jueves, 7 de noviembre de 2019

La paz del Cielo

Dejo algunas citas de Un curso de milagros relacionadas con la paz del Cielo. Todo esto tiene relación tanto con la iluminación como con la revelación o los diversos nombres que se le pueden dar: instante santo, gracia, grandeza, la paz que sobrepasa todo entendimiento, verdadera felicidad, plenitud, la alegría de Dios, la dicha o éxtasis, etc.

El objetivo de este post es disponer de estas citas reunidas a mano unas junto a otras. Pues a veces buscaba alguna y no recordaba su ubicación entre las páginas del Curso.

Nota: Secciones del Curso con mucho énfasis sobre este tema (interesantes de leer de un modo más completo):

- La grandeza en contraposición a la grandiosidad: T-9.VIII

- Cómo encontrar el presente: T-13.VI

- La obtención del mundo real: T-13.VII

- De la percepción al conocimiento: T-13.VIII

- La paz del Cielo: T-13.XI

- Más allá del cuerpo: T-18.VI

- La inmediatez de la salvación: T-26.VIII

- La morada inmutable: T-29.V

- La verdad corregirá todos los errores de mi mente: L-107

- En Su Presencia he de entrar ahora: L-157

- Hoy aprendo a dar tal como recibo: L-158

- Tu gracia me es dada. La reclamo ahora: L-168

- Por la gracia vivo. Por la gracia soy liberado: L-169

- Deseo la paz de Dios: L-185

- La paz de Dios refulge en mí ahora: L-188

- No hay más paz que la paz de Dios: L-200

- Introducción de la 2ª parte del Libro de ejercicios.

- ¿Qué es la paz de Dios?: M-20

- ¿Es posible llegar a Dios directamente?: M-26

- ¿Qué es la resurrección?: M-28

- Clarificación de términos (muy útil repasarla entera de vez en cuando)

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La paz del Cielo

Primero pongo algunos de mis pasajes favoritos sobre este tema:

La inmutabilidad del Cielo se encuentra tan profundamente dentro de ti, que todas las cosas de este mundo no hacen sino pasar de largo, sin notarse ni verse. (T-29.V.2:3)

Lo único que se experimenta es una sensación de paz tan profunda que ningún sueño de este mundo ha podido jamás proporcionarte ni siquiera el más leve indicio de lo que dicha paz es. (T-13.XI.3:13)

¿Puedes imaginarte lo que sería un estado mental en el que no hubiese ilusiones? ¿Qué sensación te produciría? Trata de recordar algún momento —quizá un minuto, o incluso menos— en el que nada vino a perturbar tu paz; en el que te sentiste seguro de ser amado y de estar a salvo. Trata entonces de imaginarte cómo sería si ese momento se pudiera extender hasta el final del tiempo y hasta la eternidad. Luego deja que la sensación de quietud que sentiste se multiplique cien veces, y luego cien veces más. 

Entonces tendrás un atisbo, no más que un leve indicio, del estado en el que tu mente descansará una vez que haya llegado a la verdad. (L-107.2:1-5; 3:1)

¡Oh hermanos míos, si tan sólo supierais cuánta paz os envolverá y os mantendrá a salvo, puros y amados en la Mente de Dios, no haríais más que apresuraros a encontraros con Él en Su altar! (C-4.8:1)

El mundo no puede dar nada cuyo valor pueda ni remotamente compararse con esto. (L-158.8:2)

Elige este preciso instante, ahora mismo, y piensa en él como si fuese todo el tiempo que existe. (T-15.I.9:5)

El único tiempo que queda ahora es el presente. (L-132.3:1)

Material complementario

A continuación incluyo un amplio número de citas relacionadas (los pasajes ya mencionados pueden reaparecer de nuevo, rodeados de citas de su sección correspondiente):

Los milagros son un modo de liberarse del miedo. La revelación produce un estado en el que el miedo ya ha sido abolido. Los milagros son, por lo tanto, un medio, y la revelación un fin. (T-1.I.28)

Cuando retornes a la forma original de comunicación con Dios por revelación directa, los milagros dejarán de ser necesarios. (T-1.I.46:3)

El milagro es el único recurso que tienes a tu inmediata disposición para controlar el tiempo. Sólo la revelación lo transciende al no tener absolutamente nada que ver con el tiempo. (T-1.I.48)

La revelación produce una suspensión completa, aunque temporal, de la duda y el miedo. Refleja la forma original de comunicación entre Dios y Sus creaciones, la cual entraña la sensación extremadamente personal de creación que a veces se busca en las relaciones físicas. La proximidad física no puede proporcionarla. Los milagros, en cambio, son genuinamente interpersonales y conducen a un auténtico acercamiento a los demás. La revelación te une directamente a Dios. Los milagros te unen directamente a tu hermano. Ni la revelación ni los milagros emanan de la conciencia, aunque ambos se experimentan en ella. La conciencia es el estado que induce a la acción, aunque no la inspira. Eres libre de creer lo que quieras, y tus actos dan testimonio de lo que crees. 

La revelación es algo intensamente personal y no puede transmitirse de forma que tenga sentido. De ahí que cualquier intento de describirla con palabras sea inútil. La revelación induce sólo a la experiencia. Los milagros, por otra parte, inducen a la acción. (T-1.II.1:1-9; 2:1-4)

La revelación es literalmente inefable porque es una experiencia de amor inefable. (T-1.II.2:7)

La revelación no es recíproca. Procede de Dios hacia ti, pero no de ti hacia Dios. (T-1.II.5:4-5)

La naturaleza impersonal del milagro es una característica esencial del mismo, ya que me permite dirigir su aplicación, y bajo mi dirección los milagros conducen a la experiencia altamente personal de la revelación. (T-1.III.4:5)

La revelación puede, de vez en cuando, revelarte cuál es el fin, pero para alcanzarlo, los medios son necesarios. (T-1.VII.5:11)

Dije anteriormente que sólo la revelación transciende el tiempo. (T-2.V.10:5)

El conocimiento es el resultado de la revelación y genera sólo pensamiento. (T-3.III.5:10)

No tienes idea del tremendo alivio y de la profunda paz que resultan de estar con tus hermanos o contigo mismo sin emitir juicios de ninguna clase. (T-3.VI.3:1)

Frente a esta sensación de existencia temporal, el espíritu te ofrece el conocimiento de la permanencia y de la inmutabilidad del estado de ser. Nadie que haya experimentado la revelación de esto puede volver a creer completamente en el ego otra vez. ¿Cómo iba a poder imperar su miserable oferta por encima del glorioso regalo que Dios te hace? (T-4.III.3:6-8)

Dios ha salvaguardado tu reino, pero no puede compartir Su gozo contigo hasta que no conozcas el reino con toda tu mente. La revelación no es suficiente porque es una comunicación de Dios hacia ti solamente. Dios no tiene necesidad de que se le devuelva la revelación, lo cual sería claramente imposible, pero sí desea que se transmita a otros. Esto no se puede hacer con la revelación en sí, pues su contenido no puede ser expresado debido a que es algo sumamente personal para la mente que lo recibe. No obstante, dicha mente la puede extender a otras mentes, mediante las actitudes generadas por la sabiduría que se deriva de la revelación. (T-4.VII.7)

Sólo la mente sana puede experimentar una revelación de efectos duraderos porque la revelación es una experiencia de pura dicha. (T-5.I.1:3)

La grandeza es de Dios y sólo de Él. Por lo tanto, se encuentra en ti. Siempre que te vuelves consciente de ella, por vagamente que sea, abandonas al ego automáticamente, ya que en presencia de la grandeza de Dios la insignificancia del ego resulta perfectamente evidente. Cuando esto ocurre, el ego cree —a pesar de que no lo entiende— que su "enemigo" lo ha atacado, e intenta ofrecerte regalos para inducirte a que vuelvas a ponerte bajo su "protección". El auto-engrandecimiento es la única ofrenda que puede hacer. La grandiosidad del ego es la alternativa que él ofrece a la grandeza de Dios. ¿Por cuál de estas dos alternativas te vas a decidir? (T-9.VIII.1)

El ego queda inmovilizado en presencia de la grandeza de Dios porque Su grandeza establece tu libertad. Aun la más leve indicación de tu realidad expulsa literalmente al ego de tu mente ya que deja de interesarte por completo. La grandeza está totalmente desprovista de ilusiones y, puesto que es real, es extremadamente convincente. Mas la convicción de que es real te abandonará a menos que no permitas que el ego la ataque. El ego no escatimará esfuerzo alguno por rehacerse y movilizar sus recursos en contra de tu liberación. (T-9.VIII.4:2)

La verdad no cambia; siempre es verdad. Cuando pierdes la conciencia de tu grandeza es que la has reemplazado con algo que tú mismo inventaste. (T-9.VIII.7:2-3)

La verdad no está velada ni oculta, pero el que sea evidente para ti depende del gozo que lleves a sus testigos, que son quienes te la mostrarán. (T-9.VIII.8:3)

No varía. Simplemente es. (T-9.VIII.11:4-5)

Si quieres recordar la eternidad, debes contemplar sólo lo eterno. (T-10.V.14:5)

El Cristo, tal como se revela ante ti ahora, no tiene pasado, pues es inmutable, y en Su inmutabilidad radica tu liberación. Pues si Él es tal como fue creado, no puede haber culpabilidad en Él. Ninguna nube de culpabilidad ha venido a ocultarlo, y Él se alza revelado en todo aquel con quien te encuentras porque lo ves a través de Él Mismo. Renacer es abandonar el pasado y contemplar el presente sin condenación. (T-13.VI.3:2-5)

No permitas que ninguna sombra tenebrosa de tu pasado lo oculte de tu vista, pues la verdad se encuentra solamente en el presente, y si la buscas ahí, la encontrarás. (T-13.VI.5:4)

Contempla amorosamente el presente, pues encierra lo único que es verdad eternamente. Toda curación reside en él porque su continuidad es real. El presente se extiende a todos los aspectos de la Filiación simultáneamente, permitiendo de este modo que cada uno de ellos pueda extenderse hasta todos los demás. El presente existe desde antes de que el tiempo diese comienzo y seguirá existiendo una vez que éste haya cesado. En el presente se encuentran todas las cosas eternas, las cuales son una. (T-13.VI.6:2-6)

El ahora es el momento de la salvación, pues en el ahora es cuando te liberas del tiempo. Extiéndele tu mano a todos tus hermanos, e infúndelos con el toque de Cristo. En tu eterna unión con ellos reside tu continuidad, ininterrumpida porque la compartes plenamente. (T-13.VI.8:1-3)

Criatura de Dios, no sabes que la luz está en ti. Sin embargo, la encontrarás a través de sus testigos, pues al haberles dado luz, ellos te la devolverán. Cada hermano que contemples en la luz hará que seas más consciente de tu propia luz. El amor siempre conduce al amor. (T-13.VI.10:1-4)

Pues esta luz te atraerá como nada en este mundo puede hacerlo. Y tú desecharás este mundo y encontrarás otro. (T-13.VI.11:4-5)

Aun en tus sueños Cristo te ha protegido, asegurándose de que el mundo real se encuentre ahí cuando despiertes. (...) Aunque dormía, la visión de Cristo nunca lo abandonó. Y esa es la razón de que pueda convocar a los testigos que le muestran que él nunca estuvo dormido. (T-13.VI.13:3,8-9)

Estás esperando únicamente por ti. Abandonar este triste mundo e intercambiar tus errores por la paz de Dios no es sino tu voluntad. (T-13.VII.6:5-6)

La Voluntad de Dios es que nada, excepto Él Mismo, ejerza influencia sobre Su Hijo, y que nada más ni siquiera se aproxime a él. Su Hijo es tan inmune al dolor como lo es Él, Quien lo protege en toda situación. El mundo que le rodea refulge con amor porque Dios ubicó a Su Hijo en Sí Mismo donde no existe el dolor y donde el amor le rodea eterna e ininterrumpidamente. Su paz no puede ser perturbada. (...) Y desde este enclave seguro mirará serenamente a su alrededor y reconocerá que el mundo es uno con él. (T-13.VII.7:1-4,7)

La paz de Dios supera tu razonar sólo en el pasado. Sin embargo, está aquí, y puedes entenderla ahora mismo. Dios ama a Su Hijo eternamente, y Su Hijo le corresponde eternamente. El mundo real es el camino que te lleva a recordar la única cosa que es completamente verdadera y completamente tuya. Pues todo lo demás te lo has prestado a ti mismo en el tiempo, y desaparecerá. (T-13.VII.8:1-5)

Primero soñarás con la paz, y luego despertarás a ella. (T-13.VII.9:1)

Sólo el Espíritu Santo sabe lo que necesitas. Pues Él te proveerá de todas las cosas que no obstaculizan el camino hacia la luz. ¿Qué otra cosa podrías necesitar? Mientras estés en el tiempo, Él te proveerá de todo cuanto necesites, y lo renovará siempre que tengas necesidad de ello. No te privará de nada mientras lo necesites. Mas Él sabe que todo cuanto necesitas es temporal, y que sólo durará hasta que dejes a un lado todas tus necesidades y te des cuenta de que todas ellas han sido satisfechas. (...) Deja, por tanto, todas tus necesidades en Sus manos. Él las colmará sin darles ninguna importancia. (...) El Hijo de Dios no es un viajero por mundos externos. No importa cuán santa pueda volverse su percepción, ningún mundo externo a él contiene su herencia. Dentro de sí mismo no tiene necesidades de ninguna clase, pues sólo necesita brillar en paz para dejar que desde sí misma sus rayos se extiendan quedamente hasta el infinito. (T-13.VII.12:1-6; 13:1-2,5-7)

Conténtate con lo que, sin duda también, has de conservar, y no pierdas la calma, pues el viaje que estás emprendiendo hacia la paz de Dios, en cuya quietud Él quiere que estés, es un viaje sereno. (T-13.VII.15:3)

Tú no moras aquí, sino en la eternidad. Eres un viajero únicamente en sueños, mientras permaneces a salvo en tu hogar. Dale las gracias a cada parte de ti a la que hayas enseñado a que te recuerde. Así es como el Hijo de Dios le da las gracias a su Padre por su pureza. (T-13.VII.17:6-9)

Ofrece el regalo de Cristo a todo el mundo y en todas partes, pues los milagros que le ofreces al Hijo de Dios a través del Espíritu Santo te sintonizan con la realidad. El Espíritu Santo sabe el papel que te corresponde desempeñar en la redención, y también quiénes te están buscando y dónde encontrarlos. El conocimiento está mucho más allá de lo que te incumbe a ti como individuo. Tú que formas parte de él y que eres todo él, sólo necesitas darte cuenta de que el conocimiento es del Padre, y no tuyo. Tu papel en la redención te conduce al conocimiento mediante el restablecimiento de su unicidad en tu mente. 

Cuando te hayas visto a ti mismo en tus hermanos te liberarás y gozarás de conocimiento (...) Y de repente el tiempo cesará, y todos nos uniremos en la eternidad de Dios el Padre. (T-13.VIII.7:2-6; 8:1,3)

Librarse uno de la culpabilidad es lo que deshace completamente al ego. (T-13.IX.2:1)

Nadie que condena a un hermano puede considerarse inocente o que mora en la paz de Dios. (T-13.X.11:7)

Nada destructivo ha existido nunca ni existirá jamás. (T-13.XI.2:7)

En el Cielo está todo lo que Dios valora, y nada más. Allí nada es ambiguo. Todo es claro y luminoso, y suscita una sola respuesta. En el Cielo no hay tinieblas ni contrastes. Nada varía ni sufre interrupción alguna. Lo único que se experimenta es una sensación de paz tan profunda que ningún sueño de este mundo ha podido jamás proporcionarte ni siquiera el más leve indicio de lo que dicha paz es. 

No hay nada en este mundo que pueda brindarte semejante paz porque no hay nada en este mundo que se comparta totalmente. (T-13.XI.3:7-13; 4:1)

En el Cielo no recordarás cambios ni variaciones. (...) ... la profunda paz en la que se conoce la dulce y constante comunicación que Dios desea mantener contigo. (...) Gozarás de paz porque Su paz fluye todavía hacia ti desde Aquel Cuya Voluntad es la paz. Dispones de ella en este mismo instante. El Espíritu Santo te enseñará a usarla, y al extenderla, sabrás que se encuentra en ti. Dios dispuso que el Cielo fuese tuyo, y nunca dispondrá nada más para ti. (...) La salvación es algo tan seguro como Dios. La certeza de Dios es suficiente. (T-13.XI.6:1; 8:2,4-7; 9:3-4)

Lo único que se experimenta es una sensación de paz tan profunda que ningún sueño de este mundo ha podido jamás proporcionarte ni siquiera el más leve indicio de lo que dicha paz es. (T-13.XI.3:13)

No hay nada externo a ti. (...) El Cielo no es un lugar ni tampoco una condición. Es simplemente la conciencia de la perfecta Unicidad y el conocimiento de que no hay nada más: nada fuera de esta Unicidad, ni nada diferente dentro. 

¿Qué otra cosa podría dar Dios sino el conocimiento de Sí Mismo? ¿Hay algo más que se pueda dar? (T-18.VI.1:1,5-6; 2:1-2)

Las mentes están unidas; los cuerpos no. (T-18.VI.3:1)

El cuerpo es algo externo a ti, y sólo da la impresión de rodearte, de aislarte de los demás y de mantenerte separado de ellos y a ellos de ti. Pero el cuerpo no existe. No hay ninguna barrera entre Dios y Su Hijo, y Su Hijo no puede estar separado de Sí Mismo, salvo en ilusiones. (T-18.VI.9:1-3)

Él es lo único que te rodea. ¿Qué limitaciones puedes tener tú a quien Él abarca? 

Todo el mundo ha experimentado lo que podría describirse como una sensación de ser transportado más allá de sí mismo. Esta sensación de liberación va mucho más allá del sueño de libertad que a veces se espera encontrar en las relaciones especiales. Es una sensación de habernos escapado realmente de toda limitación. Si examinases lo que esa sensación de ser "transportado" realmente supone, te darías cuenta de que es una súbita pérdida de la conciencia corporal, y una experiencia de unión con otra cosa en la que tu mente se expande para abarcarla. Esa otra cosa pasa a formar parte de ti al tú unirte a ella. Y tanto tú como ella os completáis, y ninguno se percibe entonces como separado. Lo que realmente sucede es que has renunciado a la ilusión de una conciencia limitada y has dejado de tenerle miedo a la unión. El amor que instantáneamente reemplaza a ese miedo se extiende hasta lo que te ha liberado y se une a ello. Y mientras esto dura no tienes ninguna duda acerca de tu Identidad ni deseas limitarla. Te has escapado del miedo y has alcanzado la paz, no cuestionando la realidad, sino simplemente aceptándola. Has aceptado esto en lugar del cuerpo, y te has permitido a ti mismo ser uno con algo que se encuentra más allá de éste, al simplemente no permitir que tu mente esté limitada por él. 

Esto puede ocurrir independientemente de la distancia física que parezca haber entre ti y aquello a lo que te unes; independientemente de vuestras respectivas posiciones en el espacio o de vuestras diferencias de tamaño y aparente calidad. El tiempo es irrelevante: la unión puede ocurrir con algo pasado, presente o con algo que se prevé. Ese "algo" puede ser cualquier cosa y estar en cualquier parte; puede ser un sonido, algo que se ve, un pensamiento, un recuerdo, o incluso una idea general sin ninguna referencia concreta. Mas siempre te unes a ello sin reservas porque lo amas y quieres estar con ello. Por eso te apresuras a ir a su encuentro, dejando que tus limitaciones se desvanezcan, aboliendo todas las "leyes" que tu cuerpo obedece y apartándote serenamente de ellas.

No hay violencia alguna en este escape. No se ataca al cuerpo, sino simplemente se le percibe correctamente. El cuerpo no puede limitarte, ya que ésa no es tu voluntad. En realidad no se te "saca" de él, ya que no puede contenerte. Te diriges hacia donde realmente quieres estar, adquiriendo, no perdiendo, una sensación de Ser. En estos instantes en que te liberas de toda restricción física, experimentas mucho de lo que sucede en el instante santo: un levantamiento de las barreras del tiempo y del espacio, una súbita experiencia de paz y alegría. Mas por encima de todo, pierdes toda conciencia del cuerpo y dejas de dudar acerca de si todo esto es posible o no.

Es posible porque tú lo deseas. En la súbita expansión de conciencia que tiene lugar sólo con que tú lo desees reside el irresistible atractivo del instante santo. Te exhorta a que seas tú mismo, en la seguridad de su abrazo. Ahí se te libera de todas las leyes de la limitación y se te da la bienvenida a la mentalidad receptiva y a la libertad. Ven a este lugar de refugio, donde puedes ser tú mismo en paz. No mediante la destrucción ni mediante un escape, sino simplemente mediante una serena fusión. Pues la paz se unirá a ti allí sencillamente porque has estado dispuesto a abandonar los límites que le habías impuesto al amor, y porque te uniste a él allí donde mora y adonde te condujo, en respuesta a su dulce llamada a que estés en paz. (T-18.VI.10:6-7; 11-14)

Mas este lugar de reposo al que siempre puedes volver siempre estará ahí. Y serás más consciente de este tranquilo centro de la tormenta, que de toda su rugiente actividad. Este tranquilo centro, en el que no haces nada, permanecerá contigo, brindándote descanso en medio del ajetreo de cualquier actividad a la que se te envíe. (T-18.VII.8:1-3)

Elevado como un arco muy por encima de él y rodeándolo con amor se encuentra la gloriosa totalidad, la cual ofrece toda su felicidad y profunda satisfacción a todas sus partes. (T-18.VIII.7:7)

Tener fe en lo eterno está siempre justificado, pues lo eterno es siempre benévolo, infinitamente paciente y totalmente amoroso. Te aceptará totalmente y te colmará de paz. Pero sólo se puede unir a lo que ya está en paz dentro de ti, lo cual es tan inmortal como lo es lo eterno. El cuerpo no puede proporcionarte ni paz ni desasosiego, ni alegría ni dolor. Es un medio, no un fin. De por sí no tiene ningún propósito, sino sólo el que se le atribuye. (T-19.IV.B.i.10:1-6)

Pues lo que te atrae desde detrás del velo es algo que se encuentra en lo más recóndito de tu ser, algo de lo que no estás separado y con lo que eres completamente uno. (T-19.IV.D.7:7)

Pues la paz vendrá a todos aquellos que la pidan de todo corazón y sean sinceros en cuanto al propósito que comparten con el Espíritu Santo, y de un mismo sentir con Él con respecto a lo que es la salvación. Estate dispuesto, pues, a ver a tu hermano libre de pecado, para que Cristo pueda aparecer ante tu vista y colmarte de felicidad. (T-20.VIII.3:2-3)

No te contentes con la idea de una felicidad futura. Eso no significa nada ni es tu justa recompensa. Pues hay causa para ser libre ahora. (T-26.VIII.9:1-3)

En la quietud todas las cosas reciben respuesta y todo problema queda resuelto serenamente. (T-27.IV.1:1)

Estás equivocado, pero hay Alguien dentro de ti que está en lo cierto. (T-27.V.9:6)

Despierta y olvida todos los pensamientos de muerte, y te darás cuenta de que ya gozas de la paz de Dios. (T-27.VII.10:6)

Hace mucho que este mundo desapareció. (T-28.I.1:6)

No hay tiempo, lugar ni estado del que Dios esté ausente. No hay nada que temer. Es imposible que se pudiese concebir una brecha en la Plenitud de Dios. (T-29.I.1:1-3)

Cuando la brecha desaparece, no obstante, lo único que se experimenta es paz eterna. No más que eso, pero tampoco menos. Si no tuvieses miedo de Dios, ¿qué podría inducirte a que lo abandonases? ¿Qué juguetes o baratijas podría haber en la brecha que pudiesen privarte por un solo instante de Su Amor? ¿Permitirías que el cuerpo dijese "no" a la llamada del Cielo, si no tuvieses miedo de perder tu ser al encontrar a Dios? Mas ¿cómo sería posible que perdieses tu ser al hallarlo? (T-29.I.9)

Cambiar es alcanzar un estado distinto de aquel en el que antes te encontrabas. En la inmortalidad no hay cambios, y en el Cielo se desconocen. (T-29.II.7:3-4)

Hay un lugar en ti en el que este mundo en su totalidad ha sido olvidado, y en el que no quedan memorias de pecado ni de ilusiones. Hay un lugar en ti donde el tiempo ha desaparecido y donde se oyen ecos de la eternidad. Hay un lugar de descanso donde el silencio es tan absoluto que no se oye ningún sonido, excepto un himno que se eleva hasta el Cielo para brindar júbilo a Dios el Padre y al Hijo. Allí donde Ambos moran, allí Ambos son recordados. Y allí donde Ambos están, allí se encuentran el Cielo y la paz. (T-29.V.1)

La inmutabilidad del Cielo se encuentra tan profundamente dentro de ti, que todas las cosas de este mundo no hacen sino pasar de largo, sin notarse ni verse. (T-29.V.2:3)

No busques fuera de ti mismo. (...) ¿Preferirías tener razón a ser feliz? (T-29.VII.1:1,9)

No comprendes Quién es el que te llama tras cada manifestación de odio, tras cada incitación a la pugna. (T-31.I.10:4)

Permanezcamos muy quedos por un instante y olvidémonos de todas las cosas que jamás hayamos aprendido, de todos los pensamientos que hayamos abrigado y de todas las ideas preconcebidas que tengamos acerca de lo que las cosas significan y de cuál es su propósito. Olvidémonos de nuestras propias ideas acerca del propósito del mundo, pues no lo sabemos. Dejemos que toda imagen que tengamos acerca de cualquier persona se desprenda de nuestras mentes y desaparezca. 

No abrigues ningún juicio, ni seas consciente de ningún pensamiento, bueno o malo, que jamás haya cruzado tu mente con respecto a nadie. Ahora no lo conoces. Pero eres libre de conocerlo, y de conocerlo bajo una nueva luz. Ahora él renace para ti, y tú para él, sin el pasado que lo condenó a morir, y a ti junto con él. Ahora él es tan libre para vivir como lo eres tú porque una vieja lección que se había aprendido ha desaparecido, dejando un sitio donde la verdad puede renacer. (T-31.I.12-13)

Estate muy quedo y escucha. Despeja tu mente de viejas ideas. (T-31.II.7:2-3)

Sumérgete en la más profunda quietud por un instante. Ven sin ningún pensamiento de nada que hayas aprendido antes, y deja a un lado todas las imágenes que has inventado. Lo viejo y decrépito se derrumbará ante lo nuevo tanto si te opones a ello como si lo apoyas. Ninguna de las cosas que consideras valiosas y dignas de tu atención será atacada. Tampoco se atacará tu deseo de oír un llamamiento que jamás existió. Nada te hará daño en este santo lugar adonde vienes a escuchar en silencio y a aprender qué es lo que realmente quieres. Esto será lo único que se te pedirá aprender. Mas al oírlo, comprenderás que lo único que necesitas hacer es abandonar los pensamientos que ya no deseas y que nunca fueron verdad. (T-31.II.8)

¡Él no ha abandonado Sus Pensamientos! Y así como Él no podría separarse de ellos, ellos no pueden excluirlo a Él de sí mismos. Moran unidos a Él, y en Su Unicidad Ambos se conservan intactos. No hay camino que pueda alejarte de Él, ni jornada que pueda llevarte más allá de ti mismo. ¡Qué absurdo y descabellado es pensar que puede haber un camino con semejante objetivo! ¿Adónde podría conducir? ¿Y cómo se te podría obligar a recorrerlo sin que tu propia realidad te acompañase? (T-31.IV.10)

No puedes dejar de ser lo que eres. Pues Dios es misericordioso, y no permitió que Su Hijo lo abandonara. Siéntete agradecido por lo que Él es, pues en ello reside tu escapatoria de la locura y de la muerte. No puedes estar en ningún lugar, excepto donde Él está. Y no hay camino que no conduzca a Él. (T-31.IV.11:3-7)

No busques tu Ser en símbolos. No hay concepto que pueda representar lo que eres. (...) sólo te relacionas contigo mismo. (T-31.V.15:1-2,5)

El mundo no puede hacer que aprendas estas imágenes de ti mismo a no ser que tú desees aprenderlas. Llegará un momento en que todas desaparecerán, y te darás cuenta de que no sabes lo que eres. A esta mente abierta y receptiva es a la que la verdad retorna, sin impedimentos ni limitaciones. Allí donde todos los conceptos del yo han sido abandonados, la verdad se revela tal como es. Cuando todo concepto haya sido cuestionado y puesto en tela de juicio, y se haya reconocido que está basado en suposiciones que se desvanecerían ante la luz, la verdad quedará entonces libre para entrar a su santuario, limpio y despejado ahora de toda culpa. No hay afirmación que el mundo tema oír más que ésta: 
No sé lo que soy, por lo tanto, no sé lo que estoy haciendo, dónde me encuentro, ni cómo considerar al mundo o a mí mismo. 
Sin embargo, con esta lección nace la salvación. Y lo que eres te hablará de Sí Mismo. (T-31.V.17)

Aprende, pues, el feliz hábito de responder a toda tentación de percibirte a ti mismo débil y afligido con estas palabras:  
Soy tal como Dios me creó. Su Hijo no puede sufrir. Y yo soy Su Hijo. (T-31.VIII.5:1-4)
No me niegues el pequeño regalo que te pido, cuando a cambio de ello pongo a tus pies la paz de Dios y el poder para llevar esa paz a todos los que deambulan por el mundo solos, inseguros y presos del miedo. (T-31.VIII.7:1)

¿Puedes imaginarte lo que sería un estado mental en el que no hubiese ilusiones? ¿Qué sensación te produciría? Trata de recordar algún momento —quizá un minuto, o incluso menos— en el que nada vino a perturbar tu paz; en el que te sentiste seguro de ser amado y de estar a salvo. Trata entonces de imaginarte cómo sería si ese momento se pudiera extender hasta el final del tiempo y hasta la eternidad. Luego deja que la sensación de quietud que sentiste se multiplique cien veces, y luego cien veces más. 

Entonces tendrás un atisbo, no más que un leve indicio, del estado en el que tu mente descansará una vez que haya llegado a la verdad. (L-107.2:1-5; 3:1)

No te das cuenta de cómo has saboteado la santa paz de Dios con tu actitud defensiva. (L-153.5:4)

Hoy se te concederá tener un atisbo del Cielo, aunque regresarás nuevamente a las sendas del aprendizaje. Tu progreso, no obstante, ha sido tal que puedes alterar el tiempo lo suficiente como para poder superar sus leyes y adentrarte en la eternidad por un rato. Aprender a hacer esto te resultará cada vez más fácil, a medida que cada lección, fielmente practicada, te lleve con mayor rapidez a este santo lugar y te deje, por un momento, con tu Ser. (L-157.3)

A partir de hoy, tu ministerio adquirirá un genuino fervor y una luminosidad que se transmitirá desde tus dedos hasta aquellos a quienes toques, y que bendecirá a todos los que contemples. Una visión llegará a todos aquellos con quienes te encuentres, a todos aquellos en quienes pienses y a todos aquellos que piensen en ti. Pues la experiencia que has de tener hoy transformará tu mente de tal manera que se convertirá en la piedra de toque de los santos Pensamientos de Dios. (L-157.5)

Una experiencia como ésta no se puede transmitir directamente. No obstante, deja en nuestros ojos una visión que podemos ofrecerles a todos, para que puedan tener lo antes posible la misma experiencia en la que el mundo se olvida calladamente y el Cielo se recuerda por un tiempo. (L-157.6:2-3)

A medida que esta experiencia se intensifica y todos tus objetivos excepto éste dejan de ser importantes, el mundo al que retornas se acerca cada vez más al final del tiempo, se asemeja un poco más al Cielo en todo y se aproxima un poco más a su liberación. Y tú que le brindas luz podrás ver la luz con más certeza; la visión con mayor nitidez. Mas llegará un momento en que no retornarás con la misma forma en la que ahora apareces, pues ya no tendrás más necesidad de ella. Pero ahora tiene un propósito, y lo cumplirá debidamente. (L-157.7)

Nuestra lección de ayer evocó un tema que se expone al principio del texto: La experiencia, a diferencia de la visión, no se puede compartir de manera directa. La revelación de que el Padre y el Hijo son uno alboreará en toda mente a su debido tiempo. Sin embargo, ese momento lo determina la mente misma, pues es algo que no se puede enseñar.

Ese momento ya ha sido fijado. Esto parece ser bastante arbitrario. No obstante, no hay nadie que dé ni un solo paso al azar a lo largo del camino. Todos han dado ya cada paso, aunque todavía no hayan emprendido la jornada. Pues el tiempo tan sólo da la impresión de que se mueve en una sola dirección. No hacemos sino emprender una jornada que ya terminó. No obstante, parece como si tuviera un futuro que todavía nos es desconocido. 

El tiempo es un truco, un juego de manos, una gigantesca ilusión en la que las figuras parecen ir y venir como por arte de magia. No obstante, tras las apariencias hay un plan que no cambia. El guión ya está escrito. El momento en el que ha de llegar la experiencia que pone fin a todas tus dudas ya se ha fijado. Pues la jornada sólo se puede ver desde el punto donde terminó, desde donde podemos mirar hacia atrás e imaginarnos que la emprendemos otra vez y repasar mentalmente lo que sucedió.

Un maestro no puede dar su experiencia, pues no es algo que él haya aprendido. Ésta se reveló a sí misma a él en el momento señalado. La visión, no obstante, es su regalo. Esto él lo puede dar directamente, pues el conocimiento de Cristo no se ha perdido, toda vez que Él tiene una visión que puede otorgar a cualquiera que la solicite. (L-158.2:6-9; 3-4; 5:1-4)

La experiencia —que no se puede aprender, enseñar o ver— simplemente se encuentra ahí. Esto es algo que está más allá de nuestro objetivo, pues transciende lo que es necesario lograr. Lo que nos interesa es la visión de Cristo. Esto sí que lo podemos alcanzar. (L-158.6:4-7)

El mundo no puede dar nada cuyo valor pueda ni remotamente compararse con esto. (L-158.8:2)

Cuándo ha de llegar esta revelación es irrelevante, pues no tiene nada que ver con el tiempo. (L-158.11:1)

Dios nos habla. ¿No deberíamos nosotros acaso hablarle a Él? Dios no es algo distante. No trata de ocultarse de nosotros. Somos nosotros los que tratamos de ocultarnos de Él, y somos víctimas del engaño. Él siempre está enteramente accesible. (L-168.1:1-6)

Si supieras el significado de Su Amor, tanto la esperanza como la desesperación serían imposibles. Pues toda esperanza quedaría colmada para siempre y cualquier clase de desesperación sería inconcebible. (L-168.2:1-2)

Hoy le pedimos a Dios el regalo que con más celo ha conservado dentro de nuestros corazones, en espera de que se le reconozca. Se trata del regalo mediante el cual Dios se inclina hasta nosotros y nos eleva, dando así Él Mismo el último paso de la salvación. Todos los pasos, excepto éste, los aprendemos siguiendo las instrucciones de Su Voz. Pero al final es Él Mismo Quien viene, y tomándonos en Sus Brazos hace que todas las telarañas de nuestro sueño desaparezcan. Su regalo de gracia es algo más que una simple respuesta, pues restaura todas las memorias que la mente que duerme había olvidado y toda la certeza acerca del significado del Amor.

Dios ama a Su Hijo. Pídele ahora que te proporcione los medios a través de los cuales este mundo desaparece, y primero vendrá la visión, y un instante más tarde, el conocimiento. Pues en la gracia ves una luz envolver al mundo con amor, y al miedo borrarse de todos los semblantes conforme los corazones se alzan y reclaman la luz como suya. ¿Qué queda ahora que pueda demorar al Cielo un solo instante más? ¿Qué queda aún por hacer cuando tu perdón descansa sobre todas las cosas? (L-168.3-4)

La gracia es el atributo del Amor de Dios que más se asemeja al estado que prevalece en la unidad de la verdad. Es la aspiración más elevada que se puede tener en el mundo, pues conduce completamente más allá de él. Se encuentra más allá del aprendizaje, aunque es su objetivo, pues la gracia no puede arribar hasta que la mente no se haya preparado a sí misma para aceptarla de verdad. La gracia se vuelve inevitable instantáneamente para aquellos que han preparado un altar donde ésta pueda ser dulcemente depositada y gustosamente recibida: un altar inmaculado y santo para este don. (L-169.1)

La gracia no es algo que se aprende. El último paso tiene que ir más allá de todo aprendizaje. La gracia no es la meta que este curso aspira a alcanzar. No obstante, nos preparamos para ella en el sentido de que una mente receptiva puede oír la Llamada a despertar. (L-169.3:1-4)

Tal vez parezca que estamos contradiciendo nuestra afirmación de que el momento en que la revelación de que el Padre y el Hijo son Uno ya se ha fijado. Pero hemos dicho también que la mente es la que determina cuándo ha de ocurrir ese momento, y que ya lo ha hecho. (L-169.4:1-2)

La unidad es simplemente la idea de que Dios es. Y en Su Ser, Él abarca todas las cosas. Ninguna mente contiene nada que no sea Él. Decimos "Dios es", y luego guardamos silencio, pues en ese conocimiento las palabras carecen de sentido. No hay labios que las puedan pronunciar, ni ninguna parte de la mente es lo suficientemente diferente del resto como para poder sentir que ahora es consciente de algo que no sea ella misma. Se ha unido a su Fuente, y al igual que Ésta, simplemente es. 

No podemos hablar, escribir, y ni siquiera pensar en esto en absoluto. Pues aflorará en toda mente cuando el reconocimiento de que su voluntad es la de Dios se haya dado y recibido por completo. Ello hace que la mente retorne al eterno presente, donde el pasado y el futuro son inconcebibles. El eterno presente yace más allá de la salvación; más allá de todo pensamiento de tiempo, del perdón y de la santa faz de Cristo. El Hijo de Dios simplemente ha desaparecido en su Padre, tal como su Padre ha desaparecido en él. El mundo jamás ha existido. La eternidad permanece como un estado constante. (L-169.5-6)

Él reconoció todo lo que el tiempo encierra, y se lo dio a todas las mentes para que cada una de ellas pudiera determinar, desde una perspectiva en la que el tiempo ha terminado, cuándo ha de ser liberada para la revelación y la eternidad. (L-169.8:2)

Pues la unidad no puede sino encontrarse aquí. Sea cual sea el momento que la mente haya fijado para la revelación ello es completamente irrelevante para lo que no puede sino ser un estado constante, eternamente como siempre ha sido y como ha de seguir siendo eternamente. (L-169.9:1-2)

Cuando la revelación de tu unidad tenga lugar, lo sabrás y lo comprenderás plenamente. (L-169.10:2)

La experiencia que la gracia proporciona es temporal, pues la gracia es un preludio del Cielo, pero sólo reemplaza a la idea de tiempo por un breve lapso. (L-169.12:3)

Siéntete agradecido de poder regresar, de la misma manera en que te alegró ir por un instante, y acepta los dones que la gracia te otorgó. Es a ti mismo a quien se los traes de vuelta. Y la revelación no está muy lejos. Su llegada está garantizada. Pedimos que se nos conceda la gracia y la experiencia que procede de ella. Damos la bienvenida a la liberación que les ofrece a todos. (L-169.14:1-6)

Hoy puedes alcanzar un estado en el que experimentarás el don de la gracia. Puedes escaparte de todas las ataduras del mundo, y ofrecerle a éste la misma liberación que tú has encontrado. Puedes recordar lo que el mundo olvidó y ofrecerle lo que has recordado. (L-183.9:1-3)

Todo lo insignificante se acalla. Los pequeños sonidos ahora son inaudibles. Todas las cosas vanas de la tierra han desaparecido. El universo consiste únicamente en el Hijo de Dios, que invoca a su Padre. Y la Voz de su Padre responde en el santo Nombre de su Padre. La paz eterna se encuentra en esta eterna y serena relación, en la que la comunicación transciende con creces todas las palabras y, sin embargo, supera en profundidad y altura todo aquello que las palabras jamás pudiesen comunicar. (L-183.11:1-6)

Desear la paz de Dios de todo corazón es renunciar a todos los sueños. Pues nadie que diga estas palabras de todo corazón desea ilusiones o busca la manera de obtenerlas. Las ha examinado y se ha dado cuenta de que no le ofrecen nada. (L-185.5:1-3)

La mente que desea la paz de todo corazón debe unirse a otras mentes, pues así es como se alcanza la paz. Y cuando el deseo de paz es genuino, los medios para encontrarla se le conceden en una forma tal que cada mente que honradamente la busca pueda entender. Sea cual sea la forma en que se presente la lección, ha sido planeada para él de tal forma que si su petición es sincera, no dejará de verla. Mas si su petición no es sincera, no habrá manera de que pueda aceptar la lección o realmente aprenderla. (L-185.6)

Dedica hoy tus sesiones de práctica a escudriñar minuciosamente tu mente a fin de descubrir los sueños que todavía anhelas. ¿Qué es lo que realmente deseas de corazón? Olvídate de las palabras que empleas al hacer tus peticiones. Considera solamente lo que crees que te brindará consuelo y felicidad. Pero no te desalientes por razón de las ilusiones que aún perduran, pues la forma que éstas adoptan no es lo que importa ahora. No dejes que algunos sueños te resulten más aceptables, mientras que te avergüenzas de otros y los ocultas. Todos son lo mismo. Y puesto que todos son lo mismo, debes hacer la siguiente pregunta con respecto a cada uno de ellos: "¿Es esto lo que deseo en lugar del Cielo y de la paz de Dios?". (L-185.8)

Pues o bien eliges la paz de Dios o bien pides sueños. Y éstos vendrán a ti si es eso lo que pides. Mas la paz de Dios vendrá con igual certeza para permanecer contigo para siempre. No desaparecerá con cada curva o vuelta del camino, para luego reaparecer sin que sea reconocible, en formas que cambian y varían con cada paso que das. (L-185.9:4-7)

Nadie que realmente busque la paz de Dios puede dejar de hallarla. (...) ¿Quién que pida lo que ya es suyo podría quedar insatisfecho? (...) La paz de Dios es tuya. (L-185.11:1,3,5)

¿Por qué esperar al Cielo? Los que buscan la luz están simplemente cubriéndose los ojos. La luz ya está en ellos. La iluminación es simplemente un reconocimiento, no un cambio. (L-188.1:1-4)

Esta luz no se puede perder. ¿Por qué esperar a encontrarla en el futuro, o creer que se ha perdido o que nunca existió? Es tan fácil contemplarla que los argumentos que demuestran que no está ahí se vuelven irrisorios. ¿Quién podría negar la presencia de lo que contempla en sí mismo? No es difícil mirar en nuestro interior, pues ahí comienza toda visión. (L-188.2:1-5)

La paz de Dios jamás se puede contener. El que la reconoce dentro de sí tiene que darla. Y los medios a través de los que puede hacerlo residen en su entendimiento. (...) En la quietud la paz de Dios se reconoce universalmente. (L-188.5:1-3,6)

Siéntate en silencio y cierra los ojos. La luz en tu interior es suficiente. Sólo ella puede concederte el don de la visión. Ciérrate al mundo exterior, y dales alas a tus pensamientos para que lleguen hasta la paz que yace dentro de ti. Ellos conocen el camino. Pues los pensamientos honestos, que no están mancillados por el sueño de cosas mundanas externas a ti, se convierten en los santos mensajeros de Dios Mismo. (L-188.6)

Haz simplemente esto: permanece muy quedo y deja a un lado todos los pensamientos acerca de lo que tú eres y de lo que Dios es; todos los conceptos que hayas aprendido acerca del mundo; todas las imágenes que tienes acerca de ti mismo. Vacía tu mente de todo lo que ella piensa que es verdadero o falso, bueno o malo; de todo pensamiento que considere digno, así como de todas las ideas de las que se siente avergonzada. No conserves nada. No traigas contigo ni un solo pensamiento que el pasado te haya enseñado, ni ninguna creencia que, sea cual sea su procedencia, hayas aprendido con anterioridad. Olvídate de este mundo, olvídate de este curso, y con las manos completamente vacías, ven a tu Dios. (L-189.7)

Rinde tus armas, y ven sin defensas al sereno lugar donde por fin la paz del Cielo envuelve todas las cosas en la quietud. Abandona todo pensamiento de miedo y de peligro. No permitas que el ataque entre contigo. Depón la cruel espada del juicio que apuntas contra tu propio cuello, y deja a un lado las devastadoras acometidas con las que procuras ocultar tu santidad. (L-190.9)

Tus pies ya se han posado sobre las praderas que te dan la bienvenida a las puertas del Cielo: el tranquilo lugar de la paz en el que aguardas con certeza el paso final de Dios. (L-194.1:3)

No necesitamos tiempo para esto, sino únicamente estar dispuestos. Pues lo que parece requerir cientos de años puede lograrse fácilmente —por la gracia de Dios— en un solo instante. (L-196.4:3-5)

Deja de buscar. No hallarás otra paz que la paz de Dios. (L-200.1:1-2)

Lo único que nos interesa ahora es tener una experiencia directa de la verdad. (...) Abandonamos el mundo del dolor y nos adentramos en la paz. Ahora empezamos a alcanzar el objetivo que este curso ha fijado y a hallar la meta hacia la que nuestras prácticas han estado siempre encaminadas. (...) Aguardamos con serena expectación a nuestro Dios y Padre. Él nos ha prometido que Él Mismo dará el paso final. Y nosotros estamos seguros de que Él cumple Sus promesas. (...) Diremos más bien algunas palabras sencillas a modo de bienvenida, y luego esperaremos a que nuestro Padre se revele a Sí Mismo, tal como ha prometido que lo hará. (...) Le extenderemos esa invitación y Él la aceptará. (...) La hora de la profecía ha llegado. (...) Siéntate en silencio y aguarda a tu Padre. (...) Estoy tan cerca de ti que no podemos fracasar. (...) Y ahora aguardamos en silencio, sin miedo y seguros de Tu llegada. (...) El recuerdo de Dios despunta en los vastos horizontes de nuestras mentes. Un momento más y volverá a surgir. Un momento más y nosotros, que somos los hijos de Dios, nos encontraremos a salvo en nuestro hogar, donde Él quiere que estemos. 

A la necesidad de practicar casi le ha llegado su fin. Pues en esta última etapa llegaremos a entender que sólo con invocar a Dios, toda tentación desaparece. En lugar de palabras, sólo necesitamos sentir Su Amor. En lugar de oraciones, sólo necesitamos invocar Su Nombre. Y en lugar de juzgar, sólo necesitamos aquietarnos y dejar que todas las cosas sean sanadas. Aceptaremos la manera en que el plan de Dios ha de terminar, tal como aceptamos la manera en que comenzó. Ahora ya se ha consumado. (L-PII.introd.1:3,4-5; 2:2-4; 3:3; 4:4; 5:1,5; 6:1; 7:1; 9:5-7; 10:1-7)

Examinemos la primera: ¿cómo se puede reconocer la paz de Dios? La paz de Dios se reconoce al principio sólo por una cosa: desde cualquier punto de vista es una experiencia radicalmente distinta de cualquier experiencia previa. No trae a la mente nada que haya sucedido antes. No evoca nada que se pueda asociar con el pasado. Es algo completamente nuevo. Existe ciertamente un contraste entre esta experiencia y cualquier experiencia del pasado. Pero curiosamente, no es éste un contraste que esté basado en diferencias reales. El pasado sencillamente se desvanece, y la quietud eterna pasa a ocupar su lugar. Eso es todo. El contraste que se había percibido al principio sencillamente desaparece. La quietud se ha extendido para cubrirlo todo. 

¿Cómo se encuentra esta quietud? Nadie que busque únicamente sus condiciones puede dejar de encontrarla. La paz de Dios no puede hacer acto de presencia allí donde hay ira, pues la ira niega forzosamente la existencia de la paz. Todo aquel que de alguna manera o en cualquier circunstancia considere que la ira está justificada, proclama que la paz es una insensatez y no podrá por menos que creer que no existe. En esas condiciones no se puede hallar la paz de Dios. El perdón es, por lo tanto, la condición indispensable para hallarla. Lo que es más, donde hay perdón tiene que haber paz. (M-20.2; 3:1-7)

Una mente tranquila no es un regalo baladí. (M-20.4:8)

¿Qué es la paz de Dios? La paz de Dios no es más que esto: el simple entendimiento de que Su Voluntad no tiene ningún opuesto. (...) La Voluntad de Dios es Una y es lo único que existe. (M-20.6:1-2,9)

De la sección M-26 copio solo una frase como ejemplo o destello, pues habría que copiar los cuatro párrafos enteros, que no tienen desperdicio, pero que los estudiantes el Curso pueden repasar en su ejemplar:

Hay quienes han llegado a Dios directamente, al haber dejado atrás todo límite mundano y al haber recordado perfectamente su propia Identidad. (M-26.2:1)

Ahí termina el programa de estudios. De ahí en adelante no habrá necesidad de más instrucciones. La visión ha sido totalmente corregida y todos los errores han sido deshechos. El ataque no tiene sentido y la paz ha llegado. Se ha alcanzado la meta del programa de estudios. Los pensamientos se dirigen hacia el Cielo y se apartan del infierno. Todo anhelo queda satisfecho, pues, ¿qué queda ahora que aún no tenga respuesta o que esté incompleto? La última ilusión se extiende sobre el mundo, perdonándolo todo y substituyendo todo ataque. Se ha logrado la inversión total. No queda nada que contradiga la Palabra de Dios. No hay nada que se oponga a la verdad. Y ahora, por fin, la verdad puede llegar. ¡Cuán pronto vendrá cuando se la invite a entrar y a envolver semejante mundo! (M-28.3)

Ahora no hay distinciones. Las diferencias han desaparecido y el Amor se contempla a Sí Mismo. ¿Qué necesidad hay ahora de otro panorama? (M-28.5:1-3)

Una teología universal es imposible, mientras que una experiencia universal no sólo es posible sino necesaria. Alcanzar esa experiencia es lo que el curso se propone. Sólo cuando ésta se alcanza es posible la consistencia porque sólo entonces se acaba la incertidumbre. (C-introd.2:5-7)

El ego exigirá muchas respuestas que este curso no provee. El curso no reconoce como preguntas aquellas que sólo tienen la apariencia de preguntas, pero que son imposibles de contestar. El ego puede preguntar: "¿Cómo sucedió lo imposible?", "¿A qué le ocurrió lo imposible?", y lo puede preguntar de muchas maneras. Mas no hay una respuesta para ello; sólo una experiencia. Busca sólo ésta y no permitas que la teología te retrase. (C-introd.4)

Por lo tanto, la mentalidad recta no es la Mentalidad-Uno de la Mente de Cristo, Cuya Voluntad es una con la de Dios. (C-1.6:3)

Un mundo perdonado no puede durar mucho. (C-4.5:1)

Y ahora el conocimiento de Dios, inmutable, absoluto, puro y completamente comprensible, entra en su reino. Ya no hay percepción, ni falsa ni verdadera. Ya no hay perdón, pues su tarea ha finalizado. Ya no hay cuerpos, pues han desaparecido ante la deslumbrante luz del altar del Hijo de Dios. Dios sabe que ese altar es Suyo, así como de Su Hijo. Y ahí se unen, pues ahí el resplandor de la faz de Cristo ha hecho desaparecer el último instante de tiempo, y ahora la última percepción del mundo no tiene propósito ni causa. Pues ahí donde el recuerdo de Dios ha llegado finalmente, no hay jornada, ni creencia en el pecado, ni paredes, ni cuerpos. Y la sombría atracción de la culpabilidad y de la muerte se extingue para siempre. 

¡Oh hermanos míos, si tan sólo supierais cuánta paz os envolverá y os mantendrá a salvo, puros y amados en la Mente de Dios, no haríais más que apresuraros a encontraros con Él en Su altar! Santificado sea vuestro Nombre y el Suyo, pues se unen ahí, en ese santo lugar. Ahí Él se inclina para elevaros hasta Él, liberándoos de las ilusiones para llevaros a la santidad; liberándoos del mundo para conduciros a la eternidad; liberándoos de todo temor y devolviéndoos al amor. (C-4.7-8)

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