lunes, 2 de febrero de 2015

L-74 Journey ... de Ken Wapnick

Como ya indiqué en el post índice, los comentarios de Ken Wapnick son los que he puesto en color verde:

Lección 74 — No hay más voluntad que la de Dios 

(1.1) La idea de hoy se puede considerar como el pensamiento central hacia el cual se dirigen todos nuestros ejercicios. 

Esta es la manera en que Jesús parafrasea para nosotros nuestra única responsabilidad, que es aceptar la Expiación para nosotros mismos. La diminuta y alocada idea, una vez tomada en serio por el ego, dice que la separación de Dios es un hecho y que el Hijo tiene una voluntad separada y distinta a la de su Creador. Esta "voluntad" del Hijo puede ahora establecer su propia realidad como una entidad autónoma. El sistema del ego sigue lógicamente a partir de esa premisa básica, hasta incluir la fabricación del universo físico. El ego es, por lo tanto, una declaración de que efectivamente existe una voluntad aparte de la de Dios. Esto es lo opuesto al principio de la Expiación que dice que no hay más voluntad que la de Dios. Cualquier otro pensamiento es ilusorio, y por lo tanto nunca ha sucedido. Esta idea se puede apreciar de manera sucinta en las siguientes líneas del Manual para el maestro, en el contexto de la idea de la separación: 

En el tiempo esto ocurrió hace mucho. En la realidad, nunca ocurrió. (M.2.2.7-8) (Pág. 5)

Una vez más, lo que Jesús está diciendo es que esta idea —"No hay más voluntad que la de Dios"— es el pensamiento central de estos ejercicios. De hecho, el objetivo de Un Curso de Milagros es enseñarnos a aceptar la Expiación para nosotros mismos; negar la realidad aparente del sistema de pensamiento del ego, que se basa en tomar en serio la diminuta y alocada idea —["A causa del olvido del Hijo de reírse de la diminuta y alocada idea] ese pensamiento se convirtió en una idea seria" (T.27.VIII.6.3)— y así un "yo" individual creyó tener una voluntad autónoma aparte de la Voluntad de Dios. 

(1.2-3) La Voluntad de Dios es la única Voluntad. Cuando hayas reconocido esto, habrás reconocido que tu voluntad es la Suya. 

Esta es la última cosa en el mundo que el ego jamás querrá que entendamos, porque si nuestra voluntad es la Suya, no hay separación —otra forma de expresar el principio de la Expiación, el cual deshace al ego. Además, si no hay otro que no sea Dios, no puede haber elección ni por consiguiente tomador-de-decisiones. El Espíritu Santo mantiene el pensamiento de la Expiación en nuestras mentes, y el miedo del ego de que elijamos identificarnos únicamente con esto motiva que el ego desarrolle su estrategia de dejarnos sin mente [privados del acceso a la mente], el mundo de los cuerpos. Este miedo es sucintamente resumido en la siguiente declaración del Texto

Tienes miedo de saber cuál es la Voluntad de Dios porque crees que no es la tuya. Esta creencia es lo que da lugar a la enfermedad y al miedo. (T.11.I.10.3-4) (Pág. 217)

(1.4) La creencia de que el conflicto es posible habrá desaparecido. 

Encontramos en estas lecciones —por eso las estamos estudiando tan atentamente— la totalidad del sistema de pensamiento del ego tal como es presentado con mayor detalle en el Texto. Si tengo una voluntad que está separada de la de Dios, el ego me dice que me lo he ganado al triunfar sobre mi Gran Adversario. De modo que al vencer en el gran conflicto, me merezco los maravillosos frutos de la individualidad. Sin embargo, a esta victoria el ego la llama pecado, al que sigue la culpa, cuya proyección nos lleva a hacer un Dios a nuestra imagen y semejanza: Uno contra el Cual hemos pecado, y ahora, enfadado y de manera justificada, busca castigarnos, un ataque que nosotros justificadamente tememos. Lo que estamos diciendo podría recordarte la segunda y la tercera leyes del caos (T.23.II.5-8), refiriéndose específicamente a este tema de un Dios enfadado y vengativo; una imagen presente en todo el mundo, independientemente de su religión o de su falta de ella. En el mundo occidental, la imagen está basada en el Dios bíblico —una deidad vengativa que cree en la realidad del pecado.

Una vez que hemos proyectado nuestro pecado, se establece en nuestras mentes un campo de batalla aparentemente eterno. Ese es el conflicto —entre nosotros mismos y Dios, dado que Él es Aquel al que creemos haber atacado, y Cuya venganza es reclamada por nuestra culpa. Innecesario decir que esto no es el Dios verdadero. Sin embargo, en nuestro sueño demente, que comienza con la creencia de que somos individuos autónomos, este conflicto es bastante real. Nos lleva a reprimir el pensamiento aterrador y, a través de la proyección, inventar un mundo en el cual vemos el conflicto alrededor de nosotros, pero ya no dentro de nuestras mentes. Creemos que todo el mundo y todas las cosas están en guerra con nosotros, las sombras fragmentadas del conflicto original. Si esto toma la forma de enemigos declarados (lo que llamamos odio especial) o de enemigos más sutiles (a los que llamamos amores especiales), el conflicto continúa. Es una batalla no solo con individuos, sino con la vida misma, cuya principal característica es la muerte. Por lo tanto, tal como enseñaba Freud, desde el momento en que nacemos estamos preparándonos para morir. El pensamiento final de la muerte, por lo tanto, es el principal conflicto que experimentamos aquí, sin embargo esto no es más que un fragmento del conflicto original, basado en el pensamiento de que tenemos una voluntad separada de la de Dios. Obtuvimos esa voluntad al destruirLe y ahora Él va a levantarse de la tumba y destruirnos a nosotros, apoderándose de la vida que creemos haberLe robado. 

(1.5-6) La paz habrá reemplazado a la extraña idea de que te atormentan objetivos conflictivos. En cuanto que expresión de la Voluntad de Dios, no tienes otro objetivo que el Suyo. 

Recordemos por un momento las lecciones 24 y 25, en las que Jesús explica que no sabemos lo que verdaderamente nos conviene. En uno de los ejercicios abordábamos un problema y pensábamos en su mejor solución. Jesús nos dijo que si verdaderamente hacíamos esto concienzudamente nos daríamos cuenta de que tenemos objetivos conflictivos entre sí y que por lo tanto no podríamos estar seguros de lo que es mejor para nosotros. En un momento dado pensamos en algo que podría funcionar, y en el siguiente pensamos en cualquier otra cosa. Esto nos obliga a elegir entre estos objetivos cambiantes, lo cual es la forma en que Jesús nos enseña que no entendemos nada, y ciertamente no entendemos nuestros propios intereses. 

Los objetivos conflictivos que experimentamos reflejan  el conflicto original en nuestras mentes, entre Dios y nosotros mismos, el cual [el conflicto original] está realmente dentro de nosotros mismos. Esta proyección egoica de un Dios es inventada. Así que Él no está realmente ahí, pues no es otra cosa que una parte escindida de nuestras ya divididas mentes. El conflicto del ego es uno o el otro, mata o muere —un conflicto que se desarrolla dentro de nuestras mentes, porque las figuras de nuestras vidas que pensamos que nos están victimizando no son más que personajes de nuestros propios sueños: figuras alucinatorias de nuestro sistema de pensamiento ilusorio. Sin embargo, cuando abandonamos el sistema de pensamiento del ego —conflicto, pecado e individualidad— y lo cambiamos por el sistema de pensamiento del Espíritu Santo, al hacer eso hemos aceptado la Expiación. Por lo tanto hay un único objetivo —ya aceptado— el cual es recordar Quién somos y regresar a casa. 

(2.1) La idea de hoy encierra una gran paz, y lo que los ejercicios de hoy se proponen es encontrarla.

De hecho, podemos encontrar la paz sólo por medio de esta idea. Ella viene de muchas, muchas formas diferentes, pero su esencia es que la paz se encuentra en la idea de que nunca nos hemos separado de Dios, y por lo tanto no estamos separados de nadie ni de ninguna cosa. 

(2.2-4) La idea en sí es completamente cierta. Por lo tanto, no puede dar lugar a ilusiones. Sin ilusiones, el conflicto es imposible. 

Las ilusiones son todo aquello que el ego nos dice que es cierto. Por lo tanto, una vez que hemos empezado con la premisa básica de que hay otra voluntad aparte de la de Dios —la diminuta y alocada idea que es tomada en serio, lo que nos lleva a creer que existimos como individuos separados— el resto de las ilusiones siguen lógicamente: soy pecador, culpable, y temo el castigo, el cual va a ser mi destino inevitable si permanezco en mi mente. Para proteger este recién adquirido "yo", tengo que proyectar el conflicto básico entre "yo mismo" y la imagen que tengo de Dios, inventando un mundo en el que experimento un nuevo conjunto de problemas —todos percibidos fuera de mi mente. 

Estos, entonces, son las ilusiones, las cuales surgen de nuestra no-aceptación del principio de la Expiación de que no hay otra voluntad que la de Dios, lo cual significa que la separación nunca sucedió. Por lo tanto, una vez que estas ilusiones son miradas [discernimiento] y soltadas [desapego], no puede haber conflicto, el cual, repito, es entre la parte culpable y pecaminosa de nosotros mismos, la cual no queremos entregar a la conciencia, y la parte culpable y pecaminosa de nosotros mismos que hemos proyectado como la imagen de Dios. Cuando ya no se le concede fe al pensamiento del pecado, no puede haber ilusiones ni conflicto; y por lo tanto no hay dolor ni sufrimiento.

(2.5; 3.1) Tratemos hoy de reconocer esto y de experimentar la paz que este reconocimiento nos brinda. 

Comienza las sesiones de práctica más largas repitiendo lentamente los pensamientos que siguen a continuación varias veces, con la firme determinación de comprender su significado y de retenerlos en la mente:

He mencionado dos veces anteriormente que muchas de las declaraciones del Libro de ejercicios pueden ser malinterpretadas como afirmaciones, similares a las que se encuentran en muchos sistemas de la Nueva Era en los que son usadas para hacer callar el ego de las personas mediante la sustitución de los pensamientos negativos por pensamientos positivos. Es bastante evidente que esto no funciona, pues lo único que se consigue así es que reprimamos en el inconsciente nuestros malos pensamientos, y cualquier cosa que sea reprimida tiene una manera más desafortunada de encontrar su camino para emerger nuevamente a la superficie, ya sea mediante el ataque a otros (juicios) y/o atacándonos a nosotros mismos (enfermedad). 

Jesús no está animándonos a traer la verdad a la ilusión —la verdad de estas declaraciones a la ilusión en la que creemos— sino que más bien nos enseña a llevar las ilusiones de los pensamientos egoicos a esta verdad. Por tanto, siempre que tenemos la tentación de sentirnos molestos tenemos que llevar esa molestia y sus causas aparentes a la verdad: que nosotros hicimos/inventamos esto. Sabemos que lo hicimos porque no hay más voluntad que la de Dios [Nota: la última frase no estoy seguro de cómo debía traducirse; en inglés dice: We know we have because there is no Will but God’s. Puede que signifique más o menos esto (la expreso con aclaraciones incluidas): «Sabemos que somos nosotros quienes hemos inventado —pero no creado— tal molestia, porque no hay más voluntad que la de Dios —la cual es la única verdadera creación»].

Repitiendo, estas no son declaraciones que debamos utilizar para acallar a nuestros egos, sino que debemos traer los estridentes alaridos de nuestro ego —la culpa y el juicio— al suave pensamiento de la lección. Este proceso es válido no solo para estos ejercicios, sino para todos los demás. Por lo tanto decimos: 

(3.2-3) No hay más voluntad que la de Dios. No puedo estar en conflicto. 

Esto significa que cuando te sientes descontento o molesto en el transcurso del día y miras honestamente a tu ego, entonces te das cuenta de que estás molesto porque crees que estás en conflicto —crees que alguien o algo te ha traído dolor, y eso es la "causa" del problema. Si recuerdas esta declaración —"No hay más voluntad que la de Dios. No puedo estar en conflicto"— reconoces que todo lo que ahora percibes proviene de la idea de que estás en conflicto con Dios. Sufres en manos de otra persona, te sientes enfermo o has perdido tu paz como resultado de las condiciones del mundo —todo porque crees que te separaste de tu Creador. Dicho de otra manera, conflicto significa dualidad, lo cual es la esencia del egoico estado ilusorio de separación; por su parte, la Voluntad de Dios expresa la verdad no-dualista de la unidad de nuestra realidad como Hijo de Dios. 

Esta lección continúa el proceso de entrenamiento en el que hemos de empezar a revisar siempre —no sólo aquí, sino siempre— el egoico sistema de pensamiento que subyace a nuestro malestar, enfado, depresión, enfermedad, ansiedad o miedo. Cuando miramos al ego con Jesús a nuestro lado, estamos haciendo automáticamente lo que él nos está pidiendo en esta lección. Tal como nos dice al principio del Texto, él es la Expiación (T.1.III.4.1): la experiencia y el símbolo dentro de nuestro sueño de que no hay otra voluntad que la de Dios. Su amorosa presencia dentro de nuestras mentes es la prueba de que nada se interpone entre nosotros y el Amor de Dios, y de que, además, nada podría interponerse entre nosotros y este Amor, tal como ahora leemos: 

(3.4-9) Dedica entonces varios minutos a añadir pensamientos afines, tales como: 

Estoy en paz. 
Nada puede perturbarme. Mi voluntad es la de Dios. 
Mi voluntad y la de Dios son una. 
La Voluntad de Dios es que Su Hijo esté en paz. 

Jesús continúa diciéndonos cómo proceder en estos ejercicios: 

(3.10-13) Durante esta fase introductoria, asegúrate de hacerle frente en seguida a cualquier pensamiento conflictivo que pueda cruzar tu mente. Di de inmediato: 

No hay más voluntad que la de Dios. Estos pensamientos conflictivos no significan nada. 

Una vez más, lo que Jesús quiere no es que acallemos nuestro dolor o neguemos nuestra experiencia de conflicto con alguien o algo, sino que lo que quiere es que le llevemos nuestro sufrimiento. Esto es análogo a lo que el gran maestro indio Krishnamurti enfatizaba en sus enseñanzas: Quédate con el dolor. Esto no era una llamada al masoquismo. Era un ruego que él hacía a sus estudiantes de no tapar el dolor, sino que continuaran a través de él hasta el amor que hay más allá. En Un Curso de Milagros, Jesús es quien nos guía a través del dolor que previamente hemos llevado a él, hasta la paz que nos aguarda más allá del velo de conflicto del ego. 

(4.1) Si algún asunto parece ser muy difícil de resolver, resérvalo para un examen más detenido. 

Como hemos visto a lo largo de estas lecciones, lo que Jesús nos pide es que prestemos una cuidadosa atención a nuestra mente, para buscar en ella y encontrar los pensamientos de conflicto. Entonces retrocedemos desde nuestra infelicidad y angustia hasta regresar al pensamiento subyacente de separación, que es el fundamento para la experiencia de conflictos concretos. En lugar de evitar una situación conflictiva especialmente difícil, Jesús nos anima a prestar una cuidadosa atención a ella —para "reservarla para un examen más detenido"— lo cual significa llevársela a él con el fin de que la culpa de la mente pueda ser vista y soltada. 

(4.2-5) Piensa en él brevemente, aunque de manera muy concreta, identificando la persona o personas en cuestión y la situación o situaciones de que se trate, y di para tus adentros: 

No hay más voluntad que la de Dios. Yo la comparto con Él. 
Mis conflictos con respecto a _____ no pueden ser reales. 

No puedo darme cuenta de que los conflictos entre tú y yo son irreales a menos que acepte el hecho de que los he hecho reales, muy reales. Primero tenemos que mirar al conflicto tal como lo experimentamos, y luego retroceder hasta su fuente. Este proceso de mirar, por supuesto, es el resumen de Un Curso de Milagros, un proceso que resulta imposible a menos que miremos en el lugar correcto: la parte tomadora-de-decisiones de nuestra mente, donde se produjo el error inicial. El final del capítulo 5 del Texto ofrece un ejemplo de la explícita enseñanza de Jesús en este sentido: 

(...) el proceso de deshacimiento, que no procede de ti, se encuentra no obstante en ti porque Dios lo puso ahí. Tu papel consiste simplemente en hacer que tu pensamiento retorne al punto en que se cometió el error, y en entregárselo allí a la Expiación en paz. (T.5.VII.6.4-5) (Pág. 99)

En otro lugar del Texto Jesús habla del conflicto y de cómo éste se resuelve mediante la visión del Espíritu Santo; compartir esta visión es el objetivo de Un Curso de Milagros:

El Espíritu Santo desvanece las ilusiones sin atacarlas, ya que no puede percibirlas en absoluto. Por consiguiente, no existen para Él. Resuelve el aparente conflicto que éstas engendran, percibiendo cualquier conflicto como algo sin sentido. He dicho anteriormente que el Espíritu Santo percibe el conflicto exactamente como es, y el conflicto no tiene sentido. El Espíritu Santo no quiere que entiendas el conflicto; quiere, no obstante, que te des cuenta de que, puesto que el conflicto no tiene sentido, no es comprensible. (T.7.VI.6.1-5) (Pág. 138)

Una vez más, es por esto que Jesús quiere que percibamos el conflicto; para que podamos ver más allá de él, hasta la verdad. 

Con esto concluye la primera parte del ejercicio. La segunda parte continúa así: 

(5.1) Después que hayas despejado tu mente de esta manera, cierra los ojos y trata de experimentar la paz a la que tu realidad te da derecho.

En otras palabras, primero tenemos que ser conscientes de nuestros pensamientos oscurecedores [oscurecedores: ocultadores; que tapan], las nubes a través de las que, en una lección anterior, Jesús nos dijo que nos llevaría (Lección 70 [párrafos 8 y 9]). Más allá de estas nubes defensivas está la paz de Dios. Invariablemente Jesús nos recuerda que la paz no puede llegar sin que primero hayamos deshecho el conflicto; la luz regresa únicamente cuando hemos atravesado la oscuridad; y el amor no puede ser recordado a menos que miremos el odio. 

(5.2-4) Sumérgete en ella y siente cómo te va envolviendo. Puede que te asalte la tentación de confundir estas prácticas con el ensimismamiento, pero la diferencia entre ambas cosas es fácil de detectar. Si estás llevando a cabo el ejercicio correctamente, sentirás una profunda sensación de dicha y mayor agudeza mental en vez de somnolencia y enervamiento. 

Muchas personas experimentan una tendencia a quedarse dormidos cuando empiezan a meditar o hacer las lecciones. Este es el punto de referencia de Jesús aquí, y él está ayudándonos a entender su ["su": de la tendencia al adormecimiento] propósito defensivo de proteger nuestro miedo. La somnolencia no sucede porque estemos cansados o porque no seamos estudiantes sinceros. Llega porque tememos el estado de paz. Cuando seamos conscientes de nuestros pensamientos de conflicto no nos quedaremos dormidos. Por lo tanto deberíamos preguntarnos a nosotros mismos por qué permanecemos despiertos con estos pensamientos y caemos dormidos cuando estamos a punto de ir más allá de ellos hasta la paz de Dios. La respuesta es obvia. La paz nos resulta amenazadora porque dice que no hay otra voluntad que la de Dios y que la nuestra es una con la Suya. Si la separación nunca sucedió, entonces nosotros tampoco sucedimos. Ese es el miedo; el miedo de perder nuestro ser individual. 

Es importante que cuando comiences a distraerte —por estar cansado, quedarte dormido, o por estar pensando en todo excepto en el ejercicio— no te juzgues a ti mismo ni te sientas culpable, sino que te des cuenta de que la distracción está viniendo de tu miedo a la meta de la lección. 

(6) La paz se caracteriza por la dicha. Cuando experimentes dicha sabrás que has alcanzado la paz. Si tienes la sensación de estar cayendo en el ensimismamiento, repite la idea de hoy de inmediato y luego vuelve al ejercicio. Haz esto cuantas veces sea necesario. Es ciertamente ventajoso negarse a buscar refugio en el ensimismamiento, aun si no llegas a experimentar la paz que andas buscando. 

Lo que es útil de estas declaraciones es la suavidad con la que Jesús nos señala nuestra potencial resistencia a estas lecciones. Si él supone que tendremos dificultades y no nos juzga por ello, entonces no hay razón para juzgarnos a nosotros mismos cuando nos olvidamos de hacer los ejercicios, o los empezamos y pronto nos quedamos dormidos. 

Cuando nos permitimos ir más allá de los pensamientos de ira, depresión y conflicto, sentimos alegremente la paz de saber que nuestros pecados están perdonados y que no han tenido ningún efecto en el amor y en el interior. Tal alegría es imposible si antes no aceptamos nuestros autoconceptos del pecado, la culpa y el fracaso. "Fracasar" [o: "fallar"] con el Libro de ejercicios nos ofrece oportunidades perfectas para observar estos conceptos egoicos, y entonces ir más allá de ellos hasta la verdad sobre nosotros mismos.

(7) En las sesiones más cortas, que hoy se deben llevar a cabo a intervalos regulares previamente determinados, di para tus adentros: 

No hay más voluntad que la de Dios. Hoy busco Su paz. 

Trata entonces de hallar lo que buscas. Dedicar uno o dos minutos cada media hora a hacer este ejercicio —con los ojos cerrados a ser posible— será tiempo bien empleado. 

Si nuestra meta es verdaderamente la paz, entonces también acogemos felizmente los medios para alcanzarla. Nuestros constantes recordatorios durante todo el día reflejan este acogimiento. Por lo tanto, una vez más, olvidarnos de esos "uno o dos minutos" que se nos pide dedicar cada treinta minutos nos ayuda a entrar en contacto con nuestra ambivalencia con respecto a la meta. Esto nos alerta sobre nuestro conflicto interior y nos ofrece constantes oportunidades de perdonarnos a nosotros mismos por el "pecado" de rechazar a Dios. De vez en cuando volveremos a este aspecto tan importante de nuestra práctica del Libro de ejercicios.

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Fuente: Journey Through the Workbook of a Course in Miracles, de Ken Wapnick.

Índice de capítulos traducidos en este blog, aquí: link-indice.

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