(Del foro):
Pregunta: Cuando miramos con los ojos del Espíritu Santo, la percepción se torna amable, pacífica y alegre, las cosas se ven de otra manera; pero esto puede ocasionar cierta confusión en el estudiante. Es posible que una percepción placentera provenga del ego (apego, relación de amor especial, etc.), o bien, puede ser que provenga del Espíritu Santo (corrección). ¿Cómo reconocerlo?
Respuesta: Vamos a tener que ser pacientes con nosotros mismos, porque este dilema de distinguir entre ambas voces (la del ego y la del Espíritu Santo) es el propósito de enseñanza principal del Curso. Y es un proceso que generalmente requiere años de práctica con el perdón.
Distinguir entre el ego y el Espíritu Santo es simple, pero no necesariamente fácil. Es simple porque se trata, básicamente, de distinguir entre la paz y el conflicto, entre el amor y el miedo, entre la unión y el rechazo, entre la igualdad y la diferencia. Pero no es necesariamente fácil debido a lo que comentas: los trucos del ego (amor especial, etc.) para hacernos confundir la paz con el conflicto, o el placer genuino con el dolor. Por eso el Curso nos avisa:
No lo has logrado todavía porque tu mente no tiene ninguna disciplina, y no puedes distinguir entre la dicha y el pesar, el placer y el dolor, o el amor y el miedo. (L.20.2.6)
Nadie desea el dolor. Pero puede creer que el dolor es placer. Nadie quiere eludir su felicidad, mas puede creer que la dicha es algo doloroso, amenazante y peligroso. No hay nadie que no haya de recibir lo que pida. Pero puede estar ciertamente confundido con respecto a lo que quiere y al estado que quiere alcanzar. ¿Qué podría pedir, pues, que al recibirlo aún lo siguiese deseando? Ha pedido lo que le asustará y le hará sufrir. Resolvamos hoy pedir lo que realmente deseamos, y sólo eso, de manera que podamos pasar este día libres de temor, y sin confundir el dolor con la alegría o el miedo con el amor. (L.339.1)
Confundimos los temporales caramelos del ego, frágiles, limitados y muy temporales, con el placer, sin reconocer el sufrimiento que conlleva la creencia de ser cuerpos. Confundimos la paz de especialismo del ego (por ejemplo, sentir "paz" por haber ganado dinero en la lotería), con la verdadera paz del Espíritu Santo. La verdadera paz es constante y compartida con todos. La paz del ego es temporal y amenazada por los "otros" (si tengo dinero, no lo tienen otros, pero pueden querer quitármelo: conflicto; es uno o el otro, pues alguien ha de ser sacrificado).
En esencia es simple, pues la paz es paz. Pero puesto que nuestra mente está dividida entre la lealtad al ego y al espíritu, tenemos tendencia a autoengañarnos, por lo que llegar a reconocer fiablemente las voces del ego y del Espíritu Santo es un proceso que requiere de práctica, práctica y más práctica: la práctica del perdón, retirando las proyecciones de conflicto y volviendo la mente hacia dentro hacia la paz de nuestro ser.
Es más fácil reconocer el "odio especial" que el "amor especial", pues el segundo es la astucia del ego para confundirnos. Pero por lo pronto, incluso desde la primerísima etapa del proceso de despertar, sí podemos hacer algo fácilmente: reconocer nuestros conflictos cuando nos damos cuenta de ellos, y entonces perdonarlos. Puede que nos confundamos en cuanto a lo que nos da placer o felicidad, confundiéndolo con el dolor y por lo tanto aceptando el sufrimiento sin reconocerlo como tal. Pero con mucha frecuencia sí reconocemos estar en conflicto, y ahí podemos dar nuestros primeros pasos en la práctica del perdón, reconociendo que nos sentimos mal, que "tiene que haber otra manera", y poco a poco ir reconociendo la verdadera causa (interna) del conflicto, y que podemos dejar de elegir eso ("podría ver paz en lugar de esto", L.34).
Con la práctica del perdón, a medida que limpiemos las barreras con que ocultamos la paz, sentiremos más la paz y nos será cada vez más fácil detectar la paz falsificada y temporal del ego, basada en comparaciones de especialismo. Esto es un proceso en el que finalmente vamos a triunfar, porque el Espíritu Santo está con nosotros, y la paz verdadera está siempre en nosotros, oculta o no, pero siempre disponible para que la elijamos, mientras que la "paz" del ego se evapora en seguida, pues nunca es suficiente: si gano dinero, se gasta o se teme que me lo roben; si siento paz al tomarme mi helado, luego volveré a tener hambre; si siento paz por tener una casa más grande que la de mis vecinos, me estaré privando de experimentar la verdadera plenitud, aparte del "susto" que me llevaré cuando se estropee o le pase algo a mi casa; etc.
Cuando aprendemos cuál es nuestro verdadero tesoro (la paz interior), ya no temeremos que nuestro tesoro se deteriore o lo roben los ladrones. Porque lo que somos no puede sernos quitado. El perdón nos ayudará a reconocer esto, pero tenemos que ser pacientes con nosotros mismos, pues disolver el ego va a llevar tiempo, no porque el tiempo y el ego sean reales, sino porque les hemos otorgado realidad y nos resistimos a deshacer estas creencias. Por eso, debido a nuestra resistencia, recorremos este proceso poquito a poco, a nuestro ritmo. La verdad no nos va a empujar, pues Ella sabe que ya ES, así que es infinitamente paciente. Todo depende de nosotros (de elegir despertar, perdonar), así que tarde o temprano completaremos este proceso, a medida que reconozcamos que los "placeres" del ego no son placer sino sufrimiento, y entonces aceptaremos sinceramente dejarnos de tonterías y, por lo tanto, despertar.
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