jueves, 20 de noviembre de 2014

L-196 Journey ... de Ken Wapnick

Como ya indiqué en el post índice, los comentarios de Ken Wapnick son los que he puesto en color verde:

Lección 196 — Es únicamente a mí mismo a quien crucifico

Esta lección y la siguiente forman un todo: cuando elijo erróneamente, "Es únicamente a mí mismo a quien crucifico"; cuando elijo correctamente, "No puede ser sino mi propia gratitud la que me gano". Un punto importante aquí es que el "yo" al que Jesús se refiere es el tomador-de-decisiones. Esto es cierto a lo largo de todo Un Curso de Milagros, pero es especialmente importante en estas lecciones, lo cual coloca el problema claramente en nuestra mente, la sede de la decisión. Huelga decir que el significado de esto es que si ser crucificado es mi decisión, entonces puedo revertirla. Si no soy consciente de la decisión incorrecta de mi mente, entonces no hay esperanza de que pueda haber un cambio significativo. 

Esta lección ofrece también un resumen de lo que he llamado la estrategia de dos niveles —o de doble escudo— del ego. Una vez que el tomador de decisiones elige al ego en lugar del Espíritu Santo, el miedo del ego es que eso —el Hijo de Dios— cambie su mente, pues el ego desaparecería en el instante santo. A modo de defensa, el ego inventa una brillante estrategia —el núcleo de las enseñanzas de Jesús sobre el ego, un tema que es recurrente a lo largo de estos volúmenes. El plan es privar de su mente al Hijo de Dios y hacerlo insensato [o estúpido, embobado, distraído de la esencial mente], y esto lo logra cuando se experimenta a sí mismo como un cuerpo, gobernado por un cerebro. Esto garantiza la existencia continuada de la individualidad y del especialismo del ego, al mantener intacta la decisión inicial en favor del ego, dado que nadie es capaz de cambiar una mente que no sabe que tiene. 

El esquema del ego necesita convencer al Hijo de que su mente es un lugar peligroso en el que estar, y esto lo consigue mediante la fabricación del mito de la profana trinidad: el Hijo ha pecado contra Dios y merece ser castigado por su pecado (el motivo de la culpa), y entonces teme el ataque inminente e inevitable. De este modo la mente se convierte en un campo de batalla mortífero en el cual el Hijo será con toda seguridad destruido si permanece ahí. El primer escudo de olvido del ego es su trinidad, la cual mantiene al Hijo alejado de su mente correcta, que es donde puede mirar a la verdad de la Expiación. Una vez que ha sido establecida la peligrosidad de la mente, el Hijo acepta que ya no puede seguir estando seguro ahí, y entonces se necesita un segundo escudo o nivel defensivo. El pecado, la culpa y el miedo son proyectados sobre los cuerpos, dando lugar a un mundo donde vemos pecado y culpa por todas partes excepto en nosotros mismos. Incluso si nos juzgamos a nosotros mismos como pecadores, aún así creemos que algún otro es el responsable de nuestro estado caído. El miedo que estaba originalmente dentro de la mente es percibido ahora como externo. Cuando las personas intentan describir su experiencia de Dios, frecuentemente lo hacen en términos de esta dinámica de proyección de la culpa. Su Dios se vuelve loco y vengativo, buscando únicamente castigar a Su culpable Hijo, por haber pecado contra Él. 

De manera que esta es la naturaleza del mundo en el cual nos encontramos, y estamos aterrorizados ante la perspectiva de la muerte. Tal como enseñó Freud, en cuanto nacemos ya estamos preparándonos para morir. Todo el mundo teme a la muerte que significa el final de la vida. El miedo (la esencia del defensivo sistema de ilusiones del ego), aunque es ilusorio, es no obstante intenso, y en su núcleo consiste en esta creencia: "Merezco morir y que Dios tome mi vida, porque fui yo primero quien robó esa vida de Él". Nadie viene aquí sin este miedo, pero lo que se desconoce es de dónde viene. Su origen parece ser algo externo, pero esto oculta que el verdadero origen del miedo radica en la decisión mental de unirnos al ego. 

Por lo tanto el doble escudo de ilusión —la culpa interna y el miedo externo— es el núcleo de la estrategia del ego, ejemplificada en esta importante lección. 

(1.1) Cuando realmente hayas entendido esto, y lo mantengas firmemente en tu conciencia, ya no intentarás hacerte daño ni hacer de tu cuerpo un esclavo de la venganza. 

Jesús frecuentemente habla sobre el plan del ego porque no podemos cambiar nuestras mentes sobre algo de lo que no somos conscientes. Cuando aceptamos su ayuda en la que nos muestra las tácticas que usa el ego en nuestras vidas, aflojamos nuestro apego a su sistema de pensamiento. Por eso es imperativo que prestemos una cuidadosa atención tanto a nuestros pensamientos como a nuestra conducta, para que veamos cómo ellos siguen la estrategia del ego. Como primeramente lo que hicimos fue negar la culpa de la mente, a continuación la proyectamos, y luego de eso todo lo que sabemos es que otros están intentando robarnos. Esto justifica nuestra necesidad de defendernos y de atacar en defensa propia; el contenido tras la excesivamente-familiar cara de inocencia, 

(...) la cara de inocencia, el aspecto con el que se actúa. Ésta es la cara que sonríe y es amable, e incluso parece amar. (...) 

Este aspecto puede disgustarse, pues el mundo es perverso e incapaz de proveer el amor y el amparo que la inocencia se merece. (...) Este aspecto nunca lanza el primer ataque. Pero cada día, cientos de incidentes sin importancia socavan poco a poco su inocencia, provocando su irritación, e induciéndolo finalmente a insultar y a abusar descontroladamente. (T.31.V.2.6-7; 3.1,3-4) (Pág. 740)

De modo que esta lección destaca la importancia de entender que el ataque sucede en la mente: el odio de los demás, el nuestro hacia ellos, y nuestro primer ataque: la separación de Dios. Únicamente cuando veamos hasta qué punto nuestra vida ejemplifica el principio de "o uno o el otro" [intereses separados] podremos hacer algo sobre eso. De ahí nuestra necesidad de estar vigilantes para aceptar la vida como un aula en la que Jesús sea nuestro maestro. Él no cambia las circunstancias externas de nuestras vidas, sino que nos ayuda a percatarnos del propósito que les da el ego, capacitándonos para poder mirar más allá de ellas hacia la luz de la verdad, que es lo que la estrategia del ego intenta ocultar. 

(1.2) No te atacarás a ti mismo, y te darás cuenta de que atacar a otro es atacarte a ti mismo. 

Cuando entiendas el daño que te hace escuchar al ego, ya no lo harás más. Recuerda que, para el ego, la salvación es ataque, eso nace del pensamiento original que dice "o el uno o el otro" [o tú o yo; intereses separados] —si yo voy a existir, entonces Dios tiene que ser destruido. Todos nuestros pensamientos de ataque concretos así como nuestra conducta específica, son fragmentos oscuros de este único pensamiento. Una vez que nos demos cuenta de que el ataque no nos trae felicidad, salvación ni vida, sino que nos trae miseria, dolor y muerte, cambiaremos nuestra mentalidad y dejaremos de atacar a otros porque ya no querremos seguir atacándonos a nosotros mismos. Pero primero tenemos que ver lo que el ego no quiere que veamos: el ciclo de culpa-ataque y su efecto devastador sobre nosotros: 

La enfermiza atracción que ejerce la culpabilidad tiene que ser reconocida como lo que es. Pues al haberse convertido en algo real para ti, es esencial que la examines detenidamente, y que aprendas a abandonarla dejándote de interesar por ella. (...) 

(...) el propósito del ego es conservar e incrementar la culpabilidad, pero de forma tal que tú no te des cuenta de lo que ello te ocasionaría. Pues la doctrina fundamental del ego es que te escapas de aquello que les haces a otros. (...) su supervivencia depende de que tú creas que estás exento de sus malas intenciones. Te dice, por lo tanto, que si accedes a ser su anfitrión, te permitirá proyectar su ira afuera y, de este modo, te protegerá. Y así, se embarca en una interminable e insatisfactoria cadena de relaciones especiales, forjadas con ira y dedicadas exclusivamente a fomentar tan sólo la creencia descabellada de que cuanta más ira descargues fuera de ti mismo, más a salvo te encontrarás. (T.15.VII.3.1-2; 4.1-2, 4-6) (Págs. 351 y 352)

(1.3-4) Te liberarás de la demente creencia de que atacando a tu hermano te salvas tú. Y comprenderás que su seguridad es la tuya, y que al sanar él, tú quedas sanado. 

Esta es la esencia de la relación santa, que deshace todo especialismo: el reconocimiento de que tú y yo compartimos los mismos intereses. Si te ataco y te condeno, soy yo el que está siendo atacado y crucificado. Si te libero y veo al Cristo en ti, refuerzo esa visión en mí mismo —somos uno. Entender esto es "la manera de recordar a Dios", como ya hemos visto varias veces antes: 

Percibir la curación de tu hermano como tu propia curación es, por lo tanto, la manera de recordar a Dios. (T.12.II.2.9) (Pág. 242)

(2.1-2) Tal vez no entiendas en un principio cómo es posible que la misericordia, que es ilimitada y envuelve todas las cosas en su segura protección, pueda hallarse en la idea que hoy practicamos. De hecho, esta idea puede parecerte como una señal de que es imposible eludir el castigo, ya que el ego, ante lo que considera una amenaza, no vacila en citar la verdad para salvaguardar sus mentiras. 

Jesús explica que el ego interpretará esta lección como "siempre estoy siendo castigado, así que siempre sufriré", ya que él continuamente suma dos más dos y obtiene cinco. Él toma hechos aparentes y los organiza para terminar con una conclusión falsa, y entonces toma estas palabras verdaderas y las distorsiona para reforzar su sistema de pensamiento de tal modo que ellas no nos liberen de él. 

(2.3 - 3.3) Es incapaz, no obstante, de entender la verdad que usa de tal manera. Mas tú puedes aprender a detectar estas necias maniobras y negar el significado que parecen tener. 

De esta manera le enseñas también a tu mente que no eres un ego. Pues las formas con las que el ego procura distorsionar la verdad ya no te seguirán engañando. No creerás que eres un cuerpo que tiene que ser crucificado.

Recuerda, el objetivo de la estrategia del ego es convencernos de que somos cuerpos sin mente —la segunda parte del doble escudo— y que merecemos la crucifixión porque hemos hecho cosas horribles. No obstante, profundamente incrustada en esta creencia hay otra que dice que a pesar de que soy un miserable desdichado y castigado por mi pecado, alguien pecó contra mí primero. Por lo tanto no es culpa mía a pesar de todo. Para reiterar este punto esencial, el "tú" al que Jesús se dirige es el "tomador de decisiones" de la mente, al cual Jesús le enseña a no verse a sí mismo como un ego —que es la misión que Jesús nos da a los unos para los otros: 

Tu misión es muy simple. Se te pide que vivas de tal forma que demuestre que no eres un ego, y yo no me equivoco al elegir los canales de Dios. (T.4.VI.6.2-3) (Pág. 75)

(3.4) Y verás en la idea de hoy la luz de la resurrección, refulgiendo más allá de todos los pensamientos de crucifixión y muerte hasta los de liberación y vida. 

Como ya hemos visto anteriormente, en Un Curso de Milagros el término "resurrección" es definido como "despertar del sueño de muerte". Sin embargo, no puedes despertar a no ser que sepas que la muerte es un sueño y no la realidad. Así que Jesús expone la estrategia del ego, enseñándonos que nuestras experiencias en el mundo onírico externo reflejan el sueño oculto [el sueño externo refleja el sueño interno]. Ambos niveles de sueño son ilusorios —defensas del ego para ocultar el hecho de que hicimos una mala elección y ahora podemos hacer una mejor. Jesús nos enseña a ir más allá de la experiencia del cuerpo para ver que éste es parte del plan del ego para mantenernos apartados de la resucitada luz de la salvación, la cual conseguimos alegremente mediante el perdón de nuestro hermano: 

La resurrección, al ser la afirmación de la vida, es la negación de la muerte. De esta manera, la forma de pensar del mundo se invierte por completo. Ahora se reconoce que la vida es la salvación, y cualquier clase de dolor o aflicción se percibe como el infierno. Ya no se le teme al amor, sino que se le da jubilosamente la bienvenida. (...) Se ve la faz de Cristo en toda cosa viviente, y no se mantiene nada en la obscuridad, excluido de la luz del perdón. (M.28.2.1-4,6) (Pág. 75)

(4.1-2) La idea de hoy es un paso que nos conduce desde el cautiverio al estado de perfecta libertad. Demos este paso hoy, para poder recorrer rápidamente el camino que nos muestra la salvación, dando cada paso en la secuencia señalada, a medida que la mente se va desprendiendo de sus lastres uno por uno. 

Nuestro temor es tan grande que tenemos que aprender por medio de los pequeños pasos que Dios nos pide que demos hacia Él (L.193.13.7). Cada paso es el mismo, pero hasta que no generalicemos las lecciones de perdón y aceptemos que todo lo que creemos es una locura, no seremos capaces de soltar el sistema de pensamiento del ego. Tenemos, pues, la necesidad de practicar diariamente. La lección 197 será el segundo paso, pero hoy daremos el primer paso hacia arriba por la escalera de la separación que previamente descendimos. Todavía hay muchos peldaños que subir, pero al fin hemos comenzado nuestro ascenso hacia el seguro despertar: 

Lo que espera en perfecta certeza más allá de la salvación no nos concierne ahora, pues apenas has empezado a dejar que se te guíe en tus primeros e inciertos pasos de ascenso por la escalera que la separación te hizo descender. El milagro es lo único que debe concernirte ahora. Éste es nuestro punto de partida. Y habiendo comenzado, el camino de ascenso hacia el despertar y el final del sueño quedará libre y despejado. (T.28.III.1.1-5) (Pág. 671) [frases 1-5 de ese párrafo según la numeración inglesa en ACIM, pues en la 1ª edic. de UCDM en español ese párrafo contuvo una errata en la numeración, pues la primera frase en español son en realidad dos frases en inglés, fusionadas como una]

(4.3-4) No necesitamos tiempo para esto, sino únicamente estar dispuestos. 

Por esto es por lo que Jesús habla tan a menudo de la "pequeña dosis de buena voluntad" , la cual necesitamos porque hay una parte de nosotros que sigue sin estar dispuesta a despertar. Nuestra falta de voluntad nace de nuestra necesidad de probar que él se equivoca y nosotros tenemos razón. El sufrimiento —nuestro y de otros— es la manera perfecta de demostrar que la pequeñez del ego ha suplantado a la grandeza de Cristo: 

Tu práctica, por lo tanto, debe basarse en que estés dispuesto a dejar a un lado toda pequeñez. El instante en que la grandeza ha de descender sobre ti se encuentra tan lejos como tu deseo de ella. Mientras no la desees, y en su lugar prefieras valorar la pequeñez, ésa será la distancia a la que se encontrará de ti. En la medida en que la desees, en esa misma medida harás que se aproxime a ti. (T.15.IV.2.1-4) (Pág. 343)

(4.5) Pues lo que parece requerir cientos de años puede lograrse fácilmente —por la gracia de Dios— en un solo instante.

En sentido estricto debería haberse dicho: "—por nuestra decisión en favor de la gracia de Dios—", de lo contrario parece que la gracia de Dios se encuentra presente algunas veces pero no siempre. Sin embargo aquí está implícito que la gracia de Dios está presente, pero que necesitamos elegirla. Estar en el instante santo refleja la decisión de ser feliz en lugar de tener razón, para tener a Jesús como nuestro maestro en lugar del ego. Es importante destacar que esta lección —y Un Curso de Milagros mismo— nos ayuda a darnos cuenta de nuestro miedo a elegir el instante santo y ahorrar miles de años por medio del milagro (T.1.II.6.7). No obstante, cuando el perdón deshace el miedo, nos convertimos en maestros de Dios, cuya salvadora función en el tiempo consiste en traer la oscuridad temporal del ego a la luz intemporal:

Su función es ahorrar tiempo. Cada uno comienza como una sola luz, pero como tiene la Llamada en el mismo centro de su ser, esa luz no puede restringirse. Y cada uno de ellos ahorra miles de años tal como el mundo juzga el tiempo. (M.1.2.11-13) (Pág. 3)

(5.1) El pensamiento desesperante y deprimente de que puedes atacar a otros sin que ello te afecte te ha clavado a la cruz. 

En otras palabras, "Es únicamente a mí mismo a quien crucifico". No puedo crucificarte porque no hay nadie ahí a quien crucificar, y lo que crucifico es la parte de mí que no quiero reconocer; lo cual es otro ejemplo del principio "el uno o el otro" que Jesús quiere que desaprendamos. De modo que terminamos nuestro viaje hacia la cruz —hacer a alguien culpable de nuestro dolor y sufrimiento—, el significado de este pasaje:

El viaje a la cruz debería ser el último "viaje inútil". No sigas pensando en él, sino dalo por terminado. Si puedes aceptarlo como tu último viaje inútil, serás libre también de unirte a mi resurrección. Hasta que no lo hagas, estarás desperdiciando tu vida, ya que ésta simplemente seguirá siendo una repetición de la separación, de la pérdida de poder, de los esfuerzos fútiles que el ego lleva a cabo en busca de compensación y, finalmente, de la crucifixión del cuerpo o muerte. Estas repeticiones continuarán indefinidamente hasta que voluntariamente se abandonen. No cometas el patético error de "aferrarte a la vieja y rugosa cruz". El único mensaje de la crucifixión es que puedes superar la cruz. Hasta que no la superes eres libre de seguir crucificándote tan a menudo como quieras. Éste no es el Evangelio que quise ofrecerte. (T.4.introd.3.1-10) (Pág. 57)

(5.2) Tal vez pensaste que era tu salvación. 

Desde el punto de vista del ego, el ataque original era la salvación —pues salvó al ego. Es obvio que creímos, y seguimos creyendo, que el ataque es la salvación, pues de lo contrario no estaríamos aquí: 

(...) los que creen ser culpables reaccionarán ante la culpabilidad porque creerán que es la salvación, y no se negarán a verla ni a ponerse de su parte. Creen que incrementar la culpabilidad es la manera de auto-protegerse. No lograrán comprender el simple hecho de que lo que no desean no puede sino hacerles daño. (T.14.III.10.2-4) (Pág. 306)

En la mente de todos se halla enterrado el pensamiento de que lo que hicimos fue atacar a Dios, destruir Su Amor y crucificar a Su Hijo para que así nosotros pudiéramos existir. Por otro lado, este contenido subyacente se refleja en las multitudinarias decisiones y respuestas de nuestras vidas. Tenemos que reconocerlas como la oscuridad que son, trayéndolas a la luz del perdón del Espíritu Santo. 

(5.3-4) Mas sólo representaba la creencia de que el temor a Dios era real. ¿Y qué es esto sino el infierno? 

Nuestro miedo a Dios demuestra que hemos pecado, que la separación es real y que el sistema de pensamiento del ego es válido. Este miedo —arraigado en el pensamiento ontológico de que hemos atacado a Dios— se refleja en nuestras experiencias de ataque. La idea de la primera frase —"El pensamiento desesperante y deprimente de que puedes atacar a otros sin que ello te afecte"— representa el efecto de esta creencia demente, y el infierno no es más que su sombrío efecto, el castigo justo por el pecado —nuestro o de otros. Así que nuestro temor a Dios es la última protección de nuestro falso ser, la defensa contra nuestra realidad: 

Tener miedo de la Voluntad de Dios es una de las creencias más extrañas que la mente humana jamás haya podido concebir. Esto no habría podido ocurrir a no ser que la mente hubiese estado ya tan profundamente dividida, que le hubiese sido posible tener miedo de lo que ella misma es. La realidad sólo puede ser una "amenaza" para lo ilusorio, ya que lo único que la realidad puede defender es la verdad. El hecho mismo de que percibas la Voluntad de Dios —que es lo que tú eres— como algo temible, demuestra que tienes miedo de lo que eres. 

Lo que parece ser el temor a Dios es en realidad el miedo a tu propia realidad. (T.9.I.1.1-4; 2.2) (Pág. 178)

(5.5) ¿Quién que en su corazón no tuviese miedo del infierno podría creer que su Padre es su enemigo mortal, que se encuentra separado de él y a la espera de destruir su vida y obliterarlo del universo? 

Jesús habla claramente de todos nosotros, tanto si somos conscientes de este pensamiento como si no. El mismo hecho de que creemos que únicamente podemos sobrevivir si respiramos, comemos y tenemos nuestras necesidades especiales satisfechas prueba que creemos que existimos, lo que significa que existimos a costa de Dios. Y así todos esperamos la furia y la venganza de Dios, sintiéndonos abrumados por el peso de nuestra terrible e incuestionable destrucción. 

(6.1) Tal es la forma de locura en la que crees, si aceptas el temible pensamiento de que puedes atacar a otro y quedar tú libre. 

Cada vez que te descubres a ti mismo queriendo ser feliz a costa de otro, disfrutando de la dolorosa equivocación de otro, o sintiéndote justificado en tus críticas a los demás, estás reflejando el pensamiento subyacente de locura que dice que Dios es tu enemigo. Puedes escapar de su ira únicamente probando que hay otros que son miserables pecadores y así que Dios les castigue a ellos en vez de a ti —esto es la absurda magia del ego. Por eso es por lo que los detalles concretos fueron hechos —"El odio es algo concreto", para citar la lección 161 (7.1). El propósito detrás de mi odio y de mi especialismo es que puedo señalarle a Dios quiénes son los pecadores, Quien los destruirá a ellos y me perdonará la vida a mí, la víctima inocente —una dinámica que está fuera de la conciencia: 

Repudias lo que proyectas, por lo tanto, no crees que forma parte de ti. Te excluyes a ti mismo al juzgar que eres diferente de aquel sobre el que proyectas. Puesto que también has juzgado contra lo que proyectas, continúas atacándolo porque continúas manteniéndolo separado de ti. Al hacer esto de manera inconsciente, tratas de mantener fuera de tu conciencia el hecho de que te has atacado a ti mismo, y así te imaginas que te has puesto a salvo. (T.6.II.2) (Pág. 106)

(6.2) Hasta que esta forma de locura no cambie, no habrá esperanzas. 

En esta frase Jesús quiere decir "pensamiento" cuando dice "forma" —el pensamiento de que Dios es nuestro enemigo. Este es el eje que mantiene unido el sistema de pensamiento del ego; elimínalo y el ego se desmorona. Por lo tanto el problema nunca es la forma concreta de ataque, sino que el problema es el pensamiento de ataque en sí mismo. En otras palabras, no cambiamos el efecto sino la causa, como aclara el siguiente pasaje de Psicoterapia, en el contexto de las formas de enfermedad: 

La enfermedad adopta muchas formas, y lo mismo hace la falta de perdón. Las formas que adopta una no hacen sino reproducir las formas que adopta la otra, pues son la misma ilusión. Tan fielmente la una se traduce a la otra, que un estudio riguroso de la forma que adopta una enfermedad revela claramente la forma de falta de perdón que representa. No obstante, ver esto no produce una curación. Ésta se logra mediante un solo reconocimiento: que únicamente el perdón cura una falta de perdón, y que sólo una falta de perdón puede ser el origen de cualquier clase de enfermedad. (P.2.VI.5) (Pág. 33) 

El punto aquí es que cambiar los síntomas, la forma o el efecto, no sanará el problema. Únicamente deshacer la causa —la falta de perdón del Hijo de Dios— puede hacer eso, y el perdón es el medio para este deshacer. 

(6.3-5) Hasta que no te des cuenta de que, al menos esto, tiene que ser completamente imposible, ¿cómo podría haber escapatoria? El temor a Dios es real para todo aquel que piensa que ese pensamiento es verdad. Y no percibirá su insensatez, y ni siquiera se dará cuenta de que lo abriga, lo cual le permitiría cuestionarlo. 

Jesús nos pide una vez más que entendamos su mensaje. De modo que hay un Texto a ser estudiado. Si no lo hacemos, pensando que no es importante entender el ego, no estaríamos haciendo otra cosa que temer mirar el sistema de pensamiento del ego, que nosotros hicimos a la vez real y terrorífico. La forma perfecta de mantener intacto el ego es no saber que tenemos uno, y por supuesto no entender la dinámica de ataque que es el núcleo de su sistema de pensamiento. Por eso es por lo que Jesús insistió a Helen y Bill durante el dictado que "estudien las notas". Él quería que tanto ellos como nosotros entendamos la dinámica loca y asesina del ego. Si no detectamos esta dinámica en su funcionamiento en nuestra vida personal (ejemplificando el principio de "o uno o el otro"), no seremos capaces de cambiar nuestra mente. 

En la sección "Expiación sin sacrificio", Jesús habla del tradicional error cristiano de creer que Dios envió a Jesús al mundo a sufrir y morir en la cruz para que nosotros, miserables pecadores, fuéramos salvados. Él explica que esta creencia es una locura, y a continuación dice: 

Es tan esencial eliminar cualquier pensamiento de este tipo que debemos asegurarnos de que nada semejante permanezca en tu mente. (T.3.I.2.9) (Pág. 39)

Jesús habla específicamente de la idea de que Dios debe ser temido porque Él es un perseguidor. Esta rotunda declaración del Texto va directamente al corazón de la lección. Jesús nos dice a todos que tenemos que entender el ego con el fin de dejarlo ir. "No tiene sentido", dice, "pedir mi ayuda para algo que no sabes que existe. No puedo tomar algo de ti si primero no me lo traes a mí para que podamos mirarlo juntos". Recuerda su afirmación crucial: 

Tal vez te preguntes por qué es tan crucial que observes tu odio y te des cuenta de su magnitud. Puede que también pienses que al Espíritu Santo le sería muy fácil mostrártelo y desvanecerlo sin que tú tuvieses necesidad de traerlo a la conciencia. (T.13.III.1.1-2) (Pág. 267)

Tenemos que hacer nuestra parte para que él pueda hacer la suya. 

Además, Jesús nos ruega que nos demos cuenta de cómo la mentalidad de "el uno o el otro" impregna todo en nuestras vidas —son oscuros fragmentos de la idea de que Dios es de temer porque nosotros le atacamos a Él primero. La locura de tal pensamiento debe ser percibida antes de que podamos cambiarlo, pues solo cuando nos fijamos en las implicaciones de esta creencia es cuando verdaderamente podemos cuestionar nuestro apego a la locura de que Dios es nuestro enemigo. Incluso el más leve juicio refleja este subyacente sistema de pensamiento de odio y miedo, y nos mantiene alejados de la cordura que descansa más allá de la locura del ego. 

(7.1) Pero incluso para cuestionarlo, su forma tiene primero que cambiar lo suficiente como para que el miedo a las represalias disminuya y la responsabilidad vuelva en cierta medida a recaer sobre ti.

En otras palabras, tengo que ver que el miedo a Dios no viene de Dios sino de mí: "Es unicamente a mí mismo a quien crucifico" —yo monté esto. Por lo tanto el énfasis es entender la estrategia del ego, que se proyecta en formas concretas. Jesús les dijo a Helen y Bill que la ventaja que tenían los psicólogos con los términos de Un Curso de Milagros era su comprensión de esta dinámica. No obstante, uno no necesita tener un doctorado en psicología para entender que lo que vemos en otros es una proyección de lo que hicimos real en nosotros mismos —la proyección da lugar a la percepción. Si creemos que Dios es de temer, el problema es que creemos que nosotros somos de temer —Dios no es el asesino; nosotros lo somos. 

(7.2-3) Desde ahí podrás cuando menos considerar si quieres o no seguir adelante por ese doloroso sendero. Mientras este cambio no tenga lugar, no podrás percibir que son únicamente tus pensamientos los que te hacen caer presa del miedo, y que tu liberación depende de ti. 

Una vez que entiendas la dinámica del ego, puedes preguntarte si esto es lo que realmente quieres. Sin embargo, tienes que ver la conexión entre lo que tú crees que son ataques justificados contra otros, y sus efectos sobre ti. No es otra persona la que te está hiriendo, sino tú mismo. Esto refleja el sistema de pensamiento que dice que se trataba de o Dios o yo, y vencí yo; pero ahora Dios va a llevar a cabo Su venganza. Necesitas comprender la estrategia del ego de negar el poder de la mente para elegir el sueño, y darte cuenta de que es este poder el que determina lo que percibes. Recuerda que la percepción es interpretación. Si sientes que la gente te está tratando de manera injusta, eso es porque quieres ser tratado de manera injusta, independientemente de lo que ellos digan o hagan. Si haces que tu reacción sea real, es porque quieres que sea real, con tus pecados colocados sobre algún otro. Así que esta lección te ayuda a darte cuenta de que al atacar a los demás lo que en realidad estás secretamente haciendo es atacarte y aprisionarte a ti mismo. No obstante, dado que eres tú el que eliges atacar, puedes igualmente elegir contra eso: 

Cada hermano con quien te encuentras se convierte en un testigo de Cristo o del ego, dependiendo de lo que percibas en él. Todo el mundo te convence de lo que quieres percibir y de la realidad del reino en favor del cual has decidido mantenerte alerta. Todo lo que percibes da testimonio del sistema de pensamiento que quieres que sea verdadero. Cada uno de tus hermanos tiene el poder de liberarte, si tú decides ser libre. No puedes aceptar falsos testimonios acerca de un hermano a menos que hayas convocado falsos testigos contra él. Si no te habla de Cristo, es que tú no le hablaste de Cristo a él. No oyes más que tu propia voz, y si Cristo habla a través de ti, Le oirás. (T.11.V.18) (Pág. 229)

Por lo tanto yo mismo soy mi propio carcelero, mi prisionero, y mi libertador. 

(8.1) Si das este paso hoy, los que siguen te resultarán más fáciles. 

Nuestra liberación depende de nosotros, al igual que nuestra experiencia de crucifixión. Este primer paso implica aceptar esto como un hecho. 

(8.2-4) A partir de aquí avanzaremos rápidamente, pues una vez que entiendas que nada, salvo tus propios pensamientos, te puede hacer daño, el temor a Dios no podrá sino desaparecer. No podrás seguir creyendo entonces que la causa del miedo se encuentra fuera de ti. 

Cuando entiendas la estrategia de doble escudo del ego, te darás cuenta de que lo que percibes fuera —ser herido por otros (el primer escudo)— viene de la creencia en el pecado (el segundo escudo), que es también algo inventado. De hecho puedo ser herido, pero únicamente por mis pensamientos. Dentro del sueño ellos [estos pensamientos] tienen un tremendo poder —sobre mí y sobre todos los demás— pero cuando me encuentro con Jesús fuera del sueño me doy cuenta de la falta de poder de estos pensamientos, los cuales verdaderamente no son nada. Si es así, yo tampoco soy nada como una entidad separada. Por lo tanto no pequé contra Dios ni tengo una culpa que me haga temer Su castigo. Ten en cuenta estos comentarios sobre el uso que hace el ego del miedo para atraparnos en su sistema de pensamiento de separación, impidiéndonos además percibir su tortuosidad: 

Minimizar el miedo, pero no deshacerlo, es el empeño constante del ego, y es una capacidad para la cual demuestra ciertamente gran ingenio. ¿Cómo iba a poder predicar separación a menos que la reforzase con miedo?, y, ¿seguirías escuchándole si reconocieses que eso es lo que está haciendo? (T.11.V.9.2-3) (Págs. 226-227)

Y finalmente: 

(8.5) Y a Dios, a Quien habías pensado desterrar, se le podrá acoger de nuevo en la santa mente que Él nunca abandonó. 

Nosotros desterramos a Dios, y por lo tanto ahora elegimos darle la bienvenida de nuevo. En la lección 194 vimos cómo el ego trata de convencernos de que no podemos confiar en Dios. Jesús nos dice que sí podemos, pues Su Amor no nos hará daño ni nos pide sacrificios. Pensar eso sería una auténtica locura, nacida del deseo de probar que Jesús está equivocado y nosotros tenemos razón. ¡Cuán felices somos al aprender que Dios no ha cambiado y que Su Amor nos llama dulcemente a que volvamos a Él y a nuestro Ser! 

Venid de nuevo a Mí, criaturas Mías, sin ninguno de esos tergiversados pensamientos en vuestros corazones. Seguís siendo santos junto con la Santidad que os creó en perfecta impecabilidad, y aún os rodea con los Brazos de la paz. (...) Sois Aquel a Quien vuestro Padre ama, Aquel que nunca abandonó Su hogar ni vagó por un mundo salvaje con los pies ensangrentados y el corazón endurecido contra el amor que es la verdad en vosotros. (O.3.IV.6.1-2, 5) (Pág. 42) 

(9.1-2) El himno de la salvación puede ciertamente oírse en la idea que hoy practicamos. Si es únicamente a ti mismo a quien crucificas, no le has hecho nada al mundo y no tienes que temer su venganza ni su persecución. 

Esto solo tiene sentido cuando dejas a un lado la interpretación del ego y caminas con Jesús fuera del sueño. En el sueño, crucificarse a uno mismo lo es todo, pero fuera de él no puedes sino oír el himno de la salvación en el instante santo, cuando te das cuenta de que nada ha sucedido ni dentro de ti ni de Dios, y por lo tanto no le hiciste nada al mundo. En otras palabras: tu pecado no tuvo efecto. "El cantar" de Helen dulcemente canta esta canción de paz para nosotros: 

Hay un cantar subyaciendo en el mundo,
que lo sustenta y entra por detrás
de todos los pensamientos distorsionados, y viene a enderezarlos. 
Existe una melodía ancestral que todavía
permanece en cada mente y desde ahí le canta a la paz, 
a la Eternidad, y a todas las cosas tranquilas
que Dios creó. Los ángeles cantan con alegría, 
y te ofrecen su canción, pues es tuya.
Tú cantas igual de incesantemente. El Hijo de Dios
nunca está cantando solo. Su voz es compartida 
por todo el universo. Es la llamada 
a Dios, que es contestada por Su Propia Voz. 
(The Gifts of God, p. 25)

(9.3-4) Tampoco es necesario que te escondas lleno de terror del miedo mortal a Dios que la proyección oculta tras de sí. Lo que más pavor te da es la salvación. 

Ya hemos citado algo de la sección "El miedo a la redención", la cual explica que de lo que verdaderamente tenemos miedo es del amor. Mientras sigamos identificándonos con la individualidad del ego, temeremos ser salvados de la culpa porque esto significa darnos cuenta de que estábamos equivocados, y de que el Espíritu Santo tenía razón, y de que el sistema de pensamiento de separación del ego se basa en la mentira. Aquí tenemos de nuevo el pasaje: 

No es de la crucifixión de lo que realmente tienes miedo. Lo que verdaderamente te aterra es la redención.

Bajo los tenebrosos cimientos del ego yace el recuerdo de Dios, y de eso es de lo que realmente tienes miedo. Pues este recuerdo te restituiría instantáneamente al lugar donde te corresponde estar, del cual te has querido marchar. El miedo al ataque no es nada en comparación con el miedo que le tienes al amor. Estarías dispuesto incluso a examinar tu salvaje deseo de dar muerte al Hijo de Dios, si pensases que eso te podría salvar del amor. Pues este deseo causó la separación, y lo has protegido porque no quieres que ésta cese. Te das cuenta de que, al despejar la tenebrosa nube que lo oculta, el amor por tu Padre te impulsaría a contestar Su llamada y a llegar al Cielo de un salto. Crees que el ataque es la salvación porque el ataque impide que eso ocurra. Pues subyacente a los cimientos del ego, y mucho más fuerte de lo que éste jamás pueda ser, se encuentra tu intenso y ardiente amor por Dios, y el Suyo por ti. Esto es lo que realmente quieres ocultar. (T.13.III.1.10-11; 2) (Pág. 268)

(9.5-8) Eres fuerte, y es fortaleza lo que deseas. Eres libre, y te regocijas de ello. Has procurado ser débil y estar cautivo porque tenías miedo de tu fortaleza y de tu libertad. Sin embargo, tu salvación radica en ellas. 

Para el enajenado ego nosotros únicamente somos libres cuando vamos por nuestra cuenta, tras haber escapado de la tiranía de Dios. Sin embargo la verdadera libertad viene al reconocer que somos una parte indivisible de la Unicidad de Dios. Nuestra fuerza y libertad descansan en el tomador de decisiones, la parte de nuestra mente que elige el amor por encima del miedo, corrigiendo nuestra errónea elección que nos hizo débiles y limitados. Esta es nuestra voluntad, elegida por la mente, que refleja el poder de Dios. Para ayudarnos a recordar este poder Jesús nos dio su Curso, y su presencia amorosa como maestro y guía:

Nada que Dios creó puede oponerse a tu decisión, de la misma manera en que nada que Dios creó puede oponerse a Su Voluntad. Dios le dio a tu voluntad el poder que ella posee, y yo [Jesús] no puedo sino respetarlo en honor de Su poder. (...) Yo puedo enseñarte, pero tú tienes que elegir seguir mis enseñanzas. ¿Cómo podría ser de otra manera, si el Reino de Dios es libertad? (...) Siempre me acordaré de ti, y en el hecho de que me acuerde de ti radica el que tú te acuerdes de ti mismo. En nuestro mutuo recuerdo radica nuestro recuerdo de Dios. Y en ese recuerdo radica tu libertad porque tu libertad está en Él. (T.8.IV.6.1-2, 5-6; 7.5-7) (Pág. 161)

(10.1) Hay un instante en que el terror parece apoderarse de tu mente de tal manera que no parece haber la más mínima esperanza de escape. 

Esta es la dinámica que Jesús mencionó en la lección 170, al decir: "Este momento puede ser terrible" (L.170.8.1). El segundo escudo —el mundo y el cuerpo— lo fabricamos concretamente para que no tuviéramos que tratar con el horror de creer que somos pecadores culpables mereciendo ser castigados —el primer escudo. El ego nos indujo a proyectar nuestra culpa y nuestro pecado, con el fin de verlos en otros, motivo por el cual nos sentimos más cómodos creyendo que Dios es el asesino que aceptando que lo somos nosotros. Hemos visto que el propósito del ego es mantener la separación que le robamos a Dios, pero sin sentirnos responsables por ello. Así que temblamos de buen grado ante el mal del mundo, pues es la prueba de nuestra inocencia. Cuanto más injustamente tratados nos sentimos, mejor nos parece, porque así nuestro propio pecado nos pasa desapercibido. De modo que Dios castigará a algún otro en mi lugar. Sin embargo, cuando traemos de vuelta el pensamiento a nuestra mente y dejamos atrás el segundo escudo del ego para centrarnos en el primero, nos sentimos atenazados por el terror que nos había hecho huir de nuestra mente anteriormente: "soy yo el pecador, y Dios me va a destruir".

(10.2) Cuando te das cuenta, de una vez por todas, de que es a ti mismo a quien temes, la mente se percibe a sí misma dividida. 

Cuando retorno a mi mente, hay un instante en el que me doy cuenta de que el pecador soy yo y de que es mi mente la que está dividida —no una división entre mi cuerpo y el de otra persona, la cual sería percibida como el origen de mi victimización, sino la división entre mi "yo" como verdugo pecador [=culpable] y el Dios que me destruirá, a Quien percibo como la causa u origen de mi terror. En el siguiente pasaje Jesús describe dos tipos de sueño: el del cuerpo, en el cual todo el mundo conspira contra mí, y el de la mente, en el cual yo soy el asesino: 

Sueñas que tu hermano está separado de ti, que es un viejo enemigo, un asesino que te acecha en la noche y planea tu muerte, deseando además que sea lenta y atroz. Mas bajo este sueño yace otro, en el que tú te vuelves el asesino, el enemigo secreto, el sepultador y destructor de tu hermano así como del mundo. (T.27.VII.12.1-2) (Pág. 657)

El sentimiento de terror en nuestra mente fue la primera parte de la estrategia del ego, y este terror nos condujo a recurrir al ego para pedirle ayuda: "Si me quedo en mi mente no hay duda de que seré destruido; sácame de aquí". Esto condujo directamente a la fabricación del mundo. 

(10.3-5) Esto se había mantenido oculto mientras creías que el ataque podía lanzarse fuera de ti y que éste podía devolvérsete desde afuera. Parecía ser un enemigo externo al que tenías que temer. Y de esta manera, un dios externo a ti se convirtió en tu enemigo mortal y en la fuente del miedo. 

El mundo oculta tanto el pensamiento de que el pecador soy yo, como el espeluznante terror a la aniquilación conectado con ese pensamiento. El mundo de las cosas concretas fue fabricado precisamente para que pudiéramos percibir al asesino fuera, en lugar de dentro, como vimos en la lección 161. 

(11.1) Y ahora, por un instante, percibes dentro de ti a un asesino que ansía tu muerte y que está comprometido a maquinar castigos contra ti hasta el momento en que por fin pueda acabar contigo. 

Esto es el instante no-santo del ego, y el asesino está en nosotros mismos; es la parte escindida que no queremos ver. En otras palabras, no es otro quien está sosteniendo un revólver contra mi cabeza; soy yo. Y si me quedo en mi mente, me dice el ego, seré destruido con toda seguridad. Recuerda que el pecado, la culpa y el miedo —la trinidad no-santa— son inventados, a pesar de que parecen tan reales. Si pudiéramos estar con ellos aunque solo fuese un instante más, entenderíamos el entonces familiar secreto de la salvación: 

El secreto de la salvación no es sino éste: que eres tú el que se está haciendo todo esto a sí mismo. No importa cuál sea la forma del ataque, eso sigue siendo verdad. 

(...) El Espíritu Santo repetirá esta lección inclusiva de liberación hasta que la aprendas, independientemente de la forma de sufrimiento que te esté ocasionando dolor. Esta simple verdad será Su respuesta, sea cual sea el dolor que lleves ante Él. Pues esta respuesta elimina la causa de cualquier forma de pesar o dolor. (...) Y comprenderás que los milagros reflejan esta simple afirmación: "Yo mismo fabriqué esto, y es esto lo que quiero deshacer". (T.27.VIII.10.1-2; 11.2-4, 6) (Págs. 661 y 662)

(11.2) No obstante, en ese mismo instante es el momento en que llega la salvación. 

En el instante santo miramos con Jesús el instante no-santo del pecado, la culpa y el miedo, que son la fuente del tiempo lineal. En su dulce perdón nos damos cuenta de que fuimos nosotros mismos quienes inventamos todo eso; no solo el universo material y nuestros cuerpos, sino el sistema de pensamiento que los originó. El odio del mundo es ilusorio, como también lo es el odio a nosotros mismos —fabricado con el propósito específico de impedirnos cambiar nuestra mente y elegir la Expiación. Por eso es por lo que es imprescindible entender la estrategia del ego y sus principios, y ver su aplicación en nuestra vida. Cuando nos unimos a Jesús y salimos del sueño del ego, Jesús nos explica la dinámica del ego para que entendamos que lo que vemos fuera es un reflejo de lo que previamente hicimos real dentro; es una ilusión [interior] reflejándose a sí misma en la ilusión [exterior]. En el instante santo reconocemos la naturaleza ilusoria del sistema defensivo del ego (el cual lucha contra la elección del amor) y nuestro simple error de haber elegido contra el amor en primer lugar. Ante este reconocimiento el ego desaparece de vuelta "en la nada de donde provino" (M.13.1.2), como leemos a continuación: 

(11.3-4) Pues el temor a Dios ha desaparecido. Y puedes apelar a Él para que te salve de las ilusiones por medio de Su Amor, llamándolo Padre y, a ti mismo, Su Hijo. 

Así desaparecen las imágenes de mi separado ser y de un Dios colérico. Este deshacimiento se lleva a cabo al pedirle ayuda a Jesús para que yo pueda cambiar mi percepción de mi relación especial. Comienzo donde estoy, inmerso en mi deseo de ser especial, y miro al mundo de manera diferente. Al hacer esto, empiezo a entender cómo todas y cada una de las relaciones son un aspecto del ingenioso complot del ego para impedirme despertar a Dios y reconocerme como Su amado Hijo. Además no puedo llamarme a mí mismo Su Hijo si no incluyo a todos mis hermanos. Esta necesidad de excluir partes de la Filiación refuerza el temor a las represalias; el oscuro fragmento del miedo al castigo de Dios, que es la defensa principal del ego para impedir nuestra reunificación con Su Amor. El siguiente pasaje de "La clausura de la brecha" expresa la plenitud de la Filiación y su unidad con Dios, y la necesidad del ego de establecer una brecha de odio para su protección: 

No hay tiempo, lugar ni estado del que Dios esté ausente. No hay nada que temer. Es imposible que se pudiese concebir una brecha en la Plenitud de Dios. La transigencia que la más insignificante y diminuta de las brechas representaría en Su Amor eterno es completamente imposible. Pues ello querría decir que Su Amor puede albergar una sombra de odio, que Su bondad puede a veces trocarse en ataque y que en ocasiones Él podría perder Su infinita paciencia. Esto es lo que crees cuando percibes una brecha entre tu hermano y tú. ¿Cómo ibas a poder, entonces, confiar en Dios? Pues Su Amor debe ser un engaño. Sé precavido entonces: no dejes que se te acerque demasiado y mantén una brecha entre Su Amor y tú a través de la cual te puedas escapar en caso de que tengas necesidad de huir. 

Aquí es donde más claramente se puede ver el temor a Dios. Pues el amor es traicionero para aquellos que tienen miedo, ya que el miedo y el odio siempre van de la mano. Todo aquel que odia tiene miedo del amor y, por lo tanto, no puede sino tener miedo de Dios. (T.29.I.1.1; 2.1-3) (Pág. 683)

Por lo tanto el miedo a Dios es deshecho al eliminar las brechas que interpusimos entre nosotros mismos y otros. El perdón es el medio que nos proporciona Jesús para levantar el velo final y llevarnos a casa, junto a todos nuestros hermanos. Recuerda este hermoso pasaje de la sección del último obstáculo para la paz: 

Libera a tu hermano aquí, tal como yo te liberé a ti. Hazle el mismo regalo, y contémplalo sin ninguna clase de condena. Considéralo tan inocente como yo te considero a ti, y pasa por alto los pecados que él cree ver en sí mismo. (...) De esta manera, allanaremos juntos el camino que conduce a la resurrección del Hijo de Dios y le permitiremos elevarse de nuevo al feliz recuerdo de su Padre, Quien no conoce el pecado ni la muerte, sino sólo la vida eterna. 

Juntos desapareceremos en la Presencia que se encuentra detrás del velo, no para perdernos sino para encontrarnos a nosotros mismos; no para que se nos vea, sino para que se nos conozca. (...) He aquí la paz de Dios, que Él te dio para siempre. (...) El Cielo es el regalo que le debes a tu hermano, la deuda de gratitud que le ofreces al Hijo de Dios como muestra de agradecimiento por lo que él es y por aquello para lo que su Padre lo creó. (T.19.IV.D.i.18.1-3, 5; 19.1,4,6) (Págs. 472 y 473)

(11.5-6) Reza para que este instante llegue pronto, hoy mismo. Aléjate del miedo y dirígete al amor. 

Esta es la decisión de darnos cuenta de que estábamos equivocados sobre el miedo, y el amor estaba en lo cierto. 

(12.1) No hay un solo Pensamiento de Dios que no vaya contigo para ayudarte a alcanzar ese instante e ir más allá de él prontamente, con certeza y para siempre. 

La ayuda está dentro de nosotros. Solo necesitamos pedirla, y los Pensamientos de Dios —incambiados [intactos] e incambiables [inmutables]— brotarán repentinamente a nuestra conciencia, sintiéndonos seguros, sabiendo que somos amados: 

El Pensamiento que Dios abriga de ti no se ha visto afectado en modo alguno por tu olvido. Siempre será exactamente como era antes de que te olvidaras de él, como seguirá siendo cuando lo recuerdes y como fue durante el lapso en que lo habías olvidado. 

Los Pensamientos de Dios están mucho más allá de cualquier posibilidad de cambio y su resplandor es eterno. No están esperando a nacer, sino a que se les dé la bienvenida y se les recuerde. (T.30.III.7.6-8; 8.1-3) (Pág. 712)

(12.2) Cuando el temor a Dios desaparece, no queda obstáculo alguno entre la santa paz de Dios y tú. 

Cuando nuestro temor a Dios desaparece, la culpa y el pecado desaparecen también, quedando solo la paz y el amor del Cielo, como vemos en el siguiente pasaje felizmente familiar e inspirador: 

El santo lugar en el que te encuentras no es más que el espacio que el pecado dejó vacante. En su lugar ves alzarse ahora la faz de Cristo. ¿Quién podría contemplar la faz de Cristo y no recordar a Su Padre tal como Éste realmente es? ¿Y quién que temiese al amor, podría pisar la tierra en la que el pecado ha dejado un sitio para que se erija un altar al Cielo que se eleve muy por encima del mundo hasta llegar más allá del universo y tocar el Corazón de toda la creación? ¿Qué es el Cielo, sino un himno de gratitud, de amor y de alabanza que todo lo creado le canta a la Fuente de su creación? El más santo de los altares se erige donde una vez se creyó reinaba el pecado. Y a él vienen todas las luces del Cielo, para ser reavivadas y para incrementar su gozo. Pues en este altar se les restituye lo que habían perdido y recobran todo su fulgor. (T.26.IV.3) (Pág. 616)

(12.3-6) ¡Cuán benévola y misericordiosa es la idea que hoy practicamos! Acógela gustosamente, como debieras, pues es tu liberación. Es a ti a quien tu mente trata de crucificar. Mas tu redención también procederá de ti. 

Una vez más, el "tú" o "ti" es la parte de la mente que toma decisiones. Para el ego, una lección como esta añade aún más gasolina a sus fuegos de culpa y miedo. Sin embargo para nuestra mente correcta es nuestra liberación y redención. De hecho, somos responsables de todo, pero este todo en realidad no es nada; solo es una ingeniosa estratagema para ocultar el Amor de Dios. A este feliz pensamiento le decimos agradecidamente "Amén", por medio del poema de Helen del mismo nombre: 

El Amor no cruficica. Solo salva. 
El Hijo de Dios no puede ser herido. No dejes que piense
que es un esclavo del tiempo o del castigo. 
Al haber sido creado con Amor, su resplandeciente cabeza
y amoroso corazón solo pueden salvar al mundo.
¿Quién sino su hacedor puede redimirlo? ¿Qué, 
aparte de la Palabra de la verdad, puede liberar 
a Quien él aprisiona? Dejemos que sea Él Mismo, 
y ni una estrella ha de perder ni un solo destello,
ni un titileo en una galaxia insegura, 
sin propósito y sin causa. 
Ni una sola brizna de hierba puede sino elevarse perfectamente
desde la tierra hacia el Cielo. Y ni un solo pecado parece 
mantener entre sombras a aquel que es amado por todo el Cielo. 
Dios no crucifica. Él simplemente es. 
(The Gifts of God, p. 91) 

Ahora estamos listos para dar el segundo paso, lección 197.

☼☼☼

Fuente: Journey Through the Workbook of a Course in Miracles, de Ken Wapnick.

Índice de capítulos traducidos en este blog, aquí: link-indice.

4 comentarios:

  1. Que hermoso trabajo que haces Toni en todo el blog en general, me encanta la claridad que trasmites. Saludos desde Córdoba Argentina.

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  2. Hola !
    Sabes donde podría comprar los siete volúmenes de -Viaje a través del Libro de ejercicios de Un Curso de Milagros-. Hasta ahora solo he podido encontrar dos de ellos.
    Muchas gracias por tus explicaciones y ayuda.
    Saludos desde Viña de Mar, Chile
    Juan

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    Respuestas
    1. Hola, Juan. Esta obra consta de 8 volúmenes en inglés. En español parece que la van a comprimir en 7 volúmenes. Hasta el momento se han traducido a nuestro idioma los dos primeros volúmenes. El resto aún no han sido publicados. En España los está publicando la editorial Grano de Mostaza:

      https://elgranodemostaza.com/

      Tal vez estos ejemplares llegan hasta Chile. Pero repito que a día de hoy sólo han publicados el 1 y el 2. Me parece recordar que la editorial comentó que planeaban ir publicando el resto a un ritmo de uno cada varios meses, así que si se cumpliese esto podría estar la obra completa en un par de años o incluso menos.

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  3. Muchas gracias Toni !
    Un abrazo fraterno desde Viña del Mar.
    Juan

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