Lección 190 — Elijo el júbilo de Dios en lugar del dolor
Esta lección puede que no sea tan hermosa como las dos anteriores, pero su exposición sobre el rol que juega el dolor en el sistema de pensamiento del ego hace que sea una de las lecciones más importantes del Libro de ejercicios. "Los testigos del pecado" [T.27.VI] define el dolor como uno de los testigos más convincentes del pecado, y esta lección viene a decir lo mismo, al reflejar el principio metafísico de Un Curso de Milagros de que una de dos, o Dios es real o lo es el ego, ya que no puede haber ningún tipo de consenso o transigencia entre la verdad y la ilusión. Por lo tanto elijo o bien la alegría/júbilo de Dios, o bien el dolor del ego. El título nos recuerda también que se trata de una elección —entre la perdonadora mentalidad correcta del Espíritu Santo, que es la fuente de la alegría, y la mentalidad errada del ego, del pecado, la culpa y el miedo, la causa del dolor. En esta lección vamos a ver también una exposición de la relación mente-mundo.
(1.1-4) El dolor es una perspectiva errónea. Cuando se experimenta en cualquier forma que sea, es señal de que nos hemos engañado a nosotros mismos. El dolor no es un hecho en absoluto. Sea cual sea la forma que adopte, desaparece una vez que se percibe correctamente.
El dolor no es del cuerpo, sin embargo es obvio que se experimenta ahí. El dolor proviene de nuestra creencia errónea de que el pecado es real. Cuando se cambia esta creencia, la fuente del dolor es deshecha. No hay más identificación con el cuerpo, y al darnos cuenta de que estamos fuera del sueño, no podemos sentir dolor. La culpa que no queremos reconocer en la mente —el centro neurálgico del dolor— la experimentamos en el cuerpo, porque ese es el ser que creemos que somos. No creemos ser una mente pecaminosa, sino que creemos ser un cuerpo, el almacén de la culpa que se manifiesta como dolor. Esta perspectiva errónea —que Jesús llama "confusión de niveles" en el Texto [en los capítulos 1 y 2, por ejemplo en T.1.I.23.2 o en T.2.IV.2.2 y varias veces más en el capítulo 2] — es explicada en este pasaje citado anteriormente:
Un paso importante en el plan de la Expiación es deshacer el error en todos los niveles. La enfermedad o "mentalidad-no-recta" es el resultado de una confusión de niveles, pues siempre comporta la creencia de que lo que está mal en un nivel puede afectar adversamente a otro. Nos hemos referido a los milagros como un medio de corregir la confusión de niveles, ya que todos los errores tienen que corregirse en el mismo nivel en que se originaron. Sólo la mente puede errar. El cuerpo sólo puede actuar equivocadamente cuando está respondiendo a un pensamiento falso. (T.2.IV.2.1-5) (Págs. 24 y 25)
Como ahora vemos, el ego usa esta confusión de niveles para enseñarnos que el dolor es nuestro merecido debido a nuestro pecado contra Dios —es decir, que nos merecemos ser castigados por Él.
(1.5-7) Pues el dolor proclama que Dios es cruel. ¿Cómo podría entonces ser real en cualquiera de las formas que adopta? El dolor da testimonio del odio que Dios el Padre le tiene a Su Hijo, de la pecaminosidad que ve en él y de Su demente deseo de venganza y de muerte.
No hace falta decir que este no es el Dios real, sino el producto final del sistema de pensamiento de culpa y dolor del ego: el dolor es la sombra de la culpa, el efecto de la creencia del ego en la separación. Su causa radica en la afirmación de mi pecado contra el Creador, con el fin de existir como un ser especial. La culpa proveniente de este pecado me induce a proyectarla sobre Dios, haciendo de Él un asesino en lugar de serlo yo: Suya es la Mente repleta de odio; Suya es la venganza sobre mi yo inocente. Por lo tanto el dolor proclama el cruel castigo de Dios por nuestros pecados, como vemos en estos pasajes familiares:
El pecado exige castigo (...).
El pecado es la proclamación de que el ataque es real y de que la culpabilidad está justificada. Da por sentado que el Hijo de Dios es culpable, y que, por lo tanto, ha conseguido perder su inocencia y también convertirse a sí mismo en algo que Dios no creó. De este modo, la creación se ve como algo que no es eterno, y la Voluntad de Dios como susceptible de ser atacada y derrotada.
(...) Pues ésa es su realidad: la "verdad" de la que nunca se podrá escapar. (...) Pues de alguna manera se las ha arreglado para corromper a su Padre y hacerle cambiar de parecer por completo. ¡Llora, pues, la muerte de Dios, a Quien el pecado asesinó! (T.19.II.1.6; 2.3-5; 7.3, 5-6) (Págs. 447, 448 y 449)
No hay manera de liberarse o escapar. La Expiación se convierte en un mito, y lo que la Voluntad de Dios dispone es la venganza, no el perdón. Desde allí donde todo esto se origina, no se ve nada que pueda ser realmente una ayuda. Sólo la destrucción puede ser el resultado final. Y Dios Mismo parece estar poniéndose de parte de ello para derrotar a Su Hijo. (T.23.II.8.1-5) (Pág. 549)
(2.1-4) ¿Es posible acaso dar fe de semejantes proyecciones? ¿Qué podrían ser sino falsedades? El dolor no es sino un testigo de los errores del Hijo con respecto a lo que él cree ser. Es un sueño de una encarnizada represalia por un crimen que no pudo haberse cometido; por un ataque contra lo que es completamente inexpugnable.
¿Realmente podemos corroborar la creencia de que nosotros pecamos contra Dios, abandonándoLe y haciendo que Él se volviera cruel y lleno de odio? Sin embargo eso es lo que intenta hacer el dolor, diciéndonos que cometimos el inconfesable pecado de destruir a Dios y a Cristo, aunque en realidad Ambos son inatacables e invulnerables. Nuestras locas creencias van un paso más allá, a medida que tememos la justificada represalia de Dios. Así que Jesús nos dice otra vez que el dolor no tiene nada que ver con la experiencia del cuerpo, al ser solamente la pesadilla de una mente equivocada, tal como sigue:
(2.5) Es una pesadilla de que hemos sido abandonados por el Amor Eterno, el cual jamás habría podido abandonar al Hijo que creó como fruto de Su Amor.
Al proyectar el pensamiento de que he abandonado a Dios, el resultado es que creo que es Dios Quien me ha abandonado a mí. La verdad del principio de la Expiación es que esto es un sueño inútil porque el abandono es imposible, tal como se concluye "Canción a mi Ser" de Helen:
Nunca abandoné la casa de mi Padre. ¿Qué necesidad
tengo de viajar de regreso otra vez hacia Él?
(The Gifts of God, p. 38)
Y esta clara afirmación de que el abandono es una proyección:
Los que creen en la separación tienen un miedo básico a las represalias y al abandono. (...) Estas ideas descabelladas son claramente el resultado de la disociación y la proyección. (T.6.V.B.1.1,3) (Pág. 117)
Pero ahora la verdad de la Expiación:
Por razón del Amor que tu Padre te profesa, nunca podrás olvidarte de Él, pues nadie puede olvidar lo que Dios Mismo puso en su memoria. Puedes negarlo, pero no puedes perderlo. (...) Dios quiere que te reconcilies contigo mismo, y no te abandonó en tu desolación. (...) Su recuerdo, sin embargo, brilla en tu mente y no puede ser borrado. (T.12.VIII.4.1-2, 5, 7) (Pág. 259)
(3.1-2) El dolor es señal de que las ilusiones reinan en lugar de la verdad. Demuestra que Dios ha sido negado, confundido con el miedo, percibido como demente y considerado como un traidor a Sí Mismo.
Aquí podemos apreciar nuevamente un reflejo de la segunda y la tercera ley del caos (T.23.II.4-8), las cuales describen este componente demente del demente sistema de pensamiento del ego.
(3.3-4) Si Dios es real, el dolor no existe. Mas si el dolor es real, entonces es Dios Quien no existe.
Esto es un ejemplo sobresaliente del "o esto o lo otro" tan característico del no-dualismo de Un Curso de Milagros. Si Dios es real, la separación nunca sucedió —no hay pecado, ni culpa, ni castigo, y por lo tanto no hay dolor. Por otro lado, si el dolor es real entonces Dios ha sido asesinado, lo cual significa que no hay Dios. Así que hicimos un cuerpo que siente el dolor que es fundamental para la existencia de todos: el dolor psicológico de la depresión o la ansiedad debido a que no conseguimos lo que deseamos, o el dolor físico de un cuerpo que no funciona correctamente. Recuerda, este es nuestro sueño, y todo en él es intencional. Hicimos un cuerpo que es muy vulnerable al dolor, para así probar que tenemos razón y que Dios está equivocado; nosotros vivimos y Dios no. A pesar de que el dolor es horrible, nuestra mentalidad errada se deleita en él porque eso apoya nuestra tesis: "¿Cómo puede mi cuerpo ser una ilusión? ¿Cómo puede este Curso ser cierto? Mira cómo mis seres queridos y yo nos lastimamos. Mira cuánta maldad hay en este mundo". Nos olvidamos de que todo esto son figuras oníricas que tratan de entender el sueño, ¿pero cómo podría una ilusión entender nada? Así que Jesús nos pide que sopesemos por qué le suplicamos al ego —que no sabe nada de la realidad— que nos instruya sobre ella. Estamos muy seguros de que estamos en lo cierto, sin embargo es solo nuestro ego quien está convencido, haciendo que el cuerpo pruebe ser lo único confiable para determinar la verdad. Veamos este pasaje que explica el propósito al cual sirven el dolor y el cuerpo de silenciar la Voz del Espíritu Santo:
El dolor demuestra que el cuerpo no puede sino ser real. Es una voz estridente y ensordecedora, cuyos alaridos tratan de ahogar lo que el Espíritu Santo dice e impedir que Sus palabras lleguen hasta tu conciencia. El dolor exige atención, quitándosela así al Espíritu Santo y centrándola en sí mismo. (T.27.VI.1.1-3) (Pág. 652)
(3.5-7) Pues la venganza no forma parte del amor. Y el miedo, negando el amor y valiéndose del dolor para probar que Dios está muerto, ha demostrado que la muerte ha triunfado sobre la vida. El cuerpo es el Hijo de Dios, corruptible en la muerte y tan mortal como el Padre al que ha asesinado.
Cuando reconocemos lo que el cuerpo hace, eso debería hacernos reflexionar, al entender el sistema de pensamiento que subyace a nuestra obsesión con el cuerpo y la inversión que hacemos para mantener su realidad. Es importante ver el propósito del cuerpo, no solo desde un punto de vista metafísico, sino también desde el punto de vista de nuestra vida personal. El hecho de que hacemos de nuestro cuerpo y del cuerpo de los demás nuestro foco de atención casi exclusivo es un hecho significativo, pues nada sucede de manera accidental. Elegimos el cuerpo, pero para un propósito que nos ocultamos a nosotros mismos. Tal como el siguiente pasaje del segundo obstáculo para la paz sugiere, el placer y el dolor tienen un mismo propósito: hacer el cuerpo real, lo que demuestra la pecaminosa realidad de la separación:
El cuerpo no puede proporcionarte ni paz ni desasosiego, ni alegría ni dolor. Es un medio, no un fin. De por sí no tiene ningún propósito, sino sólo el que se le atribuye. El cuerpo parecerá ser aquello que constituya el medio para alcanzar el objetivo que tú le asignes. Sólo la mente puede fijar propósitos, y sólo la mente puede discernir los medios necesarios para su logro, así como justificar su uso. (...)
Es imposible tratar de obtener placer a través del cuerpo y no hallar dolor. Es esencial que esta relación se entienda, ya que el ego la considera la prueba del pecado. (...) Pero sí es el resultado inevitable de equipararte con el cuerpo, lo cual es la invitación al dolor. (...)
(...) Regido por esta percepción, el cuerpo se convierte en el siervo del dolor, lo persigue con un gran sentido del deber y acata la idea de que el dolor es placer. Ésta es la idea que subyace a la excesiva importancia que el ego le atribuye al cuerpo. Y mantiene oculta esta relación demente, si bien, se nutre de ella. (...) (T.19.IV.B.i.10.4-8; 12.1-2, 4; 13.4-6) (Págs. 462 y 463)
A lo largo de tus preocupaciones cotidianas con el cuerpo, no te sientas culpable ni cambies lo que estás pensando; simplemente sé consciente del propósito del ego y de cuán astutamente el cuerpo lo sigue.
(4.1-2) ¡Que la paz ponga fin a semejantes necedades! Ha llegado el momento de reírse de ideas tan absurdas.
Nuestra locura radica en creer que somos cuerpos que pueden morir, tras haber matado a Dios primero. Podemos reírnos de eso, pero solo cuando nos encontramos fuera del sueño. Dentro del sueño la vida del cuerpo es trágica, dolorosa y grave, pero unidos a Jesús podemos sonreír amablemente ante sus actividades. Recordemos este importantísimo pasaje sobre la necesidad que tenemos de reírnos de la idea loca de la separación:
Una diminuta y alocada idea, de la que el Hijo de Dios olvidó reírse, se adentró en la eternidad, donde todo es uno. A causa de su olvido ese pensamiento se convirtió en una idea seria, capaz de lograr algo, así como de tener efectos reales. Juntos podemos hacer desaparecer ambas cosas riéndonos de ellas, y darnos cuenta de que el tiempo no puede afectar a la eternidad. Es motivo de risa pensar que el tiempo pudiese llegar a circunscribir a la eternidad, cuando lo que ésta significa es que el tiempo no existe. (T.27.VIII.6.2-5) (Pág. 660)
(4.3-4) No es necesario pensar en ellas como si fuesen crímenes atroces o pecados secretos de graves consecuencias. ¿Quién sino un loco podría pensar que son la causa de algo?
En secreto albergamos la creencia de que matamos a Dios para que nosotros pudiéramos vivir. Jesús nos pide ahora que traigamos este pensamiento demente a campo abierto, y cuestionemos si un pensamiento así de loco podría jamás causar nada. Nosotros creemos que esa diminuta y alocada idea causó el cuerpo y su dolor, pero si examinamos ese pensamiento —y esto lo podemos hacer gracias a nuestra relación con Jesús— nos daremos cuenta de su incapacidad para producir nada. ¿Quién podría olvidar el siguiente maravilloso pasaje sobre la insignificancia del egoico ratoncito del miedo?:
¡Cuán débil es el miedo! ¡Cuán ínfimo e insensato! ¡Cuán insignificante ante la silenciosa fortaleza de aquellos a quienes el amor ha unido! Tal es tu "enemigo": un ratoncillo asustado que pretende enfrentarse al universo. ¿Qué probabilidades tiene de ganar? ¿Sería acaso difícil ignorar sus débiles chillidos que pregonan su omnipotencia y quieren ahogar el himno de alabanza al Creador que perpetuamente y cual una sola voz entonan todos los corazones del universo? ¿Qué es más fuerte, ese ratoncillo o todo lo que Dios creó? (...)
(...) No os dejéis engañar por la ilusión de tamaño, espesor, peso, solidez y firmeza de cimientos que ello presenta. Es verdad que para los ojos físicos parece ser un cuerpo enorme y sólido, y tan inamovible como una montaña. Sin embargo, dentro de ti hay una Fuerza que ninguna ilusión puede resistir. Este cuerpo tan solo parece ser inamovible, pero esa Fuerza es realmente irresistible. ¿Qué ocurre, entonces, cuando se encuentran? ¿Se puede seguir defendiendo la ilusión de inamovilidad por mucho más tiempo contra lo que calladamente la atraviesa y la pasa de largo? (T.22.V.4.1-7; 5.2-7) (Págs. 536 y 537)
La locura de la ilusión, al ser llevada a la verdad, no puede hacer otra cosa que desaparecer en su propia nada.
(4.5) Su testigo, el dolor, es tan demente como ellas, y no se debe tener más miedo de él que de las dementes ilusiones a las que ampara, y que trata de demostrar que no pueden sino seguir siendo verdad.
Aquí vemos otra alusión al doble escudo [nota de Toni: recordemos una de las alusiones de este tema en L.136.5.2: "Mas puedes recordar lo que has olvidado, si estás dispuesto a reconsiderar la decisión que se encuentra doblemente sellada en el olvido"]. El dolor corporal es el escudo que usa el ego para protegernos del dolor de la culpa de la mente. Esta culpa es ilusoria, y por lo tanto sus sombras —el cuerpo y el dolor— han de ser ilusorios también. Sin embargo no podemos saber esto hasta que salimos del sueño con Jesús y lo miramos con él. Al darnos cuenta de que nuestra vida de especialismo no funciona, eso nos impulsa a pedirle ayuda a Jesús. Lo que pensábamos que nos daría felicidad, placer y plenitud nos ha fallado, mientras que el perdón es lo único que tiene el poder de deshacer la aparente solidez del sueño de separación y dolor del ego:
Nunca te olvides de que cuando sientes surgir la necesidad de defenderte de algo es que te has identificado a ti mismo con una ilusión. Consecuentemente, crees ser débil porque estás solo. Ése es el costo de todas las ilusiones. No hay ninguna que no esté basada en la creencia de que estás separado; ninguna que no parezca interponerse, densa, sólida e inamovible, entre tu hermano y tú; ni ninguna que la verdad no pueda pasar por alto felizmente y con tal facilidad, que tienes que quedar convencido de que no es nada, a pesar de lo que pensabas que era. Si perdonas a tu hermano, esto es lo que inevitablemente sucederá. Pues es tu renuencia a pasar por alto aquello que parece interponerse entre vosotros lo que hace que parezca impenetrable y lo que defiende la ilusión de su inamovilidad. (T.22.V.6) (Pág. 537)
Los párrafos siguientes destacan la importante relación que hay entre la mente y el mundo:
(5.1-6) Son únicamente tus pensamientos los que te causan dolor. Nada externo a tu mente puede herirte o hacerte daño en modo alguno. No hay causa más allá de ti mismo que pueda abatirse sobre ti y oprimirte. Nadie, excepto tú mismo, puede afectarte. No hay nada en el mundo capaz de hacerte enfermar, de entristecerte o de debilitarte. Eres tú el que tiene el poder de dominar todas las cosas que ves reconociendo simplemente lo que eres.
Ya hemos visto este pensamiento muchas veces anteriormente. Si sientes dolor de cualquier forma que sea, entonces eso te permite saber que elegiste al ego como tu maestro, junto con su interpretación de que son los otros los responsables: ellos permitieron que te derrumbaras, te traicionaron, te hicieron daño, te mintieron, o hicieron que enfermases. Tú merecías tener tus necesidades cubiertas, pero no fue así y por lo tanto te sientes deprimido. Únicamente cuando te des cuenta de que eres el soñador de tu sueño es cuando todo parecerá diferente. Sin embargo debes renunciar a tu inversión en tener razón con respecto a tus percepciones. De lo contrario tu llamada a Jesús no haría otra cosa que reforzar tu interpretación del sueño, por lo cual a largo plazo no es útil pedirle cosas específicas. En lugar de reforzar tu vida como una figura en un sueño, lo que necesitas es volver a la mente que es la fuente del sueño. Recordemos estas palabras tan familiares:
No importa cuál parezca ser la causa de cualquier dolor o sufrimiento que sientas, eso sigue siendo verdad [sigue siendo verdad que "eres tú el que se está haciendo todo esto a sí mismo"]. Pues no reaccionarías en absoluto ante las figuras de un sueño si supieses que eres tú el que lo está soñando. No importa cuán odiosas y cuán depravadas sean, no podrían tener efectos sobre ti a no ser que no te dieses cuenta de que se trata tan sólo de tu propio sueño. (T.27.VIII.10.4-6) (Pág. 661)
(5.7-8) Conforme percibas su inocuidad, ellas aceptarán como suya tu santa voluntad. Y lo que antes inspiraba miedo se convierte ahora en una fuente de inocencia y santidad.
A medida que sanes, tu cordura se extiende, llamando a los demás a elegir de nuevo. Recuerda que tu función como maestro de Dios no tiene nada que ver con las palabras ni con la conducta, sino simplemente con la paz que sientes dentro de ti mismo. Puesto que las mentes están unidas, esa paz abarca a todas las cosas vivientes, llamándolas a la inocencia y santidad que tú muestras ahora.
(6.1-3) Santo hermano mío, piensa en esto por un momento: el mundo que ves no hace nada. No tiene efectos. No es otra cosa que la representación de tus pensamientos.
Nuestros pensamientos son la causa de todo en este mundo —tanto en el nivel metafísico del único Hijo que es quien inventa el mundo, como también en el nivel de nuestros sueños individuales. Las siguientes líneas sobre la causa ilusoria que produce efectos ilusorios —y por lo tanto no existentes— nos resultan familiares:
Hace mucho que este mundo desapareció. Los pensamientos que lo originaron ya no se encuentran en la mente que los concibió y los amó por un breve lapso de tiempo. El milagro no hace sino mostrar que el pasado ya pasó, y que lo que realmente ya pasó no puede tener efectos. Recordar la causa de algo tan sólo puede dar lugar a ilusiones de su presencia, pero no puede producir efectos.
Todos los efectos de la culpabilidad han desaparecido, pues ésta ya no existe. Con su partida desaparecieron sus consecuencias, pues se quedaron sin causa. (T.28.I.1.6-9; 2.1-3) (Pág. 663)
(6.4) Y será completamente distinto cuando elijas cambiar de parecer y decidas que lo que realmente deseas es el júbilo de Dios.
El mundo no cambia literalmente, así como el mundo físico no cambió porque Jesús apareciese aquí. Después de que Jesús se fue, el mundo siguió siendo tan odioso y cruel como lo era antes de que él viniera. Lo que cambia es la percepción del mundo, o sea, la manera en que la mente lo interpreta. Cuando nuestra mente ha cambiado completamente, hemos alcanzado el mundo real. Este no es un lugar donde el césped es perfecto todo el año y el clima constantemente templado, sino un estado mental en el cual la luz brilla constantemente, independientemente de la oscuridad del ego que rodea el mundo:
Este mundo de luz, este círculo de luminosidad es el mundo real, donde la culpabilidad se topa con el perdón. Ahí el mundo exterior se ve con ojos nuevos, libre de toda sombra de culpabilidad. Aquí te encuentras perdonado, pues aquí has perdonado a todo el mundo. He aquí la nueva percepción donde todo es luminoso y brilla con inocencia, donde todo ha sido purificado en las aguas del perdón y se encuentra libre de cualquier pensamiento maligno que jamás hayas proyectado sobre él. Ahí no se ataca al Hijo de Dios, y a ti se te da la bienvenida. Ahí se encuentra tu inocencia, esperando para envolverte, protegerte y prepararte para el paso final de tu viaje interno. Ahí se dejan de lado los sombríos y pesados cortinajes de la culpabilidad, los cuales quedan dulcemente reemplazados por la pureza y el amor. (T.18.IX.9) (Pág. 440)
(6.5) Tu Ser se alza radiante en este santo júbilo, inalterado e inalterable por siempre jamás.
Nada cambia en realidad; solo tu creencia en el ego. El Ser que somos como un Pensamiento de Dios permanece inmutable y eterno, como vemos en este hermoso pasaje frecuentemente citado:
Los Pensamientos de Dios están mucho más allá de cualquier posibilidad de cambio y su resplandor es eterno. No están esperando a nacer, sino a que se les dé la bienvenida y se les recuerde. El Pensamiento que Dios abriga de ti es como una estrella inmutable en un firmamento eterno. Se encuentra tan alto en el Cielo que aquellos que se encuentran fuera del Cielo no saben que está allí. No obstante, brillará por toda la eternidad sereno, puro y hermoso. En ningún momento ha dejado de estar allí, ni ha habido jamás un instante en que su luz se haya atenuado o haya perdido su perfección. (T.30.III.8) (Pág. 712)
(6.6) ¿Le negarías a un pequeño rincón de tu mente su propia herencia y lo conservarías como hospital para el dolor, como un lugar enfermizo a donde toda cosa viviente tiene que venir finalmente a morir?
El mundo es un lugar en el cual el cuerpo existe como un "hospital para el dolor". Jesús nos ruega: "¿Es esta zona vallada de tu mente lo que quieres que sea tu hogar? ¿Es el cuerpo el reino que elegirías, a pesar de que en lugar de eso puedes compartir la herencia del Cielo?".
El cuerpo es una diminuta cerca que rodea a una pequeña parte de una idea que es completa y gloriosa. El cuerpo traza un círculo, infinitamente pequeño, alrededor de un minúsculo segmento del Cielo, lo separa del resto, y proclama que tu reino se encuentra dentro de él, donde Dios no puede hacer acto de presencia.
Dentro de ese reino el ego rige cruelmente. Y para defender esa pequeña mota de polvo te ordena luchar contra todo el universo. (...)
Tal es la extraña situación en la que parecen hallarse aquellos que viven en un mundo habitado por cuerpos. Cada cuerpo parece ser el albergue de una mente separada, de un pensamiento desconectado del resto, que vive solo y que de ningún modo está unido al Pensamiento mediante el cual fue creado. Cada diminuto fragmento parece ser autónomo, y necesitar a otros para algunas cosas, pero sin ser en modo alguno completamente dependiente para todo de su único Creador, ya que necesita la totalidad para poder tener algún significado, pues por sí solo no significa nada. (T.18.VIII.2.5-6; 3.1-2; 5.1-3) (Pág. 435)
(7.1-2) Tal vez parezca que el mundo te causa dolor. Sin embargo, al no tener causa, no tiene el poder de ser la causa de nada.
Estas importantes ideas de la causa y el efecto las trata Jesús con mayor profundidad en las secciones finales del capítulo 27 y en las primeras secciones del capítulo 28 del Texto. De hecho se trata de un tema importante a lo largo de todo Un Curso de Milagros, un tema fundamental para su sistema de pensamiento del perdón. La causa del mundo es nuestra creencia en la realidad del pecado, pero el pecado al ser ilusorio no existe, por lo que no puede ser una causa, lo cual significa que el mundo no existe. Siendo así, el mundo no causa el dolor. Fuera del sueño, al unirnos con el amor de Jesús, deshacemos la separación que causó el mundo del sufrimiento. No obstante, el dolor únicamente existe dentro de la ilusión y en el instante santo ha desaparecido, cuando compartimos la sonrisa feliz de la cordura de Jesús:
Toda enfermedad tiene su origen en la separación. Cuando se niega la separación, la enfermedad desaparece. Pues desaparece tan pronto como la idea que la produjo es sanada y reemplazada por la cordura. Al pecado y a la enfermedad se les considera causa y consecuencia respectivamente, en una relación que se mantiene oculta de la conciencia a fin de mantenerla excluida de la luz de la razón. (T.26.VII.2) (Pág. 622)
De manera que traemos la oscuridad de nuestro dolor a la luz de la verdad, y somos sanados.
(7.3-5) Al ser un efecto, no puede producir efectos. Al ser una ilusión, es lo que tú deseas que sea. Tus vanos deseos constituyen sus pesares.
El mundo representa nuestro vano deseo de estar separados del Hijo de Dios, lo cual nos lleva a creer que somos cuerpos que pueden sufrir dolor. Este deseo es "vano" porque no va a ningún lado ni hace nada, lo cual es otra declaración del principio de Expiación del Espíritu Santo.
(7.6-7) Tus extraños anhelos dan lugar a sus sueños de maldad. Tus pensamientos de muerte lo envuelven con miedo, mientras que en tu benévolo perdón halla vida.
Ninguna cosa del mundo tiene realidad. Al decir "en tu benévolo perdón halla vida", Jesús no quiere decir que el perdón infunda vida al mundo, sino más bien que el mundo perdonado o mundo real refleja la Vida de Dios. Estar en el mundo real refleja por lo tanto nuestra vida como Cristo, en la que nuestros sueños de muerte desaparecen apaciblemente.
(8.1) El dolor es la forma en que se manifiesta el pensamiento del mal, causando estragos en tu mente santa.
La experiencia del dolor corporal es una expresión en la forma del pensamiento de maldad que hay en mi mente: la creencia de que pequé contra Dios al destruirle para que yo pudiera vivir.
(8.2) El dolor es el rescate que gustosamente has pagado para no ser libre.
Esto nos dice que gustosamente sufrimos el dolor con el fin de demostrar que existimos, pagando gustosamente ese precio porque eso significa que Dios está equivocado y que nosotros tenemos razón. En otro contexto, Jesús dice: «La muerte les parece un precio razonable si con ello pueden decir: "Mírame hermano, por tu culpa muero"» (T.27.I.4.6). Sufrimos felizmente el dolor, la enfermedad, incluso la muerte, demostrando así que existimos y que algún otro es el responsable de ello. Sin embargo al hacer esto mostramos la voluntad de aprisionarnos a nosotros mismos en el sistema de pensamiento del ego de la culpa y el dolor, creyendo como locos que esto nos "libera" mediante el establecimiento de nuestra independencia de Dios. Así que confundimos el aprisionamiento con la libertad, tal como leemos en este importante pasaje:
El ego trata de enseñarte que tu deseo es oponerte a la Voluntad de Dios. Esta lección antinatural no se puede aprender, y tratar de aprenderla viola tu libertad (...). El Espíritu Santo se opone a cualquier forma de aprisionamiento de la voluntad de un Hijo de Dios porque sabe que la voluntad del Hijo es la Voluntad del Padre. (...)
Hemos dicho que el Espíritu Santo te enseña la diferencia que existe entre el dolor y la dicha. Eso es lo mismo que decir que te enseña la diferencia que hay entre estar aprisionado y ser libre. No puedes hacer esta distinción sin Él porque te has enseñado a ti mismo que el aprisionamiento es libertad. ¿Cómo ibas a poder distinguir entre una cosa y otra cuando crees que ambas son lo mismo? ¿Cómo ibas a poder pedirle a la parte de tu mente que te enseñó a creer que son lo mismo que te enseñase de qué manera son diferentes? (T.8.II.4.1-3; 5) (Pág. 155 y 156)
(8.3-5) En el dolor se le niega a Dios el Hijo que Él ama. En el dolor el miedo parece triunfar sobre el amor, y el tiempo reemplazar a la eternidad y al Cielo. Y el mundo se convierte en un lugar amargo y cruel, donde reina el pesar y donde los pequeños gozos sucumben ante la embestida del dolor salvaje que aguarda para trocar toda alegría en sufrimiento.
Todos tenemos nuestras "pequeñas alegrías" a lo largo de la vida, pero al final tenemos que afrontar "la embestida del dolor salvaje": todos morimos. Jesús nos pregunta a menudo que por qué querríamos hacer de esto nuestra realidad y nuestra verdad. "Aparte del hecho de que no es verdad" —señala— "ello te hace muy infeliz. Sin embargo, si no eliges otra cosa que separarte de tu deseo de ser especial, te garantizo tu felicidad. Pero primero has de reconocer que no estás sacrificando nada para ser feliz". Todos hemos aprendido, sea en un contexto religioso o no, que para ser felices tenemos que estar dispuestos a hacer sacrificios y afrontar pérdidas —como dice el refrán, sin dolor no hay recompensa [o: sin dolor no hay ganancia. En español hay un refrán, "Para presumir hay que sufrir", que aunque se refiere sobre todo a la vestimenta, puede usarse también en general]. Jesús nos está pidiendo que cuestionemos la validez de este principio demente.
(9.1) Rinde tus armas y ven sin defensas al sereno lugar donde por fin la paz del Cielo envuelve todas las cosas en la quietud.
El lugar sereno es nuestra mente correcta, donde Jesús y el Espíritu Santo tienen Su hogar —el "lugar de reposo" y el "centro tranquilo" son descripciones que Jesús usa en el Texto (T.18.VII.7-8). Rendir nuestras armas es rendir nuestras defensas: el doble escudo del especialismo y el pecado.
(9.2-4) Abandona todo pensamiento de miedo y de peligro. No permitas que el ataque entre contigo. Depón la cruel espada del juicio que apuntas contra tu propio cuello, y deja a un lado las devastadoras acometidas con las que procuras ocultar tu santidad.
En otras palabras, puede parecer que estamos juzgando a otros y blandiendo la espada contra sus gargantas, pero al final es a nosotros mismos a quienes estamos condenando. Para darnos cuenta de este hecho, solo necesitamos retroceder y decir: "Gracias a Dios que yo estaba equivocado, y gracias a Dios que hay un Maestro que sabe la verdad y amablemente me ayuda a ver la infelicidad que me he procurado a mí mismo. Feliz y agradecidamente le entrego a Su amor sanador mis errores de la separación y de desear ser especial".
(10) Así entenderás que el dolor no existe. Así el júbilo de Dios se vuelve tuyo. Éste es el día en que te es dado comprender plenamente la lección que encierra dentro de sí todo el poder de la salvación: el dolor es una ilusión; el júbilo es real. El dolor es dormir; el júbilo, despertar. El dolor es un engaño, y sólo el júbilo es verdad.
Volviendo en el instante santo a la parte de nuestras mentes que toma decisiones, elegimos contra las mentiras del ego, y a medida que reconocemos que elegir la mente errada no nos hace felices vamos entendiendo que el dolor no existe. Sin embargo, antes de que podamos elegir el júbilo de Dios, tenemos que entender primero que elegimos el dolor como un medio para mantenernos dormidos y para engañarnos a nosotros mismos con respecto a quiénes somos, pues el dolor nos mantiene lejos del Cielo y de nuestro Ser. Tenemos que tener esto tan claro como sea posible, y luego preguntar si es esto lo que verdaderamente queremos. La respuesta del ego por supuesto que es: "¡Sí, esto es exactamente lo que queremos!". La serena respuesta de Jesús es el milagro —la elección de la alegría en lugar del dolor:
Los milagros están en armonía con la Voluntad de Dios, la cual tú no conoces porque estás confundido con respecto a lo que tú dispones. Esto significa que estás confundido con respecto a lo que eres. Si eres la Voluntad de Dios, y no aceptas Su Voluntad, estás negando la dicha. El milagro es, por lo tanto, una lección acerca de lo que es la dicha. Por tratarse de una lección acerca de cómo compartir es una lección de amor, que es a su vez dicha. Todo milagro es, pues, una lección acerca de lo que es la verdad, y al ofrecer lo que es verdad estás aprendiendo a distinguir entre la dicha y el dolor. (T.7.X.8) (Pág. 150)
(11) Por lo tanto, volvemos nuevamente a optar por la única alternativa que jamás se puede elegir, ya que sólo elegimos entre las ilusiones y la verdad, entre el dolor y el júbilo, entre el infierno y el Cielo. Que la gratitud hacia nuestro Maestro invada nuestros corazones, pues somos libres de elegir nuestro júbilo en vez de dolor, nuestra santidad en vez de pecado, la paz de Dios en vez de conflicto y la luz del Cielo en lugar de las tinieblas del mundo.
Debes ver la claridad de la elección: Dios o el ego, sin lugar para concesiones. A medida que transcurre el día trata de mantenerte consciente de cómo eliges activamente contra la paz y el júbilo de Dios porque quieres tener razón acerca de tu ser. Esfuérzate por alcanzar el lugar interior de humildad que dice, de nuevo: "Gracias a Dios que yo estaba equivocado y que hay Alguien para corregirme y llevarme a casa". Es difícil ser honestos con nuestra arrogancia obstinada, pero en algún momento tenemos que experimentar gratitud por el hecho de que Aquel cuya verdad nunca ha cambiado nos demuestre que habíamos estado equivocados. Cerramos la lección con esta gozosa exclamación de gratitud de Jesús, que nos llama para unirnos en su todo-abarcador coro al Amor de Dios:
Mi mano se extiende en gozosa bienvenida a todo hermano que quiera unirse a mí para ir más allá de la tentación, y mirar con firme determinación hacia la luz que brilla con perfecta constancia más allá de ella. Dame los míos, pues te pertenecen a Ti. ¿Y podrías Tú dejar de hacer lo que es Tu Voluntad? Te doy las gracias por lo que mis hermanos son. Y según cada uno de ellos elija unirse a mí, el himno de gratitud que se extiende desde la tierra hasta el Cielo se convertirá, de unas cuantas notas sueltas, en un coro todo-abarcador, que brota de un mundo redimido del infierno y que te da las gracias a Ti. (T.31.VIII.11) (Pág. 754)
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Fuente: Journey Through the Workbook of a Course in Miracles, de Ken Wapnick.
Índice de capítulos traducidos en este blog, aquí: link-indice.
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