domingo, 12 de octubre de 2014

L-158 Journey ... de Ken Wapnick

Como ya indiqué en el post índice, los comentarios de Ken Wapnick son los que he puesto en color verde:

Lección 158 — Hoy aprendo a dar tal como recibo

Las dos próximas lecciones, la 158 y la 159, comparten un tema similar: dar y recibir son lo mismo, un principio equiparado con la visión. Probablemente recuerdes que la lección 108, "Dar y recibir son en verdad lo mismo", también hablaba del paralelismo que hay entre el dar-recibir y la visión. Un importante tema en Un Curso de Milagros, al cual Jesús se refiere en repetidas ocasiones, es que dar es igual a recibir debido a la unidad del amor. Puesto que la base de la verdad es la realidad no-dualista de la Unidad del Cielo, cualquier cosa que el Padre da, el Hijo debe recibirla; cualquier cosa que el Hijo da, la recibe él también: el amor es Uno.

En este mundo, la unidad es reflejada así: si quiero saber que estoy perdonado, debo perdonar. De la misma manera, si le echo la culpa a alguien, se refuerza la culpa en mi propia mente. Por lo tanto, dar y recibir son uno, no sólo para el Espíritu Santo —reflejando la Unidad del Cielo— sino también para el ego. La mente del Hijo de Dios es una, y el mundo externo y el cuerpo son simplemente sombras del pensamiento de culpa. Por lo tanto, cuando hablamos de dar y recibir, lo que queremos decir con eso es que solamente nos damos a nosotros mismos porque no hay nadie más. 

(1.1-3) ¿Qué se te ha dado? Se te ha dado el conocimiento de que eres una mente, de que te encuentras en una Mente y de que no eres sino mente, por siempre libre de pecado y totalmente exento de miedo al haber sido creado del Amor. No has abandonado tu Fuente, por lo tanto, sigues siendo tal como fuiste creado. 

Jesús se está refiriendo de nuevo al principio de que las ideas no abandonan su fuente. La idea del Hijo de Dios, Cristo, nunca ha abandonado Su Fuente en Dios. He aquí otra declaración de la Unidad del Cielo: 

Dios creó a Sus Hijos extendiendo Su Pensamiento y conservando las extensiones de Su Pensamiento en Su Mente. Todos Sus Pensamientos están, por lo tanto, perfectamente unidos dentro de sí mismos y entre sí. (T.6.II.8.1-2) (Pág. 107)

(1.4-5) Esto se te dio en forma de un conocimiento que no puedes perder. Ese conocimiento se les dio asimismo a todas las cosas vivientes, pues sólo mediante él viven. 

Al comentar la lección 156, dije que el uso que hace Jesús de la expresión "cosas vivientes" (L.156.5.2) indica vida según nuestro punto de vista. Aquí, sin embargo, se utiliza para referirse a nuestra Identidad como espíritu, la cual es la única que está viva, ya que nada externo al Cielo vive. El conocimiento de esta verdad se ha dado a todos, ya que todos formamos parte de la Unidad de Cristo. Es imposible que Su amoroso conocimiento se ausente de nosotros, y sin embargo el sistema de pensamiento del ego enseña lo contrario: que las ideas abandonan su fuente y que por lo tanto el Hijo de Dios puede abandonar su Fuente Celestial. Así el amor se hace añicos y la unidad de la verdad desaparece, destruida por el pecado al cual el ego ha hecho real, como también hizo real el mundo proyectado: 

El pecado es la creencia de que el ataque se puede proyectar fuera de la mente en la que se originó la creencia. Aquí la firme convicción de que las ideas pueden abandonar su fuente se vuelve real y significativa. Y de este error surge el mundo del pecado y del sacrificio. Este mundo es un intento de probar tu inocencia y, al mismo tiempo, atribuirle valor al ataque. Su fallo estriba en que sigues sintiéndote culpable, aunque no entiendes por qué. Los efectos se ven como algo aparte de su fuente, y no parece que puedas controlarlos o impedir que se produzcan. Y lo que de esta manera se mantiene aparte jamás se puede unir. (T.26.VII.12.2-8) (Pág. 625)

Esa es la mala noticia. La buena es que nuestra creencia no establece la realidad: las ideas no abandonan su fuente; el Hijo nunca abandonó a su Padre.

(2.1-2) Has recibido todo esto. No hay nadie en este mundo que no lo haya recibido.

Todos tenemos la ilusión de que estamos aquí en cuerpos. Sin embargo el recuerdo de la unidad está presente en nuestras mentes por medio del Espíritu Santo. Hemos recibido este regalo porque el Amor de Dios nos lo ha dado. Recuerda, estos términos no tienen un sentido dualista: Dios no es una entidad separada dándole algo a Su Hijo, otra entidad separada. Hemos visto que Jesús usa palabras dualistas porque le está hablando a un público que no conoce la unidad. Sin embargo, estas palabras deberían ser tomadas como símbolos que reflejan la unidad no dualista de Dios y Cristo. 

(2.3) No es éste el conocimiento que tú transmites a otros, pues ése es el conocimiento que la creación dio. 

Lo que damos en el sueño es el perdón, el cual refleja el Amor del Cielo. El amor verdadero —es decir, sin ambivalencia— es imposible en este mundo, como podemos leer en el Texto

Proyectas sobre el ego tu decisión de estar separado, y esto entra en conflicto con el amor que, por ser su hacedor, sientes por él. No hay amor en este mundo que esté exento de esta ambivalencia, y puesto que ningún ego ha experimentado amor sin ambivalencia, el amor es un concepto que está más allá de su entendimiento. (T.4.III.4.5-6) (Pág. 67)

Por lo tanto, reflejamos la paz del Cielo, para que podamos recordar el Amor del Padre: 

Sé un reflejo de la paz del Cielo aquí y lleva este mundo al Cielo, pues el reflejo de la verdad atrae a todo el mundo a ésta, y a medida que todos entran en ella, dejan atrás todos los reflejos. 

En el Cielo la realidad no se refleja, sino que se comparte. Al compartir su reflejo aquí, su verdad se vuelve la única percepción que el Hijo de Dios acepta. De este modo aflora en él el recuerdo de su Padre, y a partir de ese momento nada más puede satisfacerle, excepto su propia realidad. (T.14.X.1.6-7; 2.1-3) (Pág. 324)

(2.4-7) Nada de esto se puede aprender. ¿Qué es, pues, lo que vas a aprender a dar hoy? Nuestra lección de ayer evocó un tema que se expone al principio del Texto: La experiencia, a diferencia de la visión, no se puede compartir de manera directa. 

Jesús distingue entre la verdad no dualista, la cual no tiene lugar en este mundo, y su reflejo, también conocido como la visión. La distinción es entre lo que Dios nos dio —Su conocimiento y Amor— y lo que nosotros damos aquí: un recordatorio de ese amor, el cual Un Curso de Milagros nos enseña a recordar. No se nos enseña lo que recordamos, sino cómo recordar —perdón. Así leemos en el Texto:

De la misma manera en que la nada no puede ser representada, tampoco existe un símbolo que represente a la totalidad. La realidad, en última instancia, sólo se puede conocer libre de cualquier forma, sin imágenes que la representen y sin ser vista. El perdón aún no se reconoce como un poder completamente exento de límites. Sin embargo, no fija ninguno de los límites que tú has decidido imponer. El perdón es el medio que representa a la verdad temporalmente. Le permite al Espíritu Santo llevar a cabo un intercambio de imágenes, mientras los recursos de aprendizaje aún tengan sentido y el aprendizaje no haya concluido. (T.27.III.5.1-6) (Pág. 645)

Lo que sigue es un pasaje importante, en el que Jesús dedica unas breves líneas para comentar con nosotros sobre la metafísica del tiempo. De hecho podríamos dedicar muchas páginas a este tema, pero dado que ya lo he hecho en otra parte*, aquí lo revisaremos brevemente. Ten en cuenta que Jesús se refiere a la total irrealidad del tiempo mismo, así como a nuestra experiencia personal del tiempo lineal: 

*  [La nota]: A Vast Illusion: Time According to A Course in Miracles [es un libro, todavía no publicado en español; traduzco aproximadamente: "Una vasta ilusión: el tiempo de acuerdo con Un Curso de Milagros"]; “From Time to Timelessness” (audio tape) ["Del tiempo a la intemporalidad" (formato de audio)]; “The Time Machine” (audio, video tape) ["La máquina del tiempo" (audio, vídeo)].

(2.8-9) La revelación de que el Padre y el Hijo son uno alboreará en toda mente a su debido tiempo. Sin embargo, ese momento lo determina la mente misma, pues es algo que no se puede enseñar. 

La parte de la mente que determina cuándo recordaremos que el Padre y el Hijo son Uno es el "tomador de decisiones", el cual está fuera del tiempo. Se nos enseña a deshacer las interferencias a nuestra conciencia de este recuerdo, pero lo que no se nos puede enseñar es lo que hay más allá de esas interferencias. Aceptar la Expiación para nosotros mismos —la separación nunca ocurrió— revela la unidad del Padre y del Hijo. Dado que todo el tiempo ocurrió en el instante ontológico —el cual en realidad nunca sucedió en absoluto— la experiencia de deshacer ese instante ocurrió también. Lo que no ha sucedido todavía es la atemporal decisión del "tomador de decisiones" eligiendo re-experimentar el deshacimiento. 

Imagina una videoteca [este libro tiene unos años, la 1ª edición es de los años 80 o 90, y el ejemplo que da es también de dicha época. Hoy día podemos imaginarnos este ejemplo con DVDs o con una enorme colección de archivos de vídeo en un PC] con un número casi infinito de cintas de vídeo [o de DVDs, o de archivos en la colección del PC, o en una lista de archivos de reproducción] que contienen los diferentes aspectos del sistema de pensamiento del ego, así como un número casi infinito de cintas de vídeo reflejando la corrección de este sistema de pensamiento. Cada cinta de vídeo del ego es una sombra de la culpa, mientras que los vídeos del Espíritu Santo reflejan el deshacimiento de la culpa a través del perdón. Cuando Jesús dice más abajo que "el guión ya está escrito" (4.3), piensa en estas videotecas como el guión, con el "tomador de decisiones" eligiendo a cuál videoteca va a acceder.

Una de las cintas de vídeo de la videoteca del Espíritu Santo representa la aceptación de la Expiación, y depende de nosotros cúando elegimos identificarnos con la verdad. Un Curso de Milagros nos ayuda a ahorrar el tiempo que se tardaría en darnos cuenta de que esta es la única opción que nos hará feliz. Probablemente recordarás que ahorrar tiempo es el propósito del milagro:

El milagro reduce al mínimo la necesidad del tiempo. (...) El milagro substituye a un aprendizaje que podría haber durado miles de años. (...) El milagro acorta el tiempo al producir su colapso, eliminando de esta manera ciertos intervalos dentro del mismo. (T.1.II.6.1,7,9)

(3.1-3) Ese momento ya ha sido fijado. Esto parece ser bastante arbitrario. No obstante, no hay nadie que dé ni un solo paso al azar a lo largo del camino. 

En otras palabras, nada es accidental. La cinta de vídeo de cuándo elegiremos aceptar la Expiación para nosotros mismos está ya en la videoteca de la mente, como de hecho lo están todos los vídeos de la mentalidad errada y de la mentalidad recta: 

Dios te dio Su Maestro para que reemplazase al que tú inventaste, no para que estuviese en conflicto con él. Y lo que Él ha dispuesto reemplazar ya ha sido reemplazado. El tiempo tan solo duró un instante en tu mente, y no afectó a la eternidad en absoluto. Y así es todo tiempo pasado; y todo permanece exactamente como era antes de que se construyese el camino que no lleva a ninguna parte. El brevísimo lapso de tiempo en el que se cometió el primer error —en el que todos los demás errores están contenidos— encerraba también la Corrección de ese primer error y de todos los demás que partieron de él. Y en ese breve instante el tiempo desapareció, pues eso es lo que jamás fue. Aquello a lo que Dios dio respuesta ha sido resuelto y ha desaparecido. (T.26.V.3) (Pág. 618)

Esto no quiere decir, como ya hemos dicho muchas veces, que Dios ordena nuestro guión particular o que elige por nosotros. Es nuestra planificación y nuestra elección, fabricadas bien con el ego o con el Espíritu Santo. 

(3.4) Todos lo han recorrido ya, aunque todavía no hayan emprendido la jornada. 

La primera parte de esta frase expresa la idea de que todo esto ya ha sucedido y está terminado. Recordemos: "Hace mucho que este mundo desapareció/acabó" (T.28.I.1.6). La aceptación de esa verdad es el paso ya dado por nosotros [o el camino ya recorrido por nosotros, según se traduzca; esa frase también puede traducirse como "Todos han dado ya cada paso (...)", o dejarse como la 1ª edición de UCDM: "Todos lo han dado ya (...)", que no dice explícitamente qué se ha dado, tal como en inglés], y "aunque todavía no hayan emprendido la jornada" significa que todavía estamos eligiendo seguir dormidos, soñando que estamos aquí, como nos recuerda esta frase familiar: 

En Dios estás en tu hogar, soñando con el exilio, pero siendo perfectamente capaz de despertar a la realidad. (T.10.I.2.1) (Pág. 202)

(3.5-7) Pues el tiempo tan sólo da la impresión de que se mueve en una sola dirección. No hacemos sino emprender una jornada que ya terminó. No obstante, parece como si tuviera un futuro que todavía nos es desconocido. 

Experimentamos el tiempo como algo lineal, en el que hay un pasado, presente y futuro por los cuales avanzamos a lo largo de lo que creemos que es un camino espiritual que nos llevará a casa. Este pasaje está diciéndonos —como muchos otros— que este viaje está ya terminado. De hecho, no hay viaje. Una vez más, sin embargo, mientras tengamos la ilusión de estar aquí, tendremos la ilusión de que el tiempo y el espacio son algo real, al igual que el pecado y la culpa. Así que de vez en cuando Jesús nos recuerda que todo esto es irreal, como por ejemplo en el siguiente pasaje en el que usa como metáfora una alfombra: 

No es en el tiempo donde no eres culpable, sino en la eternidad. Has "pecado" en el pasado, pero el pasado no existe. Lo que es siempre no tiene dirección. El tiempo parece ir en una dirección, pero cuando llegues a su final, se enrollará hacia el pasado como una gran alfombra extendida detrás de ti, y desaparecerá. Mientras sigas creyendo que el Hijo de Dios es culpable seguirás caminando a lo largo de esa alfombra, creyendo que conduce a la muerte. Y la jornada parecerá larga, cruel y absurda, pues en efecto, lo es. (T.13.I.3.2-7) (Pág. 262)

Todos caminamos por esta alfombra del tiempo, sin darnos cuenta de que nuestras vidas son ilusorias: yendo desde ningún lugar, a través de ningún lugar, hacia ningún lugar. ¿Cómo podría este viaje no parecer "largo, cruel y absurdo"? 

(4.1) El tiempo es un truco, un juego de manos, una gigantesca ilusión en la que las figuras parecen ir y venir como por arte de magia.

El mundo del tiempo y espacio no es sino otra parte de la estrategia del ego para convencernos de que la separación de Dios es real, y en última instancia que el problema está fuera de nosotros en el mundo y no dentro de nuestra mente. La cita de arriba es una reminiscencia de la siguiente del Texto:

¿Qué pasaría si reconocieses que este mundo es tan sólo una alucinación? ¿O si realmente entendieses que fuiste tú quien lo inventó? ¿Y qué pasaría si te dieses cuenta de que los que parecen deambular por él, para pecar y morir, atacar, asesinar y destruirse a sí mismos son totalmente irreales? (T.20.VIII.7.3-5) (Pág. 495)

(4.2-3) No obstante, tras las apariencias hay un plan que no cambia. El guión ya está escrito. 

El plan es la Expiación. Otra vez, "el guión ya está escrito" significa que el sistema de pensamiento del ego ya ha sucedido, junto con la corrección del Espíritu Santo. En realidad, por decirlo una vez más, estamos fuera del tiempo y del espacio, observando los acontecimientos por encima del campo de batalla de los cuerpos.

(4.4) El momento en el que ha de llegar la experiencia que pone fin a todas tus dudas ya se ha fijado. 

La cinta de vídeo de nuestra decisión de aceptar la Expiación ya está ahí —ella "ya se ha fijado"— y espera a nuestra decisión de re-experimentarla, como vemos ahora: 

(4.5) Pues la jornada sólo se puede ver desde el punto donde termina, desde donde la podemos ver en retrospectiva, imaginarnos que la emprendemos otra vez y repasar mentalmente lo ocurrido. 

Imaginémonos sentados en una sala de cine viendo la historia de nuestra vida desplegarse ante nuestros ojos, olvidando que somos los espectadores [o sea: que no soy parte de esa película titulada "mi vida", sino un espectador en el cine donde se proyecta]. Esto no es diferente de nuestra identificación psicológica con los personajes de una película real [de TV o en el cine, por ejemplo], donde temporalmente perdemos todo sentido de la realidad y nos olvidamos de que estamos simplemente observando esa ficción. De hecho, ya no estamos observando a los personajes: nos hemos convertido en los personajes. De lo contrario no reiríamos o lloraríamos, ni estaríamos ansiosos, deprimidos o excitados durante la película. Sin embargo, la diferencia es que cuando la película acaba volvemos en sí [recordamos nuestra vida normal, fuera de esa ficción]. Pero de la película que llamamos nuestra vida nunca volvemos en sí. Un pasaje como éste, por lo tanto, nos ayuda a darnos cuenta de que estamos observando lo que ya ha sucedido. Podríamos decir que cuando nuestros "tomadores de decisiones" se sientan en el cine con Jesús, se convierten en observadores [se dan cuenta de que son espectadores de esa ficción, y no uno de los personajes de la "película"].

Ahora volvemos a la visión:

(5.1-3) Un maestro no puede dar su experiencia, pues no es algo que él haya aprendido. Ésta se reveló a sí misma a él en el momento señalado. La visión, no obstante, es su regalo. 

Lo escrito aquí suena como si Dios, el Espíritu Santo o Jesús fuesen los que nos revelan eso. En realidad el amor está siempre con nosotros. Es uno mismo quien elige si recordarlo o no, quien elige "el momento señalado" en el cual recordar quién somos como los hijos del amor. La experiencia sucede espontáneamente cuando se toma esa decisión, pero esa experiencia no podemos darla a nadie directamente. Otros maestros y sistemas espirituales pueden decirte que ellos te dan una experiencia del Amor de Dios, pero Un Curso de Milagros no te dirá eso. En este sentido, lo "único" que nosotros podemos hacer por los demás es recordarles que la decisión que nosotros hemos tomado en ese instante santo, es una decisión que ellos pueden tomar también. Este es el significado de la visión, la cual damos mediante el perdón. Una vez que el sistema de pensamiento de la separación del ego es deshecho mediante la visión omniabarcadora del perdón, somos restaurados a la conciencia innata de nuestro Ser, el Amor que Dios nos dio en nuestra creación. 

(5.4-6) Esto él lo puede dar directamente, pues el conocimiento de Cristo no se ha perdido, toda vez que Él tiene una visión que puede otorgar a cualquiera que la solicite. La Voluntad del Padre y la Suya están unidas en el conocimiento. No obstante, hay una visión que el Espíritu Santo ve porque la Mente de Cristo también la contempla. 

En esta lección, al igual que en la anterior, Jesús identifica a Cristo con el Espíritu Santo, una identificación basada en la función. En términos de la teología del Curso, Cristo está en el Cielo y no sabe nada de este mundo; así que aquí Jesús está usando el término "Cristo" libremente. Él habla en otras partes de la "faz de Cristo" —un símbolo que usa el Curso para referirse al perdón— a pesar de que en realidad Cristo no tiene cara. Aquí, la visión de Cristo es lo mismo que la percepción del Espíritu Santo, y Cristo comparte Su función dualista [la del Espíritu Santo], descrita en Un Curso de Milagros como si Él tuviera un pie en el Cielo (conocimiento) y el otro en el sueño (percepción) (por ejemplo, T.6.II.7). Por lo tanto, la visión deshace la percepción de lo que nunca existió realmente: el pecado y la separación. En el siguiente pasaje del Texto, Jesús habla de la visión en el contexto de ser el resultado de poner nuestra fe en el Espíritu Santo, lo que conduce a creer en la verdad de Su mensaje: 

La fe, la creencia y la visión son los medios por los que se alcanza el objetivo de la santidad. A través de ellos el Espíritu Santo te conduce al mundo real, alejándote de todas las ilusiones en las que habías depositado tu fe. Ése es su rumbo, el único que Él jamás ve. Y cuando te desvías, Él te recuerda que no hay ningún otro. Su fe, Su creencia y Su visión son para ti. Y cuando las hayas aceptado completamente en lugar de las tuyas, ya no tendrás necesidad de ellas. Pues la fe, la creencia y la visión únicamente tienen sentido antes de que se alcanza la certeza. En el Cielo son desconocidas. El Cielo, no obstante, se alcanza a través de ellas. (T.21.III.4) (Pág. 504)

(6.1) Aquí el mundo de las dudas y de las sombras se une con lo intangible. 

Lo "intangible" es el Espíritu Santo, o el principio de la Expiación el cual está fuera del sueño, al cual llevamos la mentalidad errada o sistema de pensamiento del ego, que es el "mundo de las dudas y de las sombras". El resultado es el mundo real, bellamente descrito en el Texto

Este mundo de luz, este círculo de luminosidad es el mundo real, donde la culpabilidad se topa con el perdón. Ahí el mundo exterior se ve con ojos nuevos, libre de toda sombra de culpabilidad. Aquí te encuentras perdonado, pues aquí has perdonado a todo el mundo. He aquí la nueva percepción donde todo es luminoso y brilla con inocencia, donde todo ha sido purificado en las aguas del perdón y se encuentra libre de cualquier pensamiento maligno que jamás hayas proyectado sobre él. Ahí no se ataca al Hijo de Dios, y a ti se te da la bienvenida. (T.18.IX.9.1-5) (Pág. 440)

(6.2) He aquí un lugar tranquilo en el mundo que ha sido santificado por el perdón y el amor. 

Aquí se encuentran la corrección de la percepción y el deshacimiento del ego: 

Los milagros que el perdón deposita ante las puertas del Cielo no son insignificantes. Aquí el Hijo de Dios Mismo viene a recibir cada uno de los regalos que lo acerca más a su hogar. Ni uno solo de ellos se pierde, y a ninguno se le atribuye más valor que a otro. Cada uno de esos regalos le recuerda el Amor de su Padre en igual medida que el resto. Y cada uno le enseña que lo que él temía, es lo que más ama. (T.26.IV.4.1-5) (Pág. 617)

(6.3-7) Aquí se reconcilian todas las contradicciones, pues aquí termina la jornada. La experiencia —que no se puede aprender, enseñar o ver— simplemente se encuentra ahí. Esto es algo que está más allá de nuestro objetivo, pues transciende lo que es necesario lograr [n.t.: lo que es necesario cumplir, consumar, perfeccionar, completar o lograr, es el perdón o visión]. Lo que nos interesa es la visión de Cristo. Esto sí que lo podemos alcanzar. 

El viaje termina en el mundo real o puerta del Cielo, y lo que hay más allá no es la meta del Curso porque el amor no tiene equivalente en el mundo de la percepción. El deshacimiento del mundo es el único foco del perdón, cuyo otro nombre es la visión de Cristo, que refleja el pensamiento de la Expiación —que el Hijo de Dios no está separado de Su Fuente. Por lo tanto no se me pide experimentarte como uno conmigo, sino comenzar a aprender que tú y yo compartimos la misma necesidad, propósito y meta. La visión enseña que tú y yo no somos diferentes de ninguna manera excepto en lo superficial. Las diferencias aparentes que nos mantienen separados a unos de otros existen solamente en el nivel de la forma, que es parte del plan del ego para convencernos de que la separación es la realidad y la unidad es ilusión. Por lo tanto, el propósito de Un Curso de Milagros es enseñarnos que todos compartimos la necesidad de aprender el perdón. Si la realidad es la unidad de Dios y Cristo, la percepción de diferencias debe ser parte de la ilusión del ego. Cualquier cosa que nos ayude a darnos cuenta de que somos uno en propósito refleja la verdad no-dualista de nuestra unidad en el Cielo.

(7.1-2) La visión de Cristo está regida por una sola ley. No ve el cuerpo, ni lo confunde con el Hijo que Dios creó. 

Esto no quiere decir que se nos esté pidiendo negar el cuerpo, sino que lo que se nos pide es negar la interpretación que el ego hace del cuerpo —consintiendo el deseo de ser especial como una manera de mantenernos separados. Recuerda este pasaje: 

La salvación no te pide que contemples el espíritu y no percibas el cuerpo. Simplemente te pide que ésa sea tu elección. Pues puedes ver el cuerpo sin ayuda, pero no sabes cómo contemplar otro mundo aparte de él. Tu mundo es lo que la salvación habrá de deshacer, permitiéndote así ver otro que tus ojos jamás habrían podido encontrar. (T.31.VI.3.1-4) (Pág. 745)

Así que veo el cuerpo, pero no le doy el poder que le estaba dando en el pasado. No veo al cuerpo como la fuente de mi placer o dolor, sino como una mera expresión del pensamiento. Por lo tanto, si veo tu cuerpo como una expresión de culpa o de pecado, es porque proyecté sobre ti ese pensamiento de mi mente. Una vez más, esto puede enseñarse, y la experiencia del amor que está más allá de la visión simplemente aparece cuando las interferencias a su recuerdo han desaparecido. 

(7.3) Contempla una luz que se encuentra más allá del cuerpo; una idea que yace más allá de lo que puede ser palpado; una pureza que no se ve menguada por errores, por lamentables equivocaciones, o por los aterradores pensamientos de culpabilidad nacidos de los sueños de pecado.

El problema es que en el instante inicial nos pusimos a favor de la interpretación del ego de la diminuta y alocada idea, en lugar de elegir la interpretación del Espíritu Santo. De la misma manera, el problema dentro del sueño de nuestras vidas es nuestra elección de la interpretación que hace el ego del cuerpo, que inevitablemente nos lleva a creer que eso nos dará lo que necesitamos —odio especial, mediante el cual uso a los demás como chivos expiatorios para mantenerme a mí mismo inocente y a ellos culpables, o amor especial, mediante el cual uso al prójimo para llenar una necesidad que Dios no podría llenar. De cualquier manera, el cuerpo simboliza el pecado y por lo tanto merece ataque. Sin embargo, cuando miramos a través de los ojos de Jesús, miramos más allá de la forma de la aparentemente sólida oscuridad del pecado hacia el contenido de la llamada de la luz:

¡Si tan sólo reconocieseis lo poco que se interpone entre vosotros y la conciencia de vuestra unión! No os dejéis engañar por la ilusión de tamaño, espesor, peso, solidez y firmeza de cimientos que ello presenta. Es verdad que para los ojos físicos parece ser un cuerpo enorme y sólido, y tan inamovible como una montaña. Sin embargo, dentro de ti hay una Fuerza que ninguna ilusión puede resistir. Este cuerpo tan solo parece ser inamovible, pero esa Fuerza es realmente irresistible. ¿Qué ocurre, entonces, cuando se encuentran? ¿Se puede seguir defendiendo la ilusión de inamovilidad por mucho más tiempo contra lo que calladamente la atraviesa y la pasa de largo? (T.22.V.5) (Pág. 536)

Una vez más, no se nos pide negar nuestros cuerpos, sino verlos como aulas [recursos de aprendizaje] en las cuales elegimos al maestro que nos ayudará a aprender que lo que experimentamos fuera proviene de la decisión que hemos tomado en nuestro interior. 

(7.4-5) No ve separación. Y contempla a todo el mundo, y todas las circunstancias, eventos o sucesos, sin que la luz que ve se atenúe en lo más mínimo.

La visión de Cristo nos ayuda a darnos cuenta de que no tenemos intereses separados —nuestras necesidades no se satisfacen a costa de otros. Es crucial entender —como hemos visto al comentar la frase 2— que esto no significa que con la visión de Cristo no veamos el cuerpo o el mundo. Nuestros ojos siguen viéndolos, pero ahora a través de los ojos de un Maestro diferente. En lugar de elegir la interpretación del ego del mundo que vemos —siempre una forma de especialismo— elegimos la del Espíritu Santo, la cual nos ve a todos recorriendo un camino común hacia una meta común. Si el camino difiere en la forma eso no importa, es irrelevante. Estamos aquí porque creímos las mentiras del ego, y todos queremos desesperadamente que se nos pruebe que estamos equivocados. El siguiente pasaje, escrito cerca del Año Nuevo, es la oración de Jesús para que nosotros hagamos un nuevo comienzo —de la separación a la unidad: 

Ésta es la época en la que muy pronto dará comienzo un nuevo año del calendario cristiano. (...) Dile, entonces, a tu hermano: 

Te entrego al Espíritu Santo como parte de mí mismo. 
Sé que te liberarás, a menos que quiera valerme de ti para aprisionarme a mí mismo. 
En nombre de mi libertad elijo tu liberación porque reconozco que nos hemos de liberar juntos. 

(...) Haz que este año sea diferente al hacer que todo sea lo mismo. Y permite que todas tus relaciones te sean santificadas. (T.15.XI.10.1,4-7,11-12) (Pág. 365)

(8.1) Esto se puede enseñar, y todo aquel que quiera alcanzarlo tiene que enseñarlo. 

Volvemos al tema de la lección: "aprendo a dar tal como recibo". Si quieres aprender la lección del perdón, necesitas demostrarlo. Cada vez que abrigas resentimientos, te sientes molesto, o piensas que la salvación viene de fuera, no haces sino declarar que no quieres aprender, pues no quieres experimentar las implicaciones de la lección. Aprender el perdón significa entender que tu deseo de ser especial y tu individualidad no sólo no son lo que tú pensabas, sino que no son nada en absoluto. Esto tú lo enseñarías dando ejemplo, y la igualdad de la enseñanza y el aprendizaje son un tema principal:

Un buen maestro clarifica sus propias ideas y las refuerza al enseñarlas. En el proceso de aprendizaje tanto el maestro como el alumno están a la par. Ambos se encuentran en el mismo nivel de aprendizaje, y a menos que compartan sus lecciones les faltará convicción. (T.4.I.1.1-3) (Pág. 58)

En el pensamiento del mundo, los papeles de maestro y estudiante están, de hecho, invertidos. (...) El curso subraya, por otra parte, el hecho de que enseñar es aprender, y de que, por consiguiente, no existe ninguna diferencia entre el maestro y el alumno. 

Enseñar es demostrar. (...) De tu demostración otros aprenden, al igual que tú. (...) No puedes darle nada a otro, ya que únicamente te das a ti mismo, y esto se aprende enseñando. (M.introd.1.1,5; 2.1,3,6) (Pág. 1)

Es importante saber que tus pensamientos de creerte especial no son el verdadero problema, el cual consiste en la decisión de la mente de no aprender las lecciones de Jesús —insistir en tener razón y que él se equivoca. Demuestras esto cuando juzgas el mundo, considerándolo un lugar terrible en el que ocurren cosas terribles, o un lugar maravilloso en el que suceden cosas maravillosas. Sin embargo, estas no son sino las caras opuestas de la misma moneda: la moneda del ego, como vimos en la lección 155.

(8.2) Lo único que es necesario es el reconocimiento de que el mundo no puede dar nada cuyo valor pueda ni remotamente compararse con esto; ni fijar un objetivo que no desaparezca una vez que se haya percibido esto.

En otras palabras, te das cuenta de que no hay nada en este mundo que te pueda dar más felicidad que la visión de Cristo. Esto no pretende ser un principio abstracto, sino que lo experimentas de manera concreta en tu vida diaria. Compartir la visión de Cristo significa no ver tus necesidades como si fueran independientes o estuviesen separadas de las necesidades de cualquier otro. Esfuérzate en ser consciente de las formas sutiles de amor especial y odio especial mediante las cuales estás resistiéndote a aprender este principio, tratando de demostrar que tú tienes razón mientras que Un Curso de Milagros está equivocado. 

(8.3-4) Y esto es lo que vas a dar hoy: no ver a nadie como un cuerpo y saludar a todo el mundo como el Hijo de Dios que es, reconociendo que es uno contigo en santidad. 

Como ya hemos dicho antes, Jesús no quiere decir literalmente lo de no ver el cuerpo. Lo que él no quiere que veamos es la interpretación que hace el ego del cuerpo como algo pecaminoso. Para ayudarnos en este cambio de percepción, él nos enseña a ver a través de sus ojos en lugar de los del ego: 

La impecabilidad de tu hermano se te muestra en una luz brillante, para que la veas con la visión del Espíritu Santo y para que te regocijes con ella junto con Él. Pues la paz vendrá a todos aquellos que la pidan de todo corazón y sean sinceros en cuanto al propósito que comparten con el Espíritu Santo, y de un mismo sentir con Él con respecto a lo que es la salvación. Estáte dispuesto, pues, a ver a tu hermano libre de pecado, para que Cristo pueda aparecer ante tu vista y colmarte de felicidad. Y no le otorgues ningún valor al cuerpo de tu hermano, el cual no hace sino condenarlo a fantasías de lo que él es. (T.20.VIII.3.1-4) (Pág. 494)

El siguiente párrafo amplía el primer principio de los milagros: no hay grados de dificultad entre ellos. Todos los problemas son lo mismo, porque provienen de un único pensamiento. El lector recordará nuestros comentarios de las lecciones 79 y 80, en las cuales Jesús hace hincapié en que no hay más que un único problema —la separación— y una única solución —la Expiación:

(9.1-3) Así es como sus pecados le son perdonados, pues la visión de Cristo tiene el poder de pasarlos a todos por alto. En Su perdón se desvanecen. Al ser imperceptibles para el Uno, simplemente desaparecen, pues la visión de la santidad que se halla más allá de ellos viene a ocupar su lugar. 

Esto no quiere decir que el mundo físico necesariamente desaparece, sino que tú dejas de identificarte con el egoico sistema de pensamiento de la separación —pecado, culpa y miedo— y de este modo el mundo que surgía de eso ya no será tu experiencia. En ese instante santo en el que decides desde la mentalidad correcta el cuerpo no existe. Los ojos físicos continuarán viéndolo, pero el "tú" que ve ya no estará ahí, pues tú has abandonado el sueño. Tu realidad ahora es el amor de Jesús en vez de cualquier cosa del mundo. Así todos los problemas desaparecen, porque procedían de la creencia en la separación. Si vuelves a unirte con Dios por medio del Espíritu Santo, el pecado de la separación desaparece. Por lo tanto, si defines los problemas como separación, y en el instante santo no estás separado, ahí no puede haber problemas ni pecado. En ese instante es sanado también el mundo. 

(9.4-6) No importa en qué forma se manifestaban, cuán enormes parecían ser ni quién pareció sufrir sus consecuencias. Ya no están ahí. Y todos los efectos que parecían tener desaparecieron junto con ellos, al haber sido erradicados para ya nunca más volver. 

La forma del problema, la forma del éxtasis o dolor, no importa. En el instante en que sales del sueño, la forma desaparece. El principio es simple, como explica la razón ahora: 

La razón te diría que no es la forma que adopta el error lo que hace que éste sea una equivocación. Si lo que la forma oculta es un error, la forma no puede impedir su corrección. Los ojos del cuerpo ven únicamente formas. No pueden ver más allá de aquello para cuya contemplación fueron fabricados. Y fueron fabricados para fijarse en los errores y no ver más allá de ellos. Su percepción es ciertamente extraña, pues sólo pueden ver ilusiones, al no poder ver más allá del bloque de granito del pecado y al detenerse ante la forma externa de lo que no es nada. Para esta forma distorsionada de visión, el exterior de todas las cosas, el muro que se interpone entre la verdad y tú, es absolutamente real. Mas ¿cómo va a poder ver correctamente una visión que se detiene ante lo que no es nada como si de un sólido muro se tratase? Está restringida por la forma, habiendo sido concebida para garantizar que no perciba nada, excepto la forma. (T.22.III.5) (Pág. 532)

En el sueño de la forma, el placer y el dolor son muy reales. Cuando sales del sueño, sin embargo, el cuerpo literalmente no existe, y eso nos ayuda a entenderlo la visión de Cristo. Alcanzar completamente ese estado es el mundo real, diferente de los instantes santos en los que nuestra mente todavía fluctúa, y el miedo a perdonar nos lleva de vuelta a los instantes profanos y de pecado del ego. 

(10) Así es como aprendes a dar tal como recibes. Y así es como la visión de Cristo te contempla a ti también. Esta lección no es difícil de aprender si recuerdas que en tu hermano te ves a ti mismo. Si él se encuentra inmerso en el pecado, tú también lo estás; si ves luz en él, es que te has perdonado a ti mismo tus pecados. Cada hermano con quien hoy te encuentres te brinda una nueva oportunidad para dejar que la visión de Cristo brille sobre ti y te ofrezca la paz de Dios.

La conclusión es tan increíblemente simple que es sorprendente con cuánta frecuencia lo olvidamos. Si pudiéramos ser realmente conscientes de que cada juicio que hacemos y mantenemos en contra de alguien es un juicio contra nosotros mismos, manteniéndonos fuera del Reino, entonces nunca juzgaríamos. Sin embargo la amnesia es una importante arma del ego, y entonces olvidamos que somos uno, y que —literalmente— nuestra manera de ver, experimentar y reaccionar con respecto a los demás, refleja la decisión que hemos tomado para nosotros mismos. Una vez más, si reconociéramos que todas y cada una de las veces que nos sentimos molestos —sea en mayor o menor medida— reflejamos la decisión de mantenernos apartados del amor, no atacaríamos. Así que necesitamos un curso y un maestro que nos explique que estamos juzgando continuamente porque de lo que tenemos miedo es precisamente del amor —porque en su presencia nuestro especialismo y nuestro "uniquismo" [nuestra singularidad o diferencia respecto a los demás] desaparecen, al igual que nuestra existencia separada.

Es esencial que yo sea consciente de la conexión entre cómo experimento a la gente y a mí mismo, con su efecto subyacente. Cuando elijo ver a alguien como diferente de mí, estoy buscando demostrar que yo tengo razón y Dios se equivoca. No me importa cuán miserable me sienta, porque mi propia miseria probará más claramente todavía que alguien me hizo esto. Por lo tanto, necesito prestar mucha atención durante todo el día a cómo respondo ante las personas y circunstancias, y luego ver que estas respuestas me ofrecen la oportunidad de recordar la decisión mental que tomé y olvidé. Es por eso por lo que es útil ver el mundo como un aula y desarrollar una relación con Jesús. Su enseñanza me recuerda que mi experiencia con vosotros refleja directamente lo que he experimentado con él. Si me siento uno con vosotros —no existen barreras entre nosotros— entonces sé que no existen barreras entre él y yo. Por otro lado, cuando veo diferencias entre nosotros —tu cuerpo tiene lo que quiero o lo que odio— entonces sé que mantengo un pensamiento que dice que estoy separado de Jesús, y por lo tanto separado de Dios. 

(11.1-2) Cuándo ha de llegar esta revelación es irrelevante, pues no tiene nada que ver con el tiempo. No obstante, el tiempo aún nos tiene reservado un regalo, en el que el verdadero conocimiento se refleja de manera tan precisa que su imagen comparte su invisible santidad y su semejanza resplandece con su amor inmortal.

Jesús está diciendo que no necesitamos preocuparnos sobre Dios, o prestar atención al Cielo, el amor o la verdad. En lugar de eso, deberíamos centrarnos en nuestras experiencias dentro del sueño. Al hacer real el sistema de pensamiento de la separación, le estamos haciendo un regalo al ego. Sin embargo, con Jesús como nuestro maestro, nos hacemos a nosotros mismos el regalo de darnos cuenta de que el mundo no es una prisión, sino un aula amorosa que nos llevará dulcemente a casa. Él nos instruye de manera similar —no centrarnos en la realidad— al final de las diez características de los maestros de Dios: 

Habrás notado que la lista de atributos de los maestros de Dios no incluye las características que constituyen la herencia del Hijo de Dios. Términos tales como amor, inocencia, perfección, conocimiento y verdad eterna no aparecen en este contexto, pues no serían apropiados aquí. Lo que Dios ha dado está tan remotamente alejado de nuestro programa de estudios, que el aprendizaje no puede sino desaparecer ante su presencia. (M.4.X.3.1-4) (Pág. 17)

Así, en efecto, Jesús nos dice: "En lugar de centrarte en la verdad, céntrate en el mundo que fabricaste para mantener al amor fuera. Ahora se ha convertido en tu aula del perdón, en la cual aprendes a aceptar el amor inmortal que es el regalo de Dios para ti". 

(11.3-4) Nuestra práctica de hoy consiste en ver todo con los ojos de Cristo. Y mediante los santos regalos que damos, la visión de Cristo nos contempla a nosotros también. 

El propósito de cada día es ser conscientes de nuestro deseo de la visión, y practicar la lección cuando tengamos la tentación de olvidarnos de esto. Concluimos con las dos últimas estrofas del precioso poema de Helen, "The Quiet Dream" ["El sueño tranquilo"], un bello retrato de la visión de Cristo, el regalo de paz que Jesús nos ofrece para llevarnos de regreso al Amor de nuestro Padre: 

Hay una luz que resplandece sobre este mundo, 
y lo juzga tal como Cristo habría de juzgarlo. 
No hay condenación en ese juicio.
Él contempla al mundo como libre de pecado, en la luz que brilla
desde Su Propia faz. Su visión contempla el seguro reflejo
del Amor de Su Padre;
la imagen que reclama Su recuerdo. 
¿Qué mal puede permanecer en el mundo
al que la visión de Cristo mira? ¿Y qué podría aún
parecerme temible, con la luz de Su perfección sobre él?
¿Qué cosa podría enseñarme que el dolor
tiene una causa, o que la muerte es real? 
Ayúdame a perdonar al mundo. La paz que Tú das
en mi perdón me será dada. 
(The Gifts of God, p. 65) 
["Los Regalos de Dios"]

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Fuente: Journey Through the Workbook of a Course in Miracles, de Ken Wapnick.

Índice de capítulos traducidos en este blog, aquí: link-indice.

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