El ego no es real. No existe, aunque dé la impresión de existir mientras sigamos alimentándolo con nuestra creencia en él. Como no es real, en realidad nunca ha nacido y por lo tanto tampoco muere realmente. Simplemente desaparece cuando nos damos cuenta de que nunca estuvo ahí. No es necesario destruir lo que no existe. UCDM habla de deshacer el ego. Esa palabra, deshacer, no implica destrucción, sino simplemente comprensión (intuitiva, experiencial en un sentido no-dual). Como la luz, que deshace las sombras. O como la serpiente de la clásica metáfora oriental, que es una simple cuerda que al ser confundida con una serpiente puede producir miedo, pero al darnos cuenta de que solamente es una inofensiva cuerda, entonces la serpiente desaparece, es "deshecha". Lo temporal (lo ilusorio) cede ante la eternidad intemporal, cuando dejamos de jugar a escondernos de Ella.
Todos los pensamientos no amorosos tienen que ser deshechos, palabra ésta que el ego ni siquiera puede entender. Para el ego, deshacer significa destruir. (T.5.VI.9.2-3) (Pág. 96)
El ego no será destruido porque forma parte de tu pensamiento, pero como no es creativo, y es, por consiguiente, incapaz de compartir, será reinterpretado de otra manera para así liberarte del miedo. (T.5.VI.9.4) (Pág. 96)
La parte de la mente que le diste al ego regresará simplemente al Reino, donde a toda ella le corresponde estar. Puedes demorar la compleción del Reino, pero no puedes introducir el concepto de miedo en él. (T.5.VI.9.5-6) (Pág. 96)
Así pues, lo irreal no se destruye, sino que simplemente se descubre que no está ahí, nunca fue real. Lo único que existe es Ello (Dios, la Verdad, el Ser). Cuando percibimos distorsionadamente la Verdad, es como si desapareciera de nuestra experiencia y en su lugar parecemos encontrarnos en la ilusoria dualidad. Pero cuando se percibe claramente el reflejo de la Verdad, ese reflejo puro es un trampolín para el reconocimiento de la pura Verdad-sin-reflejo.
La frase central de las citas anteriores puede usarse sustituyendo la palabra "ego" por "mundo" o "dualidad". Por ejemplo:
El mundo (la dualidad, lo ilusorio) no será destruido porque
forma parte de tu pensamiento, pero como no es creativo, y es, por
consiguiente, incapaz de compartir, será reinterpretado de otra manera
para así liberarte del miedo.
Sólo existe el Cielo, el puro Ser. El mundo de los límites y los opuestos es una distorsión, una especie de juego de alucinación, un chiste sin importancia que no cambia lo real ni deja ninguna señal. El proceso de despertar (que en el fondo es ilusorio pues nuestro Ser permanece eternamente Despierto) transcurre desde la percepción distorsionada a la percepción clara (sanada, inocente, pura), y a continuación desde la percepción clara se transciende toda percepción (la percepción es simbólica, un reflejo de la verdad pero no la verdad en sí) y se reconoce el puro conocimiento: el Amor Absoluto, lo ilimitado sin comienzo ni fin.
(...) Y luego todo lo que inventaste pasará al olvido: lo bueno y lo malo, lo falso y lo verdadero. Pues cuando el Cielo y la tierra se vuelvan uno, dejarás de ver incluso el mundo real. El mundo no acabará destruido, sino que se convertirá en el Cielo. Lo que constituye la reinterpretación del mundo es la transformación de toda percepción en conocimiento. (T.11.VIII.1.6-9) (Pág. 234)
La distorsión es corregida y la percepción sanada conduce más allá de la percepción, más allá del "mundo real" o mundo perdonado, hasta el reconocimiento de la Verdad Absoluta (eterna, inmortal, inmutable, ilimitada, sin forma, etc).
Por lo tanto no se trata de una lucha o "guerra" del bien contra el mal, pues sólo existe el Bien Absoluto. De lo que se trata es simplemente de reconocer Lo Que ES. La liberación de la dualidad (del sufrimiento) significa simplemente dejar de tergiversar la Realidad. Sólo existe la inocente y plenamente satisfactoria Realidad.
El Espíritu Santo es el mediador entre las interpretaciones del ego y el conocimiento del espíritu. Su capacidad para utilizar símbolos le permite actuar con las creencias del ego en el propio lenguaje de éste. Su capacidad para mirar más allá de los símbolos hacia la eternidad le permite entender las leyes de Dios, en nombre de las cuales habla. Puede, por consiguiente, llevar a cabo la función de reinterpretar lo que el ego forja, no mediante la destrucción, sino mediante el entendimiento. El entendimiento es luz, y la luz conduce al conocimiento. El Espíritu Santo se encuentra en la luz porque Él está en ti que eres luz, pero tú desconoces esto. La tarea del Espíritu Santo consiste, pues, en reinterpretarte a ti en nombre de Dios. (T.5.III.7) (Pág. 87)
Tú no puedes comprenderte a ti mismo separado de los demás. Ello se debe a que tú, separado del legítimo lugar que ocupas en la Filiación, no significas nada, y el legítimo lugar de la Filiación es Dios. Ésa es tu vida, tu eternidad y tu Ser. Esto es lo que el Espíritu Santo te recuerda. (T.5.III.8.1-4) (Pág. 87)
El Espíritu Santo te ayudará a reinterpretar todo lo que percibes como temible, y te enseñará que sólo lo que es amoroso es cierto. (T.5.IV.1.3) (Pág. 89)
La verdad está más allá de tu capacidad para destruir; aceptarla, en cambio, está enteramente a tu alcance. Te pertenece porque, al ser tú una extensión de Dios, la creaste junto con Él. Es tuya porque forma parte de ti, tal como tú formas parte de Dios porque Él te creó. Nada que sea bueno se puede perder, pues procede del Espíritu Santo, la Voz que habla en favor de la creación. Nada que no sea bueno fue creado jamás, y, por lo tanto, no puede ser protegido. La Expiación garantiza la seguridad del Reino, y la unión de la Filiación lo protege. (T.5.IV.1.4-9) (Pág. 89)
Cada pensamiento amoroso que cualquier parte de la Filiación abriga es patrimonio de todas sus partes. Se puede compartir porque es amoroso. Dios crea compartiendo, y así es como tú creas también. El ego puede mantenerte exiliado del Reino, pero en el Reino en sí el ego no tiene ningún poder. Las ideas del espíritu no abandonan la mente que las piensa, ni tampoco pueden entrar en conflicto entre sí. Las ideas del ego, en cambio, pueden entrar en conflicto porque ocurren en diferentes niveles y también porque incluyen pensamientos que incluso en el mismo nivel están en franca oposición. Es imposible compartir pensamientos que se oponen entre sí. Sólo puedes compartir los pensamientos que proceden de Dios, los cuales Él conserva para ti. El Reino de los Cielos se compone de pensamientos de esa clase. Todos los demás permanecerán contigo hasta que el Espíritu Santo los haya reinterpretado a la luz del Reino, haciendo que sean también dignos de ser compartidos. Cuando se hayan purificado lo suficiente Él te permitirá compartirlos. La decisión de compartirlos es lo que los purifica. (T.5.IV.3) (Págs. 89-90)
La Verdad late siempre Aquí, brillando como nuestro propio Ser, inafectada por nuestras suposiciones, eternamente tranquila, disfrutando de su dulce inmutabilidad. Las distorsiones no importan, pueden ser soltadas, no pueden hacer daño, la cuerda no es una serpiente, la serpiente no muerde, no hace nada y no nos afecta si no nos asustamos de ella y la dejamos a un lado por no tener ningún valor. Se puede decir que la serpiente está en la cuerda (mientras creemos en su apariencia), pero la cuerda no está en la serpiente, pues no hay serpiente. Más allá de esa inexistente serpiente, la Verdad ya ES. La apariencia que por un breve lapso de tiempo nos asustó no era un monstruo temible, sino nuestro propio Ser que percibíamos distorsionadamente. El monstruo resulta ser el Amor ofreciéndonos Su Ser. La rana resulta ser un príncipe. El sufrimiento desaparece y sentimos la dulzura y el bienestar de la Verdad. Lo limitado resulta ser un reflejo distorsionado de lo ilimitado. Al dejar de jugar a distorsionar la Realidad, reconocemos que ya somos Ella eternamente. Cuando el sufrimiento es desenmascarado, no solamente desaparece para siempre, sino que se sabe que nunca fue verdad: nunca estuvo presente. Y una vez que lo hemos soltado dejando de identificarnos con ello (lo limitado, el sufrimiento, lo insatisfactorio) dejamos el sitio libre, receptivos, para permitirnos reconocer la dulce Verdad: el eterno Bienestar, la perfecta Plenitud. Ya Somos Eso
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