Lección 198 — Sólo mi propia condenación me hace daño
Esta es otra de las lecciones en la que Jesús hace hincapié en que somos responsables de lo que sentimos, ya sea gratitud, daño, o pensamientos de victimización. En otras palabras, el mundo en sí mismo no tiene poder sobre nosotros, pues nuestro dolor y alegría provienen únicamente de la decisión de nuestra mente. De modo que cuando parece que Un Curso de Milagros es imposible de hacer, y no digamos de entender, es porque creemos que el sistema de pensamiento del ego es todopoderoso, en vista de lo cual somos víctimas indefensas e incapaces de cambiar esto. Sin embargo Jesús nos enseña que efectivamente hay esperanza, porque el poder de hacernos miserables reside dentro de nosotros, y no hay nada externo que pueda dañarnos en modo alguno. Una vez más, la falta de esperanza de poder aprender este Curso se debe simplemente a no aceptar las lecciones de Jesús sobre la mente. Esto se expresa de diversas formas a lo largo de esta lección, que se centra casi exclusivamente en el perdón —el poder que tiene la mente para elegir de nuevo. Así que perdonamos a los demás por lo que no han hecho, pues no han sido ellos los que nos han hecho infelices ni los que nos han acarreado dolor.
(1.1-4) El daño es imposible. Y, sin embargo, las ilusiones forjan más ilusiones. Si puedes condenar, se te puede hacer daño. Pues habrás creído que puedes hacer daño, y el derecho que te prescribes puede ahora usarse contra ti, hasta que renuncies a él por ser algo sin valor, indeseable e irreal.
Desde el punto de vista de Jesús —fuera del sueño, adonde nos llama para que nos unamos a él— el daño y la muerte son algo imposible. Pero mientras sigamos haciendo real el sistema de pensamiento de la separación, el cual implica que nosotros matamos a Dios para así poder vivir, esos pensamientos ilusorios producirán un mundo y un cuerpo igualmente ilusorios —"las ilusiones forjan más ilusiones". Si creemos que hemos condenado a Dios, tenemos que creer que podemos ser dañados por Él, pues nuestro pecado exige que seamos castigados. Lo mismo puede decirse de nuestras experiencias en el mundo: si atacamos a otros creeremos que el ataque puede ocurrir también contra nosotros. Al haber hecho eso real, vemos que el ataque sigue su curso "natural" de reproducirse a sí mismo.
Al creer que tu ataque contra la verdad ha tenido éxito, creerás que el ataque tiene poder. (T.11.V.10.6) (Pág. 227)
Por lo tanto creemos que el poder de nuestro ataque —pecado— justifica nuestra culpa, que a su vez exige nuestro castigo, que será un ataque que recibiremos de algún otro. Esta dinámica de temor al castigo, que es generada por la proyección de la culpa que viene de los pensamientos de ataque, es expresada en el siguiente pasaje que cité anteriormente:
(...) los que proyectan se preocupan (...) por su seguridad personal. Temen que sus proyecciones van a retornar a ellos y a hacerles daño. Puesto que creen haberlas desalojado de sus mentes, creen también que esas proyecciones están tratando de volverse a adentrar en ellas. Pero como las proyecciones no han abandonado sus mentes, se ven obligados a mantenerse continuamente ocupados a fin de no reconocer esto. (T.7.VIII.3.9-12) (Pág. 144)
De modo que la culpabilidad exige que los pensamientos de ataque que dirigimos hacia los demás nos sean infligidos a nosotros a cambio. Esto garantiza la defensa, la "actividad constante" necesaria para impedirnos reconocer lo que la proyección ha provocado y la culpa ha protegido.
Una vez más, al establecer por medio del ataque mi identidad separada —ataqué a Dios para que yo pudiera existir— he hecho el ataque real. Debido a la proyección, me veo obligado a creer que el ataque se volverá contra mí. Esta locura continúa hasta que me doy cuenta de que el ataque, la condenación y el daño no tienen valor para mí. Esta toma de conciencia ocurre en el instante santo, cuando salgo fuera del sueño con Jesús para ver finalmente lo que el ego ha estado haciendo, y las desastrosas consecuencias de haberme identificado con su sistema de pensamiento de culpa y odio. Recordemos estas líneas:
El mundo que ves es el resultado inevitable de la lección que enseña que el Hijo de Dios es culpable. Es un mundo de terror y desesperación. En él no hay la más mínima esperanza de hallar felicidad. Ningún plan que puedas idear para tu seguridad tendrá jamás éxito. No puedes buscar dicha en él y esperar encontrarla. (T.31.I.7.4-8) (Pág. 729)
(1.5) La ilusión dejará entonces de tener efectos, y aquellos que parecía tener quedarán anulados.
El sistema de pensamiento de la mente será deshecho, junto con sus efectos aparentes —el dolor y el sufrimiento—, cuando yo esté fuera del sueño y no me experimente más a mí mismo como un cuerpo. Recordemos la siguiente aclaración sobre nuestra decisión mental de estar enfermos —el poder de la mente frente a la falta de poder del cuerpo:
(...) la enfermedad es una elección, una decisión. (...) La curación es directamente proporcional al grado de reconocimiento alcanzado con respecto a la falta de valor de la enfermedad. Sólo con decir: "Con esto no gano nada" uno se curaría. Pero antes de uno poder decir esto, es preciso reconocer ciertos hechos. En primer lugar, resulta obvio que las decisiones son algo propio de la mente, no del cuerpo. Si la enfermedad no es más que un enfoque defectuoso de solventar problemas, tiene que ser entonces una decisión. Y si es una decisión, es la mente, y no el cuerpo, la que la toma. (M.5.I.1.4; II.1.1-6) (Pág. 19)
Por lo tanto, al deshacer la causa —la decisión de ser un cuerpo enfermo— deshacemos también el efecto —el síntoma físico (o psicológico).
(1.6) Entonces serás libre, pues la libertad es tu regalo, y ahora puedes recibir el regalo que has dado.
Como veremos en un momento, la libertad de la que habla Jesús es el perdón. Esto me permite liberarte de la prisión de culpa en la cual te puse, al mismo tiempo —porque las mentes están unidas— que yo soy también liberado de la misma prisión. Observa esta declaración similar del Texto:
A todo aquel que perdonas se le concede el poder de perdonarte a ti tus ilusiones. Mediante tu regalo de libertad te liberas tú. (T.29.III.3.12-13) (Pág. 689)
(2.1-3) Condena y te vuelves un prisionero. Perdona y te liberas. Ésta es la ley que rige a la percepción.
Dado que eres parte de mí, cuando te ataco me estoy atacando también a mí mismo y así ambos quedamos prisioneros en la cárcel del odio. Pero cuando elijo soltar el odio te libero también a ti. Es importante recordar que esto no tiene nada que ver con tu experiencia de ti mismo, sino únicamente con cómo te veo yo a ti; una decisión que refleja cómo me veo a mí mismo —condenado o libre:
Lo único que debes perdonar son las ilusiones que has albergado contra tus hermanos. Su realidad no tiene pasado, y lo único que se puede perdonar son las ilusiones. (...) Libera a tus hermanos de la esclavitud de sus ilusiones, perdonándolos por las ilusiones que percibes en ellos. Así aprenderás que has sido perdonado, pues fuiste tú quien les ofreció ilusiones. (T.16.VII.9.2-3; 5-6) (Pág. 388)
(2.4) No es una ley que el conocimiento entienda, pues la libertad es parte del conocimiento.
El conocimiento —el Cielo, Dios, la verdad— no entiende el perdón, ni la necesidad de corrección para poder experimentar la libertad, nuestro estado natural. Nuestra voluntad es parte de la Unicidad de Dios y, por lo tanto, no puede haber pecado de separación que perdonar o deshacer. Pero dentro del sueño existe la necesidad de una percepción verdadera que corrija la percepción falsa del ego basada en el pecado y la culpa. Así que necesitamos el perdón, la salvación y la Expiación —que son uno y lo mismo, como vimos en este pasaje anteriormente citado:
El conocimiento no es el remedio para la percepción falsa, puesto que al proceder de distintos niveles, jamás pueden encontrarse. La única corrección posible para la percepción falsa es la percepción verdadera. (...) La percepción verdadera es un remedio que se conoce por muchos nombres. El perdón, la salvación, la Expiación y la percepción verdadera son todos una misma cosa. Son el comienzo de un proceso cuyo fin es conducir a la Unicidad que los transciende a todos. La percepción verdadera es el medio por el que se salva al mundo de las garras del pecado, pues el pecado no existe. Y esto es lo que la percepción verdadera ve. (C.4.3.1-2, 5-9; cursivas omitidas) (Pág. 92)
(2.5-7) Por lo tanto, condenar es en realidad imposible. Lo que parece ser su influencia y sus efectos jamás tuvieron lugar en absoluto. No obstante, tenemos que lidiar con ellos por un tiempo como si en realidad hubiesen tenido lugar.
Una vez más Jesús nos ofrece sus razones para hablar como si el mundo espacio-temporal del cuerpo fuera real; como si Dios supiera de nosotros en un mundo limitado y hubiese creado al Espíritu Santo para responder a nuestras necesidades; como si tuviésemos que perdonar a alguien externo a nosotros. Dada nuestra experiencia dual, él se ve obligado a dirigirse a nosotros de esa manera, es lo que hablamos de los niveles uno y dos. El primero contrasta la realidad con la ilusión, mientras que el segundo contrasta nuestra experiencia dentro del sueño —contrastando la mentalidad errada con la mentalidad recta [nota del traductor: o sea; el primero discierne entre el conocimiento y la percepción, mientras que el segundo discierne entre la percepción correcta y la percepción errada]. Como hemos visto: "Este curso opera dentro del marco de referencia del ego, pues ahí es donde se necesita" (C.introd.3.1).
(2.8-10) Las ilusiones forjan más ilusiones. Excepto una. Pues el perdón es la ilusión que constituye la respuesta a todas las demás ilusiones.
Jesús indica muchas veces que el perdón es una ilusión. Por lo tanto, ¿cómo podría Dios tener algo que ver con eso? ¿Cómo podría Él habernos dado al Espíritu Santo que nos enseña a perdonar, si Él no sabe de esto? Una vez más, se trata de metáforas o símbolos que reflejan un amor que procede de más allá de ellos. El perdón, sin embargo, es la única ilusión que deshace el resto. No es la verdad, pero despeja el camino a ella porque no se opone a su llegada. Simplemente elimina las barreras que nos impiden el recuerdo de la verdad, la cual siempre ha estado dentro de nosotros. Recordemos este pasaje frecuentemente citado que refleja el discurso de "nivel dos" del Curso:
El perdón, entonces, es una ilusión, pero debido a su propósito, que es el del Espíritu Santo, hay algo en ella que hace que sea diferente. A diferencia de las demás ilusiones, nos aleja del error en vez de acercarnos a él.
Al perdón podría considerársele una clase de ficción feliz: una manera en la que los que no saben pueden salvar la brecha entre su percepción y la verdad. (C.3.1.3-4; 2.1) (Pág. 90)
(3) El perdón desvanece todos los demás sueños, y aunque en sí es un sueño, no da lugar a más sueños. Todas las ilusiones, salvo ésta, no pueden sino multiplicarse de mil en mil. Pero con ésta, a todas las demás les llega su fin. El perdón representa el fin de todos los sueños, ya que es el sueño del despertar. No es en sí la verdad. No obstante, apunta hacia donde ésta se encuentra, y provee dirección con la certeza de Dios Mismo. Es un sueño en el que el Hijo de Dios despierta a su Ser y a su Padre, sabiendo que Ambos son Uno.
El ataque engendra ataque, la culpa promueve culpa; pero el perdón, aunque ilusorio en sí mismo, lleva las ilusiones a su fin en la mente que las eligió pero que ahora elige contra ellas. Podríamos decir, entonces, que el perdón es el mecanismo del sueño feliz, el cual nos ayuda a despertar del sueño en su totalidad, recordando Quién somos como el Hijo eterno de Dios.
Se te ofrece un sueño en el que tu hermano es tu salvador, no tu enemigo acérrimo. Se te ofrece un sueño en el que lo has perdonado por todos sus sueños de muerte: un sueño de esperanza que compartes con él, en vez de los sueños de odio y maldad que sueñas por tu cuenta. (...) Los sueños de perdón son medios para dejar de soñar con un mundo externo a ti. Y conducen finalmente más allá de todo sueño a la paz de la vida eterna. (T.29.V.7.1-2; 8.5-6) (Pág. 693)
(4.1) El perdón es el único camino que te conduce más allá del desastre, del sufrimiento y, finalmente, de la muerte.
Cambiar nuestra mente por medio del perdón es el camino para salir de todo sufrimiento. Ciertamente es el camino, pues únicamente él deshace la culpa que es la fuente del sufrimiento. Al perdonar a nuestros hermanos por lo que ellos no hicieron, demostramos la impotencia del pecado; así nuestro hermano es sanado junto con nosotros, y la muerte es disuelta ante el "clarín que llama a la vida" de la Expiación:
(...) la desesperanza y la muerte no pueden sino desaparecer ante el ancestral clarín que llama a la vida. Esta llamada es mucho más poderosa que las débiles y miserables súplicas de la muerte y la culpabilidad. La ancestral llamada que el Padre le hace a Su Hijo, y el Hijo a los suyos, será la última trompeta que el mundo jamás oirá. Hermano, la muerte no existe. Y aprenderás esto cuando tu único deseo sea mostrarle a tu hermano que él jamás te hirió. Él cree que tiene las manos manchadas de tu sangre, y, por lo tanto, que está condenado. Mas se te ha concedido poder mostrarle, mediante tu curación, que su culpabilidad no es sino la trama de un sueño absurdo. (T.27.II.6.5-11) (Pág. 640)
(4.2) ¿Cómo podría haber otro camino cuando éste es el plan de Dios?
Jesús está hablando metafóricamente. El "plan" de Dios es Él Mismo: el principio de la Expiación que refleja la realidad de la perfecta Unidad de Dios.
(4.3; 5.1) ¿Y por qué combatirlo, oponerse a él, hallarle mil faltas y buscar mil otras alternativas?
¿No sería más sabio alegrarte de tener en tus manos la respuesta a tus problemas?
Vuelve el tema de demostrar que Dios está equivocado y nosotros tenemos razón. Es útil leer con frecuencia líneas como éstas, y ver cómo una parte de nuestras mentes está siempre oponiéndose al "plan" de Dios e intentando demostrar que Él está equivocado. Este plan implica aprender que sentirse tratado de manera injusta es una decisión de la propia mente, no es culpa de otra persona o de la situación o del cuerpo. Así que Jesús nos pregunta que por qué nos opondríamos a este plan, cuando él nos ha mostrado repetidamente que este plan es el único que funciona. Para entender esto, primero debemos entender la estrategia del ego, la cual, al contrario que el plan para la salvación, nos ha negado toda responsabilidad por nuestra infelicidad. Por lo tanto Jesús nos dice: "Por favor, no discutas conmigo diciendo que tú tienes razón y yo me equivoco. Eso no te hará feliz". En otras palabras, cuando nos mostramos reacios a reconocer nuestro error, él dulcemente nos dice una vez más: "Dios piensa de otra manera" (T.23.I.2.7) [aquí usamos la traducción literal de esa cita].
(5.2-3) ¿No sería más inteligente darle gracias a Aquel que te ofrece la salvación y aceptar Su regalo con gratitud? ¿Y no sería muestra de bondad para contigo mismo oír Su Voz y aprender las sencillas lecciones que Él desea enseñarte en lugar de tratar de ignorar Sus palabras y substituirlas por las tuyas?
A lo largo del día, trata de ser tan consciente como sea posible de cómo te esfuerzas en probar que tú tienes razón y Jesús está equivocado, y que este Curso no funciona. En respuesta a la queja de Helen, Jesús le preguntó si había considerado que la razón de que Un Curso de Milagros no funcionara era que ella no había hecho lo que el Curso dice:
Tal vez te quejes de que este curso no es lo suficientemente específico como para poderlo entender y aplicar. Mas tal vez no hayas hecho lo que específicamente propugna. Éste no es un curso de especulación teórica, sino de aplicación práctica. (T.11.VIII.5.1-3) (Pág. 235)
Jesús está diciendo a Helen y a nosotros que tenemos que aceptar la responsabilidad por todo lo que sentimos, y no atribuirlo a otra cosa. Pero antes de que podamos tomar conciencia de nuestras proyecciones, tenemos que ver cuánto discutimos con su verdad [la verdad que Jesús nos enseña] y nos oponemos a ella tanto de maneras sutiles como de maneras no tan sutiles. Así que cada vez que nos sentimos injustamente tratados, o incluso una punzada de dolor, hay un pensamiento en nuestra mente que dice: "Voy a demostrar que el plan de Dios no funciona, y la prueba es mi infelicidad y mi dolor". En un sentido más amplio, nuestra propia existencia es la prueba de que Dios no existe, pues si Él es perfecta Unidad, ¿cómo puedo yo estar existiendo en un cuerpo? Y si yo existo, Su Unidad tiene que haber sido aniquilada. Lo único que todo esto demuestra es el alcance de nuestra locura.
(6.1-3) Sus palabras darán resultado. Sus palabras salvarán. En Sus palabras yace toda la esperanza, bendición y dicha que jamás se pueda encontrar en esta tierra.
En el mundo nunca se encontrará esperanza. Por otra parte, Un Curso de Milagros está lleno de esperanza cuando aceptas que ella se encuentra dentro de tu mente, y no en nada externo. Para encontrar esa esperanza tenemos que elegir en contra de la desesperanza del ego, como Jesús nos recuerda:
No pienses que puedes encontrar la felicidad siguiendo un camino que te aleja de ella. Eso ni tiene sentido ni puede ser la manera de alcanzarla. Tú que piensas que este curso es demasiado difícil de aprender, déjame repetirte que para alcanzar una meta tienes que proceder en dirección a ella, no en dirección contraria. Y todo camino que vaya en dirección contraria te impedirá avanzar hacia la meta que te has propuesto alcanzar. (T.31.IV.7.1-4) (Pág. 738)
Una vez que elegimos contra la desesperanza y la desesperación, recordamos a nuestro Creador y Ser —Sus Pensamientos— y volvemos hacia Él. De modo que la esperanza reemplaza a la desesperación, la bendición a la maldición, y la alegría a todo miedo. Hemos encontrado nuestro camino a casa, tal como se expresa en estas familiares y maravillosas palabras:
¡Él no ha abandonado Sus Pensamientos! Pero tú olvidaste Su Presencia y no recordaste Su Amor. No hay senda en el mundo que te pueda conducir a Él, ni objetivo mundano que pueda ser uno con el Suyo. (...) ¡Él no ha abandonado Sus Pensamientos! Y así como Él no podría separarse de ellos, ellos no pueden excluirlo a Él de sí mismos. Moran unidos a Él, y en Su Unicidad Ambos se conservan intactos [=completos]. No hay camino que pueda alejarte de Él, ni jornada que pueda llevarte más allá de ti mismo. ¡Qué absurdo y descabellado es pensar que puede haber un camino con semejante objetivo! ¿Adónde podría conducir? ¿Y cómo se te podría obligar a recorrerlo sin que tu propia realidad te acompañase? (...) No puedes estar en ningún lugar, excepto donde Él está. Y no hay camino que no conduzca a Él. (T.31.IV.9.1-3; 10; 11.6-7) (Págs. 738 y 739)
(6.4-7) Sus palabras proceden de Dios, y te llegan con el amor del Cielo impreso en ellas. Los que oyen Sus palabras han oído el himno del Cielo. Pues éstas son las palabras en las que todas las demás por fin se funden en una sola. Y al desaparecer ésta, la Palabra de Dios viene a ocupar su lugar, pues entonces será recordada y amada.
A través de la práctica diligente de las enseñanzas de Jesús, el error de la separación es deshecho y aceptamos la Expiación para nosotros mismos. Así la Palabra de Dios reemplaza a todos los pequeños sueños, y el recuerdo de Dios amanece en nuestras mentes conforme le decimos un simple "te amo" a nuestro hermano, que es todos los hermanos, tal como leemos en el temprano poema de Helen, "El saludo":
Di únicamente "te amo" a todas las cosas vivientes,
y ellas te bendecirán
para mantenerte siempre a salvo y siempre seguro
de que perteneces a Dios, y Él a ti.
¿Qué, sino "te amo", podría ser el saludo
de Cristo a Cristo, Quien se da la bienvenida únicamente a Sí Mismo?
¿Y qué eres tú sino el Hijo de Dios,
el Cristo a Quien Él le daría la bienvenida a Sí Mismo?
(The Gifts of God [Los Regalos de Dios], p. 19)
Desde el 7º párrafo hasta el final de la lección encontramos paralelismos con la sección "Pues Ellos han llegado" (T.26.IX); tal vez la profunda belleza de esa sección no sea igualada aquí, pero el lenguaje y algunos de los ritmos de las frases de esta lección son reminiscencias de esa hermosa sección. Además, el tema es el mismo: reemplazar la tierra ensangrentada del odio con el milagro del perdón:
(7.1-2) En este mundo parece haber diversos escondrijos donde la piedad no tiene sentido y el ataque parece estar justificado. Mas todos son uno: un lugar donde la muerte es la ofrenda que se le hace al Hijo de Dios así como a su Padre.
No tenemos que buscar muy lejos para encontrar ejemplos de falta de misericordia en nuestro mundo, y pocos estarían en desacuerdo con que el ataque está muchas veces justificado en vista de la crueldad y la frialdad del mundo. A lo largo de Un Curso de Milagros Jesús nos recuerda que detrás de la experiencia mundana está el pensamiento de muerte del ego. Por difícil que pueda ser de aceptar, estamos realmente conmemorando ese sistema de pensamiento, especialmente cuando nos sentimos tratados injustamente o cuando justificamos el ataque en defensa propia.
(7.3-7) Tal vez pienses que Ellos la han aceptado. Mas si miras de nuevo allí donde antes contemplaste Su sangre, percibirás en su lugar un milagro. ¡Qué absurdo creer que Ellos podían morir! ¡Qué absurdo creer que podías atacar! ¡Qué locura pensar que podías ser condenado y que el santo Hijo de Dios podía morir!
Nosotros tácitamente creemos que el Hijo de Dios y su Padre forman parte de este sueño de muerte, ambos compartiendo por igual su locura —la segunda y tercera ley del caos: Dios está muerto porque yo Le maté para así poder vivir; pero a su vez soy matado por Él como castigo por mi pecado. Esta locura es deshecha cuando miramos con Jesús la locura del ego y la reconocemos como tal. Así que "la tierra ha quedado limpia de toda mancha de sangre" (T.26.IX.4.6), y la sangre del pecado y del odio ha sido reemplazada por el milagro:
Donde antes se alzaba una cruz, se alza ahora el Cristo resucitado, y en Su visión las viejas cicatrices desaparecen. Un milagro inmemorial ha venido a bendecir y a reemplazar una vieja enemistad, cuyo fin era la destrucción. (T.26.IX.8.4-5) (Pág. 632)
(8.1) La quietud de tu Ser permanece impasible y no se ve afectada por semejantes pensamientos ni se percata de ninguna condenación que pudiera requerir perdón.
El Ser está fuera del sueño, totalmente inafectado por nuestras imaginaciones febriles. Recordemos este hermoso pasaje cerca del final del Texto, que describe el Pensamiento del Ser que está más allá del ídolo al que hemos adorado como nuestro ser:
Más allá de todo ídolo se encuentra el Pensamiento que Dios abriga de ti. Este Pensamiento no se ve afectado en modo alguno por la confusión y el terror del mundo, por los sueños de nacimiento y muerte que aquí se tienen, ni por las innumerables formas que el miedo puede adoptar, sino que, sin perturbarse en lo más mínimo, sigue siendo tal como siempre fue. Rodeado de una calma tan absoluta que el estruendo de batallas ni siquiera llega hasta él, dicho Pensamiento descansa en la certeza y en perfecta paz. Tu única realidad se mantiene a salvo en él, completamente inconsciente del mundo que se postra ante ídolos y no conoce a Dios. El Pensamiento que Dios abriga de ti, completamente seguro de su inmutabilidad y de que descansa en su eterno hogar, nunca ha abandonado la Mente de su Creador, al que conoce tal como su Creador sabe que dicho Pensamiento se encuentra en Su Propia Mente. (T.30.III.10) (Pág. 712)
(8.2-3) Pues los sueños, sea cual fuere su clase, son algo ajeno y extraño a la verdad. ¿Y qué otra cosa, sino la verdad, podría contener un Pensamiento que edifica un puente hasta ella misma para transportar las ilusiones al otro lado?
Todos los sueños —tanto los de odio como los de perdón— se desconocen en la verdad, y sin embargo la verdad se refleja en nuestros sueños mediante el principio de la Expiación, que es indicado aquí por la palabra "Pensamiento" con la inicial en mayúscula.
(9.1-4) Nuestras prácticas de hoy consisten en dejar que la libertad venga a establecer su morada en ti. La verdad deposita estas palabras en tu mente, para que puedas encontrar la llave de la luz y permitir que a la obscuridad le llegue su fin:
Sólo mi propia condenación me hace daño.
Sólo mi propio perdón me puede liberar.
Esta es la llave para Un Curso de Milagros, no solo para esta lección. Tanto el problema —nuestra decisión equivocada— como su solución —nuestra decisión de corregir ese error— están en nuestra mente. Una vez más, cuando sientes que el Curso no funcionará para ti y que completarlo es imposible, eso significa que te niegas a aprender lo que enseña, que en esencia es que puesto que todo sucede en la mente, no hay nada fuera de ella. Reconoce cuán ajeno es esto a tu experiencia, pues independientemente de que hayas estudiado este Curso fielmente durante muchos años, esto te seguirá siendo ajeno mientras sigas creyendo que tu existencia es física. La idea, pues, no es negar tu experiencia corporal, sino ser consciente de que esta es la estrategia de tu ego. Al fin y al cabo, estás atrapado únicamente por tu decisión mental de ser un cuerpo, condenado a una vida separada en el infierno.
(9.5-6) No olvides hoy que toda forma de sufrimiento oculta algún pensamiento que niega el perdón. Y que el perdón puede sanar toda forma de dolor.
Esto se remonta a la declaración destacada en la lección 193: "Es cierto que no parece que todo pesar no sea más que una falta de perdón" (L.193.4.1). Aquí Jesús lo repite, en un inglés ligeramente más directo. Todo sufrimiento, independientemente de su forma, oculta un pensamiento despiadado [un pensamiento carente de perdón o contrario al perdón]. Ya hemos visto el siguiente pasaje de Psicoterapia sobre la relación de la enfermedad con la falta de perdón; esta clara afirmación merece ser citada nuevamente:
La enfermedad adopta muchas formas, y lo mismo hace la falta de perdón. Las formas que adopta una no hacen sino reproducir las formas que adopta la otra, pues son la misma ilusión. Tan fielmente la una se traduce a la otra, que un estudio riguroso de la forma que adopta una enfermedad revela claramente la forma de falta de perdón que representa. (P.2.VI.5.1-3) (Pág. 33)
Para reafirmar este punto, todo dolor proviene de la culpa, la cual a su vez proviene de la decisión de la mente. Cuando cambiamos nuestra mente por medio del perdón, somos sanados porque la culpa es deshecha. Por eso Jesús nos enseña tan enfáticamente, como puedes recordar:
(...) entre las numerosas causas que percibías como responsables de tu dolor y sufrimiento, tu culpabilidad no era una de ellas. Ni tampoco eran el dolor y el sufrimiento algo que tú mismo hubieses pedido en modo alguno. Así es como surgieron todas las ilusiones. El que las teje no se da cuenta de que es él mismo quien las urde ni cree que la realidad de éstas dependa de él. Cualquiera que sea su causa, es algo completamente ajeno a él, y su mente no tiene nada que ver con lo que él percibe. (T.27.VII.7.4-8) (Pág. 656)
(10.1) Acepta la única ilusión que proclama que en el Hijo de Dios no hay condenación, y el Cielo será recordado instantáneamente, el mundo quedará olvidado y todas sus absurdas creencias quedarán olvidadas junto con él, conforme la faz de Cristo aparezca por fin sin velo alguno en este sueño de perdón.
Reflejada en estas líneas está lo que me he referido antes como la fórmula del Curso: veo la faz de Cristo en mi hermano, y recuerdo a Dios. Ver la faz de Cristo en los demás —su inocencia— es verla en mí mismo. Esta visión deshace el sistema de pensamiento del ego, dejando a la Palabra de Dios amanecer en mi mente como el recordatorio final de que nunca me fui de la Unidad que es mi hogar. He aquí otro de los "pequeños poemas" de Helen, "La Faz de Cristo", el cual expresa muy bien este tema:
La faz de Cristo es totalmente inocente.
Él nunca se vio en pecado, ni sintió el dolor
de la condenación y el ataque. Sereno
como la creación de Dios, y mantenido con certeza
dentro del círculo dorado del Amor de Dios,
la faz de Cristo nunca ha conocido una lágrima,
ni ha contemplado ilusiones. Suya es la calma
que Dios planeó para Su santo Hijo,
Quien era y es y será solo uno.
(The Gifts of God, p. 11)
(10.2-4) Éste es el regalo que el Espíritu Santo te ofrece de parte de Dios tu Padre. Deja que el día de hoy sea celebrado tanto en la tierra como en tu santo hogar. Sé benévolo con Ambos, al perdonar las ofensas de las que pensaste que Ellos eran culpables, y ve tu inocencia irradiando sobre ti desde la faz de Cristo.
Las palabras "Ambos" y "Ellos" han sido escritas con la inicial en mayúscula porque se refieren al Padre y al Hijo, a Dios y Cristo. Ser benévolo con Ambos significa perdonar a Dios —"(...) el que no fuese Su Voluntad que tú fueses crucificado" (T.24.III.8.13)— y perdonarse a uno mismo. He aquí un pasaje paralelo, de la sección "Pues Ellos han llegado":
¿Sería mucho pedir que tuvieses un poco de confianza en aquel que te trae a Cristo para que todos tus pecados te sean perdonados, sin excluir ni uno solo que todavía quisieras valorar? No olvides que una sola sombra que se interponga entre tu hermano y tú nubla la faz de Cristo y el recuerdo de Dios. ¿E intercambiarías Éstos por un odio inmemorial? El suelo que pisas es tierra santa por razón de Aquellos que, al estar ahí contigo, la han bendecido con Su inocencia y con Su paz. (T.26.IX.2) (Pág. 631)
(11) Ahora el silencio se extiende por todo el mundo. Ahora hay quietud allí donde antes había una frenética avalancha de pensamientos sin sentido. Ahora hay una serena luz sobre la faz de la tierra, que reposa tranquila en un dormir desprovisto de sueños. Y ahora lo único que queda en ella es la Palabra de Dios. Sólo eso puede percibirse por un instante más. Luego, los símbolos pasarán al olvido, y todo lo que jamás creíste haber hecho desaparecerá por completo de la mente que Dios reconoce para siempre como Su único Hijo.
El silencio extendido por todo el mundo refleja el silencio de mi mente, el cual proviene de darme cuenta de que los chillidos estridentes del ego no eran nada. Esta frenética carrera de pensamientos —todo lo que creemos— desaparece en el silencio del "dormir desprovisto de sueños" —el mundo real— al cual nos lleva el perdón suavemente, y luego calladamente nos deja en Dios:
El perdón se desvanece y los símbolos caen en el olvido, y nada que los ojos jamás hayan visto o los oídos escuchado queda ahí para ser percibido. Un poder completamente ilimitado ha venido, no a destruir, sino a recibir lo suyo. (...) Dale la bienvenida al poder que yace más allá del perdón, del mundo de los símbolos y de las limitaciones. Él prefiere simplemente ser, y, por lo tanto, simplemente es. (T.27.III.7.1-2, 8-9) (Pág. 646)
Nos acercamos al final del proceso cuando hemos elegido a Jesús de una vez por todas como nuestro maestro, y hemos soltado el impotente sistema de pensamiento del ego. Permanecemos en el mundo real un instante más y entonces Dios se inclina y nos levanta de vuelta hacia Él. Ya no estamos enredados con símbolos —ni siquiera con el perdón, Jesús y el Espíritu Santo. Lo que había sido simbolizado se vuelve ahora la realidad —el Amor de Dios.
(12.1-5) En él no hay condenación. Es perfecto en su santidad. No necesita pensamientos de misericordia. ¿Qué regalos se le pueden hacer cuando todo es suyo? ¿A quién podría ocurrírsele ofrecer perdón al Hijo de la Impecabilidad Misma, tan semejante a Aquel de Quien es Hijo, que contemplar al Hijo significa dejar de percibir y únicamente conocer al Padre?
Así somos santificados nosotros y nuestro hermano. Vemos nuestra santidad el uno en el otro, al Cristo que nos une como uno, así como somos uno en Dios:
¡Cuán santo debes ser tú, que desde ti la Voz de Dios llama amorosamente a tu hermano para que puedas despertar en él la Voz que contesta tu llamada! ¡Y cuán santo debe ser tu hermano cuando en él reside tu propia salvación, junto con su libertad! Por mucho que lo quieras condenar, Dios mora en él. Pero mientras ataques Su hogar elegido y luches con Su anfitrión, no podrás saber que Dios mora igualmente en ti. Mira a tu hermano con dulzura. Contempla amorosamente a aquel que lleva a Cristo dentro de sí, para que puedas ver su gloria y regocijarte de que el Cielo no esté separado de ti. (T.26.IX.1) (Pág. 631)
(12.6) En esta visión del Hijo, tan fugaz que ni siquiera un instante media entre este singular panorama y la intemporalidad misma, contemplas la visión de ti mismo, y luego desapareces para siempre en Dios.
Este es el Hijo de Dios, cuya mente ha sido sanada. En el mundo real permanecemos solamente un instante, en el que vemos al Hijo como realmente es. Nos volvemos conscientes de su perfecta unidad en el estado libre de pecado que está más allá de la percepción, en el que retorna el conocimiento de Dios. Esto culmina el viaje, ya que el mundo desaparece en la luz del Cielo.
El Cielo se siente agradecido por este regalo que por tanto tiempo le había sido negado. Pues Ellos han venido a congregar a los Suyos. Lo que se había clausurado se abre; lo que se mantenía oculto de la luz se le entrega a ésta para que pueda iluminarlo sin dejar ningún espacio o distancia entre la luz del Cielo y el mundo. (T.26.IX.5) (Pág. 632)
(13.1) Hoy nos aproximamos todavía más al final de todo lo que aún pretende interponerse entre esta visión y nuestra vista.
De modo que Jesús dice: "Este es el final del viaje, hacia el cual te guío. Si realmente deseas alcanzar esta meta y desaparecer dentro de tu Padre, tienes que entregarme todos los pensamientos de especialismo y, sobre todo, tu insistencia en que tienes razón y en que sabes lo que es mejor para ti". Así que perdonamos, y cuando perdonamos totalmente a nuestro hermano traspasamos juntos el último velo —el fin del viaje y el cumplimiento de su santo propósito:
Juntos desapareceremos en la Presencia que se encuentra detrás del velo, no para perdernos sino para encontrarnos a nosotros mismos; no para que se nos vea, sino para que se nos conozca. Y al gozar de conocimiento, no quedará nada sin hacer en el plan de salvación que Dios estableció. Éste es el propósito de la jornada, sin el cual ésta no tendría sentido. He aquí la paz de Dios, que Él te dio para siempre. He aquí el descanso y la quietud que buscas, la razón de la jornada desde su comienzo. El Cielo es el regalo que le debes a tu hermano, la deuda de gratitud que le ofreces al Hijo de Dios como muestra de agradecimiento por lo que él es y por aquello para lo que su Padre lo creó. (T.19.IV.D.i.19) (Pág. 473)
(13.2-6) Nos sentimos dichosos de haber llegado tan lejos, y reconocemos que Aquel que nos trajo hasta aquí no nos abandonará ahora. Pues nos quiere dar hoy el regalo que Dios nos ha dado a través de Él. Éste es el momento de tu liberación. Ha llegado el momento. Ha llegado hoy.
Esto es similar a la conclusión de la sección "Pues Ellos han llegado", en la cual Jesús echa otro vistazo al final del viaje, asegurándonos que nunca estaremos solos mientras seguimos nuestro camino acompañados de nuestro Maestro y Guía. El templo de la sanación llama, y volvemos a casa al fin:
Ahora el templo del Dios viviente ha sido reconstruido de nuevo para ser el anfitrión de Aquel que lo creó. Donde Él mora, Su Hijo mora con Él y nunca están separados. Y dan gracias de que finalmente se les haya dado la bienvenida. Donde antes se alzaba una cruz, se alza ahora el Cristo resucitado, y en Su visión las viejas cicatrices desaparecen. Un milagro inmemorial ha venido a bendecir y a reemplazar una vieja enemistad, cuyo fin era la destrucción. Con dulce gratitud Dios el Padre y el Hijo regresan a lo que es Suyo, y a lo que siempre lo será. Ahora se ha consumado el propósito del Espíritu Santo. Pues Ellos han llegado. ¡Por fin han llegado! (T.26.IX.8) (Pág. 632)
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Fuente: Journey Through the Workbook of a Course in Miracles, de Ken Wapnick.
Índice de capítulos traducidos en este blog, aquí: link-indice.
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