Lección 188 — La paz de Dios refulge en mí ahora
Nuestras próximas dos lecciones, la 188 y la 189, comparten el simbolismo de la luz. Por cierto, la primera de ellas era una de las preferidas de Bill Thetford. La lección comienza con el llamamiento de Jesús de la lección 131, "¿Por qué esperar al Cielo?" (L.131.6.1). ¿Por qué —pregunta él— retrasas la paz —los felices efectos del perdón— eligiendo en su lugar creer que tienes que sufrir para recibir tu recompensa final? Este es el punto de vista tradicional del cristianismo: que tu crucifixión en esta vida será recompensada en el más allá. Este mensaje de un retraso en la salvación —central en el sistema de pensamiento del ego basado en la culpa y el castigo— es corregido por Jesús en "La inmediatez de la salvación":
El único problema pendiente es que todavía ves un intervalo entre el momento en que perdonas y el momento en que recibes los beneficios que se derivan de confiar en tu hermano. (...)
(...) En el intervalo que crees que existe entre dar el regalo y recibirlo parece que tienes que sacrificar algo y perder por ello. Ves la salvación como algo que tendrá lugar en el futuro, pero no ves resultados inmediatos.
Sin embargo, la salvación es inmediata. (...)
(...) Pues el milagro es algo que es ahora. Se encuentra ya aquí, en gracia presente, dentro del único intervalo de tiempo que el pecado y el miedo han pasado por alto, pero que, sin embargo, es el único tiempo que hay.
Llevar a cabo la corrección en su totalidad no requiere tiempo en absoluto. (...)
No te contentes con la idea de una felicidad futura. Eso no significa nada ni es tu justa recompensa. Pues hay causa para ser libre ahora. (...) El propósito del Espíritu Santo es ahora el tuyo. ¿No debería ser Su felicidad igualmente tuya?
(T.26.VIII.1.1; 2.6-7; 3.1; 5.8-9; 6.1; 9.1-3, 9-10) (Págs. 628, 629 y 630)
Y así comienza la lección:
(1.1-4) ¿Por qué esperar al Cielo? Los que buscan la luz están simplemente cubriéndose los ojos. La luz ya está en ellos. La iluminación es simplemente un reconocimiento, no un cambio.
Cuando creemos que tenemos que buscar la luz estamos simplemente cubriéndonos los ojos, lo cual es una manera de decir que negamos la visión de Cristo y elegimos ver a través de los ojos del ego en lugar de los Suyos. Lo que necesitamos no es ir en busca de la luz, sino únicamente mirar dentro, que es donde la luz se encuentra. Al recordar que la verdad ya se encuentra presente en nosotros, nos damos cuenta de que nada ha cambiado y, entonces, nada tiene necesidad cambiar. Por lo tanto Jesús nos exhorta una vez más a que no nos excedamos de la pequeña voluntad que nos ha pedido por medio del Espíritu Santo.
No es necesario que hagas nada más; de hecho, es necesario que comprendas que no puedes hacer nada más. No te empeñes en darle al Espíritu Santo lo que Él no te pide, o, de lo contrario, creerás que el ego forma parte de Él y confundirás a uno con otro. (T.18.IV.1.5-6) (Pág. 423)
Jesús no quiere que hagamos un duro esfuerzo, porque luchar contra el ego le otorgaría una realidad de la que carece. El reconocimiento de la luz no es un cambio, pues no hay nada que deba cambiar.
(1.5) La luz es algo ajeno al mundo, y tú en quien mora la luz eres asimismo un extraño aquí.
Este tema ya nos resulta familiar. Ciertamente somos unos extraños aquí, pues el mundo de los cuerpos no es nuestro hogar —el ser que pensamos que somos no es nuestro Ser.
(1.6-8) La luz vino contigo desde tu hogar natal, y permaneció contigo, pues es tuya. Es lo único que trajiste contigo de Aquel que es tu Fuente. Refulge en ti porque ilumina tu hogar, y te conduce de vuelta al lugar de donde vino y donde finalmente estás en tu hogar.
La luz simboliza la Presencia del Espíritu Santo, el recuerdo del Amor de Dios, el cual trajimos con nosotros desde nuestro hogar natal. Es la única cosa de Dios que tenemos dentro del sueño, y por lo tanto nos conecta de vuelta a Él. Recordemos este pasaje inspirador sobre la luz del mundo real, la cual nos recuerda la luz del Cielo, en donde mora Dios y Su único Hijo:
Hay una luz que este mundo no puede dar. Mas tú puedes darla, tal como se te dio a ti. Y conforme la des, su resplandor te incitará a abandonar el mundo y a seguirla. Pues esta luz te atraerá como nada en este mundo puede hacerlo. Y tú desecharás este mundo y encontrarás otro. Ese otro mundo resplandece con el amor que tú le has dado. En él todo te recordará a tu Padre y a Su santo Hijo. La luz es ilimitada y se extiende por todo ese mundo con serena dicha. Todos aquellos que trajiste contigo resplandecerán sobre ti, y tú resplandecerás sobre ellos con gratitud porque te trajeron hasta aquí. Tu luz se unirá a la suya dando lugar a un poder tan irresistible que liberará de las tinieblas a los demás según tu mirada se pose sobre ellos. (T.13.VI.11) (Pág. 280)
Por lo tanto la luz nos lleva a casa, y a todos nuestros hermanos con nosotros.
(2.1-3) Esta luz no se puede perder. ¿Por qué esperar a encontrarla en el futuro, o creer que se ha perdido o que nunca existió? Es tan fácil contemplarla que los argumentos que demuestran que no puede existir se vuelven irrisorios.
Se nos está diciendo que la pérdida de algo no significa que ese algo haya desaparecido, sino que simplemente significa que nos hemos olvidado de dónde está (T.3.VI.9). La luz está en nuestra mente, sin embargo la hemos extraviado por el gran esfuerzo de olvidar nuestra Identidad, erigiendo numerosas defensas para evitar nuestro regreso al hogar, el cual en realidad nunca dejamos. Sin embargo es fácil recordar Eso [nuestra Identidad, nuestro hogar, el Cielo], ya que solamente soñábamos que éramos desterrados de la luz, la cual espera pacientemente nuestro despertar del autoimpuesto sueño del exilio:
Todo lo que fue creado se encuentra, por lo tanto, perfectamente a salvo porque las leyes de Dios lo protegen con Su Amor. Cualquier parte de tu mente que no sepa esto se ha desterrado a sí misma del conocimiento, al no haber satisfecho sus condiciones. ¿Quién sino tú pudo haber hecho eso? Reconócelo gustosamente, pues en ese reconocimiento radica tu entendimiento de que tu destierro es algo ajeno a Dios, y, por lo tanto, no existe. (T.10.I.1.4-7) (Pág. 202)
(2.4) ¿Quién podría negar la presencia de lo que contempla en sí mismo?
Puesto que la luz ya está en ti, ¿por qué querrías negarla? ¿Cómo podrías hacerlo, excepto inmerso en alucinaciones psicóticas?
(2.5) No es difícil mirar en nuestro interior, pues ahí nace toda visión.
Por supuesto que el ego afirma lo contrario, diciendo que mirar adentro es lo más difícil y que si lo haces "tus ojos se posarán sobre el pecado y Dios te cegará" (T.21.IV.2.3) (una cita que hemos visto muchas veces), lo cual es un eufemismo para decir que Dios te destruirá a causa de tu pecado. Sin embargo, en realidad no puede ser difícil mirar dentro porque tú ya estás dentro. Tu ser reside en la mente, inafectado por tu creencia de que reside en el cuerpo. Al seguir el camino del milagro, nuestra conciencia regresa desde el mundo hasta la mente, o lo que es lo mismo, desde el sueño hasta el soñador.
Esta familiar declaración resume el rol del milagro:
En realidad no ha ocurrido nada, excepto que te quedaste dormido y tuviste un sueño en el que eras un extraño para ti mismo y tan sólo una parte del sueño de otro. El milagro no te despierta, sino que simplemente te muestra quién es el soñador. (T.28.II.4.1-2) (Pág. 668)
(2.6-8) Lo que se ve, ya sea en sueños o procedente de una Fuente más verdadera, no es más que una sombra de lo que se ve a través de la visión interna. Ahí comienza la percepción y ahí termina. No tiene otra fuente que ésta.
Este es también un tema que nos resulta familiar y que va a reaparecer en la próxima lección. Primero miramos dentro y decidimos a qué maestro seguimos, y a continuación miramos a través de sus ojos. Si hemos elegido al ego, vemos a través de los ojos de la separación y del ataque; si hemos elegido a Jesús, vemos a través de los ojos de la unidad y del perdón. Por lo tanto la percepción comienza y acaba en nuestra mente. Puesto que las ideas no abandonan su fuente, nunca vemos ni oímos a través de los ojos ni de los oídos del cuerpo, sino que experimentamos en la forma lo que previamente nuestra mente ha hecho real.
Vemos repetidamente el énfasis que pone Jesús en nuestra necesidad de reconocer que tanto el problema como la solución están en nuestra mente. De hecho, no hay nada excepto nuestra mente, donde la percepción comienza —luz u oscuridad— y donde termina —amor o miedo. Todo es proyección. Entender esta característica de la mente dividida es la visión de Cristo, hacia la cual nos conduce Jesús y la cual conocemos bien:
La visión depende de la luz. En la obscuridad no puedes ver. Mas en la obscuridad —el mundo privado que habitas cuando duermes— ves en sueños a pesar de que tus ojos están cerrados. Ahí es donde lo que ves es obra tuya. Con todo, si abandonas la obscuridad dejarás de ver todo lo que hiciste, pues verlo depende de negar la visión. Sin embargo, negar la visión no quiere decir que no puedas ver. (...)
No intentes alcanzar la visión valiéndote de los ojos, pues tú mismo inventaste tu manera de ver para así poder ver en la obscuridad, y en eso te engañas. Más allá de esta obscuridad, pero todavía dentro de ti, se encuentra la visión de Cristo, Quien contempla todo en la luz. Tu "visión" emana del miedo, tal como la Suya emana del amor. (T.13.V.8.1-6; 9.1-3) (Pág. 276)
(3.1-4) La paz de Dios refulge en ti ahora, y desde tu corazón se extiende por todo el mundo. Se detiene a acariciar cada cosa viviente, y le deja una bendición que ha de perdurar para siempre. Lo que da no puede sino ser eterno. Elimina todo pensamiento de lo efímero y de lo que carece de valor.
Puesto que el mundo es una proyección de la idea de separación y no ha abandonado su fuente en la mente del Hijo de Dios, elegir la luz de Jesús en lugar de la oscuridad del ego nos permite percibir a la Filiación en esa luz también. Como ya sabemos, la visión no tiene nada que ver con ver luz físicamente, tal como las auras, sino que se refiere a la extensión de la luz de la verdad, lo cual sucede cuando aceptamos al Espíritu Santo como nuestro Maestro. En ese momento, cualquier pensamiento de "lo efímero y de lo que carece de valor" desaparece porque nos damos cuenta de su insignificancia. Cuando el ego desaparece, la paz interior se extiende de forma natural a través de la Filiación, bendiciendo a todas las mentes con su reflejo de la eterna paz de Dios. La introducción a "Los obstáculos de la paz" describe esta extensión:
A medida que la paz comience a extenderse desde lo más profundo de tu ser para abarcar a toda la Filiación y ofrecerle descanso, se topará con muchos obstáculos. (...) La paz, no obstante, los envolverá dulcemente a todos, extendiéndose más allá de ellos sin obstrucción alguna. (...) La paz que Él [el Espíritu Santo] ha depositado, muy hondo dentro de ti y tu hermano, se extenderá quedamente a cada aspecto de vuestras vidas, rodeándoos a ambos de radiante felicidad y con la sosegada certeza de que gozáis de absoluta protección. Y vosotros llevaréis su mensaje de amor, seguridad y libertad a todo aquel que se acerque a vuestro templo, donde la curación le espera. (...) Y vosotros lo albergaréis y le daréis descanso tal como se os dio a vosotros. (T.19.IV.1.1, 4, 6-7, 9) (Pág. 453)
(3.5-6) Renueva todos los corazones fatigados e ilumina todo lo que ve según pasa de largo. Todos sus dones se le dan a todo el mundo, y todo el mundo se une para darte las gracias a ti que das y a ti que has recibido.
Esta es otra expresión más del tema del dar y recibir. Al decidir descansar en la paz de Dios, permitimos que su luz sanadora se extienda por toda la Filiación como una, abrazándola con consuelo y amor, tal como leemos en estas bellas palabras del Texto:
Y en la luz del sol te alzarás sereno, lleno de inocencia y sin temor alguno. Y desde ti, el descanso que encontraste se extenderá para que tu paz jamás pueda abandonarte y dejarte desamparado. Aquellos que ofrecen paz a todo el mundo han encontrado un hogar en el Cielo que el mundo no puede destruir. Pues es lo suficientemente grande como para contener al mundo entero dentro de su paz.
En ti reside el Cielo en su totalidad. A cada hoja seca que cae se le confiere vida en ti. Cada pájaro que jamás cantó cantará de nuevo en ti. Y cada flor que jamás floreció ha conservado su perfume y hermosura para ti. ¿Qué objetivo puede suplantar a la Voluntad de Dios y a la de Su Hijo de que el Cielo le sea restituido a aquel para quien fue creado como su único hogar? No ha habido nada ni antes ni después. No ha habido ningún otro lugar, ningún otro estado ni ningún otro tiempo. Nada que esté más allá o más acá. Nada más. En ninguna forma. Esto se lo puedes brindar al mundo entero y a todos los pensamientos erróneos que se adentraron en él y permanecieron allí por un tiempo. ¿De qué mejor manera se podrían llevar tus propios errores ante la verdad, que estando dispuesto a llevar la luz del Cielo contigo, según te diriges más allá del mundo de las tinieblas hacia la luz? (T.25.IV.4.7-10; 5.1-12) (Págs. 592-593)
(4.1) El resplandor de tu mente le recuerda al mundo lo que ha olvidado, y éste a su vez, restituye esa memoria en ti.
Nuestra función como maestros de Dios es hacer que nuestra paz les recuerde a otros que pueden tomar la misma decisión que nosotros hemos tomado. A medida que hacemos eso reforzamos nuestra propia decisión. De este modo nos unimos con Jesús y con nuestro hermano al que hemos perdonado, y la luz de nuestro hermano mayor, que brilla en la oscuridad del mundo, se convierte en un faro de cordura y amor:
Te has unido a mí en tu relación para llevarle el Cielo al Hijo de Dios, que se había ocultado en la obscuridad. Has estado dispuesto a llevar la obscuridad a la luz, y eso ha fortalecido a todos los que quieren permanecer en la obscuridad. Los que quieran ver verán. Y se unirán a mí para llevar su luz a la obscuridad cuando la obscuridad que hay en ellos haya sido llevada ante la luz y eliminada para siempre. (T.18.III.6.1-4) (Pág. 422)
(4.2-4) Desde ti la salvación irradia dones inconmensurables, que se dan y se devuelven. A ti que das el regalo, Dios Mismo te da las gracias. Y la luz que refulge en ti se vuelve aún más brillante con Su bendición, sumándose así a los regalos que tienes para ofrecérselos al mundo.
Otra afirmación de que dar y recibir son uno. Cuando damos amor, recibimos el amor que hemos dado, el cual no solo les recuerda a los demás que hay una elección diferente, sino que esa elección se fortalece en nosotros mismos. ¿Quién podría oponerse a leer de nuevo las maravillosas palabras que cierran "Luz en el sueño", las cuales se hacen eco del luminoso mensaje de esta lección?:
Ni una sola luz en el Cielo deja de acompañaros. Ni uno solo de los rayos que brillan para siempre en la Mente de Dios deja de iluminaros. El Cielo se ha unido a vosotros en vuestro avance hacia él. Si se han unido a vosotros luces tan potentes que infunden a la pequeña chispa de vuestro deseo el poder de Dios Mismo, ¿cómo podríais vosotros seguir en la obscuridad? Tú y tu hermano estáis retornando a casa juntos, después de un largo e insensato viaje que emprendisteis por separado y que no os condujo a ninguna parte. Has encontrado a tu hermano, y cada uno de vosotros alumbrará el camino del otro. Y partiendo de esa luz, los Grandes Rayos se extenderán hacia atrás hasta la obscuridad y hacia adelante hasta Dios, para desvanecer con su resplandor el pasado y así dar lugar a Su eterna Presencia, en la que todo resplandece en la luz. (T.18.III.8) (Pág. 423)
(5.1-2) La paz de Dios jamás se puede contener. El que la reconoce dentro de sí tiene que darla.
La principal característica de la mente es que cualquier cosa que esté en ella debe proyectarse o extenderse. Si hay culpa, la vemos en todos los demás, por consiguiente atacándoles; si hay la paz de Jesús, entonces amamos lo que vemos en los demás. Podemos reconocer qué decisión hemos tomado observando nuestras actitudes hacia el mundo, lo cual nos ayuda a definir su propósito de reflejar la decisión de la mente: los pensamientos de especialismo y juicio son las proyecciones del sistema de pensamiento del ego; el reconocimiento de que compartimos un único interés para todos —sin excepción— es parte de Cristo.
(5.3-7) Y los medios a través de los que puede hacerlo residen en su entendimiento. Puede perdonar porque reconoció la verdad en él. La paz de Dios refulge en ti ahora, así como en toda cosa viviente. En la quietud la paz de Dios se reconoce universalmente. Pues lo que tu visión interna contempla es tu percepción del universo.
Lo que hemos hecho real dentro, lo vemos fuera. Una vez elegido el Espíritu Santo como nuestro Maestro, la paz es el resultado feliz e inevitable, en el cual el sueño del pasado y del futuro desaparece en el instante santo —primero en los sueños felices del perdón, y luego en la nada, cuando el Amor de Dios brilla más allá del sueño de la separación:
La paz de Dios supera tu razonar sólo en el pasado. Sin embargo, está aquí, y puedes entenderla ahora mismo. Dios ama a Su Hijo eternamente, y Su Hijo le corresponde eternamente.
Primero soñarás con la paz, y luego despertarás a ella. Tu primer intercambio de lo que has hecho por lo que realmente deseas es el intercambio de las pesadillas por los sueños felices de amor. En ellos se encuentran tus verdaderas percepciones, pues el Espíritu Santo corrige el mundo de los sueños, en el que reside toda percepción. (T.13.VII.8.1-3; 9.1-3) (Págs. 282 y 283)
(6.1-2) Siéntate en silencio y cierra los ojos. La luz en tu interior es suficiente.
No es necesario ver por medio de los ojos físicos —los cuales ni siquiera están viendo, como hemos aprendido. La visión real se produce por medio de la quietud interior.
(6.3-6) Sólo ella puede concederte el don de la visión. Ciérrate al mundo exterior, y dales alas a tus pensamientos para que lleguen hasta la paz que yace dentro de ti. Ellos conocen el camino. Pues los pensamientos honestos, que no están mancillados por el sueño de cosas mundanas externas a ti, se convierten en los santos mensajeros de Dios Mismo.
Jesús habla de nuestros perdonadores pensamientos de la mentalidad recta, de intereses compartidos, y de paz, los cuales reflejan el Pensamiento de Dios. Por lo tanto Jesús apela a la mente tomadora de decisiones para que revierta su errónea decisión y se aleje del ego y del mundo que surgió de él, y retorne al principio de Expiación del Espíritu Santo —la visión de Cristo— para compartir con quienes no pueden ver:
El Espíritu Santo es un Pensamiento de Dios, y Dios te lo dio porque Él no tiene ningún Pensamiento que no comparta. El mensaje del Espíritu Santo habla de lo intemporal en el tiempo, y por eso es por lo que la visión de Cristo contempla todas las cosas con amor. (...)
(...) Cada milagro que le ofreces al Hijo de Dios no es otra cosa que la verdadera percepción de un aspecto de la totalidad. (...) Cada hermano que ves libre de su pasado, pues, te aproxima más al final del tiempo al introducir una manera de ver sana y sanadora en la obscuridad, capacitando así al mundo para ver. Pues la luz tiene que llegar hasta el mundo tenebroso para que la visión de Cristo sea posible incluso ahí. Ayúdale a ofrecer Su don de luz a todos los que creen vagar en la obscuridad, y deja que Él los reúna en Su serena visión que hace que todos sean uno solo. (T.13.VIII.4.3-4; 5.2, 4-6) (Págs. 286 y 287)
(7) Éstos son los pensamientos que piensas con Él. Ellos reconocen su hogar y apuntan con absoluta certeza hacia su Fuente, donde Dios el Padre y el Hijo son Uno. La paz de Dios refulge sobre ellos, pero ellos no pueden sino permanecer contigo también, pues nacieron en tu mente, tal como tu mente nació en la de Dios. Te conducen de regreso a la paz, desde donde vinieron con el solo propósito de recordarte cómo regresar.
Nuestros pensamientos honestos reflejan la Mente en la que Dios y Cristo son Uno. Jesús describe otra vez el proceso del tomador de decisiones revirtiendo su elección equivocada, eligiendo ahora identificarse con los pensamientos de la mentalidad correcta, los cuales conducen de vuelta a Dios.
(8.1) Ellos acatan la Voz de tu Padre cuando tú te niegas a escuchar.
Cuando estos perdonadores pensamientos de la mentalidad recta —siempre presentes en nuestra mente— amenazan nuestra individualidad, los rechazamos al negarnos a escucharlos.
(8.2) Y te instan dulcemente a que aceptes Su Palabra acerca de lo que eres en lugar de fantasías y sombras.
Las fantasías/sombras son los pensamientos de pecado, culpa y miedo, los cuales proyectamos sobre el cuerpo.
(8.3-4) Te recuerdan que eres el co-creador de todas las cosas que viven. Así como la paz de Dios refulge en ti, refulge también en ellas.
"Todas las cosas que viven" se refiere al universo del espíritu. Dentro del sueño no co-creamos con Dios, sino que a este nivel lo que hacemos es reflejar esa capacidad, mediante el ver intereses compartidos. Por lo tanto, a través del perdón deshacemos los pensamientos que nos impiden recordar que somos uno con Dios, y por lo tanto co-creadores con Él: Dios creó a Cristo, Quien entonces extendió el Amor de Su Creador —las "creaciones" de Cristo. Este pasaje explica:
A tus creaciones les corresponde estar en ti del mismo modo en que a ti te corresponde estar en Dios. Tú eres parte de Dios, tal como tus hijos son parte de Sus Hijos. Crear es amar. El amor se extiende hacia afuera simplemente porque no puede ser contenido. (...) El amor crea para siempre, aunque no en el tiempo. Las creaciones de Dios han existido siempre porque Él ha existido siempre. Tus creaciones han existido siempre, porque tú sólo puedes crear como Dios crea. (T.7.I.3.1-4, 6-8) (Pág. 124)
(9) El propósito de nuestras prácticas de hoy es acercarnos a la luz que mora en nosotros. Tomamos rienda de nuestros pensamientos errantes y dulcemente los conducimos de regreso allí donde pueden armonizarse con los pensamientos que compartimos con Dios. No vamos a permitir que sigan descarriados. Dejaremos que la luz que mora en nuestras mentes los guíe de regreso a su hogar. Los hemos traicionado al haberles ordenado que se apartasen de nosotros. Pero ahora les pedimos que regresen y los purificamos de cualquier anhelo extraño o deseo confuso. Y así, les restituimos la santidad que es su herencia.
Jesús dulcemente nos exhorta a elegir otra vez; a tomar rienda de nuestros pensamientos errantes —pensamientos proyectados— y traerlos de vuelta adonde hemos elegido erróneamente. Por lo tanto somos libres de aceptar la santidad de nuestra herencia —la inocencia del Hijo de Dios— y de rechazar la pequeñez de las mezquinas ofertas del ego:
No permitas que las pequeñas interferencias te arrastren a la pequeñez. (...) ¡Piensa cuán feliz es el mundo por el que caminas con la verdad a tu lado! No renuncies a ese mundo de libertad por un pequeño anhelo de aparente pecado, ni por el más leve destello de atracción que pueda ejercer la culpabilidad. ¿Despreciarías el Cielo por causa de esas insignificantes distracciones? Tu destino y tu propósito se encuentran mucho más allá de ellas, en un lugar nítido donde no existe la pequeñez. (...)
(...) El mundo brillará y resplandecerá en amoroso perdón, y todo lo que una vez considerabas pecaminoso será re-interpretado ahora como parte integrante del Cielo. ¡Qué bello es caminar, limpio, redimido y feliz, por un mundo que tanta necesidad tiene de la redención que tu inocencia vierte sobre él! ¿Qué otra cosa podría ser más importante para ti? Pues he aquí tu salvación y tu libertad. Y éstas tienen que ser absolutas para que las puedas reconocer. (T.23.introd.4.1, 3-6; 6.4-8) (Pág. 543)
(10.1) De esta forma, nuestras mentes quedan restauradas junto con ellos, y reconocemos que la paz de Dios refulge todavía en nosotros, y que se extiende desde nosotros hasta todas las cosas vivientes que comparten nuestra vida.
Jesús no habla de carne y hueso —cuerpos— sino de la mente del Hijo fragmentado. Recordemos la declaración de "Las leyes del caos" cuando dice que aquí [en el sueño, en la percepción] no hay vida (T.23.II.19.1) —lo que sí hay en la mentalidad recta es el reflejo de nuestra vida compartida; pero la verdadera vida permanece en el Cielo, como espíritu.
(10.2) Las perdonamos a todas, y absolvemos al mundo entero de lo que pensábamos que nos había hecho.
Por lo tanto Jesús me enseña a perdonar a mis hermanos por lo que ellos no han hecho. El mundo no me hizo nada, pues yo lo inventé despiadado y abusador; por lo tanto soy el único que puede absolverlo.
(10.3-7) Pues somos nosotros quienes construimos el mundo como queremos que sea. Ahora elegimos que sea inocente, libre de pecado y receptivo a la salvación. Y sobre él vertemos nuestra bendición salvadora, según decimos:
La paz de Dios refulge en mí ahora. Que todas las cosas refuljan sobre mí en esa paz, y que yo las bendiga con la luz que mora en mí.
La clave de nuestra práctica es darnos cuenta de que todos forman parte de la Filiación. Necesitamos observar los juicios de nuestra mente y los apegos especiales, entendiendo que proceden de la decisión, aunque reprimida, de creer que la oscuridad del ego es la realidad y que la luz de Cristo es una ilusión. Usamos las experiencias del día para discernir la decisión de la mente, reconociendo que la elección errónea nos ha hecho desdichados, mientras que la felicidad proviene de pedir ayuda a Jesús para corregir el error. De este modo nuestra luz se une a la suya al cantar "El sonido de la paz" a nosotros mismos y a todos nuestros hermanos:
La melodía de la paz está siempre ahí.
Ni muere ni titubea. Ella sigue siendo
un calmado y suave sonido, incluso más tranquilo que el silencio, y
un recuerdo intemporal en las mentes
que Dios creó. Canta incesantemente
a todo el mundo, para que Le recuerden.
Los sonidos de la tierra se aquietaron ante
esta ancestral melodía, la cual habla del amor
en ilimitadas dimensiones. ¿Dónde está el miedo,
cuando Dios ha garantizado que Él está aquí?
(The Gifts of God [Los Regalos de Dios], p. 10)
☼☼☼
Fuente: Journey Through the Workbook of a Course in Miracles, de Ken Wapnick.
Índice de capítulos traducidos en este blog, aquí: link-indice.
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