lunes, 29 de septiembre de 2014

Abstracción

Dice el Curso en la lección 161 del Libro de ejercicios:

La condición natural de la mente es una de abstracción total. (L.161.2.1) (Pág. 326)

O sea: todo uno, sin diferencias o distinciones o excepciones de ningún tipo, sino una unificación total donde todas las cualidades son ilimitadamente compartidas, sin separación, sin formas (las formas son límites, pues si "mi forma es hasta aquí", entonces a partir de ese borde ya no soy yo y eso establece un ilusorio límite).

Como dice el Curso en esa misma lección:

Un hermano es todos los hermanos. Y en cada mente se encuentran todas las mentes, pues todas las mentes son una. Ésta es la verdad. (L.161.4.1-3) (Pág. 326)

Así pues, la Mente pura (la Verdad, la Unidad) es abstracta, pues no hace diferencias entre un aspecto de Sí Misma y cualquier otro aspecto de Sí. Las ilusiones van de la mano del miedo, y el miedo es algo concreto. Pero la paz, el amor, no necesita de lo concreto: se da ilimitadamente, de manera abstracta (como el refrán: haz bien y no mires a quién). Uno puede amarlo todo sin distinción (abstractamente) porque todo es uno.

Cuanta más paz siente uno, menos se da cuenta de lo concreto y menos real parece lo concreto, incluido el cuerpo. Durante la experiencia de la revelación, en esa inmensa paz el cuerpo llega incluso a desaparecer de nuestra atención mientras esa experiencia perdura. El miedo nos clava al mundo de los cuerpos, pero en la paz, el mundo de los cuerpos desaparece. 

Nos parece que es el cuerpo el que coarta nuestra libertad, el que nos hace sufrir y el que finalmente acaba con nuestras vidas. Sin embargo, los cuerpos no son sino símbolos de una forma específica de miedo. El miedo desprovisto de símbolos no suscita respuesta alguna, pues los símbolos pueden representar lo que no tiene sentido. El amor, al ser verdad, no tiene necesidad de símbolos. Pero el miedo, al ser falso, se aferra a lo concreto. (L.161.5)

Los miedos son concretos: miedo a algo. El miedo va referido a algo concreto que se teme, y cuando lo concreto desaparece de la mente, el miedo se va también. El miedo está basado en límites, en lo concreto.

Cuando algo ilusorio no parece ir referido a algo concreto (por ejemplo la llamada depresión endógena), en el fondo sigue siendo un miedo concreto aunque no lo sepamos conscientemente. Se llaman depresiones exógenas las que tienen una causa externa obvia a ojos del mundo (por ejemplo el fallecimiento de un ser querido o cualquier tragedia o problema que parece producir la depresión). Se llaman depresiones endógenas las que a primera vista no tienen una causa externa obvia, pero incluso en estos casos, hay algo concreto en la jugada, aunque no seamos conscientes de ello. Por ejemplo hoy día se suele considerar que las depresiones endógenas tienen una causa biológica (el saber del mundo siempre acaba basándose en el cuerpo, en lo limitado). Además, incluso la depresión endógena va ligada al cuerpo de la persona que aparentemente la padece, y el cuerpo es algo concreto; cualquier depresión o miedo va referida a algún tipo de cuerpo o conciencia separada (concreta) que siente esa aparente depresión o miedo. Más a fondo, el miedo concreto final que hay detrás de toda depresión (y de toda ilusión) es el miedo a la separación de Dios y sus supuestas consecuencias. En otras palabras: miedo a la verdad y miedo por las supuestas consecuencias de aparentemente habernos separado de Ella.

Pero no nos hemos separado de la verdad y esto es una feliz noticia. Podemos volver a ser conscientes de Ella si decidimos volver nuestra atención de nuevo a lo abstracto, a lo eterno.

Cuando pasamos nuestra atención de lo concreto a lo abstracto, nuestra mente se libera y el miedo desaparece. Esto nos permite recobrar la conciencia de nuestra perfecta y eterna felicidad.

Los cuerpos atacan; las mentes no. Este pensamiento nos hace pensar sin duda en el texto, en el que se subraya con frecuencia. Ésta es la razón por la que los cuerpos se convierten tan fácilmente en símbolos del miedo. Se te ha instado en innumerables ocasiones a que mires más allá del cuerpo, pues lo que éste ve es el símbolo del "enemigo" del amor que la visión de Cristo no ve. El cuerpo es el blanco del ataque, ya que nadie piensa que lo que odia sea una mente. Sin embargo, ¿qué otra cosa sino la mente le ordena al cuerpo que ataque? ¿Qué otra cosa podría ser la sede del miedo sino lo que piensa en el miedo? (L.161.6) (Pág. 327)

El ataque se basa, por lo tanto, en la supuesta existencia de lo concreto: se basa en que valoramos lo concreto: lo ilusorio, lo inexistente. Y es la mente (nuestra mente; nosotros a nivel mental) la que decide qué valora y qué no. Somos libres de elegir valorar lo concreto o lo abstracto, y esto es simplemente un cambio en nuestra actitud mental. Por lo tanto, la solución es mental, nunca corporal. El cuerpo no decide, la mente sí. Y desde nuestra mente podemos elegir valorar lo eterno en lugar de lo temporal.

Si quieres recordar la eternidad, debes contemplar sólo lo eterno. Si permites que lo temporal te preocupe, estarás viviendo en el tiempo. Como siempre, tu elección estará determinada por lo que valores. El tiempo y la eternidad no pueden ser ambos reales porque se contradicen entre sí. Sólo con que aceptes lo intemporal como lo único que es real, empezarás a entender lo que es la eternidad y a hacerla tuya. (T.10.V.14.5-9) (Pág. 213)

Todo lo ilusorio se basa en lo concreto y codiciarlo como si tuviera valor es lo que produce miedo, pues no son la verdad sino creencias cambiantes. Todo lo ilusorio son variantes del miedo, por ejemplo el odio, los cuerpos, las enfermedades, los accidentes, el amor especial, el negar el aprecio a algo/alguien, el tiempo (tanto el de las horas como el del clima), etc. Todas esas creencias se basan en cosas concretas.

El odio es algo concreto. Tiene que tener un blanco. Tiene que percibir un enemigo de tal forma que éste se pueda tocar, ver, oír y finalmente matar. Cuando el odio se posa sobre algo, exige su muerte tan inequívocamente como la Voz de Dios proclama que la muerte no existe. El miedo es insaciable y consume todo cuanto sus ojos contemplan, y al verse a sí mismo en todo, se siente impulsado a volverse contra sí mismo y destruirse. (L.161.7) (Pág. 327)

La muerte, como el odio y todo lo ilusorio, es algo concreto: se odia a alguien en concreto, o muere alguien en concreto. Todo eso en apariencia, pues no es verdad sino inofensivas ilusiones.

Tal como veamos a los demás, así nos consideraremos a nosotros mismos (cree el ladrón que todos son de su condición). Si vemos a los demás como algo concreto (como un cuerpo, como un individuo separado del resto, limitado), entonces así pensaremos que somos nosotros: algo igualmente concreto, un cuerpo, un individuo separado, limitado.

Quien ve a un hermano como un cuerpo lo está viendo como el símbolo del miedo. Y lo atacará, pues lo que contempla es su propio miedo proyectado fuera de sí mismo, listo para atacar, y pidiendo a gritos volver a unirse a él otra vez. (L.161.8.1-2) (Pág. 327)

Así pues, todo depende de uno mismo: de la propia actitud. Si enfocamos la atención dando crédito a lo concreto, nos asustaremos y confundiremos en el laberinto de las ilusiones. Pero es fácil salir de tal laberinto, basta con poner nuestra atención en lo abstracto, en lo eterno, en el presente, en el amor. Eso es perdonar.

Al perdonar las ilusiones salimos del laberinto, pues entonces reconocemos que no estamos en ningún laberinto de ilusiones sino que vivimos desde siempre y para siempre en el feliz Corazón de Dios: el Cielo de la Verdad; en la Paz del Ser que somos, más allá del cual no hay nada.

Si quieres recordar la eternidad, debes contemplar sólo lo eterno. (T.10.V.14.5) (Pág. 213)

Al hacer así, todas las ilusiones desaparecen, incluida la muerte, y la felicidad es ilimitada para siempre, pues el Cielo mismo nos eleva hacia Sí, puesto que con nuestra actitud le estamos diciendo que ahora lo aceptamos y lo invitamos a que nos revele nuestro propio Ser. Y el Cielo amorosamente responde de inmediato a nuestra más leve invitación, ya que:

El Cielo no se ha olvidado de ti. (L.161.10.6) (Pág. 328)

Pues Eso eres tú mismo. Y el Ser nunca se olvida de Sí mismo.

Actualización (30 de junio de 2016): Sobre el tema de perdonar lo concreto y lo abstracto, pueden leerse también las preguntas P-603P-335P-123, respondidas igualmente por Ken Wapnick. Y quien quiera seguir leyendo más extensamente, escribí un post relacionado también con este tema: Miedo abstracto; y el uso de diferentes símbolos del perdón.

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