Lección 200 — No hay más paz que la paz de Dios
Esta es la última lección intensa de la Primera Parte del Libro de ejercicios, una maravillosa culminación de los temas anteriores. Centrándonos en el tema de buscar y encontrar, esta lección refleja la sección "No busques fuera de ti mismo" (T.29.VII), incluso en algunas de las frases. Jesús nos ayuda a reconocer que nunca tenemos realmente éxito cuando buscamos en el mundo la felicidad y el final del dolor. Cualquier placer o paz que parecemos conseguir es de corta duración, pues la auténtica felicidad proviene únicamente de recordar quiénes somos como hijos del amor. Pero si el cuerpo es una limitación al amor, y el mundo fue fabricado como un ataque al amor, es imposible encontrar aquí el amor que buscamos. Puesto que hemos estado buscando en el lugar equivocado y, como resultado, nunca hemos encontrado lo que queremos, vivimos en un constante estado de profunda desesperación. La verdadera esperanza, que ofrece Un Curso de Milagros, radica en regresar atrás hacia el problema y la solución —en nuestra mente. Si buscamos la solución donde ésta se halla, no hay duda de que la encontraremos. Este mensaje, entonces, es la carga de la lección.
(1.1-2) Deja de buscar. No encontrarás otra paz que la paz de Dios.
La paz no se puede encontrar aquí, pues el cuerpo y el mundo fueron hechos específicamente para ocultar el origen de la paz en la mente.
(1.3-5) Acepta este hecho y te evitarás la agonía de sufrir aún más amargos desengaños, o de verte invadido por una sombría desesperación y una gélida sensación de desesperanza y de duda. Deja de buscar. No puedes hallar otra cosa que la paz de Dios, a no ser que lo que busques sea infelicidad y dolor.
El ego quiere que busquemos dolor en el mundo, lo encontremos, y entonces culpemos a los demás por nuestra miseria. No quiere que entendamos jamás que el origen de nuestro sufrimiento radica en que hemos elegido el sistema de pensamiento del ego en lugar del del Espíritu Santo. Para mantener oculta esta elección y garantizar que nunca cambiemos de parecer, el ego hizo un mundo para que fuese el origen del dolor, un mundo en el que empezamos naciendo y luego seguimos nuestro camino de vida hasta que un día morimos. Al final la miseria no es fallo [=culpa] nuestro —de nosotros que deseábamos lo que nunca podríamos encontrar— pues han sido los ídolos del especialismo los que nos han fallado:
El mundo cree en ídolos. Nadie viene a él a menos que los haya venerado y trate todavía de buscar uno que aún le pueda ofrecer un regalo que la realidad no posee. Todo idólatra abriga la esperanza de que sus deidades especiales le han de dar más de lo que otras personas poseen. (...) Y cuando uno falla otro viene a ocupar su lugar, y tú esperas que te pueda conseguir más de otra cosa. (T.29.VIII.8.4-6, 10) (Pág. 700)
No se da cuenta de lo que está pidiendo, y, por lo tanto, lo busca de mil maneras y en mil lugares distintos creyendo en cada ocasión que está allí, pero siempre acaba desilusionado. "Busca, pero no halles" sigue siendo el decreto implacable de este mundo, y nadie que persiga los objetivos del mundo puede eludirlo. (M.13.5.6-8) (Pág. 39)
(2) Este es el punto final al que en última instancia todo el mundo tiene que llegar para dejar de lado toda esperanza de hallar felicidad allí donde no la hay; de ser salvado por lo que tan sólo puede causar dolor; y de hacer paz del caos, dicha del dolor y Cielo del infierno. No sigas tratando de ganar por medio de la pérdida ni de morir para vivir. Pues no estarás sino pidiendo la derrota.
El punto final al que llegamos es el darnos cuenta de que hemos estado equivocados; aquí nunca encontraremos ni esperanza ni felicidad, ni a Dios ni a la verdad. De hecho, nunca encontraremos nada de valor, pues aquí ninguna cosa es significativa. Si, como dice Jesús, el propósito de Un Curso de Milagros es ahorrarnos tiempo, no necesitamos agotar todas las posibilidades de la relación especial, esperando que "esta vez funcionará". Nunca funcionará, así que para qué vamos a molestarnos ni tan siquiera en empezar a probarlas. En última instancia nos daremos cuenta de que Jesús estaba en lo cierto y que nosotros estábamos equivocados, pero mientras tanto nos estaremos causando un dolor y sufrimiento innecesario, al seguir buscando la felicidad y motivos para la esperanza en el especialismo del cuerpo. En algún momento tenemos que reconocer nuestro error de creer que la alegría y la libertad son dolor y aprisionamiento, y viceversa:
El Espíritu Santo te dirigirá sólo a fin de evitarte dolor. Obviamente nadie se opondría a este objetivo si lo reconociese. Mas el problema no estriba en si lo que el Espíritu Santo dice es verdad o no, sino en si quieres escucharle o no. No puedes reconocer lo que es doloroso, de la misma manera en que tampoco sabes lo que es dichoso, y, de hecho, eres muy propenso a confundir ambas cosas. La función primordial del Espíritu Santo es enseñarte a distinguir entre una y otra. Lo que a ti te hace dichoso le causa dolor al ego, y mientras tengas dudas con respecto a lo que eres, seguirás confundiendo la dicha con el dolor. (T.7.X.3.1-6) (Pág. 148)
Hemos dicho que el Espíritu Santo te enseña la diferencia que existe entre el dolor y la dicha. Eso es lo mismo que decir que te enseña la diferencia que hay entre estar aprisionado y ser libre. No puedes hacer esta distinción sin Él porque te has enseñado a ti mismo que el aprisionamiento es libertad. ¿Cómo ibas a poder distinguir entre una cosa y otra cuando crees que ambas son lo mismo? ¿Cómo ibas a poder pedirle a la parte de tu mente que te enseñó a creer que son lo mismo que te enseñase de qué manera son diferentes? (T.8.II.5) (Pág. 156)
En las dos últimas frases del pasaje de arriba del Libro de ejercicios se hace referencia al principio del ego de "uno o el otro": yo gano al perder otra persona, yo vivo y otro muere; o yo muero para poder vivir más allá de la tumba.
(3.1-2) No obstante, con la misma facilidad puedes pedir amor, felicidad y vida eterna en una paz que no tiene fin. Pide esto, y sólo puedes ganar.
Como frecuentemente nos asegura Jesús, él no rechaza nuestra búsqueda de amor, paz y felicidad, pero nos señala que nunca los encontraremos en el mundo. Sin embargo su Curso sí nos los ofrecen, por medio del aprendizaje:
Decide en favor de Dios, y todo se te dará sin costo alguno. Decide contra Él, y escoges lo que no es nada, a costa de la conciencia de lo que es todo. (...) La Expiación es para ti. Tu aprendizaje la reivindica y tu aprendizaje la provee. El mundo no te la ofrece, pero aprende este curso y será tuya. (M.13.8.2-3, 7-10) (Pág. 40)
(3.3-4) Pedir lo que ya tienes te lleva al éxito. Pedir que lo que es falso sea verdadero sólo puede conducir al fracaso.
Esto es obvio cuando miramos nuestras dementes vidas en las cuales tratamos de probar que Dios está equivocado y que nuestras ilusiones son ciertas: un mundo de odio, traición, soledad y desesperación. Sin embargo, puesto que la verdad ya está dentro de nosotros, nos colocamos en un incesante conflicto —desgarrados al dividir nuestra atención entre dos maestros que nos guían en direcciones opuestas. ¿Cómo podríamos aprender bien en una situación así?
El plan de estudios de la Expiación es el opuesto al que tú elaboraste para ti, y lo mismo se puede decir de su resultado. Si el resultado de tu plan de estudios te ha hecho infeliz, y deseas otro diferente, obviamente es necesario que se efectúen cambios en el plan de estudios. El primer cambio que debe efectuarse es un cambio de dirección. Un plan de estudios que tenga sentido no debe ser inconsistente. Si lo planean dos maestros que creen en ideas diametralmente opuestas, no puede ser un plan integrado. Si esos dos maestros lo ponen en práctica simultáneamente, cada uno de ellos no hará sino ser un obstáculo para el otro. (...)
Antes de que pueda efectuarse un auténtico cambio de dirección es necesario reconocer plenamente la total insensatez de semejante plan de estudios. No puedes aprender simultáneamente de dos maestros que están en completo desacuerdo con respecto a todo. Su plan de estudios conjunto constituye una tarea de aprendizaje imposible. Te están enseñando cosas completamente diferentes de forma completamente diferente, lo cual sería posible si no fuera porque las enseñanzas de ambos son acerca de ti. Ninguno de ellos puede alterar tu realidad, pero si los escuchas a los dos, tu mente estará dividida con respecto a lo que es tu realidad. (T.8.I.5.1-6; 6) (Pág. 154)
(3.5) Perdónate a ti mismo tus vanas imaginaciones y deja de buscar lo que no puedes encontrar.
Así que miramos con Jesús a nuestra culpa, y le oímos decir: "Mira tus vanas imaginaciones, cuán equivocado has estado —pero mira sin hacer juicios. Hay otra manera de ver el mundo, no como un medio destinado a cumplir los sueños del ego, sino como un aula en la que aprendes sobre la realidad que hay más allá de los sueños —lo cual es tu propósito aquí":
Para cambiar todo esto [sueños deprimentes, muerte y desengaño [n.T: =decepción]], y abrir un camino de esperanza y liberación en lo que aparenta ser un círculo interminable de desesperación, necesitas tan sólo aceptar que no sabes cuál es el propósito del mundo. Le adjudicas objetivos que no tiene, y de esta forma, decides cuál es su propósito. Procuras ver en él un lugar de ídolos que se encuentran fuera de ti, (...) [ellos] hacen lo que tú quieres, y tienen el poder que les adjudicas. Y los persigues fútilmente en el sueño porque deseas adueñarte de su poder. (T.29.VII.8.1-3, 5-6) (Pág. 697)
(3.6) Pues, ¿qué podría ser más absurdo que buscar el infierno una y otra vez cuando no tienes más que abrir los ojos y mirar para darte cuenta de que el Cielo se encuentra ante ti, allende el umbral de una puerta que se abre fácilmente para darte la bienvenida?
Esa puerta se abrirá fácilmente para darnos la bienvenida cuando nosotros le demos la bienvenida a ella, lo cual logramos por medio de la visión de Cristo. Sin embargo no le damos la bienvenida, porque entonces nuestro especialismo desaparecería. Para reafirmar este punto clave, tenemos que ver que casi todo lo que hacemos oculta un pensamiento que dice: "Voy a demostrar que este Curso no funciona, y que Jesús no dice la verdad". Es imperativo que nos demos cuenta de cuán sutilmente ese pensamiento subyacente influye en nuestras experiencias diarias.
(4) Regresa a casa. Jamás encontraste felicidad en lugares extraños, ni en formas que te son ajenas y que no tienen ningún significado para ti, si bien trataste de que lo tuvieran. No te corresponde estar en este mundo. Aquí eres un extraño. Pero te es dado encontrar los medios a través de los cuales el mundo deja de parecer una prisión o una cárcel para nadie.
Entre otras cosas, esto hace referencia concretamente a la lección 160, "Yo estoy en mi hogar. El miedo es el que es un extraño aquí", y a la lección 182, "Permaneceré muy quedo por un instante e iré a mi hogar". Jesús no podría ser más explícito: el cuerpo no es nuestro hogar, ni somos de aquí [no pertenecemos a este mundo]. Recordemos esta descripción de nuestra casa terrenal, y consideremos si el cuerpo es donde realmente queremos permanecer —prisioneros de la culpa y del pesar:
El mundo que ves es el sistema ilusorio de aquellos a quienes la culpabilidad ha enloquecido. Contempla detenidamente este mundo y te darás cuenta de que así es. Pues este mundo es el símbolo del castigo, y todas las leyes que parecen regirlo son las leyes de la muerte. Los niños vienen al mundo con dolor y a través del dolor. Su crecimiento va acompañado de sufrimiento y muy pronto aprenden lo que son las penas, la separación y la muerte. Sus mentes parecen estar atrapadas en sus cerebros, y sus fuerzas parecen decaer cuando sus cuerpos se lastiman. Parecen amar, sin embargo, abandonan y son abandonados. Parecen perder aquello que aman, la cual es quizá la más descabellada de todas las creencias. Y sus cuerpos se marchitan, exhalan el último suspiro, se les da sepultura y dejan de existir. (T.13.introd.2.2-10) (Pág. 261)
(5.1-2) Se te concede la libertad allí donde no veías más que cadenas y puertas de hierro. Mas si quieres hallar escapatoria tienes que cambiar de parecer con respecto al propósito del mundo.
Esta es otra diáfana declaración, que refleja esta del Texto: "No trates de cambiar el mundo, sino elige más bien cambiar de mentalidad acerca de él" (T.21.introd.1.7). El propósito del mundo, mantenido oculto por el ego, es mantenernos sin mente. El ego nos dice, en cambio, que el propósito del mundo es maximizar nuestro placer, minimizar nuestro dolor, y culpar a los demás de lo que va mal debido a que no aceptamos ninguna responsabilidad por el mundo y sus vicisitudes. Sin embargo, al haber elegido un nuevo Maestro, vemos que el propósito del mundo es ser un aula en la que aprendemos las lecciones del Espíritu Santo:
El ego construyó el mundo tal como lo percibe, pero el Espíritu Santo —el reintérprete de lo que el ego construyó— ve el mundo como un recurso de enseñanza para llevarte a tu hogar. (...) Haz todas las correcciones que tengas que hacer, procura aprender y mantén una actitud receptiva con respecto al aprendizaje. Tú no creaste la verdad, pero la verdad puede todavía hacerte libre. Contempla todo tal como el Espíritu Santo lo contempla, y entiende todo tal como Él lo entiende. (T.5.III.11.1, 4-6) (Pág. 88)
(5.3-5) Permanecerás encadenado hasta que veas el mundo como un lugar bendito, liberes de tus errores a cada hermano y lo honres tal como es. Tú no lo creaste, así como tampoco te creaste a ti mismo. Y al liberar a uno, el otro es aceptado tal como es.
En el nivel del ego nosotros hicimos a nuestros hermanos y a nosotros mismos. Sin embargo, todo eso que hicimos fueron las ilusorias "sombras del pasado" (T.17.III). Nuestro Ser real no tiene nada que ver con lo irreal, así que no necesitamos hacer nada excepto cambiar de mentalidad y mirar por medio de la visión de Cristo. Todo el mundo queda liberado de nuestros errores porque somos uno —no puede haber excepciones. Así que Jesús nos conduce a bendecir a todos en nuestra relación santa, la cual ejemplifica su amor:
Santo hermano mío, quiero formar parte de todas tus relaciones, e interponerme entre tus fantasías y tú. Permite que mi relación contigo sea algo real para ti, y déjame infundirle realidad a la percepción que tienes de tus hermanos. (...) No te separes de mí ni dejes que el santo propósito de la Expiación se pierda de vista en sueños de venganza. Las relaciones en las que tales sueños se tienen en gran estima me excluyen a mí. En el Nombre de Dios, déjame entrar a formar parte de ellas y brindarte paz para que tú a tu vez puedas ofrecerme paz a mí. (T.17.III.10.1-2, 6-8) (Pág. 397)
(6.1-4) ¿Qué función tiene el perdón? En realidad no tiene ninguna, ni hace nada, pues es desconocido en el Cielo. Es sólo en el infierno donde se le necesita y donde tiene una formidable función que desempeñar.
Al comienzo de la Segunda parte [de este Libro de ejercicios] leeremos del perdón: [El perdón] "es tranquilo y sosegado, y no hace nada. (...) Simplemente observa, espera y no juzga" (L.PII.Preg1.4.1,3) [Pág. 434]. No hay nada que hacer, porque no existe un mundo en el cual actuar. El perdón simplemente deshace la creencia en tal mundo ilusorio, y por lo tanto no tiene lugar en la verdad del Cielo, que no necesita corrección.
(6.5-6) ¿No es acaso un propósito loable ayudar al bienamado Hijo de Dios a escapar de los sueños de maldad, que aunque son sólo fabricaciones suyas, él cree que son reales? ¿Quién podría aspirar a más, mientras parezca que hay que elegir entre el éxito y el fracaso, entre el amor y el miedo?
La elección entre el éxito y el fracaso, o entre el amor y el miedo, es una elección ilusoria. Sin embargo, dentro del sueño del mundo es la única elección disponible para mí. Mientras piense que puedo elegir una o la otra opción, ambas se volverán reales, lo cual significa que el amor ha dejado de ser él mismo y se ha convertido en amor especial. La verdadera elección —entre la verdad y la ilusión— se produce cuando me doy cuenta de que el mundo no ofrece ninguna [que el mundo no ofrece nada y por lo tanto no constituye ninguna verdadera opción]. Una vez que me doy cuenta de que he estado eligiendo entre dos ilusiones, ambas desaparecen. Incluso el perdón que finalmente elijo es una ilusión también, pero una que nos lleva más allá de todas ellas, mientras pasamos de las pesadillas a los sueños felices, para finalmente despertar en la realidad que nunca perdimos:
Primero soñarás con la paz, y luego despertarás a ella. Tu primer intercambio de lo que has hecho por lo que realmente deseas es el intercambio de las pesadillas por los sueños felices de amor. En ellos se encuentran tus verdaderas percepciones, pues el Espíritu Santo corrige el mundo de los sueños, en el que reside toda percepción. El conocimiento no necesita corrección. Con todo, los sueños de amor conducen al conocimiento. En ellos no ves nada temible, y por esa razón constituyen la bienvenida que le ofreces al conocimiento. El amor espera la bienvenida, pero no en el tiempo, y el mundo real no es sino tu bienvenida a lo que siempre fue. Por lo tanto, la llamada al júbilo se encuentra en él, y tu gozosa respuesta es tu despertar a lo que nunca perdiste. (T.13.VII.9) (Pág. 283)
Tal como Jesús aconseja en la frase 5 [la frase 5 del actual párrafo de la lección: L.200.6.5], pregúntate a ti mismo a lo largo del día: "¿Acaso no es para mí un propósito loable ver este día como uno que podría hacerme feliz? ¿Acaso no soy digno de recibir este regalo?". Mira hasta qué punto tu día concuerda con la negativa que dice: "No, no soy digno de despertar del perverso sueño del mundo, lleno de miedo y pesar". Recordemos la última estrofa del poema de Helen titulado "El sueño tranquilo", la cual expresa bellamente nuestro sí a la paz repleta de los frutos del perdón de Jesús:
¿Qué maldad puede permanecer en el mundo
que es mirado mediante la visión de Cristo? ¿Y qué podría aún haber
que pudiera parecerme terrorífico, con la luz
de Su perfección dirigida sobre él? ¿Qué cosa podría enseñarme
que el pesar tiene una causa, o que la muerte es real?
Ayúdame a perdonar al mundo. La paz que Tú das
me será dada en mi perdón.
(The Gifts of God [Los Regalos de Dios], p. 65)
(7.1) No hay más paz que la paz de Dios porque Él sólo tiene un Hijo, que no puede construir un mundo en oposición a la Voluntad de su Padre o a la suya propia, la cual es la misma que la de Él.
En este mundo no hay paz porque no hay mundo [=no existe el mundo]. Solo pensábamos que existía. La presencia del Espíritu Santo en nuestras mentes nos asegura que nuestras más descabelladas pesadillas y nuestros más viciosos pensamientos no han tenido ningún efecto sobre la paz del Cielo, la cual sigue estando mucho más allá del alcance de nuestras ilusiones:
Tú, cuya mente está ensombrecida por las dudas y la culpabilidad, recuerda esto: Dios te dio el Espíritu Santo a Quien le encomendó la misión de eliminar toda duda y todo vestigio de culpabilidad que Su amado Hijo jamás se hubiese echado encima. Su misión no puede fracasar, pues nada puede impedir el logro de lo que Dios ha dispuesto que se logre. La Voluntad de Dios se hace sean cuales fueren tus reacciones a la Voz del Espíritu Santo, sea cual fuere la voz que elijas escuchar y sean cuales fueren los extraños pensamientos que te asalten. Encontrarás la paz en la que Dios te ha establecido porque Él no cambia de parecer. (...) Gozarás de paz porque Su paz fluye todavía hacia ti desde Aquel Cuya Voluntad es la paz. Dispones de ella en este mismo instante. (...) Date cuenta de que incluso la más tenebrosa pesadilla que perturba la mente del Hijo durmiente de Dios no tiene poder alguno sobre él. (...) ¿Cómo iba a poder el Hijo de Dios perderse en sueños, cuando Dios ha puesto dentro de él la jubilosa llamada a despertar y a ser feliz? (T.13.XI.5.1-5; 8.4-5; 9.5; 10.1) (Págs. 296 y 297)
(7.2-6) ¿Qué podría esperar encontrar en semejante mundo? Éste no puede ser real, ya que nunca fue creado. ¿Es acaso ahí adonde iría en busca de paz? ¿O bien tiene que darse cuenta de que tal como él ve el mundo, éste sólo puede engañar? Puede aprender, no obstante, a verlo de otra manera y encontrar la paz de Dios.
Al pedir la ayuda de Jesús, nos fijamos en los detalles concretos de nuestras relaciones especiales y nos damos cuenta de que no funcionan. Ellas nos engañan porque nunca nos proporcionarán lo que queremos: el regreso a casa. Nadie quiere realmente estar en este lugar de miseria, dolor y muerte. Sin embargo, tenemos que ver cuánto apreciamos la ilusión de que aquí hay motivos para la esperanza. En el contexto del pago en la psicoterapia, ahí Jesús refleja la condición que pone el ego a la búsqueda en el mundo: buscar pero nunca encontrar la salvación que verdaderamente buscamos [n.t.: o sea, que la condición que pone el ego para buscar, es no encontrar lo verdaderamente valioso; esto nos recuerda el lema del ego: "Busca, pero no halles" (T.12.V.7.1)]:
¿Qué se gana con ir en pos de ilusiones? ¿Cuánto se pierde al repudiar a Dios? ¿Y sería acaso esto posible? Es sin duda poco práctico afanarse por lo que no es nada, e intentar hacer lo que es imposible. Detente entonces un momento, lo suficiente para pensar en esto: tal vez has estado buscando la salvación pero sin saber dónde has de mirar. (P.3.III.7.3-7) (Pág. 48)
(8.1) La paz es el puente que todos habrán de cruzar para dejar atrás este mundo.
En el Texto, Jesús se refiere al puente que conduce al mundo real (T.16.VI) y a cómo el Espíritu Santo es nuestro Puente hacia el Cielo (T.16.IV.12.2). La paz, entonces, es el efecto inevitable de aprender a perdonar, y de tomar la mano de Jesús y caminar con él hacia nuestro Dios:
El Espíritu Santo es el puente que conduce hasta Él, el cual fue construido mediante tu voluntad de unirte a Él (...) Démosle ahora juntos la espalda a todas las ilusiones sin vacilación alguna, y no permitas que nada obstruya el camino que conduce a la verdad. Juntos emprenderemos el último viaje inútil lejos de la verdad, y de ahí iremos juntos directamente a Dios, en gozosa respuesta a Su petición de que se le complete. (T.16.IV.12.2, 5-6) (Pág. 377)
(8.2) Pero se empieza a tener paz en él cuando se le percibe de otra manera, y esta nueva percepción nos conduce hasta las puertas del Cielo y lo que yace tras ellas.
La totalidad del viaje está resumido en esta frase. Comienzo en mi mundo perceptual compuesto por diferencias, el hogar del especialismo. Entonces me doy cuenta de que la paz no proviene de conseguir lo que quiero de ti, sino al darme cuenta de que lo que quiero está ya dentro de mí. Sólo tengo que elegirlo. Me doy cuenta de que tú y yo somos lo mismo, y esta nueva percepción, nacida del milagro, me conduce a las puertas del Cielo —el mundo real— y me encuentro en casa:
Los milagros que llevas a cabo en la tierra son elevados hasta el Cielo y hasta Él. Dan testimonio de lo que no sabes, y cuando llegan a las puertas del Cielo, Dios las abre, pues Él nunca dejaría afuera y excluido de Sí Mismo a Su Hijo bienamado. (T.13.VIII.10.5-7) (Pág. 288)
(8.3-4) La paz es la respuesta a las metas conflictivas, a las jornadas insensatas, a las búsquedas vanas y frenéticas y a los empeños sin sentido. Ahora el camino es fácil, y nos conduce por una ligera pendiente hasta el puente donde la libertad yace dentro de la paz de Dios.
Esta paz es desconocida en el Cielo, y sin embargo proviene de nuestro perdón aquí, que nos capacita para recordar Quién somos como el Hijo de Dios. Esta paz es una corrección de la mentalidad recta, que se hace necesaria por haber elegido previamente a la mentalidad errada. Esta paz proviene de la decisión de perdonar en lugar de condenar:
¿Cuán dispuesto estás a perdonar a tu hermano? ¿Hasta qué punto deseas la paz en lugar de los conflictos interminables, el sufrimiento y el dolor? Estas preguntas son en realidad la misma pregunta, aunque formuladas de manera diferente. En el perdón reside tu paz, pues en él radica el fin de la separación y del sueño de peligro y destrucción, de pecado y muerte, de locura y asesinato, así como de aflicción y pérdida. (T.29.VI.1.1-4) (Pág. 694)
(9.1-3) No volvamos a perder el rumbo hoy. Nos dirigimos al Cielo, y el camino es recto. Sólo si procuramos desviarnos podemos retrasarnos y perder el tiempo innecesariamente por escabrosas veredas.
Podemos retrasar esto tanto como lo deseemos, pero el resultado final sigue siendo seguro. Sin embargo, ¿por qué querríamos seguir viajando a través de dolorosos y espinosos desvíos, cuando podríamos experimentar el gozo de unirnos con Jesús y con todos nuestros hermanos en los prados del Cielo?
¡Alegrémonos de poder caminar por el mundo y de tener tantas oportunidades de percibir nuevas situaciones donde el regalo de Dios se puede reconocer otra vez como nuestro! Y de esta manera, todo vestigio del infierno, así como los pecados secretos y odios ocultos, desaparecerán. Y toda la hermosura que ocultaban aparecerá ante nuestros ojos cual prados celestiales, que nos elevarán más allá de los tortuosos senderos por los que viajábamos antes de que apareciese el Cristo. Oídme, hermanos míos, oídme y uníos a mí. Dios ha decretado que yo no pueda llamaros en vano, y en Su certeza, yo descanso en paz. (T.31.VIII.9.1-5) (Pág. 753)
(9.4-7) Sólo Dios es seguro, y Él guiará nuestros pasos. Él no abandonará a Su Hijo necesitado, ni permitirá que se extravíe para siempre de su hogar. El Padre llama; el Hijo le oirá. Y eso es todo lo que hay con respecto a lo que parece ser un mundo separado de Dios, en el que los cuerpos son reales.
En este mundo no se puede encontrar ninguna certeza; su único propósito es ser un aula en la que aprendemos a reconocer, y luego responder, la Llamada del Espíritu Santo en nuestras mentes. Dentro de esa garantía el mundo desaparece en la quietud de Dios:
Síguele luego lleno de júbilo, confiando en que Él te conducirá a salvo a través de todos los peligros que este mundo pueda presentar ante ti para alterar tu paz mental. No te postres ante los altares del sacrificio, ni busques lo que sin duda perderías. Conténtate con lo que, sin duda también, has de conservar, y no pierdas la calma, pues el viaje que estás emprendiendo hacia la paz de Dios, en cuya quietud Él quiere que estés, es un viaje sereno. (T.13.VII.15) (Pág. 284)
(10.1-4) Ahora reina el silencio. Deja de buscar. Has llegado a donde el camino está alfombrado con las hojas de los falsos deseos que antes anhelabas, caídas ahora de los árboles de la desesperanza. Ahora se encuentran bajo tus pies.
El camino que pisábamos es el camino del mundo, marcado por la desesperanza y la desesperación. Ahora nos damos cuenta de que hay otra manera de mirar. Las hojas caídas de los falsos deseos están detrás de nosotros, y reconocemos el camino que nos conducirá más allá de ellas a nuestra casa. Esto requiere nuestro reconocimiento inequívoco de que ninguna cosa de este mundo ha funcionado jamás. Sin embargo, debemos ser conscientes de cuán tenazmente nos resistimos a dar este paso, porque todavía seguimos creyendo que alguna cosa de este mundo nos traerá la felicidad. Es necesario que veamos cuán dispuestos estamos a cambiar todo por nada, con tal de no tener que cambiar nuestras mentes. Recordemos el poema de Helen titulado "Conversión", que contrasta el silencio del ego con el de Dios. Aquí tenemos las dos primeras estrofas, reflejando cada tipo de silencio:
Hay un silencio que traiciona al Cristo
porque la Palabra de Dios sigue sin ser escuchada
por aquellos que viven en amarga necesidad. La Palabra salvación
sigue todavía muda para ellos, y se mantienen lejos
de su resurrección de un mundo
que no es sino un lugar extraño para el Hijo de Dios.
Ellos vagan sin hogar, sin encontrar paz en ninguna parte,
desconocidos, ignorantes, ciegos en la oscuridad
e innacidos en el silencio de la tumba.
Hay un silencio en el que la Palabra de Dios
ha rociado un ancestral significado, y está todavía.
No queda nada sin decir ni sin recibir.
Sueños extraños son lavados en el agua dorada
del silencio ardiente de la paz de Dios,
y lo que era malo se convierte repentinamente
en el regalo de Cristo a aquellos que le llaman.
Su regalo final no es más que un sueño,
pero en ese único sueño es donde el soñar se acaba.
(The Gifts of God, p. 61)
(10.5-6) Y tú levantas la mirada y miras al Cielo con los ojos del cuerpo, que ahora te sirven sólo por un instante más. Por fin la paz ha sido reconocida, y tú puedes sentir cómo su tierno abrazo envuelve tu corazón y tu mente con consuelo y amor.
Cuando cambiamos de mentalidad acerca del propósito del mundo, todo cambia. En lugar de que el mundo sea una prisión, se convierte en el medio a través del cual salimos por completo de la prisión. Eso es el consolador, amoroso y tierno abrazo de la paz que ahora comenzamos a sentir. El mundo no cambia: nosotros cambiamos. En lugar de esforzarnos constantemente por las "hojas de los falsos deseos" del mundo, nos elevamos sobre ellas y dirigimos nuestra mirada únicamente hacia el Cielo.
(11.1-3) Hoy no buscamos ídolos. La paz no se puede encontrar en ellos. La paz de Dios es nuestra, y no habremos de aceptar o querer nada más.
Esto no suele resultar fácil. Recordemos que la lección 185, "Deseo la paz de Dios", comienza con las palabras: "Decir estas palabras no es nada. Pero decirlas de corazón lo es todo". Por lo tanto, tenemos que soltar la paz que buscamos aquí, entendiendo que seguir buscando la paz en los ídolos es una estrategia que nunca funcionará:
Todos los ídolos de este mundo fueron concebidos para impedirte conocer la verdad que se encuentra en tu interior y para que le fueses leal al sueño de que para ser íntegro y feliz tienes que encontrar lo que se encuentra fuera de ti mismo. Es inútil rendirle culto a los ídolos y esperar hallar paz. Dios mora en tu interior, y tu plenitud reside en Él. (...) Para ... abrir un camino de esperanza y liberación en lo que aparenta ser un círculo interminable de desesperación, necesitas tan sólo aceptar que no sabes cuál es el propósito del mundo. (...) Procuras ver en él un lugar de ídolos que se encuentran fuera de ti (...). [H]az que el final de los ídolos venga cuanto antes a un mundo entristecido y enfermo como consecuencia de los ídolos que se ven en él. Tu santa mente es el altar a Dios, y donde Él está no puede haber ídolos. (T.29.VII.6.1-3; 8.1, 3; 9.4-5) (Págs. 696 y 697)
(11.4-5) ¡Que la paz sea con nosotros hoy! Pues hemos encontrado una manera sencilla y grata de abandonar el mundo de la ambigüedad, y de reemplazar nuestros objetivos cambiantes por un solo propósito, y nuestros sueños solitarios por compañerismo.
Lo que unifica nuestras experiencias mundanas es el propósito no-dividido procedente del maestro no-dividido que hay en nuestra mente. Considera todo lo que sucede durante tu día como una parte de tu guión para esclavizarte a ti y a todos los demás, pero que ahora ese guión se convierte en una feliz aula que Jesús usa para enseñarte a despertar del sueño. Sin embargo, nota cúan rápidamente olvidas esto. Cierras el libro y te olvidas de todo lo que acabas de leer. Por lo tanto, únete a Jesús en observar esta reacción egoica, y escucha su explicación del miedo a darte cuenta de que estabas equivocado, lo cual significa que tu identidad se había extraviado —no estás separado y solo, sino que eres uno con la Filiación, el Espíritu Santo y Dios.
(11.6) Pues la paz es unión, si procede de Dios.
La Unidad de Cristo dentro de Sí Mismo, así como Su Unidad con Dios, se reflejan aquí en el propósito único del perdón que compartimos con todos. La paz no puede sino seguir a esto.
(11.7-9) Hemos abandonado toda búsqueda. Nos encontramos muy cerca de nuestro hogar, y nos acercamos aún más a él cada vez que decimos:
No hay más paz que la paz de Dios,
y estoy contento y agradecido de que así sea.
La clave es estar contentos y agradecidos de que este mundo nunca nos dará lo que deseamos. Nuestros egos no sienten agradecimiento de que esto sea así, pues el ego no quiere que nos demos cuenta de que el mundo no satisface nuestras necesidades. La verdadera gratitud, sin embargo, viene cuando nos damos cuenta: "Gracias a Dios que yo estaba equivocado, pues ahora me encuentro en la paz que siempre anhelé. Ella no se puede encontrar aquí [en las cosas de este mundo], pero sé con gratitud que se encuentra en mi mente, junto con Jesús y mis hermanos". Y entonces, en el bendito silencio de la paz de Dios, nuestras palabras son tranquilas, pues el corazón que compartimos canta su silenciosa canción de gratitud, como en el poema de Helen titulado "La paz de Dios":
Silencio y nada más. No hay sonido
ni nada para que sea visto. No hay dedos que todavía
toquen el mundo. Todas las oraciones han sido olvidadas,
pues ahora no hay nada que se pueda pedir.
La Voz que habla por Dios ya no habla más.
No ha quedado necesidad alguna. Hubo una vez un tiempo,
ahora olvidado, en el que había un mundo.
La Palabra ha sido pronunciada, y el mundo se ha terminado.
(The Gifts of God, p. 94)
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Fuente: Journey Through the Workbook of a Course in Miracles, de Ken Wapnick.
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