martes, 1 de agosto de 2017

Refranes populares a la luz de UCDM (XXII)

Más vale saber que haber.

Es otra forma de decir que es preferible lo permanente que lo temporal. Otras formas de expresar esta idea:

Es preferible la ciencia que la riqueza.

Más vale ser que tener. (Más vale Ser con Dios que tener con el ego)

En el lenguaje del ego, "tener" y "ser" significan dos cosas distintas, si bien para el Espíritu Santo son exactamente lo mismo. El Espíritu Santo sabe que lo "tienes" todo y que lo "eres" todo. Cualquier distinción al respecto es significativa solamente cuando la idea de "obtener", que implica carencia, ha sido previamente aceptada. (T.4.III.9.4-6)

Obviamente, cuando decimos que "más vale ser que tener", ese "tener" se refiere al tener del ego, que es un tener basado en la dualidad (un sujeto que tiene, y un objeto que es tenido), que es llamado por el Curso a veces "obtener" (implicando así cierto grado de violencia que demuestra que es algo perteneciente al ámbito del ego).

Si quieres recordar la eternidad, debes contemplar sólo lo eterno. (T.10.V.14.5)

Por lo tanto, debemos funcionar en el ser, en vez de en el tener o el hacer. Y esto, llevado a su sentido último, pone fin a todos los problemas.

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Más vale ser cabeza de ratón que cola de león.

Es un lema del ego, quien siempre quiere el poder para sí; quiere ser el líder, destacar. Detesta que haya otra autoridad por encima de él. Por eso, el ego prefiere ser el amo del mundo, antes que ser un niño en Dios. Hay un refrán que dice lo contrario a éste, y que ya vimos justo al final del capitulo XX de esta serie. Es el refrán que dice: "Los últimos serán los primeros". Es decir, que más vale servir que mandar (más vale la humildad que la arrogancia). O, en definitiva... más vale ser cola de león que cabeza de ratón...

Más vale un hoy que diez mañanas.

La verdad y la libertad se encuentran en el presente, no en el mañana. Más vale centrarnos en el ahora, que distraernos en cientos de pasados y futuros inexistentes. En el instante presente se halla todo cuanto se pueda desear. Toda plenitud reside en el presente.

A menos que aprendas que todo el dolor que sufriste en el pasado es una ilusión, estarás optando por un futuro de ilusiones y echando a perder las múltiples oportunidades que el presente te ofrece para liberarte. (T.13.IV.6.5)

El Espíritu Santo quiere desvanecer todo esto ahora. No es el presente lo que da miedo, sino el pasado y el futuro, mas éstos no existen. El miedo no tiene cabida en el presente cuando cada instante se alza nítido y separado del pasado, sin que la sombra de éste se extienda hasta el futuro. Cada instante es un nacimiento inmaculado y puro en el que el Hijo de Dios emerge del pasado al presente. Y el presente se extiende eternamente. Es tan bello, puro e inocente, que en él sólo hay felicidad. En el presente no se recuerda la obscuridad, y lo único que existe es la inmortalidad y la dicha. (T.15.I.8)

Ello hace que la mente retorne al eterno presente, donde el pasado y el futuro son inconcebibles. (L.169.6.3)

En cierto sentido, el pasado son resentimientos, el futuro son miedos, y el presente es o bien culpa (el presente del ego) o bien perdón (el presente de la mentalidad recta). Si ahondamos en el presente benigno de la mentalidad recta, entramos en la modalidad del perdón:

Pues el presente es perdón. (T.17.III.8.2)

Pero ahondando en ese presente, insistiendo en la práctica del perdón, llegamos al eterno presente que está más allá de todo lo que podamos decir:

No podemos hablar, escribir, ni pensar en esto en absoluto. Pues aflorará en toda mente cuando el reconocimiento de que su voluntad es la de Dios se haya dado y recibido por completo. Ello hace que la mente retorne al eterno presente, donde el pasado y el futuro son inconcebibles. El eterno presente yace más allá de la salvación; más allá de todo pensamiento de tiempo, del perdón y de la santa faz de Cristo. El Hijo de Dios simplemente ha desaparecido en su Padre, tal como su Padre ha desaparecido en él. El mundo jamás ha tenido lugar. La eternidad permanece como un estado constante. (L.169.6)

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Médico, cúrate a ti mismo.

Muchas veces insistimos en corregir a los demás sin habernos antes corregido a nosotros mismos. Pero sería conveniente que antes de meter nuestras narices en los asuntos de los demás nos ocupáramos de nosotros mismos. Tratar de sanar o corregir a otros sin haber sanado antes uno mismo es el tema que el Curso llama "el sanador no sanado" (T.9.V). Si cuando nos relacionamos con los demás aceptamos humildemente que todavía no hemos sanado completamente, recurriremos a la ayuda del Espíritu Santo en vez de a la arrogancia del ego. De lo contrario, creeremos que somos especiales y diferentes del prójimo, por lo que estaremos cayendo en nuestra mentalidad errada.

El sanador que no ha sanado desea la gratitud de sus hermanos, pero él no les está agradecido. (T.7.V.7.1)

No les está agradecido porque se siente especial (superior).

Insistir en que podemos corregir a los demás sin haber salido antes nosotros mismos de nuestra mentalidad errada es la actitud contra la que avisa esta cita bíblica que ya vimos anteriormente en esta serie:

¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no miras la viga que está en tu propio ojo? ¿Cómo dirás a tu hermano: «Déjame sacar la paja de tu ojo», cuando tienes una viga en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano. (Mt 7:3-5) (la misma idea aparece también en Lc 6:41)

Por eso el Curso nos anima a que primero de todo nos centremos en corregirnos a nosotros mismos:

La única responsabilidad del obrador de milagros es aceptar la Expiación para sí mismo. (T.2.V.5.1)

La única responsabilidad del maestro de Dios es aceptar la Expiación para sí mismo. (M.18.4.5)

Esto no quiere decir que no podamos ser de ayuda a los demás hasta que no finalicemos nuestro proceso (pues esto suele ir para largo). A fin de cuentas, un "terapeuta" o "maestro de Dios" completamente libre de ego es algo muy raro. Como dice el Curso en el Anexo Psicoterapia:

Un terapeuta completamente desprovisto de ego podría curar al mundo sin una sola palabra, simplemente por el hecho de estar ahí. Nadie necesitaría verlo ni hablar con él, o ni siquiera saber de su existencia. Su simple presencia es suficiente para curar. (P.2.III.3.7-9)

Pero:

En cierto sentido, el psicoterapeuta sin ego ((el Maestro de maestros; el iluminado)) es una abstracción que se encuentra al final del proceso de curación; demasiado avanzado para creer en la enfermedad y demasiado cerca de Dios para mantener los pies sobre la tierra. (P.2.III.4.4)

Es decir, que no es práctico esperar a estar en ese nivel, pues son muy pocos los que han deshecho completamente al ego. Sin embargo, el Curso nos invita a ayudar a nuestros hermanos aunque no hayamos finalizado nuestro propio proceso. Para ello, simplemente se nos pide que prestemos atención a estar en nuestra mentalidad recta a la hora de ayudar, o de lo contrario estaremos obrando desde el ego (mentalidad errada) y en vez de una ayuda puede convertirse en un estorbo. Cuando nuestra actitud es la de ayudar humildemente desde la mentalidad recta, no nos consideramos especiales ni diferentes de los demás: reconocemos que nosotros también nos estamos sanando y que por lo tanto todos nos ayudamos a todos: todos somos alumnos y maestros. Y cuando enseñamos algo, lo hacemos principalmente mediante el ejemplo: si me mantengo en paz, estoy enseñando que la paz es posible. Las palabras no son imprescindibles en el proceso de enseñanza/curación.

Por lo tanto, podemos ser útiles para nosotros mismos y los demás si estamos alerta ante este tipo de cosas.

El sanador que confía en su propio estado de preparación pone en peligro su entendimiento. Estás perfectamente a salvo siempre que no te preocupes en absoluto por tu estado de preparación, pero mantengas firme confianza en el mío ((el de Jesús o el Espíritu Santo)). (T.2.V.4.1-2)

Por lo tanto, al elegir la mentalidad recta nos curamos a nosotros mismos al mismo tiempo que somos de ayuda para la curación de los demás. Esto ilustra una vez más el principio de los intereses compartidos y que todos somos esencialmente iguales. Así es como el médico o terapeuta (o el maestro de Dios) se cura a sí mismo, siendo al mismo tiempo útil para el proceso de curación de los demás.

No te desesperes, pues, por causa de tus limitaciones. Tu función es escapar de ellas, no que no las tengas. (M.26.4.1)

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Mente sana en cuerpo sano.

La mente es la causa, y el cuerpo simplemente el efecto. El cuerpo no hace nada. Es irreal. La mente dividida también es irreal (lo único real es la Mente de Dios), pero una vez que hemos aceptado las ilusiones es en la mente donde debemos centrarnos, porque es la causa del problema: la mente decidió creer en lo imposible (el error de la separación), y el cuerpo simplemente refleja lo que dicta la mente, como una marioneta sigue las pautas que le comunica el titiritero que la dirige.

Aunque desde el punto de vista del Curso la curación es para la mente, no por ello debemos maltratar al cuerpo ni tratarlo con obsesivo rigor. Eso sería otorgarle realidad al cuerpo. La actitud que recomienda el Curso hacia el cuerpo es una actitud amable: no nos apegaremos a él (es decir, no creeremos que nuestra felicidad depende de él), pero lo cuidaremos para que esté en unas condiciones aceptables. A fin de cuentas, el cuerpo es la herramienta con la que nos desenvolvemos en este mundo de formas. El cuerpo, en el fondo, no es físico sino que es mental, aunque como hemos proyectado una parte de nuestra mente para que parezca externa (el cuerpo, el mundo), lo consideramos no-mental.

La actitud correcta, por lo tanto, no consiste en negar el cuerpo, pues forma parte de nuestra experiencia. Negamos que sea real y por ello procuraremos no apegarnos a él, pero puesto que de momento forma parte de nuestra experiencia, seremos bondadosos con él. Le daremos comida y los cuidados que necesite: medicinas, ir al médico, agua, aire, ejercicio, tiempo de descanso, o lo que sea que necesite. Si vamos descalzos y en nuestro camino hay cristales rotos, no obligaremos al cuerpo a pasar descalzo por ahí. Se trata de simples cuidados de sentido común, que reflejen bondad, sin por ello caer en la hipnosis de que el cuerpo es real (será "real" en nuestra experiencia mientras sigamos soñando con él, así que es conveniente que seamos amorosos con respecto a él).

El cuerpo es sencillamente parte de tu experiencia en el mundo físico. Se puede exagerar el valor de sus capacidades y con frecuencia se hace. Sin embargo, es casi imposible negar su existencia en este mundo. Los que lo hacen se dedican a una forma de negación particularmente inútil. (T.2.IV.3.8-11)

Por lo tanto, mente sana en cuerpo sano. Y si detectamos cualquier problema en relación a cualquiera de ellos, la solución es siempre el perdón (sanar la mente; volver a la mentalidad recta). Si notamos que nuestra mente está en desequilibrio (ausencia de paz), tenemos la oportunidad de perdonar. Y si notamos que el cuerpo está en desequilibrio, igualmente tenemos la oportunidad de perdonar, reconociendo que el cuerpo es simplemente un reflejo de lo que estamos eligiendo a nivel mental. Así, podemos utilizar el cuerpo como un sensor que nos avise de nuestros errores en la mente inconsciente, para así corregirlos mediante el perdón. Esto no impide que, al mismo tiempo, usemos los complementos a nivel de la forma que sintamos que son oportunos, como poner una tirita en la parte afectada o ir al médico.

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Mucho ruido y pocas nueces.

Eso es el ego, el mundo, el cuerpo: mucho ruido y pocas nueces. Mucha parafernalia pero nada de sustancia. Creemos que tiene valor en sí, pero el único valor que podemos darle es el de utilizarlo para despertar de él.

Puesto que las ilusiones no son más que ruido sin nada de valor detrás... puesto que son una armadura vacía sin nada de valor dentro... sabiendo esto, no hagamos una montaña de un granito de arena. No nos tomemos a pecho nada de ello: al ego; al mundo; al cuerpo, etc. No pueden dañarnos. Estamos soñando y simplemente necesitamos perdonar y despertar para así volver a reconocer nuestra inmutable felicidad.

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Muchos cocineros estropean el caldo.

Significado: "No conviene que intervengan muchas personas en un asunto, porque puede provocar desorden o desconcierto, al haber pareceres diversos" (CVC).

Para nuestros propósitos, esto significa que no tratemos de combinar como guías al ego con el Espíritu Santo. En esto sí se trata de elegir a uno o el otro. Cada vez que no estemos atendiendo solamente al Espíritu Santo, estaremos influidos en alguna medida por el ego y se estropeará el caldo de nuestra paz.

Algunas citas del Curso son muy instructivas sobre este tema y ya las hemos incluido en el capítulo XIV, comentando el refrán de "Encender una vela a Dios y otra al diablo".

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Muchos pocos hacen un mucho.

Los pequeños pasos del perdón nos conducen dulcemente a la mayor grandeza existente: reconocer nuestro infinito Ser inmortal.

No menospreciemos, pues, dar estos pequeños pasos del perdón. Pasito a pasito se deshace el ego. Un pequeño pasito de perdón es un gran paso para reconocer la Divinidad.

Citemos, para acabar, un refrán sinónimo del anterior:

De pequeños principios resultan grandes fines.

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Índice de la serie sobre los refranes populares a la luz de UCDM: http://hablemosdeucdm.blogspot.com/2017/08/refranes-populares-la-luz-de-ucdm-indice.html

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