Lección 195 — El amor es el camino que recorro con gratitud
La gratitud ha sido un tema importante en varias de las lecciones del Libro de ejercicios, y es un tema al que se hace referencia también a lo largo del Texto. En esta lección Jesús contrasta la gratitud del ego con la nuestra hacia el Espíritu Santo. La noción que tiene el ego de la gratitud se basa en las diferencias, la esencia de la relación especial: le estoy agradecido a alguien que es diferente de mí. Nuestra gratitud al Espíritu Santo, sin embargo, se basa en la unidad: me siento agradecido de aprender que tú y yo no estamos separados. Al final de la lección Jesús dice que la gratitud es un aspecto del Amor de Dios. Si ese Amor es perfecta unidad, entonces la gratitud ha de reflejar esa unidad. Por lo tanto cuando en esta lección hablamos de dos tipos de gratitud nos referimos al contraste entre las diferencias y la unidad.
(1.1-6) Para aquellos que contemplan el mundo desde una perspectiva errónea, la gratitud es una lección muy difícil de aprender. Lo más que pueden hacer es considerar que su situación es mejor que la de los demás. Y tratan de contentarse porque hay otros que aparentemente sufren más que ellos. ¡Cuán tristes y lamentables son semejantes pensamientos! Pues, ¿quién puede tener motivos para sentirse agradecido si otros no los tienen? ¿Y quién iba a sufrir menos porque ve que otro sufre más?
Esto describe la típica gratitud de las relaciones especiales, basadas en el principio de "o uno o el otro" [o tú o yo]. Los ejemplos abundan: me siento agradecido de que tú pierdas, porque eso significa que yo he ganado; me siento agradecido de que la prueba médica dio negativo y no tengo cáncer, a pesar de que otras personas no fueron tan afortunadas. Me siento agradecido de que Dios me salvó de esta tragedia, a pesar de que Él no te salvó a ti. Tengo lo que quería, incluso de Dios Mismo; pero si eso implicaba que alguien tenía que perder, ciertamente agradezco que ese no fuese yo. El dicho popular "Dios quiera que eso no me pase a mí" [en inglés es un dicho casi intraducible de manera literal, en español otras formas de decir algo semejante podrían ser: "Que Dios me libre de que me pase lo que a tal persona", o decir "Que Dios me libre y me guarde" al ver una desgracia ajena que tememos nos pudiera suceder también a nosotros, por ejemplo al ver a un pobre o a un enfermo] difícilmente puede ser un pensamiento amable y amoroso. Así es nuestra actitud basada en las diferencias, en la cual es inherente la noción de comparación. El siguiente pasaje de El Canto de la Oración resalta esta alocada idea; en dicho pasaje he sustituido "perdón-para-destruir" por "gratitud-para-destruir" (en O.2.II.1.1), y también he sustituido "perdón" por "gratitud" (en O.2.II.8.1), para ilustrar el lugar que ocupan la comparación y las diferencias en la gratitud del ego:
La gratitud-para-destruir adopta muchas formas, al ser un arma del mundo de las formas. No todas son obvias, y algunas se ocultan cuidadosamente bajo lo que aparenta ser caridad. Pero todas las formas que parece adoptar tienen una sola meta: separar y hacer que lo que Dios creó igual sea diferente. La diferencia resulta evidente en algunos casos en los que la comparación intencionada no puede dejar de notarse, ni es su propósito realmente que no se note.
Todas las formas que la gratitud adopte que no te aparten de la ira, de la condena y de comparaciones de cualquier clase son la muerte. Pues eso es lo que sus propósitos han establecido. No te dejes engañar por ellas, sino abandónalas y deja a un lado sus despreciables [= sin valor] y trágicas ofrendas. (O.2.II.1; 8.1-3; cursivas mías [y el color diferente en las cursivas, del traductor, para indicar más claramente dónde hizo las sustituciones Ken Wapnick]) (Págs. 25 y 28)
(1.7) Debes estarle agradecido únicamente a Aquel que hizo desaparecer todo motivo de sufrimiento del mundo.
Nuestro agradecimiento más profundo es al Espíritu Santo, nuestro Maestro del perdón y de la gratitud. El siguiente pasaje expresa muy bien este sentimiento:
Él sólo te pide que aceptes por Él la gratitud que le debes. Y cuando contemplas a tu hermano con infinita benevolencia, lo estás contemplando a Él. (...) Cuando Dios Mismo haya dado el paso final, el Espíritu Santo reunirá todas las gracias que le hayas dado y toda la gratitud que le hayas ofrecido, y las depositará dulcemente ante Su Creador en el nombre de Su santísimo Hijo. (T.19.IV.3.1-2, 8) (Págs. 453 y 454)
(2.1) Es absurdo dar gracias por el sufrimiento.
Esta es la otra cara de la moneda. Recuerdo a un amigo mío, que no era un estudiante de Un Curso de Milagros sino un religioso católico, que me contaba una experiencia que tuvo una tarde/noche mientras conducía a casa. La carretera estaba en malas condiciones y su coche se salió de la misma. Mientras iba camino de un terraplén él decía: "Gracias Jesús, gracias Jesús, gracias Jesús". Fue únicamente más tarde cuando se dio cuenta de que había algo incorrecto en esa imagen. Él había estado dándole gracias a Jesús porque se supone que eso es lo que un buen católico debe hacer: agradecerle por esta maravillosa oportunidad de posiblemente incluso morir. Al mismo tiempo, sin embargo, él estaba aterrorizado de lo que parecía esperarle. La declaración de arriba [2.1] se dirige al deshacimiento de este absurdo pensamiento.
Agradecer por el sufrimiento tiene sentido si creemos que Dios exige la expiación de nuestros pecados a través del dolor y del sacrificio, y que nuestra aceptación será recompensada después de la muerte, en el Cielo. Sin embargo esta imagen de Dios no tiene sentido para la mente sana. Esta es la manera en que el mundo piensa, pero ciertamente no es así como piensa Dios —"Pero Dios piensa de otra manera" (T.23.I.2.7) [En UCDM esta frase se tradujo como "Dios, no obstante, sabe que eso no es posible", una traducción razonable para ese contexto del cap. 23; pero en este caso es preferible mantener una traducción más literal, y eso he hecho, pues en inglés dice: "And God thinks otherwise"]. Nosotros no tenemos ni idea de que lo único que estamos haciendo es proyectar nuestra propia locura sanguinaria sobre Él:
Crees que todo el mundo exige algún sacrificio de ti, pero no te das cuenta de que eres tú el único que exige sacrificios, y únicamente de ti mismo. Exigir sacrificios, no obstante, es algo tan brutal y tan temible que no puedes aceptar dónde se encuentra dicha exigencia. (...) A Él le atribuiste la traición del ego, e invitaste a éste a ocupar Su lugar para que te protegiese de Él. Y no te das cuenta de que a lo que le abriste las puertas es precisamente lo que te quiere destruir y lo que exige que te sacrifiques totalmente. (T.15.X.8.1-2, 5-6) (Pág. 361)
Así que Jesús nos enseña a perdonar a Dios por nuestras proyecciones —nacidas del especialismo— sobre Él:
Dios te pide que perdones. Él no quiere que la separación se interponga, como si de una voluntad ajena se tratase, entre lo que tanto Su Voluntad como la tuya disponen para ti. (...) Perdona al gran Creador del universo —la Fuente de la vida, del amor y de la santidad, el Padre perfecto de un Hijo perfecto— por tus ilusiones de ser especial. (...) Perdona al Santísimo por no haber podido concederte el especialismo, que tú entonces inventaste. (T.24.III.5.1-2; 6.1, 7) (Pág. 568)
(2) Es absurdo dar gracias por el sufrimiento. Mas es igualmente absurdo no estarle agradecido a Uno que te ofrece los medios por los cuales todo dolor se cura y todo sufrimiento queda reemplazado por la risa y la felicidad. Ni siquiera los que están parcialmente cuerdos podrían negarse a dar los pasos que Él indica, ni dejar de seguir el camino que Él les señala a fin de escapar de una prisión que creían que no tenía salida a la libertad que ahora perciben.
La implicación de estas declaraciones es que hay que estar completamente loco para darle la espalda a Jesús y no dar los pasos que él nos pide. Incluso si estás parcialmente cuerdo le escucharías, lo que significa que cuando no le escuchas no estás en tu mente recta. Así que es imperativo que te des cuenta de que no debes confiar en nada de lo que piensas, crees o sientes. Siempre que tengas pensamientos con el más mínimo indicio de especialismo —pensamientos de comparación o de diferencias— le has dado la espalda a Jesús y al Espíritu Santo, dirigiéndote hacia el ego, lo que significa que estás loco otra vez. El propósito de Un Curso de Milagros es conseguir que te des cuenta de tu locura, para que puedas aprender a volverte cuerdo mediante la guía del Espíritu Santo:
El Espíritu Santo te lleva dulcemente de la mano, y desanda contigo el camino recorrido en el absurdo viaje que emprendiste fuera de ti mismo, conduciéndote con gran amor de vuelta a la verdad y a la seguridad de tu interior. Él lleva ante la verdad todas tus dementes proyecciones y todas tus descabelladas substituciones, las cuales ubicaste fuera de ti. Así es como Él invierte el curso de la demencia y te devuelve a la razón. (T.18.I.8.3-5) (Pág. 416)
(3.1) Tu hermano es tu "enemigo" porque lo ves como el rival de tu paz: el saqueador que te roba tu dicha y no te deja nada salvo una negra desesperación, tan amarga e implacable que acaba con toda esperanza.
Esto es el corazón de la relación de amor especial y de odio. Crees que estás carente de algo, y que lo que te falta te lo robó alguien. Así que la única manera de recuperar este "tesoro" es robarlo de nuevo, arrebatándoselo a quien nos lo robó primero, de modo que vuelva a su justo poseedor: yo —la cuarta ley del caos del ego:
¿Qué es esa cosa tan preciada, esa perla de inestimable valor, ese tesoro oculto, que con justa indignación debe arrebatársele a éste el más pérfido y astuto de los enemigos? Debe de ser lo que siempre has anhelado, pero nunca hallaste. Y ahora "entiendes" la razón de que nunca lo encontraras. Este enemigo te lo había arrebatado y lo ocultó donde jamás se te habría ocurrido buscar. Lo ocultó en su cuerpo, haciendo que éste sirviese de refugio para su culpabilidad, de escondrijo de lo que es tuyo. Ahora su cuerpo se tiene que destruir y sacrificar para que tú puedas tener lo que te pertenece. La traición que él ha cometido exige su muerte para que tú puedas vivir. (T.23.II.11.2-8) (Págs. 549 y 550)
(3.2-3) Lo único que puedes desear ahora es la venganza. Lo único que puedes hacer ahora es tratar de arrastrarlo a la muerte junto contigo, para que sea tan impotente como tú, y para que en sus ambiciosas manos quede tan poco como en las tuyas.
El objetivo final del especialismo, tal como nos lo repite Jesús una y otra vez en el Texto, es el asesinato y la muerte. Quiero tu muerte, pero también la mía, porque la muerte demuestra que el ego tiene razón y que Dios está equivocado. De modo que Jesús nos invita a cuestionar cómo podríamos llegar a estarle agradecidos a alguien de quien secretamente creemos que nos está robando. Recuerda que el principio rector del ego es uno o el otro: si yo voy a ser feliz, tú no puedes serlo; si tú vas a ser feliz, no lo puedo ser yo. Además, dado que tú estás literalmente hecho a mi imagen y semejanza, entonces sé que tú estás buscando hacer exactamente lo que yo: conseguir felicidad a costa de alguien; robar el amor sin dar nada a cambio. ¿Cómo puedo llegar a confiar en alguien, y mucho menos sentirme agradecido, cuando he hecho real este sistema de pensamiento en mi mente? No tengo otra opción que matar para protegerme, al igual que tú estás obligado a matarme. Recordemos este explícito —uno podría decir que demasiado explícito— pasaje del Texto:
Mas deja que tu deseo de ser especial dirija su camino [el de tu hermano], y tú lo recorrerás con él. Y ambos caminaréis en peligro, intentando conducir al otro a un precipicio execrable y arrojarlo por él, mientras os movéis por el sombrío bosque de los invidentes, sin otra luz que la de los breves y oscilantes destellos de las luciérnagas del pecado, que titilan por un momento para luego apagarse. Pues, ¿en qué puede deleitarse el deseo de ser especial, sino en matar? ¿Qué busca sino ver la muerte? ¿Adónde conduce, sino a la destrucción? (T.24.V.4.1-5) (Pág. 572)
(4.1) No le das gracias a Dios porque tu hermano esté más esclavizado que tú, ni tampoco podrías, en tu sano juicio, enfadarte si él parece ser más libre.
No deberías darle las gracias a Dios cuando tú te libras de los daños pero otras personas no —el significado, repetimos aquí, del dicho popular "Que Dios me libre y me guarde"; ni deberías enfurecerte si alguien tiene más que tú: atención, amor, dinero, o mejor salud.
(4.2) El amor no hace comparaciones.
Una línea casi idéntica se encuentra al principio de la sección titulada "La perfidia de creerse especial". Tú sabes que has aceptado el sistema de pensamiento del ego si te pones a comparar tu carencia, por ejemplo, con la abundancia de otro. Este es un concepto crucial en el sistema de pensamiento de especialismo del ego:
Hacer comparaciones es necesariamente un mecanismo del ego, pues el amor nunca las hace. Creerse especial siempre conlleva hacer comparaciones. Pues se establece al ver una falta en otro, y se perpetúa al buscar y mantener claramente a la vista cuanta falta se pueda encontrar. Esto es lo que persigue el especialismo, y esto es lo que contempla. (T.24.II.1.1-4) (Pág. 562)
(4.3) Y la gratitud sólo puede ser sincera si va acompañada de amor.
Recuerda, el amor es perfecta unidad. Por eso es por lo que es imposible amar a Jesús o estarle agradecido si crees que él es diferente de ti. De hecho, no se puede a amar a alguien a quien se perciba como diferente —no las obvias diferencias superficiales, sino esas que nos parecen tan importantes, las diferencias que juzgamos como significativas— porque en ese caso ves a los demás como que tienen algo de lo que tú careces. O: si tú tienes algo que ellos no tienen, el ego te dice: "Esto es tuyo porque se lo robaste a ellos, así que comprensiblemente ellos tienen motivos para robártelo ahora a ti". El significado de "la gratitud sólo puede ser sincera si va acompañada de amor" es que estoy agradecido porque tú y yo somos lo mismo, no diferentes. Tomando prestado un pasaje que describe la justicia unida al amor, sustituyo "justicia" por "gratitud" para ilustrar esta conexión entre el amor y la gratitud:
Tú puedes ser un testigo perfecto del poder del amor y de la gratitud (...). Tu función especial te muestra que sólo la gratitud perfecta puede prevalecer sobre ti. (...) El mundo engaña, pero no puede reemplazar la gratitud de Dios con su propia versión. Pues sólo el amor (...) puede percibir lo que la gratitud no puede sino concederle al Hijo de Dios. Deja que el amor decida, y nunca temas que, por no ser justo, te vayas a privar a ti mismo de lo que la gratitud de Dios ha reservado para ti. (T.25.VIII.12.1; 14.3, 5-7; cursivas mías) (Págs. 604 y 605)
(4.4-6) Le damos gracias a Dios nuestro Padre porque todas las cosas encontrarán su libertad en nosotros. Es imposible que algunas puedan liberarse mientras otras permanecen cautivas. Pues, ¿quién puede regatear en nombre del amor?
La frase 5 es otra referencia a los evangelios, en los que Jesús enseña a los apóstoles que a quienes sea que ellos aten o liberen, serán atados o liberados*. Aquí, sin embargo, Jesús enseña que no puede ser que unos sean liberados y otros condenados, que unos sean retenidos en cautiverio mientras que otros sean liberados. Si la Filiación de Dios es una, lo que es verdad para un aspecto de ella tiene que ser verdad para todos. Si mi experiencia es otra, entonces me he identificado con el ego, que ve en el regateo o negociación (hacer tratos) la dinámica esencial de todas las relaciones:
El ego (...) está siempre dispuesto a hacer tratos, pero no puede comprender que ser igual a otro significa que no es posible hacer ningún trato al respecto. Para ganar tienes que dar, no regatear. Regatear es imponer límites en lo que se da, y eso no es la Voluntad de Dios. (...) Tú constituyes Sus regalos, por consiguiente, tus regalos son necesariamente como los Suyos. (T.7.I.4.1-4, 7) (Pág. 125)
* [Nota del traductor]: Las referencias bíblicas mencionadas un par de párrafos más arriba son (las dos que he encontrado): "Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos" (Mateo 16:19) y "A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos" (Juan 20:23).
(5.1) Da gracias, por lo tanto, pero con sinceridad.
Nuestra gratitud es sincera solo si proviene del deseo genuino de despertar del sueño y regresar a casa. Esto implica elegir a Jesús como nuestro maestro y aprender sus lecciones; concretamente, aprender que cualquier creencia en las diferencias nos impedirá regresar. Por lo tanto nuestra voluntad es aprender lo equivocados que hemos estado en nuestra manera de percibir a los demás y a nosotros mismos.
(5.2-3) Y deja que en tu gratitud haya cabida para todos los que se han de escapar contigo: los enfermos, los débiles, los necesitados y los temerosos, así como los que se lamentan de lo que parece ser una pérdida, los que sienten un aparente dolor y los que pasan frío o hambre y caminan por el camino del odio y la senda de la muerte. Todos ellos te acompañan.
Lo que señala Jesús otra vez es que nadie está excluido de nuestro agradecido amor. Cuando estamos fuera del sueño de dolor y de muerte, sonreímos felices, reconociendo que este mundo no es nada más que un tonto sueño de separación, sin poder para cambiar la perfecta Unidad del Padre y el Hijo:
Debe observarse con especial atención que Dios tiene solamente un Hijo. Si todas las creaciones de Dios son Hijos Suyos, cada una de ellas tiene que ser parte integral de toda la Filiación. La Filiación, en su Unicidad, transciende la suma de sus partes. (T.2.VII.6.1-3) (Pág. 36)
(5.4) No nos comparemos con ellos, pues al hacer eso los separamos en nuestra conciencia de la unidad que compartimos con ellos y que ellos no pueden sino compartir con nosotros también.
La comparación, digámoslo una vez más, pertenece al ámbito del ego, impidiéndonos así recordar el conocimiento de Dios:
El ego vive literalmente a base de comparaciones. La igualdad es algo que está más allá de lo que puede entender y, por lo tanto, le es imposible ser caritativo. (...) El conocimiento nunca admite comparaciones. En eso estriba su diferencia principal con respecto a cualquier otra cosa que la mente pueda comprender. (T.4.II.7.1-2; 11.12-13) (Págs. 64 y 66)
Para evitar el conocimiento de nuestra unidad indiferenciada, nos comparamos constantemente con los demás, culpándolos por las diferencias que encontramos entre nosotros.
(6.1) Le damos las gracias a nuestro Padre sólo por una cosa: que no estamos separados de ninguna cosa viviente, y, por lo tanto, somos uno con Él.
Así que le estamos agradecidos a Dios no porque nos haga regalos especiales o nos perdone la vida o la de aquellos que nos rodean, sino por el Amor y la Unidad que son Su realidad y también la nuestra.
Permíteme comentar brevemente sobre la frase "cosa(s) viviente(s)", la cual aparece a lo largo de Un Curso de Milagros. Para evitar confusiones es necesario tener en cuenta, una vez más, que Jesús no es constante en su manera de usar el lenguaje. Él nos dice que "Fuera del Cielo no hay vida" (T.23.II.19.1) en el sentido de que en el mundo no hay cosas vivientes. Sin embargo en nuestra experiencia corporal existen cosas vivientes. Y debido a que esa es nuestra experiencia, Jesús usa términos que tengan sentido para nosotros en el contexto de este mundo, a pesar de que en realidad nada vive aquí. Este uso del lenguaje es variable porque Jesús usa las palabras con un sentido adecuado a lo que nos quiere enseñar en un momento dado, mientras que en otras lecciones el sentido que les da a las palabras es diferente, dependiendo del contexto. Aquí Jesús se refiere a nuestra experiencia de separación, y a que hacemos comparaciones entre nosotros mismos y lo que percibimos como otras cosas vivientes —de ahí el uso de la frase. El mensaje no es que seamos uno dentro del sueño, sino que aquí compartimos la misma locura y la misma necesidad de escapar del manicomio del ego. Practicar esta lección nos llevará finalmente a reconocer la verdad última: "Fuera del Cielo no hay vida".
(6.2) Y nos regocijamos de que jamás puedan hacerse excepciones que menoscaben nuestra plenitud o inhiban o alteren en modo alguno nuestra función de completar a Aquel que es en Sí Mismo la compleción.
Desde nuestro punto de vista completamos a Dios; pero en realidad Él ya está completo. El mensaje aquí es que no hay excepciones a Su compleción. Por lo tanto en la ilusión no debemos hacer excepciones en nuestro perdón. Sólo entonces podemos recordar nuestra compleción como Cristo, el Hijo único de Dios. Esto incluye a nuestras creaciones —las extensiones de nuestro Ser.
El Cielo aguarda silenciosamente, y tus creaciones extienden sus manos para ayudarte a cruzar y para que les des la bienvenida. Pues son ellas lo que andas buscando. Lo único que buscas es tu compleción, y son ellas las que te completan. (...) La aceptación de tus creaciones es la aceptación de la unicidad de la creación, sin la cual nunca podrías ser completo. (...) Al otro lado del puente [que conduce del mundo al Cielo] se encuentra tu compleción, pues estarás completamente en Dios, (...) y mediante tu compleción le brindarás a Él la Suya. (T.16.IV.8.1-3, 6; 9.1) (Pág. 376)
(6.3) Damos gracias por toda cosa viviente, pues, de otra manera, no estaríamos dando gracias por nada, y estaríamos dejando de reconocer los dones que Dios nos ha dado.
Estar agradecido a una persona sí y a otra no, es "dar gracias por nada", porque esa manera de agradecimiento refuerza el sistema de pensamiento del ego, el cual no es nada. Una vez más, "cosas vivientes" son cualquier cosa que percibimos en nuestra vida, y nuestra gratitud no es por lo que ellas hacen por nosotros, sino que se dirige a Aquel que nos enseña que nuestras percepciones de separación provienen del sistema de pensamiento ilusorio de la mente. Ahora que somos conscientes de que el problema no es lo que percibimos fuera sino lo de dentro, el pensamiento de separación interno, podemos corregir nuestra decisión errónea. Así que miramos a través de los ojos de Cristo, Cuya visión nos enseña que nuestra compleción radica en "cada cosa viviente":
El Cristo en ti está muy quedo. (...) Él te contempló primero, pero reconoció que no estabas completo. De modo que buscó lo que te completa en cada cosa viviente que Él contempla y ama. Y aún lo sigue buscando, para que cada una pueda ofrecerte el Amor de Dios. (T.24.V.6.1, 7-9) (Pág. 572)
(7) Permitamos, entonces, que nuestros hermanos reclinen su fatigada cabeza sobre nuestros hombros y que descansen por un rato. Damos gracias por ellos. Pues si podemos dirigirlos a la paz que nosotros mismos queremos encontrar, el camino quedará por fin libre y franco para nosotros. Una puerta ancestral vuelve a girar libremente; una Palabra —hace tiempo olvidada— resuena de nuevo en nuestra memoria y cobra mayor claridad al estar nosotros dispuestos a escuchar una vez más.
La "puerta ancestral" es referido a nuestra mente correcta, que había sido cerrada por el odio. Pero al darnos cuenta de que hemos estado equivocados y de que es el Espíritu Santo el que tiene razón, permitimos que esa puerta se abra. Al ayudar a los demás a que encuentren la paz mediante la extensión del perdón a todos sin excepción, reforzamos el perdón y la paz en nosotros mismos. Así salimos del entorno de "Un viejo odio ... [atraviesa] el mundo" (T.30.V.9.1), y entramos al entorno de "El más santo de todos los lugares de la tierra es aquel donde un viejo odio se ha convertido en un amor presente" (T.26.IX.6.1). La muerte del odio permite a nuestro Ser abrir la puerta que conduce a nuestro Ser: el Hijo único de Dios:
Él [Cristo] está junto a la puerta para la que el perdón es la única llave. Dásela a Él para que la use en tu lugar, y verás la puerta abrirse silenciosamente revelándote la radiante faz de Cristo. Contempla a tu hermano ahí, tras la puerta; el Hijo de Dios tal como Él lo creó. (O.2.III.7.6-8) (Pág. 31)
(8.1-2) Recorre, pues, con gratitud el camino del amor. Pues olvidamos el odio cuando dejamos a un lado las comparaciones.
La auténtica gratitud va acompañada por la unidad del amor, de modo que nuestra mutua gratitud refleja el amor que Jesús nos extiende como una bendición.
Al Hijo de Dios se le bendice siempre cual uno solo. Y a medida que su gratitud llega hasta ti que le bendijiste, la razón te dirá que es imposible que tú estés excluido de la bendición. La gratitud que él te ofrece te recuerda las gracias que tu Padre te da por haberlo completado a Él. (...) Tu Padre está tan cerca de ti como tu hermano. Sin embargo, ¿qué podría estar más cerca de ti que tu propio Ser? (T.21.VI.10.1-3; 5-6) (Pág. 515)
(8.3-6) ¿Qué podría ser entonces un obstáculo para la paz? El temor a Dios [el último obstáculo] por fin es obliterado, y perdonamos sin hacer comparaciones. Y así, no podemos elegir pasar por alto sólo ciertas cosas, mientras retenemos bajo llave otras que consideramos "pecados". Cuando tu perdón sea total tu gratitud lo será también, pues te darás cuenta de que todas las cosas son acreedoras al derecho a ser amadas por ser amorosas, incluyendo tu propio Ser.
Mi Ser es pleno amor, y por lo tanto todos comparten [están incluidos en] Su amor como parte del Ser que son. Si alguien cree que está excluido de ese amor, merece que se le recuerde esto. Cuando ataco a otros, les estoy diciendo que no merecen recordar esto. Pero esto significa que he olvidado que al excluirles lo que estoy haciendo es únicamente excluirme a mí mismo —al Hijo único de Dios. Sin embargo, Jesús nunca se cansa de recordarme:
El Cielo es el regalo que le debes a tu hermano, la deuda de gratitud que le ofreces al Hijo de Dios como muestra de agradecimiento por lo que él es y por aquello para lo que su Padre lo creó. (T.19.IV.D.i.19.6) (Pág. 473)
(9.1-2) Hoy aprendemos a pensar en la gratitud en vez de en la ira, la malicia y la venganza. Se nos ha dado todo.
El ego nos dice que no se nos ha dado nada y que en nosotros hay una grave carencia, la cual da lugar a las comparaciones y a los regateos o negociaciones que son el sello distintivo de la relación especial. En respuesta a eso, el Espíritu Santo nos enseña pacientemente a reconocer nuestra abundancia, y a cómo entender que el ego enmascara y oculta esa abundancia mediante el ataque: "la ira, la malicia y la venganza":
En todas las mentes hay un solo Maestro que enseña la misma lección a todo el mundo. Él siempre te enseña la inestimable valía de cada Hijo de Dios, y lo hace con infinita paciencia, nacida del Amor infinito en nombre del cual habla. Todo ataque es un llamamiento a Su paciencia, puesto que Su paciencia puede transformar los ataques en bendiciones. Los que atacan no saben que son benditos. Atacan porque creen que les falta algo. Por lo tanto, comparte tu abundancia libremente y enseña a tus hermanos a conocer la suya. No compartas sus ilusiones de escasez, pues, de lo contrario, te percibirás a ti mismo como alguien necesitado. (T.7.VII.7.2-8) (Pág. 142)
(9.3) Si nos negamos a reconocer esto, ello no nos da derecho a sentirnos amargados o a percibirnos como que estamos en un lugar donde se nos persigue despiadadamente y se nos hostiga sin cesar, o donde se nos atropella sin la menor consideración por nosotros o por nuestro futuro.
Puede que recuerdes esta importante idea de la lección 166: nunca está justificado percibirnos a nosotros mismos injustamente tratados —abandonados, traicionados o perseguidos. Una declaración así, tomada fuera de contexto, parece de hecho cruel; no es así, sin embargo, si se entiende su punto central: todo esto es elegido —por nosotros mismos. En lugar de gratitud a Dios o al Espíritu Santo por recordarnos nuestra unidad como Cristo, elegimos la ira, la malicia y la venganza, creyendo que nos falta algo que necesitamos. La amnesia surgió conforme negábamos que nos estábamos privando a nosotros mismos al darle la espalda a Dios y a Su Voz, despreciando el tesoro del Cielo para atesorar en su lugar un "yo" separado. Creímos que en nosotros había una insuficiencia, pero escuchando las mentiras del ego concluimos que eso era porque alguien nos había robado nuestro tesoro. Esta percepción errónea justificaba nuestros intentos de recuperarlo, la génesis de la dinámica agresiva del especialismo. Por lo tanto, si nos negamos a reconocer que ya lo tenemos todo, no es culpa de nadie; ni de la sociedad, ni del sistema educativo, ni de nuestros padres, ni de cónyuges, ni de amantes, ni de cuerpos, ni de alguna bacteria. Si sentimos que falta algo en nosotros, es solo porque hemos elegido contra el amor y la abundancia del Cielo:
La razón de que tengas tan poca fe en ti mismo es que no estás dispuesto a aceptar el hecho de que dentro de ti se encuentra el amor perfecto. (T.15.VI.2.1) (Pág. 348)
Por lo tanto no tenemos derecho a nuestra amargura [o rencor, resentimiento] porque la gente nos importune, o porque nos persigan incansablemente o nos zarandeen sin ninguna consideración por nuestro bienestar. Jesús nos enseña que nuestras quejas y acusaciones no están justificadas porque no son ciertas: nuestros sentimientos, una vez más, provienen de nuestra propia decisión. No obstante, no se nos urge a que abandonemos nuestro sistema de pensamiento de victimización, sino que simplemente se nos pide que no lo justifiquemos, aprendiendo a reconocer el dolor que nos trae —mantenerlo tiene un costo. Recurrir a la ayuda de Jesús nos permite ver lo equivocados que estábamos al creer que éramos víctimas inocentes, pues su amor nos enseña que es únicamente a nosotros mismos a quienes hemos victimizado. Recuerda:
El secreto de la salvación no es sino éste: que eres tú el que se está haciendo todo esto a sí mismo. (T.27.VIII.10.1) (Pág. 661)
Volveremos a este importante tema en la próxima lección.
(9.4-6) La gratitud se convierte en el único pensamiento con que sustituimos estas percepciones descabelladas. Dios ha cuidado de nosotros y nos llama Su Hijo. ¿Puede haber algo más grande que eso?
La manera de reconocerme a mí mismo como el Hijo de Dios es mediante la práctica diaria del principio de la unidad —sobre todo cuando me siento tentado a creer que otros están contra mí, o que tienen algo que necesito. La gratitud, una vez más, no es por lo que recibo, sino por el reconocimiento de que somos uno. Por lo tanto, me siento agradecido por las oportunidades que me proveen mis percepciones erróneas, porque ellas me posibilitan entender que hay otra manera de mirar lo que estoy viendo. De este modo el especialismo que mi ego usaba para atacar se convierte en la manera en que Jesús me enseña a perdonar. Además, mi súplica de hallar "otra manera" me puso en contacto con el amor de Jesús, la otra manera de mirar. Así que me siento agradecido por el aula y por el maestro que me recuerda quién soy, deshaciendo todas las percepciones de victimización y guiándome hacia el Dios Cuyo Amor siempre he buscado.
Confía en Él, Cuya Voz escuchaste, y no pienses que Él no oye tu asustada voz que llama llorosa en un susurro agonizante... No pierdas la esperanza en Aquel que te ama con un Amor eterno; Aquel que conoce tu necesidad y te observa y te cuida en toda circunstancia, en constante vigilancia de tu bienestar.
No te olvides de Su agradecimiento, y comprende que la gratitud de Dios sobrepasa todas las cosas que el mundo puede ofrecer, pues Sus Regalos perdurarán eternamente en Su Corazón y en el nuestro. Sé agradecido por Su Amor y por Sus cuidados...
Y así nuestro Padre Mismo nos dice:
Tú eres Mi Hijo... Ven... abre tu corazón y déjame brillar sobre ti... Tú eres Mi luz y Mi morada... Te llamo amorosamente, tal como tú Me responderás... Recuerda el amor, tan cercano que no puedes dejar de tocar su corazón porque late en ti. (The Gifts of God, pp. 127-28)
(10.1-2) Nuestra gratitud allanará el camino que nos conduce a Él y acortará la duración de nuestro aprendizaje, mucho más de lo que jamás podrías haber soñado. La gratitud y el amor van de la mano, y allí donde uno de ellos se encuentra, el otro no puede sino estar.
El Amor es la perfecta Unidad de Dios y Cristo, en la cual nadie está excluido. Por lo tanto, observa cómo excluyes a algunas personas y luego justificas el ataque. Observa la tentación de encontrar aliados y de conectar tu gratitud al sentimiento de que se te daba la razón. Entonces da el siguiente paso y date cuenta de cuán infeliz te hace eso al final —el especialismo no es lo que tú pensabas, pues no te dio lo que querías. No estudias Un Curso de Milagros para ser más feliz en el sueño —la meta del especialismo— sino para dar los pequeños pasos del perdón, que te guiarán a despertar del sueño. Sin embargo este camino del perdón requiere disciplina y diligencia para supervisar tus pensamientos egoicos, pues la resistencia al amor es grande.
(10.3) Pues la gratitud no es sino un aspecto del Amor, que es la Fuente de toda la creación.
La gratitud, en este sentido, no forma parte del ámbito de Dios, sino que es aquí una corrección para la falta de gratitud del ego. Es un aspecto —o reflejo de la mente correcta— de Su Amor.
(10.4) Dios te da las gracias a ti, Su Hijo, por ser lo que eres: Su Propia compleción y la Fuente del amor junto con Él.
Huelga decir que Dios no da las gracias. Estos son pensamientos agradables y reconfortantes que verbalizan un amor que trasciende nuestra comprensión, y de lo cual encontramos eco en "The Gifts of God" ["Los Regalos de Dios"]:
No hay regalo de fe que Dios no acepte con gratitud. Él ama a Su Hijo. Y al igual que Él le da [a Su Hijo] Sus regalos, también está agradecido por los regalos que Su Hijo le da a Él. La gratitud es la canción del regalo del Cielo, la armonía unificada que es cantada por toda la creación en sincronía con su Creador. Pues la gratitud es amor expresado en unión; la precondición necesaria para la extensión y el requisito para la paz (The Gifts of God, p. 123).
(10.5-6) Tu gratitud hacia Él es la misma que la Suya hacia ti. Pues el amor no puede recorrer ningún camino que no sea el de la gratitud, y ése es el camino que recorremos los que nos encaminamos hacia Dios.
Si eres realmente sincero con tu intención de volver a casa, serás sincero al practicar el perdón por medio del cual lograrás dicha meta. Cuando te sientas tentado de decir que el perdón es demasiado difícil de lograr, recuerda al que te lo pide, que te dice que tú puedes. Date cuenta de que tus ingratas protestas reflejan tu actitud de considerarte a ti mismo como más sabio que Jesús. Al final, nuestro agradecimiento es para Dios, Cuyo Amor nos enseña a mirar de un modo diferente a todas las personas y cosas de este mundo. Concluimos con estas hermosas líneas de gratitud de "The Gifts of God" ["Los Regalos de Dios"]:
Niño del Amor Eterno, ¿qué regalo puede haber que tu Padre quiera de ti, sino tú mismo? ¿Y qué hay que tú quieras dar, para que haya lo que tú quisieras tener? Has olvidado Quién eres en realidad... Escucha la llamada del amor al amor, por amor, enamorado de ti, y que aumenta el amor sobre ti para corresponder al regalo que Dios te ha dado y que tú le has dado a Él con gratitud (The Gifts of God, p. 125).
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Fuente: Journey Through the Workbook of a Course in Miracles, de Ken Wapnick.
Índice de capítulos traducidos en este blog, aquí: link-indice.
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