Lección 169. Por la gracia vivo. Por la gracia soy liberado.
Continuando con el tema de la lección anterior, Jesús comienza con la gracia:
(1.1) La gracia es el atributo del Amor de Dios que más se asemeja al estado que prevalece en la unidad de la verdad.
Reflejando el Amor de Dios, la gracia es su aspecto en el sueño y, al igual que su hermano el perdón, no se opone a su fuente. En otras palabras, la gracia es el estado natural del amor una vez que la separación pareció ocurrir —el recuerdo del Hijo que le permite elegir a su Padre en lugar de elegir al ego.
La gracia es el estado natural de todos los Hijos de Dios. Cuando no están en estado de gracia, están fuera de su medio ambiente, y, por lo tanto, no se desenvuelven bien. Todo lo que hacen les produce tensión porque no fueron creados para el medio ambiente que ellos mismos se han labrado. (T.7.XI.2.1-3) (Pág. 151)
(1.2) Es la aspiración más elevada que se puede tener en el mundo, pues conduce más allá de él.
Primero experimentamos la gracia de Dios y después entramos en el mundo real. En ese momento Dios desciende hasta nosotros y nos eleva de retorno hacia Sí Mismo, mientras desaparece el sueño de lo que era el mundo.
(1.3) Se encuentra más allá del aprendizaje, aunque es su objetivo, pues la gracia no puede arribar hasta que la mente no se haya preparado a sí misma para aceptarla de verdad.
No podemos experimentar el Amor de Dios en el sueño hasta que nos preparamos para ello, lo cual hacemos con mucho gusto y agradecidamente cuando reconocemos que estábamos equivocados. Nos damos cuenta de que nuestro único objetivo es deshacer el sueño, no solidificar (consolidar, reforzar) nuestra experiencia dentro de él. Ya no queremos hacer que nuestras vidas soñadas sean más felices o más tranquilas, sino que utilizamos nuestras experiencias como vehículos para despertar del sueño.
(1.4) La gracia se vuelve inevitable instantáneamente para aquellos que han preparado una mesa donde ésta pueda ser dulcemente depositada y gustosamente recibida: un altar inmaculado y santo para este don.
El altar/mesa es la mente, la cual hemos ensuciado con los pensamientos de culpa y de odio del ego. Cuando nos defendemos contra el ego, estamos haciendo un mundo y un cuerpo que parecen proceder de sus pensamientos en la materia, y así nunca se podrán deshacer. Al decir que tenemos que limpiar el altar y que tenemos que preparar la mesa, Jesús nos está animando a volver a la parte de nuestra mente que toma decisiones [el "tomador de decisiones"] y le pidamos ayuda [a Jesús]. Esta ayuda viene —su amor junto a nosotros— al observar lo que hemos hecho y lo que hemos considerado verdadero, dándonos cuenta con una dulce sonrisa de que nos habíamos equivocado con respecto a todo, sin excepciones. En este sentido, en última instancia es Jesús quien limpia el altar, pero él no puede hacerlo hasta que le pedimos ayuda. En el siguiente pasaje del Texto aparece la palabra gracia, mientras Jesús nos invita a su mesa de comunión, purificada por la relación santa que da la bienvenida a su presencia, junto con nuestros hermanos:
El amor también quiere desplegar ante ti un festín sobre una mesa cubierta con un mantel inmaculado, en un plácido jardín donde sólo se oye un cántico angelical y un suave y feliz murmullo. Es éste un banquete en honor de tu relación santa, en el que todo el mundo es un invitado de honor. Y en un instante santo la gracia es recitada por todos juntos [frase retocada para traducir más literalmente la palabra "gracia" que sí aparece como "grace" en inglés, y así hacer que el comentario de Ken sobre que en este párrafo aparece la palabra gracia, tenga sentido. Pero la versión oficial del Curso es más clara: la mesa es bendecida (bendecir la mesa, o dar gracias ante la mesa, es "recitar la gracia") por todos juntos, al unirnos fraternalmente ante ésta], al uniros fraternalmente ante la mesa de comunión. Yo me uniré a vosotros ahí, tal como lo prometí hace mucho tiempo y como todavía lo sigo prometiendo. Pues en vuestra nueva relación se me da la bienvenida. Y donde se me da la bienvenida allí estoy. (T.19.IV.A.i.16) (Pág. 458)
El conmovedor poema de Helen "Dedication for an Altar" ["Homenaje a un Altar"] expresa igualmente este proceso del perdón, en el que nos unimos a nuestro hermano, quien es también nosotros mismos.
Los templos son donde se encuentran los sagrados altares de Dios,
y Él ha erigido un altar en cada Hijo
que Él creó. Alabemos aquí
agradecidamente que lo que Él da a uno
lo da también a todos, siempre dando y nunca quitando.
Pues Su Voluntad se cumple siempre.
Los templos son donde un hermano viene a orar
y descansar un rato. Quienquiera que él sea,
él trae consigo una lámpara encendida para mostrar
que el rostro de mi Salvador está ahí para que yo lo contemple
sobre el altar, y recuerde a Dios.
Hermano mío, ven y adorémoslo aquí juntos.
(The Gifts of God, p. 93)
(2.1) La gracia es la aceptación del Amor de Dios en un mundo de aparente odio y miedo.
Jesús nos informa de que este es un mundo de odio y miedo, no de alegría y paz. Pero dice que es un mundo "aparente" porque no es real. Aun así, tienes que tener cuidado y no saltarte pasos. El que Jesús diga que el mundo es una ilusión no significa que tú no prestes atención a lo que sucede aquí. El mundo es de hecho una ilusión, pero tú no estarías leyendo estas líneas si no creyeras en la realidad del mundo. Por lo tanto, no niegues tus sentimientos o lo que tus ojos ven, pero pide ayuda para interpretar todo eso de una manera diferente. Tal reinterpretación es la esencia del perdón, el cual elimina la culpa proyectada que engendra el odio y el miedo, la cual a su vez contradice el amor dentro de nuestras mentes. El Espíritu Santo guarda este amor —gracia— hasta que estemos listos para elegirlo, y cuando nosotros estemos dispuestos a ver a nuestros hermanos libres de pecado estaremos listos para recibir Su gracia. El siguiente pasaje del Texto se hace eco del mensaje del poema de Helen que hemos citado anteriormente:
La gracia no se le otorga al cuerpo, sino a la mente. Y la mente que la recibe mira instantáneamente más allá del cuerpo, y ve el santo lugar donde fue curada. Ahí es donde se alza el altar en el que la gracia fue otorgada, y donde se encuentra. Ofrécele, pues, gracia y bendiciones a tu hermano, pues te encuentras en el mismo altar donde se os otorgó la gracia a ambos. (...)
En el instante santo tú y tu hermano os encontráis ante el altar que Dios se ha erigido a Sí Mismo y a vosotros dos. (T.19.I.13.1-4; 14.1) (Pág. 446)
(2.2) Sólo mediante la gracia pueden desaparecer el odio y el miedo, pues la gracia da lugar a un estado tan opuesto a todo lo que el mundo ofrece, que aquellos cuyas mentes están iluminadas por el don de la gracia no pueden creer que el mundo del miedo sea real.
Una vez más: no puedes reclamar la gracia hasta que te hayas preparado para ella. Ella es la respuesta al ego, pues en el estado de gracia el mundo de odio y miedo desaparece mientras que el Amor de Dios es reflejado en el mundo real. Sin embargo, no es la gracia lo que has de pedir, sino la ayuda para alcanzar ese santo estado, lo cual logras al mirar de una manera diferente el mundo y tus relaciones, tal como leemos ahora:
(3.1-3) La gracia no es algo que se aprende. El último paso tiene que ir más allá de todo aprendizaje. La gracia no es la meta que este curso aspira a alcanzar.
Se nos enseña a perdonar, y la gracia llega después. Por lo tanto aprendemos a perdonar, y experimentamos la gracia —el mundo real— mientras Dios da el último paso. El lector recordará estas dos declaraciones que reflejan el objetivo del Curso —la paz—, el cual se logra por medio del perdón:
El conocimiento no es la motivación para aprender este curso. La paz lo es. La paz es el requisito previo para alcanzar el conocimiento, simplemente porque los que están en conflicto no están en paz, y la paz es la condición necesaria para el conocimiento porque es la condición del Reino. El conocimiento sólo puede ser restituido cuando satisfaces sus condiciones. (T.8.I.1.1-4) (Pág. 153)
No olvides que la motivación de este curso es alcanzar y conservar el estado de paz. En ese estado la mente se acalla y se alcanza la condición en la que se recuerda a Dios. (T.24.introd.1.1-2) (Pág. 559)
(3.4-5) No obstante, nos preparamos para ella en el sentido de que una mente receptiva puede oír la Llamada a despertar. Dicha mente no se ha cerrado completamente a la Voz de Dios.
Cuando en un principio hicimos nuestra decisión de ir contra el Espíritu Santo, lo que hicimos fue rechazar Su verdad, absolutamente convencidos de que éramos nosotros los que estábamos en lo cierto. Esto nos llevó a la actual situación, nuestro actual convencimiento acerca de nuestros problemas y de todo lo que tenemos que hacer para defendernos de ellos. Así que una mente abierta comienza diciendo: "No entiendo nada, ni sé quién soy. Pero gracias a Dios que hay Alguien dentro de mí que sí sabe, Cuyo Amor me enseñará a recordar mi Identidad y olvidar la amarga ilusión que hice de mí mismo y del mundo". ¿Qué estudiante de Un Curso de Milagros puede olvidar estas líneas tan frecuentemente citadas?:
No sé lo que soy, por lo tanto, no sé lo que estoy haciendo, dónde me encuentro, ni cómo considerar al mundo o a mí mismo. Sin embargo, con esta lección nace la salvación. Y lo que tú eres te hablará de Sí Mismo. (T.31.V.17.7-9) (Pág. 744)
La mentalidad abierta es la última de las características de los maestros avanzados de Dios, y está relacionada con la ausencia de juicios, del prototípico juicio que consiste en creer que nosotros teníamos razón y la Voz de Dios estaba equivocada:
La mentalidad abierta procede de una ausencia de juicios. De la misma manera en que los juicios cierran la mente impidiéndole la entrada al Maestro de Dios, de igual modo la mentalidad abierta lo invita a entrar. De la misma manera en que la condenación juzga al Hijo de Dios como malvado, de igual modo la mentalidad abierta permite que sea juzgado por la Voz de Dios en Su Nombre. (M.4.X.1.2-4) (Pág. 17)
(3.6) Se ha dado cuenta de que hay cosas que no sabe, y, por lo tanto, está lista para aceptar un estado completamente diferente de la experiencia con la que se siente a gusto por resultarle familiar.
Esa experiencia es especialismo [deseo de ser especial], conflicto, juicio y enfermedad. Sin embargo sólo necesitamos una pequeña voluntad de ser conscientes de que no lo sabemos todo, la cual es todo lo que Jesús necesita para entrar en nuestras mentes y corregir nuestros pensamientos equivocados.
(4.1) Tal vez parezca que estamos contradiciendo nuestra afirmación de que el momento en que la revelación de que el Padre y el Hijo son Uno ya se ha fijado.
Esto se refiere a la lección 158, donde Jesús nos dice que el momento en el que ha de llegar la revelación ya está fijado, pero ahora hará hincapié en nuestra necesidad de elegirlo. Como en otras partes de Un Curso de Milagros, Jesús nos permite saber que es posible usar sus palabras de formas aparentemente contradictorias. Sin embargo, él ahora explica que no hay contradicción cuando entendemos los diferentes niveles en los que él habla:
(4.2) Pero hemos dicho también que la mente es la que determina cuándo ha de ocurrir ese momento, y que ya lo ha determinado.
Hay una parte de nuestra mente que ya ha aceptado la Expiación. Cuándo decidiremos aceptar esa aceptación es nuestra elección. El "guión de la salvación" ya está escrito, como veremos en seguida, y por lo tanto nosotros elegimos —a nivel de la mente que está fuera del tiempo y del espacio— cuándo experimentar la decisión que ya ha sido efectuada. Un popular dicho cristiano contiene la misma paradoja: la salvación está aquí, pero aún no; la salvación está aquí porque Jesús está presente entre nosotros, pero aún no porque nosotros todavía no le hemos elegido. Usando como analogía las cintas de vídeo [hoy día quizás se diría: los DVD], podemos entender que hay una cinta de vídeo en la que el Padre y el Hijo son experimentados como uno: la aceptación de la Expiación. Esa cinta de vídeo está en la librería de nuestra mente como un recuerdo. Una vez más: cuándo decidimos reproducir [recordar, rememorar] esa cinta depende de nosotros. Por lo tanto Jesús no se contradice: la Expiación está aquí, pero aún no.
(4.3) Te exhortamos, no obstante, a que des testimonio de la Palabra de Dios para hacer que la experiencia de la verdad llegue más pronto y para acelerar su advenimiento a toda mente que reconozca los efectos de la verdad en ti.
Una vez más Jesús nos dice: "El mundo se ha acabado y en realidad nunca ocurrió, sin embargo tú crees que estás dormido dentro del sueño. ¿Por qué seguir retrasando la felicidad de despertar; por qué esperar al Cielo?" (L.188)
El siguiente párrafo [y los que le siguen] es importante, tanto por ser una declaración de la Unicidad no-dual de Dios como porque Jesús nos dice que de ninguna manera podemos entender eso:
(5.1-5) La Unidad es simplemente la idea de que Dios es. Y en Su Ser, Él abarca todas las cosas. Ninguna mente contiene nada que no sea Él. Decimos "Dios es", y luego guardamos silencio, pues en ese conocimiento las palabras carecen de sentido. No hay labios que las puedan pronunciar, ni ninguna parte de la mente es lo suficientemente diferente del resto como para poder sentir que ahora es consciente de algo que no sea ella misma.
En el Cielo no hay conciencia separada: no hay un Hijo distinto del Padre y que se experimente a sí mismo en relación con Dios, ni tampoco hay un Dios distinto de Su Hijo que se experimente a Sí Mismo en relación con Su creación. Dios y Cristo no son dos seres distintos en el Cielo. Ellos son Uno. Jesús usa estas palabras dualistas para simbolizar la realidad no dualista del Amor de Dios. Recordemos este pasaje sobre la Trinidad:
Puesto que crees estar separado, el Cielo se presenta ante ti como algo separado también. No es que lo esté realmente, sino que se presenta así a fin de que el vínculo que se te ha dado para que te unas a la verdad pueda llegar hasta ti a través de lo que entiendes. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son Uno, de la misma manera en que todos tus hermanos están unidos en la verdad cual uno. Cristo y Su Padre jamás han estado separados, y Cristo mora en tu entendimiento, en aquella parte de ti que comparte la Voluntad de Su Padre. El Espíritu Santo es el vínculo entre la otra parte —el diminuto y alocado deseo de estar separado, de ser diferente y especial— y el Cristo, para hacer que la unicidad le resulte clara a lo que es realmente uno. En este mundo esto no se entiende, pero se puede enseñar. (T.25.I.5) (Pág. 584)
No hay manera de que nosotros podamos entender esa "Unicidad unida cual Una" (T.25.I.7.1) [en UCDM se tradujo "Oneness" a veces por "Unidad" y a veces por "Unicidad"; en este caso podríamos también decir: "Unidad unida como Una"], y por lo tanto Jesús habla de la Divinidad en el lenguaje trinitario tradicional. Sin embargo, él quiere que entendamos que esto es un mero conjunto de símbolos que están "doblemente alejados de la realidad" (M.21.1.10), y que por lo tanto no son la realidad. No obstante, estos símbolos sirven para el útil propósito de llevarnos más allá de la experiencia de la dualidad —la mentalidad recta corrigiendo a la mentalidad errada— hasta la verdad no dualista de la viviente Unidad del Cielo (y nuestra).
(5.6-7 y 6.1) Se ha unido a su Fuente, y al igual que Ella, simplemente es. No podemos hablar, escribir y ni siquiera pensar en esto en absoluto.
Jesús nos dice —y lo dirá de nuevo en esta lección— que no va a entrar en detalles sobre esta verdad porque no podríamos entenderla. Por lo tanto él se enfoca en hablarnos de lo que podemos entender —cómo podemos despertar del sueño de la dualidad— y usa los símbolos para referirse a una realidad que no es necesario que nosotros comprendamos:
Todavía estás convencido de que tu entendimiento constituye una poderosa aportación a la verdad y de que hace que ésta sea lo que es. Mas hemos subrayado que no tienes que comprender nada. La salvación es fácil de alcanzar precisamente porque no te pide nada que no puedas dar ahora mismo. (T.18.IV.7.5-7) (Pág. 425)
Lo único que necesitamos es aprender a perdonar, y el amoroso perdón refleja la voluntad de "mostrarse" que es intrínseca a sí mismo. Y entonces nosotros sabremos [recordaremos/reconoceremos el conocimiento, la verdad].
(6.2) Pues aflorará en toda mente cuando el reconocimiento de que su voluntad es la de Dios se haya dado y recibido por completo.
Cuando nos damos cuenta de que dar y recibir son lo mismo, y hemos aceptado la totalidad que Dios ha dado, experimentamos Su gracia. Por consiguiente estamos en el mundo real, después del cual, digámoslo una vez más, el mundo desaparece y volvemos a la Unidad que "llega a cada mente".
(6.3) Ello hace que la mente retorne al eterno presente, donde el pasado y el futuro son inconcebibles.
No existe el pasado ni el futuro, únicamente el eterno Amor de Dios. Volviendo al "The Shining Instant" ["El instante resplandeciente"], de Helen, ahí podemos leer "the endless present" ["el eterno presente"]:
Acaricia este instante. Todo el tiempo está insertado
dentro de sus límites. El pasado no pudo sino conducirnos
a este previsto momento. El futuro aún
no ha nacido, y es silencioso
como una palabra inexpresada. Busca en su lugar el espacio eterno
de la intemporalidad.
(The Gifts of God, p. 74)
(6.4-7) El eterno presente yace más allá de la salvación; más allá de todo pensamiento de tiempo, del perdón y de la santa faz de Cristo. El Hijo de Dios simplemente ha desaparecido en su Padre, tal como su Padre ha desaparecido en él. El mundo jamás ha tenido lugar. La eternidad permanece como un estado constante.
Antes de que completemos nuestras lecciones de perdón y recordemos la perfecta Unidad, aprendemos a experimentar su reflejo; esto lo aprendemos al no ver a otros con intereses separados [distintos, en conflicto] de los nuestros. Cuando se entiende este singular principio de la salvación y se generaliza a todas las relaciones, el mundo de la separación desaparece, Dios da el último paso y nosotros desaparecemos en Él como Él desaparece en nosotros: un Hijo, un Padre, un Ser. En el Texto, Jesús nos exhorta a compartir su visión de la unidad de la Filiación:
Unámonos para derramar bendiciones sobre el mundo del pecado y de la muerte. Pues lo que puede salvar a cualquiera de nosotros puede salvarnos a todos. No hay diferencias entre los Hijos de Dios. (...)
Tu Nombre ancestral es el de todos ellos, tal como el de ellos es el tuyo. (...) Un milagro no puede cambiar nada en absoluto. Pero puede hacer que lo que siempre ha sido verdad sea reconocido por aquellos que lo desconocen; y mediante este pequeño regalo de verdad se le permite a lo que siempre ha sido verdad ser lo que es, al Hijo de Dios ser él mismo y a toda la creación ser libre para invocar el Nombre de Dios cual Una sola. (T.26.VII.19.3-5; 20.1,4-5) (Pág. 627)
(7.1) Esto está más allá de la experiencia que estamos tratando de acelerar.
La palabra "Esto" se refiere a todo lo que Jesús describe en el párrafo anterior. La experiencia que Jesús aceleraría es la consecución del mundo real, que completa el proceso de perdón. Lo que está más allá de esta experiencia —la realidad y la eternidad— él no puede comunicárnoslo en palabras.
(7.2) No obstante, cuando se enseña y se aprende lo que es el perdón, ello trae consigo experiencias que dan testimonio de que el momento en que la mente misma decidió abandonarlo todo excepto esto, está por llegar.
El perdón está compuesto por los pasos que Jesús nos pide que demos hasta alcanzar el mundo real y, lo decimos una vez más, elegir la cinta de vídeo en la cual recordamos la unidad de Padre e Hijo: nuestro objetivo de aceptar la Expiación. La total unicidad de la realidad, cuando Dios da el último paso, está más allá de lo que Un Curso de Milagros debiera enseñar.
(7.3) No es que realmente lo podamos acelerar, toda vez que lo que vas a ofrecer es algo que simplemente se había ocultado de Aquel que enseña el significado del perdón.
No aceleramos ese momento, en tanto que sabemos que un día ofreceremos a nuestro Maestro del perdón lo que Le habíamos ocultado —y así aceptaremos la Expiación. Nuestro "yo especial", que busca mantener fuera del alcance del Espíritu Santo los lugares de oscuridad que nos "protegen" [nos mantienen separados] de la verdad, todavía teme el último paso, lo cual refleja nuestra necesidad de retener nuestra individualidad y nuestras defensas, lo cual será tratado en la próxima lección. Jesús nos pide que tengamos paciencia con nosotros mismos, pues él no nos está coaccionando para que hagamos lo que aún tememos. Puede que recuerdes estas reconfortantes líneas del Texto:
No temas que se te vaya a elevar y a arrojar abruptamente a la realidad. El tiempo es benévolo, y si lo usas en beneficio de la realidad, se ajustará al ritmo de tu transición. (T.16.VI.8.1-2) (Pág. 384)
Jesús no nos empuja a aceptar lo que tememos. Así es como sabemos que él es Jesús.
(8.1) Todo aprendizaje ya se encontraba en Su Mente, consumado y completo.
La aceptación de la Expiación ya ha ocurrido, enteramente presente en nuestras mentes a través del Espíritu Santo. El problema es que nosotros todavía no hemos elegido aceptarla. Sin embargo, cuando lo hacemos, ella está ahí; digámoslo una vez más: la salvación está aquí, pero aún no.
(8.2) Él reconoció todo lo que el tiempo encierra, y se lo dio a todas las mentes para que cada una de ellas pudiera determinar, desde una perspectiva en la que el tiempo ha terminado, cuándo ha de ser liberada para la revelación y la eternidad.
Esta lección es complementaria con la Lección 158, como hemos señalado en las referencias a esa lección. Como recordarás, Jesús habló del "guión" como algo ya escrito —tanto el del ego como el de la corrección del Espíritu Santo— y por lo tanto nosotros simplemente estamos revisando mentalmente lo que ya ha ocurrido; reproduciendo antiguas cintas de vídeo. Cuándo vamos a aceptar el vídeo de "la aceptación de la Expiación" es decisión nuestra. Como Jesús nos dice en la introducción al Texto:
Tener libre albedrío no quiere decir que tú mismo puedas establecer el plan de estudios. Significa únicamente que puedes elegir lo que quieres aprender en cualquier momento dado. (T.introd.1.4-5; letras en cursiva omitidas)
A eso es a lo que Jesús hace referencia aquí: al "tomador de decisiones" —fuera del tiempo y del espacio— que elige para escoger su identificación —el ego o el Espíritu Santo, cuyos dos sistemas de pensamiento, una vez más, son completos y están completados. Esta comprensión nos permite mantenernos en la perspectiva de la mente recta a medida que avanzamos a través de nuestras clases diarias de relaciones especiales. Saber que el guión está terminado nos ayuda a no tomarnos tan en serio los eventos que antes tanto nos preocupaban. Jesús continúa en la misma línea:
(8.3) Hemos repetido en varias ocasiones que no haces sino emprender una jornada [un viaje] que ya concluyó.
El viaje a casa es "un viaje sin distancia hacia una meta que nunca ha cambiado" (T.8.VI.9.7). En un momento veremos, de nuevo, que no hay manera de que nosotros podamos entender esto —un tema relevante de la lección. Es importante, sin embargo, que al menos reconozcamos qué es lo que no entendemos, y que reconozcamos también que, lo que pensamos haber entendido, en realidad no tiene sentido. Esto es el comienzo de la humildad, lo que nos permite partir hacia nuestro destino de retorno a casa, esa "jornada que ya concluyó" [o ese "viaje que ya está hecho"].
(9.1) Pues la unidad no puede sino encontrarse aquí.
La unidad no puede ser comprometida ni perdida. Sin embargo el ego nos dice que, para poder lograr nuestra existencia separada, la Unidad fue destruida. En nuestros sueños, de hecho, hemos vagabundeado por la lejana tierra de la individualidad, pero la Unidad de la Divinidad —Dios en uno [siendo uno] con Cristo— nunca ha cambiado. Recordemos esta hermosa apertura de El Canto de la Oración:
La oración es el mayor regalo con el que Dios bendijo a Su Hijo cuando lo creó. Ya era entonces aquello que habría de llegar a ser, la única voz que el Creador y la creación comparten; el canto que el Hijo entona al Padre, Quien le devuelve las gracias que el canto Le brinda. La armonía es perpetua, y perpetua es también la gozosa concordia de amor que eternamente Ambos se profesan el Uno al Otro. (...) El amor que comparten es lo que toda oración habrá de ser por toda la eternidad, cuando al tiempo le llegue su fin. Porque así era antes de que el tiempo pareciese existir. (...) Lo que Dios creó uno debe reconocer su unidad, y alegrarse de que lo que las ilusiones parecían separar es uno por siempre en la Mente de Dios. (O.1.introd.1.1-3,7-8; 2.3) (Pág. 7)
Lo que nunca sucedió no ha sucedido. Por lo tanto la culpa y el miedo son infundados y no hay necesidad de defensas. El reconocimiento de este hecho feliz es el núcleo del perdón.
(9.2) Sea cual sea el momento que la mente haya fijado para la revelación ello es completamente irrelevante para lo que no puede sino ser un estado constante, eternamente como siempre ha sido, y como ha de seguir siendo eternamente.
La eternidad está siempre presente, y totalmente inafectada por el sueño del tiempo —unos pocos minutos o unos pocos miles de millones de años no suponen ninguna diferencia para una ilusión:
¿Qué son cien años para Ellos [Dios y Cristo], o mil, o cientos de miles? Cuando Ellos llegan, el propósito del tiempo se consuma. Lo que nunca tuvo lugar desaparece en la nada cuando Ellos llegan. (T.26.IX.4.1-3) (Pág. 631)
Por lo tanto, cualquiera que sea el momento que la mente ha fijado es irrelevante, pues nuestra decisión de recordar la verdad debe ser una decisión ilusoria, ya que nunca la dejamos [nunca sucedió que abandonásemos a la verdad]. Estas ideas deberían ser un gran consuelo, puesto que nos dicen que a pesar del incómodo malestar de nuestras vidas, ellas siguen siendo parte de un sueño. Jesús no nos exige que aceptemos esto ahora, sólo nos dice que nos sentiremos mejor si lo hacemos —pero no hay prisa. De hecho, en cualquier momento que experimentamos a Jesús, el Espíritu Santo o incluso Dios presionándonos, podemos estar seguros de que en realidad se trata de nuestro ego. Pasajes como este dejan claro que el tiempo que se tarda en elegir la verdad no es relevante. Por lo tanto, ¿por qué Ellos iban a convertir en un asunto importante lo que en realidad es irrelevante? La urgencia que pudiéramos sentir procede de nuestro dolor y desasosiego —la necesidad del ego de hacer real la ilusion.
(9.3) Nosotros simplemente asumimos el papel que se nos asignó hace mucho, y que Aquel que escribió el guión de la salvación en el Nombre de Su Creador y en el Nombre del Hijo de Su Creador, reconoció como perfectamente realizado.
En "El pequeño obstáculo" Jesús habla de "el brevísimo lapso de tiempo" —el instante ontológico durante el cual la separación pareció ocurrir— que contiene todos los errores que resultaron de ese brevísimo lapso. De hecho, el holograma completo del tiempo y el espacio se encuentra en ese instante original, el cual incluye también la corrección y todas las formas de perdón que resultaron de eso —el antiguo guión del ego y su deshacimiento mediante el guión corrector de la salvación:
El tiempo tan sólo duró un instante en tu mente, y no afectó a la eternidad en absoluto. Y así es todo tiempo pasado; y todo permanece exactamente como era antes de que se construyese el camino que no lleva a ninguna parte. El brevísimo lapso de tiempo en el que se cometió el primer error —en el que todos los demás errores están contenidos— encerraba también la Corrección de ese primer error y de todos los demás que partieron de él. Y en ese breve instante el tiempo desapareció, pues eso es lo que jamás fue. Aquello a lo que Dios dio respuesta ha sido resuelto y ha desaparecido. (T.26.V.3.3-7) (Pág. 618)
Estos guiones son "el papel que se nos asignó hace mucho". No es que Dios o el Espíritu Santo asignaran estos papeles. Somos nosotros quienes cometimos el error de establecer una relación especial con Dios, y a continuación fragmentándola en las relaciones especiales de nuestra vida personal. El pensamiento corrector de la Expiación está presente en nuestras mentes también, y su guión de salvación deshace la descabellada idea que tiene el ego acerca de la verdad. Simplemente aceptamos un aula que nosotros mismos establecimos, y ahora elegimos a un Maestro diferente para que nos instruya. Una vez más: nadie nos obliga a aprender. Lo único que Jesús espera es convencernos de nuestra miseria, la cual seguirá en pie mientras continuemos retrasando aprender su perdón —nuestro papel asignado en el guión de la salvación.
(10.1) No hay necesidad de clarificar más lo que nadie en el mundo puede entender.
Aquí tenemos otro ejemplo de Jesús rociándonos con perlas metafísicas y a continuación diciéndonos que nunca las entenderemos, al no haber modo alguno de que la mente separada pueda comprender la ilusión del tiempo, y ya no digamos la realidad intemporal. Sin embargo podemos entender —tal como él nos dirá unas líneas más adelante en esta misma lección— cómo perdonar y elegir dentro del sueño de una manera diferente. Enseñarnos a hacer esto es el único propósito y la única meta de Un Curso de Milagros.
(10.2) Cuando la revelación de tu unidad tenga lugar, lo sabrás y lo comprenderás plenamente.
Hasta entonces, sin embargo, no conocerás la unidad, y desde luego que no la entenderás. No obstante, lo único que se requiere es nuestra disposición para ser enseñados. Por consiguiente Jesús vuelve a su tema principal del perdón y de nuestro "trabajo" de perdonar nuestras relaciones especiales:
(10.3-4) Pero por ahora aún nos queda trabajo por hacer, pues aquellos que se encuentran en el tiempo pueden hablar de cosas que están más allá de él, y escuchar palabras que explican que lo que ha de venir ha pasado ya. Mas ¿qué significado pueden tener dichas palabras para los que todavía se rigen por el reloj, y se levantan, trabajan y se van a dormir de acuerdo con él?
Eso nos incluye a todos, pues habitamos un mundo de espacio, gobernado por el tiempo: nos sentimos cansados en determinados momentos, hambrientos en otros; marcamos las etapas de desarrollo del cuerpo mediante períodos de tiempo claramente delimitados. De hecho, aquí todo se rige por el reloj. Nos guste o no, es así como el mundo y el cuerpo están configurados, y como el universo sigue existiendo. Por lo tanto, mientras sigamos identificados con el cuerpo, ¿cómo podríamos jamás entender la naturaleza no-lineal e ilusoria del tiempo?
(11.1) Baste, pues, con decir que para desempeñar tu papel aún te queda trabajo por hacer.
No es importante entender la metafísica, pero es importante aprender las lecciones que están basadas en esta metafísica, pues así es como volvemos a casa.
(11.2) El final seguirá siendo nebuloso para ti hasta que hayas desempeñado por completo tu papel.
Es por eso por lo que Un Curso de Milagros no es sobre el amor, Dios, o el Cielo —Ellos son el fruto final, el cual sigue siendo oscuro para nosotros—, sino que el Curso va sobre el deshacimiento de la culpa por medio del perdón, lo cual está al alcance de nuestro aprendizaje.
(11.3-4) Pero eso no importa, pues tu papel sigue siendo el pilar sobre lo que todo lo demás descansa.
Una lección posterior se titula "De mí depende la salvación del mundo" (L.186), comprensible cuando recordamos que somos el único Hijo de Dios. Jesús no quiere decir que nosotros como individuos especiales seamos los responsables de la salvación del mundo, la cual reside únicamente dentro de la única mente del Hijo. Creemos que somos fragmentos separados, pero cuando nuestras mentes son sanadas reconocemos nuestra inherente unidad, y nos damos cuenta de que el universo físico es sólo una proyección del pensamiento de separación. Esta comprensión incluye nuestra función en la Expiación, nuestro papel en su "plan" para salvar al mundo.
(11.5) Conforme asumas el papel que se te encomendó, la salvación se acercará un poco más a cada corazón inseguro cuyo latir no esté aún en sintonía con Dios.
Esto pasa a ser un tema importante en el resto de la lección, tal como lo ha sido a lo largo del Libro de ejercicios y de Un Curso de Milagros mismo. Cuando nuestras mentes son sanadas en el instante santo, nos convertimos en un faro de luz que brilla en la mente de la Filiación, recordando a los otros aparentes fragmentos que pueden elegir como nosotros. Estos son los corazones inseguros que entonan notas discordantes y laten a ritmos distantes que no están en armonía con Dios.
(12.1) El perdón es el eje central de la salvación, pues hace que todos sus aspectos tengan una relación significativa entre sí, dirige su trayectoria y asegura su resultado.
Por consiguiente el perdón unifica nuestra experiencia: sin él, nada tiene sentido aquí; con él, el mundo se transforma en el aula en la que aprendemos las lecciones de la vida eterna. Nuestro especialismo, forjado para odiar, matar y morir, se convierte así en la fuente de nuestro despertar al amor:
Dios dispuso que el especialismo que Su Hijo eligió para hacerse daño a sí mismo fuese igualmente el medio para su salvación desde el preciso instante en que tomó esa decisión. Su pecado especial pasó a ser su gracia especial. Su odio especial se convirtió en su amor especial. (T.25.VI.6.6-8) (Pág. 596)
El Espíritu Santo necesita que desempeñes tu función especial, de modo que la Suya pueda consumarse. (...) Ésta es la función que se te encomendó con respecto a tu hermano. Acéptala dulcemente de la mano de tu hermano, y deja que la salvación se consume perfectamente en ti. Haz sólo esto y todo se te dará. (T.25.VI.7.1,8-10) (Págs. 596 y 597)
El "todo" que se nos dará es la gracia.
(12.2) Y ahora pedimos que se nos conceda la gracia, el último regalo [o: el regalo final] que la salvación puede otorgar.
Hemos visto que la gracia llega después de que aprendemos nuestras lecciones; es el último remanente de la experiencia dentro del sueño, lleno del reflejo del amor. Nuestro amable perdón de los demás y de nosotros mismos permite que este regalo final —de la visión de la gracia— llegue a nosotros y a la Filiación.
La gracia de Dios descansa dulcemente sobre los ojos que perdonan, y todo lo que éstos contemplan le habla de Dios al espectador. Él no ve maldad, ni nada que temer en el mundo o nadie que sea diferente de él. Y de la misma manera en que ama a otros con amor y con dulzura, así se contempla a sí mismo. Él no se condenaría a sí mismo por sus propios errores tal como tampoco condenaría a otro. No es un árbitro de venganzas ni un castigador de pecadores. La dulzura de su mirada descansa sobre sí mismo con toda la ternura que les ofrece a los demás. Pues sólo quiere curar y bendecir. Y puesto que actúa en armonía con la Voluntad de Dios, tiene el poder de curar y bendecir a todos los que contempla con la gracia de Dios en su mirada. (T.25.VI.1) (Pág. 595)
(12.3) La experiencia que la gracia proporciona es temporal, pues la gracia es un preludio del Cielo, pero sólo reemplaza a la idea de tiempo por un breve lapso.
La gracia no acaba con el mundo, pero conduce al "breve lapso" del instante santo, presagiando [o: preludiando, anunciando] el Cielo.
(13.1-2) Mas ese lapso es suficiente. Pues ahí es donde se depositan los milagros, que tú has de devolver de los instantes santos que recibes a través de la gracia que experimentas, a todos los que ven la luz que aún refulge en tu faz.
Esta idea se explica con más detalle en la lección 184. Nuestra función —incluso dentro de nuestra experiencia en un mundo espacial y temporal— es adentrarnos en el tranquilo lugar de nuestra mente donde está Jesús. Y una vez rebosantes de su paz, llevamos nuestra atención al mundo, pero ahora lo vemos desde una nueva perspectiva. La luz irradia desde este instante santo de mentalidad recta, y aunque algunos pueden no aceptarla, no pueden dejar de responder a lo que ellos perciben como algo nuevo y diferente en nosotros.
(13.3) ¿Qué es la faz de Cristo sino la de aquel que se adentró por un momento en la intemporalidad y al volver trajo consigo —para bendecir al mundo— un claro reflejo de la unidad que experimentó allí?
"La faz de Cristo" simboliza la inocencia del Hijo de Dios. Lo que se nos pide en Un Curso de Milagros es vivir en el mundo, pero dándonos cuenta de que no somos de él [en realidad tampoco estamos en él, pero lo que Ken quiere remarcar aquí es que no pertenecemos a la apariencia de mundo que percibimos, aunque no negamos que en efecto lo percibimos; de ahí que remarque la palabra "de" —en inglés "of"— con letras en cursiva, para indicar que nos percibimos como cuerpos en el mundo pero que en realidad no formamos parte de él, pues nuestra verdadera patria es el Cielo, el Cual será nuestra experiencia cuando completemos nuestras lecciones de perdón y Dios dé "el último paso". Pero para todo esto, primero tenemos que perdonar, y este proceso parecemos hacerlo inmersos en el mundo, pues durante el proceso de perdón todavía nos percibimos como un cuerpo en el mundo, lo cual no debemos negar pues es nuestra aparente situación actual, de la cual saldremos mediante el perdón]. El reto de ser un estudiante del Curso es restar importancia a lo que parece ser importante y valioso aquí, y hacer hincapié en lo que es verdaderamente valioso: la perdonadora Presencia del Espíritu Santo en nuestras mentes. Así somos capaces de estar plenamente para otros [capaces de funcionar en el mundo y seguir cumpliendo con nuestras interacciones con los demás], pero de una manera diferente [con la inspiración interior del Espíritu Santo como Guía]. En lugar de ser una sombra [o proyección] de odio, separación y ataque, reflejamos la intemporal paz del amor. Por lo tanto lo que se nos pide, junto a nuestro hermano, es iluminar el oscurecido mundo [o: "el mundo en penumbra"] con la brillante luz del perdón y el Amor de Cristo:
Y así, tú y tu hermano os encontráis ahí en ese santo lugar, ante el velo de pecado que pende entre vosotros y la faz de Cristo. ¡Dejad que sea descorrido! ¡Descorredlo juntos! Pues es sólo un velo lo que se interpone entre vosotros. (...) Piensa en lo que os espera después: el Amor de Cristo iluminará vuestros rostros e irradiará desde ellos a un mundo en penumbra y con necesidad de luz. Y desde este santo lugar Él regresará con vosotros, sin irse de él y sin abandonaros. Os convertiréis en Sus mensajeros, al restituirlo a Él a Sí Mismo. (T.22.IV.3.1-3,6-9) [Según la numeración en inglés de las frases, pues en la traducción al español 1ª edición hubo error al numerar las frases de ese párrafo]
(13.4) ¿Cómo podrías llegar a alcanzarla para siempre, mientras una parte de ti se encuentre afuera, ignorante y dormida, necesitada de que tú des testimonio de la verdad?
Jesús nos invita a considerar cómo podríamos volver a casa durante nuestra identificación con una parte separada de nuestra mente, la cual se manifiesta como un cuerpo. El "tú" al cual él apela [el "tú" al que Jesús le habla] —"necesitado/a de que tú des testimonio de la verdad"— es la parte de la mente que podemos llamar el "tomador de decisiones", que está conectado con el Espíritu Santo, y el cual está reflejado en tu existencia mundana. Sin embargo, no hay forma de que podamos retornar al "lugar" sin forma de la intemporalidad mientras sigamos identificándonos con un cuerpo arraigado en el espacio y el tiempo.
(14.1-2) Siéntete agradecido de poder regresar, de la misma manera en que te alegró ir por un instante, y acepta los dones que la gracia te otorgó. Es a ti mismo a quien se los traes.
Ten cuidado de no caer en una actitud de egoísmo espiritual, en el que sólo te preocupas de tus maravillosas experiencias espirituales [literalmente dice: "de tus maravillosas experiencias de la presencia de Jesús"], las cuales querrías reservar exclusivamente para ti mismo. Si haces eso, no es su presencia [de Jesús, o de lo auténticamente divino] lo que experimentaste. Al ser real, su amor no-exclusivo tiene que ser extendido, y esto es lo que Jesús nos señala aquí: nuestro ser es el ser del único Hijo de Dios.
Por lo tanto deberías estar agradecido de estar en el mundo, ya que habrás aprendido que no estás en el mundo separado —el del especialismo y los cuerpos. De este modo ya no seguirás detestando estar aquí, porque tu cuerpo servirá a un diferente propósito: recordar a tus hermanos y hermanas que ellos simplemente cometieron un error, y que pueden volver a casa con sólo cambiar de mentalidad. Esto a su vez refuerza ese mismo cambio en ti mismo, basado en un cambio de actitud que consiste en identificarte menos con tu ser corporal y más con el Pensamiento del Amor de Dios que eres verdaderamente. Este cambio no ocurre de la noche a la mañana [no sucede repentinamente], pero tu experiencia en el mundo comienza a cambiar. En lugar de sentirte aprisionado en el cuerpo, ves el mundo como un aula en la cual te conviertes en un reflejo y extensión de tu Maestro, al mismo tiempo que aprendes de Él. Este es el foco de la aplicación de Un Curso de Milagros en general, y de estas lecciones en particular.
(14.3) Y la revelación no está muy lejos.
Esto refleja la fórmula ya mencionada de Un Curso de Milagros: ves la faz de Cristo en tu hermano y recuerdas a Dios. A medida que aprendemos a ver la cara [la faz, el rostro] inocente de los demás, la vemos en nosotros mismos. Así es deshecho el sistema de pensamiento del ego, de modo que permitimos que Dios dé el último paso mientras recordamos Su Amor. Ese es el significado de "la revelación no está muy lejos". Tal como Jesús dice en el Texto:
La faz de Cristo se ve antes de que el Padre se pueda recordar, pues Éste permanece en el olvido hasta que Su Hijo haya llegado más allá del perdón hasta el Amor de Dios. El Amor de Cristo, no obstante, se acepta primero. Y entonces aflora el conocimiento de que Ambos son uno. (T.30.V.7.5-8) (Pág. 717) [La palabra final puede escribirse también Uno en mayúscula, pues en ACIM inglés escribieron "one" en la 2ª edición pero lo cambiaron a mayúscula en la 3ª edición, acabando esa frase con "(...) They are One"].
(14.4-6) Su llegada es indudable. Pedimos que se nos conceda la gracia y la experiencia que procede de ella. Damos la bienvenida a la liberación que les ofrece a todos.
La experiencia no ofrece la liberación sólo para mí. Si soy verdaderamente liberado, lo cual significa que estoy liberado del sistema de pensamiento de la separación, todo el mundo debe estar liberado también, porque el Hijo de Dios es uno. Una vez más, esto no puede ser entendido desde una perspectiva fragmentada tal como la que nosotros tenemos aquí, sino sólo cuando suspendemos nuestra creencia en la separación y nos damos cuenta de la naturaleza de plenitud de la verdad.
(14.7-9) No estamos pidiendo lo que no se puede pedir. No tenemos nuestras miras puestas en aquello que está más allá de lo que la gracia puede conceder. Pues eso lo podemos dar con la gracia que se nos ha concedido.
Damos la gracia porque la hemos aceptado en el interior de nosotros mismos, y no nos hemos saltado los pasos del perdón que nos conducen a casa.
(15) Nuestro objetivo de aprendizaje de hoy no excede lo que expresa esta plegaria. Mas ¿qué puede haber en el mundo que sobrepase lo que en este día le pedimos a Aquel que nos concede la gracia que pedimos, tal como se le concedió a Él?
Por la gracia vivo. Por la gracia soy liberado.
Por la gracia doy. Por la gracia he de liberar.
Dar y recibir son lo mismo, y nosotros no pedimos sino lo que ya se encuentra presente en nosotros. Por lo tanto pedimos ayuda para aceptar el medio que nos permite aceptar la verdad que ya está aquí. El medio para lograr esta aceptación es el perdón, el cual es el propósito de ésta y de cada una de las lecciones que Jesús quiere que aprendamos y enseñemos.
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Fuente: Journey Through the Workbook of a Course in Miracles, de Ken Wapnick.
Índice de capítulos traducidos en este blog, aquí: link-indice.
Muchas gracias, es esclarecedor.
ResponderEliminarMuy aclarador. Se ve mas profundo y evidente. Muchas gracias
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