Lección 248 — Lo que sufre no forma parte de mí
Cuando te alteras debido al dolor de otra persona, es solo porque te has identificado psicológicamente con ella: "Lo que sufre es una parte de mí". Cuando te sientes afligido por la muerte de un ser querido, es porque crees que ha muerto algo en ti, como explicó Freud en su brillante ponencia "Duelo y melancolía". Por supuesto que el duelo es algo normal, pero cuando se convierte en depresión ("melancolía" es el término antiguo para "depresión") es porque los dolientes creen que la persona que ha muerto es una parte de ellos, tal como ellos son una parte de esa persona. Por lo tanto algo en ellos está sufriendo o ha muerto. No obstante, en nuestras mentes correctas sabemos que lo que sufre no forma parte de nosotros, porque el cuerpo está fuera de la mente y de nuestra identidad. Sabemos que esto es un sueño de enfermedad, dolor y muerte, ¿y qué tiene esto que ver con el Hijo de Dios, que es mi Ser?
(1.1-2) He abjurado de la verdad. Permítaseme ahora ser igualmente firme y abjurar de la falsedad.
Cuando nos dejamos enredar por la falsa empatía —identificándonos con el dolor de alguien— estamos renegando de la verdad, la cual es que el único Hijo de Dios sigue siendo tal como Él lo creó como espíritu. Por lo tanto nuestra Identidad es invulnerable en la perfecta Unidad que reniega de la falsedad y demencia del sistema de pensamiento del ego de pecado, ataque y muerte.
(1.3-5) Lo que sufre no forma parte de mí. Yo no soy aquello que siente pesar. Lo que experimenta dolor no es sino una ilusión de mi mente.
Sentir dolor es el resultado de proyectar sobre el cuerpo la ilusión mental de la separación y la vulnerabilidad. Cuando nos identificamos con el dolor de otra persona, estamos haciendo lo mismo y por lo tanto estamos apoyando el sueño de sufrimiento de alguien más, al mismo tiempo que lo reforzamos en nosotros mismos. Esto es el instante no-santo, lo opuesto al instante santo en el cual decimos que debe haber otra manera de ver esto.
(1.6) Lo que muere, en realidad nunca vivió, y sólo se burlaba de la verdad con respecto a mí mismo.
El cuerpo muere, pero únicamente dentro del sueño. La muerte se burla de la verdad de lo que somos como espíritu eterno, por no hablar de burlarse de Dios. Ella dice que lo que Dios ha hecho puede ahora perecer, lo cual es la creencia que tenemos todos los que pensamos que Dios creó el universo físico.
(1.7-8) Ahora abjuro de todos los conceptos de mí mismo, y de los engaños y mentiras acerca del santo Hijo de Dios. Ahora estoy listo para aceptarlo nuevamente como Dios lo creó, y como aún es.
Esto sucede simplemente mediante mi petición de ayuda a Jesús. Salgo fuera del sueño con él y miro hacia atrás a sus personajes, que ya no son percibidos como cuerpos vivos. Un Curso de Milagros es difícil de practicar únicamente porque estamos tan identificados con nuestro ser físico. No obstante, el Curso nos conduce amablemente paso a paso conforme aumenta nuestra aceptación de su verdad: seguimos siendo tal como Dios nos creó.
(2) Padre, mi viejo amor por Ti retorna, y me permite también amar nuevamente a Tu Hijo. Padre, soy tal como Tú me creaste. Ahora recuerdo Tu Amor, así como el mío propio. Ahora comprendo que son uno.
Cuando estoy en el mundo real y por lo tanto fuera del sueño, amanece el Amor de Dios en mi mente y entiendo que Su amor y el mío son el mismo. En el amor especial, con el cual nos identificamos casi siempre, el amor es visto como distinto y diferente. Ahora, por fortuna, reconocemos la falsedad de esta creencia.
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Fuente: Journey Through the Workbook of a Course in Miracles, de Ken Wapnick.
Índice de capítulos traducidos en este blog, aquí: link-indice.
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