sábado, 22 de noviembre de 2014

L-197 Journey ... de Ken Wapnick

Como ya indiqué en el post índice, los comentarios de Ken Wapnick son los que he puesto en color verde:

Lección 197 — No puede ser sino mi propia gratitud la que me gano

Además de continuar con el tema de la lección anterior, esta lección elabora algunas de las ideas que vimos en la lección 195, incluyendo la unidad de la gratitud y el amor, que es una unidad que refleja la Unidad de nuestra realidad en el Cielo. 

(1.1) He aquí el segundo paso que damos en el proceso de liberar a tu mente de la creencia en una fuerza externa enfrentada a la tuya. 

El quid de la estrategia del ego es hacernos creer, más allá de cualquier duda, que hay fuerzas externas enfrentadas contra nosotros.

(1.2-4) Tratas de ser amable y de perdonar. Pero si no recibes muestras de gratitud procedentes del exterior y las debidas gracias, tus intenciones se convierten de nuevo en ataques. Aquel que recibe tus regalos los tiene que recibir con honor, o de lo contrario, se los quitas. 

Esta es la versión del ego de dar, la esencia de la relación especial: dar para obtener algo a cambio. Con este fin, yo voy a comportarme amablemente contigo, perdonándote y cualquier otra cosa que quieras, pero a cambio te exijo tu gratitud, tu lealtad, tu amor y tu atención. Jesús expone la naturaleza de este dar: si echo en falta tu gratitud hacia mí, veamos qué rapidamente me vuelvo frío y resentido, lo cual quiere decir que había una ingeniosa trampa en mi dar. En otras palabras, si demuestras no ser digno de mi regalo, te lo quito y me lo quedo. A fin de cuentas yo hice mi parte —siendo amoroso, dadivoso, amable y generoso— pero tú no has sido suficientemente agradecido. Tomando prestada (del Canto de la Oración) la frase del "perdón-para-destruir", podemos decir que esto sería algo así como un "dar-para-destruir", y vamos a volver a este tema más adelante. Por ahora releamos la siguiente descripción del Texto sobre la versión del ego de dar —es decir, regatear, negociar—, en contraste con el dar ilimitado del Cielo, que refleja su Unicidad: 

El ego (...) siempre exige derechos recíprocos, ya que es competitivo en vez de amoroso. Está siempre dispuesto a hacer tratos, pero no puede comprender que ser igual a otro significa que no es posible hacer ningún trato al respecto. Para ganar tienes que dar, no regatear. Regatear es imponer límites en lo que se da, y eso no es la Voluntad de Dios. (...) Dios no limita en modo alguno Sus regalos. (T.7.I.4.1-4, 6) (Pág. 125)

Esto no significa que las personas no deberían ser agradecidas hacia nosotros apreciando nuestros gestos, pero deberían serlo para su propio beneficio, no el nuestro. Simplemente hemos de dejar que el amor de Jesús se extienda a través de nosotros, y permitir que eso suceda es nuestro único interés. No nos preocupamos por las reacciones de los demás a este regalo. 

(1.5) Y así, consideras que los dones de Dios son, en el mejor de los casos, préstamos; y en el peor, engaños que te roban tus defensas para garantizar que cuando Él dé Su golpe de gracia, éste sea mortal. 

Pienso en secreto que los regalos de Dios no son eternos ni totalmente amorosos. Que con estos regalos me exige algo, y si no le doy a Él lo que quiere, sin duda Él me matará. Por lo tanto debo mantener mis defensas, pues si admito a Dios en mi vida tendré que darLe mi ego, y eso me dejaría totalmente vulnerable e indefenso ante Su ataque para destruir mi pecaminoso ser, como leemos a continuación: 

El pecado no es ni siquiera un error, pues va más allá de lo que se puede corregir al ámbito de lo imposible. Pero la creencia de que es real ha hecho que algunos errores parezcan estar por siempre más allá de toda esperanza de curación y ser la eterna justificación del infierno. Si esto fuese cierto, lo opuesto al Cielo se opondría a él y sería tan real como él. Y así, la Voluntad de Dios estaría dividida en dos, y toda la creación sujeta a las leyes de dos poderes contrarios, hasta que Dios llegase al límite de Su paciencia, dividiese el mundo en dos y se pusiese a Sí Mismo a cargo del ataque. De este modo Él habría perdido el juicio, al proclamar que el pecado ha usurpado Su realidad y ha hecho que Su Amor se rinda finalmente a los pies de la venganza. (T.26.VII.7.1-5) (Pág. 624)

Lo que pienso acerca de Dios se manifiesta tanto en mis relaciones santas como en mis relaciones especiales, pues lo que creo que es cierto de Él, igualmente creo que es cierto de todos a quienes encuentro en mi vida: 

Él [tu hermano] representa a su Padre, a Quien ves ofreciéndote tanto vida como muerte. 

(...) los regalos que crees que tu hermano te ofrece representan los regalos que sueñas que tu Padre te hace a ti. (T.27.VII.15.7; 16.2) (Pág. 658)

(2.1) ¡Cuán fácilmente confunden a Dios con la culpabilidad los que no saben lo que sus pensamientos pueden hacer! 

En la sección "La ilusión del ego-cuerpo", Jesús habla de la locura de un sistema de pensamiento que no puede distinguir entre los Pensamientos de Dios y los pensamientos del cuerpo. El ego nos dice que debemos tener miedo de Dios y del cuerpo. ¡Cuán loco hay que estar para tener miedo de dos cosas que son mutuamente excluyentes, dice Jesús, pues acabamos teniendo miedo del amor y de la culpa! Así que confundimos a Dios y el cuerpo, creyendo que ambos nos harán daño. Aquí tenemos el pasaje pertinente: 

Una de las causas principales del estado de desequilibrio del ego es su falta de discernimiento entre lo que es el cuerpo y lo que son los Pensamientos de Dios. Los Pensamientos de Dios son inaceptables para el ego porque apuntan claramente al hecho de que él no existe. El ego, por lo tanto, los distorsiona o se niega a aceptarlos. Pero no puede hacer que dejen de existir. El ego, por consiguiente, trata de ocultar no sólo los impulsos "inaceptables" del cuerpo, sino también los Pensamientos de Dios, ya que ambos suponen una amenaza para él. Dado que lo que básicamente le preocupa es su propia supervivencia ante cualquier amenaza, el ego los percibe a ambos como si fueran lo mismo. Y al percibirlos así, evita ser aniquilado, como de seguro lo sería en presencia del conocimiento. 

Cualquier sistema de pensamiento que confunda a Dios con el cuerpo no puede por menos que ser demente. Sin embargo, esa confusión es esencial para el ego, que juzga únicamente en función de lo que supone o no una amenaza para él. En cierto sentido su temor a Dios es cuando menos lógico, puesto que la idea de Dios hace que el ego se desvanezca. Pero que le tenga miedo al cuerpo, con el que se identifica tan íntimamente, no tiene ningún sentido. (T.4.V.2-3) (Pág. 72)

(2.2) Niega tu fortaleza, y la debilidad se vuelve la salvación para ti. 

Cuando niego la fortaleza de Cristo, me vuelvo dependiente únicamente de la debilidad del ego, la cual por un lado se me ha dicho que es fortaleza. Por otro lado, sin embargo, el ego me lleva a reforzar mi debilidad mediante el robo de lo que percibo como fortaleza en otras personas. Ese es el aspecto caníbal del especialismo, vívidamente descrito en el siguiente pasaje del Texto

Piensas que estás más a salvo dotando al pequeño yo que inventaste con el poder que le arrebataste a la verdad al vencerla y dejarla indefensa. Observa la precisión con que se ejecuta este rito en la relación especial. Se erige un altar entre dos personas separadas, en el que cada una intenta matar a su yo e instaurar en su cuerpo otro yo que deriva su poder de la muerte del otro. Este rito se repite una y otra vez. (...)

(...) La relación especial debe reconocerse como lo que es: un rito absurdo en el que se extrae fuerza de la muerte de Dios y se transfiere a Su asesino como prueba de que la forma ha triunfado sobre el contenido y de que el amor ha perdido su significado. (T.16.V.11.3-6; 12.4) (Pág. 381)

Este sistema de pensamiento demente nunca ha abandonado su fuente en la mente que cree que realmente ha matado a Dios y vive de Su fortaleza. Sin embargo, su subyacente debilidad es reforzada por la culpa, la cual para el ego es su única fuerza real. 

(2.3-4) Considérate cautivo, y los barrotes se vuelven tu hogar. Y no abandonarás la prisión, ni reivindicarás tu fortaleza mientras creas que la culpabilidad y la salvación son la misma cosa, y no percibas que la libertad y la salvación son una, con la fortaleza a su lado, para que las busques y las reivindiques, y para que sean halladas y reconocidas plenamente. 

Recuerda la lección 39, "Mi santidad es mi salvación", en la que Jesús habló de nuestra confusión acerca de la culpa y de la santidad, equiparamos así la culpa con la salvación. Él señala lo mismo aquí, y eso explica lo atractiva que resulta la culpa para el ego. El primer nivel defensivo del ego consiste en hacer la culpa real, porque esto confirma la realidad de la separación. A continuación proyecto la culpa y la veo en ti, lo cual es el segundo nivel defensivo. Por lo tanto me siento tentado a encontrar la culpa en los demás porque eso me deja libre de culpa —el primer obstáculo para la paz. Esta dinámica se convierte en la fuente de mi "fortaleza", la cual no alcanzo a reconocer como aprisionamiento —cuando te ataco y te aprisiono, estoy siendo aprisionado yo también. Parecemos estar situados uno a cada lado de los barrotes, pero en realidad estamos ambos aprisionados por el sistema de pensamiento de la culpa y el castigo. 

(3.1-2) El mundo no puede sino darte las gracias cuando lo liberas de tus ilusiones. Mas tú debes darte las gracias a ti mismo también, pues la liberación del mundo es sólo el reflejo de la tuya propia. 

Esto es así debido a que la mente y el mundo son uno. Cuando sano mi mente al pedirle ayuda a Jesús, el mundo queda también sanado en consecuencia, ya que no hay un mundo separado de mis pensamientos. Por lo tanto cuando cambio mi mente me siento agradecido al "tomador-de-decisiones" que se dio cuenta de su error. Mi gratitud hacia Jesús o hacia el Espíritu Santo —importante de sentir para mí— es un reflejo de la gratitud hacia mí mismo por haber tomado la decisión correcta. Elegí contra Ellos; puedo cambiar mi mente y elegir a favor de Ellos. 

(3.3-5) Tu gratitud es todo lo que requieren tus regalos para que se conviertan en la ofrenda duradera de un corazón agradecido, liberado del infierno para siempre. ¿Es esto lo que quieres impedir cuando decides reclamar los regalos que diste porque no fueron honrados? Eres tú quien debe honrarlos y dar las debidas gracias, pues eres tú quien ha recibido los regalos. 

Me siento agradecido porque decidí darme cuenta de la locura del sistema de pensamiento del ego, liberándome así del infierno. Los regalos que te ofrezco, por lo tanto, no son realmente para ti, sino que son regalos que me hago a mí mismo —tú simplemente eres una parte separada de mí. No tiene importancia si la figura que en mi sueño llamo "tú" expresa agradecimiento o no. Lo que se requiere es mi gratitud por los regalos que doy, no la tuya. Puede ser importante que tú experimentes gratitud, pero eso no tiene nada que ver conmigo. Me doy cuenta de que si lo que doy es verdaderamente un regalo de amor, el regalo es el amor de Jesús que elegí en mi mente que se extendiera a través de mí. El resultado final de esa extensión no es asunto mío. Mi tarea es simplemente elegir el milagro. Lo que suceda tras mi decisión es irrelevante para mí. Recordemos: 

La extensión de la santidad no es algo que te deba preocupar, pues no comprendes la naturaleza de los milagros. Tampoco eres tú el que los obra. Esto lo demuestra el hecho de que los milagros se extienden más allá de los límites que tú percibes. ¿Por qué preocuparte por cómo se va a extender el milagro a toda la Filiación cuando no entiendes lo que es el milagro? (T.16.II.1.3-6) (Pág. 368)

(4) ¿Qué importa si otro piensa que tus regalos no tienen ningún valor? Hay una parte en su mente que se une a la tuya para darte las gracias. ¿Qué importa si tus regalos parecen haber sido un desperdicio y no haber servido de nada? Se reciben allí donde se dan. Mediante tu agradecimiento se aceptan universalmente, y el Propio Corazón de Dios los reconoce con gratitud. ¿Se los quitarías cuando Él los ha aceptado con tanto agradecimiento? 

No importa si los demás aprecian tus regalos —una parte de sus mentes sí lo hace. Es por esto por lo que en la lección 181 se nos pide que confiemos en nuestros hermanos, quienes son uno con nosotros. El ego de nuestro hermano no es uno con nosotros, al igual que nuestro ego no es uno con él [con nuestro hermano]. Más bien, lo que hacemos es confiar en que la luz de Cristo brille en nuestro hermano, a pesar de su ego, reforzando el hecho de que la misma luz brilla también en nosotros, a pesar de nuestro deseo de ser especial. De manera que nos sentimos agradecidos por la verdad de la Expiación, según la cual somos uno con nuestros hermanos, en una unión en la que recordamos nuestra unidad con Dios, reconociendo el Corazón de Dios Mismo. 

Nuestros regalos son recibidos en la mente del Hijo de Dios porque se dan en la mente del Hijo de Dios, que es una. Cuando estamos dando a través del instante santo que viene de haber elegido a Jesús como nuestro maestro, recordamos que somos este Hijo, y consecuentemente sabemos que somos únicamente nosotros mismos tanto quienes damos como quienes recibimos, de modo que nos damos a nosotros mismos, de nosotros mismos —dar y recibir son inseparables. Es por eso por lo que no es sino nuestra propia gratitud la que nos ganamos —la gratitud del Hijo de Dios. No es importante si reconocemos esto concretamente o no, hay una parte de nosotros que ya lo ha reconocido. 

Esta misma idea, por cierto, subyace en algunos pasajes del Manual que tratan sobre la sanación, concretamente en aquellos en los que Jesús comenta si la curación debería repetirse o no (M-7). Su respuesta es que "no", porque cuando ofrecemos una sanación esta es aceptada. En ese contexto, Jesús hace la aparentemente estrafalaria afirmación de que estar constantemente preocupados por alguien es en realidad un ataque, no una expresión de amor. Al estar preocupado ves a la otra persona como diferente de ti, parte del detestable sueño de separación del ego, que nace de la falta de confianza en la Expiación del Espíritu Santo: 

Una de las tentaciones más difíciles de reconocer es que dudar de la curación debido a que los síntomas siguen estando presentes es un error que se manifiesta en forma de falta de confianza. Como tal, es un ataque. Normalmente parece ser justamente lo contrario. No parece razonable, en un principio, que se nos diga que preocuparnos continuamente es un ataque. Tiene todas las apariencias de ser amor. Mas el amor sin confianza es imposible, ya que la duda y la confianza no pueden coexistir. Y el odio es lo opuesto al amor, sea cual sea la forma en que se manifieste. No dudes del regalo y te será imposible dudar de sus resultados. (M.7.4.1-8) (Págs. 25 y 26)

Cuando ofreces sanación esta es recibida; encontramos aquí el mismo principio del que estábamos hablando, que la mente del Hijo de Dios es una. Toda sanación y perdón es un ofrecimiento que te haces únicamente a ti mismo, porque no hay nadie más. Estar preocupado por las palabras o acciones de otros es parte del plan del ego para desviarnos de la Unidad del Cielo. No podrás entender esta enseñanza ni su aplicación personal si no entiendes la metafísica subyacente en esta enseñanza. Si no sabes que en el Cielo somos uno como Cristo, y que en este mundo somos uno como un solo ego, este tipo de declaraciones no tendrán sentido, pues pensarás que Jesús está diciendo alguna otra cosa en lugar de lo que realmente dice con sus palabras y su enseñanza. 

(5.1-2) Dios bendice cada regalo que le haces, y todo regalo se le hace a Él porque sólo te los puedes hacer a ti mismo. Y lo que le pertenece a Dios no puede sino ser Suyo. 

El razonamiento implícito en esta afirmación es que cuando doy es a mí mismo a quien le doy, porque yo soy la mente única del único Hijo de Dios, el cual es uno con su Fuente. Este tema de la unidad es crucial, pues deshace la creencia en la separación, en la que descansa el ego y su mundo. Deshacemos su sistema de pensamiento al reflejar aquí la unidad con el Cielo, aprendiendo que todos compartimos el objetivo de volver a nuestra inocencia como parte de la perfecta y brillante creación de Dios: 

El único regalo que el Padre te pide es que no veas en la creación más que la esplendorosa gloria del regalo que Él te hizo. Contempla a Su Hijo, Su regalo perfecto, en quien su Padre refulge eternamente, y a quien toda la creación le ha sido dada como propia. Y puesto que él dispone de ella se te da a ti. Por lo tanto, contempla tu paz allí donde la creación se encuentra en él. La calma que te rodea mora en él, y de esa quietud emanan los sueños felices en los que vuestras manos se unen candorosamente [candorosamente = "in innocence" = "en inocencia"]. (T.29.V.5.1-4) (Pág. 692)

(5.3) Pero mientras perdones sólo para volver a atacar, jamás te darás cuenta de que Sus regalos son seguros, eternos, inalterables e ilimitados; de que dan perpetuamente, de que extienden amor y de que incrementan tu interminable júbilo.

Jesús describe el "perdón-para-destruir" y el "dar-para-destruir" y nos pide que seamos conscientes del deseo de ser especial del ego; la señal que delata eso es la percepción de separación y diferencias que fomenta esta dinámica, como leemos ahora: 

El perdón-para-destruir adopta muchas formas, al ser un arma del mundo de las formas. No todas son obvias, y algunas se ocultan cuidadosamente bajo lo que aparenta ser caridad. Pero todas las formas que parece adoptar tienen una sola meta: separar y hacer que lo que Dios creó igual sea diferente. (O.2.II.1.1-3) (Pág. 25)

Por lo tanto, sé sagaz para detectar cualquier trampa sutil en tu trato amoroso y servicial hacia los demás. Y si descubres la trampa de la separación, no saltes a lo loco sobre ti mismo sintiéndote culpable, sino que debes decirle a Jesús: "Aquí estoy una vez más, tratando de sustituir tu amor para poner en su lugar el mío. Ahora me doy cuenta de que esto no me va a hacer feliz". ¿Pero cómo podrás decirle eso a él sin primero darte cuenta de lo que estás haciendo? Presta cuidadosa atención y sé consciente de lo que pierdes cuando das con el objetivo de sentirte especial: quiero gustarte y que me aprecies y me ames, y entonces yo seré amable y servicial. Sin embargo, si estás siendo verdaderamente amable y servicial es porque has permitido que el amor de Jesús fluya a través de ti. Con tal actitud no hay apego a la forma ni a los resultados, y ciertamente no hay apego a que se nos agradezca externamente. Lo que permanece es la gratitud a ti mismo por haber dado la bienvenida al amor y que retorne a tu vida. 

(6.1) Retira los regalos que has hecho y pensarás que lo que se te ha dado a ti se te ha quitado. 

Aunque no se ha usado la palabra "proyección", eso es lo que Jesús describe ahí. Si retiro los regalos que te he hecho, voy a sentirme culpable por mi ataque, rememorando de este modo el ataque original de cuando creí que me retiré de los regalos de amor de Dios. Proyecto mi culpa abrumadora, y por lo tanto inaceptable, creyendo de esta manera que Dios está retirando Sus regalos de mí. En mi vida personal manifiesto esta dinámica en la creencia de que la gente me va a hacer lo que secretamente me acuso a mí mismo de hacerles a ellos. Si yo retengo mi amor sin darlo a los demás, esperaré que ellos retengan su amor de mí, y descubriré fácilmente muchas situaciones —reales o de otro tipo— que demostrarán que tengo razón y que Jesús se equivoca. Es como si fuera corriendo hacia él y le dijera: "Para tu información, déjame mostrarte cómo es la gente de insensible; lo desagradables, fríos y desagradecidos que son". Este pasaje previamente citado resume sucintamente la dinámica básica del ego de pecado, culpa y proyección: 

El ataque nunca podría suscitar más ataques si no lo percibieses como un medio para privarte de algo que deseas. Sin embargo, no puedes perder algo a no ser que no lo valores, y que, por lo tanto, no lo desees. Esto hace que te sientas privado de ello, y, al proyectar tu propio rechazo, crees entonces que son otros los que te lo están quitando a ti. No podrás por menos que sentirte atemorizado si crees que tu hermano te está atacando para arrebatarte el Reino de los Cielos. Ésta es la base fundamental de todas las proyecciones del ego. 

(...) Al proyectar su creencia demente de que tú has traicionado a tu Creador, el ego cree que tus hermanos, que son tan incapaces de ello como tú, están intentando desposeerte de Dios. Siempre que un hermano ataca a otro, eso es lo que cree. La proyección siempre ve tus deseos en otros. Si eliges separarte de Dios, eso es lo que pensarás que otros están haciendo contigo. (T.7.VII.8; 9.2-5) (Págs. 142 y 143)

Sin embargo, la única respuesta de Jesús a mis acusaciones es una suave palmadita en el hombro, diciendo: "Hermano mío, mira a esto de nuevo. Crees que eres tú el que es insensible, desagradable, frío y desagradecido". Recordemos la correción que hace el Espíritu Santo de nuestra ira, del Manual para el maestro, una corrección que deshace suavemente la culpa que dio origen a nuestra ira proyectada: 

Confundes tus interpretaciones con la verdad, y te equivocas. Mas un error no es un pecado ni tus errores han derrocado a la realidad de su trono. Dios reina para siempre, y sólo Sus leyes imperan sobre ti y sobre el mundo. Su Amor sigue siendo lo único que existe. El miedo es una ilusión, pues tú eres como Dios. (M.18.3.7-12; cursivas omitidas) (Pág. 54)

(6.2-3) Mas si aprendes a dejar que el perdón desvanezca los pecados que crees ver fuera de ti, jamás podrás pensar que los regalos de Dios son sólo préstamos a corto plazo que Él te arrebatará de nuevo a la hora de tu muerte. Pues la muerte no tendrá entonces ningún significado para ti. 

Casi todo el mundo cree que Dios nos da la vida y cuando lo estima oportuno nos la quita. He aquí una descripción de la despiadada locura de Dios: 

Si el universo que percibimos fuese tal como Dios lo creó, sería imposible pensar que Dios es amoroso. Pues aquel que ha decretado que todas las cosas mueran y acaben en polvo, desilusión y desesperanza, no puede sino inspirar temor. Tu insignificante vida está en sus manos, suspendida de un hilo que él está listo para cortar sin ningún remordimiento y sin que le importe, tal vez hoy mismo. Y aun si esperase, el final es seguro de todas formas. (M.27.2.1-4) (Pág. 72)

En lo profundo de nuestras mentes, por tanto, el ego nos asegura que la inevitabilidad de la muerte es la prueba de que hemos pecado, y es por eso por lo que Dios nos trata tan severamente. Cuando nos damos cuenta de lo que estamos haciendo y lo infelices que eso nos hace, suplicamos: "Tiene que haber otra manera y otro maestro". Así que vamos hacia dentro y le pedimos ayuda a Jesús, mirándolo todo de manera diferente y sin preocuparnos por los resultados. ¿Cómo puede algo preocuparnos cuando sentimos el amor y la paz que vienen de fuera del mundo de la ilusión? Esa es la petición que Jesús nos hace aquí. 

(7.1-2) Y con el fin de esta creencia, el miedo se acaba también para siempre. Dale gracias a tu Ser por esto, pues Él sólo le está agradecido a Dios, y se da las gracias a Sí Mismo por ti. 

El "tú" al que Él le agradece es el tomador-de-decisiones que le elige a Él. Esto es similar a lo que vimos en la lección 182, en la que el pequeño Niño nos agradece que Le llevemos a casa. Obviamente no es a Cristo a Quien llevamos de vuelta a casa, sino a nosotros mismos.

(7.3) Cristo aún habrá de venir a todo aquel que vive, pues no hay nadie que no viva y que no se mueva en Él. 

La frase final está tomada de la afirmación de San Pablo en los Hechos de los Apóstoles (17:28). Es citada varias veces en Un Curso de Milagros, y la veremos de nuevo en la lección 222. El punto clave es la unidad de la creación, que se refleja en la mente-aparentemente-separada de todos. Así que Jesús dice: "a todo aquel que vive, Cristo aún habrá de venir" —¡Ya ha venido! 

(7.4-5) Su Ser descansa seguro en Su Padre porque la Voluntad de Ambos es una. La gratitud que Ambos sienten por todo lo que han creado es infinita, pues la gratitud sigue siendo parte del amor. 

No hay división en el Cielo, y por lo tanto toda la división de aquí es ilusoria. Leamos la gozosa aclamación que hace Jesús de esta feliz verdad: 

La Unicidad de Dios y la nuestra no están separadas porque Su Unicidad incluye la nuestra. Unirte a mí es restituir Su poder en ti toda vez que es algo que compartimos. Te ofrezco únicamente el reconocimiento de Su poder en ti, pero en eso radica toda la verdad. A medida que tú y yo nos unimos, nos unimos a Él. ¡Gloria a la unión de Dios con Sus santos Hijos! Toda gloria reside en Ellos porque están unidos. Los milagros que obramos dan testimonio de lo que la Voluntad del Padre dispone para Su Hijo, y de nuestro gozo al unirnos a lo que Su Voluntad dispone para nosotros. (T.8.V.3) (Pág. 163)

(8.1-2) Gracias te sean dadas a ti, el santo Hijo de Dios. Pues tal como fuiste creado, albergas dentro de tu Ser todas las cosas.

En la lección 195 vimos el significado de "cosas vivientes". Al decir "albergas dentro de tu Ser todas las cosas" Jesús enseña que los fragmentos separados de la Filiación están contenidos en cada uno de nosotros. Solo necesito elegir estar con él, y en ese instante santo yo me convierto en el recuerdo de Cristo, en el cual me doy cuenta de la unidad del Hijo de Dios. Recordemos esta oración que le hace Jesús a Dios en nuestro nombre: 

Te doy las gracias, Padre, sabiendo que Tú vendrás a salvar cada diminuta brecha que hay entre los fragmentos separados de Tu santo Hijo. Tu santidad, absoluta y perfecta, mora en cada uno de ellos. Y están unidos porque lo que mora en uno solo de ellos, mora en todos ellos. ¡Cuán sagrado es el más diminuto grano de arena, cuando se reconoce que forma parte de la imagen total del Hijo de Dios! Las formas que los diferentes fragmentos parecen adoptar no significan nada, pues el todo reside en cada uno de ellos. Y cada aspecto del Hijo de Dios es exactamente igual a todos los demás. (T.28.IV.9) (Pág. 676)

(8.3) Y aún eres tal como Dios te creó. 

Independientemente de las mentiras del ego, el hecho es que la unidad de mi Ser nunca ha cambiado. Sigo siendo el Hijo impecable [inocente; libre de pecado] que Dios creó, como nos lo recuerda serenamente "Nuestro pan de cada día" de Helen: 

Permítaseme que este día se presente sosegadamente
con solo pensamientos de impecabilidad, por medio de los cuales
contemplar el mundo. Permítaseme hoy
observar el mundo tal como a Ti te gustaría que sea, 
porque soy tal como Tú me creaste. 
Acepto esto hoy. Y a medida que el día
llega a su final, todos los pensamientos despiadados
han desaparecido, y la noche llega serenamente
para bendecir un día que comienza sosegadamente,
y que termina en el perdón del Hijo de Dios. 
(The Gifts of God, p.5) 

(8.4-5) No puedes atenuar la luz de tu perfección. En tu corazón se encuentra el Corazón de Dios Mismo. 

En mi mente recta, la cual es el significado que le da Jesús al término "corazón", se encuentra el recuerdo del Corazón de Dios. Yo me doy cuenta de que los dos son uno, y en esa experiencia el mundo desaparece junto con la mente separada, y me encuentro de vuelta en el Corazón del que nunca me fui. 

(8.6-7; 9.1-2) Él te aprecia porque tú eres Él. Eres digno de toda gratitud por razón de lo que eres. 

Da gracias según las recibes. No abrigues ningún sentimiento de ingratitud hacia nadie que complete tu Ser. 

Observa tu ingratitud, y date cuenta de que si te sientes tratado injustamente, estás afirmando que otros son diferentes y separados de ti. Y así estás crucificando una vez más a Cristo y Su perfecta Unidad. Por lo tanto, cuando te descubras a ti mismo tentado de excluir a alguien de Su Amor, date cuenta de que le estás haciendo eso a tu Ser, y te habrás ganado felizmente tu propia gratitud. 

(9.3-4) Y nadie está excluido de ese Ser. Da gracias por los incontables canales que extienden ese Ser. 

Estos "incontables canales" son todo lo que percibimos como estando fuera de nosotros, pues cada uno contiene el recuerdo del Amor de Dios que está dentro de nosotros, el cual recordamos gracias al perdón. Empezamos con nuestros hermanos y finalizamos con gratitud con nosotros mismos, el único regalo verdadero que podemos dar a nuestro Ser. Recordemos el final del poema de Helen, titulado "Él pide únicamente esto", que describe el regalo a Dios que es nuestro perdón: 

Pues dentro de mí queda todavía un regalo
que aún es digno de serle dado a Él.
Permítaseme perdonarme a mí mismo. Pues eso es todo
lo que Él pide y necesita. Y Él aceptará este regalo, 
y se lo llevará a Su Padre. 
(The Gifts of God, p. 37)

(9.5-6) Todo lo que haces se le da a Él. Lo único que piensas son Sus Pensamientos, ya que compartes con Él los santos Pensamientos de Dios. 

Una bonita manera de hablar de la perfecta Unidad.

(9.7) Gánate ahora la gratitud que te negaste al olvidar la función que Dios te dio. 

La función que Dios nos ha dado en el Cielo es crear, y en este mundo perdonar: 

El Espíritu Santo lo perdona todo porque Dios lo creó todo. No trates de asumir Su función, o te olvidarás de la tuya. Acepta únicamente la función de sanar mientras estés en el tiempo porque para eso es el tiempo. Dios te encomendó la función de crear en la eternidad. No necesitas aprender cómo crear, pero necesitas aprender a desearlo. Todo aprendizaje se estableció con ese propósito. Así es como el Espíritu Santo utiliza una capacidad que tú inventaste, pero que no necesitas. ¡Ponla a Su disposición! (T.9.III.8.1-8) (Pág. 186)

Y de este modo estaremos ganándonos nuestra propia gratitud mientras recibimos agradecidamente la del Cielo. 

(9.8) Pero nunca pienses que Él ha dejado de darte las gracias. 

Una vez más, no es que Dios nos dé literalmente las gracias. Esta declaración simplemente expresa la verdad de que siempre somos parte de Dios y Él parte de nosotros —la unidad de Su Amor es nuestra realidad como Cristo. Jesús habla de gratitud debido a la falta de gratitud que hay aquí, y él requiere que nos volvamos cada vez más conscientes de esta ingratitud hacia nuestros hermanos, así como de las aulas en las que aprendemos a recordar quiénes somos como el Hijo único de Dios. Por lo tanto a lo largo del día necesitamos darnos cuenta de lo mucho que deseamos alejarnos de esta verdad porque nos da miedo, y de la alegría de nuestra gratitud cuando la aceptamos. Concluimos con el siguiente pasaje del Texto, que resume muy bien nuestro último punto, así como la totalidad de la lección: 

¿Cómo no iba a complacer al Señor de los Cielos que aprecies Su obra maestra? ¿Qué otra cosa podría hacer sino darte las gracias a ti que amas a Su Hijo como Él lo ama? ¿No te daría a conocer Su Amor, sólo con que te unieses a Él para alabar lo que Él ama? Dios ama la creación como el perfecto Padre que es. Y de esta manera, Su alegría es total cuando cualquier parte de Él se une a Sus alabanzas y comparte Su alegría. Este hermano es el perfecto regalo que Él te hace. Y Dios se siente feliz y agradecido cuando le das las gracias a Su perfecto Hijo por razón de lo que es. Y todo Su agradecimiento y felicidad refulgen sobre ti que haces que Su alegría sea total, junto con Él. Y así, tu alegría se vuelve total. Aquellos cuya voluntad es que la felicidad del Padre sea total, y la suya junto con la de Él, no pueden ver ni un solo rayo de obscuridad. Dios Mismo ofrece Su gratitud libremente a todo aquel que comparte Su propósito. Su Voluntad no es estar solo. Ni la tuya tampoco. 

Tu hermano y tú sois lo mismo, tal como Dios Mismo es Uno, al no estar Su Voluntad dividida. Y no podéis sino tener un solo propósito, puesto que Él os dio el mismo propósito a ambos. Su Voluntad se unifica a medida que unes tu voluntad a la de tu hermano, a fin de que se restaure tu plenitud al ofrecerle a él la suya. No veas en él la pecaminosidad que él ve, antes bien, hónrale para que puedas apreciarte a ti mismo así como a él. Se os ha otorgado a cada uno de vosotros el poder de salvar, para que escapar de las tinieblas a la luz sea algo que podáis compartir, y para que podáis ver como uno solo lo que nunca ha estado separado ni excluido de todo el Amor de Dios, el cual Él da a todos por igual. (T.25.II.9, 11) (Págs. 587 y 588)

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Fuente: Journey Through the Workbook of a Course in Miracles, de Ken Wapnick.

Índice de capítulos traducidos en este blog, aquí: link-indice.

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