extrañeza de las leyes de las religiones no es más extraña que la de cualquier otra ley. A fin de cuentas no hay una jerarquía de las ilusiones (T.23.II.2.3). No nos pide que neguemos nuestra dependencia de la nutrición, la inmunización, la medicación, la protección, el especialismo, o cualquier otra cosa, sino que simplemente nos dice: "Mira a través de mis ojos tu dependencia de estas leyes y te darás cuenta de que son sombras de la culpa de tu mente. Mira amablemente conmigo la relación que hay entre la sombra y su fuente y date cuenta de cómo esta conexión causal no te ha traído paz". Jesús no está pidiendo —remarquémoslo aún una vez más— que soltemos nuestra inversión en nuestro cuerpo o en el de alguien más. Sus palabras solamente nos piden que soltemos el propósito que le hemos dado al cuerpo, permitiendo así que Jesús cambie este propósito desde la culpa al perdón. 

(9.1-2) No hay más leyes que las de Dios. Desecha hoy todas tus insensatas creencias mágicas y mantén la mente en un estado de silenciosa preparación para escuchar la Voz que te dice la verdad. 

¿Cómo volverte silenciosamente preparado? Aquieta los estridentes chillidos del ego y la terca insistencia en que tienes razón y que Dios está equivocado. Y luego espera pacientemente a que tú mismo te muevas más allá de la resistencia (nacida del miedo) hasta llegar a la verdad (nacida del amor).

(9.3) Estarás escuchando a Uno que te dice que de acuerdo con las leyes de Dios las pérdidas no existen.

En todas las leyes del ego —ya sean religiosas o no— hay pérdida. Si he de comer, un animal o vegetal debe perder su "vida"; si he de tener satisfechas mis necesidades de especialismo, otro debe sufrir; si he de ser perdonado por Dios, debo hacer sacrificios. Tiene que ser así, pues la roca sobre la que descansa la salvación del ego es que alguien tiene que perder para que otro pueda ganar. Declaraciones como la de arriba corrigen amablemente esa ilusión. 

Nota: en el párrafo anterior, donde dice "salvación", en inglés pone "slavation", que es una palabra que en inglés no existe, pero al estar escrita en cursiva queda la duda de si fue una errata queriendo poner "salvation" (que es lo que he traducido ya que es el significado más importante de ese contexto), pero es también muy probable que no sea una errata sino una especie de guiño o neologismo tratando de evocar y mezclar dos palabras: "salvation" (salvación) y "slave" (esclavo), resultando así "slavation". Dejo constancia de eso, y por lo tanto esa frase podría traducirse también así: "(...) pues la roca sobre la que descansa la salvación/esclavitud del ego es que alguien tiene que perder para que otro pueda ganar" (pero finamente opté por la traducción más simple, usando una sola palabra, para no distraer al lector, ya que el juego de palabra que se hace en inglés con "slavation" no veo cómo combinar las palabras "esclavo" y "salvación" en una sola palabra para hacer ese mismo juego linguístico en español).

(9.4-6) No se hacen ni se reciben pagos; no se pueden hacer intercambios; no hay substitutos y ninguna cosa es reemplazada por otra. Las leyes de Dios dan eternamente sin jamás quitar nada. 

El ego nace del pensamiento original de que soy un substituto de Dios o de Cristo, y todo lo demás es la consecuencia lógica de esa premisa ontológica. En otras palabras, desde el pecado de la substitución experimento culpa, la cual entonces exige que yo sea castigado. Con el fin de apaciguar la ira vengativa que despliega contra el pecado la deidad, invento una teoría de la salvación según la cual parece que Él exige de mí un pago por lo que yo Le robé, un pago que gotea con la sangre de mi sufrimiento y sacrificio: el significado que le da el ego a la expiación. A partir de ese pensamiento demente surge un mundo en el cual creemos que podemos conseguir la felicidad o la salvación sólo a través de algún tipo de pago. Por consiguiente encontramos las siguientes declaraciones en Psicoterapia con respecto a la cuestión del pago. A diferencia del punto de vista del mundo, en el que los pacientes pagan a los terapeutas por su pericia, un quid pro quo [esta frase hecha no se suele traducir, Ken la escribe así tal cual, es latín y no inglés... pero vamos, que aproximadamente significa: "algo por algo", o "algo a cambio de algo", o "algo en substitución o compensación de algo"], Jesús en cambio defiende un punto de vista más marxista: De cada cual según su capacidad, y a cada cual según su necesidad [Esta frase de Marx expresa una idea principal del marxismo, y su significado práctico puede verse al leer esa sección de Psicoterapia relativa a la cuestión del pago (P.3.III), y aquí abajo Ken Wapnick nos ofrece unas cuantas citas como resumen de esta cuestión]. Desafortunadamente nunca se ha intentado llevar a la práctica esta visión utópica, pero Jesús hace que sea la base para su punto de vista sobre el pago, distinguiéndolo del costo: 

Sólo un sanador no sanado intentaría curar por dinero, y en la medida en que lo valore, no tendrá éxito, ni encontrará su propia curación en el proceso. Habrá algunas personas a quienes el Espíritu Santo les pida algún tipo de pago para Sus propósitos. Y habrá otras a quienes no les pida nada. (...) Hay una diferencia entre pago y costo. Dar dinero allí donde el plan de Dios quiere que se dé no supone un costo. Pero no darlo donde propiamente se debe dar supone un costo enorme. 

Los pacientes tan sólo pueden pagar por el intercambio de ilusiones. Y por esto, ciertamente, se exige un pago, y el costo es enorme. 

Si su relación ha de ser santa, lo que uno de ellos necesite el otro se lo dará; lo que a uno le haga falta el otro lo proveerá. (...) El terapeuta compensa al paciente con su gratitud, lo mismo que el paciente lo compensa a él con la suya. No hay costo para ninguno de los dos. 

Esto [refleja] la ley de Dios, no la del mundo. (P.3.III.2.1-4, 6-8; 3.3-4; 4.4, 6-7; 5.4) (Págs. 46 y 47)

Anticipando la inevitable objeción, Jesús declara: 

Esta visión acerca del pago puede parecer poco práctica, y a los ojos del mundo así es. Sin embargo, ni uno solo de los pensamientos del mundo es realmente práctico. ¿Qué se gana con ir en pos de ilusiones? ¿Cuánto se pierde al repudiar a Dios? ¿Y sería acaso esto posible? (P.3.III.7.1-5) (Pág. 48)

La ley que se nos pide que reflejemos en nuestras relaciones es la ley de la perfecta Unidad, en la cual no puede haber costo ni pérdida. La expresión amorosa de esta ley dentro del mundo de la ilusión es la roca sobre la que descansa la salvación: "Y todo el mundo tiene que ganar, si es que uno solo ha de ganar" (T.25.VII.12.2).

El siguiente párrafo nos pide que escuchemos al Espíritu Santo decirnos, una vez más, lo realmente insensatas [o "tontas", o "estúpidas", necias, sin sentido] que son estas "leyes" que nos hemos esforzado por seguir:

(10) Escucha a Aquel que te dice esto y date cuenta de cuán insensatas son las "leyes" que tú pensabas regían el mundo que creías ver. Sigue prestando atención. Él te dirá más. Te hablará del Amor que tu Padre te profesa, de la infinita dicha que te ofrece, de la ardiente añoranza que siente por Su único Hijo, creado como Su canal de creación, pero que éste le niega debido a su creencia en el infierno. 

El Espíritu Santo no nos quita nuestras leyes, pero nos muestra su necedad [o: "insensatez", o "estupidez"] puesto que ellas reflejan un sistema de pensamiento que es una tontería [o: "tonto, insensato, ridículo", etc]. Recuerda que los milagros no toman la decisión correcta por nosotros. Ellos simplemente nos muestran cuán incorrectas han sido nuestras anteriores decisiones: 

El milagro establece que estás teniendo un sueño y que su contenido no es real. (...) El milagro no hace sino mostrarle [al soñador] que él [el soñador] no ha hecho nada. (T.28.II.7.1,10) (Pág. 669)

Una vez que Él tiene nuestra atención, el Espíritu Santo nos "habla" del Amor celestial [o: "divino", "del Cielo"] el cual habíamos elegido olvidar cuando elegimos recordar el infierno de amor especial del ego.

(11.1) Abramos hoy los canales de Dios y permitamos que Su Voluntad se extienda a través de nosotros hasta Él. 

La manera de abrir los canales de Dios —nuestras mentes— es perdonarnos a nosotros mismos por haber elegido al ego como sustituto para el Amor de Dios. El perdón es la llave que abre la casa de mentalidad correcta del Espíritu Santo, la cual habíamos cerrado con las cerraduras de la culpa y del especialismo. 

(11.2-6) De esa manera es como la creación se expande infinitamente. Su Voz nos hablará de esto, así como de los gozos del Cielo, que Sus leyes mantienen por siempre ilimitados. Repetiremos la idea de hoy hasta que hayamos escuchado y comprendido que no hay más leyes que las de Dios. Después nos diremos a nosotros mismos, a modo de dedicatoria con la cual concluye la sesión de práctica: 

No me gobiernan otras leyes que las de Dios. 

Una vez que elegimos aceptar la Expiación y recordar nuestra Identidad como Cristo, nos identificamos con nuestra verdadera función de creación: el ilimitado aumento del Amor de Dios a través de nosotros y como nosotros. Este "nosotros" es el Hijo único de Dios, el Cristo que Él creó como uno con Él; el Ser que ya no está bajo las leyes de Dios —Él [en inglés dice "It", remarcando así que este Ser no es masculino ni femenino, sino más allá de toda forma y de todo límite; podría haberlo traducido como "Ese/Eso", pero he preferido el más natural "Él"] es la ley de Dios.

(12) Repetiremos hoy esta dedicatoria tan a menudo como sea posible; por lo menos cuatro o cinco veces por hora, así como en respuesta a cualquier tentación de sentirnos sujetos a otras leyes a lo largo del día. Es nuestra declaración de que estamos a salvo de todo peligro y de toda tiranía. Es nuestro reconocimiento de que Dios es nuestro Padre y de que Su Hijo se ha salvado. 

Estamos de nuevo donde empezamos —la aceptación de la Expiación. Jesús nos pide reforzar nuestra decisión de aceptar esta aceptación a lo largo del día —al menos cada doce o quince minutos. Así que tratamos de recordar —tan a menudo como podamos y especialmente cuando estemos tentados de creer en las leyes del ego de la escasez y de la privación, del especialismo y de la pérdida— que "no hay más voluntad que la de Dios, ni más leyes que la Suya". Después reconocemos felizmente: "Sí, yo inventé estas leyes y todavía creo en ellas. Pero ahora estoy dispuesto a admitir que yo estaba equivocado. La verdad es que mi Padre es Dios y no el ego, y por lo tanto estoy salvado de mis pensamientos de pecado y culpa, pues ellos han desaparecido en Su Amor". La única cuestión pendiente para nosotros mismos es por qué no habríamos de recordar este hecho feliz durante todo el día.

☼☼☼

Fuente: Journey Through the Workbook of a Course in Miracles, de Ken Wapnick.

Índice de capítulos traducidos en este blog, aquí: link-indice.

jueves, 5 de febrero de 2015

L-75 Journey ... de Ken Wapnick

Como ya indiqué en el post índice, los comentarios de Ken Wapnick son los que he puesto en color verde:

Lección 75 — La luz ha llegado 

En esta lección Jesús habla del mundo real; y tal como hace en otras lecciones, nos da una charla motivacional. A pesar de lo que dice abiertamente, obviamente Jesús no espera que sus estudiantes se identifiquen con la luz en este día en particular. Si así fuera, este mensaje no se repetiría en otras lecciones. Hay palabras de aliento que nos llevan a saber que más allá de las nubes de la ilusión —la complejidad de nuestros enfados, juicios, sufrimiento y ansiedad— hay realmente una luz. Es la luz del mundo real, la verdad que brilla fuera de los egoicos sueños oscuros de separación y locura. 

Permíteme comentar sobre el tema que aparece a lo largo de la lección como el leitmotiv musical que no nos dice tanto que la luz viene, sino que nosotros hemos llegado a la luz. Nuestra experiencia es que la luz ha venido a nosotros, pero en realidad ella nunca se fue, pues está siempre presente en nuestras mentes. Puesto que fuimos nosotros quienes abandonamos la luz, tenemos que ser también nosotros quienes regresamos a ella. Si la afirmación del Libro de ejercicios fuera aceptada literalmente, parecería que no tuviéramos nada que ver con la llegada de la luz. Simplemente llegaría por su cuenta, lo que implicaría que en algún otro momento sería ella la que se habría alejado.

Esto apunta una vez más a la importancia de entender que las palabras de Un Curso de Milagros son simplemente símbolos. La verdadera dinámica de trabajo aquí es que fuimos nosotros quienes dejamos la luz por el apego a las egoicas ilusiones de separación e individualidad. Por lo tanto, somos nosotros quienes debemos darnos cuenta de nuestra decisión equivocada —la oscuridad de nuestras ilusiones no nos hace felices. Darnos cuenta de esto nos conduce a que finalmente digamos que debe haber otra manera, y entonces buscaremos la luz que nosotros mismos abandonamos. De hecho, es más que eso de que simplemente la abandonamos. El ego nos dice que fuimos infieles a la luz: que la traicionamos, la abandonamos y destruimos su amor. Por lo tanto nos acusamos a nosotros mismos por este pecado, del cual, como hemos visto muchas veces, proviene la experiencia de la culpa y el horror que nos impele a deshacernos de la culpa mediante la proyección, de modo que inventamos un Dios a nuestra imagen y semejanza, y un mundo que refleja también nuestro autoconcepto [nuestro "concepto del yo", o nuestro "concepto del ser"] de separación, culpa y ataque.

Si nos diésemos cuenta de que simplemente cometimos un error, tomando el camino equivocado porque elegimos al guía equivocado, recordaríamos a Aquel Guía al que verdaderamente podemos pedir ayuda. Su Amor nos enseñaría que nuestro "pecado" fue un error que ya ha sido corregido. Por lo tanto no puede haber pecado, culpa, negación o proyección, ni mundo. Es en ese punto en el que llegamos a la luz interior, a la cual Un Curso de Milagros se refiere como el mundo real.

(1.1-2) La luz ha llegado. Te has curado y puedes curar. 

Si estoy curado, eso quiere decir que el pensamiento de separación ha sido deshecho en mi mente, junto con el dolor y el sufrimiento, quedando solamente el Hijo de Dios tal como Él lo creó. Así es como me convierto en un sanador: aceptando la sanadora luz de la Expiación en lugar de la oscuridad del ego. Puesto que la Filiación es una conmigo, ella es sanada también. Esto mismo es lo que quiere decir de nuevo la lección 137: "Cuando me curo no soy el único que se cura". 

(1.3-4) La luz ha llegado. Te has salvado y puedes salvar. 

Esto por supuesto es paralelo a "Te has curado y puedes curar". Te has salvado de la prisión de tu propia decisión equivocada, del dolor y del sufrimiento de la culpabilidad de tu mente. En el instante santo te has convertido en el Hijo único de Dios, simbolizando, como lo hace Jesús, la decisión de la mentalidad correcta en favor de la luz en lugar de la oscuridad. 

(1-5) Estás en paz y llevas la paz contigo dondequiera que vas.

Esto es porque las ideas no abandonan su fuente. A lo largo del día —dondequiera que vayamos, hagamos lo que hagamos— nuestra mentalidad-correcta está repleta de la luz que está siempre ahí. No es algo que llevamos literalmente con nosotros, sino algo que sucede de forma automática, siendo tan natural para la mente como respirar lo es para el cuerpo. Las ideas no abandonan su fuente: el cuerpo y su uso inadecuado para el ataque y el juicio nunca han abandonado su fuente —el pensamiento de culpa en la mente errada; el cuerpo como un instrumento del amor de Jesús nunca ha abandonado su fuente —el pensamiento de luz en la mente-recta. Esta pacífica luz se extiende automáticamente a través de la mente del Hijo de Dios, lo cual, de nuevo, es el significado de "llevas la paz contigo dondequiera que vas". 

(1.6-7) Las tinieblas, el conflicto y la muerte han desaparecido. La luz ha llegado. 

Recuerda, es uno o el otro. El ego usa este principio como una forma de justificar el ataque: si no te mato yo, me matarás tú. El mismo principio funciona con Jesús también, pero con un contenido diferente. Si me uno a la luz no puede haber ninguna oscuridad, no porque yo la haya atacado, sino porque la oscuridad desaparece en presencia de la luz. Para Jesús, entonces, uno o el otro es un principio no-dualista. Si hay luz y unidad, no puede haber oscuridad y separación; dado que mi mente y mi voluntad son una con la de Dios, y que no hay otra Mente y Voluntad excepto la Suya, ¿cómo podría existir la separación? Por lo tanto, el principio de uno o el otro es válido para ambos maestros: para el ego significa ataque y asesinato; para Jesús refleja el reconfortante hecho de la Expiación —la separación de Dios nunca ocurrió. 

(2.1) Hoy celebramos el feliz desenlace de tu largo sueño de desastres. 

Considera esto como otra de las arengas de Jesús para animar. Si sientes aflicción o infelicidad hoy, no uses esta declaración para juzgarte a ti mismo como un fracaso. El hecho de que existe el resto del Libro de ejercicios —y Jesús acaba el Libro de ejercicios diciendo que este Curso es un comienzo y no un final— nos indica que él no espera que tú acabes con el sueño del ego aquí y ahora. Sin embargo, lo que él sí quiere recordarte es el principio de la Expiación: La luz ha llegado porque nunca se fue. 

Esto es otra manera de decirnos —tal como Jesús lo hace a lo largo de todo el Libro de ejercicios— que hay otro sistema de pensamiento dentro de nuestras mentes, el cual es completamente independiente del ego. Nosotros creemos que no hay nada aparte del ego, y nuestras interpretaciones de Dios, Jesús y la salvación están basadas en nuestro especialismo, según el cual esperamos mágicamente que alguien o algo externo a nosotros sea nuestro salvador. No sabemos de otro maestro, el Jesús que está fuera del sueño y no la figura más familiar para nosotros, la cual es una parte muy importante de los sueños del ego —"un sueño que llega en son de burla" (The Gifts of God, p. 121). Lecciones como ésta, por lo tanto, son la forma que tiene Jesús de decirnos que hay otro maestro en nuestra mente; es su forma de comunicarnos —precisamente al comenzar a aprender sus lecciones de perdón— nuestra meta final: la luz al final del túnel del ego, la cual brilla felizmente disipando nuestros sueños de desastres y muerte. Este resultado —la luz— es de hecho tan cierto como su Fuente. 

(2.2) Ya no habrá más sueños tenebrosos. 

Desde una perspectiva diferente, podemos ver esta lección como que Jesús nos está proporcionando el ideal, a pesar de que él sabe que estamos a kilómetros de despertar (parafraseando a Robert Frost) y de identificarnos con la luz. Por lo menos ahora sabemos que hay una meta; y él nos enseña cómo alcanzarla. Otra forma de entender la lección es considerarla como una manera que tiene Jesús de decirnos: "Si me sigues, haces estas lecciones fielmente y lees mi Texto cuidadosamente, estarás en paz y tus sueños tenebrosos se acabarán. Sin embargo, si persistes en creer que tú sabes todo mejor que yo, entonces desafortunadamente tus sueños de separación, especialismo e individualidad continuarán. ¿Valen realmente la pena?". 

(2.3-4) La luz ha llegado. Hoy comienza la era de la luz para ti y para todos los demás. 

Nunca será dicho lo suficiente que si la luz de Cristo brilla para mí tiene que brillar para todos, ya que Cristo es uno. Por lo tanto, no es sólo que la luz haya llegado, en el sentido de que he elegido aceptarla en lugar de los egoicos sueños tenebrosos de intereses separados, sino que la luz ha llegado para toda la Filiación, ya que los sueños felices del Espíritu Santo ven los intereses de todos como lo mismo [unos mismos intereses compartidos por todos].

(2.5-7) Es una nueva era, de la que ha nacido un mundo nuevo. Y cuando el viejo pasó de largo, no dejó rastro alguno sobre el nuevo. Hoy vemos un mundo diferente porque la luz ha llegado. 

Cuando Jesús dice que el mundo viejo cuando pasó de largo "no dejó rastro alguno sobre el nuevo", se hace eco de las hermosas palabras que nunca me cansaré de citar: "no se perdió ni una sola nota del himno celestial" (T.26.V.5.4) —o sea: los pecados del pasado no han tenido ningún efecto sobre el presente; no el presente de culpabilidad del ego, sino el presente del instante santo. Una vez que estamos en el nuevo mundo —el mundo real— y aceptamos el perdón como nuestro principio reinante en lugar del ataque, el sistema de pensamiento del ego desaparece. Cuando los estudiantes preguntan si recordarán su mundo cuando despierten del sueño, la respuesta es "no" —no hay nada que recordar. El desaparecido mundo viejo no ha dejado huella sobre el nuevo. Lo que ha desaparecido ha desaparecido, porque nunca existió. 

(3.1) Nuestros ejercicios de hoy serán ejercicios felices, pues en ellos daremos gracias por la desaparición de lo viejo y el comienzo de lo nuevo.

"La desaparición de lo viejo" no es algo que hagan Jesús o Un Curso de Milagros, sino que es nuestro logro cuando ejercemos el poder de elegir de la mente. Jesús nos ofrece un vislumbre de lo maravilloso que será cuando nos hayamos liberado de nuestras ilusiones de individualidad, especialismo y juicio, tal como nos cuenta al principio del Texto, y lo repetimos una y otra vez: 

No tienes idea del tremendo alivio y de la profunda paz que resultan de estar con tus hermanos o contigo mismo sin emitir juicios de ninguna clase. (T.3.VI.3.1) (Pág. 51)

(3.2) Ya no quedan sombras del pasado que puedan nublar nuestra vista y ocultar el mundo que el perdón nos ofrece. 

Esto es una declaración explícita de que las sombras de nuestro pasado —las expresiones del pecado— "ocultan el mundo que el perdón nos ofrece". En otras palabras, nuestros pensamientos de ataque y juicio son intencionales y no suceden por mera casualidad. Los elegimos para ocultar el mundo de luz que el perdón nos ofrece. Al ser la llave, el perdón abre la puerta cerrada de nuestra mente, tras la cual se encuentra la amorosa presencia de Jesús. La puerta se abre cuando miramos nuestras defensas: las sombras de culpa que hemos proyectado sobre nuestros hermanos. Muy al final del Texto se reitera este ya familiar pensamiento de forma preciosa:

Ya no se le otorga fe a ninguna ilusión, ni queda una sola mota de obscuridad que pudiese ocultarle a nadie la faz de Cristo. (T.31.VIII.12.5) (Pág. 754)

(3.3-5) Hoy aceptaremos el nuevo mundo como lo que deseamos ver. Lo que anhelamos se nos concederá. Nuestra voluntad es ver la luz; la luz ha llegado.

Jesús apela a nuestra motivación para ser felices, pues la felicidad es lo que realmente queremos. Sin este deseo, sin embargo, nunca la encontraremos. Así que se nos está enseñando, como se enfatiza en el Texto, a asociar la luz del perdón con la felicidad y la paz, y la oscuridad de la culpa con la miseria y el dolor. En el siguiente pasaje del Texto, Jesús profundiza en la filosofía de su enseñanza. Como cualquier buen teórico del refuerzo, él sabe que "es más eficaz aprender a base de recompensas que a base de dolor" (T.4.VI.3.4). Así que él nos está enseñando a asociar la alegría con la apreciación (valoración) de su enseñanza, y la miseria con la ignorancia de su enseñanza. De este modo llegamos a desear su enseñanza de luz por la alegría que nos brindará: 

¿Cómo puedes enseñarle a alguien el valor de algo que él mismo ha desechado deliberadamente? Tiene que haberlo desechado porque no le atribuyó ningún valor. Lo único que puedes hacer es mostrarle cuánta infelicidad le causa su ausencia e írselo acercando lentamente para que pueda ver cómo mengua su infortunio según él se aproxima a ello. Esto le enseña a asociar su infelicidad con la ausencia de lo que desechó, y lo opuesto a la infelicidad con su presencia. Comenzará a desearlo gradualmente a medida que cambie de parecer con respecto a su valor. Te estoy enseñando a que asocies la infelicidad con el ego y la felicidad con el espíritu. Tú te has enseñado a ti mismo lo contrario. Sigues siendo libre de elegir, mas a la vista de las recompensas de Dios, ¿puedes realmente desear las recompensas del ego? (T.4.VI.5) (Pág. 75)

(4.1-5; 5.1) Dedicaremos nuestras sesiones de práctica más largas a ver el mundo que el perdón nos muestra. Eso, y sólo eso, es lo que queremos ver. Nuestro único propósito hace que la consecución de nuestro objetivo sea inevitable. Hoy el mundo real se alza jubiloso ante nosotros para que por fin lo podamos ver. Se nos concede la visión ahora que la luz ha llegado. 

No queremos ver hoy sobre el mundo la sombra del ego. 

La "sombra del ego sobre el mundo" se refiere a nuestros pensamientos de dolor y ataque, que surgen de la culpa de nuestra mente. Sabemos cómo el ego inventa un mundo ilusorio de pecado, culpa y miedo, basado en el igualmente ilusorio pensamiento de la individualidad. Esto no permite que este mundo de pensamiento se disuelva, sino que lo entierra dentro de nuestra mente y después lo proyecta. Es este sistema de pensamiento de culpa el que proyecta una larga y desesperada sombra sobre lo que nosotros pensamos como el mundo. El destino final de la culpabilidad es, por lo tanto, el cuerpo, la fuente percibida de todo dolor y angustia, incluida la muerte. Sin embargo esto no es más que un delgado velo usado por el ego para ocultar la verdad que no queremos ver porque es la verdad (T.21.VII.5.14). Al reconocer nuestro error, elegimos de nuevo: el perdón en lugar del juicio, el mundo de luz en lugar de las sombras de culpa del ego. 

(5.2) Vemos la luz y en ella vemos el reflejo del Cielo extenderse por todo el mundo.

No vemos el Cielo en el mundo; vemos su reflejo, conocido como el mundo real. Primero hemos mirado dentro, y entonces hemos visto las sombras proyectadas de la culpa del ego por todos lados alrededor de nosotros: pérdida, abandono, sacrificio y muerte. Cuando cambiamos nuestras mentes y le pedimos ayuda a Jesús, estamos dejando que las sombras se vayan y desaparezcan, permitiendo que su luz interior sea lo único que vemos reflejado en el mundo.

(5.3-5) Comienza las sesiones de práctica más largas dándote a ti mismo las buenas nuevas de tu liberación: 

La luz ha llegado. He perdonado al mundo. 

"Buenas nuevas", por supuesto, es una frase bíblica que se refiere a la venida de Jesús como la luz del mundo. Así que él usa una frase que ha tenido una serie de connotaciones y le da un significado totalmente diferente. Aquí las buenas noticias, "las buenas nuevas", no es que la luz de Jesús vino al mundo, sino que la luz de Jesús nunca ha desaparecido de nuestra mente, a pesar de nuestra creencia de que la habíamos destruido. El principio de la Expiación del Espíritu Santo era verdad después de todo. ¿Qué buenas nuevas podría haber mejores que esas?

Podemos perdonar al mundo únicamente porque nos perdonamos a nosotros mismos por la destrucción de la luz del mundo, el mundo interior de amor que nuestra desquiciada mente nos convencía de que se había desvanecido. Así que nos damos cuenta —al aceptar el amor de Jesús por nosotros aquí— de que no nos hemos separado del amor, lo cual significa que no hemos crucificado ni destruido su Fuente. Eso, repito, son las buenas nuevas. Nos damos cuenta felizmente de que nuestros intentos de envolver (amortajar) esta luz en la oscuridad no han tenido ningún efecto porque la luz no se ha ido. Una vez que aceptamos este hecho gozoso las mortajas (envolturas) desaparecen, el velo de oscuridad se va, las sombras se desvanecen, y únicamente la luz permanece. Esto sucede solamente al habernos perdonado a nosotros mismos por haber cometido un error —¡eso ciertamente son buenas nuevas! 

(6.1) No te entretengas hoy en el pasado.

El pasado expresa pecado, literalmente; la creencia de que pecamos contra Dios. Nos pillamos a nosotros mismos preocupándonos por el pasado todas y cada una de las veces que tenemos una queja, pues cada una es el fragmento sombrío que nos recuerda nuestra queja original: contra nosotros mismos. Así llegamos a reconocer que retener el perdón refleja nuestro deseo de mantener vivo el pecaminoso pasado, reforzando la identidad separada que es protegida por nuestras proyecciones sobre los demás. 

(6.2) Mantén tu mente completamente receptiva, libre de todas las ideas del pasado y de todo concepto que hayas inventado. 

La lección 189 contiene una oración que expresa muy bien esta idea. Es lo suficientemente importante para citarla aquí, a pesar de que volveremos a encontrarnos con ella más tarde: 

Haz simplemente esto: permanece muy quedo y deja a un lado todos los pensamientos acerca de lo que tú eres y de lo que Dios es; todos los conceptos que hayas aprendido acerca del mundo; todas las imágenes que tienes acerca de ti mismo. Vacía tu mente de todo lo que ella piensa que es verdadero o falso, bueno o malo; de todo pensamiento que considere digno, así como de todas las ideas de las que se siente avergonzada. No conserves nada. No traigas contigo ni un solo pensamiento que el pasado te haya enseñado, ni ninguna creencia que, sea cual sea su procedencia, hayas aprendido con anterioridad. Olvídate de este mundo, olvídate de este curso, y con las manos completamente vacías, ve a tu Dios. (L.189.7) (Pág. 386)

Esto implica que tenemos que saber que estamos realmente felices de estar equivocados y de que Jesús tenga razón. Estamos equivocados porque creemos que aquí hay un mundo de ataque y dolor, y Jesús tiene razón porque nos dice que todo esto es inventado. Sólo cuando nos permitimos aprender que nuestra recompensa de paz es mucho mayor que el castigo del dolor, podemos permitir que nuestras mentes sean purificadas. 

(6.3-9) Hoy has perdonado al mundo. Puedes contemplarlo ahora como si nunca antes lo hubieses visto. Todavía no sabes qué aspecto tiene. Simplemente estás esperando a que se te muestre. Mientras esperas, repite varias veces lentamente y con absoluta paciencia: 

La luz ha llegado. He perdonado al mundo. 

Jesús está diciéndonos que no traigamos el mundo real hasta nosotros, ya que somos nosotros quienes tenemos que elegirlo [N.T.: Creo que se refiere al típico consejo de UCDM de no traer la luz a la sombra, sino primero llevar nuestra sombra a la luz; es decir, que no tratemos de definir la luz con nuestros conceptos, sino que nos vaciemos y estemos receptivos a que la realidad se muestre tal cual es]. Por otra parte, nuestra paciencia no incluye esperar a Jesús porque hay una larga lista de espera; únicamente nos esperamos a nosotros mismos, pues aún tenemos demasiado miedo de aceptar la luz, en presencia de la cual la oscuridad de nuestro ser individual desaparece. Vemos nuevamente que Jesús nos está indicando que sabe que no estamos todavía en el punto en el que podemos mirar al mundo perdonado. Es por eso por lo que no hay necesidad de fingir que hemos progresado más de lo que realmente lo hemos hecho. Tal arrogancia difícilmente conviene a un Hijo de Dios; por otra parte, tal arrogancia garantiza (mientras dure) que nunca recordemos que somos el Hijo de Dios. 

Es evidente en el enfoque de Jesús a lo largo de Un Curso de Milagros que aunque él nos presenta la verdad sin hacer ningún tipo de concesiones (con una inequívoca congruencia), al mismo tiempo él es siempre amable, paciente y comprensivo con nuestra falta de preparación para aceptarla. Es extremadamente importante experimentar su paciencia, para que así podamos también expresarla a los demás. Cuando nos sentimos molestos con otras personas e impacientes con sus errores, es sólo porque no queremos aceptar la paciencia de Jesús con nuestros propios errores. Esto es porque queremos verlos como pecados, y en lugar de aceptar la responsabilidad por estos pensamientos erróneos, los proyectamos afuera y nos sentimos aparentemente justificados para ser impacientes con todos los demás. Declaraciones como éstas dejan claro que el amor paciente de Jesús está con nosotros, siendo de este modo Jesús un modelo para todos nosotros. 

(7.1) Date cuenta de que tu perdón te hace acreedor a la visión. 

Vuelve el tema de la visión, esta vez en el contexto de nuestra aceptación del mundo real por medio del perdón. En otras palabras, cuando nos negamos a perdonar no podemos ver, y lo que pensamos que vemos es simplemente una distorsión. Por otra parte, cuando perdonamos, nuestros ojos se limpian de las sombras de la culpa y entonces llega la visión. 

(7.2) Entiende que el Espíritu Santo jamás deja de darles el don de la visión a los que perdonan.

Esto no significa que el Espíritu Santo nos niegue ese don cuando juzgamos a otros o a nosotros mismos, sino que somos nosotros quienes rechazamos ese don cuando estamos llenos de juicios. De hecho es por eso por lo que juzgamos: para mantener ese don a distancia. Al igual que sucede con la gracia de Dios, la visión del Espíritu Santo es para todos, y abarca a todos. Simplemente aguarda a que mediante nuestro perdón la aceptemos. 

(7.3-11) Confía en que Él no dejará de dártelo a ti ahora. Has perdonado al mundo. El Espíritu Santo estará contigo mientras observas y esperas. Él te mostrará lo que la verdadera visión ve. Ésa es Su Voluntad y tú te has unido a Él. Espéralo pacientemente. Él estará allí. La luz ha llegado. Has perdonado al mundo. 

Una vez más, si tomamos estas palabras literalmente suena como si tuviéramos que esperar a que el Espíritu Santo llegue. Obviamente eso no tiene sentido, del mismo modo que tampoco tiene sentido que durante dos mil años los cristianos hayan estado esperando la llegada de Jesús: la así llamada Segunda Venida. La cuestión no es su Segunda Venida sino la nuestra, tal como el término es redefinido en Un Curso de Milagros (T.4.IV.10.2-3). De modo que cuando Jesús dice "Espéralo pacientemente", lo que realmente quiere decir es que esperemos pacientemente para que nosotros mismos dejemos de lado nuestro miedo lo suficiente como para que podamos aceptar al Espíritu Santo. Por lo tanto observamos y esperamos con paciencia, reflejo de su infinita paciencia: 

La paciencia que tengas con tu hermano es la misma paciencia que tendrás contigo mismo. ¿No es acaso digno un Hijo de Dios de que se tenga paciencia con él? He tenido infinita paciencia contigo porque mi voluntad es la Voluntad de nuestro Padre, de Quien aprendí lo que es la paciencia infinita. Su Voz estaba en mí tal como está en ti, exhortándonos a tener paciencia con la Filiación en Nombre de su Creador. (T.5.VI.11.4-7) (Pág. 97)

(8.1-3) Dile que sabes que no puedes fracasar en tu empeño porque confías en Él. Y dite a ti mismo que esperas lleno de certeza poder contemplar el mundo que Él te ha prometido. De ahora en adelante verás de otra manera. 

Señalando una vez más el sentido metafórico de las palabras, dichas palabras no se las estamos diciendo realmente al Espíritu Santo, pues difícilmente podría ser necesario que tuviésemos que contarle a Él nada sobre nosotros. El significado de esa primera frase es simplemente que tenemos que reforzar nuestra decisión de confiar en Él. Aprendemos a reconocer la conexión causal entre abandonar nuestra creencia de que estamos mejor por nuestra propia cuenta, y los maravillosos efectos que la visión nos trae: ver un mundo apacible de intereses compartidos, totalmente diferente del detestable mundo del ego basado en intereses separados.

(8.4-5) La luz ha llegado hoy. Y verás el mundo que se te ha prometido desde los orígenes del tiempo, en el cual el fin del tiempo está garantizado. 

Esta última frase es intrigante. Cuando Jesús dice "verás el mundo que se te ha prometido desde los orígenes del tiempo", él no está hablando sobre el que tú crees que eres. Tú no has existido desde el origen del tiempo; no tienes quince mil millones de años de edad. Por lo tanto él se refiere al "tomador-de-decisiones" en nuestra mente, que es una parte del Hijo único a quien le fue prometido al principio que "la luz ha llegado" —el principio de la Expiación. En aquel instante ontológico en el que creímos que nos habíamos separado de Dios, la promesa estaba allí, ya cumplida. Simplemente que no la habíamos aceptado. Al proyectar la culpa por el rechazo, creímos que el Espíritu Santo no había mantenido Su promesa, ni tampoco Dios, ni Jesús, ni ahora Un Curso de Milagros. Este es el problema que Jesús corrige. La Expiación estaba en nuestra mente desde el primer instante en que el pensamiento de la separación pareció comenzar, reflejando la promesa que Dios nos hizo (y nosotros a Él), tal como leemos en el siguiente inspirador pasaje del Texto. Aparece en el contexto de nuestra elección de la enfermedad en lugar de la salud, habiendo hecho una promesa al ego en lugar de a Dios: 

Dios cumple Sus promesas; Su Hijo cumple las suyas. Esto fue lo que su Padre le dijo al crearlo: "Te amaré eternamente, como tú a Mí. Sé tan perfecto como Yo, pues nunca podrás estar separado de Mí". Su Hijo no recuerda que le contestó: "Sí, Padre", si bien nació como resultado de esa promesa. Con todo, Dios se la recuerda cada vez que él se niega a mantener la promesa de estar enfermo, y permite, en cambio, que su mente sea sanada y unificada. Sus votos secretos son impotentes ante la Voluntad de Dios, Cuyas promesas él comparte. Y lo que ha usado como substituto de éstas no es su voluntad, pues él se comprometió a sí mismo a Dios. (T.28.VI.6.3-9) (Pág. 680)

Una vez más, si prestas cuidadosa atención a una frase como la de arriba, resulta claro que Jesús no está hablando del que tú crees que está leyendo, estudiando y practicando estas palabras, sino que le habla al Hijo único de Dios que está más allá del tiempo y del espacio, al yo-tomador-de-decisiones el cual creyó en sí mismo en lugar de en su Ser, tal como lo expresa tan sucintamente una lección posterior: 

No dejes que olvide que mi ser no es nada, pero que mi Ser lo es todo. (L.358.1.7) (Pág. 517)

(9.1-4) Las sesiones de práctica más cortas serán asimismo jubilosos recordatorios de tu emancipación. Recuérdate a ti mismo cada cuarto de hora aproximadamente que hoy es un día de una celebración especial. Da gracias por la misericordia y el Amor de Dios. Regocíjate de que el perdón tenga el poder de sanar completamente tu vista. 

Tal como en muchas otras lecciones, Jesús quiere que experimentemos la alegría de aprender su mensaje. El final de nuestra miseria radica en perdonar a nuestros hermanos y a nosotros mismos —realmente uno y lo mismo. ¿Quién que sepa este hecho se negaría a recordar cada quince minutos que la luz ha llegado y es nuestra? No obstante esa luz es lo que todavía tenemos que aceptar como la verdad acerca de nosotros mismos. 

(9.5-7) Confía en que este día será un nuevo comienzo. Sin las tinieblas del pasado sobre tus ojos, hoy no podrás sino ver. Y tu acogida a lo que veas será tal que felizmente extenderás el día de hoy para siempre. 

Date cuenta de que Jesús dice "un nuevo comienzo", lo cual, por cierto, es el título del capítulo 30 del Texto. Él no está diciendo que el viaje ha terminado, a pesar de que muchas de las afirmaciones de la lección vendrían a decir eso, pues él no habla desde una perspectiva lineal. Él está diciendo que "la luz ha llegado" porque la luz ya está aquí dentro de nosotros. Sin embargo, debemos comenzar el proceso de aceptarla, que consiste en la liberación de la oscuridad de nuestro pecaminoso pasado. Solo entonces podremos adquirir la alegría de la visión de Cristo, a la que damos la bienvenida una vez que ya no deseamos hacer el pecado real ni protegerlo percibiendo la culpa en alguien más. A medida que le damos la bienvenida a la visión, sin añadirle nada más, ella se extiende hasta la eternidad del conocimiento. 

(10) Di entonces: 

La luz ha llegado. He perdonado al mundo. 

Si te asaltase la tentación, dile a quienquiera que parezca estarte llevando nuevamente a las tinieblas: 

La luz ha llegado. Te he perdonado. 

Practicamos para que esta visión de la luz venga más rápidamente, junto con la alegría del perdón. Lo que nos acelera en esto es nuestra buena voluntad de practicar el estar vigilantes sobre nuestras quejas, para que la luz del perdón disipe la oscuridad de la culpa que nos había envuelto —a nosotros y al mundo— en el dolor y la miseria. 

(11) Dedicamos este día a la serenidad en la que Dios quiere que estés. Mantenla en la conciencia que tienes de ti mismo y contémplala en todas partes hoy, según celebramos el comienzo de tu visión y del panorama que ofrece el mundo real, el cual ha venido a reemplazar al mundo que no habías perdonado y que pensabas era real. 

Jesús continúa inspirándonos con el feliz resultado de la paz que él nos asegura que es nuestra. Simplemente tenemos que desearla tan plenamente como deseamos abandonar el mundo-no-perdonado, y caminar en la luz nacida del perdón a nuestros compañeros en el especialismo. Esta luz es nuestra realidad y nuestra recompensa, tal como Jesús retrata tan bien en el siguiente pasaje del Texto, una hermosa manera de culminar nuestro debate de esta lección: 

Esta belleza no es una fantasía. Es el mundo real, resplandeciente, puro y nuevo, en el que todo refulge bajo la luz del sol. No hay nada oculto aquí, pues todo ha sido perdonado y ya no quedan fantasías que oculten la verdad. (...) Esta belleza brotará para bendecir todo cuanto veas, conforme contemples al mundo con los ojos del perdón. Pues el perdón transforma literalmente la visión, y te permite ver el mundo real alzarse por encima del caos y envolverlo dulce y calladamente, eliminando todas las ilusiones que habían tergiversado tu percepción y que la mantenían anclada en el pasado. (...) Ve gustosamente a encontrarte con tu Redentor, y con absoluta confianza abandona con Él este mundo y entra al mundo real de belleza y perdón. (T.17.II.2.1-3; 6.1-2; 8.5) (Págs. 392 y 393)

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Fuente: Journey Through the Workbook of a Course in Miracles, de Ken Wapnick.

Índice de capítulos traducidos en este blog, aquí: link-indice.

lunes, 2 de febrero de 2015

L-74 Journey ... de Ken Wapnick

Como ya indiqué en el post índice, los comentarios de Ken Wapnick son los que he puesto en color verde:

Lección 74 — No hay más voluntad que la de Dios 

(1.1) La idea de hoy se puede considerar como el pensamiento central hacia el cual se dirigen todos nuestros ejercicios. 

Esta es la manera en que Jesús parafrasea para nosotros nuestra única responsabilidad, que es aceptar la Expiación para nosotros mismos. La diminuta y alocada idea, una vez tomada en serio por el ego, dice que la separación de Dios es un hecho y que el Hijo tiene una voluntad separada y distinta a la de su Creador. Esta "voluntad" del Hijo puede ahora establecer su propia realidad como una entidad autónoma. El sistema del ego sigue lógicamente a partir de esa premisa básica, hasta incluir la fabricación del universo físico. El ego es, por lo tanto, una declaración de que efectivamente existe una voluntad aparte de la de Dios. Esto es lo opuesto al principio de la Expiación que dice que no hay más voluntad que la de Dios. Cualquier otro pensamiento es ilusorio, y por lo tanto nunca ha sucedido. Esta idea se puede apreciar de manera sucinta en las siguientes líneas del Manual para el maestro, en el contexto de la idea de la separación: 

En el tiempo esto ocurrió hace mucho. En la realidad, nunca ocurrió. (M.2.2.7-8) (Pág. 5)

Una vez más, lo que Jesús está diciendo es que esta idea —"No hay más voluntad que la de Dios"— es el pensamiento central de estos ejercicios. De hecho, el objetivo de Un Curso de Milagros es enseñarnos a aceptar la Expiación para nosotros mismos; negar la realidad aparente del sistema de pensamiento del ego, que se basa en tomar en serio la diminuta y alocada idea —["A causa del olvido del Hijo de reírse de la diminuta y alocada idea] ese pensamiento se convirtió en una idea seria" (T.27.VIII.6.3)— y así un "yo" individual creyó tener una voluntad autónoma aparte de la Voluntad de Dios. 

(1.2-3) La Voluntad de Dios es la única Voluntad. Cuando hayas reconocido esto, habrás reconocido que tu voluntad es la Suya. 

Esta es la última cosa en el mundo que el ego jamás querrá que entendamos, porque si nuestra voluntad es la Suya, no hay separación —otra forma de expresar el principio de la Expiación, el cual deshace al ego. Además, si no hay otro que no sea Dios, no puede haber elección ni por consiguiente tomador-de-decisiones. El Espíritu Santo mantiene el pensamiento de la Expiación en nuestras mentes, y el miedo del ego de que elijamos identificarnos únicamente con esto motiva que el ego desarrolle su estrategia de dejarnos sin mente [privados del acceso a la mente], el mundo de los cuerpos. Este miedo es sucintamente resumido en la siguiente declaración del Texto

Tienes miedo de saber cuál es la Voluntad de Dios porque crees que no es la tuya. Esta creencia es lo que da lugar a la enfermedad y al miedo. (T.11.I.10.3-4) (Pág. 217)

(1.4) La creencia de que el conflicto es posible habrá desaparecido. 

Encontramos en estas lecciones —por eso las estamos estudiando tan atentamente— la totalidad del sistema de pensamiento del ego tal como es presentado con mayor detalle en el Texto. Si tengo una voluntad que está separada de la de Dios, el ego me dice que me lo he ganado al triunfar sobre mi Gran Adversario. De modo que al vencer en el gran conflicto, me merezco los maravillosos frutos de la individualidad. Sin embargo, a esta victoria el ego la llama pecado, al que sigue la culpa, cuya proyección nos lleva a hacer un Dios a nuestra imagen y semejanza: Uno contra el Cual hemos pecado, y ahora, enfadado y de manera justificada, busca castigarnos, un ataque que nosotros justificadamente tememos. Lo que estamos diciendo podría recordarte la segunda y la tercera leyes del caos (T.23.II.5-8), refiriéndose específicamente a este tema de un Dios enfadado y vengativo; una imagen presente en todo el mundo, independientemente de su religión o de su falta de ella. En el mundo occidental, la imagen está basada en el Dios bíblico —una deidad vengativa que cree en la realidad del pecado.

Una vez que hemos proyectado nuestro pecado, se establece en nuestras mentes un campo de batalla aparentemente eterno. Ese es el conflicto —entre nosotros mismos y Dios, dado que Él es Aquel al que creemos haber atacado, y Cuya venganza es reclamada por nuestra culpa. Innecesario decir que esto no es el Dios verdadero. Sin embargo, en nuestro sueño demente, que comienza con la creencia de que somos individuos autónomos, este conflicto es bastante real. Nos lleva a reprimir el pensamiento aterrador y, a través de la proyección, inventar un mundo en el cual vemos el conflicto alrededor de nosotros, pero ya no dentro de nuestras mentes. Creemos que todo el mundo y todas las cosas están en guerra con nosotros, las sombras fragmentadas del conflicto original. Si esto toma la forma de enemigos declarados (lo que llamamos odio especial) o de enemigos más sutiles (a los que llamamos amores especiales), el conflicto continúa. Es una batalla no solo con individuos, sino con la vida misma, cuya principal característica es la muerte. Por lo tanto, tal como enseñaba Freud, desde el momento en que nacemos estamos preparándonos para morir. El pensamiento final de la muerte, por lo tanto, es el principal conflicto que experimentamos aquí, sin embargo esto no es más que un fragmento del conflicto original, basado en el pensamiento de que tenemos una voluntad separada de la de Dios. Obtuvimos esa voluntad al destruirLe y ahora Él va a levantarse de la tumba y destruirnos a nosotros, apoderándose de la vida que creemos haberLe robado. 

(1.5-6) La paz habrá reemplazado a la extraña idea de que te atormentan objetivos conflictivos. En cuanto que expresión de la Voluntad de Dios, no tienes otro objetivo que el Suyo. 

Recordemos por un momento las lecciones 24 y 25, en las que Jesús explica que no sabemos lo que verdaderamente nos conviene. En uno de los ejercicios abordábamos un problema y pensábamos en su mejor solución. Jesús nos dijo que si verdaderamente hacíamos esto concienzudamente nos daríamos cuenta de que tenemos objetivos conflictivos entre sí y que por lo tanto no podríamos estar seguros de lo que es mejor para nosotros. En un momento dado pensamos en algo que podría funcionar, y en el siguiente pensamos en cualquier otra cosa. Esto nos obliga a elegir entre estos objetivos cambiantes, lo cual es la forma en que Jesús nos enseña que no entendemos nada, y ciertamente no entendemos nuestros propios intereses. 

Los objetivos conflictivos que experimentamos reflejan  el conflicto original en nuestras mentes, entre Dios y nosotros mismos, el cual [el conflicto original] está realmente dentro de nosotros mismos. Esta proyección egoica de un Dios es inventada. Así que Él no está realmente ahí, pues no es otra cosa que una parte escindida de nuestras ya divididas mentes. El conflicto del ego es uno o el otro, mata o muere —un conflicto que se desarrolla dentro de nuestras mentes, porque las figuras de nuestras vidas que pensamos que nos están victimizando no son más que personajes de nuestros propios sueños: figuras alucinatorias de nuestro sistema de pensamiento ilusorio. Sin embargo, cuando abandonamos el sistema de pensamiento del ego —conflicto, pecado e individualidad— y lo cambiamos por el sistema de pensamiento del Espíritu Santo, al hacer eso hemos aceptado la Expiación. Por lo tanto hay un único objetivo —ya aceptado— el cual es recordar Quién somos y regresar a casa. 

(2.1) La idea de hoy encierra una gran paz, y lo que los ejercicios de hoy se proponen es encontrarla.

De hecho, podemos encontrar la paz sólo por medio de esta idea. Ella viene de muchas, muchas formas diferentes, pero su esencia es que la paz se encuentra en la idea de que nunca nos hemos separado de Dios, y por lo tanto no estamos separados de nadie ni de ninguna cosa. 

(2.2-4) La idea en sí es completamente cierta. Por lo tanto, no puede dar lugar a ilusiones. Sin ilusiones, el conflicto es imposible. 

Las ilusiones son todo aquello que el ego nos dice que es cierto. Por lo tanto, una vez que hemos empezado con la premisa básica de que hay otra voluntad aparte de la de Dios —la diminuta y alocada idea que es tomada en serio, lo que nos lleva a creer que existimos como individuos separados— el resto de las ilusiones siguen lógicamente: soy pecador, culpable, y temo el castigo, el cual va a ser mi destino inevitable si permanezco en mi mente. Para proteger este recién adquirido "yo", tengo que proyectar el conflicto básico entre "yo mismo" y la imagen que tengo de Dios, inventando un mundo en el que experimento un nuevo conjunto de problemas —todos percibidos fuera de mi mente. 

Estos, entonces, son las ilusiones, las cuales surgen de nuestra no-aceptación del principio de la Expiación de que no hay otra voluntad que la de Dios, lo cual significa que la separación nunca sucedió. Por lo tanto, una vez que estas ilusiones son miradas [discernimiento] y soltadas [desapego], no puede haber conflicto, el cual, repito, es entre la parte culpable y pecaminosa de nosotros mismos, la cual no queremos entregar a la conciencia, y la parte culpable y pecaminosa de nosotros mismos que hemos proyectado como la imagen de Dios. Cuando ya no se le concede fe al pensamiento del pecado, no puede haber ilusiones ni conflicto; y por lo tanto no hay dolor ni sufrimiento.

(2.5; 3.1) Tratemos hoy de reconocer esto y de experimentar la paz que este reconocimiento nos brinda. 

Comienza las sesiones de práctica más largas repitiendo lentamente los pensamientos que siguen a continuación varias veces, con la firme determinación de comprender su significado y de retenerlos en la mente:

He mencionado dos veces anteriormente que muchas de las declaraciones del Libro de ejercicios pueden ser malinterpretadas como afirmaciones, similares a las que se encuentran en muchos sistemas de la Nueva Era en los que son usadas para hacer callar el ego de las personas mediante la sustitución de los pensamientos negativos por pensamientos positivos. Es bastante evidente que esto no funciona, pues lo único que se consigue así es que reprimamos en el inconsciente nuestros malos pensamientos, y cualquier cosa que sea reprimida tiene una manera más desafortunada de encontrar su camino para emerger nuevamente a la superficie, ya sea mediante el ataque a otros (juicios) y/o atacándonos a nosotros mismos (enfermedad). 

Jesús no está animándonos a traer la verdad a la ilusión —la verdad de estas declaraciones a la ilusión en la que creemos— sino que más bien nos enseña a llevar las ilusiones de los pensamientos egoicos a esta verdad. Por tanto, siempre que tenemos la tentación de sentirnos molestos tenemos que llevar esa molestia y sus causas aparentes a la verdad: que nosotros hicimos/inventamos esto. Sabemos que lo hicimos porque no hay más voluntad que la de Dios [Nota: la última frase no estoy seguro de cómo debía traducirse; en inglés dice: We know we have because there is no Will but God’s. Puede que signifique más o menos esto (la expreso con aclaraciones incluidas): «Sabemos que somos nosotros quienes hemos inventado —pero no creado— tal molestia, porque no hay más voluntad que la de Dios —la cual es la única verdadera creación»].

Repitiendo, estas no son declaraciones que debamos utilizar para acallar a nuestros egos, sino que debemos traer los estridentes alaridos de nuestro ego —la culpa y el juicio— al suave pensamiento de la lección. Este proceso es válido no solo para estos ejercicios, sino para todos los demás. Por lo tanto decimos: 

(3.2-3) No hay más voluntad que la de Dios. No puedo estar en conflicto. 

Esto significa que cuando te sientes descontento o molesto en el transcurso del día y miras honestamente a tu ego, entonces te das cuenta de que estás molesto porque crees que estás en conflicto —crees que alguien o algo te ha traído dolor, y eso es la "causa" del problema. Si recuerdas esta declaración —"No hay más voluntad que la de Dios. No puedo estar en conflicto"— reconoces que todo lo que ahora percibes proviene de la idea de que estás en conflicto con Dios. Sufres en manos de otra persona, te sientes enfermo o has perdido tu paz como resultado de las condiciones del mundo —todo porque crees que te separaste de tu Creador. Dicho de otra manera, conflicto significa dualidad, lo cual es la esencia del egoico estado ilusorio de separación; por su parte, la Voluntad de Dios expresa la verdad no-dualista de la unidad de nuestra realidad como Hijo de Dios. 

Esta lección continúa el proceso de entrenamiento en el que hemos de empezar a revisar siempre —no sólo aquí, sino siempre— el egoico sistema de pensamiento que subyace a nuestro malestar, enfado, depresión, enfermedad, ansiedad o miedo. Cuando miramos al ego con Jesús a nuestro lado, estamos haciendo automáticamente lo que él nos está pidiendo en esta lección. Tal como nos dice al principio del Texto, él es la Expiación (T.1.III.4.1): la experiencia y el símbolo dentro de nuestro sueño de que no hay otra voluntad que la de Dios. Su amorosa presencia dentro de nuestras mentes es la prueba de que nada se interpone entre nosotros y el Amor de Dios, y de que, además, nada podría interponerse entre nosotros y este Amor, tal como ahora leemos: 

(3.4-9) Dedica entonces varios minutos a añadir pensamientos afines, tales como: 

Estoy en paz. 
Nada puede perturbarme. Mi voluntad es la de Dios. 
Mi voluntad y la de Dios son una. 
La Voluntad de Dios es que Su Hijo esté en paz. 

Jesús continúa diciéndonos cómo proceder en estos ejercicios: 

(3.10-13) Durante esta fase introductoria, asegúrate de hacerle frente en seguida a cualquier pensamiento conflictivo que pueda cruzar tu mente. Di de inmediato: 

No hay más voluntad que la de Dios. Estos pensamientos conflictivos no significan nada. 

Una vez más, lo que Jesús quiere no es que acallemos nuestro dolor o neguemos nuestra experiencia de conflicto con alguien o algo, sino que lo que quiere es que le llevemos nuestro sufrimiento. Esto es análogo a lo que el gran maestro indio Krishnamurti enfatizaba en sus enseñanzas: Quédate con el dolor. Esto no era una llamada al masoquismo. Era un ruego que él hacía a sus estudiantes de no tapar el dolor, sino que continuaran a través de él hasta el amor que hay más allá. En Un Curso de Milagros, Jesús es quien nos guía a través del dolor que previamente hemos llevado a él, hasta la paz que nos aguarda más allá del velo de conflicto del ego. 

(4.1) Si algún asunto parece ser muy difícil de resolver, resérvalo para un examen más detenido. 

Como hemos visto a lo largo de estas lecciones, lo que Jesús nos pide es que prestemos una cuidadosa atención a nuestra mente, para buscar en ella y encontrar los pensamientos de conflicto. Entonces retrocedemos desde nuestra infelicidad y angustia hasta regresar al pensamiento subyacente de separación, que es el fundamento para la experiencia de conflictos concretos. En lugar de evitar una situación conflictiva especialmente difícil, Jesús nos anima a prestar una cuidadosa atención a ella —para "reservarla para un examen más detenido"— lo cual significa llevársela a él con el fin de que la culpa de la mente pueda ser vista y soltada. 

(4.2-5) Piensa en él brevemente, aunque de manera muy concreta, identificando la persona o personas en cuestión y la situación o situaciones de que se trate, y di para tus adentros: 

No hay más voluntad que la de Dios. Yo la comparto con Él. 
Mis conflictos con respecto a _____ no pueden ser reales. 

No puedo darme cuenta de que los conflictos entre tú y yo son irreales a menos que acepte el hecho de que los he hecho reales, muy reales. Primero tenemos que mirar al conflicto tal como lo experimentamos, y luego retroceder hasta su fuente. Este proceso de mirar, por supuesto, es el resumen de Un Curso de Milagros, un proceso que resulta imposible a menos que miremos en el lugar correcto: la parte tomadora-de-decisiones de nuestra mente, donde se produjo el error inicial. El final del capítulo 5 del Texto ofrece un ejemplo de la explícita enseñanza de Jesús en este sentido: 

(...) el proceso de deshacimiento, que no procede de ti, se encuentra no obstante en ti porque Dios lo puso ahí. Tu papel consiste simplemente en hacer que tu pensamiento retorne al punto en que se cometió el error, y en entregárselo allí a la Expiación en paz. (T.5.VII.6.4-5) (Pág. 99)

En otro lugar del Texto Jesús habla del conflicto y de cómo éste se resuelve mediante la visión del Espíritu Santo; compartir esta visión es el objetivo de Un Curso de Milagros:

El Espíritu Santo desvanece las ilusiones sin atacarlas, ya que no puede percibirlas en absoluto. Por consiguiente, no existen para Él. Resuelve el aparente conflicto que éstas engendran, percibiendo cualquier conflicto como algo sin sentido. He dicho anteriormente que el Espíritu Santo percibe el conflicto exactamente como es, y el conflicto no tiene sentido. El Espíritu Santo no quiere que entiendas el conflicto; quiere, no obstante, que te des cuenta de que, puesto que el conflicto no tiene sentido, no es comprensible. (T.7.VI.6.1-5) (Pág. 138)

Una vez más, es por esto que Jesús quiere que percibamos el conflicto; para que podamos ver más allá de él, hasta la verdad. 

Con esto concluye la primera parte del ejercicio. La segunda parte continúa así: 

(5.1) Después que hayas despejado tu mente de esta manera, cierra los ojos y trata de experimentar la paz a la que tu realidad te da derecho.

En otras palabras, primero tenemos que ser conscientes de nuestros pensamientos oscurecedores [oscurecedores: ocultadores; que tapan], las nubes a través de las que, en una lección anterior, Jesús nos dijo que nos llevaría (Lección 70 [párrafos 8 y 9]). Más allá de estas nubes defensivas está la paz de Dios. Invariablemente Jesús nos recuerda que la paz no puede llegar sin que primero hayamos deshecho el conflicto; la luz regresa únicamente cuando hemos atravesado la oscuridad; y el amor no puede ser recordado a menos que miremos el odio. 

(5.2-4) Sumérgete en ella y siente cómo te va envolviendo. Puede que te asalte la tentación de confundir estas prácticas con el ensimismamiento, pero la diferencia entre ambas cosas es fácil de detectar. Si estás llevando a cabo el ejercicio correctamente, sentirás una profunda sensación de dicha y mayor agudeza mental en vez de somnolencia y enervamiento. 

Muchas personas experimentan una tendencia a quedarse dormidos cuando empiezan a meditar o hacer las lecciones. Este es el punto de referencia de Jesús aquí, y él está ayudándonos a entender su ["su": de la tendencia al adormecimiento] propósito defensivo de proteger nuestro miedo. La somnolencia no sucede porque estemos cansados o porque no seamos estudiantes sinceros. Llega porque tememos el estado de paz. Cuando seamos conscientes de nuestros pensamientos de conflicto no nos quedaremos dormidos. Por lo tanto deberíamos preguntarnos a nosotros mismos por qué permanecemos despiertos con estos pensamientos y caemos dormidos cuando estamos a punto de ir más allá de ellos hasta la paz de Dios. La respuesta es obvia. La paz nos resulta amenazadora porque dice que no hay otra voluntad que la de Dios y que la nuestra es una con la Suya. Si la separación nunca sucedió, entonces nosotros tampoco sucedimos. Ese es el miedo; el miedo de perder nuestro ser individual. 

Es importante que cuando comiences a distraerte —por estar cansado, quedarte dormido, o por estar pensando en todo excepto en el ejercicio— no te juzgues a ti mismo ni te sientas culpable, sino que te des cuenta de que la distracción está viniendo de tu miedo a la meta de la lección. 

(6) La paz se caracteriza por la dicha. Cuando experimentes dicha sabrás que has alcanzado la paz. Si tienes la sensación de estar cayendo en el ensimismamiento, repite la idea de hoy de inmediato y luego vuelve al ejercicio. Haz esto cuantas veces sea necesario. Es ciertamente ventajoso negarse a buscar refugio en el ensimismamiento, aun si no llegas a experimentar la paz que andas buscando. 

Lo que es útil de estas declaraciones es la suavidad con la que Jesús nos señala nuestra potencial resistencia a estas lecciones. Si él supone que tendremos dificultades y no nos juzga por ello, entonces no hay razón para juzgarnos a nosotros mismos cuando nos olvidamos de hacer los ejercicios, o los empezamos y pronto nos quedamos dormidos. 

Cuando nos permitimos ir más allá de los pensamientos de ira, depresión y conflicto, sentimos alegremente la paz de saber que nuestros pecados están perdonados y que no han tenido ningún efecto en el amor y en el interior. Tal alegría es imposible si antes no aceptamos nuestros autoconceptos del pecado, la culpa y el fracaso. "Fracasar" [o: "fallar"] con el Libro de ejercicios nos ofrece oportunidades perfectas para observar estos conceptos egoicos, y entonces ir más allá de ellos hasta la verdad sobre nosotros mismos.

(7) En las sesiones más cortas, que hoy se deben llevar a cabo a intervalos regulares previamente determinados, di para tus adentros: 

No hay más voluntad que la de Dios. Hoy busco Su paz. 

Trata entonces de hallar lo que buscas. Dedicar uno o dos minutos cada media hora a hacer este ejercicio —con los ojos cerrados a ser posible— será tiempo bien empleado. 

Si nuestra meta es verdaderamente la paz, entonces también acogemos felizmente los medios para alcanzarla. Nuestros constantes recordatorios durante todo el día reflejan este acogimiento. Por lo tanto, una vez más, olvidarnos de esos "uno o dos minutos" que se nos pide dedicar cada treinta minutos nos ayuda a entrar en contacto con nuestra ambivalencia con respecto a la meta. Esto nos alerta sobre nuestro conflicto interior y nos ofrece constantes oportunidades de perdonarnos a nosotros mismos por el "pecado" de rechazar a Dios. De vez en cuando volveremos a este aspecto tan importante de nuestra práctica del Libro de ejercicios.

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Fuente: Journey Through the Workbook of a Course in Miracles, de Ken Wapnick.

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