martes, 25 de julio de 2017

Refranes populares a la luz de UCDM (XV)

Guerra, caza y amores, por un placer mil dolores.

Este refrán nos advierte de que "los padecimientos suelen acompañar a situaciones aparentemente agradables" (CVC). Como dice el Curso:

Es imposible tratar de obtener placer a través del cuerpo y no hallar dolor. (T.19.IV.B.i.12.1)

Esto se debe a que al identificarnos con el cuerpo estamos aceptando la creencia de que efectivamente nos hemos separado de la Totalidad, lo cual inevitablemente implica un estado de escasez. Mientras pensemos que somos cuerpos, incluso lo placentero será limitado y temporal. Y aunque el placer corporal pueda parecernos momentáneamente satisfactorio, el dolor sigue siendo la otra cara de la misma moneda. En la moneda de la separación, ninguna de las dos caras contiene la eterna plenitud, que es lo único que nos satisfará completamente. Por eso el Curso también dice que:

El placer y el dolor son igualmente ilusorios, ya que su propósito es inalcanzable. (T.27.VI.1.7)

Tanto el placer corporal como el dolor tienen como propósito el otorgar realidad al cuerpo, para reforzar así la creencia en la separación. Pero de todos modos la separación nunca ocurrió y el cuerpo no puede llegar a existir realmente, así que los intentos de otorgarle realidad no llevan a ninguna parte. Son solo ilusiones y deseos imaginarios.

Imaginarnos que somos un cuerpo no puede hacer daño a nuestro verdadero Ser, pero puede hacer que nuestra experiencia consciente se amargue con fantasías ilusorias, imposibles realmente, pero aparentemente existentes mientras insistamos en creer en ellas. Esto nos lleva a un ciclo repetitivo en el que el placer no es más que pequeñas pausas en una vida de dolor:

El pecado oscila entre el dolor y el placer, y de nuevo al dolor. Pues cualquiera de esos testigos es el mismo, y sólo tienen un mensaje: "Te encuentras dentro de este cuerpo, y se te puede hacer daño. También puedes tener placer, pero el costo de éste es el dolor". (T.27.VI.2.1-3)

La felicidad no se alcanza al apegarnos a los placeres temporales del mundo, pues vienen acompañados del dolor. La auténtica felicidad se alcanza al despertar del sueño de la separación. Y una vez despiertos reconocer nuestro verdadero Ser. Sólo Él es nuestra Felicidad.

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Gusta lo ajeno más por ajeno que por bueno.

El ego nos induce a creernos seres humanos, separados unos de otros en un mundo de escasez donde no podemos encontrar la auténtica felicidad. Pero al sentirnos infelices, el ego nos propone su solución-trampa: tratar de impedir la felicidad de los demás, porque el ego nos explica que estamos en competencia con los demás y que la felicidad es limitada, pues los recursos físicos son limitados. Por lo tanto, dice el ego, cuanto más felices sean los demás, menos felicidad quedará para nosotros. Y por eso nos conviene limitar la felicidad de los demás, quitarles las cosas que ellos aprecian, etc. Por eso nos gusta arrebatarles las cosas a los demás. Nos atrae lo ajeno. Tal vez el objeto en sí no nos parece especialmente atractivo, pero nos atrae el hecho de quitárselo al prójimo, pues eso parece darle al objeto un valor añadido (al quitar felicidad al prójimo, espero, de acuerdo con el ego, aumentar mis posibilidades de ser feliz).

Este tema ya lo hemos tratado en la parte XII con algunos refranes, como el de "El perro del hortelano, que ni come ni deja comer", "Mal de muchos, consuelo de tontos", etc.

Este en concreto, de gustarnos las cosas ajenas, toca también la clave de la envidia. El asunto es que no somos felices (algo inevitable por haber elegido creer en la separación) y entonces vemos que el vecino tiene un objeto que de repente nos atrae: idealizamos la situación y creemos que el vecino sí es feliz y que ese objeto es lo que le da la felicidad. Sin embargo, incluso si conseguimos un objeto igual al de nuestro vecino (o le robamos al vecino el suyo), tras una euforia fugaz, más tarde terminamos descubriendo que seguimos sin haber alcanzado la felicidad. Perdemos interés por ese objeto, que deja de parecernos tan atractivo. Y entonces nos lanzamos en busca de algún otro objeto o deseo mundanal. Sin embargo, no nos damos cuenta de algo que el ego quiere ocultarnos: la felicidad no viene de los objetos y la infelicidad no se debe a la carencia de objetos. La infelicidad se debe a haber elegido la separación. Y la felicidad brota cuando dejamos de creer en la separación y reconocemos nuestra Realidad. El ego no quiere que nos demos cuenta de eso, pero tampoco puede impedir que lo sepamos. Depende de nosotros dejar de autoengañarnos y ver nuestra situación tal como es. Cuando lo único que deseemos sea despertar del sueño de separación, el ego tendrá los días contados. Y en nuestra experiencia se filtrará cada vez más felicidad, hasta que finalmente no quede nada de ego y nuestra felicidad sea completa.

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Hombre prevenido vale por dos.

Podríamos parafrasearlo: Hombre que perdona, llega hasta Dios. Porque la única verdadera prevención es el perdón, ya que es lo que nos despierta del sueño de la dualidad.

Hombre viejo, cada día un duelo nuevo. 

No nos hagamos ilusiones con el mundo. El mundo no fue diseñado para ser nuestro hogar feliz. Es un invento del ego que está diseñado con los defectos de la separación: conflicto, deterioro, envejecimiento, achaques, tragedias, luto, enfermedades y finalmente la muerte.

No tiene nada de sorprendente, pues, que en este mundo, sobre todo a partir de cierta edad, se manifiesten cada vez más los signos de deterioro: el cuerpo funciona cada vez peor, los parientes y amigos que conocemos desde la infancia van muriendo, etc. El mundo no es el lugar donde hallaremos motivos de esperanza. Pero como seguimos anhelando nuestra individualidad personal, nos aferramos al mundo a pesar del sufrimiento implicado.

¿No es extraño que aún abrigues esperanzas de hallar satisfacción en el mundo que ves? (...) Poner tus esperanzas en algo que no te ofrece ninguna esperanza no puede sino hacerte sentir desesperanzado. No obstante, esta desesperanza es tu elección, y persistirá mientras sigas buscando esperanzas allí donde jamás puede haber ninguna. (T.25.II.2.1,5-6)

Sin embargo, tu esperanza de todavía poder encontrar esperanzas en este mundo te impide abandonar la infructuosa e imposible tarea que te impusiste a ti mismo ((hacer del mundo un lugar real, fiable y acogedor)). ¿Cómo iba a tener sentido albergar la creencia fija de que hay razón para seguir buscando lo que nunca dio resultado, basándose en la idea de que de repente tendrá éxito y te proporcionará lo que nunca antes te había proporcionado? (T.25.II.3.2-3)

El mundo nunca nos ha funcionado, y cada vida que hemos vivido en él ha acabado en conflicto y muerte. Y esto es lo que nos enseña el refrán. Y el ego insiste en que aun así la felicidad podremos hallarla algún día en el mundo. Sin embargo, el mundo es un callejón sin salida. Por eso no nos conviene idealizarlo. Tampoco nos conviene renegar de él como si fuese algo malo. El mundo no es bueno ni malo; simplemente no es nada. Y si bien el ego lo inventó para atraparnos y reforzar la creencia en la separación, nosotros podemos darnos cuenta de que la única felicidad que el mundo puede brindarnos es darnos cuenta de que podemos despertar de él. Al saber esto, finalmente elegimos el perdón. Y perdonando también al mundo, lo percibimos de otro modo: ya no como el lugar donde se encuentra nuestra felicidad (o nuestro sufrimiento), sino como el aula en la que aprenderemos a despertar a nuestro verdadero Ser. El perdón activa este proceso. Esto nos despierta gradualmente. Y a medida que despertamos, amanece la felicidad. Una vez despiertos podemos disfrutar de la felicidad que siempre estuvo presente pero que no lográbamos ver, al estar cegados por el mundo. Una vez despiertos, el mundo desaparece y lo único que queda es nuestro Ser de infinita felicidad permanente.

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Huye del malo, que trae daño. 

Si vamos en compañía del ego, un día tras otro tropezaremos. Conviene huir del ego. Pero como el ego no existe realmente, "huir del ego" significa simplemente darnos cuenta de que no existe. No hay nada que temer, pues lo que no existe no puede producir daños reales. Desaparece al dejar de creer en él. La manera de escapar del ego es simplemente entrenar nuestra mente en la práctica del perdón. Esto cambiará gradualmente nuestra identificación desde creernos un individuo separado hasta reconocernos como el ilimitado Hijo de Dios, Uno Consigo Mismo.

Ir por lana y volver trasquilado. 

Si buscamos aprovecharnos egoístamente de los demás (por seguir el sistema de pensamiento del ego), acabaremos nosotros mismos en problemas. Porque al creer que podemos sacar algo de los demás, estamos diciendo que nosotros mismos somos carentes y nos falta algo (de lo contrario no trataríamos de sacar de los demás lo que llene nuestro vacío interior). Y si somos carentes, es porque ya hemos cometido el error de creernos separados. Ese es el problema. Aprovecharnos de los demás no servirá de nada. Seguiremos carentes. Solo saldremos de nuestra sensación de carencia cuando reconozcamos el verdadero problema —nuestra creencia en la separación— y elijamos dejar de alimentar tal fantasía.

Jugar y nunca perder, no puede ser.

Si nos metemos en el juego del ego tarde o temprano salimos perdiendo. No obstante, no hay por qué tener miedo; pues los juegos no son realidades, sino jueguecitos inofensivos. Y en cualquier momento, si nos cansamos de jugar a sufrir, podemos salir del juego utilizando el comodín del perdón. Del perdón a la risa; y de la risa, al Cielo.

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Índice de la serie sobre los refranes populares a la luz de UCDM: http://hablemosdeucdm.blogspot.com/2017/08/refranes-populares-la-luz-de-ucdm-indice.html

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