Aprendiz de mucho, maestro de nada.
Quien mucho abarca poco aprieta.
Estos dos refranes significan lo mismo. Si permitimos que nuestra atención se disperse en muchas direcciones diferentes, no profundizaremos lo suficiente en ninguna de ellas. En el ámbito espiritual, si nos dedicamos a "picotear" informaciones de varios caminos espirituales diferentes sin profundizar en ninguno de ellos, no obtendremos nada de valor ni experimentaremos progresos significativos.
No es malo sondear diversos caminos, pero tarde o temprano deberíamos profundizar en al menos uno de ellos, si queremos ir más allá de la teoría hasta disfrutar de la experiencia directa.
Otros refranes parecidos son:
El que está en muchos cabos, no está en ninguno.
Galgo que muchas liebres persigue, ninguna mata.
Algunos gurus de oriente han expresado lo mismo mediante la parábola de excavar en busca de agua: si buscamos agua en un terreno para hacer un pozo donde esté el agua y cavamos un hoyo profundo en el lugar acertado, encontraremos el agua y en ese pozo saciaremos nuestra sed. Pero si en vez de cavar un hoyo profundo cavamos muchos hoyos superficialmente, abandonándolos al poco rato de empezar a cavar, nunca cavamos en ningún hoyo con la profundidad suficiente, así que incluso si más abajo hay agua, no la disfrutaremos. Hay que cavar allí donde hay agua, y cavar hasta alcanzar la profundidad suficiente para acceder al agua. Lo mismo sucede con las enseñanzas espirituales. Es mejor familiarizarse con una en profundidad, que con muchas superficialmente.
Pasemos a otro refrán de tema diferente:
A río revuelto, ganancia de pescadores.
Significado habitual del refrán: "Del mismo modo que aparece más pesca cuando las aguas de un río se revuelven, en las situaciones confusas o cuando se producen cambios o desavenencias, hay quienes sacan beneficio aprovechando tales circunstancias" (copiado de aquí).
Desde nuestra perspectiva "ucedemiana", este refrán nos recuerda que el ego busca las complicaciones (revolver el río) para que nuestra atención se distraiga y la verdad quede oscurecida para nosotros. Si las aguas están calmadas, podemos ver con claridad el fondo de las cuestiones. Pero si el agua se revuelve, se vuelve turbia y no vemos bien nada. El agua o río es nuestra mente, y el ego es el pescador. Si alimentamos el sistema de creencias egoico, nuestra mente se revuelve y no vemos con claridad, lo cual facilita la "pesca del ego", pues entonces puede engañarnos para seguir pensando como él. Pero si dejamos de apoyar al ego, las aguas de nuestra mente se tranquilizan y podemos reconocer la paz que siempre ha estado aquí con nosotros como nuestro ser.
Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
Este es otro refrán muy ucedemiano. Significa que no hay que fiarse de las apariencias. Aunque una cosa se disfrace de otra, sigue siendo lo que realmente es. Si disfrazamos el asesinato poniéndole un disfraz de amor, puede parecer amor, pero sigue siendo asesinato. En otras palabras: las relaciones de amor especial, aunque tengan forma de amor, su contenido es de odio/violencia/asesinato.
Lo que no es amor es asesinato. (T.23.IV.1.10)
¿A quién que esté respaldado por el amor de Dios podría resultarle difícil elegir entre los milagros y el asesinato? (T.23.IV.9.8)
Pero cuando nos apoyamos en el sistema del ego, confundimos la forma con el contenido y por lo tanto no vemos la diferencia entre el amor y el asesinato. Cuando vemos con los ojos del ego y miramos las relaciones:
Tal vez lo llames amor ((relación de amor especial)) o tal vez pienses que es un asesinato ((relación de odio especial)) que finalmente está justificado. (T.31.II.4.1-2)
Pero si miramos con los ojos del Espíritu Santo, veremos la mona/ego como mona, sin dejarnos confundir por su traje de seda. O siguiendo otra metáfora del Curso, no confundiremos el cuadro con el marco: el ego adorna su feo cuadro de conflicto/culpa con un marco recargado de adornos para distraernos de su contenido. El Espíritu Santo, en cambio, quiere que miremos el cuadro (el contenido), en vez de mirar el marco (la forma). Este tema constituye una sección del curso titulada "Los dos cuadros" (T.17.IV).
Así que aunque la mona se vista de seda, mona se queda... excepto que nos dejemos distraer por su adornado traje. Y por lo tanto nos conviene estar atentos al respecto. Pues si nos dejamos engañar, a pesar del disfraz —y oculta bajo él— la mona/ego seguirá siendo mona/ego, y al seguirla sufriremos.
Otros refranes que pueden recordarnos lo mismo:
Las apariencias engañan.
El hábito no hace al monje.
Por cierto, que como muchos refranes tienen su contra-refrán, este último de "El hábito no hace al monje" tiene un refrán opuesto, que es casi el mismo pero sin el "no":
El hábito hace al monje.
El más ucedemiano es el anterior ("El hábito no hace al monje"). En cambio este, en principio, significa lo opuesto. Pero si quisiéramos darle una interpretación ucedemiana útil, podríamos decir que el hábito hace al monje en el sentido de que el hábito de perdonar, conduce al "monje" de la paz. Cuando hacemos del perdón un hábito, la paz se vuelve finalmente inevitable, y la palabra "monje" puede valernos como un símbolo de la paz (por ejemplo los monasterios suelen considerarse sitios silenciosos y tranquilos).
Claro está que disfrazarse de monje no te convierte en monje (es decir, que la forma no condiciona el contenido), pero el verdadero "disfraz" o ropaje de monje es el perdón, y si practicamos el perdón con asiduidad, el proceso de la paz avanzará. Como dice el Curso, conforme el proceso avanza:
Ésta es la verdad, que al principio sólo se dice de boca, y luego, después de repetirse muchas veces, se acepta en parte como cierta, pero con muchas reservas. Más tarde se considera seriamente cada vez más y finalmente se acepta como la verdad. (L.284.1.5-6)
El hábito del perdón sí conduce a la paz. Esto es así porque el perdón no es una forma vacía, sino que su contenido es la paz. Aunque la mona se vista de seda, mona se queda, pero el perdón no es una mona, sino el símbolo resplandeciente de la paz.
Pasemos a otro tema, mediante otro refrán diferente.
Bicho malo nunca muere.
¡Ya quisiera el ego que esto fuese cierto! En realidad, podríamos decir que "bicho malo nunca ha nacido". Pero si queremos dar un significado útil al refrán, podemos interpretarlo como que el bicho malo (el ego) nunca morirá mientras sigamos alimentándolo al desear nuestra individualidad. Mientras haya "yo" (ego), habrá conflicto. El conflicto es el bicho que no morirá mientras sigamos deseándolo como un modo de seguir alejados de la verdad.
Relacionado con el anterior (de hecho significa lo mismo):
Mala hierba nunca muere.
Mientras amemos nuestra individualidad, veremos a nuestro alrededor hierbas malas que nos estorbarán y que lucharemos por arrancar. Pero siempre crecerán más malas hierbas, porque mientras sigamos creyendo en la individualidad (=separación), tendremos más de lo mismo (separación). La separación seguirá engendrando separación hasta que renunciemos completamente a ella. En ese sentido, el conflicto/separación nunca muere... hasta que nos cansamos de apoyarlo y elegimos ponerle fin, al dejar de creer en ello.
Las ilusiones no mueren realmente, pues en realidad nunca han nacido. Parecen estar ahí mientras se cree en ellas. Cuando se deja de creer en ellas, desaparecen.
Burro grande, ande o no ande.
Este refrán retrata el sistema de pensamiento del ego. El ego solo piensa en obtener, en arrebatar, en tener más de algo, más de lo que sea, o que sea más grande. Como dice el Curso:
¿Cuál es, entonces, el propósito de los ídolos? ¿Cuál es su finalidad? (...) Todo idólatra abriga la esperanza de que sus deidades especiales le han de dar más de lo que otras personas poseen. Tiene que ser más. No importa realmente de qué se trate: más belleza, más inteligencia, más riqueza o incluso más aflicción o dolor. Pero para eso es un ídolo, para darte más de algo. Y cuando uno falla otro viene a ocupar su lugar, y tú esperas que te pueda conseguir más de otra cosa. No te dejes engañar por las formas en que esa "otra cosa" se manifiesta. Un ídolo es un medio para obtener más de algo. Y eso es lo que va en contra de la Voluntad de Dios. (T.29.VIII.8.1-2,6-13)
El especialismo nos hace ver distorsionadamente y nos dejamos engañar por las apariencias, sin ver el contenido, sin ver el propósito, sin ver para qué sirve (sin ver que no nos da paz, sino dolor). En esa cita, el "burro grande" es el especialismo, reflejado en la cita con la palabra "ídolo". La frase final dice que va en contra de la Voluntad de Dios obtener más de algo; esto es así porque para desear más, hay que haberse identificado con lo limitado, pues la totalidad ya lo es todo y no se puede tener más que todo. La compulsión del ego a "obtener más" se basa en los intereses separados: cuanto más tenga yo, menos tienen otros; cuanto más tengan otros, menos quedará para mí. Esto es lo contrario de la extensión de intereses compartidos del Espíritu Santo, en la que cuanto más tiene uno, más tienen otros (cuanto más paz tengo, más paz puedo inspirar en los demás; y cuanta más paz sientan los demás, más inspiración de paz habrá para mí).
Pero el ego quiere algo grande y especial, que nos haga diferentes de los demás (no importa si mejores o peores, pero diferentes). Como vimos en la parte I en otro refrán, "A caballo regalado no se le miran los dientes" (no se mira el propósito oculto tras la forma). Igualmente, "Burro grande, ande o no ande". No importa si anda o no, ¡pero que sea grande y podamos presumir de tener más! Lo mismo valdría mi coche, o mi casa, o mi "éxito", o mi "personalidad": cuanto más grande mejor, aunque me dé sufrimiento en vez de paz. Pero si en vez de dejarnos llevar por el ego nos abrimos al Espíritu Santo, Él nos enseñará a ver las cosas de otra manera. Entonces no nos dejaremos cegar por la forma (por grande que sea), sino que atenderemos al contenido o propósito: si eso nos da paz o no. Si nos une, o nos separa.
Nada es tan cegador como la percepción de la forma. (T.22.III.6.7)
El ego se centra en las formas y así ve diferencias y grados de dificultad: cosas más grandes en tamaño que otras, asuntos más graves o difíciles que otros, etc. El ego ve intereses separados que nos ponen en conflicto a unos con otros.
El Espíritu Santo, en cambio, se centra en el contenido (en el propósito: para qué sirve) y así ve igualdad e intereses compartidos. Por eso, en Su sistema de pensamiento todos somos iguales y todas las situaciones son iguales: el perdón o milagro pone fin a todas las ilusiones, independientemente de que parezcan grandes o pequeñas, leves o graves, etc. Por eso el Curso dice justo al comienzo del primer capítulo del Texto:
No hay grados de dificultad en los milagros. No hay ninguno que sea más "difícil" o más "grande" que otro. Todos son iguales. (T.1.I.1.1-3)
Y con esto ponemos fin a este post. Si fluye, podría seguir comentando refranes de vez en cuando.
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Índice de la serie sobre los refranes populares a la luz de UCDM: http://hablemosdeucdm.blogspot.com/2017/08/refranes-populares-la-luz-de-ucdm-indice.html
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