domingo, 17 de septiembre de 2017

Las relaciones especiales y sus mecanismos de proyección e introyección

Nota A: Debido a su extensión, este larguísimo artículo pensaba postearlo dividido en 6 posts, uno por capítulo para que pudiérais leerlo en dosis más llevaderas. Pero al tratar de copiar cada capítulo por separado surgieron pequeños problemas y finalmente he decidido publicar el original, todo entero en un solo post.

Nota B: Para quienes os resulte más cómodo descargándolo en vuestro PC, os dejo el link al artículo en dos formatos: 1) En formato PDF: https://nytz.files.wordpress.com/2017/09/las-relaciones-especiales.pdf 2) En formato ODT: https://nytz.files.wordpress.com/2017/09/las-relaciones-especiales.odt (Tanto en un formato como en el otro, el archivo consta de 54 páginas).

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En este post vamos a hablar de las relaciones especiales y de dos mecanismos opuestos pero complementarios que se despliegan en la relación especial: la proyección y la introyección.

Ya estamos familiarizados con los términos "relación especial" y "proyección", pues son términos que aparecen en Un Curso de Milagros. En cambio, el término "introyección" no aparece con ese nombre en el Curso. Por lo tanto, antes de entrar directamente en materia, vamos a dar una pequeña introducción del término introyección.

La introyección es el mecanismo opuesto de la proyección. Es un término utilizado en psicología. Puesto que el Curso utiliza términos psicológicos como proyección, negación (=represión), etc, el término introyección puede sernos igualmente útil. Y al igual que el uso que hace el Curso de los términos "proyección" y "negación" va mucho más allá del uso que se les da en psicología (pues en psicología son mecanismos de defensa de la mente humana, mientras que en el Curso son mecanismos de defensa de una mente transhumana), aquí vamos también a usar el término "introyección" a la manera del Curso, es decir, a escala de la mente transhumana. Por lo tanto, si hay alguien familiarizado con estos mecanismos dentro de la psicología y llega a leer esto, que tenga en cuenta que aquí los estamos usando de un modo diferente, aunque siga quedando alguna similitud.

La introyección es el mecanismo opuesto de la proyección porque mientras que en la proyección nos descargamos de algo (generalmente de lo que nos molesta: culpa, miedo, etc), en la introyección actuamos en sentido opuesto, succionando de los demás algo (generalmente lo que nos agrada: belleza, apoyo, amor especial, felicidad, etc).

La idea de utilizar el término "introyección" me la ha dado el psicólogo y gran maestro del Curso Ken Wapnick, pues él lo menciona brevemente en su obra Journey Through the Text of A Course in Miracles (en el volumen 2, en su comentario a T.16.V.5), mencionando que es el término que da la psicología para el tipo de pautas de las que está hablando (Ken suele usar para referirse a eso el término "canibalizar": pensamos que la otra persona tiene aquello de lo que carecemos, y entonces tratamos de canibalizarla —entendiéndolo en su sentido psicológico).

Puede ser recomendable leer el comentario que hice a una cita del Texto (T.16.V.2.1-2), pues ahí hablé de la proyección, de la culpabilización, de cómo cuando echamos a alguien la culpa estamos ocultando que a quien en realidad se la echamos inconscientemente es a nuestros padres, y a su vez que la culpabilización que hacemos de nuestros padres oculta lo que simboliza: nuestra culpabilización de Dios, pues en realidad es a Dios a Quien siempre estamos culpando, disimulando esto al simbolizarlo/proyectarlo sobre los demás, en las relaciones especiales entre cuerpos en el mundo. (Finalmente, culpar a Dios significa culparme a mí mismo, pues aunque le echo la culpa a Dios de mi desdicha —por haberme expulsado del Paraíso—, en realidad fui yo mismo —como mente tomadora-de-decisiones— quien me separé —en mi imaginación, pero me lo creí— de Dios).

Dicho comentario no es largo y podéis leerlo aquí: http://concordiayplenitud.foroactivo.com/t75p150-erratas-sugerencias-y-matices-con-respecto-a-la-1-edicion-del-curso-en-espanol#1675  (y si alguna vez falla ese link del foro, podéis leerlo también en el post del blog sobre las erratas/sugerencias de UCDM, pero ahí no va directo al sitio (y es un post muy largo) sino que tendríais que buscar la cita (T.16.V.2.1-2; como van por orden es fácil de encontrar) y leer el comentario que añadí, también aquí: http://hablemosdeucdm.blogspot.com/2017/05/erratas-sugerencias-y-matices-con.html

En cierto modo este artículo es una ampliación más detallada de los temas esbozados en ese comentario sobre la culpabilización/proyección que llevamos a cabo contra Dios.

Y una vez aportados estos elementos introductorios ya podemos entrar en materia:

Las relaciones especiales
La proyección y la introyección

CAPÍTULO 1

Resumiendo muy brevemente lo que pareció dar lugar al mundo de las formas: en el principio estabamos unidos a Dios pero una diminuta y alocada idea nos vino, la cual tomamos seriamente y nos identificamos con ella, dando origen aparentemente a la individualidad (primero a nivel de la mente ontológica). Entonces pensamos junto con el ego: El Cielo no es suficiente para mí... quiero que Dios me ame con un amor especial, como la mente individual y especial que soy. Pero Dios no satisfizo nuestro absurdo ruego. Dios no podría reconocernos como especiales, pues Él no ve lo que no existe: no ve la individualidad, no ve separación, no ve especialismo, puesto que esas ilusiones no existen.

Entonces decidimos separarnos más aún, como diciéndole a Dios: "¿No atiendes mis necesidades? ¡Pues me las apañaré yo solo!". Y nos comprometimos aún más profundamente con el sistema de pensamiento del ego. Y este conflicto con Dios, junto con nuestra sensación de ira, carencia y culpabilidad, lo proyectamos sobre un mundo que tuvimos que fabricar para ello: el mundo de los cuerpos y de las formas. En este mundo de cuerpos y formas es donde representamos de manera simbólica el conflicto original de la mente ontológica del que acabamos de hablar. Y así vemos reflejado en nuestra relación con los objetos, las situaciones y las personas el conflicto original con Dios en la mente ontológica. Así, en el mundo culpamos a diversas personas (ocultando así que en realidad esto es una proyección de haber culpado a Dios en nuestra mente ontológica), o tenemos miedo de determinadas cosas o personas (esto es una proyección de nuestro miedo ontológico de que Dios va a castigarnos por nuestro horrible pecado de la separación), o ponemos esperanza en otras personas, esperando que nos completen (el amor especial, que simboliza nuestro deseo ontológico de que Dios nos ame de un modo especial), etc.

Decidimos separarnos de Dios (porque en el Amor de la Unidad de Dios no había la posibilidad del especialismo/individualidad) y a continuación la situación resulta tan desagradable (sensación de carencia, etc) y sentimos tanta culpa que no tenemos más remedio que desprendernos de ella. Y nos desprendemos de la culpa proyectándola sobre Dios: pensando que no fuimos nosotros quienes decidimos abandonar a Dios, sino que fue Él Quien decidió abandonarnos a nosotros y expulsarnos del Paraíso. Y este conflicto es lo que vemos reflejado en el mundo de mil formas diferentes.

Todas las relaciones especiales entre cuerpos en el mundo son símbolos de la relación especial original que mantenemos con Dios en nuestra mente ontológica dividida.

En nuestras relaciones especiales en el mundo utilizamos dos mecanismos opuestos pero complementarios entre sí: la proyección y la introyección.

La proyección consiste en adjudicarles a los demás lo que no queremos, con el secreto objetivo de reforzar la apariencia de la separación.

La introyección consiste en apropiarnos de algo que parecen poseer los demás, de lo que aparentemente nosotros carecemos, también para reforzar la separación.

Generalmente en la proyección solemos desprendernos de lo que nos desagrada (por ejemplo, nos sentimos culpables pero culpabilizamos a otra persona, o nos odiamos inconscientemente pero ocultamos eso al proyectar nuestro odio sobre otras personas, sin darnos cuenta de que ese odio es en realidad odio hacia uno mismo), mientras que en la introyección lo más habitual es tratar de succionar de otras personas lo que nos agrada (belleza, placer, confort, dinero, seguridad, etc).

Esto es lo habitual la mayoría de las veces en la mayoría de las personas, aunque hay también una minoría de personas con la tendencia contraria: tienden a culpabilizarse más a sí mismas (introyectando la culpa, exonarando a los demás de toda responsabilidad y así percibiendo "inocencia" en los demás y culpabilidad en sí mismas), con lo que tienden a introyectar lo que les desagrada (la culpa) y a proyectar sobre los demás lo que les parece agradable (dignidad, belleza, "inocencia", etc). En cualquier caso, se use de un modo u otro, se trata del mismo truco, con el mismo objetivo de reforzar la creencia en la separación.

En otras palabras, la proyección suele estar relacionada con la relación de odio especial, mientras que la introyección suele estar relacionada con la relación de amor especial. Aunque como decía, en ocasiones es al revés. Lo cual no importa porque se trata de lo mismo: mantener vigente la sensación de separación.

Hay cientos de ejemplos en nuestra vida cotidiana. Forjamos una relación especial porque creemos ser cuerpos desvalidos que necesitan aliarse con otros cuerpos para montar un refugio (la relación especial) donde protegerse de las agresiones del mundo externo. La persona que es nuestra compañera en la relación especial se convierte en nuestro amor especial, del cual esperamos obtener placer, comprensión, cariño, amor, apoyo ante el resto del mundo. El resto del mundo (las relaciones que consideramos aparte de nuestras relaciones de amor especial) nos parece peligroso, potencialmente traidor, una amenaza de la que tenemos miedo y de la que debemos protegernos, ayudados por nuestras relaciones de amor especial. Sin embargo esto nunca llega a funcionar; parece que en esta batalla siempre acaba venciendo el mundo: pues nuestros cuerpos especiales (tanto el nuestro como el de nuestros compañeros en el amor especial) se deterioran, las situaciones nos fallan, etc.

Por si fuera poco, como el amor del ego (el amor especial) es ambivalente, no es constante sino que cambia: la persona que anteriormente nos satisfacía ya no nos satisface, por el motivo que sea (o bien nos deja por otra persona, o bien somos nosotros los que la dejamos porque ha dejado de gustarnos, o bien ella nos niega algunas cosas que queremos, etc).

En el amor especial siempre hay odio implícito, porque incluso en los momentos "buenos", en el fondo sospechamos que en cualquier momento nuestra pareja de amor especial podría dejar de satisfacer alguna de nuestras necesidades especiales, y consiguientemente ante esta sospecha siempre tenemos un odio oculto por nuestros supuestos "amores".

La relación de amor especial puede ser en el ámbito familiar (con nuestros padres o familiares), en el ámbito de las amistades, en el ámbito romántico, incluso con objetos (por ejemplo podemos ser adictos a una sustancia y creer que ingiriendo esa sustancia obtendremos felicidad, por lo que la felicidad que hemos negado en nosotros y proyectado sobre esa sustancia, ahora tratamos de recuperarla al introyectar esa felicidad de vuelta sobre nosotros).

En el ámbito romántico tenemos excelentes ejemplos del funcionamiento de estos mecanismos de la proyección y la introyección. Ponemos nuestra atención en alguien externo (nos enamoramos). Creemos que esta persona posee aquello que puede llenar nuestro inmenso vacío interior: felicidad, belleza, plenitud, etc, o seguridad simbolizada por el dinero que dicha persona tiene, etc. Secretamente creemos (nuestra mente inconsciente cree) que esa persona nos ha robado todo eso que originalmente era nuestro: nuestra felicidad. No estamos dispuestos a asumir que fuimos nosotros (y seguimos haciéndolo constantemente) quienes decidimos rechazar la felicidad, al rechazar el Amor de Dios y Su Unidad. Recordemos: quisimos echarle la culpa de esto a Dios ("Dios me abandonó —y no yo a Él—, dejándome en la miseria"), y posteriormente, a nivel de la proyección del mundo de las formas, echamos la culpa a los demás. Así que culpamos a Dios y luego proyectamos esa culpa en el mundo y en los cuerpos: "Tú eres culpable porque me robaste mi felicidad". Cuando esa persona es el blanco de nuestro odio especial, la atacamos directamente. Pero muchas veces no podemos permitirnos atacar tan directamente, porque incluso a ojos del ego resulta poco creíble que atacar sin "suficiente motivo" sea algo razonable. Entonces recurrimos a la manipulación de las relaciones de amor especial. Por ejemplo, como decíamos, una relación romántica. Ahora esta persona a la que odiamos, nos convencemos de que no la odiamos sino que la amamos: estamos enamorados. De algún modo hemos proyectado sobre esta persona lo que nos gusta, y ahora queremos recuperarlo mediante la introyección: queremos succionar todo lo que podamos de esta persona a la que admiramos o "amamos".

Y comienza el juego de la negociación amorosa: yo te brindaré lo que tú necesitas, y tú me brindarás lo que yo quiero de ti. Esto genera culpa (como veremos más abajo en citas del Curso sobre este mismo tema), porque si nos sentimos interiormente carentes porque hemos proyectado lo bueno (belleza, seguridad, dinero, etc) sobre la otra persona, entonces esto significa que no nos apreciamos a nosotros mismos. Tratamos de obtener algo que consideramos valioso (esta persona de amor especial) a cambio de nosotros mismos que no somos valiosos en nuestra opinión. En otras palabras, a cierto nivel sabemos que estamos engañando al prójimo. El prójimo también está jugando al mismo juego con nosotros, de modo que el resultado es la delicia del ego: ambos acaban sintiéndose culpables a cierto nivel, lo cual garantiza la supervivencia del ego.

Cuando alguien nos gusta románticamente, queremos acercarnos a esta persona. Abrazarla... Olerla... Besarla... ¡El ego se la comería si pudiera!, al menos psicológicamente hablando. Queremos su dinero, su apariencia de confianza, su belleza, su ser... Esto es inconscientemente muy intenso, por lo que no me parece nada exagerado el término que utilizó en ocasiones Ken Wapnick para describir esta dinámica: la canibalización de la otra persona.

En el odio especial proyectamos la culpa sobre otra persona, succionando así (introyectando) su inocencia y así convirtiéndonos en inocentes al precio de la culpabilidad del otro, lo cual refuerza la separación, según el lema del ego de "o tú o yo", o "uno o el otro" (que viene de la mente metafísica cuando le dijimos a Dios: "o Tú o yo").

En el amor especial proyectamos lo que nos gusta sobre la otra persona, quedando nosotros en situación carente o culpable excepto que hagamos algo: o bien echar nuestra culpa a la otra persona, con lo que la relación pasa a convertirse en odio especial, o bien introyectar lo que nos gusta de esa persona, manteniendo la relación de amor especial al tratar de succionar todo lo que podamos de esa persona mientras le ofrecemos lo menos posible (en realidad solo ofrecemos lo que consideramos sin valor). De este modo reforzamos igualmente la separación, pues sigue siendo un "tú o yo": tú eres diferente de mí y ahora me veo obligado a negociar contigo para mendigarte que me devuelvas lo que era originalmente mío por derecho propio.

Entender la dinámica de las relaciones especiales es sumamente útil para profundizar en la práctica del perdón, aceptando la relación santa que nos conduce al reconocimiento del Ser que todos compartimos. En la relación santa ya no hay el conflicto de "o tú o yo", puesto que en ella se reconoce la unidad que todos compartimos. En la relación santa todos vamos a una: "o todos inocentes y felices, o de ningún modo podremos serlo".

Ahora vamos a repasar estos temas tomando como referencia principalmente una serie de citas de uno de los capítulos del Curso que trata extensamente el tema de las relaciones especiales, de hecho, se trata del primer capítulo en el que se habla en profundidad de este tema. El capítulo 16:

No temas examinar la relación de odio especial, pues tu liberación radica en que la examines. Sería imposible no conocer el significado del amor si no fuese por eso. Pues la relación de amor especial, en la que el significado del amor se halla oculto, se emprende solamente para contrarrestar el odio, no para abandonarlo. Tu salvación se perfilará claramente ante tus ojos abiertos a medida que examines esto. No puedes limitar el odio. La relación de amor especial no lo contrarrestará, sino que simplemente lo ocultará donde no puedas verlo. Mas es esencial que lo veas, y que no trates de ocultarlo. Pues el intento de equilibrar el odio con el amor es lo que hace que el amor no tenga ningún significado para ti. No te das cuenta de la magnitud de la ruptura que esto representa. Y hasta que no te des cuenta de ello, no podrás reconocer la existencia de dicha ruptura, y, por lo tanto, no podrá ser subsanada. (T.16.IV.1)

El proceso del perdón requiere que estemos dispuestos a mirar (con la ayuda de Jesús/Espíritu Santo) al ego. El ego es odio/separación. Ese odio puede adoptar la forma de las relaciones de odio especial, donde el odio es obvio. Pero el odio puede también adoptar la forma o disfraz del amor especial, donde parece haber amor pero en realidad no es amor sino una ilusión de amor. Esa apariencia de amor es odio disfrazado. Y el odio jamás podrá brindarnos la plenitud que buscamos:

Pues la ilusión de amor jamás te satisfará, pero la realidad del amor, que te espera al otro lado, te lo dará todo. (T.16.IV.2.6)

La realidad del amor la reconoceremos y experimentaremos cuando mediante el perdón hayamos eliminado los obstáculos que nos la ocultan. Inconscientemente hemos estado apoyando al ego sin saberlo, pero ahora podemos aprender a dejar de creer en el ego, y a deshacerlo mediante el perdón.

La ilusión de amor nunca podrá satisfacernos, no solo porque es fugaz, sino además porque en realidad no es amor, sino sufrimiento y separación (carencia, incompletitud).

La felicidad es completitud, la cual proviene de la actitud de la unión. Por eso la relación de amor especial nunca podrá brindarnos auténtica felicidad, ya que el amor especial va justo en sentido contrario: separa, en vez de unir. Y si la unión es felicidad y plenitud, la separación es carencia y sufrimiento.

El amor especial no es unión sino lo contrario: se basa en la exclusión. "Me uno a ti para defendernos juntos de los demás". "Te amo a ti exclusivamente". "Te quiero más que a nadie en el mundo; nadie es tan maravilloso como tú" (esto se basa en las comparaciones, y el amor nunca las hace).

Es tan fuerte la dinámica de exclusión de la relación de amor especial, que excluimos incluso a la persona especial de la que prometemos estar enamorados: sigue habiendo una clara separación entre "tú y yo", porque al ser cuerpos, la verdadera unión es imposible. Además amamos algunos aspectos de la persona, pero rechazamos otros e incluso exigimos que cambie según nuestra conveniencia ("has ganado algunos kilos... espero que te pongas a dieta, porque me gustabas más antes... así no tendré que abandonarte por alguien mejor, ¿ok?").

No se considera a nadie como un ser completo. Se hace hincapié en el cuerpo, y se le da una importancia especial a ciertas partes de éste, las cuales se usan como baremo de comparación, ya sea para aceptar o para rechazar, y así expresar una forma especial de miedo. (T.18.I.3.6-7)

Y hacer eso es excluir, porque fragmentar (sea a diferentes personas o a diversos aspectos de una sola persona) es excluir:

Fragmentar es excluir (...) (T.18.I.1.6)

Por lo tanto, la relación de amor especial es una relación de exclusión, a pesar de su apariencia superficial de amor. Como diría Ken: la forma parece ser amor, pero el contenido de la relación es realmente odio. Por lo tanto la relación de amor especial es odio disfrazado de amor.

La relación de amor especial es un intento de limitar los efectos destructivos del odio, tratando de encontrar refugio en medio de la tormenta de la culpabilidad. Dicha relación no hace ningún esfuerzo por elevarse por encima de la tormenta hasta encontrar la luz del sol. (T.16.IV.3.1-2)

La relación de amor especial intenta limitar los efectos del odio: me uno a ti para que creemos nuestro nidito de amor, a salvo del mundo cruel de odio que está ahí fuera amenazándonos. Y ponemos nuestra esperanza en ese diminuto refugio que es nuestra relación de amor especial. Ese refugio finalmente nos fallará y será tragado por la tormenta de culpabilidad del mundo, porque tal relación no intenta encontrar la verdadera felicidad de Dios dentro de nosotros, sino que trata simplemente de resistir en el mundo, y en este juego el mundo siempre gana ("la banca siempre gana"): llegan los problemas financieros, o uno de los miembros de la pareja se enamora de otra persona, o surge la enfermedad o la muerte, etc. Cualquier refugio dual acabará produciendo dualidad (conflicto y finalmente deterioro, separación y muerte). El precio de poner nuestras esperanzas en lo cambiante es que finalmente cambiará y quedaremos con el culo al aire, como les pasa a todos los cuerpos tarde o temprano.

Por el contrario, hace hincapié en la culpabilidad que se encuentra fuera del refugio, intentando construir barricadas contra ella a fin de mantenerte a salvo tras ellas. (T.16.IV.3.3)

Proyectamos la culpabilidad fuera del refugio, es decir, pensamos que la amenaza está fuera en el mundo, y que nuestra felicidad y estabilidad se encuentran dentro de la relación de amor especial. Aunque esto es una creencia falsa, mientras la creemos parece aliviarnos un poco, hasta que finalmente las cosas fallan y nos decepcionamos.

La relación de amor especial no se percibe como algo con valor intrínseco, sino como un enclave de seguridad desde donde es posible separarse del odio y mantenerlo alejado. (T.16.IV.3.4)

Por ejemplo, estoy contigo no porque me parezcas pleno y perfecto (solo Dios es plenitud y perfección), sino porque sin ti me sentiría solo, inseguro y más amenazado por el mundo. En otras palabras: "Te utilizo para sentirme bien, no porque realmente seas valioso por ti mismo".

La otra persona envuelta en esta relación de amor especial es aceptable siempre y cuando se ajuste a ese propósito. (T.16.IV.3.5)

Ejemplo: "Mientras me des lo que necesito de ti (dinero, amor, elogios, cariño, etc) estaré contento y seguiré contigo". Pero si no... pasa lo que se describe a continuación:

El odio puede hacer acto de presencia, y de hecho se le da la bienvenida en ciertos aspectos de la relación, pero la relación se mantiene viva gracias a la ilusión de amor. Si ésta desaparece, la relación se rompe o se vuelve insatisfactoria debido a la desilusión. (T.16.IV.3.6-7)

Es decir, se vive la relación como una negociación o intercambio: tú cedes en esto y yo cederé en aquello; tú me das esto que me gusta, y yo tal vez te dé tal otra cosa que te gusta a ti. La pareja de amor especial nos concede algunas cosas y la "amamos", mientras que nos niega otras y la odiamos. Mientras los puntos "positivos" nos sumen más que los "negativos" en nuestra cuenta egocéntrica, mantendremos la relación (por ejemplo, hoy vemos esta película que te gusta y mañana me dejas ver el fútbol; o si me das sexo esta noche, el domingo te acompañaré al cumpleaños de esa amiga tuya que detesto tanto). Cuando los negativos suman más que los positivos, la relación corre el peligro de romperse, pues el ego busca su propio beneficio y no le importa realmente nadie más.

El amor no es una ilusión. Es un hecho. Si ha habido desilusión es porque realmente nunca hubo amor, sino odio, pues el odio es una ilusión y lo que puede cambiar nunca pudo ser amor. (T.16.IV.4.1-4)

Si hay divorcio o desavenencias, si miramos honestamente descubriremos que en realidad nunca hubo verdadero amor. Simplemente ambos miembros de la relación buscaban obtener satisfacciones uno del otro, y cuando las cuentas no cuadran, surgen los resentimientos, el odio e incluso puede romperse la relación. Y en ningún momento llegamos a darnos cuenta de que todo eso que parece poner a prueba nuestros nervios y nuestra paciencia, no nos lo hace la otra persona, sino que lo hemos elegido nosotros al rechazar a Dios que es nuestro Ser. Vemos el problema en la otra persona porque hemos proyectado ese conflicto ontológico sobre ella.

No cabe duda de que los que eligen a algunas personas como pareja en cualquier aspecto de la vida, y se valen de ellas para cualquier propósito que no desean compartir con nadie, están tratando de vivir con culpabilidad en vez de morir de ella. Éstas son las únicas alternativas que ven. (T.16.IV.4.5-6)

No vemos más alternativas que esas: o nos arriesgamos a estar solos y así a que el mundo nos aplaste ("morir de culpabilidad"), o nos aliamos con alguien en una relación de amor especial para así no estar solos y sentirnos más protegidos del cruel y caótico mundo ("vivir con culpabilidad", ya que la relación especial es culpa disfrazada de amor, y uno acaba sintiéndose culpable y experimentando las diversas formas y efectos de la culpa).

Elegir a una persona y hacerla especial excluyendo a los demás (comparándolos y considerando que nuestra pareja es "mejor"), al ser excluir, es separar, y por lo tanto es culpa y carencia. No podemos alimentar la separación del amor especial y esperar experimentar lo opuesto: unión y verdadero amor.

Evidentemente, a nivel de la forma no podemos estar con todos los cuerpos del mundo a la vez. Solo tenemos dos padres, una pareja, algunos amigos, etc. Pero la enseñanza del Curso se refiere siempre al contenido (nuestra actitud interior), no a la forma (nuestro comportamiento). No tenemos que estar con todos; de hecho hay personas por las que podemos sentir preferencia. Pero sentir predilección por alguien en la forma no nos obliga a excluir a los demás a nivel del contenido: es decir, podemos casarnos con la persona que nos gusta o amar y atender a nuestros padres o hijos, y al mismo tiempo reconocer que todas las demás personas, aunque no estemos con ellas, son igual de valiosas que nuestra pareja y que nuestros padres y familiares, porque la vida esencial de todos es la misma: espíritu, donde todos somos un mismo Ser de valor infinito. Igualmente con los objetos: por ejemplo, podemos preferir las naranjas a las manzanas, pero eso no significa que unas sean intrínsecamente mejores que las otras, pues ambas son lo mismo: a nivel de la forma, son igualmente átomos; y a nivel del Cielo o de la verdadera Esencia, todos somos Uno. En el mundo vemos reflejos separados, pero tras los reflejos hay una única mente, y tras ella, la Mente de Dios, o Cielo de la Unidad.

Para ellos el amor es sólo un escape de la muerte. (T.16.IV.4.7)

Como hemos dicho, el frágil y minúsculo refugio de la relación de amor especial es solo una defensa temporal contra la supuesta crueldad del mundo. Mediante esa relación tratamos de sobrevivir; de protegernos de la muerte. El mundo ("lo otro") está en conflicto con nosotros (pues esto es dualidad) y por lo tanto supone una amenaza de muerte: todos creen inconscientemente que yo (los demás) le he robado, y yo creo inconscientemente que los demás me han robado. Hay odio inconsciente o consciente. Creo que los demás me han robado y los odio. A otro nivel creo que yo les robé a ellos (pues yo —el tomador de decisiones— elegí separarme de Dios y al hacerlo fastidié la felicidad de todos mis hermanos —aunque en realidad ellos eligieron lo mismo conmigo). Y si creo que les robé a ellos, también temo que ellos estén planeando atacarme para recuperar lo que les robé, igual que yo robaré todo lo que pueda de ellos. Pues todo el mundo desea ser feliz, y si se está en dualidad, se cree inconscientemente que solo es posible ser feliz a expensas de los demás. Y esto es la guerra y la muerte.

Lo buscan (el amor mencionado en la frase anterior) desesperadamente, pero no en la paz en la que él gustosamente vendría hasta ellos quedamente. (T.16.IV.4.8)

Buscamos desesperadamente el amor, pero no lo buscamos donde está (en la relación santa, en el perdón, en la verdad de la igualdad y de la unión, en la paz interior), sino que lo buscamos en la mentira de la relación de amor especial. Y claro, como ese amor es mentira, al final siempre pasa lo que pasa:

Y cuando descubren que el miedo a la muerte se cierne todavía sobre ellos, la ilusión de que la relación de amor especial es lo que no es se desvanece. (T.16.IV.4.9)

Es decir, que tarde o temprano nuestros planes fallan, nuestra relación falla y nos decepcionamos y desanimamos. Entonces no tenemos más remedio que reconocer que las cosas no eran como creíamos. La relación de amor especial se evidencia que no era un refugio tan fiable como pensábamos. El mundo nos ha atacado con éxito y la relación nos ha fallado: o alguien/algo nos ha perjudicado, o surge la enfermedad, algún problema, o muere la pareja, o muero yo, etc.

Y cuando la relación nos ha fallado claramente y queda desmantelada, volvemos a sentirnos a la intemperie a merced del cruel mundo que desde el principio estaba buscando la oportunidad de atacarnos:

Cuando se desmantelan las barricadas contra el miedo, éste se abalanza adentro y el odio triunfa. (T.16.IV.4.10)

En definitiva, que nos sentimos solos, carentes y víctimas del mundo, que recordemos, eso es la proyección de sentirnos víctimas de Dios. En el fondo siempre estamos acusando a Dios de victimizarnos, y por eso debemos perdonar a Dios y sus símbolos (a Jesús, las religiones, etc), perdonándolos por lo que no nos han hecho (una cosa es lo que imaginamos, y otra la realidad: nadie nos ha hecho nada y de hecho seguimos estando en el Cielo, aunque ahora somos inconscientes de ello). Esa dinámica se describe como que "el odio triunfa" porque es el triunfo del ego: sentirnos víctimas, separados, solos, carentes y llenos de miedo y sufrimiento.

No hay tal cosa como triunfos de amor. Sólo el odio está interesado en el "triunfo del amor". (T.16.IV.5.1-2)

El verdadero amor no triunfa porque no ataca: simplemente es. Lo que es eterno e inmutable no necesita defenderse ni por tanto atacar, porque sabe que no está en peligro. Lo que es completo no necesita atacar para completarse. Lo que es Todo no teme nada porque no hay nada aparte del Todo.

Solo el odio (el ego, el individuo separado) está interesado en triunfar, porque se percibe a sí mismo como frágil y carente. Al percibirse carente, cree necesitar atacar para completarse, recuperando lo que le debe haber sido robado. Solo el odio (el ego) busca el triunfo del "amor": tiene la esperanza de que su relación de amor especial triunfe contra el mundo.

La ilusión de amor puede triunfar sobre la ilusión de odio, pero siempre a costa de convertirlas a las dos en ilusiones. Mientras perdure la ilusión de odio, el amor será una ilusión para ti. Por lo tanto, la única elección que te queda entonces es cuál de las dos ilusiones prefieres. (T.16.IV.5.3-5)

Parafraseando esa parte: La ilusión de amor (la relación de amor especial) puede triunfar sobre la ilusión de odio (el mundo; otras personas con las que nos sentimos en conflicto). Mientras odiemos a alguien o algo en el mundo, el verdadero amor será una ilusión para nosotros. Y si solamente vemos esos dos equipos ("nosotros contra ellos", "nuestro nido de amor especial frente al mundo", "la victoria  o derrota de mi equipo preferido de fútbol contra el equipo contrario"... "o tú o yo; o nosotros o ellos"... "o mi país o el tuyo"... "mi grupo es mejor que el tuyo", "mi coche es mejor", "mis ideas son lo mejor", etc), si solo vemos dos bandos en oposición, el mío (amor especial) y el caos (los diversos conflictos de odio especial), nos parecerá que solamente tenemos dos opciones posibles: 1) La relación especial (que es una guerra disfrazada). 2) La guerra (el odio especial: yo contra el mundo; "mata o muere").

En la elección entre la verdad y la ilusión no hay conflicto. Si se viesen desde este punto de vista, nadie tendría dudas acerca de cuál elegir. Mas el conflicto se manifiesta en el instante en que la elección parece ser entre ilusiones, si bien esta elección es intranscendente. Cuando una alternativa es tan peligrosa como la otra, la decisión tiene que ser una de desesperación. (T.16.IV.5.6-9)

Es decir, que elegir como lo solemos hacer en el mundo (desde el ego) es un caos, porque todos salimos perdiendo elijamos la alternativa que elijamos. Da igual que mi equipo preferido de fútbol gane (relación de amor especial con el fútbol) o pierda (relación de odio especial), pues en ambos casos, si sigo separado identificándome con el individuo limitado, estaré en sufrimiento, e incluso si mi equipo gana 20 partidos seguidos seguiré sin gozar de la verdadera plenitud.

Pero si descubrimos las verdaderas alternativas, verdad o ilusión, entonces sí podemos elegir algo que sí nos traiga paz y salvación: podemos elegir la verdad.

En la práctica siempre se trata de elegir entre el conflicto o el perdón; entre juzgar o aceptar; entre los resentimientos y la paz; entre la relación especial y la relación santa. Elijamos siempre el perdón y veremos cómo todos nuestros problemas se deshacen inmediatamente porque son ilusorios.

Tu tarea no es ir en busca del amor, sino simplemente buscar y encontrar todas las barreras dentro de ti que has levantado contra él. (T.16.IV.6.1)

Es decir, que mi tarea es únicamente practicar el perdón. Si practicamos el perdón, el verdadero amor (la verdad) brotará espontáneamente en nuestra conciencia. Pues cuando el ego haya quedado completamente disuelto mediante el perdón, ya no habrá obstáculos para la paz/amor/verdad.

No es necesario que busques lo que es verdad, pero sí es necesario que busques todo lo que es falso. (T.16.IV.6.2)

Se refiere a cómo se practica el perdón: no es necesario que tratemos de acceder directamente a la verdad (porque de momento es inconsciente para nosotros por haberla negado), sino que debemos dirigir nuestra atención hacia aquello de lo que sí somos conscientes: nuestros conflictos en el mundo, nuestros resentimientos, las interacciones de nuestros cuerpos, nuestros juicios, nuestra ausencia de paz, etc). Y entonces, comprendiendo que lo que percibimos en el mundo es el símbolo o proyección de lo que hemos reprimido en nuestra mente (la creencia en la separación con la culpa que genera dicha creencia, y tras ella nuestro verdadero Ser, el Cielo de la Unidad de Dios). Al ser el mundo un símbolo de lo interno de nuestra mente, podemos aprender a reconocer lo que reflejan dichos símbolos: algunos pueden reflejar la Verdad de nuestro Ser (simbolizada en el mundo por la relación santa), mientras que otros símbolos reflejan la culpa ontológica por la creencia en la separación que sigue oculta en nuestra mente inconsciente, todo lo cual se simboliza en el mundo como cuerpos en conflicto, problemas o, en definitiva, las relaciones especiales en general, ya sean de amor especial o de odio especial.

Al perdonar los símbolos de especialismo (que reflejan la culpa ontológica por la creencia ontológica en la separación), el Espíritu Santo limpia lo que proyecta esos símbolos (nuestras falsas creencias en la mente inconsciente) y así abrimos la puerta a la verdad, la paz y el amor. No necesitamos buscar directamente la verdad porque somos inconscientes de ella, pero sí podemos acceder a ella al eliminar el muro ilusorio que parece nos la tapa: al perdonar los falsos símbolos que percibimos en el mundo, la verdad finalmente se revela por sí misma. Sin que tengamos que buscarla directamente, pues Ella Misma nos busca y encuentra a nosotros (en realidad ya está aquí esperando a que abramos nuestros ojos mediante el perdón). Como dice el Curso unos capítulos antes: «La realidad te buscará y te encontrará cuando satisfagas sus condiciones» (T.8.IX.2.5).

Pero volvamos a nuestro capítulo 16 del Texto:

Toda ilusión es una ilusión de miedo, sea cual fuere la forma en que se manifieste. Y el intento de escapar de una ilusión refugiándote en otra no puede sino fracasar. (T.16.IV.6.3-4)

Podemos creer que solo el mundo nos da miedo y en cambio que nuestra relación de amor especial nos aporta paz y seguridad, pero toda ilusión es una ilusión de miedo y nuestra relación de amor especial no es una excepción: se basa en la separación y no puede brindarnos plenitud. Y sin plenitud tiene que haber carencia y miedo.

Tratar de escaparnos del mundo refugiándonos en el amor especial es huir de una ilusión refugiándonos en otra. Pero como la relación de amor especial es también una ilusión, finalmente nos fallara. Todo lo ilusorio es temporal y finalmente insatisfactorio.

Si buscas amor fuera de ti, puedes estar seguro de que estás percibiendo odio dentro de ti y de que ello te da miedo. Pero la paz nunca procederá de la ilusión de amor, sino sólo de la realidad de éste. (T.16.IV.6.5-6)

Si buscamos amor externo (relación de amor especial), esto significa que nos estamos identificando con un ser incompleto, y por lo tanto nunca encontraremos la plenitud o la paz. Solo nuestro verdadero Ser nos ofrece paz duradera (de hecho eterna) y plenitud total que nunca se acaba. Pero si en vez de buscar nuestro propio Ser en nuestro interior, buscamos la felicidad o amor fuera, eso significa que hemos juzgado que dentro no tenemos lo que buscamos, y por lo tanto que somos indignos y sin valor. Y eso implica que nos odiamos a nosotros mismos. Nos menospreciamos.Y nos engañamos al creer que encontraremos fuera lo que hemos negado tener en nuestra propia mente.

Esto, por cierto, me recuerda la sección "No busques fuera de ti mismo" (T.29.VII) (es muy recomendable leerla entera) que dice cosas como:

No busques fuera de ti mismo. Pues será en vano y llorarás cada vez que un ídolo se desmorone. El Cielo no se puede encontrar donde no está, ni es posible hallar paz en ningún otro lugar excepto en él. (T.29.VII.1.1-3)

Y toda relación de amor especial es un ídolo que tarde o temprano se desmoronará. Pero volvamos al capítulo 16 del Texto con las citas que estábamos comentando:

Reconoce esto ((que la relación de amor especial nunca nos dará paz, sino que solo el verdadero amor —la verdad— brinda paz)), pues es verdad, y la verdad tiene que ser reconocida para que se pueda distinguir de la ilusión: la relación de amor especial es un intento de llevar amor a la separación. Y como tal, no es más que un intento de llevar amor al miedo y de hacer que sea real en él. La relación de amor especial, que viola totalmente la única condición del amor, quiere realizar lo imposible. ¿Cómo iba a poder hacer eso salvo en ilusiones? (T.16.IV.7.1-4)

La relación de amor especial es un intento de traer la verdad al mundo, en vez de lo que nos recomienda el Curso: llevar el mundo (nuestras creencias) ante la verdad. Porque en la relación de amor especial se niega el verdadero amor, y en vez de desapegarnos del mundo y buscar el verdadero amor en nuestra mente, dicha relación nos mantiene apegados al mundo intentando consolarnos con su defectuosa imitación del amor: el amor especial. Y al hacer eso estamos eligiendo las ilusiones y por lo tanto el sufrimiento.

La relación de amor especial "viola totalmente la única condición del amor" debido a que el amor es unión omniabarcadora (es decir, universal: se ama a todos por igual sin excepción, sin límites, de manera total) mientras que el amor especial es separación, limitación y exclusión: se ama a unos más que a otros y se acepta a algunos en menosprecio de otros.

El Cielo aguarda silenciosamente, y tus creaciones extienden sus manos para ayudarte a cruzar y para que les des la bienvenida. Pues son ellas lo que andas buscando. Lo único que buscas es tu compleción, y son ellas las que te completan. La relación de amor especial no es más que un pobre substituto de lo que en verdad —y no en ilusiones— te completa. (T.16.IV.8.1-4)

Lo de las creaciones extendiendo sus manos para ayudarnos a cruzar es una bella metáfora para asegurarnos que estamos acompañados y repletos de apoyo (el Espíritu Santo en nuestra mente recta), pues las creaciones no son formas sino que están en el Cielo, en Unidad con Dios nuestro Ser.

Lo que esas frases nos dicen, en resumen, es que lo que de verdad estamos buscando es la verdad (nuestro propio Ser), y que las ilusiones son defectuosas imitaciones que jamás nos darán la verdadera felicidad.

Ninguna clase de especialismo te puede ofrecer lo que Dios ha dado, y lo que tú das junto con Él. (T.16.IV.8.7)

Ningún especialismo (por ejemplo relaciones de amor especial) nos dará la felicidad que nos ofrece la relación santa (el perdón o mentalidad recta), la cual a su vez nos conducirá al conocimiento: la suprema felicidad que sí tenemos a nuestra constante disposición en Dios —nuestro verdadero Ser.

Lo que das "junto con Él" es, a nivel del mundo el perdón (al dar el perdón, reconocemos estar perdonados), y a nivel de la Verdad Absoluta damos y recibimos (compartimos) nuestro propio Ser, pues hay Unidad Total.

En otras palabras: ningún especialismo puede ofrecerte la felicidad que te da el perdón o relación santa. Además, la felicidad que viene del perdón nos conduce a la eterna Felicidad de Dios.

O como se dice un poco después en esa misma sección:

El puente que conduce a la unión contigo mismo conduce inevitablemente al conocimiento. (T.16.IV.10.1)

Ese puente es la relación santa y el perdón.

Aquí no he hablado mucho de la relación santa, pues eso daría para otro enorme post y aquí estamos concentrándonos en comentar aspectos de la relación especial. Pero brevemente, la relación santa es la que establecemos desde una perspectiva de mentalidad recta. Es decir, la misma relación especial que teníamos, al perdonarla (al verla con la percepción verdadera de Jesús/Espíritu Santo de unión e inocencia) se convierte en una relación santa. Mientras que la relación especial es excluyente y limitadora, la relación santa abraza a todos y no excluye a nadie. Incluso si en un momento dado estamos con una sola persona, esa persona simboliza para nosotros el amor total que sentimos por ella y por todas las demás: en esa persona reconocemos a todas las demás, pues todos somos uno. Incluso si estamos aparentemente "a solas", podemos convertir la relación especial con nuestro cuerpo o pensamientos en una relación santa de perdón y amor universal.

Lo único que necesitamos para experimentar la relación santa o mentalidad recta es preferir la verdad en vez de las ilusiones:

Lo único que necesitas para descorrer ese velo que tan negro y tupido parece (la carencia, el conflicto, la separación, el especialismo), es valorar la verdad por encima de cualquier fantasía y no estar dispuesto en modo alguno a conformarte con ilusiones en lugar de la verdad. (T.16.IV.10.4)

No te conformes con la relación especial. Elige en vez de eso cambiar de mentalidad (la relación santa; el perdón).

¿No te gustaría poder pasar del miedo al amor? (T.16.IV.11.1)

Esa frase se comenta por sí misma. Y estamos respondiendo que sí a esa pregunta cada vez que practicamos el perdón, cada vez que renunciamos a los resentimientos y elegimos la paz.

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CAPÍTULO 2

Pasemos a la siguiente sección del Texto para así centrarnos de nuevo en las relaciones especiales y sus mecanismos:

Cuando se examina la relación especial, es necesario antes que nada darse cuenta de que comporta mucho dolor. Tanto la ansiedad como la desesperación, la culpabilidad y el ataque están presentes, intercalados con períodos en que parecen haber desaparecido. Es esencial que todos estos estados se vean tal como realmente son. (T.16.V.1.1-3)

Independientemente de que se trate de una relación de odio especial o que sea de amor especial, en ambas hay altibajos, momentos eufóricos y momentos nefastos. Por ejemplo, si se trata de odio especial, podemos sentir euforia ante una victoria (incluso en la guerra física, cuando nuestro bando gana una batalla), pero esa "victoria" incluye mucho dolor en ambos bandos. Y además están las derrotas; y los momentos de tregua que llamamos "paz" son temporales y muy fugaces, y no están exentos del dolor de seguir sin reconocer la plenitud de nuestro Ser, aunque la tregua en una guerra nos parezca que no es dolor en comparación con la guerra en sí.

Si se trata de amor especial, podemos sentir euforia cuando nuestras necesidades especiales se satisfacen, y sentir decepción cuando se nos niegan. Por lo tanto, hay también altibajos, y si miramos con atención veremos que hay dolor en esos altibajos, tanto en los "altis" como en los "bajos", porque en ninguno hemos alcanzado la plenitud infinita y eterna de nuestro Ser.

Sea cual fuere la forma en que se manifiesten (odio especial o amor especial, por ejemplo), son siempre un ataque contra el ser para culpabilizar al otro. (T.16.V.1.4)

En la relación de odio especial es obvia la culpabilización del prójimo. En la relación de amor especial no es tan obvia, pero ya dijimos que tras ese amor se oculta un resentimiento por supuestamente haber sido robados, y ese resentimiento oculta el resentimiento contra nuestros padres y finalmente contra Dios por habernos colocado en esta limitante situación, con intención claramente de castigarnos, piensa el ego.

Esto nos lleva a una cita (T.16.V.2.1-2) que ya comenté un poco más extensamente en el link que di al principio de este post, por lo que ahora la comentaré más brevemente:

Dicho llanamente, el intento de culpabilizar a otro va siempre dirigido contra Dios, pues el ego quiere que creas que Dios, y sólo Él, es culpable, al haber dejado a la Filiación vulnerable al ataque y sin ninguna protección contra él. (T.16.V.2.1-2)

Siempre estamos culpando a Dios de manera inconsciente. Al final la culpa siempre se la estamos echando a Dios porque nos negamos a reconocer que la decisión de creer en la separación fue nuestra y que con la misma facilidad podemos elegir dejar de creer en ella. La separación no tiene poder porque es solo una creencia que mantenemos vigente, y en cuanto dejamos de creer en ella desaparece. La culpa no es de Dios. Ni siquiera nuestra, puesto que la separación no es un hecho, sino una simple imaginación: una creencia. Pero sí tenemos la responsabilidad de elegir dejar de creer en esta creencia (esto se consigue gradualmente mediante la práctica del perdón), pues la felicidad no se nos puede imponer desde fuera, ya que no existe nada fuera de nosotros. En realidad lo único que hay es felicidad, y eso es lo que experimentaremos en cuanto decidamos dejar de jugar a fingir que hemos perdido nuestra felicidad. La felicidad es nuestro Ser y no se puede perder. El perdón nos demostrará que esto es cierto.

La relación de amor especial es el arma principal del ego para impedir que llegues al Cielo. No parece ser un arma, pero si examinases cuánto la valoras y por qué, te darías cuenta de que lo es. (T.16.V.2.3-4)

El arma del ego para evitar la verdad/unidad es recurrir a la ilusión/separación. Y la relación especial sirve para reforzar la separación. La relación de odio especial es más fácil de descubrir, pero la relación de amor especial es un arma más potente del ego porque con ella es más fácil engañarnos, pues creemos que esa relación realmente es amorosa, sin darnos cuenta de que es limitadora y por lo tanto no es más que odio disfrazado como si fuera amor. Por eso al principio del siguiente párrafo se dice que tal relación es el regalo estrella del ego... un regalo ciertamente envenenado:

La relación de amor especial es el regalo más ostentoso del ego y el que mayor atractivo tiene para aquellos que no están dispuestos a renunciar a la culpabilidad. (T.16.V.3.1)

Es un regalo envenenado porque es un caballo de Troya: se presenta en forma benigna de amor, pero en realidad es una traición para engañarnos a seguir reforzando la separación. Y como dice esa cita al final de la frase, en realidad este engaño es un autoengaño, pues nada externo a nosotros puede engañarnos, ya que no existe nada externo a nosotros. Por lo tanto es un autoengaño: como inconscientemente no queremos renunciar a la culpabilidad (porque no queremos volver a Dios, porque preferimos mantener nuestra individualidad, aunque eso acarree culpabilidad), entonces elegimos autoengañarnos de muchos modos diferentes, siendo uno de ellos el amor especial.

Aquí es donde más claramente se puede ver la "dinámica" del ego, pues, contando con la atracción de su ofrenda, las fantasías que se centran sobre la relación de amor especial son con frecuencia muy evidentes. Normalmente se consideran aceptables, e incluso naturales. Nadie considera raro amar y odiar al mismo tiempo, y aun los que creen que odiar es un pecado, simplemente se sienten culpables por ello, pero no hacen nada por corregirlo. (T.16.V.3.2-4)

La cita escribe con comillas la palabra "dinámica" porque una dinámica es algo que expresa cierto poder/realidad, pero el ego no tiene realmente ningún poder ni realidad. Por lo tanto la "dinámica" del ego no es más que una apariencia de dinámica. De ahí las comillas.

La cita dice que las fantasías basadas en el amor especial son muy evidentes, y no hay más que mirar al mundo o ver las películas para ver que efectivamente es así. Tanto el mundo como el cine nos venden el "amor especial" como lo más de lo más, en el caso del cine expresado muy frecuentemente mediante historias de amor romántico. Ese tipo de amor especial, que es limitado porque es exclusivo ("te amaré solo a ti..."), es el tipo de relación que el mundo considera normal y natural. "Nadie considera raro amar y odiar al mismo tiempo": un ejemplo, a nadie le extraña que en las parejas haya ocasionales discusiones, ni tampoco se considera raro que uno ame a su pareja más que a las demás personas. En las relaciones románticas y en los matrimonios se supone que es normal que haya "amor" y al mismo tiempo discusiones, a veces incluso gritándose enfadados uno al otro. Quien no discute y se enfada de vez en cuando es que no tiene personalidad, dice el ego. Y en efecto, el ego tiene mucho miedo de perder la personalidad/individualidad, así que se aferra a las discusiones y a los resentimientos, y no solo en las relaciones de odio especial, sino incluso ocasionalmente también en las de amor especial.

Por eso "nadie considera raro amar y odiar al mismo tiempo". Se las llama a veces relaciones de amor/odio. Y como dice la cita, incluso quienes piensan que odiar está mal (que "odiar es un pecado"), aún así no intentan salir de la trampa, sino que se conforman con sentirse culpables. Y no se intenta salir de la trampa porque se piensa que el odio es normal en una relación; al menos el odio disificado en dosis soportables que no rompan la relación.

Esto es lo que es "normal" en la separación, y aquellos que aprenden que no es normal en absoluto, parecen ser los que no son normales. Pues este mundo es lo opuesto al Cielo, al haber sido concebido para ser su opuesto, y todas las cosas aquí son exactamente lo opuesto a la verdad. En el Cielo, donde el significado del amor se conoce perfectamente, el amor es lo mismo que la unión. Aquí, donde en lugar del amor se acepta la ilusión de amor, el amor se percibe como separación y exclusión. (T.16.V.3.5-8)

En la primera de esas frases aparece tres veces la palabra "normal", que podría expresarse también con la palabra "natural", puesto que en inglés se emplea la palabra "natural" las 3 veces. Lo menciono únicamente por un motivo: las comillas de la primera vez que se meciona esa palabra en la cita, cantan un poco (el mensaje sería más fluido sin esas comillas). En cambio, si utilizamos la palabra natural, como en inglés, entonces sí viene mejor incluir esas comillas. Ya que la mentalidad errada es lo normal en el mundo del ego, pero nunca podemos decir que sea natural (porque solo lo real es verdaderamente natural), aunque sí podemos decir que es lo "natural" (con comillas) en el mundo del ego.

Se dice, en definitiva, que en este mundo lo normal es aceptar las ilusiones (relaciones de amor/odio, etc), y quienes piensan que el verdadero amor no puede mezclarse con odio son considerados como anormales. En el mundo no es normal pensar que el amor ha de ser igual hacia todos o de lo contrario no es amor. Lo normal en el mundo es el amor especial, que es limitado y exclusivo (se ama a unos más, a otros menos, a otros se les odia), y el ego se sentiría horrorizado de que alguien le dijera "te amo igual que a todos los demás", en vez de decirle "te amo más que a nadie en el mundo". Dicho esto, no obstante, recordemos que la enseñanza del Curso siempre se refiere al contenido, no a la forma. Si tenemos hijos, por ejemplo, les diremos llenos de amor y abrazos que los amamos más que a nada en el mundo, lo cual les animará y aumentará su confianza, aunque interiormente sepamos que el amor es igual para todos. Porque una cosa es el contenido (amor interior universal) y otra obsesionarnos con dar lecciones de metafísica profunda a nuestros hijos pequeños... eso sería confundir la forma con el contenido, lo que el Curso llama confusión de niveles. En el mundo de los cuerpos (la forma) amaremos a nuestros hijos y los cuidaremos por encima de lo demás, aunque en nuestra mente (el contenido) sepamos que la esencia espiritual de nuestros hijos es exactamente la misma y unificada con la esencia espiritual de todos los demás seres por igual, pues todos somos uno.

Las dos últimas frases de la cita nos recuerdan que el verdadero amor es unión universal (relación santa, y en última instancia el Cielo que es más que unión: es Unidad), mientras que el falso amor del ego (amor especial) es exclusión y separación.

En la relación especial —nacida del deseo oculto de que Dios nos ame con un amor especial— es donde triunfa el odio del ego. Pues la relación especial es la renuncia al Amor de Dios y el intento de asegurar para uno mismo la condición de ser especial que Él nos negó. Es esencial para la supervivencia del ego que tú creas que el especialismo no es el infierno, sino el Cielo. Pues el ego jamás querría que vieses que lo único que la separación conlleva son pérdidas, al ser la única condición en la que el Cielo no puede existir. (T.16.V.4)

Como comentamos al principio del capítulo 1, en la mente ontológica acogimos la creencia de que: "El Cielo no es suficiente para mí... quiero que Dios me ame con un amor especial, como la mente individual y especial que soy". (Puede ser interesante releer los 4 primeros párrafos de ese capítulo 1, desde el primer párrafo que empieza así: "Resumiendo muy brevemente (...)", hasta el breve párrafo 4º que dice: "Todas las relaciones especiales entre cuerpos en el mundo son símbolos de la relación especial original que mantenemos con Dios en nuestra mente ontológica dividida").

En definitiva, le exigimos a Dios que nos amara de manera especial, y como Él ni siquiera nos prestó atención (Dios solo conoce la Verdad, no sabe nada de ilusiones) entonces nos tomamos "la justicia por nuestra mano", asesinamos a Dios (que luego resucitó para vengarse, castigarnos y matarnos, según el ego) y construimos nuestro mundo de cuerpos y relaciones especiales (todo esto es en opinión del ego, por supuesto, ya que en realidad nada de esto sucedió jamás). Así renunciamos a la verdadera felicidad (el Amor de Dios), y a cambio fingimos que estaríamos satisfechos con el amor especial del ego.

En esta cita se habla de "relación especial" y más abajo del "especialismo". Se refiere a ambos tipos de relación, la de amor especial y la de odio especial, pero principalmente a la de amor especial, que es la que aparenta servir para sustituir el Amor de Dios. Y nos autoengañamos para creer que este especialismo es la felicidad ("el Cielo"), en vez de comprender que el especialismo es un infierno. El ego depende de que creamos su versión. Por eso al ego le entusiasma el amor especial. Porque el odio especial, que también nos encanta (nos encanta vencer a otros, por ejemplo), a veces nos desencanta y nos desanima cuando brotan el sufrimiento y el sentimiento de culpabilidad, así que el ego necesita el arma del amor especial para tenernos más sólidamente engañados. Ahí ponemos nuestras esperanzas. Y cada vez que nos contentamos con el amor exclusivo y limitado que establecemos con nuestra pareja de amor especial, es como si le dijéramos a Dios: "¿Ves como sí puedo obtener la felicidad a mi manera? Mi pareja me da la felicidad que Tú fuiste incapaz de ofrecerme". O como dijo Ken Wapnick alguna vez, aproximadamente: es como que le restregamos a Dios por su Santa Nariz el "éxito" que creemos haber obtenido mediante nuestra pírrica relación especial: "lala lala laaaaa, ¿ves lo feliz que soy con mi pareja? ¡Vete, Dios, que no te necesito para nada, ya tengo lo que quería, más que Todo: mi relación especial".

Es a este tipo de actitudes a las que se refiere esta cita. Y claro, al valorar la relación especial y verla como el Cielo (felicidad) en vez de reconocer el infierno que es, nos negamos a desprendernos de ella. Nos negamos a transformarla en la relación santa. Y por lo tanto nos negamos a despertar, porque tememos perder nuestra individualidad tan especial.

Debido a esto, nos conformamos con seguir en el infierno: con seguir sufriendo. Pero como el ego/individualidad no quiere desaparecer, hace todo lo posible para que no nos demos cuenta de que esto que estamos experimentando es el infierno. Cuando por fin nos demos cuenta de ello, estaremos motivados para elegir el verdadero Cielo, el cual reclamaremos mediante la práctica del perdón.

Pero, por cierto, ¿qué es el Cielo?

Para todo el mundo el Cielo es la compleción. En esto no puede haber desacuerdo porque tanto el ego como el Espíritu Santo lo aceptan. Están, no obstante, en completo desacuerdo con respecto a lo que es la compleción y a cómo se alcanza. El Espíritu Santo sabe que la compleción reside en primer lugar en la unión, y luego en la extensión de ésta. Para el ego, la compleción reside en el triunfo, y en la extensión de la "victoria" incluso hasta el triunfo definitivo sobre Dios. El ego cree que con esto el ser se libera finalmente, pues entonces no quedaría nada que pudiese ser un obstáculo para él. Ésa es su idea del Cielo. Para el ego, pues, la unión —la condición en la que él no puede interferir— tiene que ser el infierno. (T.16.V.5)

¿Qué es el Cielo? Sentirse y estar completo. En esto coinciden el ego y el Espíritu Santo. Pero están en desacuerdo en lo principal: en qué consiste estar completo y cómo se consigue. Para el Espíritu Santo consiste en regresar a Dios, Quien es la única verdadera Felicidad. Al ser la Totalidad, es la Plenitud. La "plenitud" de imitación del ego consiste en lo contrario: en la relación especial. Es lo contrario a Dios porque mientras Dios es infinito, la relación especial es temporal; mientras Dios es Total, la relación especial es parcial; mientras Dios es Amor, la relación especial es odio (o el amor disfrazado de odio que es el amor especial); mientras Dios es Paz, la relación especial es sufrimiento, y como mucho, fugazmente, tregua.

El Espíritu Santo sabe que la compleción (felicidad) se logra mediante la unión, que en el mundo se expresa mediante los intereses compartidos y el perdón.

El ego, por su parte, percibe la compleción o felicidad en el triunfo sobre otros, ya que el ego funciona con el lema de "uno o el otro", "o tú o yo", "mata o muere", "vence o fracasa". Hay que vencer a los demás, pues el ego es un ciego servidor de la competencia. Nos encanta cuando vencemos a alguien, ya sea ganando al fútbol, al ajedrez, al ganar una discusión, etc. Una vez leí que los que "viven al límite" sienten tal entusiasmo con sus logros que lo comparan a un orgasmo, que es lo que sienten cuando por ejemplo rompen de una pedrada un escaparate o logran robar un banco. Las personas más comedidas podemos conformarnos con victorias más de andar por casa, como el simple alegrarnos de haber logrado aplastar la mosca que tanto nos molestaba (dicho sea de paso, repito como recordatorio, esta enseñanza va sobre el contenido, no sobre la forma o comportamiento; por lo tanto, nuestro comportamiento en la forma puede ser el de matar una mosca y al mismo tiempo nuestro contenido puede ser de amor y perdón: por ejemplo al no odiar la mosca ni habernos irritado con ella, sino simplemente obrando como mejor parecía en esa situación... tened en cuenta que he dicho "una mosca" pero podría haber dicho una serpiente venenosa que se ha colado en nuestra cama, o un león, etc; en la forma obraremos como seamos inspirados, pero lo que importa es el contenido de amor, reconociendo que todos los seres somos esencialmente el mismo y valiosísimo espíritu, incluidas las moscas, las arañas, las serpientes, los leones y las cucarachas). Incluso respirar implica asesinato, pues el ego diseñó el mundo para que con cada respiración matemos a innumerables microorganismos arrasados en nuestros pulmones. En esencia es lo mismo matar una mosca, un toro, un dragón, un unicornio o los microorganismos que matamos al respirar, pues como nos enseña el Curso, no existe realmente una jerarquía de ilusiones (T.23.II.2; T.26.VII.6), pues todas las ilusiones son lo mismo: nada. En el mundo del ego todo es muerte, incluso la respiración. Pero no por ello vamos de dejar de respirar, ¿verdad? Simplemente respiraremos (o si hacemos cualquier otra cosa que fluya, aunque sea matar una mosca/araña) invitando al Espíritu Santo a estar con nosotros en nuestra mente, es decir, manteniéndonos en la mentalidad recta.

Pero volviendo al tema, el ego se excita con las victorias sobre los demás (esto es el especialismo, el contenido: creer que nuestro bienestar depende de aplastar o vencer a otros).

Y como dice la cita, la victoria definitiva que entusiasma al ego, su "éxito" más grandioso, es el triunfo definitivo sobre Dios. Eso no es posible, pero el ego sueña que puede lograrlo gracias a la relación de amor especial. Mientras aceptemos seguir engañados por el falso amor especial, no podremos despertar para reconocer el verdadero Amor de Dios.

El ego cree que matar a Dios sería la cumbre del éxito, ya que así no habría peligro de volver a Él, lo cual haría desaparecer las ilusiones, sobre todo al ego mismo. La relación especial es como un intento de matar a Dios, por eso al ego le encanta. Sin Dios, el ego es libre de sufrir tanto como quiera. Y el ego no es más que nuestra terca insistencia en jugar a crucificarnos. Como dice el Curso mucho antes de la sección que estamos comentando:

Hasta que no la superes eres libre de seguir crucificándote tan a menudo como quieras. (T.4.introd.3.9)

El principio de esa frase, "hasta que no la superes", se refiere a superar la cruz, es decir, superar nuestro error de aferrarnos al sufrimiento. Y la relación especial es una forma de sufrimiento, por lo que también podría aplicarse a ella esta frase.

Para el Espíritu Santo, el Cielo (felicidad) lo conseguimos mediante la unión. Pero el ego teme la unión, ya que el ego se basa en la separación. La unión deshace al ego, así que el ego nos impulsa hacia la separación.

Como la relación especial separa y la relación santa une, el ego nos conduce hacia las relaciones especiales mientras que el Espíritu Santo nos guía hacia la relación santa.

La relación especial es un mecanismo extraño y antinatural del ego para unir Cielo e infierno, e impedir que se pueda distinguir entre uno y otro. Tratar de encontrar lo que supuestamente es lo "mejor" de los dos mundos, simplemente ha dado lugar a que se tengan fantasías de ambos y a que sea imposible percibir a ninguno de ellos tal como realmente es. La relación especial es el triunfo de esta confusión. (T.16.V.6.1-3)

La relación especial es un intento de unir el Cielo con el infierno, la felicidad con el sufrimiento. Esto lo podemos ilustrar de dos maneras. Por un lado, recordemos las relaciones de amor/odio que mencionamos anteriormente. El ego insiste en que es posible mezclar la paz con el conflicto, el gozo con el dolor, etc, porque cree que eso refuerza su existencia. Las mezclas que hace el ego aparentan ser entre cosas diferentes, pero en realidad está mezclando dos modalidades de lo mismo: el amor especial es lo mismo que el odio, y el placer del ego es lo mismo que el dolor.

Por otro lado, y esto es a lo que se refiere la cita que tenemos entre manos, el ego cree que puede mezclar Cielo e infierno en el sentido de, por una parte, ser feliz, y por la otra mantener la individualidad. La felicidad sería el Cielo, y la individualidad el infierno, pues acarrea sufrimiento. El problema es que la verdad no se puede mezclar con las ilusiones, porque donde está la luz tiene que desaparecer la oscuridad. Así que el intento del ego de mezclar la felicidad/Cielo con el sufrimiento/infierno acaba convirtiéndose en un pésimo truco porque no es más que un espejismo: el sufrimiento sí lo tiene a mano (la individualidad), pero esa individualidad desaparecería con el Cielo auténtico, así que el ego utiliza un sustituto: la relación especial. Y esa es la mezcla que compone el ego. Pero no produce más que confusión, ya que buscamos felicidad pero obtenemos sufrimiento. La confusión consiste en confundir el amor especial con la verdadera felicidad. El amor especial no es verdadero, sino ilusorio. Al mezclarse con la individualidad que es también ilusoria, no tenemos más que una mezcla confusa de ilusiones o fantasías. En definitiva, no hemos mezclado realmente el Cielo con el infierno, sino que hemos fantaseado con ambos: con el infierno porque el infierno es siempre una imaginaria fantasía, pero también hemos fantaseado con el Cielo para convertirlo en lo que no es: en vez de verdadero Cielo, lo hemos convertido (en nuestra fantasía) en amor especial. Como decía la cita: "Tratar de encontrar lo que supuestamente es lo "mejor" de los dos mundos, simplemente ha dado lugar a que se tengan fantasías de ambos y a que sea imposible percibir a ninguno de ellos tal como realmente es". Y así ya no distinguimos la verdad de la ilusión, pues estamos confusos. Cuando buscamos lo "mejor" de ambos mundos, caemos en las comparaciones. Al buscar lo mejor del mundo del ego, comparamos unas relaciones con otras, a unos individuos con otros, seleccionando los que pensamos que nos darán felicidad. Y buscar lo mejor del Cielo sería algo así como tratar de conseguir la felicidad del Cielo, pero sin su intensa luz/plenitud, es decir, sin perder nuestra individualidad, que desaparecería ante la luz de la total felicidad. Tales intentos de mezcla son un imposible.

En definitiva, lo que el ego quiere es simplemente conservar la individualidad, independientemente del sufrimiento que esto acarree. Y como nosotros no somos totalmente entusiastas del sufrimiento, el ego nos ofrece una especie de pacto intermedio: "toma, la relación especial te hará feliz y conservarás tu individualidad". El ego nos dice esto mientras por dentro se dice a sí mismo: Mas a sí mismo se susurra: "Es la muerte". (T.19.IV.B.I.13.8)

Y así acaban todos los caminos del ego: en confusión, deterioro y muerte.

La relación especial es el triunfo de esta confusión. Es un tipo de unión en que la unión está excluida, pues la exclusión es la base de dicho intento de unión. ¿Qué mejor ejemplo que esto puede haber de la máxima del ego: "Busca, pero no halles"? (T.16.V.6.3-5)

¿Cómo vamos a poder unirnos si nos estamos separando? ¿Cómo vamos a ser felices si elegimos la relación especial de la individualidad, donde es imposible la verdadera felicidad? Buscar felicidad en el amor especial es como buscar algo donde no está. Así es imposible encontrarlo. La felicidad no se encuentra fuera de nosotros en ningún amor especial, sino en nuestra propia mente, en nuestro propio ser. Recordemos: No busques fuera de ti mismo. (T.29.VII.1.1)

Es absurdo buscar la unión en la separación, o el amor en el odio, o la paz en el conflicto. Como dice el Curso jocosamente en el capítulo 31:

No pienses que puedes encontrar la felicidad siguiendo un camino que te aleja de ella. Eso ni tiene sentido ni puede ser la manera de alcanzarla. (...) déjame repetirte que para alcanzar una meta tienes que proceder en dirección a ella, no en dirección contraria. Y todo camino que vaya en dirección contraria te impedirá avanzar hacia la meta que te has propuesto alcanzar. (...) este curso es la simple enseñanza de lo obvio. (T.31.IV.7.1-2,3-4,7)

Si buscamos la felicidad, dirigirnos hacia la relación especial es ir exactamente en dirección contraria a la felicidad. Esto es de lo que nos tenemos que dar cuenta, si queremos dejar de autoengañarnos. Al darnos cuenta reconoceremos el especialismo como sufrimiento y estaremos motivados para desprendernos de él, mediante la práctica del perdón y la relación santa.

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CAPÍTULO 3

Tras el breve inciso que hemos hecho recurriendo a una cita del capítulo 31 del Texto, regresamos a la sección que estábamos comentando, continuando con el siguiente párrafo:

Lo más curioso de todo es el concepto de yo que el ego fomenta en las relaciones especiales. Este "yo" busca relaciones para completarse a sí mismo. Pero cuando encuentra la relación especial en la que piensa que puede lograrlo, se entrega a sí mismo, y trata de "intercambiarse" por el yo del otro. Eso no es unión, pues con ello no hay aumento ni extensión. Cada uno de ellos trata de sacrificar el yo que no desea a cambio de uno que cree que prefiere. Y se siente culpable por el "pecado" de apropiarse de algo y de no dar nada valioso a cambio. ¿Qué valor le puede adjudicar a un yo del que quiere deshacerse para obtener otro "mejor"? (T.16.V.7)

Aquí tenemos en funcionamiento ambos mecanismos: el de la proyección y el de la introyección. Nuestro "yo" limitado siente un vacío interior (por haber renunciado al Amor de la Unidad de Dios), y al sentirse carente intenta completarse con objetos externos: relaciones especiales, ya sean establecidas con sustancias, animales, personas, etc. Busca relaciones que le completen. Y cuando llega la relación de amor especial que cuadra con nuestras necesidades especiales, y hablamos principalmente de las personas porque es lo que más nos impacta, en cuanto conocemos a esa persona, comienza el juego de proyecciones mutuas de ambos egos. Puesto que me siento vacío y carente, me estoy juzgando como que no tengo valor, y al encontrar a una persona que me parece valiosa (desde luego más valiosa que yo), como dice la cita, intento cambiar mi yo por el yo de la otra persona. Trato de intercambiar mi yo, que he juzgado como carente de valor, por el yo de la otra persona, que estimo muy valioso porque lo he idealizado, proyectando sobre ella la felicidad de la que creo carecer yo mismo. En definitiva, en mi opinión —inconsciente— estoy tratando de obtener algo valioso (el yo del otro) a cambio de nada... a cambio de basura (mi propio yo). Y este proceder genera culpa, puesto que creo estar engañando a la otra persona.

La otra persona también se siente culpable, puesto que está jugando al mismo juego (se siente sin valor y trata de ofrecerme su yo, supuestamente basura, a cambio del mío, que ella estima que tiene valor). Pero centrémonos en una de las dos personas. Veamos desde nosotros mismos; desde mi propio yo. Me siento carente, sin valor, porque he proyectado el valor/felicidad en la otra persona. Pero en vez de reconocer que soy yo quien está proyectando esa fantasía, prefiero creer —en mi mente inconsciente— que esa persona tiene aquello de lo que yo carezco, ¡así que tiene que habérmelo robado! (como ya comenté, a un nivel más profundo creo inconscientemente que soy yo quien le ha robado a las demás personas). Si esta persona me ha robado la felicidad (plenitud, dinero, etc) que veo en ella, tengo que recuperarla. Y como la violencia parecería una solución demasiado drástica (que me llevaría probablemente a la cárcel o cosas peores), intento negociar. Y si la otra persona también negocia, entablamos una relación de amor especial. Para recuperar la felicidad que he proyectado sobre la otra persona, recurro a la introyección o canibalización: me la como (psicológicamente hablando). Me hago con ella. Me las apaño para tenerla atada a mí (matrimonio inclusive, si llegamos a un acuerdo en nuestra negociación).

Trato de manipular a la otra persona para que satisfaga mis necesidades especiales. La convenzo de que me diga cosas bonitas: "te amo", "eres una persona maravillosa, excepcional", "estaré siempre contigo", "te ayudaré en todo", "contigo al fin del mundo", etc. Esta es una de las modalidades de la introyección. Así consigo amor, no mirando dentro de mí mismo, sino recurriendo a un agente externo: mi pareja de amor especial, sin la cual no me sentiría amado. Esto es amor introyectado, felicidad introyectada, que al ser trucos ilusorios son sensaciones falsas que terminan disipándose tarde o temprano.

La introyección puede ser a nivel aparentemente más físico: esta persona tiene mucho dinero y espero que me dé una parte, que me regale cosas, que me pague por sacrificarme por ella. Cuando no pagamos con dinero, pagamos con atención, palabras de cariño, o simplemente manteniendo nuestra presencia física en la relación, aunque no veamos que funcione del todo.

Como mi pareja también trata de recuperar su felicidad que cree —inconscientemente— que yo le he robado, utiliza ella también conmigo el mecanismo de la introyección, del mismo modo que yo: trata que le diga cosas bonitas, que le "pague" por sacrificarse por mí, etc.

Esta negociación del amor especial es un sacrificio mutuo para intentar satisfacer nuestras mutuas necesidades especiales. Cuando nuestros mutuos intereses encajan, se produce lo que el ego considera un "matrimonio celestial" o una "unión bendecida en el Cielo" (T.16.V.8.3, como veremos más abajo), es decir, cuando la relación especial le parece un verdadero cielo, pues ambos componentes parecen conseguir lo que quieren a cambio de casi nada (pequeños sacrificios asumibles para ambos). Es lo que sucede, por ejemplo, cuando cada uno se siente enamorado del cuerpo o individualidad del otro. Cada uno consigue lo que ansía (un cuerpo bonito como pareja, una pareja con dinero, una pareja aparentemente muy alegre, etc), y ofrece lo que considera basura: su propio yo. Como dice la cita al final, ambos se sienten culpables «por el "pecado" de apropiarse de algo y de no dar nada valioso a cambio. ¿Qué valor le puede adjudicar a un yo del que quiere deshacerse para obtener otro "mejor"?».

Así que mediante la proyección creemos que la felicidad se encuentra fuera de nosotros, y luego mediante la introyección procuramos recuperarla negociando una relación de amor especial.

La proyección, por lo tanto, no solo la utilizamos para echar la culpa a otras personas o para ver en otras personas lo que no queremos reconocer en nosotros mismos (odio especial), sino que también la utilizamos para proyectar lo que sí valoramos (amor especial) y al verlo en los demás nos sentimos aún más vacíos y separados. De cualquier manera, el ego gana, pues se refuerza la separación.

Pero volvamos a la relación de amor especial y al extraño intercambio de yoes que hemos inventado. Nos sentimos vacíos y en vez de mirar adentro en nuestra mente (a nuestra decisión en favor de la separación/carencia) miramos afuera al mundo externo, con la esperanza de encontrar algún amor especial que nos llene. Y cuando creemos encontrarlo, tratamos de ofrecer la nada que creemos ser (basura) a cambio del tesoro que esa otra persona creemos que posee. Ese tesoro es el yo de esa persona, que nos parece un yo mejor que el nuestro, puesto que el nuestro creemos que no vale nada:

Ese otro yo "mejor" que el ego busca es siempre uno que es más especial. Y quienquiera que parezca poseer un yo especial es "amado" por lo que se puede sacar de él. Cuando ambos miembros de la relación especial ven en el otro ese yo especial, el ego ve "una unión bendecida en el Cielo". (T.16.V.8.1-3)

Ya hemos hablado hace muy pocos párrafos de esa "unión bendecida en el Cielo". A cada uno, el otro le parece "mejor", lo más, lo que nos completará: admiramos su inocencia, su belleza, su amor, su felicidad, su seguridad (incluida la seguridad financiera si es eso lo que hemos urdido como necesidad especial a cubrir), etc. Cuanto más creemos que obtendremos de esa persona, más la "amamos". Así es la relación del amor especial: una especie de negociación, por no decir que un intento disimulado de robo mutuo.

Algunos estudiantes de UCDM consideran que el Curso es muy duro en pasajes como estos, pero es necesario que se nos explique el mecanismo de las relaciones especiales porque de lo contrario no nos daremos cuenta de lo que estamos haciendo, y entonces seguiremos cayendo en los mismos errores. El Curso es una herramienta que nos ayuda a mirar dentro. Tenemos que unirnos a Jesús/Espíritu Santo y mirar adentro en nuestra mente, sin miedo a los oscuros pasadizos del ego, que no son más que ilusiones. Es muy útil comprender cómo funciona nuestro ego, cuán cruel es (el Curso lo llama directamente asesino en algunos pasajes). Nos cuesta admitir que ese asesino se encuentre dentro de nosotros, pero tenemos que mirarlo para elegir contra él y deshacerlo. De lo contrario seguiremos aferrados al sufrimiento de la dualidad, esperando que la individualidad y la relación especial nos darán algún día auténtica felicidad. No podemos iluminarnos si no estamos dispuestos a mirar sin miedo dentro de nuestra mente, para disolver con la luz de Jesús las sombras ilusorias y asesinas del ego. Si entendemos lo que estos pasajes nos explican y miramos honestamente a nuestras vidas, veremos al ego en funcionamiento, en mayor o menor grado e intensidad. Tal vez al principio nos resulte más fácil detectar este tipo de actitudes asesinas (canibalizadoras; introyectoras) en los demás, antes que en nosotros mismos. Pero finalmente tendremos que mirarnos a nosotros mismos y reconocerlo: "es cierto, estoy aferrado a mi ego, el cual rechaza la iluminación. Mientras me niegue a mirar adentro para ver de frente el aparente problema, estaré diciendo que aún no quiero la iluminación, pues prefiero las ilusiones en vez de la verdad". Al tomar conciencia de nuestra resistencia, esta empieza a deshacerse paulatinamente. Y si creemos que en nuestro caso nuestras actitudes egoicas son muy pequeñitas, recordemos lo que dice el Curso:

La ira (o miedo, dolor, odio, etc; ego) puede manifestarse en cualquier clase de reacción, desde una ligera irritación hasta la furia más desenfrenada. El grado de intensidad de la emoción experimentada es irrelevante. Te irás dando cuenta cada vez más de que una leve punzada de molestia no es otra cosa que un velo que cubre una intensa furia. (L.21.2.3-5)

Para que no subestimemos el verdadero alcance del ego, el Curso nos dice también cosas como:

No subestimes la intensidad de la furia que puede producir el miedo que ha sido proyectado. (L.161.8.3)

El ego, por lo tanto, es capaz de ser desconfiado en el mejor de los casos, y cruel en el peor. (T.9.VII.3.7)

Pero ojo, que siempre es cruel (el ego siempre es 100% ego): lo de "desconfiado" es una forma de referirse a cuando no somos conscientes de lo que el disfraz de "desconfianza" oculta tras de sí.

Su única intención es asesinar, y ¿qué forma de asesinato puede encubrir la inmensa culpabilidad y el terrible temor a ser castigado que el asesino no puede por menos que sentir? Puede que niegue ser un asesino y que justifique su infamia con sonrisas mientras la comete. (T.23.III.1.5-6)

Mas bajo este sueño yace otro, en el que tú te vuelves el asesino, el enemigo secreto, el sepultador y destructor de tu hermano así como del mundo. (T.27.VII.12.2)

Es decir, en el sueño del mundo (nuestra experiencia consciente) podemos creer que el ego está con el "volumen de sonido bajo", pero tras ese disfraz de la forma está el sueño secreto (la mente ontológica con toda su culpa, odio y terror máximos), y ahí el ego tiene siempre el volumen al máximo, excepto que lo disolvamos mediante el perdón, en cuyo caso lo que quede de ego siempre seguirá teniendo su volumen máximo de siempre. El ego siempre es 100% separador, vengativo, carente, sufriente, limitado, etc (asunto aparte es que nosotros no seamos conscientes de esto, oculto en las profundidades de nuestra mente, pero el Curso y compañeros como Kenneth Wapnick nos avisan de esto, para que no subestimemos el sistema de pensamiento del ego ni dejemos de practicar el proceso del perdón hasta que el ego desaparezca completamente de nuestra conciencia: el ego es irreal e inexistente, pero parece existir para nosotros porque una parte de nosotros lo desea, pero el perdón nos ayuda a dejar atrás todo esto que tanto dolor, ilusorio pero molesto en nuestra percepción, nos ha causado).

Tras este inciso, volvamos a la cita que estábamos comentando del capítulo 16, que copio de nuevo:

Ese otro yo "mejor" que el ego busca es siempre uno que es más especial. Y quienquiera que parezca poseer un yo especial es "amado" por lo que se puede sacar de él. Cuando ambos miembros de la relación especial ven en el otro ese yo especial, el ego ve "una unión bendecida en el Cielo". (T.16.V.8.1-3)

Ken Wapnick comenta esta cita diciendo más o menos que creemos que el otro nos ha robado nuestra inocencia y, como nos sentimos carentes interiormente, creemos que si le robamos al otro la inocencia que era nuestra inicialmente entonces nos completaremos y dejaremos de sentirnos carentes. Pero comenta Ken también que nos fastidia tener que dar algo a cambio, con el fin de recuperar lo que pensamos que era legítimamente nuestro (esta manera de pensar, por supuesto, proviene de la culpabilidad y refuerza la culpabilidad). Dice también que incluso cuando el juego del especialismo parece funcionar, y nuestro compañero especial parece tan maravilloso, incluso entonces el odio que preserva nuestra culpa y miedo sigue agazapado y amenazante en nuestro interior, a la espera de poder saltar en cualquier momento para destruir al pecador (nuestro compañero especial, que a fin de cuentas nos robó ese "ser especial", por lo que en cualquier momento nuestra paciencia puede agotarse y salir a relucir nuestro verdadero ego asesino).

Pues ni uno ni otro reconocerá que ha pedido el infierno, y, por lo tanto, no interferirá en la ilusión que el ego tiene del Cielo, y que le ofrece para que suponga un obstáculo para éste. Pero si el contenido de todas las ilusiones es el miedo, y sólo el miedo, la ilusión del Cielo no es más que una forma "atractiva" de miedo en la que la culpabilidad está profundamente soterrada y se manifiesta en forma de "amor". (T.16.V.8.4-5)

En definitiva, nos estamos engañando al poner nuestras esperanzas en algo externo, mientras ocultamos el odio que sentimos por el otro (que creemos que nos ha robado) y por nosotros mismos (que creemos ser aún más ladrones y asesinos: ¡matamos a Dios y le robamos nuestra individualidad!).

Sobre esta cita, dice Ken Wapnick que el propósito del amor especial es ocultar el odio ilusorio, tras el cual se encuentra la ilusoria culpa, y que somos inconscientes de haber pedido y recibido el infierno de vivir bajo la ilusión de que nuestro especialismo es un reflejo del amor del Cielo (en nuestra mente inconsciente sigue estando nuestro recuerdo del Cielo, y de alguna manera estamos buscándolo, aunque con poco tino cuando lo buscamos en las relaciones especiales).

Otra cosa interesante que comenta Ken es que la atracción del amor especial (y de hecho también del odio especial) que nos lleva a creer que ese amor especial es el Cielo, radica en su capacidad de ocultar nuestro miedo a perder nuestra identidad individual.

Por lo tanto, al sumergirnos en una relación especial nos olvidamos de nuestro miedo a dejar de ser individuos, y nos distraemos con los diversos placeres y problemas de las interacciones entre cuerpos. Nuestro deseo inconsciente de mantener nuestro yo egoico, dice Ken, es la base de todas las negociaciones que se entablan en el demente mundo de relaciones del ego, lo cual nos mantiene dormidos, soñando con el Cielo del ego, e impidiendo así que alguna vez despertemos al Amor del Cielo de Dios.

El atractivo del infierno reside únicamente en la terrible atracción de la culpabilidad, que el ego ofrece a los que depositan su fe en la pequeñez. La convicción de pequeñez se encuentra en toda relación especial, ya que sólo los que se consideran a sí mismos necesitados podrían valorar el especialismo. Exigir que se te considere especial, y la creencia de que hacer que otro se sienta especial es un acto de amor, hacen del amor algo odioso. El verdadero propósito de la relación especial —en estricta conformidad con los objetivos del ego— es destruir la realidad y substituirla por ilusiones. Pues el ego en sí es una ilusión, y sólo las ilusiones pueden dar testimonio de su "realidad". (T.16.V.9)

Este párrafo dice Ken que es un potente resumen del propósito que le da el ego a la relación especial.

En definitiva, como nos sentimos atraídos por la culpa (T.19.IV.A.i), tratamos de derrotar a Dios y Su Unidad, y a cambio los sustituimos por ilusiones: el especialismo de nuestras relaciones en el mundo. Cada vez que creemos que nuestra felicidad reside en nuestra atractiva pareja de amor especial, estamos diciéndole a Dios: "¡Te he vencido! ¡No te necesito para nada!". Naturalmente, interiormente nos sentimos culpables, aunque no seamos conscientes de ello, igual que tampoco somos conscientes de que en realidad odiamos a nuestra querida pareja especial, porque inconscientemente creemos que ella nos robó lo que era nuestro, por eso parece tan especial, porque posee mi tesoro... ¡Pero mientras ella esté conmigo creeré que puedo recuperarlo hasta cierto punto! Llamamos a esto amor, pero por dentro está repleto de limitación y odio asesino, como veremos en los dos próximos párrafos:

Si percibieses la relación especial como un triunfo sobre Dios, ¿la desearías? (T.16.V.10.1)

Esta es una pregunta que el Curso nos invita a plantearnos. ¿De verdad queremos la relación especial? ¿De verdad deseamos conformarnos con pequeños placeres diminutos que se mezclan con enormes dolores y sufrimientos, cuando en vez de eso podríamos disfrutar de la plenitud de la Totalidad? ¿De verdad queremos seguir crucificándonos en esta vida de pesadilla que es el mundo? Para poder responder con sentido a esta pregunta, primero tenemos que comprender cuánto dolor acarrea el especialismo que hemos elegido. Para que no subestimemos lo nefasto que es el especialismo, el Curso vuelve a insistir en sus aspectos más oscuros, el dolor, el sacrificio y el instinto asesino que acompañan a todo lo que viene del ego:

No pensemos en su naturaleza aterrante (el triunfo/asesinato contra Dios), ni en la culpabilidad que necesariamente conlleva, ni en la tristeza, ni en la soledad. Pues esos no son sino atributos de la doctrina de la separación, y de todo el contexto en que se cree que ésta tiene lugar. El tema central de su letanía al sacrificio es que para que tú puedas vivir Dios tiene que morir. Y ése es el tema que se exterioriza en la relación especial. Mediante la muerte de tu yo, crees poder atacar al yo de otro, arrebatárselo, y así reemplazar al yo que detestas. Y lo detestas porque piensas que no te ofrece la clase de especialismo que tú exiges. Y al odiarlo lo conviertes en algo ínfimo e indigno porque tienes miedo de él. (T.16.V.10.2-8)

Ya dijimos (o linkeamos, arriba en el post) que detrás de nuestra obsesión por echar la culpa en el mundo a otras personas, está nuestra obsesión todavía mayor de echarle la culpa de todo a Dios, creyendo que fue Él Quien nos expulsó del Paraíso, en vez de recordar nuestra creencia aún más oculta de que fuimos nosotros mismos quienes decidimos separarnos de Él y de hecho tuvimos que asesinarlo para poder arrancarle nuestra querida individualidad. Y esta falsa creencia nos genera tanta culpabilidad que decidimos sepultarla tras diversas capas de olvido, enterrándola en nuestro inconsciente tras las otras capas de creencias: la de creer que yo —el tomador de decisiones— no asesiné a Dios, sino que fue Él Quien me expulsó del Paraíso y ahora quiere asesinarme a mí, y luego la capa/creencia de que quienes realmente quieren asesinarme/perjudicarme son las diversas personas que percibo en el mundo de los cuerpos. ¡Así que más me vale asesinarlas yo primero! Así funciona nuestra psique egoica.

Por lo tanto, la relación especial, a nivel del mundo, es la representación de la última capa de creencias, la única de la que somos conscientes, en la que nos percibimos como cuerpos que se victimizan los unos a los otros. Nos matamos literalmente (odio especial) y simbólicamente (odio especial y también en el amor especial) con el objetivo de, como dice la cita: "atacar al yo de otro, arrebatárselo, y así reemplazar al yo que detestas". Y así, en mi relación de amor especial en el mundo trato de salirme con la mía, lo que refleja el querer salirme con la mía frente a Dios en el nivel ontológico de la mente. Por ejemplo, voy con mi pareja al cine, ella quiere ver una película y yo otra, le insisto, me hago la víctima ("las últimas veces siempre hemos visto finalmente la que quisiste tú; por una vez que me tengas en cuenta no va a estallar el mundo", etc), y así, mediante astutas manipulaciones, trato de salirme con la mía, reflejando mi deseo de salirme con la mía frente a Dios para conservar mi individualidad. Y cuando mi pareja no cede y acaba saliéndose ella con la suya, mi ego sigue satisfecho porque ya tengo una excusa para sentirme víctima, lo cual refuerza la culpa por la separación, que es lo que realmente queremos mantener. 

Así que experimentamos este conflicto simultáneamente en dos niveles, a nivel del mundo (que es donde aplicamos directamente nuestro perdón, si queremos despertar del sufrimiento) y a nivel de la mente ontológica, pues lo que vemos en el mundo no es más que nuestro deseo de vencer a Dios, anteponiendo nuestra individualidad a Su Regalo de Unidad. 

En el mundo, al percibirnos cuerpos frágiles y sentirnos carentes, tratamos de llenar nuestro percibido vacío interior, lo que significa que no nos estamos valorando, pues nos percibimos vacíos, sin valor. Entonces como dice la cita, estamos dispuestos a sacrificar nuestro yo sin valor, para conseguir a cambio el yo de la persona especial, el cual sí nos parece valioso. 

Odiamos nuestro propio yo porque nos recuerda (aunque esto sea inconsciente) lo indignos que somos: nos recuerda que matamos a Dios y que lo echamos todo a perder: rompimos el Cielo para siempre, por lo que nos sentimos culpables. Puesto que percibimos inocencia especial en nuestra pareja especial, tratamos de sacrificar nuestro yo para obtener a cambio ese yo especial de esa persona. Y para ello tenemos que matarla (simbólicamente), como lo describe el siguiente párrafo a partir de la tercera frase (pero empecemos antes por la primera): 

¿Cómo podrías conferirle poder ilimitado a lo que crees haber atacado? (T.16.V.11.1)

Ya no confiamos en nuestro ser, porque decidimos atacar a nuestro verdadero Ser (Cristo, Dios). Al atacar lo ilimitado, ahora nos percibimos limitados, y consideramos que nuestro ser es el pequeño y limitado cuerpo que ahora percibimos. Puesto que tal cuerpo (lo que ahora creemos que es nuestro ser) es el producto de habernos atacado a nosotros mismos (atacamos nuestro Ser), por un lado nos sentimos culpables e indignos (a nivel corporal o individual) y al mismo tiempo desconfiamos de darle poder a nuestro verdadero Ser, porque si creemos haberlo atacado, tememos que busque vengarse de nosotros. Esto crea un clima de culpa y miedo en el que preferimos aferrarnos a nuestra individualidad antes que abrirle las puertas a la totalidad. Por otro lado, como el hecho es que seguimos sintiéndonos indignos, tratamos de paliar esta carencia interior recurriendo al amor especial, como veremos en seguida, pero antes comentemos la 2ª frase de este párrafo: 

La verdad se ha vuelto tan temible para ti, que a menos que sea débil, insignificante e inmerecedora de que se le otorgue valor, no te atreverás a mirarla de frente.  (T.16.V.11.2) 

Seguimos la misma línea de pensamiento que acabamos de comentar. Como tememos el Ser (por creer que lo hemos atacado), nos aferramos al pequeño ser que hemos fabricado (la individualidad y el cuerpo). Este pequeño ser corporal nos parece insignificante, sin valor, pero al menos no tenemos miedo de mirarlo, mientras que nos da pánico volver nuestra atención a nuestro verdadero Ser, no sea que intente aniquilarnos (pues la Luz de la Unidad disuelve las ilusorias sombras de la individualidad). Por lo tanto, solo nos atrevemos a mirar el mundo y el cuerpo, pero nunca la mente y aún menos la Luz. Al percibirnos como cuerpos es inevitable que nos sintamos pequeños e indignos. Pero he aquí que aparece la persona especial de nuestros sueños... ¡qué especial es! Se nos cae la baba... nos parece que brilla, de tan hermoso especialismo... una parte de nosotros cree que esa persona parece tan valiosa e inocente porque tuvo que robarnos a nosotros ese especialismo, y por lo tanto... ¡creemos tener derecho a arrebatárselo, por las "buenas" o por las malas! Por las malas es recurrir a la agresión directa del odio especial. Por las "buenas" significa que recurrimos al amor especial, que es lo mismo (odio) pero aparenta ser algo diferente. Entonces tratamos de manipular a esa persona para conseguir de ella lo que queremos. Tratamos de salirnos con la nuestra en todo lo posible. La máxima victoria sería (aunque simbólicamente, porque estamos en el amor especial y creemos que no es odio) asesinar a esa persona para quedarnos con todo lo que queramos de ella, arrebatándole su yo. Y el Curso describe ese proceso así: 

Piensas que estás más a salvo dotando al pequeño yo que inventaste con el poder que le arrebataste a la verdad al vencerla y dejarla indefensa. Observa la precisión con que se ejecuta este rito en la relación especial. Se erige un altar entre dos personas separadas, en el que cada una intenta matar a su yo e instaurar en su cuerpo otro yo que deriva su poder de la muerte del otro. Este rito se repite una y otra vez. Y nunca se completa, ni se completará jamás. El rito de compleción no puede completar, pues la vida no procede de la muerte, ni el Cielo del infierno. (T.16.V.11.3-8) 

Kenneth Wapnick indica algo interesante que ocurre en este párrafo así como en algunos anteriores y en los dos siguientes: en ellos el Curso utiliza un lenguaje deliberadamente religioso, para referirse al mismo tiempo, por un lado a temas de la religión cristiana (como por ejemplo el ritual de la eucaristía, basado en la forma a expensas del contenido), y por otro lado al tema que se está tratando en esta sección: esa misma actitud asesina en nuestras relaciones especiales. 

Por ejemplo, en esta última cita (y en el siguiente párrafo), aparecen palabras como rito o ritual (que aparece varias veces) y altar, y en otros pasajes aparecen palabras como letanía y sacrificio (T.16.V.10.4), etc. 

Veamos por ejemplo la clara alusión al rito cristiano de la eucaristía, donde los creyentes cristianos ingieren la carne de Jesús y beben su sangre, con el fin de fortalecerse ellos mismos. Es un acto simbólico bastante claro de canibalismo, que es precisamente lo que nos está describiendo este pasaje y otros del Texto. Por ejemplo: «Se erige un altar (alusión al altar de la misa cristiana) entre dos personas separadas (Jesús, simbolizado por la hostia consagrada, y el creyente que se come "mi carne y mi sangre"), en el que cada una intenta matar a su yo e instaurar en su cuerpo otro yo que deriva su poder de la muerte del otro (en este ritual de la misa, se "mata" (o se aprovecha la muerte de) a Jesús para comérselo e ingerir su yo, su vida y su fuerza). Este rito se repite una y otra vez (hay misas semanalmente e incluso diariamente)». Y en nuestras relaciones especiales mundanas hacemos prácticamente lo mismo.

La cita dice al final que este rito nunca puede llegar a completar ni completarse (es decir, no puede otorgarnos la felicidad que buscamos) porque la vida no procede de la muerte, ni el Cielo del infierno. No podemos creer que hemos asesinado a Dios, Quien es el único contenido de auténtica Felicidad, y esperar que el ilusorio mundo de formas con que Lo hemos sustituido podrá otorgarnos alguna vez la felicidad que buscamos. Nunca podremos conseguir felicidad duradera recurriendo a las formas, pues la única felicidad reside en el contenido, y no en el contenido de muerte de la mentalidad errada (representado en las formas), sino en el único contenido que es real: la Unidad de Dios que es nuestro Ser.

Si vemos claro el ejemplo de que es absurdo el intento mágico (ilusorio) de intentar matar al Jesús católico para convertirlo en una forma (la hostia consagrada) y comérnoslo para obtener su especialismo y felicidad (o inocencia) por arte de magia, podremos ir dándonos cuenta de que en nuestras vidas cotidianas estamos practicando el mismo tipo de magia o ritual en nuestras relaciones especiales. Tratamos de comernos al prójimo (normalmente de manera simbólica) para quedarnos con su fuerza y especialismo. Una variante de esto es la facilidad con que adoramos la forma menospreciando el contenido, por ejemplo observemos cuán fácilmente todos (tanto los creyentes cristianos como los de otras religiones, incluso los estudiantes del Curso, o quienes no siguen ninguna espiritualidad) caemos en la trampa de adorar a alguien o a algo. Cuán fácilmente nos inclinamos a adorar un cuerpo (la forma) o un objeto (más forma). Ejemplos de esto podrían ser, como cuerpos, nuestra adoración a cualquier persona que admiremos, sean nuestros padres, nuestro jefe, nuestro futbolista preferido, o incluso Jesús, Ken Wapnick, etc. Ejemplos de esto como objetos podrían ser la adoración de un libro (la Biblia, UCDM) o tradición, o sustancia (diversas comidas y drogas), etc. Cuando creemos que estos objetos o seres están separados de nosotros, los adoramos convirtiéndolos en especiales (este es el problema), resaltando la separación entre ellos y nosotros. Esto es la introyección. Esto es lo que Ken Wapnick ha llamado a veces "canibalizar la relación". Y esto es a lo que se refiere la cita con lo de matar nuestro yo para obtener el yo del otro. Una cosa es el compañerismo de la relación santa (donde vemos al prójimo —o al objeto que nos aporta un reflejo de la verdad— como un reflejo de nosotros mismos) donde no nos vemos separados de ese ser sino que aceptamos nuestra esencial unidad, y otra es la relación especial donde destacamos lo valioso que es ese ser en comparación con lo indigno que nos sentimos nosotros, percibiéndonos como seres separados, "uno o el otro", "o tú o yo", lo que da pie a tratar de recuperar lo perdido (¡supuestamente robado!) mediante el asesinato (simbólico o no), ya sea comiéndonos a Jesús/Dios en la hostia consagrada, o ya sea convirtiendo a Jesús, Buda, Ken, Messi, nuestro sueldo, nuestra mascota, UCDM, el LSD o nuestra pareja especial en un ídolo que creemos que nos aportará luz, amor, felicidad. Nada externo puede aportarnos nada porque no hay nada externo. «Nada externo a ti puede hacerte temer o amar porque no hay nada externo a ti» (T.10.Iintrod.1.1).

Pero volvamos a nuestra sección, pues en el siguiente párrafo el Curso vuelve a la carga...

Cada vez que alguna forma de relación especial te tiente a buscar amor en ritos, recuerda que el amor no es forma sino contenido. La relación especial es un rito de formas, cuyo propósito es exaltar la forma para que ocupe el lugar de Dios a expensas del contenido. La forma no tiene ningún significado ni jamás lo tendrá. La relación especial debe reconocerse como lo que es: un rito absurdo en el que se extrae fuerza de la muerte de Dios y se transfiere a Su asesino como prueba de que la forma ha triunfado sobre el contenido y de que el amor ha perdido su significado. ¿Desearías que eso fuese posible, aparte de que es evidente que no lo es? (T.16.V.12.1-5)

De nuevo tenemos la palabra rito/ritual aludiendo al rito de la eucaristía, por lo que recordemos una vez más que aquí se nos está hablando de nuestras propias relaciones especiales en el mundo, y al mismo tiempo, como ejemplo ilustrativo, del ritual de la misa católica. Tanto si se trata del ritual de la misa como de nuestros rituales "normales" en nuestras relaciones especiales mundanas, siempre se trata de exacerbar la importancia de la forma para así ocultar lo verdaderamente relevante: el contenido.

Tras las formas del amor especial tratamos de ocultar su contenido de odio, y el contenido de odio oculta a su vez el único contenido real: el verdadero Dios ofreciéndonos amorosamente Su Unidad. Como dice la cita: «La forma no tiene ningún significado ni jamás lo tendrá». Las formas no tienen ningún significado/contenido intrínseco (pueden ser usadas para reflejar los significados de perdón del Espíritu Santo o para reflejar los significados de separación y odio del ego). Por ejemplo, para el ego, ver un rostro hermoso y un rostro feo significa una oportunidad para establecer comparaciones que refuercen la separación: "¡qué bella preciosidad, pero en cambio, qué feo es aquel otro, cuán diferentes y manifiestamente separados son!". Pero esos mismos dos rostros, percibidos con la visión del Espíritu Santo, no se utilizan para un significado de separación, sino de unión; por ejemplo: "¡Qué bello rostro, sin duda un reflejo de la Belleza que todos compartimos en la Unidad de Cristo! Y aquel otro rostro, ¿feo?, no, no diría que feo, más bien diría que entrado en años, o mejor lo describiría como un rostro sabio... ¡cuánta paz y sabiduría veo reflejada en él! Sin duda ha de ser un reflejo de la paz/sabiduria que todos compartimos como la Unidad de Cristo!". Por lo tanto, la forma no tiene ningún significado de por sí: somos nosotros quienes lo aportamos, como nos recuerda una de las primeras lecciones del Libro de ejercicios: "Le he dado a todo lo que veo (...) todo el significado que tiene para mí" (L.2). (Y si empezamos a leer los títulos de esas primeras lecciones del Libro de ejercicios, podemos ver cuán suavemente nos van guiando a revertir nuestra errada mentalidad, por ejemplo «Nada de lo que veo significa nada» (L.1), «No entiendo nada de lo que veo» (L.3), etc, etc, etc.

Por lo tanto, para realzar la forma, asesinamos el contenido (es decir, lo reprimimos, lo enterramos en nuestra mente inconsciente). Pero en realidad lo que estamos sacrificando y tratando de matar es nuestro propio Ser, el Amor, nuestra única verdadera Felicidad. Por eso la quinta frase de la cita nos pregunta: «¿Desearías que eso fuese posible, aparte de que es evidente que no lo es?». ¿De verdad desearíamos que fuera posible sacrificar la felicidad, para mantenernos en nuestro estado de sufrimiento? ¿De verdad comprendemos qué implica elegir conservar la individualidad? Si lo comprendiéramos, no la desearíamos. Y si no la deseáramos, no elegiríamos el especialismo.

Y repetimos de nuevo la pregunta, seguida de las frases que la siguen, pues juntas forman esta reflexión: 

¿Desearías que eso fuese posible, aparte de que es evidente que no lo es? De ser posible, te habrías convertido a ti mismo en un ser indefenso. Dios no está enfadado. Simplemente no pudo permitir que eso ocurriese. Y tú no puedes hacer que Él cambie de parecer al respecto. Ningún rito que hayas inventado en el que la danza de la muerte te deleita puede causar la muerte de lo eterno, ni aquello que has elegido para substituir a la Plenitud de Dios puede ejercer influencia alguna sobre ella. (T.16.V.12.5-11)

Dios no está enfadado. Simplemente no es posible destruir nuestro verdadero Ser, porque Dios lo creó inmutable. Por lo tanto, es imposible que seamos cuerpos limitados. No ha sucedido nada. Dios lo sabe y está tranquilo, pues sabe que estamos con Él: nunca nos hemos separado. Nuestras falsas imaginaciones no han logrado ni jamás podrían cambiar la verdad de nuestro Ser. Por mucho que insistamos en imaginar lo contrario, jamás podremos convencer a Dios de que somos cuerpos, porque eso es imposible. Los cuerpos no existen. Ningún ritual de magia que hayamos inventado puede producir la muerte de lo eterno (lo que verdaderamente somos) y ni siquiera puede afectarlo ni un poquito. La relación especial, por lo tanto, no ha hecho nada, no ha cambiado nada. El perdón puede desvelarnos la verdad de esto. Y lo hará, cuando cambiemos de mentalidad y elijamos el perdón en lugar de los especialismos y los resentimientos.

No veas en la relación especial más que el intento absurdo de querer anteponer otros dioses a Él, y de, al adorarlos, encubrir su pequeñez y la grandeza de Dios. En nombre de tu propia compleción no desees esto. Pues cualquier ídolo que antepongas a Él se antepone a ti y usurpa el lugar de lo que verdaderamente eres. (T.16.V.13)

Aquí tenemos de nuevo un uso del lenguaje bíblico: uno de los mandamientos recogidos en la Biblia nos dice que no antepongamos dioses ante el Dios Verdadero: "Amarás a Dios sobre todas las cosas... No antepondrás otros dioses a mí". El Curso nos invita a entender esto en clave no-dual, es decir, no referido a un Dios externo separado de nosotros, sino referido al Dios que en realidad es nuestro propio Ser. Si ponemos ídolos por encima de la verdad, los estamos poniendo por encima de nosotros mismos (de nuestro verdadero Ser) y por lo tanto, como dice el final de la cita, estaremos usurpando lo que verdaderamente somos. En otras palabras, estaremos tratando de convertir la plenitud/felicidad en el ídolo de sufrimiento que estamos experimentando en nuestro cuerpo, en el mundo. Eso no es posible, pero podemos imaginar que lo es.

Reconocer la imposibilidad de esto es la esencia del perdón. Precisamente en el perdón y en la resistencia a perdonar se centra el siguiente párrafo:

La salvación reside en el simple hecho de que las ilusiones no son temibles porque no son verdad. Te parecerán temibles en la medida en que no las reconozcas como lo que son; y no las reconocerás como lo que son en la medida en que desees que sean verdad. En esa misma medida estarás negando la verdad y no llevando a cabo la simple elección entre la verdad y las ilusiones; entre Dios y las fantasías. Recuerda esto, y no te resultará difícil percibir la elección exactamente como es, y sólo como es. (T.16.V.14)

No hay motivos para asustarnos, porque nada de lo que hemos imaginado es verdad. El problema es que no queremos que la verdad sea verdad: preferimos las ilusiones porque preferimos mantener nuestra pequeña individualidad. En ese caso y mientras siga siendo así, estaremos rechazando el cambio de mentalidad que nos despertaría del sueño de separación. Ese cambio de mentalidad es el perdón. Nos negamos a reconocer la verdad, es decir, que nos negamos a perdonar; nos negamos a desprendernos de nuestros juicios, de nuestro especialismo, de nuestros resentimientos, de nuestras ilusiones. Pero cuando nos demos cuenta del dolor que acarrea la individualidad, estaremos dispuestos a desprendernos de ella mediante el perdón, y reconoceremos que en realidad es simple despertar: solo hay que elegir "entre la verdad y las ilusiones; entre Dios y las fantasías". Es decir, entre la felicidad y el dolor. Cuando veamos esta elección tal cual es, no nos costará elegir el perdón que nos liberará.

El núcleo de la ilusión de la separación reside simplemente en la fantasía de que es posible destruir el significado del amor. Y a menos que se restaure en ti el significado del amor, tú que compartes su significado no podrás conocerte a ti mismo. La separación no es más que la decisión de no conocerte a ti mismo. (T.16.V.15.1-3)

La ilusión es solo ilusión; es fantasía y no puede ser verdad. No se puede destruir la verdad, pues la verdad es inmutable. Y como solo la verdad existe, no puede haber realmente ilusiones. Excepto que no queramos conocernos a nosotros mismos. Al rechazar la verdad de lo que somos creemos ver las ilusiones. Al rechazar la unidad creemos ver separación, pero no es más que una imaginación ideada para ocultar la verdad, ya que no queremos conocernos tal como realmente somos (porque preferimos la individualidad). Cuando nos cansemos de sufrir y de adorar el dolor, cambiaremos de opinión y desearemos reconocer la verdad de lo que somos. Entonces nuestra voluntad de perdonar aumentará, lo que nos conducirá a despertar.

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CAPÍTULO 4

Saltamos a la siguiente sección del Texto (T.16.VI) para regresar a nuestro tema principal de las relaciones especiales:

Ir en busca de una relación especial es señal de que te equiparas con el ego y no con Dios, pues la relación especial sólo tiene valor para el ego. (T.16.VI.1.1-2)

El Curso repite algunos mensajes con palabras diferentes, porque son mensajes importantes para nuestro despertar y conviene que nos empapemos bien de estas informaciones. Aquí se nos dice de nuevo que elegir lo limitado (el cuerpo, la individualidad, lo temporal, el especialismo) significa que estamos identificándonos con el sistema de pensamiento de separación y miedo del ego. Valorar la relación especial significa que estamos valorando al ego, es decir, al sufrimiento. Porque valorar la relación especial significa desear lo limitado, lo separado, lo exclusivo. Pero un amor exclusivo es limitado y no puede jamás aportar la felicidad que nos brinda el verdadero amor ilimitado.

Para él (el ego), a no ser que una relación tenga valor especial, no tiene ningún significado, pues para el ego todo amor es especial. (T.16.VI.1.3)

Para el ego, el amor es el mezquino amor/odio que se despliega sobre el teatro llamado mundo. Pero, para Dios, el verdadero amor no está limitado a unos pocos, ni exige nada a cambio, ni trata de poseer o canibalizar a la otra persona, sino que es un amor que se brinda libremente, en paz y libertad:

El amor es libertad. (T.16.VI.2.1)

En la verdad (o en su reflejo en el mundo, la percepción verdadera de la relación santa) el amor es libre. No se necesita poseer al otro, porque todos somos uno. No hay miedo a que nadie se marche, porque nada puede salirse del Todo. El Todo es Todo. La idea de que haya algo aparte del Todo no es más que una fantasía de locos.

De modo que el amor es libertad, pero nosotros lo buscamos en la prisión de la relación de amor especial, y eso no es libertad sino una cárcel.

El amor es libertad. Ir en su busca encadenándote a ti mismo es separarte de él. ¡Por el Amor de Dios, no sigas buscando la unión en la separación ni la libertad en el cautiverio! Según concedas libertad, serás liberado. No te olvides de esto, o, de lo contrario, el amor será incapaz de encontrarte y ofrecerte consuelo. (T.16.VI.2)

El verdadero amor es libertad, pero cuando tratamos de encontrarlo donde no está (en la relación especial), nos estamos separando tanto del amor como de la libertad. Estamos, por lo tanto, encadenándonos al infierno. Afortunadamente, nuestro Ser es inmutable —lo único real— y el infierno es ilusorio. Y el perdón nos permite volver a casa; de hecho, nos permite reconocer que ya estamos en casa (nunca nos fuimos; nunca hemos dejado de Ser tal como Dios nos creó). Según concedas libertad (según perdones), serás liberado/perdonado. Porque al conceder libertad, dejas de querer aprisionar a los demás, dejas de limitar, y entonces despiertas del sueño de que te separaste de Ti. No te olvides de perdonar, o te entretendrás inútilmente en el infierno del sufrimiento, hasta que tarde o temprano el dolor te haga replantearte lo que has elegido y te decidas a recordar que sigues teniendo a tu alcance la oportunidad de perdonar. Al volver tu mente hacia dentro y allí ver que la oscuridad que temías encontrar (un Dios Asesino separado de ti y dispuesto a matarte) no existe, avanzas por fin más allá de ese ilusorio velo mental de oscuridad y te reencuentras con la Luz que realmente eres. Y en ese reconocimiento gozas de tan abismal felicidad, tan ilimitada paz, que das mil gracias a Dios Tu Ser por SER LO QUE ES. Y mientras aún nos percibimos aquí, podemos dar las gracias al perdón que nos permite volver la mente hacia dentro y que se revele toda esta Felicidad. Tan solo tenemos que dejar a un lado el especialismo, eligiendo el perdón en su lugar, para que encontremos tal ¡Felicidad!

La relación especial no significa nada sin un cuerpo. (T.16.VI.4.1)

El cuerpo, aunque ilusorio, es el símbolo de la separación, es el reflejo (o proyección) de la separación en este mundo. Y aquí está nuestro dilema o elección: tenemos que elegir entre el cuerpo o la Felicidad. No podemos tener ambas cosas. Es una cosa o la otra.

Si le atribuyes valor a la relación especial, tienes que atribuírselo también al cuerpo. Y no podrás sino conservar aquello a lo que atribuyas valor. La relación especial es un recurso para limitar tu ser a un cuerpo, y para limitar la percepción que tienes de los demás a los suyos. (T.16.VI.4.2-4)

En la relación especial, donde enfatizamos las diferencias y les damos realidad, nos vemos como cuerpos. El cuerpo y el mundo no son más que el escondite en el que hemos proyectado lo que inconscientemente queremos proteger: nuestra culpa por la supuesta separación y nuestra relación especial a nivel ontológico con el sistema de pensamiento del ego. Ese especialismo ontológico, a su vez, es lo que parece separarnos de Dios. En el mundo, por lo tanto, estamos doblemente alejados de Dios, protegidos de Él mediante esta doble capa defensiva (el sueño del mundo y el sueño secreto) «doblemente sellada en el olvido» (L.136.5.2). Por eso nos encanta el cuerpo (o el mundo), porque nos aleja de Dios, al alejarnos de la parte tomadora-de-decisiones de nuestra mente, que es donde veríamos tranquilamente que el sueño secreto no es verdad, y que en cambio el amoroso Dios sí es verdad, y que Él es lo que siempre hemos estado buscando realmente. Pero como no queremos reconocer la verdad, preferimos buscar la felicidad en el especialismo ontológico, proyectado a continuación en el mundo en forma del especialismo de los cuerpos.

Por eso valoramos tanto los cuerpos. Aferrarnos a ellos (darles importancia) nos ayuda a retrasar el despertar a la verdad. Así que nos percibimos como un cuerpo, y percibimos a los demás también como cuerpos. Y nos empeñamos en mantener la esperanza de que podremos hallar la felicidad como cuerpos. Pero tarde o temprano tendremos que reconocer que solo Dios es felicidad, mientras que el cuerpo, en manos del ego, es sufrimiento. El cuerpo, en manos del Espíritu Santo, no es sufrimiento sino un canal de comunicación del mensaje del perdón que nos conduce a despertar. Para el ego, el cuerpo es su esperanza de obtener felicidad en el mundo (pero solo sacamos de él sufrimiento, sin entender por qué). Para el Espíritu Santo, el cuerpo es una herramienta para que entendamos que no hay cuerpos ni mundo, pues no hay separación ni sufrimiento, ni por lo tanto culpa.

Mientras que el ego trata de enseñarnos que el cuerpo es real, el Espíritu Santo nos enseña a utilizarlo como un medio de comunicación y nos recuerda que en realidad no somos cuerpos. Nos recuerda que somos mentes unidas (y más allá de eso somos la Única Mente: el SER).

Mientras que el ego utiliza el cuerpo para separar (juicios, luchas, conflictos, "amores" exclusivos, etc), el Espíritu Santo lo utiliza para unir (lo cual es un reconocimiento explícito de que en realidad no hay cuerpos, sino mentes unidas). Como lo que hace el Espíritu Santo es justo lo opuesto de lo que hace el ego, este intenta sabotear la obra de Aquel. El ego siempre se resiste a la unión. Siempre se resiste al perdón. Siempre se resiste a despertar. Y aunque el Espíritu Santo está deseoso de ofrecernos cuanto antes el despertar, nosotros seguimos dándole la espalda cada vez que nos identificamos con el ego. Esto no lo digo para que nos sintamos culpables, sino para tomar conciencia del funcionamiento del ego, mirarlo junto con Jesús/Espíritu Santo directamente de frente, y elegir de nuevo si realmente queremos eso o no. Cuando entendamos cuánto sufrimiento acarrea identificarnos con un cuerpo y creer que es real, estaremos dispuestos a perdonarlo y volver a Casa. Mientras tanto, seguiremos tratando de limitarnos a nosotros mismos y a los demás, percibiéndonos como pequeños y frágiles cuerpos. Pero cuando estemos dispuestos a seguir al Espíritu Santo, podremos ver la brillante chispa de la relación santa (mentes unidas, intereses compartidos, etc), y más allá de ella llegaremos a conocer el fulgurante resplandor de nuestro Ser, metaforizado en el Curso como "los Grandes Rayos":

Si pudieses ver los Grandes Rayos, éstos te demostrarían que la relación especial no tiene absolutamente ningún valor. Pues al verlos, el cuerpo desaparecería, ya que perdería su valor. Y de este modo, perderías todo tu interés en verlo. (T.16.VI.4.5-7)

Como decía, lo de los "Grandes Rayos" es una metáfora. Es un símbolo de nuestro Ser, o también de la Expiación de la mentalidad recta. Es decir, los Grandes Rayos es una bella imagen con la que podemos ilustrar tanto el conocimiento (la revelación, o directamente el Ser, nuestra Unidad con Dios) como la percepción verdadera o mentalidad recta: la Expiación, la enorme paz y confianza que surgen cuando elegimos de todas-todas la mentalidad recta, etc.

También podríamos establecer una comparación entre dos metáforas que utiliza el Curso: la chispa y los Grandes Rayos. La chispa de luz de la que habla a veces el Curso podemos verla como una metáfora de la pequeña dosis de buena voluntad, los pequeños pasos del perdón, etc. Los Grandes Rayos podemos verlos también como la "gran dosis de buena voluntad" que se expresa en el Manual como muchas ganas de despertar, la "gran dosis de buena voluntad": «Hay una manera de escapar que se puede aprender y enseñar, pero requiere paciencia y una gran dosis de buena voluntad» (M.17.8.3-4).

Hay un par de citas donde se mencionan estas dos metáforas a la vez:

En muchos lo único que queda es la chispa, pues los Grandes Rayos están velados. (T.10.IV.8.1)

La pequeña chispa que contiene los Grandes Rayos también es visible, y no puede ser confinada a la pequeñez por mucho más tiempo. (T.16.VI.6.3)

Pero volviendo a nuestra cita:

Si pudieses ver los Grandes Rayos, éstos te demostrarían que la relación especial no tiene absolutamente ningún valor. Pues al verlos, el cuerpo desaparecería, ya que perdería su valor. Y de este modo, perderías todo tu interés en verlo. (T.16.VI.4.5-7)

Y podemos poner un ejemplo: si llegamos a tener la experiencia de la revelación (los Grandes Rayos) sentiremos tal plenitud, felicidad y bienestar en la Unidad que dejaremos de creer en el cuerpo y de interesarnos por él. Mientras dura la revelación —«La revelación produce una suspensión completa, aunque temporal, de la duda y el miedo» (T.1.II.1.1)— desaparece la ilusión del cuerpo. Mientras se está con la Verdad, deja de parecer que las ilusiones existen. Y entonces, al comprender que el cuerpo no existe y en cambio la verdadera Felicidad de la Unidad sí, perdemos interés en el cuerpo y por lo tanto le abrimos nuestros brazos en señal de bienvenida al perdón, al despertar y a nuestro Ser.

Ves el mundo al que atribuyes valor. (T.16.VI.5.1)

Podemos ver el mundo del perdón, o el mundo conflictivo del ego; la relación santa o la relación especial. Y de hecho debemos elegir, pues o vemos una alternativa o la otra, pero nunca ambas a la vez. Si elegimos el perdón en vez del especialismo, estaremos en camino de despertar.

Leamos ahora ese párrafo completo:

Ves el mundo al que atribuyes valor. A este lado del puente (esta sección se titula "El puente que conduce al mundo real") ves un mundo de cuerpos separados que buscan unirse unos con otros en uniones exclusivas y convertirse en uno solo a costa de la pérdida que ambos sufren. Cuando dos individuos intentan convertirse en uno solo están tratando de reducir su grandeza. Cada uno quiere negar su poder, pues una unión exclusiva excluye al universo. Se deja fuera mucho más de lo que se admite dentro, pues se deja a Dios fuera y no se admite nada dentro. Si una sola de esas uniones se estableciese con perfecta fe, el universo entraría a formar parte de ella. Mas la relación especial que el ego persigue no incluye ni siquiera un solo individuo en su totalidad. El ego sólo quiere parte de él, y ve sólo esa parte y nada más. (T.16.VI.5)

Vemos aquello que elegimos ver. En este lado del puente (el mundo del especialismo) vemos cuerpos separados que tratan de canibalizarse los unos a los otros, lo cual engendra culpabilidad y sufrimiento. «Cuando dos individuos intentan convertirse en uno solo están tratando de reducir su grandeza», porque se ven como cuerpos, y los cuerpos no pueden unirse realmente. Solo pueden juntarse, aproximarse, pero por mucho que se junten (incluso en el acto sexual), sigue habiendo separación, por lo que la ilusión de unión es temporal y termina por diluirse. Cuando establecemos una pareja especial, ambos integrantes estamos empequeñeciéndonos, al renunciar a todo (cuanto menos al resto del universo) a cambio de fugaces ilusiones temporales. Como dice la cita: «Se deja fuera mucho más de lo que se admite dentro, pues se deja a Dios fuera y no se admite nada dentro». Es lo que inevitablemente sucede cada vez que preferimos lo limitado a lo ilimitado: que sabe a poco y acabamos sintiéndonos doloridos y sin nada.

«Si una sola de esas uniones se estableciese con perfecta fe, el universo entraría a formar parte de ella». Es decir, que si de verdad fuésemos en serio en nuestra decisión de unirnos con esa persona, aceptaríamos la verdadera unión, es decir, no exigiríamos especialismos sino que elegiríamos establecer una relación santa, y al perdonar completamente («con perfecta fe» significa aquí completamente) sin hacer concesiones al ego, al perdonar a esta persona las habríamos perdonado a todas:

El primer testigo que verás será a tu hermano, pero tras él habrá miles, y tras cada uno de éstos mil más. (T.27.V.10.4)

Porque como dice el Curso, al perdonar una relación completamente las hemos perdonado todas, pues en este mundo todo simboliza lo mismo, y cuando perdonamos la separación en cualquiera de nuestros hermanos, reconocemos la unión en todos ellos:

Un solo pensamiento, completamente unificado, servirá para unificar todos los pensamientos. Esto es lo mismo que decir que una sola corrección bastará para que todo quede corregido, o que perdonar a un solo hermano completamente es suficiente para brindarle la salvación a todas las mentes. (L.108.5.1-2)

Si excluimos aunque solo sea a una persona de nuestro perdón, nos quedamos atados a este mundo de separación. Pero si perdonamos aunque solo sea a una persona completamente, nos liberamos junto a todos nuestros hermanos. Pues habremos reconocido que nunca nos fuimos de Casa, y por lo tanto habremos despertado.

Volviendo a nuestra cita para comentar la parte final del párrafo:

Mas la relación especial que el ego persigue no incluye ni siquiera un solo individuo en su totalidad. El ego sólo quiere parte de él, y ve sólo esa parte y nada más. (T.16.VI.5.7-8)

El ego limita, separa y trocea. En la relación de amor especial, no solo separa a ambos amantes del resto del mundo (pues es un amor exclusivo, limitador), sino que incluso cada uno se separa del otro. Al establecer una relación especial, no solo me separo del resto del mundo sino que ¡me separo también de la persona especial de la que creo estar enamorado! Pues no acepto a esa persona completamente, porque a ella también la he separado de sí misma, fragmentándola en múltiples trozos o aspectos que unos me gustan y otros no. Por ejemplo, me gusta la situación financiera de mi pareja pero me decepciona su poca simpatía. O me gusta su belleza pero me decepciona su frágil salud, etc. Ya hemos hablado de esto antes en este post, cuando mencionamos esta cita:

No se considera a nadie como un ser completo. Se hace hincapié en el cuerpo, y se le da una importancia especial a ciertas partes de éste, las cuales se usan como baremo de comparación, ya sea para aceptar o para rechazar, y así expresar una forma especial de miedo. (T.18.I.3.6-7)

Y ahí pusimos el ejemplo de insistir que nuestra pareja se ponga a dieta o cosas así. En realidad basta con que pensemos que algo en nuestra pareja nos decepciona (aunque no se lo digamos) para que hayamos caído en la red limitadora del ego, porque siempre se trata de lo que pensamos, no de cómo nos comportamos.

En definitiva, nos gustaría que nuestra pareja fuese como nos complace a nosotros, y cuando no es así en algo, nos gustaría (más que eso, creemos que seríamos más felices si...) que cambiara e incluso a veces tratamos de manipularla sutilmente (o no tan sutilmente) para que se convierta en el cielo externo que nos complete (a costa de su sacrificio). Pero eso nunca funcionará porque solo Dios puede completarnos, como ya hemos estado viendo a lo largo de estas citas.

El resto de esta sección se aleja un poco del tema de la relación especial y se enfoca en el mundo real y en el puente que conduce a él (el perdón o relación santa). Del resto de la sección voy a mencionar solo unos fragmentos interesantes, y a continuación pasaremos a la siguiente sección del Texto.

¡Qué diferentes son las cosas al otro lado del puente! (es decir, en el mundo real) Durante algún tiempo se sigue viendo el cuerpo, pero ya no es lo único que se ve, como ocurre aquí. La pequeña chispa que contiene los Grandes Rayos también es visible, y no puede ser confinada a la pequeñez por mucho más tiempo. (T.16.VI.6.1-3)

Por supuesto, ¡cuán diferentes se ven las cosas tras la iluminación! Durante algún tiempo se siguen viendo los cuerpos, pero se los ve con la pequeña chispa que contiene los Grandes Rayos y que no puede ser confinada en el mundo de los símbolos por mucho rato más. Esa pequeña chispa es la relación santa, el mundo perdonado, la percepción verdadera. Los Grandes Rayos o revelación pueden aflorar de tanto en cuando, pero la pequeña y bella chispa que los señala nunca se aleja de nuestra vista, pues por fin hemos perdonado al mundo de una vez por todas.

Una vez que hayas cruzado el puente, el valor del cuerpo disminuirá tanto ante tus ojos, que ya no tendrás ninguna necesidad de enaltecerlo. Pues te darás cuenta de que su único valor es el de permitirte llevar a tus hermanos contigo hasta el puente, para allí ser liberados juntos. (T.16.VI.6.4-5)

Una vez que te has iluminado el cuerpo deja de parecerte valioso, excepto como medio de comunicación para inspirar a tus hermanos a elegir el mismo perdón que te ha liberado. Entonces disfrutas de un feliz y calmado desapego con respecto al cuerpo y el mundo. Has comprendido que tu Ser y felicidad no están fuera de Ti, sino dentro.

El puente en sí no es más que una transición en la perspectiva que se tiene de la realidad. (T.16.VI.7.1)

Este puente de transición (el puente que conduce a la iluminación) es el proceso del perdón o proceso de volver la mente hacia dentro. Consiste, por lo tanto, en un cambio de mentalidad: un cambio de perspectiva con respecto a qué es real y qué no.

A este lado, ves todo sumamente distorsionado y desde una perspectiva totalmente errónea. Lo que es pequeño e insignificante se enaltece, y a lo que es fuerte y poderoso no se le concede ningún valor. Durante la transición hay un período de confusión, en el que es posible experimentar una sensación muy real de desorientación. No tengas miedo de esto, pues lo único que significa es que has estado dispuesto a abandonar el marco de referencia distorsionado que parecía mantener a tu mundo intacto. Este marco de referencia está construido en torno a la relación especial. Sin esta ilusión, no seguirías buscando ningún significado aquí. (T.16.VI.7.2-7)

En nuestro lado actual del puente (el mundo del especialismo) todo está distorsionado porque hemos confundido niveles, confundiendo la forma con el contenido, el sufrimiento con el amor, la esclavitud con la libertad, etc. Enaltecemos lo que no significa nada (la forma) y despreciamos lo que lo significa todo (el único Contenido real: la paz y la Unidad de Dios). Puesto que el ego con el que estamos tan identificados usa la forma para alejarnos de la mente-tomadora-de-decisiones y volvernos ciegos a la verdad, el Curso nos recuerda en una lección posterior: «Nada es tan cegador como la percepción de la forma» (T.22.III.6.7).

Durante la transición (el proceso del perdón, sobre todo en sus fases tempranas) hay un periodo de confusión y desorientación porque todavía confundimos niveles y seguimos aferrados a las formas aunque ya hemos decidido que queremos liberarnos de ellas (dejando de darles importancia, comprendiendo que no son reales). No hay que asustarse, porque lo único que está pasando es que al dejar el especialismo al que estábamos tan acostumbrados, nos sentimos por un momento inseguros ante la novedad de la relación santa. Ante lo desconocido (relación santa, perdón) tenemos por un momento la tentación de volvernos a lo que nos resultaba familiar: la relación especial. Sin embargo superaremos estas tentaciones de retornar al sufrimiento del especialismo, y a medida que aumente nuestra conciencia de que el especialismo solo nos acarrea dolor, estaremos cada vez más dispuestos a confiar en el dulce Compañero que nos guía hacia la verdadera salvación. Cuanto más claro tengamos que lo que realmente queremos es seguir las indicaciones de perdón del Espíritu Santo en vez de recurrir a los especialismos de "complementos externos" del ego, antes traspasaremos esta etapa de confusión. Finalmente llegarán la paz, la confianza y la verdadera unión.

No temas que se te vaya a elevar y a arrojar abruptamente a la realidad. El tiempo es benévolo, y si lo usas en beneficio de la realidad, se ajustará al ritmo de tu transición. (T.16.VI.8.1-2)

Tampoco hay motivo para temer que despertemos demasiado bruscamente, porque mediante el perdón el tiempo se adaptará suavemente al ritmo de nuestra transición. Es decir, que podemos estar tranquilos: nuestra individualidad no desaparecerá de repente mientras aún la deseemos por poco que sea. El perdón no desvanecerá repentinamente nuestra individualidad. Lo que el perdón va a hacer es eliminar poquito a poco todo el sufrimiento de nuestras mentes. Notaremos que cada vez nos enfadamos menos... cada vez más amorosos... cada vez más tranquilos y con más confianza... cada vez sufriremos menos... cada vez nos asustaremos menos... y nuestra paz y alegría no harán más que aumentar conforme nuestro ego sigue disminuyendo. Finalmente, cuando quede muy poquito ego, ya estaremos tan identificados con el bienestar de la paz que acabaremos perdiendo todo el interés que nos quedaba por el ego y el cuerpo y el especialismo, y entonces finalmente el ego se desvanecerá por completo porque eso es lo que en ese momento querremos totalmente. Y desprendernos del ego será el instante más feliz de nuestras vidas. Por fin nos sentiremos libres del mundo, como mente y no como cuerpo, aunque por un tiempo (como decía una cita que vimos un poco más arriba), seguiremos viendo los cuerpos (hasta que finalmente dejemos el nuestro suavemente a un lado y nos fundamos con nuestro Ser en un destello de Gloria maravillosa que jamás se acabará pues es nuestra Vida inmutable que goza de Sí Misma por toda la eternidad).

Lo único que es urgente es desencajar tu mente de la posición fija que ha adoptado aquí. Ello no te dejará desamparado ni desprovisto de un marco de referencia. El período de desorientación, que precede a la transición en sí, es mucho más corto que el tiempo que tardaste en fijar tu mente tan firmemente en las ilusiones. Cualquier demora te hará ahora más daño que antes, debido únicamente a que te das cuenta de que es una demora, y de que realmente es posible escapar del dolor. En lugar de desesperación, halla esperanza y consuelo en esto: muy pronto ya no podrás encontrar en ninguna relación especial aquí ni siquiera la ilusión de amor. Pues ya no estás completamente loco, y no tardarías mucho en reconocer la culpabilidad que te produce traicionarte a ti mismo. (T.16.VI.8.3-8)

Con "desencajar tu mente" se refiere al cambio de mentalidad: si queremos acelerar nuestro despertar, es urgente que practiquemos el perdón para convertirlo en un feliz hábito liberador. Cuando aprendamos a confiar en nuestro Guía, perdonaremos alegremente y el mundo nos parecerá cada vez más luminoso y llevadero, aunque al comprender que el mundo es una ilusión no nos apegaremos a él, sino que estaremos abiertos y receptivos al verdadero Contenido de nuestra Mente: Dios.

Cuanto más conscientes seamos de la inmensa felicidad que nos está aguardando en la Mente de Dios, más "dolorosas" nos resultarán las demoras, es decir, más dispuestos y entusiasmados estaremos con el perdón. Llegará un momento en que tendremos las cosas claras y solamente querremos perdonar y perdonar, sin prisas (sin miedo) pero sin pausa (sin resistencia). Y entonces ya no nos dejaremos engañar por ninguna relación especial, pues las reconoceremos todas por lo que son (odio por uno mismo y deseo de abandonar la felicidad de Dios), pues incluso las de amor especial solo son odio disfrazado de amor para encubrir la culpabilidad de traicionarnos a nosotros mismos al rechazar nuestra verdadera felicidad en Dios.

Nos saltamos el resto de esta sección para comentar la última sección de este capítulo 16 del Texto, titulada "El final de las ilusiones" (T.16.VII). Es una sección interesante, que no solo toca el tema de la relación especial sino que la conecta con el uso que el ego hace del tiempo (centrándose en el pasado):

Es imposible abandonar el pasado sin renunciar a la relación especial. Pues la relación especial es un intento de revivir el pasado y alterarlo. (T.16.VII.1.1-2)

En secciones como esta, debemos tener presente que el Curso presenta su mensaje con diversas capas de significados, complementarias entre sí. En este caso, con el tema del pasado, se refiere tanto al pasado en el mundo de las formas con su tiempo lineal (nuestras diversas quejas ante la vida en el mundo, tanto si se trata de algo sucedido hace unos segundos, hace unos días, hace unos meses, o años, o incluso siglos y milenios en una "reencarnación anterior") y al mismo tiempo, en una segunda capa de significado más profunda y relevante se refiere al pasado del nivel ontológico de la mente, fuera del tiempo lineal y del mundo espaciotemporal de las formas: el instante ontológico donde pareció producirse la separación.

A nivel ontológico de nuestra mente creemos que hubo un pasado en el que cometimos el gran pecado de separarnos de Dios. Por supuesto que la separación no ha ocurrido, y por lo tanto ese "pecado" no es más que un simple error de apreciación, pero nuestro ego, la mentalidad errada, está convencida de que logró lo imposible y que desde entonces lo único que merece es ser castigada por su tremendo pecado de asesinato contra Dios y Su Hijo. Esa creencia en la separación es el problema ontológico del cual provienen todos los demás problemas. En ese nivel ontológico de la mente inconsciente es donde forjamos también nuestra primera relación especial, la que mantenemos con el ego ontológico desde que decidimos rechazar los consejos del Espíritu Santo y nos fuimos tras la versión del ego que tomaba en serio la creencia en la separación.

Ese pecado en el pasado ontológico, y esa relación especial con el ego ontológico, los proyectamos sobre el mundo de las formas y ahora tenemos un mundo de cuerpos, de espacio y de tiempo lineal: a nivel ontológico generamos un pasado (pecado), "presente" (culpa) y futuro (miedo a ser castigados por nuestro tremendo pecado ontológico), que al proyectarlos sobre el mundo de las formas y su tiempo lineal se convierten en el pasado, presente y futuro que conocemos como cuerpos en el mundo. Cuando la cita dice que "Es imposible abandonar el pasado sin renunciar a la relación especial", es válida en ambos niveles, tanto a nivel ontológico como en la proyección del mundo.

La segunda frase, "Pues la relación especial es un intento de revivir el pasado y alterarlo" se refiere principalmente a que en la relación especial establecida en el mundo de las formas, estamos intentando revivir el pasado ontológico de la supuesta separación (que siempre se revive de un modo u otro, pues queremos mantener la individualidad), y de algún modo alterarlo para que ahora no seamos nosotros los culpables asesinos de Dios, sino proyectar esa culpabilidad sobre otras personas o situaciones del mundo de las formas. Al hacer eso, el ego cree haber conseguido alterar el pasado: antes se consideraba culpable de haber asesinado a Dios, pero ahora, tras la proyección consistente en echar la culpa a algo o alguien, se considera a sí mismo "inocente" (más bien se considera una víctima), pues puede ver claramente a los culpables fuera de él: en otros cuerpos en el mundo.

Toda imaginada ofensa, todo dolor que todavía se recuerde, así como todas las desilusiones pasadas y las injusticias y privaciones que se percibieron, forman parte de la relación especial, que se convierte en el medio por el que intentas reparar tu herido amor propio. Sin el pasado, ¿de qué base dispondrías para elegir a un compañero especial? (T.16.VII.1.3-4)

Donde dice "intentas reparar tu herido amor propio", se podría traducir también como "reparar tu autoestima herida". La cita describe la estrategia del ego de buscar justificaciones (imaginarias, pero que el ego considera reales) para mantener el odio y el ataque. "No soy yo el malo", grita nuestro ego, "mirad lo que me hicieron a mí". Empezando por nuestra misma infancia (por no remontarnos a vidas anteriores que por lo general ni siquiera recordamos), nos quejamos de que nuestros padres no pudieron darnos el amor, cuidados o atención que nos merecíamos, convirtiéndonos en inocentes víctimas. Y a medida que crecíamos mantuvimos esta tendencia de proyección de la culpa aplicándola a las diversas personas y situaciones en los que nos fuimos encontrando. Al ego le vienen de perlas nuestras quejas con respecto al pasado; procura no olvidarse ni de una. ¿Cómo podríamos elegir a un compañero especial sin apelar al pasado? En el verdadero presente ni siquiera hay cuerpos...

En la relación especial intentamos reparar nuestra herida autoestima. Partimos de un estado mental de carencia procedente del nivel ontológico (creencia en la separación, que conduce a la carencia y a la culpabilidad por creer haber matado a Dios), y ahora como cuerpos intentamos paliarla. Al sentirnos vacíos (carentes) tenemos una autoestima baja (más aún con la culpa por el asesinato de Dios). Pero al proyectar eso hacia fuera por medio de la relación especial, creemos poder escapar de estos nefastos efectos (carencia, culpa, baja autoestima) y así lograr la inocencia que creemos haber perdido, recuperando nuestra autoestima. Esto lo hacemos tanto con la relación de odio especial (por ejemplo, al desquitarnos con alguien y sentirnos triunfadores, nuestra autoestima parece aumentar) como con la relación de amor especial (por ejemplo, cuando nuestra pareja nos dice "te amo, eres lo mejor del mundo", nuestra autoestima parece también aumentar).

Toda elección al respecto se hace por razón de algo "malo" que ocurrió en el pasado a lo que aún te aferras, y por lo que otro tiene que pagar. (T.16.VII.1.5)

El ego aprovecha cualquier evento pasado, en el que pueda verse como víctima, para tener una justificación para su ataque y poder echar la culpa a otra persona. Y eso simboliza lo que se oculta en nuestra mente ontológica: «algo "malo" que ocurrió en el pasado a lo que aún te aferras» se refiere al "pecado" ontológico de la separación. Y puesto que considerarnos el asesino de Dios acarrea una culpa insoportable para nuestra mente ontológica, hay que echar la culpa fuera, adonde sea. No hay nada fuera de uno mismo en realidad, pero la mente ontológica vuelve a dividirse a sí misma, imagina un Dios vengativo que ha resucitado para matarnos y recuperar lo que le robamos (nuestra individualidad), y después incluso olvida eso y solamente ve culpa en ese imaginario Dios, que desde el principio nos expulsó del Paraíso y nos abandonó, y no se conforma con eso porque ahora quiere matarnos... Al creernos esta absurda mentira del ego, entramos en pánico a nivel ontológico y para escapar de Dios fabricamos el mundo de las formas. La mente ontológica se dividió a sí misma en infinidad de fragmentos y proyectó el mundo de las formas, refugiéndose allí en forma de cuerpos de todo tipo. "¡Aquí no podrá encontrarme Dios!". El imaginario Dios vengador se encuentra en la mente, mientras que nosotros ahora creemos haber conseguido salir fuera de la mente para vivir en un mundo físico. (En realidad no ha sucedido nada de eso porque las ideas no abandonan su fuente; el mundo físico sigue, de hecho, siendo mente). Pero el mundo de las formas nos parece real porque al creer en él lo hemos hecho real en nuestra alucinatoria experiencia. Ahora encontramos fácilmente incontables oportunidades y situaciones en las que echar la culpa a los demás. Por fin somos inocentes, de hecho más bien víctimas. Pero por desgracia esto no funciona porque seguimos sintiéndonos mal: carentes, vacíos, sin la plenitud de Dios. Y ante esto, lo único que se nos ocurre (mientras sigamos con el ego) es repetir de nuevo lo que ya nos había fallado: volvemos a proyectar. "¡Me siento mal, alguien lo va a tener que pagar! ¡Quién es el culpable esta vez!".

La relación especial es una venganza contra el pasado. (T.16.VII.2.1)

Tratamos de desquitarnos del pasado, a todos los niveles. A nivel ontológico, el pasado creemos que es el desastre de la separación. Nuestra mente inconsciente cree que lo estropeó todo de manera irreversible al separarse de Dios, rompiendo el Cielo, destruyendo el Amor y quedando para siempre derrotados a merced de un mundo frío de carencia e incompletitud. Pero al proyectar el mundo de las formas, nuestra mente cree que puede darle la vuelta a eso. Si primero nos sentíamos carentes y derrotados, ahora como cuerpo puedo percibir que otros me han robado y sentirme legitimado para atacarles con el fin de recuperar lo que debía ser mío. Si robo me enriquezco y cambio mi derrota por victorias. Al parecer me estoy desquitando del pasado... pero no funciona, porque tarde o temprano siempre nos persigue la alargada sombra de la culpa, que vuelve hacia nosotros (las ideas no abandonan su fuente) y nunca nos dejará tranquilos (si no escuchamos al Espíritu Santo no sabemos que la única manera de solucionar esta situación imaginaria es aceptar el perdón y la Expiación: ¡la separación nunca ocurrió!).

Al tratar de eliminar el sufrimiento pasado, pasa por alto el presente, pues está obsesionada con el pasado y comprometida totalmente con él. Ninguna relación especial se experimenta en el presente. Sombras del pasado la envuelven y la convierten en lo que es. No tiene ningún significado en el presente, y si no significa nada ahora, no significa nada en absoluto. (T.16.VII.2.2-5)

Recordemos que el ego nos arranca del presente y nos lo oculta tras su tiempo lineal de pasado (pecado), presente falso (culpa) y futuro (miedo). En el sistema de pensamiento del ego todo es pasado en última instancia, porque el presente remite al pasado (culpa por el pecado imaginario de la separación, ocurrido en un supuesto pasado que nunca existió) y el futuro no es más que una repetición del pasado, saltándose el verdadero presente. La culpa es el motor del sistema de pensamiento del ego y podemos verla por doquier.

Ninguna relación especial se experimenta en el presente porque como hemos dicho, todo el sistema de pensamiento del ego (incluida la relación especial) está centrado en el pasado. El ego evita el presente porque el único verdadero presente es Dios, el Cielo de la Unidad, donde no puede haber dualidad, ni por lo tanto ego. En el sueño de la percepción, el verdadero presente se refleja en el instante santo, conservado para nosotros por el Espíritu Santo en nuestra mente recta.

Pero como dice la cita, si la relación especial no se encuentra en el presente, entonces no se encuentra en ninguna parte: no existe en absoluto.

¿Cómo ibas a poder cambiar el pasado, salvo en fantasías? ¿Y quién te puede dar aquello de lo que según tú se te privó en el pasado? (T.16.VII.2.6-7)

Ya hemos comentado cómo el ego trata de alterar el pasado, tratando de transformar su sentimiento ontológico de víctima y convertirlo en eufóricas sensaciones de victoria en el mundo de los cuerpos. Pero el sistema de pensamiento del ego no permite alterar el pasado, solo permite fantasear que se altera. Porque ese pasado ontológico es sacrosanto para el ego: nunca va a renunciar a la idea de que logró la separación y surgió su culpa resultante, que son la base de la individualidad. Lo que sí intenta el ego es obtener apariencias de haber cambiado el pasado, pero ¿cómo va a darnos nadie del mundo la plenitud que nosotros mismos elegimos desechar al separarnos de Dios? Es un imposible porque nosotros mismos estamos eligiendo lo contrario de la plenitud en nuestra mente inconsciente (al elegir constantemente la separación).

El pasado no es nada. No trates de culparlo por tus privaciones, pues el pasado ya pasó. (T.16.VII.2.8-9)

Estas dos frases son una manera de expresar en palabras el mensaje de la Expiación: la separación nunca ocurrió. Ese pasado ontológico no es más que algo imaginado por la mente. El problema no es realmente la separación, la cual es simplemente una creencia falsa. El problema es creer en ella. Y eso fue una decisión que hemos tomado como mente, en tanto que tomador-de-decisiones en el nivel ontológico. Por lo tanto, solo el tomador de decisiones puede cambiar su decisión y elegir la Expiación en vez de la separación, riéndose de haber creído en esa tonta idea. Y como el ego teme que cambiemos de decisión, pues eso sería el final del ego, nos convence de que no somos el tomador de decisiones, sino un cuerpo con el que nos debemos identificar en el mundo de las formas. Así nos alejamos de la mente, que es donde el ego ve el peligro: porque si volvemos a la mente, podremos cambiar nuestra decisión y dejar de creer en el ego/separación.

Sin embargo el Espíritu Santo nos dice que no necesitamos hacer nada excepto dejar de creer en la mentira de la separación. Pues el problema no es la idea de la separación, sino creer en ella. El Espíritu Santo nos dice que ese pasado donde creemos que nos separamos de Dios, nunca ocurrió. Por lo tanto, no podemos culpar al pasado por nuestra sensación de carencia, pues el pasado ya pasó, pero seguiremos imaginando un pasado que no existe y percibiéndonos como carentes hasta que volvamos a la mente tomadora de decisiones y cambiemos de decisión. No es el pasado el que produjo nuestra carencia, ¡sino nuestra propia decisión que podemos cambiar cuando nos demos cuenta de que no somos un cuerpo sino mente!

En realidad es imposible que no puedas desprenderte de lo que ya pasó. Debe ser, por lo tanto, que estás perpetuando la ilusión de que todavía está ahí porque crees que sirve para algún propósito que quieres ver realizado. Y debe ser también que ese propósito no puede realizarse en el presente, sino sólo en el pasado. (T.16.VII.2.10-12)

Si ese pasado —la supuesta separación— que tanto tememos pero que a la vez adoramos (porque dio lugar a nuestra individualidad) desapareció apenas en el mismo instante en que pareció surgir, entonces es imposible que no estemos libres de él, ¡pues no está! Y si todavía lo percibimos es porque insistimos en imaginarlo para revivirlo, para algún extraño propósito (mantener la culpabilidad/individualidad). Y ese propósito de culpabilidad no puede realizarse en el verdadero presente, que es el instante santo de la pura inocencia, sino solo en el imaginario pasado, y es por eso que nos aferramos al pasado para así mantener la culpa y la individualidad.

Aquí viene bien una hermosa idea que me encantó tras leerla en un comentario de Ken Wapnick a este párrafo del Texto. Expreso esa idea un poco cambiada, a mi manera:

La Expiación nos dice que la separación nunca ocurrió; que el pasado ya pasó. En esta toma de conciencia radica nuestra liberación, pues todo el castillo de naipes del sistema de pensamiento del ego se basa en ese pasado de culpabilidad, y sin esa base todo el resto se desmorona por sí solo. Por lo tanto la salvación podemos alcanzarla inmediatamente mediante el instante santo. La unión/perdón en el instante santo del ahora nos libera del pasado, donde supuestamente ocurrió el pecado de la separación. Y entonces: sin separación, no hay pecado. Sin pecado, no hay culpa. Sin culpa, no hay proyección. Sin proyeción, no hay relación especial. Y sin relación especial, no hay individualidad. Lo único que queda entonces es la LIBERACIÓN. Desaparecidas las ilusiones, solamente permanece en pie lo que es eterno: la verdad.

Apenas lo leí me pareció una bellísima e inspiradora idea.

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CAPÍTULO 5

Pasemos al siguiente párrafo:

No subestimes la intensidad del deseo del ego por vengarse del pasado. (T.16.VII.3.1)

Como de costumbre, aquí también hay varias capas de interpretaciones; resaltemos una interpretación principal: queremos vengarnos del pasado ontológico, por ejemplo nuestra creencia de haber sido derrotados por Dios y expulsados del Paraíso, teniendo que salir con el rabo entre las piernas pero mascullando: "algún día me vengaré". Y la oportunidad de nuestra venganza la fabricamos en el mundo de las formas, donde nos vengamos de Dios y del lejano pasado ontológico al victimizar a nuestros hermanos.

El ego es absolutamente cruel y completamente demente. Se acuerda de todo lo que hiciste que lo ofendió, e intenta hacer que pagues por ello. Las fantasías que lleva a las relaciones que ha escogido para exteriorizar su odio, son fantasías de tu destrucción. (T.16.VII.3.2-4)

El mismo tema que acabamos de mencionar, aunque aplicable también a nivel del mundo (resentimientos pasados en el mismo mundo de las formas). De cualquier modo, finalmente proyectamos la culpa hacia fuera e intentamos que sean otros quienes paguen el pato. Mientras nos vengamos, pasamos totalmente por alto que lo que en realidad estamos "destruyendo" es nuestro propio Ser, pues al elegir el ataque y generar culpa, el verdadero Ser desaparece de nuestra experiencia, ya que la inocencia pura es imposible mezclarla con la culpa y la violencia, del mismo modo que es imposible mezclar la luz con las sombras.

Pues el ego te guarda rencor por el pasado, y si te escapas del pasado se vería privado de consumar la venganza que, según él, tan justamente mereces. (T.16.VII.3.5)

El comienzo de esta cita, traducido así, puede tener varias interpretaciones, por ejemplo podemos referirnos a que el ego nos guarda rencor por el "pasado" de Ser el Hijo de Dios (ese "pasado" es más bien el verdadero presente). Eso hace enfadar al ego porque nuestra inocencia como el único Hijo de Dios significa que el ego no existe. Pues si Cristo vive, el ego no.

Pero tal vez podríamos traducir el comienzo de la cita con algo parecido a esto: "Pues el ego te mantiene atado al pasado, y si (...)". Esta interpretación de la cita es también válida porque es cierto que el ego trata de mantenernos por siempre encadenados al pasado, es decir, a la culpa por la supuesta separación. Sin esa culpa por la creencia en la separación el ego no solo no puede vengarse, sino que tampoco puede existir: desaparece en la nada de donde provino. Ah, y el "que tan justamente mereces" se refiere a que el ego nos considera culpables por el mero hecho de ser inocentes en Cristo, pues nuestra inocencia significa que el ego no existe, y pensar eso —y ese pensamiento ya se encuentra en nuestra mente recta— es el mayor pecado posible según el ego, por lo cual somos culpables para él).

Sin embargo, si no te tuviese a ti de aliado de tu propia destrucción, el ego no podría encadenarte al pasado. En la relación especial permites tu propia destrucción. Que eso es demente es obvio. Lo que no es tan obvio es que el presente no te sirve de nada mientras persigas el objetivo del ego como aliado suyo. (T.16.VII.3.6-9)

El ego no puede hacer que nos enfoquemos en el pasado a menos que nosotros mismos accedamos a aliarnos con el ego al creer en él y en su sistema de pensamiento. La relación especial, basada en la carencia y en el pasado, nos mantiene enraizados en la culpa (oculta tras la apariencia de amor) y alejados de nuestro propio Ser. Alejarse de uno mismo es de locos, por supuesto. 

El presente no nos sirve de nada mientras estemos con el ego, porque el ego es pasado y al anclarnos en el pasado perdemos de vista el presente, el cual es nuestro verdadero Ser, la inocencia y la plenitud del Cristo. Mientras sigamos aferrados al ego como guía, seremos ciegos a Cristo nuestro Ser, pero cuando cambiemos de mentalidad y elijamos la guía del Espíritu Santo, el perdón descorrerá los velos que pusimos para ocultar a Cristo de nuestra experiencia.

La verdad de lo que somos no puede destruirse realmente porque nuestro Ser es inmutable, pero cuando elegimos el sistema de pensamiento del ego nos volvemos ciegos a la verdad, por lo que parece desaparecer de nuestra experiencia hasta que abandonemos al ego. Cuando lo hacemos, reconocemos nuevamente la verdad, que nunca se fue.

El pasado ya pasó. No intentes conservarlo en la relación especial que te mantiene encadenado a él, y que quiere enseñarte que la salvación se encuentra en el pasado y que por eso necesitas volver a él para encontrarla. No hay fantasía que no encierre un sueño de represalias por lo ocurrido en el pasado. ¿Qué prefieres, exteriorizar ese sueño o abandonarlo? (T.16.VII.4) 

Aquí volvemos a repasar el maravillosamente esperanzador mensaje de la Expiación: el pasado ya pasó. Es una invitación que se nos hace (recordemos que el Curso se dirige a nosotros no como la persona humana que creemos ser, sino como la mente tomadora de decisiones) a que dejemos de lado el sistema de pensamiento del ego, con su culpa, miedo y relaciones especiales, todo basado en el pasado donde supuestamente ocurrió el nefasto pecado de la separación. Al renunciar al ego, nos escaparíamos del pasado, de la culpa y del miedo, recobrando la libertad. Pero el ego intenta convencernos de que la salvación no radica en dejar de creer en sus mentiras, sino que la encontraremos en el pasado. Como el ego proyecta ese pasado ontológico sobre el imaginario mundo de las formas, al creer en él buscamos la salvación en un mundo aparentemente externo de formas y cuerpos donde no hay esperanza alguna de salvación, pues fue diseñado para mantenernos ignorantes de la mente y para que así no cambiemos de decisión. Aunque en el mundo nunca encontraremos salvación mientras sigamos eligiendo al ego como guía, ese mismo mundo puede convertirse en nuestro "hilo de Ariadna" salvador, si elegimos al Espíritu Santo como nuestro guía en lugar del ego, porque el Espíritu Santo nos enseña a ver el mundo de otra manera: como un aula donde podemos aprender a acceder a la mente por medio de los símbolos que percibimos en el mundo. Esto daría comienzo al proceso del perdón, así que en la última frase de la cita se nos pregunta qué es lo que vamos a elegir a partir de ahora: ¿la culpa (seguir exteriorizando el sueño y alejándonos de la mente) o el perdón (abandonar el sueño, volver a la mente y cambiar de decisión para despertar)?

No parece que lo que buscas en la relación especial sea la venganza. Y ni siquiera cuando el odio y la crueldad se asoman fugazmente se quebranta seriamente la ilusión de amor. Sin embargo, lo único que el ego jamás permite que llegue a tu conciencia es que la relación especial es la exteriorización de tu venganza contra ti mismo. ¿Qué otra cosa podría ser? Cuando vas en busca de una relación especial, no buscas la gloria dentro de ti. Has negado que se encuentre en ti, y la relación se convierte en su substituto. La venganza pasa a ser aquello con lo que substituyes la Expiación, y lo que pierdes es poder escaparte de la venganza. (T.16.VII.5)

Ya hemos comentado más arriba (T.16.VI.2.1) uno de los aspectos vengativos de la relación especial. Aquí resaltamos otro aspecto de la venganza: "tu venganza contra ti mismo". Identificados con el ego, queremos atacar nuestro propio Ser que con Su Luz nunca aceptó las sombras de nuestro especialismo ni nuestra individualidad, porque no existen. Al proyectar un mundo de cuerpos y relaciones especiales, fabricamos la ocasión de "vengarnos". Toda relación especial es una venganza contra ti mismo porque aunque parezcas atacar a otra persona, en realidad estás atacando tu propio Ser, al reducir a un cuerpo a la persona a la que atacas y también a ti mismo, es decir, renunciando a la felicidad (¿qué mayor venganza puedes tomarte contra ti mismo que negarte la felicidad que te corresponde?). De este modo nuestro Ser-Cristo desaparece de nuestra conciencia y lo sustituimos por nuestra individualidad, por nuestra relación especial, a costa de un enorme sufrimiento que nos negamos a mirar.

Incluso cuando se trata de relaciones de amor especial sigue tratándose de una venganza, pero deseamos tanto olvidarnos de Cristo y conservar la individualidad que ni siquiera cuando el odio asoma en la relación "se quebranta seriamente la ilusión de amor". No se quebranta demasiado nuestra ilusión de amor porque vemos lo que queremos, y queremos que el especialismo (la individualidad) sea verdad. Así que nos volvemos ciegos al odio que se oculta bajo el disfraz del amor especial. Esto es venganza contra uno mismo, porque al elegir el especialismo estamos renunciando a nuestra auténtica felicidad ilimitada. Negamos lo que realmente somos. Negamos la Expiación (que la ilusión nunca nació). Y mientras insistamos en esto y nos neguemos a ver el dolor que acarrea la relación especial, seguiremos eligiendo creer en ella.

Frente a la demente noción que el ego tiene de la salvación, el Espíritu Santo te ofrece dulcemente el instante santo. (T.16.VII.6.1)

El ego nos pide que busquemos la salvación en el mundo, en los cuerpos, en las relaciones especiales. De este modo nos aleja de la mente, que es el único lugar donde se origina el problema (la decisión de creer y querer la separación/individualidad) y el único lugar donde se encuentra su solución/salvación, la cual reside simplemente en dejar de creer en la separación y perdonarnos por haberla soñado y deseado. Puesto que en la mente sí podemos cambiar de mentalidad y deshacer la separación/ego, el ego siempre se opondrá a que volvamos nuestra atención a la mente. Nos seduce con el mundo de las relaciones especiales y nos insiste en que si nos lo montamos bien, podremos conseguir la salvación/felicidad en el mundo.

El Espíritu Santo, en cambio, nos ofrece el instante santo en el que no hay tiempo, ni mundo, ni formas, ni culpa, ni separación de ningún tipo.

El ego nos tira de las orejas y nos impulsa a reforzar la culpa en las relaciones especiales, nos convence de lo importantes que son las diferencias que vemos, somos cuerpos diferentes, seres separados y tenemos que competir unos con otros, pues los recursos son limitados y lo que uno tiene no puede tenerlo otro (intereses separados).

El Espíritu Santo simplemente sonríe, y si aceptamos escucharle nos explica muy dulcemente que nada de esto ha pasado, que las ilusiones no tienen poder porque no tienen fundamento excepto nuestra creencia en ellas, y que todos somos iguales y no hay diferencias (nos enseña a vernos unidos con nuestros hermanos mediante los intereses compartidos). Es cierto que a nivel de la forma nuestros cuerpos son diferentes unos de otros (física y psicológicamente, además de las circunstancias de cada cual: profesión, nivel de educación, familia, dinero, salud, etc). Pero el Espíritu Santo nos enseña a no darle importancia a tales diferencias, pues son solo aparentes (pues son a nivel de la forma). A nivel del contenido todos somos iguales y tenemos intereses compartidos. Somos iguales porque todos somos mentes (de hecho, la misma mente) con los mismos componentes: mentalidad errada, mentalidad verdadera, y el centro tomador de decisiones que elige entre esas dos mentalidades. Y nuestros intereses son compartidos porque todos necesitamos despertar de las falsas creencias de la mentalidad errada, y todos nos dirigimos hacia la felicidad ilimitada que nos aguarda en el Cielo, la cual sintonizamos eligiendo su reflejo en la mentalidad recta (tal reflejo es el perdón, los intereses compartidos, la bondad, la unión, el milagro, el instante santo, etc).

Hemos dicho antes que el Espíritu Santo tiene que enseñar mediante comparaciones, y que se vale de opuestos para apuntar hacia la verdad. (T.16.VII.6.2)

Tanto el ego como el Espíritu Santo utilizan las comparaciones, pero de un modo opuesto. El ego compara para separarnos a unos de otros, separarnos de nuestro Ser, y por lo tanto separarnos de la felicidad. En cambio, el Espíritu Santo lo único que compara es el sistema de pensamiento del ego con el sistema de pensamiento de la mentalidad recta, enseñándonos que mientras el del ego conduce al dolor y la separación, el de la mentalidad recta nos conduce a la unión y la felicidad.

Por lo tanto el Espíritu Santo hace comparaciones para ayudarnos a unir y despertar, mientras que el ego las hace para desviarnos a dormir y separar.

De hecho, el ego duele. El Espíritu Santo compara ese dolor con la paz que nos ofrece el perdón, señalándonos así el camino hacia la verdad.

El instante santo es lo opuesto a la creencia fija del ego de que la salvación se logra vengando el pasado. En el instante santo se comprende que el pasado ya pasó, y que, con su pasar, el impulso de venganza se arrancó de raíz y desapareció. La quietud y la paz del ahora te envuelven con perfecta dulzura. Todo ha desaparecido, excepto la verdad. (T.16.VII.6.3-6)

El ego y la relación especial nos limitan, mientras que el perdón y el instante santo nos liberan. La relación especial nos incita a tomar el mundo en serio, mientras que el perdón o relación santa nos alivian del miedo y nos relajan en la paz, hasta que finalmente somos capaces de reírnos de los absurdos que habíamos estado creyendo.

El instante santo es un reflejo de la verdad (y el "final" del instante santo es el recuerdo de la verdad misma), la cual invitamos cuando escuchamos al Espíritu Santo darnos el jubiloso mensaje de la Expiación: "La separación nunca ocurrió". O en otras palabras:

Lo que Dios te ha dado, te lo dio de verdad, y no podrás sino recibirlo de verdad. (...) En el instante santo se encuentra Su recordatorio de que Su Hijo será siempre exactamente como fue creado. Y el propósito de todo lo que el Espíritu Santo enseña es recordarte que has recibido lo que Dios te ha dado. (T.16.VII.8.1,7-8)

Como nos dice el Curso en otros lugares, aún soy tal como Dios me creó. Por lo tanto, no hemos perdido lo que Dios nos ha dado, seguimos en estado de gracia.

El espíritu está eternamente en estado de gracia. Tu realidad es únicamente espíritu. Por lo tanto, estás eternamente en estado de gracia. (T.1.III.5.4)

En el instante en que aceptemos totalmente este recordatorio... inmediatamente ¡adiós, ego!

No hay nada por lo que tengas que guardarle rencor a la realidad. Lo único que debes perdonar son las ilusiones que has albergado contra tus hermanos. Su realidad no tiene pasado, y lo único que se puede perdonar son las ilusiones. (T.16.VII.9.1-3)

La realidad es pura inocencia y plenitud presente, repleta de felicidad total en una Unidad de la que nadie está exento. Está disponible siempre y esta disponible ahora. ¿Quién podría guardarle rencor a la total felicidad? Nuestros resentimientos, quejas y rencores no son contra la realidad, sino contra la "realidad" que hemos elegido que sea nuestra experiencia. Una falsa realidad limitada o especial, la cual jamás conseguirá satisfacer nuestras ansias de plenitud.

En definitiva, que en nuestra experiencia consciente nos percibimos carentes, con culpa, miedo y multitud de problemas. El ego nos ofrece dos recursos para tratar de superar nuestra sensación de carencia y completarnos: la relación de odio especial ("¡te sentirás de fábula cuando odies y venzas a otros!", exclama el ego) o la relación de amor especial. El Espíritu Santo nos recuerda que ambos tipos de especialismo son meras ilusiones, ambas una misma ilusión de odio, aunque una de ellas disfrace el odio de amor. Pero Él nos ofrece una alternativa que sí es real porque nos sacará del dolor y nos llevará a la verdad: la relación santa, la cual es un reflejo de la verdad. En la relación santa la verdad se refleja mediante perdón e intereses compartidos. El Espíritu Santo nos invita a negarnos sistemáticamente a aceptar las proposiciones de especialismo del ego (odio o amor especial) y las sustituyamos por la relación santa, que nos brindará paz y apunta hacia la verdad.

El perdón, la relación santa, el milagro, la unión y los intereses compartidos son diferentes aspectos o maneras de referirnos al reflejo de la verdad, que nos permitirá despertar del sueño y recordar la Realidad.

Unirse en estrecha relación con Él (Dios) es aceptar las relaciones como reales (por lo tanto como mente, no como formas), y gracias a su realidad, abandonar todas las ilusiones a cambio de la realidad de tu relación con Dios. (T.16.VII.11.4)

Si realmente queremos unirnos con Dios, tenemos que aceptar nuestras relaciones como reales, es decir, dejar de lado el especialismo y establecerlas como relaciones santas. Toda relación santa refleja nuestra verdadera Relación Santa, que es con el Espíritu Santo, la cual refleja la Verdad Absoluta que es nuestra Unidad con Dios.

La relación santa no ocurre realmente en el tiempo ni en el espacio. Ocurre en el instante santo en la mente. Pero la vemos reflejada en el mundo del tiempo/espacio mediante los intereses compartidos, el perdón y el no dar importancia a las aparentes diferencias que los cuerpos mantienen a nivel de la forma. En contenido todos somos lo mismo, y la relación santa es este reconocimiento. La relación santa nos conduce a Dios.

Alabada sea la relación que tienes con Él (Dios) y ninguna otra. La verdad reside en ella y no en ninguna otra parte. Eliges esto o nada. (T.16.VII.11.5-7)

Y en la práctica lo elegimos mediante la única decisión relevante que tenemos en este imaginario mundo de la percepción: elegir entre el sistema de pensamiento del ego y el del Espíritu Santo. No hay más opciones; y son sistemas de pensamiento excluyentes: o experimentamos uno, o bien el otro, pero nunca los dos a la vez. Siempre, en cada instante, estamos eligiendo entre esos dos sistemas de pensamiento. O usando palabras más cortas, se nos invita a elegir entre:

Los juicios o el perdón. 
Los resentimientos o la paz. 
El miedo o el amor.
Tener razón o ser feliz. 
La relación especial o la relación santa. 
Los intereses separados o los intereses compartidos. 
Las diferencias o la igualdad. 
La culpa o la inocencia. 
La separación o la unión. 
El dolor o la plenitud.
El sufrimiento o el bienestar. 
La esclavitud o la libertad. 
El ataque o la mansedumbre. 
La duda o la confianza. 
La ilusión o la verdad. 
El cuerpo o el tomador de decisiones.  
El mundo o la mente. 
El sueño o el soñador.
El ego o el Espíritu Santo. 
La parcialidad o la universalidad. 
La fragmentación o la totalidad. 
La individualidad o la infinitud. 
El pasado o el instante santo.
El tiempo o la eternidad. 

Etc. O, en términos más flexibles, elegimos entre:

EL EGO O DIOS 

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Es interesante lo que dice la siguiente cita del Curso sobre la relación especial:

En cierto sentido, la relación especial fue la respuesta del ego a la creación del Espíritu Santo, Quien a Su vez fue la Respuesta de Dios a la separación. (T.17.IV.4.1)

Me gustó una metáfora que utilizó Kenneth Wapnick, así que la voy a describir aquí con mis propias palabras. Esta dinámica entre el ego y el Espíritu Santo se parece al juego del ajedrez: parece una especie de partida cósmica de ajedrez en la que uno efectúa una jugada, el otro responde, y así cada vez uno va tratando de contrarrestar las jugadas del otro (al menos esto es así desde la perspectiva del ego, pues el Espíritu Santo simplemente es, y simplemente por ser lo que es, Su Luz desvanece las ilusiones y eso el ego lo considera tratar de ganarle la partida). Por ejemplo, en esta metáfora podríamos ver la Unidad de Dios como la primera jugada (en realidad Dios nunca mueve, pues Él no responde ante las ilusiones, sino que simplemente ES; pero la metáfora representa las cosas desde el ámbito del ego, donde sí parece haber "partida de ajedrez", es decir, dualidad: acción y reacción, con un oponente al que hay que vencer y ante el que hay que "tener razón"). A continuación el ego responde con su jugada: la diminuta y alocada idea de la separación. Entonces Dios "responde" creando al Espíritu Santo (la Expiación) que nos tranquiliza (a nosotros como la única mente ontológica dividida) diciéndonos que la separación nunca ha ocurrido, y que esa diminuta y alocada idea es cosa de risa de tan absurda que es. Pero ahora el ego responde con un golpe táctico, una astuta estrategia de ajedrez: inventa la culpa y el miedo (en primer lugar en la mente ontológica) y los complementa con la relación especial, proyectando un mundo de cuerpos donde quedemos lo más lejos posible de la mente, distraídos con multitud de problemas y relaciones especiales. Por un momento el ego cree que por fin le ha dado jaque mate a Dios (el ego cree haber asesinado a Dios con cada una de sus jugadas y se siente muy culpable con ello, aunque al mismo tiempo no quiere abandonar la culpa porque la misma existencia del ego depende de ella; nosotros mismos, cuando estamos bajo el influjo de nuestro ego, es decir, en nuestra mentalidad errada, hacemos lo que todos sin excepción hacemos cuando estamos en la mentalidad errada: tratar de dar jaques mates a todo nuestro alrededor, por ejemplo con nuestra insistencia en tener razón; cada jugada en una partida de ajedrez —incluida la metafórica partida del ego— es un intento de tener razón, es decir, de salirnos con la nuestra: ganar, derrotando a algún otro). Pero la relación especial no ha sido jaque mate, porque Dios (el Espíritu Santo) es inmortal y responde con la relación santa. Y la partida sigue y sigue, el ego tratando de alterar y destruir la relación santa mediante infinidad de problemas especiales en el mundo de las formas (siempre procurando que nos olvidemos de la mente), mientras que a cada una de sus jugadas especiales el Espíritu Santo "responde" con el mismo tipo de jugada santa una y otra vez: traer nuestra atención de vuelta a la relación santa, recordándonos el principio de la Expiación: ¡que en realidad no hay partida!, pues solo existe el Primer Movimiento: la Unidad de Dios. Y aunque el ego siempre insistirá en tratar de ganar la partida, de dar jaque mate en cada una de sus jugadas, o al menos intentar alargar la partida hasta el infinito para así mantener su ilusoria existencia individual, al final la partida tiene un solo resultado posible, pues las jugadas de la relación santa son siempre más poderosas, porque mientras que la relación especial del ego refleja la mentira ontológica de la separación, la relación santa refleja la verdad del instante santo y de la Expiación. Por lo tanto, finalmente despertaremos (cuando lo deseemos sinceramente: practicando el perdón) del sueño de que existe esta partida de ajedrez del ego contra Dios (una partida de ajedrez es dualidad: dos bandos que tratan de vencerse uno al otro; el ego ve que una fuerza se le opone y trata de dar jaque mate a esta fuerza opuesta, trata de matarla, trata de demostrar que tiene razón; Dios ni siquiera ve tablero ni ego, pues no lo hay; lo que el ego considera como "jugadas que se le oponen" es nuestro recuerdo natural de la verdad, que sigue en nuestra mente y en el Curso es llamado "Espíritu Santo") y comprenderemos que tal partida/sueño/dualidad no existe, pues seguimos y seguiremos siempre en el inmensamente feliz Primer Movimiento: la Unidad. Que obviamente no es un movimiento, pues no se mueve, sino la simple verdad de la plenitud que podemos resumir con las simples palabras: DIOS ES.

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CAPÍTULO 6

Bien, pues parece que le hemos dado un buen repaso al tema de las relaciones especiales (en el Curso hay mucho más, pues bastantes capítulos tocan este tema y aquí nos hemos centrado en el capítulo 16 del Texto, que es el primer capítulo, creo, en el que se trata este tema de manera extensa). Hemos hablado de las dos modalidades de relación especial (la de odio especial y la de amor especial). También hemos hablado más brevemente de la relación santa. Y de mecanismos del ego, como la proyección, la introyección, la culpabilización y la negación. Hemos tocado brevemente pero repetidamente temas como el perdón y el instante santo. Y hemos mencionado la importancia de la capacidad de elegir que tiene nuestra mente.

Sin contar la breve cita del capítulo 17 que pusimos después, la última cita que hemos visto está casi al final del capítulo 16 del Texto (está incluida en el penúltimo párrafo del capítulo 16) y con ella damos por finalizada esa sección final del capítulo. Para finalizar con las citas, vamos a retroceder a la primera sección del capítulo 16, "La verdadera empatía", para ver unas citas finales como complemento práctico de nuestro tema del perdón y las relaciones especiales. Tras ellas, repescaremos una cita que nos saltamos en la sección VI y que viene bien como recordatorio práctico.

La primera sección de este capítulo 16 nos habla de la verdadera empatía en contraste con la falsa empatía del ego:

Sentir empatía no significa que debas unirte al sufrimiento, pues el sufrimiento es precisamente lo que debes negarte a comprender. Unirse al sufrimiento de otro es la interpretación que el ego hace de la empatía, de la cual siempre se vale para entablar relaciones especiales en las que el sufrimiento se comparte. (T.16.I.1.1-2)

Unirnos en el sufrimiento es hacer la ilusión (el sufrimiento) real. Por supuesto, como siempre con el Curso, hablamos del contenido (nuestro pensamiento), no de la forma (nuestro comportamiento). Por ejemplo, a nivel de la forma, si vamos a un funeral decimos la típica frase "te acompaño en el sufrimiento" o "te acompaño en el sentimiento", pues como dicen Ken Wapnick y Gary Renard, "sed normales" a nivel de la forma. Pero decir "te acompaño en el sentimiento" no significa que interiormente pensemos que el sufrimiento o la muerte es real (y repito, que pensemos eso interiormente no significa que le vayamos a decir a una viuda en el funeral de su marido que: "tranquila, la muerte no existe"). Y ahí (en nuestro pensamiento) es donde nos unimos a los demás en la verdadera empatía. La empatía del ego se basa en considerarnos cuerpos separados, mientras que la verdadera empatía reconoce que somos mentes inocentes y que en realidad no ha pasado nada (en el ejemplo del funeral, reconocemos que todos somos iguales —incluida la persona supuestamente fallecida—, pues todos estamos igual de muertos en el sueño del mundo («Fuera del Cielo no hay vida» (T.23.II.19.1)) e igual de vivos unidos cual Uno en Cristo («Pues Cristo es el Hijo de Dios, que vive en Su Creador y refulge con Su gloria» (T.11.IV.7.4)).

La frase "te acompaño en el sentimiento" es una forma que puede tener muy diversos significados (contenidos), dependiendo de quien la utiliza. Desde una perspectiva de mentalidad recta, lo que podemos querer comunicar con esa frase es que nos unimos a esa persona para apoyarla y amarla (mientras mentalmente la acogemos en nuestro reconocimiento de la inmortal Unidad en la que estamos incluidos todos, tanto los que parecemos estar en un cuerpo físico como los que no). A nivel de la forma podemos prestar todo el apoyo físico y emocional que la situación requiera, al mismo tiempo que interiormente mantenemos en alto brillando la antorcha del inmortal contenido que queremos compartir con todos sin excepción.

La prueba más clara de que la empatía, tal como el ego la usa, es destructiva, reside en el hecho de que sólo se aplica a un determinado tipo de problemas y a ciertos individuos. Él mismo los selecciona y se une a ellos. Pero nunca se une a nada, excepto para fortalecerse a sí mismo. Al haberse identificado con lo que cree entender, el ego se ve a sí mismo y procura expandirse compartiendo lo que es como él. (T.16.I.2.1-4)

Igual que hemos hablado de la relación especial, podríamos aquí referirnos a la empatía especial. Pues la empatía del ego es, como siempre, una relación especial. Al igual que el amor especial se concentra en un individuo o unos pocos individuos excluyendo a otros, la empatía especial se concentra en alguien (o en relación a un problema en particular) y no se extiende a los demás. Por ejemplo, uno puede sentir empatía por un amigo, o por un famoso jugador de su equipo favorito de fútbol, y en cambio no sentir ningún aprecio similar por un político de un partido político que nos disgusta, o por un futbolista del equipo que está en competencia con el nuestro.

También, aplicada a una sola persona, uno puede sentir empatía porque esa persona ha enfermado de cáncer, y en cambio sentir antipatía con esa misma persona porque tiene alguna característica que nos disgusta. La verdadera empatía, al igual que la relación santa, es total y universal: se aplica a todos los aspectos de esa persona y se extiende a todas las demás personas sin excepción. Si algo no es cierto para todos, entonces es ilusorio.

Esto no quiere decir que todas las personas tengan que caernos bien o parecernos simpáticas. No debemos confundir la forma con el contenido. Lo que la relación santa o verdadera empatía significa es que reconocemos que haga lo que haga esa persona a nivel de la forma, o haga lo que hagan todas las demás personas, eso no afecta a lo que esa persona es en su verdadera esencia: Cristo inocente e inmutable. Por ejemplo, la persona (cualquier persona, la que sea, pues no se hacen excepciones) puede tener una enfermedad, o estar sana, o ser rica, o pobre, o ser simpática, o antipática, o ser muy servicial, o una asesina en serie, puede ser un Hitler o una Madre Teresa, sea quien sea y haga lo que parezca haber hecho en la forma, sigue siendo inocente en la Mente de Cristo. A nivel de la forma, si se trata de un asesino en serie y nuestro trabajo es de policía, lo detendremos; si trabajamos de juez, lo juzgaremos (a nivel de la forma); pero tanto si somos policía como juez, y aunque a nivel de la forma tomemos las medidas oportunas para impedir las acciones dañinas de esa persona, a nivel del contenido no le negamos su inocencia en Cristo, por lo tanto no le negamos nuestro amor. Un juez puede juzgar a alguien en el Tribunal sin haberlo juzgado interiormente en su mente, es decir, estando en paz y amoroso en su interior, recordando el Cristo que todos compartimos. Esto es aceptar la relación santa, la verdadera empatía de los intereses compartidos, invitando al instante santo que nos recuerda que no somos cuerpos, sino una misma mente inocente y en libertad.

Tanto el ego como el Espíritu Santo tratan de extenderse, cada uno procurando extender su propia naturaleza (en el caso del ego, en el Curso lo llama "proyectar", pero en este párrafo vamos a usar la misma palabra para ambos). Como el ego surgió de la separación y de la pequeñez y se ve a sí mismo como separado, si le seguimos lo único que estaremos extendiendo es pequeñez y separación (reduciendo a todos como cuerpos, jugueteando con la carencia y la culpa, etc). Como el Espíritu Santo surgió del Amor y sólo conoce el Amor, si le seguimos extenderemos solamente amor y sus reflejos en el sueño: inocencia, unión, bondad genuina, ver a todos como un mismo espíritu con nosotros, y a nivel del sueño como mentes con los mismos intereses de perdonar, amar y despertar.

La capacidad de sentir empatía le es muy útil al Espíritu Santo, siempre que permitas que Él la use a Su manera. La manera en que Él la usa es muy diferente. Él no comprende el sufrimiento, y Su deseo es que enseñes que no es comprensible. Cuando se relaciona a través de ti, Él no se relaciona con otro ego a través del tuyo. No se une en el dolor, pues comprende que curar el dolor no se logra con intentos ilusorios de unirte a él y de aliviarlo compartiendo el desvarío. (T.16.I.1.3-7)

El Espíritu Santo nos enseña a unirnos como mentes inocentes, en vez de como cuerpos limitados que pueden enfermar, carecer de recursos y sufrir. Cuando aprendemos a unirnos así, esta verdadera empatía brilla resplandeciente y la paz y amor que sentimos se extienden hasta todas las demás mentes, invitándolas a tomar la misma decisión que nosotros hemos tomado, dejando de creer en el ego y eligiendo en su lugar la paz.

Pero (el ego) nunca se une a nada, excepto para fortalecerse a sí mismo. Al haberse identificado con lo que cree entender, el ego se ve a sí mismo y procura expandirse compartiendo lo que es como él. No dejes que esta maniobra te engañe. El ego siempre utiliza la empatía para debilitar, y debilitar es atacar. Tú no sabes lo que es la empatía. Pero de esto puedes estar seguro: sólo con que te sentases calmadamente y permitieses que el Espíritu Santo se relacionase a través de ti, sentirías empatía por la fortaleza, y, de este modo, tu fortaleza aumentaría, y no tu debilidad. (T.16.I.2.3-7)

El Curso quiere ayudarnos a acelerar nuestro despertar y por eso es tan servicial indicándonos las actitudes ocultas de nuestro ego, para que podamos reconocerlas y poco a poco aprender a ir dejándolas de lado. Y así, esta cita nos avisa: "El ego siempre utiliza la empatía para debilitar". El ego quiere que creamos en las diferencias, así que le encanta que una persona esté enferma y así poder ayudar. Le encanta que alguien esté en apuros de cualquier tipo porque así él se siente superior, diferente (por lo tanto reforzando la creencia en la separación), pensando interiormente: "yo tengo eso de lo que esta persona carece" (sea salud, dinero, consejos —"sabiduría"— o lo que sea), o pensando: "me necesita... o sea que soy valioso..." (y dependiendo para sentirse bien de la aprobación de esa persona, de su agradecimiento porque la ayudamos cuando nos necesita). Uno de los propósitos del ego en su ayudar es enfatizar las diferencias ("te ayudo porque soy un cuerpo diferente de ti, con cualidades que necesitas").

Lo que realmente quiere el ego al ayudar es sentirse bien él mismo. Por eso lo hace. Al ayudar se siente bondadoso e inocente, ayudando a esa persona que es diferente de él y que está en peor situación que él. Eso no es ayuda, sino "ayuda", pues en realidad busca su propio beneficio. El ego piensa interiormente así: "Al ayudarte me siento mejor, y cuanto peor sea tu problema, cuanto más grave sea tu enfermedad y más patente tu debilidad, tanto mejor para mí, porque me siento útil al ayudarte y al ver que me necesitas y que me amas por mi servicialidad". Por lo tanto la ayuda que se da desde el ego no es una ayuda desinteresada, sino calculada (aunque sean cálculos casi siempre inconscientes) para sentirse él mismo mejor.

Y si miramos a la persona que a nivel de la forma es ayudada, también dispone de las dos opciones que siempre tenemos todos; a nivel del contenido puede estar bajo cualquiera de los dos guías: si está con el ego y su especialismo, puede que incluso le guste estar en problemas para así ver cómo otras personas vuelcan su atención sobre ella, la cuidan, la miman... si está enferma, puede que ni siquiera le interese curarse de su enfermedad (aunque conscientemente suponga que sí quiere sanar). Además, padecer una enfermedad, como dice el Curso, le sirve al ego en muchos aspectos, por ejemplo a veces nuestra mente inconsciente reclama castigo por su supuesto pecado de la separación de Dios, esperando que al autocastigarse con la enfermedad, cuando el Dios vengador vea su lamentable estado, tal vez le parezca suficiente y se vaya a castigar a otros. Otro uso que le damos a la enfermedad (en nuestra mentalidad errada, inconsciente) es el de servirnos como una manera de señalar la culpabilidad de los demás. No suele decirse en palabras, pero el ego piensa: "¡Esto me lo has hecho tú! No me cuidaste como era debido. O puede que mis padres sean los culpables por ser una enfermedad genética y ellos me dieron el ADN. Además, ellos me obligaron a nacer, ¡yo no pedí venir a este infierno de mundo!". Y si otros son los culpables, yo debo ser inocente, piensa el ego con su filosofía de "o uno o el otro".

Y ni siquiera la enfermedad nos parece suficiente. Como dice el Curso, estamos más que dispuestos a morir como prueba de nuestra culpabilidad, o también para demostrar la culpabilidad de los demás:

La muerte les parece un precio razonable si con ello pueden decir: "Mírame, hermano, por tu culpa muero". (T.27.I.4.6)

Volviendo a nuestra cita, en las dos frases finales nos recuerda que "Tú no sabes lo que es la empatía" y que solo si escuchamos al Espíritu Santo aprenderemos a compartir la verdadera empatía, si dejamos que Él la comunique a través de nosotros. Pero para ello tenemos que estar receptivos a Él.

La verdadera empatía procede de Aquel que sabe lo que es. Tú aprenderás a hacer la misma interpretación que Él hace de ella si le permites que se valga de tu capacidad para apoyar la fortaleza y no la debilidad. Él no te abandonará, pero asegúrate de que tú no lo abandonas a Él. La humildad es fuerza sólo en este sentido: reconocer y aceptar el hecho de que no sabes, es reconocer y aceptar el hecho de que Él sabe. No estás seguro de que Él desempeñará Su función porque tú nunca has desempeñado la tuya completamente. Es imposible que sepas cómo responder a lo que no comprendes. No caigas en esta tentación ni sucumbas al uso triunfante que el ego hace de la empatía para su propia vanagloria. (T.16.I.4)

En definitiva, tenemos que aprender gradualmente a abrirnos a la relación santa y al instante santo, permitiendo que el Espíritu Santo se comunique con nosotros y extienda Su comunicación a través de nosotros a todas las personas que contactemos. Si recordamos que somos mentes con intereses compartidos, estaremos eligiendo la fortaleza del Espíritu Santo, pero si seguimos creyendo que las diferencias son importantes creeremos que somos cuerpos y estaremos eligiendo el especialismo del ego. Pero podemos aprender a elegir de nuevo. Puesto que los consejos del Espíritu Santo nos guían para escapar del dolor y recobrar la conciencia de la plenitud, es sabio elegirlo a Él como nuestro Guía y escuchar todo lo que tiene para decirnos. Esto nos sacará del pozo del ego y nos elevará por encima del campo de batalla, primero hasta la mente tomadora de decisiones, y una vez allí, al aceptar la inocencia que nos brinda la Expiación, elevarnos hasta la paz del mundo real, y finalmente aceptar el Último Paso en el que Dios Mismo se inclina hacia nosotros y nos eleva hasta Él en Sus tiernos Brazos, guardándonos para siempre en el cálido e inmensamente confortable centro de Su Corazón, la ilimitada Unidad del Amor.

Veamos ahora la cita que dije antes que nos dejamos en el tintero cuando estuvimos repasando las de la sección VI. Ahora nos viene muy bien como resumen de lo que hemos estado viendo. Es la última cita del Curso que vamos a comentar en este post:

Hay una manera en que el Espíritu Santo te pide que le prestes tu ayuda, si quieres disponer de la Suya. El instante santo es el recurso más útil de que Él dispone para protegerte de la atracción de la culpabilidad, que es el verdadero señuelo de la relación especial. No te das cuenta de que ése es el verdadero atractivo de la relación especial, debido a que el ego te ha enseñado que la libertad reside en ella. Sin embargo, mientras más detenidamente examines la relación especial, más claro te resultará que no puede sino fomentar la culpabilidad, y que, por lo tanto, no puede sino aprisionar. (T.16.VI.3)

La relación especial implica siempre culpabilidad, pues mediante la relación especial se refuerza la individualidad (al creer que somos cuerpos separados), y la mente egoica inconsciente hace estos cálculos: "Si soy un individuo, entonces soy culpable de haber matado a Dios" (recordemos que en el nivel ontológico de la mente el ego pensó que había matado a Dios, luego pensó que Dios había resucitado para vengarse, así que el ego imaginó un mundo de formas y se puso a soñar que se escondía en él, etc). Por lo tanto, el mero hecho de identificarnos con un cuerpo significa para nuestra mente inconsciente que somos culpables de asesinato. Y las relaciones especiales se utilizan para reforzar la creencia en la realidad del cuerpo y del mundo, y así ocultar la culpa ontológica por el asesinato de Dios (la creencia en la separación implica que, al separarnos de Dios, Él tuvo que morir para que nosotros tuviésemos nuestra ansiada vida individual). El ego no quiere que veamos la culpa ontológica porque el ego nos quiere lo más lejos posible de la mente, no vaya a ser que si vamos a la mente descubramos nuestro poder tomador-de-decisiones (que es nuestra verdadera identidad dentro del sueño) y cambiemos de mentalidad, dejemos de creer en la separación y la culpa ontológicas y deshagamos por completo toda la ilusión, incluido el ego. Así que el ego oculta al tomador-de-decisiones y la culpabilidad y la separación ontológicas proyectando el mundo de las formas. Para convencernos de que salgamos de la mente y vayamos al mundo que hemos proyectado, el ego nos asusta diciéndonos que Dios ha resucitado y ahora nos busca para vengarse y matarnos. Creemos en la mentira del ego y, presas del pánico, huimos de la mente y corremos a escondernos como cuerpos en el mundo de las formas. Y allí ya no vemos al tomador-de-decisiones, sino nuestro cuerpo. Ya no vemos la separación ontológica, sino separaciones a nivel del mundo de las formas: cuerpos, países, fronteras, divorcios, guerras, discusiones, enfermedades, grietas, etc. Tampoco vemos la culpa ontológica por la separación de Dios, sino la culpa que hemos proyectado sobre nuestros hermanos o el mundo, la cual se disfraza con infinidad de justificaciones: este me ha perjudicado, aquel no me ha saludado, aquella otra persona qué fea es, etc.

Para darle la vuelta a este truco del ego (el truco de alejarnos de la mente y mantener nuestra atención pegada al cuerpo y a los problemas en el mundo), tenemos que escuchar al Espíritu Santo. Recordemos que la cita decía también que "el Espíritu Santo te pide que le prestes tu ayuda, si quieres disponer de la Suya". Lo único que el Espíritu Santo necesita de nosotros es que estemos dispuestos a que Él nos ayude, ya que de lo contrario Él no puede hacer nada, pues Él jamás se opone a nuestra voluntad. Y la manera como demostramos estar dispuestos a recibir Su ayuda es estando dispuestos a poner en práctica la pequeña dosis de buena voluntad. Es decir, estar dispuestos a perdonar y despertar. Y como dice el Curso, no es necesario que estemos muy dispuestos. Basta con que estemos mínimamente dispuestos, pues esa mínima disposición por nuestra parte será respaldada por la Voluntad Unificada del Espíritu Santo que quiere nuestra total libertad. Como dice el Curso en alguna parte, basta con que prefiramos un poquito más la felicidad que el asesinato; basta con que tengamos un leve anhelo por la verdad; basta con que deseemos aunque solo sea un poquito la paz, antes que el dolor. (Por ejemplo T.26.VII.10.1)

Conforme aprendamos a practicar el perdón, permitiremos que el Espíritu Santo le dé la vuelta a la estrategia del ego. El ego quiere alejarnos de la mente. El Espíritu Santo nos guía de regreso a ella. El ego quiere que nos enfoquemos en las relaciones especiales con sus intereses separados. El Espíritu Santo nos ofrece como antídoto la relación santa con sus intereses compartidos. El ego nos arrastra al mundo y nos asegura que en él podemos encontrar felicidad. El Espíritu Santo nos aclara que el mundo no es más que una cortina ilusoria que oculta la igualmente ilusoria culpa ontológica, tras la cual se encuentra nuestro verdadero Ser. El ego nos impulsa a huir de la culpa ontológica (de la mente) y a refugiarnos en el mundo. El Espíritu Santo nos recuerda que no solo el mundo es ilusorio, sino que esa culpa ontológica que tanto tememos es ilusoria también, porque al ser culpa por la separación de Dios, el Espíritu Santo nos ofrece una feliz noticia: ¡En realidad nunca te separaste de Dios! (Esto es la Expiación). Sabiendo esto, y acompañados por el Espíritu Santo, permitimos que Su luz ilumine las sombras de la culpa ontológica y... ¡no hay nada! ¡No hay culpa, nunca la hubo! Simplemente lo parecía porque creímos en ella y nos negábamos a mirar. Y al desvanecerse la culpa alcanzamos el mundo real y estamos en paz. A partir de ahí todo es paz y sucede automáticamente, hasta que un ratito después despertamos del todo, desaparece el universo y nos reconocemos completamente felices como Uno en Dios. Dios ya ha dado por nosotros este Último Paso. Es la Realidad, que va a ser nuestra experiencia en cuanto estemos dispuestos a aceptarla. La Realidad ya es y nunca ha dejado de ser; solo tenemos que aceptarla.

Para lograr esto, solo tenemos que practicar el perdón con los símbolos/formas que percibimos en el mundo. Nosotros hacemos nuestra parte (perdonando a nivel del mundo, desde la perspectiva del perdón no-dual que nos enseña el Espíritu Santo) y el Espíritu Santo hará la Suya: utilizando nuestro perdón en el mundo para sanar nuestra mente en el nivel ontológico.

El ego tratará de que nos olvidemos del Espíritu Santo y de practicar el perdón, pero poco a poco podemos entrenarnos a adquirir el hábito de perdonar, y al volver la mente hacia dentro poco a poco mediante los instantes santos del perdón, volvemos a Casa.

El ego tratará de usar los cuerpos (incluido el nuestro) y el mundo para atiborranos de problemas (o placeres, para el ego es lo mismo con tal de que nos olvidemos de la mente y del perdón) y así distraernos del verdadero problema que es la culpabilidad que hemos reprimido en nuestra mente inconsciente, culpabilidad por una separación (de Dios) que nunca ocurrió realmente.

Pero ante los problemas y retos que el ego nos lanza en el aparente mundo, el Espíritu Santo nos ayuda a utilizar esos mismos eventos y formas que ideó el ego, pero utilizándolas para un propósito diferente: despertar, en vez de dormir; perdonar, en vez de culpabilizar. Ahora, con la ayuda del Espíritu Santo, cuando nos encontramos ante un problema ya no nos dejamos distraer siempre por el ego y su teoría de que hay que prestar mucha atención al mundo porque es real, sino que aprendemos poco a poco a acordarnos cada vez más de que el problema no está para amenazarnos como dice el ego, sino para brindarnos una oportunidad de practicar el perdón y así recordar que no hay mundo, no hay cuerpo, no hay culpa. El Espíritu Santo nos explica que se trata simplemente del reflejo de una creencia errónea (en la separación) y la consiguiente oportunidad de perdonar (la oportunidad de recordar que no hay separación, y que no somos cuerpos desvalidos y amenazados, sino espíritu ilimitado e inmortal).

Esto es un proceso y parece llevar tiempo, pero si empezamos a entrenarnos ahora en el perdón, estaremos abriéndole por fin la puerta a la paz y al despertar. Y Dios nos enviará a todos Sus ángeles (metáfora para referirnos al Espíritu Santo y Sus ilimitados recursos para garantizar y acelerar nuestro despertar) para apoyar nuestra más mínima intención de despertar. Como el tiempo es ilusorio y el estar despiertos en Dios es la verdad, la verdad deshace el tiempo en cuanto la elegimos con sinceridad. Y somos sinceros en elegirla cuando nos entrenamos en el perdón.

Así que elijamos la paz en vez del conflicto. Elijamos el júbilo de Dios en lugar del dolor. Elijamos el instante santo en vez de los resentimientos.

Y elijamos la relación santa en vez de la relación especial, que era el tema central de este post.

Recordemos: la relación especial nos ata al odio y a la culpa, porque nos vemos comos individuos en oposición reflejando en el teatro del mundo nuestro odio y culpa por haber roto la Unidad/Cielo y haber asesinado a Dios.

Recordemos cómo proyectamos esa culpabilidad sobre el mundo, echando la culpa a los demás (o a veces a nosotros mismos), tratando de canibalizar —la introyección— la inocencia y especialismo que percibimos en los demás, procurando comérnoslos si es preciso para recuperar lo que creemos inconscientemente que nos han robado.

Nos vengamos de este robo ocurrido en el pasado (en el sistema del ego todo es en realidad pasado, incluso el futuro y el presente son una fotocopia del pasado para el ego), y como no queremos mirar la verdadera causa en la mente (la creencia en la supuesta separación ontológica), nos enfocamos en el mundo de los cuerpos y establecemos relaciones especiales.

Como dijimos, en las relaciones de odio especial nos permitimos vengarnos directamente, atacando a los demás, ya sea de manera fisica, verbal o en nuestro pensamiento (al juzgarlos, al culpabilizarlos, al reducirlos a cuerpos, etc). Y cuando el ego se siente culpable de tanto atacar, intenta compensar con "amor" y forja la relación de amor especial, donde el mismo odio, venganza y ataque se llevan a cabo más sutilmente en forma de amor.

Con el amor especial nos animamos diciéndonos que en el mundo hay esperanza, que todavía puede darnos felicidad. Nos encanta que nuestra pareja de amor especial nos mime, nos diga cosas bonitas y nos ofrezca su cuerpo y sus recursos para satisfacer nuestras necesidades especiales. A cambio tenemos que aportarle algo, lo cual nos fastidia (porque a fin de cuentas su especialismo era nuestro, pensamos inconscientemente, y ahora es un poco injusto tener que negociar con mi pareja para recuperar lo que ella me robó, pero bueno...) y tratamos de dar a cambio lo menos posible. Damos lo que menos valoramos: nuestro yo, que hemos juzgado carente y sin valor. A cambio, intentamos obtener todo lo que podamos de nuestra pareja, como ya comentamos mucho más arriba en este artículo. Recordemos: nos gustaría acercar nuestra pareja mucho a nosotros (aunque solo las mentes se pueden unir, no los cuerpos), abrazarla, olerla, besarla...

A veces, en los grados más intensos, uno casi se comería a la otra persona para absorber lo que la hace especial, ¡nuestra mente errada inconsciente se siente con derecho a eso y más, pues cree que ese especialismo era nuestro en un principio y se nos robó! Tal vez podamos hacer un poco de introspección y descubrir algún grado de esa tendencia en nosotros mismos: el deseo de besar a la persona amada oculta el deseo inconsciente de comérnosla para quedarnos con su ser especial. De nuevo: Quisiéramos abrazarla, besarla, olerla... ¡incluso esnifarla por completo como si fuera una raya de cocaína que al ingerirla nos llenase de euforia! (perdón por el chiste jejeje). Pero sí, eso ilustra el instinto caníbal de la introyección, del amor especial. Esta canibalización, que por supuesto suele expresarse de manera simbólica y no literal, la desplegamos en miles de actitudes cotidianas, e incluso en ritos tradicionales como el de la misa católica cristiana al ingerir la hostia como sustitutivo de comerse a Jesús. Tras su capa de barniz de "amor"... ¡Así de carnívoro es el amor especial!

Y cuando en vez de ser amor especial se trata del odio especial, ahí en los casos más exacerbados no hay disimulos que valgan: queremos destruir, destrozar, descuartizar a quien percibimos como el enemigo. Puede que en nuestras vidas cívicas consigamos ocultar bastante este oculto deseo, reprimiéndolo en nuestro inconsciente. Pero si surgieran las circunstancias apropiadas, que pulsaran en nuestra mente los botones sensibles... por ejemplo, si el guion del teatro del mundo nos conduce a vivir una vida como soldado en una guerra, donde vemos atrocidades en las que soldados enemigos torturan y aniquilan finalmente a nuestros compañeros especiales o violan mujeres o cometen atrocidades abominables (sacar los ojos a alguien en un interrogatorio, y perdonad por ser tan gráfico), esto puede facilitar la justificación que nuestro ego está buscando para por fin saltar sin disimulos, seleccionar a los malditos enemigos que son culpables y "no merecen perdón" y aplastarlos literalmente, descuartizarlos... más cómodamente si en el guion somos el conductor de un tanque, con el que podemos atropellar y aplastar a algún enemigo, o destruir por completo a cañonazos la casa donde se refugian nuestros objetivos de odio especial... o más cómodamente aún si el guion nos pone sobre un  avión, pilotándolo tranquilamente y soltando las bombas desde las alturas, bombardeando al enemigo hasta hacerlo literalmente añicos, sin que nosotros estemos en peligro si allí tan alto no llegan las balas... nuestro ego se entusiasma de poder volar en el avión bombardero, bombardeándolo todo y asesinando a diestro y siniestro a todo enemigo que vemos, desde las alturas... aunque esas alturas del avión asesino-bombardero no son precisamente lo que el Curso llama "elevarse por encima del campo de batalla" jejeje (esto pretende ser al mismo tiempo un chiste, pero uno que solo será entendido por aquellos que estén familiarizados con la sección del Curso "Por encima del campo de batalla" (T.23.IV)). El Curso nos pide elevarnos por encima del campo de batalla refiriéndose al contenido de paz y discernimiento (el cambio de mentalidad) en nuestra mente, y por supuesto ¡no se refiere a elevarnos sobre el campo de batalla entendido a nivel de las formas, ¡y menos para tirar bombas jeje!

Resumiendo, que tanto la relación de amor especial como la de odio especial tienen el mismo objetivo: mantener el odio que a su vez mantiene la culpa ontológica en nuestra mente, pero con nuestra atención distraída de la mente y alejada de ella, anclada en el mundo de las relaciones especiales. En el caso de la relación de amor especial (volvemos a la carga una vez más) ese odio se disfraza de bonitas maneras, adoptando formas aparentemente amables para ocultar el contenido de odio. Decimos cariñosamente, por ejemplo, "¡te comería a besos!", y no nos damos cuenta de cuán literal es ese deseo en el fondo de nuestra mente inconsciente. Esa frase, que tantas veces aplicamos a nuestros seres queridos, por ejemplo refiriéndonos a nuestra pareja: "me la comería a besos", contiene más verdad literal de la que normalmente estamos dispuestos a reconocer. Sepultamos las ansias asesinas de nuestros egos reprimiéndolas en nuestro inconsciente, cuidadosamente escondidas tras las formas aparentemente bondadosas del amor especial, pero por dentro, toda nuestra mentalidad errada rezuma un inmenso odio (generalmente disimulado a través de pequeñas expresiones de odio —pequeños resentimientos— que el mundo considera normales). Cuando podemos desplegarlo directamente (odio especial en su modalidad de alta intensidad), podemos llegar a comportarnos rabiosamente hasta el punto de comernos literalmente el corazón de la otra persona, como el malvado brujo de una de las películas de Indiana Jones, cuyas ansias asesinas ilustraban la perversidad y el deseo de atacar del ego.

Es curioso que en este largo artículo no he incluido ningún comentario a uno de los medios preferidos del ego para enredar con la culpabilidad: la relación sexual. Es un tema que podría ampliarse lo suficiente para escribir un libro, así que aquí no podemos ahondar, pero incluyamos alguna pincelada: El sexo puede ser utilizado tanto con el ego como con el Espíritu Santo, tanto si se trata de sexo relacional (con otra persona) como si se trata de sexo "a solas" (masturbación).

Cuando es el ego quien se hace cargo de la actividad sexual, puede utilizarla indistintamente por medio del amor especial (sexo consentido y agradable en pareja o masturbándose uno mismo) o del odio especial (violaciones). En este segundo caso todo el mundo ve que se trata de una agresión totalmente cruel. Pero en el primero, en las relaciones de amor especial, el sexo aparece disfrazado de inmenso amor, gozo, bienestar, cariño... pero tras ese disfraz aparentemente amoroso, se esconde el odio que el ego siempre protege. La mente errada —en nuestro inconsciente— ve el sexo (incluso el sexo consentido del amor especial) como una agresión simbólica. Ya hemos hablado del beso como una manera de ocultar las ansias de comernos a nuestra pareja especial. En el caso del sexo de amor especial, el ego lo ve como un asesinato simbólico. Por ejemplo, si al menos uno de los integrantes de la pareja es hombre (o ambos mujeres si la penetración es con artilugios artificiales), la mente inconsciente errada ve el pene (natural o artificial) como un arma o cuchillo con el que apuñala a su víctima, la pareja de amor especial (ya hemos visto citas y comentarios sobre esta introyección o canibalización). En la relación sexual, el ego trata de aniquilar a la pareja para apropiarse totalmente de ella. Naturalmente, esto es a nivel simbólico. Y por supuesto, mientras vemos a nuestra pareja como la víctima de nuestra arma sexual, nuestra pareja nos canibaliza también, a su manera. O bien sintiéndose inconscientemente víctima (ser usada como objeto, por ejemplo) y así culpabilizándonos inconscientemente, o bien sintiendo (inconscientemente casi siempre, como de costumbre) que nos está absorbiendo, succionando, comiendo... a fin de cuentas, si somos hombres nuestro semen puede acabar siendo absorbido por nuestra pareja, que estará simbólicamente comiéndonos y convirtiéndonos en su víctima a nivel inconsciente. Hay cientos de variantes de estos temas, a disposición de ambos miembros de la pareja sexual: los diversos modos de canibalización, culpabilización, victimización, etc.

Es importante recordar que tanto el beso como el sexo (y como cualquier otra forma) son neutrales y pueden ser utilizados también por el Espíritu Santo. Si le ofrecemos nuestros besos al Espíritu Santo en vez de al ego, ya no simbolizarán el intento inconsciente de comernos a nuestra pareja, sino que simbolizarán el compartir unos mismos intereses, así como el Amor del Cristo reflejado en la forma. Igualmente sucede con el sexo. Si en vez de ofrecérselo al ego se lo ofrecemos al Espíritu Santo, entonces el sexo ya no simbolizará el deseo inconsciente de apuñalar a nuestra pareja, o de succionarla, o de obtener placer a costa de ella, sino que simbolizará lo mismo que dijimos del beso: intereses compartidos, reconocimiento de nuestra mutua igualdad y unidad con todos los demás seres, y finalmente reflejará también simbólicamente el Amor de Cristo.

Así que nada de lo que hacemos es bueno ni malo de por sí, sino que lo que nos interesa es con qué guía lo hacemos: con el ego o con el Espíritu Santo. Si elegimos al Espíritu Santo podemos tener la seguridad de que sea cual sea la actividad que el guion nos haya deparado, será utilizada para acelerar nuestro despertar de la pesadilla del ego.

El Espíritu Santo nos guía constantemente con Su dulce paciencia hacia el deshacimiento de todos nuestros miedos, dolores y problemas, mediante el deshacimiento del único dolor-problema que dio origen a los demás: la creencia en la separación de Dios. El Espíritu Santo nos enseña que no tenemos que deshacer la separación (pues nunca ocurrió), sino nuestra creencia en ella, que es el único problema. Y nos ofrece el medio para lograrlo, la solución al único problema de creer en la separación: el perdón. Y al deshacerse la creencia en la separación, el resto del castillo de naipes del ego se desmorona por completo, pues todo el castillo acababa apoyándose en esa sola e ilusoria carta/creencia sobre la separación.

Mediante el perdón acabamos encontrando el alivio de nuestros pesares y la paz permanente. Y la relación santa que nos enseña el Espíritu Santo deshace nuestras relaciones especiales y nos deja en libertad. El proceso finalizará con éxito porque el final feliz (despertar) está garantizado por la infalible Ayuda que nos presta constantemente el Espíritu Santo, respaldada por nuestra voluntad de perdonar. Finalmente nos liberamos. Y ahora descansamos en Dios, de vuelta en la Unidad que nunca habíamos alterado, disfrutando de la plenitud de nuestro Ser inmortal, en la paz inmutable y en nuestra jubilosa e ilimitada libertad.

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4 comentarios:

  1. Me encanta la pinta que tiene este mini-libro, Toni. Eres un solecito / de radiante primavera / qué pena del pobrecito / que te conozca y no te quiera. Gracias, gracias, gracias.

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  2. Excelente trabajo gracias hermamo

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