LA MENTE CORRECTA: EL HOGAR DE LA CORRECCIÓN
Kenneth Wapnick
El tomador de decisiones: la sede del destino
Una confusión común en muchos estudiantes de Un Curso de Milagros concierne a cuando pedimos ayuda a Jesús o al Espíritu Santo; o, para decirlo de otra manera, qué significa estar en la mente correcta. Nuestros problemas cotidianos y nuestras preocupaciones concretas nos parecen tan apremiantes, y la aparente invitación que hace Jesús en el Curso a ayudarnos con ellos es tan persuasiva, que casi no podemos dejar de pedir ayuda para resolverlos. Y, de hecho, hay algunos pasajes de su Curso que pueden ser malinterpretados en el sentido de que realmente deberíamos pedirle a él o al Espíritu Santo en busca de tal tipo de ayuda concreta [¡Y una lección del Libro de ejercicios incluso menciona a Dios en este sentido! (L.71.9)]. Sin embargo, si estas referencias son tomadas fuera de contexto, contradicen directamente el mensaje central de Un Curso de Milagros de que es solo la mente, y no el cuerpo ni el mundo, la que es el problema. De hecho, Jesús instó dos veces a Helen Schucman, en los primeros mensajes, a que no cayera en esta trampa del ego cuando ella intentó pedirle ayuda para aliviar su miedo, siendo Helen una persona propensa a la ansiedad y el miedo:
Deshacer el miedo es tu responsabilidad. Cuando pides que se te libere del miedo, estás implicando que no lo es. En lugar de ello, deberías pedir ayuda para cambiar las condiciones que lo suscitaron. Esas condiciones siempre entrañan el estar dispuesto [es decir: la decisión de la mente] a permanecer separado. (...) Si me interpusiese entre tus pensamientos y sus resultados, estaría interfiriendo en la ley básica de causa y efecto: la ley más fundamental que existe. De nada te serviría el que yo menospreciase el poder de tu pensamiento. Ello se opondría directamente al propósito de este curso. (T.2.VI.4.1-4, VII.1.4-6; las cursivas son mías [de Ken]).
Aunque este mensaje a Helen llegó muy pronto en el dictado del Curso, resume de manera sucinta, como un presagio, todo lo que vendría en los siguientes siete años del dictado. Destaca el viaje en el que Jesús nos lleva: desde el mundo hasta la mente, para que podamos retornar a la "voluntad (de la mente) de estar separada": el deseo de ser autónoma y libre de lo que en nuestra locura creemos que es el yugo de la perfecta Unidad. Pero ahora, en contacto con la capacidad de la mente para tomar decisiones (el tomador de decisiones), podemos felizmente elegir de nuevo, lo cual es el tema de la última sección del Texto (T.31.VIII) y es el propósito final de este Curso.
Sin embargo, a pesar de nuestras buenas intenciones de ser buenos estudiantes del Curso [recuerda esta cita: «No confíes en tus buenas intenciones, pues tener buenas intenciones no es suficiente» (T.18.IV.2.1-2)], a menudo nos dejamos engañar por la astuta estrategia del ego de ocultar de nosotros la verdadera naturaleza del problema y su auténtico origen. En pocas palabras, el problema no es lo que percibimos como problemas en el mundo y el cuerpo, sino que el verdadero problema es el hecho de que pensemos que tenemos un problema. Cerca del final del Texto, Jesús señala esto mismo al explicar sobre nuestros auto-conceptos, cuando dice:
La salvación se puede considerar como el escape de todos los conceptos. No se ocupa en absoluto del contenido de la mente, sino del simple hecho de que ésta piensa. (T.31.V.14.3-4)
En otras palabras, el problema no son los variados conceptos que consideramos como nosotros mismos (positiva o negativamente), sino el mero hecho de que pensemos que tenemos un ser que puede ser conceptualizado: así que el problema no es lo que pensamos, sino el hecho de que creemos que podemos pensar. Por eso Jesús nos recuerda que no podemos pensar en absoluto:
Crees también que el cerebro puede pensar. Si comprendieses la naturaleza del pensamiento, no podrías por menos que reírte de esta idea tan descabellada. Es como si creyeses que eres tú el que sostiene el fósforo que le da al sol toda su luz y todo su calor; o quien sujeta al mundo firmemente en sus manos hasta que decidas soltarlo. Esto, sin embargo, no es más disparatado que creer que los ojos del cuerpo pueden ver o que el cerebro puede pensar. (L.92.2)
Es únicamente la mente la que piensa, la cual nosotros llamamos el tomador de decisiones. Y esta parte tomadora de decisiones de la mente dividida puede elegir únicamente entre dos pensamientos: el de separación del ego o el de Expiación del Espíritu Santo. Es así. Este error de pensar, por lo tanto, se deriva del error básico que compartimos juntos como el único Hijo de Dios que somos: la loca creencia de que nos hemos separado de Dios, de nuestro origen, de nuestro Ser, el Cristo que Dios creó Uno con Él. Este es el error que requiere corrección, no el multitudinario camuflaje que el ego usa para distraer nuestra atención de la decisión errónea de la mente. Jesús nos instruye al principio del Texto:
Tu papel consiste simplemente en hacer que tu pensamiento retorne al punto en que se cometió el error, y en entregárselo allí a la Expiación en paz. (T.5.VII.6.5)
Este punto tomador-de-decisiones es, por así decirlo, el asiento o sede del destino (por usar un término filosófico generalmente aplicado al alma platónica o neoplatónica). Es la parte de la mente que continuamente elige entre el problema (la mente errada con su sistema de pensamiento de separación) y la solución (la mente correcta con su corrección: el perdón).
La mente correcta:
Mirar sin juicio a la mente errada
Entender que el tomador de decisiones es el pensador nos permite entender el propósito de la corrección, que es la única función de la mente correcta. Cuando estamos en la mente correcta nos convertimos en observadores, mirando con Jesús a nuestra decisión en favor del ego. Su amable visión perdonadora nos permite suspender nuestros juicios de culpa, proyectados a su vez sobre los demás. Esto nos lleva a la siguiente definición operativa: la mente correcta está mirando a la mente errada sin juicio. Esto deshace la culpa que había sido protegida por el error del tomador de decisiones, un error que consolidaba la culpa para que nunca pudiera ser abordada y deshecha. Este es el significado de la exhortación que nos hace Jesús de que no caigamos en la seductora trampa del ego basada en el pecado, la culpa y el miedo:
No llames pecado a esa proyección sino locura, pues eso es lo que fue y lo que sigue siendo. Tampoco la revistas de culpabilidad, pues la culpabilidad implica que realmente ocurrió. Pero sobre todo, no le tengas miedo. (T.18.I.6.7-9)
Una vez más, el problema es la manera en que la mente ve nuestros errores a través de los ojos de la más impía trinidad, no los aparentes errores en sí mismos.
Reconocer esta verdad nos capacita, como estudiantes de Un Curso de Milagros, para evitar la trampa del ego de creer que estamos siguiendo las enseñanzas de Jesús al "ir a nuestra mente correcta" y pedir su ayuda para los problemas concretos de nuestra vida. Hacer eso simplemente reforzaría el sistema de pensamiento del ego, lleno de engaño y de distracción, que nos da una ilusoria sensación de logro; un falso positivo que oculta nuestra única función de deshacer la negación del ego. Por eso Jesús nos insta a mirar al ego junto con él, de modo que podamos ir más allá del ego hasta la verdad, tal como vemos en esta serie de declaraciones del Texto:
Nadie puede escapar de las ilusiones a menos que las examine, pues no examinarlas es la manera de protegerlas. (...) Estamos listos para examinar más detenidamente el sistema de pensamiento del ego porque juntos disponemos de la lámpara que lo desvanecerá (...). (...) debemos primero examinarla para poder así ver más allá de ella, ya que le has otorgado realidad. (T.11.V.1.1,3,5)
La tarea del obrador de milagros es, por lo tanto, negar la negación de la verdad. (T.12.II.1.5)
Tu tarea no es ir en busca del amor, sino simplemente buscar y encontrar todas las barreras dentro de ti que has levantado contra él. No es necesario que busques lo que es verdad, pero sí es necesario que busques todo lo que es falso. (T.16.IV.6.1-2)
Por lo tanto, lo positivo en este Curso es mirar la negación del ego y decir que ya no la queremos más; decir "sí" a Jesús significa decir "no-no", negando la negación del ego (T.21.VII.12.4). [Nota de Toni: si se consulta dicha cita en el UCDM en español, no se verá bien a lo que alude; una posible mejora en la traducción sería algo así: «Pues has contestado "sí" sin darte cuenta de que "sí" tiene que significar "no al no"» ("no al no", o "no-no", o sea, negando la negación que el ego hace de la verdad)]
Sabiendo que mirar con calma al ego implica su deshacimiento, el antropomórfico ego llega a la conclusión de que la manera para preservar su existencia en la mente, es privar al Hijo de Dios de ella (dejarlo sin-mente, alejarle de ella). Por lo tanto, al debilitar la mente tomadora-de-decisiones del Hijo, haciendo que la mente quede inaccesible para el cambio, el ego se asegura de que el error original de haberlo elegido a él (haber elegido al ego) nunca pueda ser deshecho.
El ego, empeñado siempre en debilitar a la mente, trata de separarla del cuerpo en un intento de destruirla. Mas en realidad cree que la está protegiendo. Esto se debe a que cree que la mente es peligrosa, y que privarte de ella es curarte. (T.8.IX.6.1-3)
Para reafirmar este importante punto, el propósito de Un Curso de Milagros es llevarnos en un viaje —con Jesús como maestro y guía— desde la ausencia de mente hasta la plenitud de mente (desde la inconsciencia a la consciencia); desde el mundo de los cuerpos hasta el mundo interno de la mente. Él nos enseña a entender que el mundo que vemos es «el testimonio de tu (nuestro) estado mental, la imagen externa de una condición interna» (T.21.introd.1.5). Tal como hemos observado otras veces en estas páginas, nuestras percepciones del mundo se convierten en el camino regio (término que evoca a Freud) que nos lleva de vuelta a la mente, ayudándonos a obtener el acceso a la capacidad de toma-de-decisiones a la que habíamos renunciado. Al centrarnos, entonces, en el mundo externo —despojado de mente— de nuestra experiencia, insistiendo (o incluso exigiendo) en que nuestro maestro interno forma parte de tal locura, simplemente estamos reforzando la estrategia del ego de impedir que cambiemos nuestra mente. Esta táctica es en realidad una sombra parcial de la egoica tercera ley del caos (T.23.II.6), según la cual Dios suscribe nuestro alocado sistema de pensamiento de separación y pecado. De ahí la cita que casi todos los estudiantes del Curso se conocen al dedillo: «No trates, por lo tanto, de cambiar el mundo, sino elige más bien cambiar de mentalidad acerca de él» (T.21.introd.1.7). En un pasaje sobre nuestra renuncia a los juicios, Jesús nos dice que el deshacimiento es necesario únicamente en nuestra mente (T.6.V.C.2.5). Entonces, ¿por qué deberíamos ni siquiera querer pedir ayuda concreta a Jesús para resolver problemas concretos? Tal es el tema de nuestra próxima sección.
Pedir por asuntos concretos (por cosas específicas)
Se nos ha dicho repetidamente en Un Curso de Milagros que el propósito lo es todo, y que la única pregunta que siempre deberíamos hacer sobre cualquier cosa es: "¿Para qué es?" (por ejemplo, T.17.VI.2.1-2 y T.24.VII.6.1). Por lo tanto, tenemos que examinar el propósito que yace detrás de nuestra petición por cosas concretas, cuando eso va tan claramente contra el mensaje del Curso. La respuesta a esta cuestión es obvia cuando consideramos la estrategia de inconsciencia (de alejarnos de la mente) del ego. Pedir cosas concretas refleja la creencia de que el mundo es real, creencia reforzada por nuestra atención puesta sobre el cuerpo en lugar de sobre la mente tomadora de decisiones. Jesús hace alusión a esto al principio del Canto de la oración, el folleto complementario que es una extensión de los principios del Curso (forma parte del Anexo a UCDM). El contexto es la oración, o pedir ayuda al Espíritu Santo:
Pedir algo específico es igual que ver el pecado primero y luego perdonarlo. Del mismo modo, al orar pasas por alto tus necesidades específicas tal como las ves, y las dejas en Manos de Dios. (...) ¿Cuál podría ser Su respuesta sino tu recuerdo de Él? ¿Puede esto cambiarse por un insignificante consejillo para un problema de apenas un instante de duración? (S.1.I.4.2-3, 5-6)
Por lo tanto, Jesús quiere que consideremos la magnitud del regalo del Amor de Dios, el cual hemos rechazado a cambio de los insignificantes objetos específicos de nuestra vida de especialismo. En la exposición que hace Jesús en el Texto sobre la canción del amor [la canción olvidada] que hemos olvidado, él nos recuerda que las notas de esta canción [sus partes específicas: "las resonancias, las armonías, los ecos" (S.1.I.3.3)] no son nada (T.21.I.7.1). Y en el Libro de ejercicios hay un resumen aún más directo de la estrategia del ego de confundirnos en cuanto a la naturaleza del problema y su solución. Al estar asustada la mente-tomadora-de-decisiones de ubicar el problema en sí misma (al haber elegido la separación del ego como su realidad) y así corregir su error eligiendo la Expiación del Espíritu Santo, el ego, como hemos visto, proyecta el problema desde la mente hasta el cuerpo. Una vez que la atención está enraizada en el cuerpo y su mundo, la atención se centra en el modo de resolver los numerosísimos problemas concretos que el ego nos presenta, los cuales son como su "zanahoria" de las posibles soluciones válidas [Nota de Toni: tales soluciones concretas e ilusorias serían como la zanahoria delante del burro; la zanahoria que nos pone el ego para despistarnos]. Veamos las palabras de Jesús:
No puedes resolver un problema a menos que sepas de qué se trata. Incluso si ya está resuelto, lo seguirás teniendo porque no reconocerás que ya se ha resuelto. Ésta es la situación del mundo. El problema de la separación, que es en realidad el único problema que hay, ya se ha resuelto. No obstante, la solución no se ha reconocido porque no se ha reconocido el problema. (...) El mundo parece presentarte una multitud de problemas, y cada uno parece requerir una solución distinta. (...) Toda esta complejidad no es más que un intento desesperado de no reconocer el problema y, por lo tanto, de no permitir que se resuelva. (L.79.1; 4.2; 6.1)
Este mensaje se reitera en el Texto, donde Jesús esclarece para nosotros el propósito que el ego le da a nuestros problemas:
La tendencia típica del ego de estar continuamente ocupado con nimiedades tiene como objeto apoyar ese propósito [el propósito de ocultar el problema real y mantenerlo fuera de nuestra atención]. Uno de sus ardides favoritos para obstaculizar el aprendizaje es embarcarse en problemas diseñados de tal manera que su resolución sea imposible. La pregunta que nunca formulan quienes se embarcan en tales maniobras dilatorias es: "¿Para qué?". (T.4.V.6.4-6)
De estos pasajes se desprende que cuando le pedimos a Jesús o al Espíritu Santo ayuda para problemas específicos, estamos permitiendo que la agenda de subterfugios del ego contamine la relación que tenemos con nuestros Maestros. Y de este modo Ellos se vuelven parte del problema, en vez de la respuesta/solución. Esta fue la esencia de un mensaje personal a Helen en 1977, en una etapa en que ella estaba pidiendo repetidamente a Jesús ayuda muy específica para problemas muy específicos, tales como dónde comprar ropa o qué esquina de la calle es la idónea para encontrar un taxi. Esta etapa, la cual de hecho duró varios años, fue muy fructífera para Helen en el sentido de que ejemplificaba la amorosa y gentil bondad de Jesús al unirse a ella en el punto donde ella se encontraba, en lugar de exigir que ella estuviera en su mismo nivel de comprensión. Fue un maravilloso ejemplo del significado del siguiente pasaje, que llegó también en la fase temprana del dictado:
El valor de la Expiación no reside en la manera en que ésta se expresa. De hecho, si se usa acertadamente, será expresada inevitablemente en la forma en que le resulte más beneficiosa a aquel que la va a recibir. Esto quiere decir que para que un milagro sea lo más eficaz posible, tiene que ser expresado en un idioma que el que lo ha de recibir pueda entender sin miedo. (T.2.IV.5.1-3)
Dado que Helen estaba claramente en un estado propenso al miedo, y que su confianza en Jesús era ambivalente, por decir lo menos, fue útil para ella experimentar la ayuda y el amor de Jesús en una forma que fuese confortable para ella, es decir, esas cosas específicas, asuntos relativamente sin importancia. Sin embargo, haber continuado esta práctica indefinidamente habría sido perjudicial para su propio crecimiento, por no hablar del sabotaje que eso supondría para la relación con su querido hermano mayor. De modo que, cuando ella estuvo preparada (cuando su miedo disminuyó lo suficiente), fue capaz de escuchar lo siguiente:
Cualquier pregunta específica implica un gran número de suposiciones las cuales limitan la respuesta inevitablemente. Una pregunta específica es realmente una decisión sobre la clase de respuesta que es aceptable. El propósito de las palabras es limitar, y al limitar, hacer más manejable una vasta área de experiencia. Pero eso quiere decir manejable para ti. (Del libro de Ken Wapnick «Ausencia de Felicidad», págs. 491 y 492 en la edición española).
En otras palabras, las preguntas de Helen a Jesús estaban diseñadas específicamente (aunque inconscientemente) para "manejarle"; para así controlar la relación y que el amor de Jesús ("una vasta área de experiencia") y la verdadera corrección en la mente de Helen tuvieran relativamente poco efecto en ella. Sus peticiones, a veces incluso exigencias, reforzaban su estado de alejamiento de la mente, y así limitaban la ayuda de Jesús a lo que ella le sugiriera a él. Finalmente el mensaje de Jesús traspasó esas defensas, pues poco después Helen fue capaz de dejar de lado tales peticiones específicas y empezar a aceptar la verdadera corrección de Jesús de deshacer su ego (En el libro «Ausencia de Felicidad» puede verse un ejemplo de este cambio de actitud de Helen en la pág. 471 de la edición en español).
Deshacer: el verdadero significado de la corrección
Para entender lo que Jesús quiere decir con la palabra "corrección" en Un Curso de Milagros, tenemos que examinar un principio muy importante de su enseñanza: el ego por sí mismo no tiene poder. Lo cierto es que el ego no es nada, pues no es más que un ilusorio pensamiento de separación que no sucedió porque no podría haber sucedido. Por lo tanto, el principal aliado del ego del pecado y la culpa no tiene verdadero poder, al no ser nada, y el mundo material que surgió de esa nada tiene que ser también nada. Así que, ¿por qué deberíamos intentar solucionar un problema inexistente que es una proyección de un pensamiento que no existe? Eso no tiene sentido. En cambio, lo que sí tiene sentido es reconocer que el que tiene el poder aquí es el tomador de decisiones, y no el ego. Así que el problema que corregimos no es el ego, sino la mente tomadora de decisiones. Hay varias citas de Un Curso de Milagros en las que Jesús habla de esto, por ejemplo:
Lo único que le confiere al ego poder sobre ti es la lealtad que le guardas. (T.4.VI.1.2)
El ingenio del ego para asegurar su supervivencia es enorme, mas dicho ingenio emana del mismo poder de la mente que el ego niega. (...) Pues para subsistir el ego se nutre de la única fuente que es totalmente adversa a su existencia. Temeroso de percibir el poder de esa fuente, se ve forzado a menospreciarla (T.7.VI.3.1, 5-6)
No le tengas miedo al ego. Él depende de tu mente, y tal como lo inventaste creyendo en él, puedes asimismo desvanecerlo dejando de creer en él. (T.7.VIII.5.1-2)
Esta comprensión simplifica enormemente nuestras vidas. No necesitamos luchar contra las "lanzas y flechas del cruel destino" [tal vez una mejor traducción sea: (sufrir) "los tiros penetrantes de la fortuna injusta"] del mundo, por citar a Hamlet, pues estas no son el problema, como hemos comentado anteriormente. Solo un loco lucharía, como Don Quijote, contra enemigos imaginarios, y Jesús está ayudándonos a compartir su cordura en reconocer que el ego no es el problema, pero nuestra creencia en el ego sin duda lo es. Es por esto que, volviendo al tema de pedir ayuda por asuntos específicos, no deberíamos pedir lo que debemos hacer, sino en vez de eso pedir ayuda para deshacer la interferencia a nuestro conocimiento de qué hacer. Por lo tanto, Un Curso de Milagros es un trabajo terapéutico de corrección, que provee "un Maestro especial así como un programa de estudios especial" (T.12.V.5.4).
Otro mensaje a Helen, esta vez uno de 1975, pone de relieve esta enseñanza. Tal como acostumbraba, Helen le pidió ayuda a Jesús para saber qué decirle a alguien que se encontraba en problemas. Uno podría pensar que esta petición estaba totalmente de acuerdo con las enseñanzas del Curso. A fin de cuentas, se supone que debemos ser útiles a los demás. Sin embargo, una petición así no solo no está de acuerdo con la enseñanza que nos da Jesús, sino que es la antítesis de la misma. Recuerda sus palabras a Helen acerca de que despreciar el poder de la mente está "en directa oposición al propósito de este curso" (T.2.VII.1.6). Pedir ayuda en relación al comportamiento significa que quien pregunta ya ha cambiado el problema desde la mente hasta el cuerpo, uniéndose a la estrategia del ego de alejamiento de la mente, la cual asegura que la mente tomadora de decisiones quede reducida a la impotencia. Lo siguiente, por lo tanto, es lo que se le dijo a Helen en respuesta a su pregunta:
No puedes preguntar: "¿Qué le diré?", y escuchar la respuesta de Dios. Pide más bien: "Ayúdame a ver a este hermano a través de los ojos de la verdad y no del juicio", y la ayuda de Dios y de todos Sus ángeles te responderá. (Del libro «Ausencia de Felicidad», pág. 420 de la edición en español).
El mensaje es para todos nosotros; que vayamos a Jesús en busca de ayuda para deshacer nuestros egos, permitiendo que su amor fluya a través de nosotros, lo cual atraerá sin esfuerzo las palabras que sean más útiles y las acciones (conducta) que cualquier situación requiera. En otras palabras, pedimos ayuda para apartarnos (hacernos a un lado) de nuestra percepción de los problemas y en su lugar aceptar su visión (la de Jesús), la cual es inevitable cuando la interferencia a la misma ha sido deshecha.
La palabra deshacer, así como sus derivados, aparece con bastante frecuencia en Un Curso de Milagros y se utiliza como una forma de definir el rol de la Expiación, la salvación, el perdón y el milagro —la corrección del Espíritu Santo. Veamos los siguientes ejemplos (las cursivas son mías [de Ken]):
La Expiación es sencillamente la corrección o anulación [undoing: deshacimiento] de los errores. (M.18.4.6)
Los milagros representan tu liberación del miedo. "Expiar" significa "deshacer". Deshacer el miedo es un aspecto esencial del poder expiatorio de los milagros. (T.1.I.26.1-3)
El milagro no hace nada. Lo único que hace es deshacer. Y de este modo, cancela la interferencia a lo que se ha hecho. (T.28.I.1.1-3)
Por eso es por lo que el pasado ha desaparecido. En realidad nunca tuvo lugar. Lo único que es necesario es deshacerlo en tu mente, que sí creyó que tuvo lugar. (T.18.IV.8.5-7)
(...) la salvación (...) es el deshacimiento de lo que nunca fue (...) (L.43.2.3) [He traducido literalmente la cita del inglés, para que aparezca directamente reflejada la palabra "undoing" - "deshacimiento"]
El perdón, pues, deshace lo que el miedo ha producido, y lleva de nuevo la mente a la conciencia de Dios. Por esta razón, al perdón puede llamársele verdaderamente salvación. Es el medio a través del cual desaparecen las ilusiones. (L.46.2.3-5)
Todas esas declaraciones reflejan el proceso básico de la corrección de la mente correcta que no hace nada positivo, pues ¿qué puede ser positivo dentro de un mundo ilusorio? En cambio, tal corrección deshace la creencia de que hay un mundo que es problemático, llevando de nuevo el problema a su origen en la mente, tal como leemos:
El ego trata de "resolver" sus problemas, no en su punto de origen, sino donde no fueron concebidos. Y así es como trata de garantizar que no tengan solución. Lo único que el Espíritu Santo desea es resolver todo completa y perfectamente, de modo que busca y halla la fuente de los problemas allí donde ésta se encuentra, y allí mismo la deshace. Y con cada paso del proceso de deshacer que Él lleva a cabo, la separación se va deshaciendo más y más, y la unión se vuelve cada vez más inminente. (T.17.III.6.1-4)
Por lo tanto, lo que se deshace no es el problema tal como nosotros lo experimentamos (independientemente de que sea en el mundo exterior o en el interior), sino que, una vez más, lo que se deshace es la creencia de la mente tomadora de decisiones en la realidad del pecado y de la culpa. Estar en la mente correcta, por lo tanto, no significa estar tranquilo, amoroso y amable, los cuales son solo efectos. Los que nos permite estar de esa manera —es decir, la causa— es nuestra decisión de deshacer el sistema de pensamiento del ego de conflictos, ataques y odio. La adquisición de las diez características de los maestros de Dios más avanzados sucede en la medida en que desaprendemos (o deshacemos) el sistema de pensamiento del ego de la separación y el juicio. De manera que leemos en la conclusión de la explicación de Jesús que el «desaprendizaje (...) es el "verdadero aprendizaje" en este mundo» (M.4.X.3.7).
De hecho, las famosas palabras de Wordsworth [poeta romántico inglés] son verdaderas, el mundo es demasiado con nosotros, pero su aparente dominio sobre nuestra atención se debilita en la medida en que nos damos cuenta de que somos nosotros mismos quienes nos aferramos a él. A medida que disminuye la necesidad de defendernos de nuestra inexistente (ilusoria) culpa, vamos siendo más y más capaces de pedir la ayuda a nuestro Maestro para poder ver el mundo como lo que es: una inadaptada (inútil, ineficaz) solución a un problema inexistente. A medida que la estupidez (tontería) disminuye en nuestras mentes, nuestra dulce risa, unida a la de Jesús, permite que el mundo "finalmente se disuelva en la nada de donde provino cuando deje de haber necesidad de él" (M.13.1.2). Estamos listos para el mundo que realmente queremos: el mundo real de luz, paz y alegría.
El mundo que descansa más allá de la corrección
Un milagro es una corrección. (...) Deshace el error, mas no intenta ir más allá de la percepción, ni exceder la función del perdón. Se mantiene, por lo tanto, dentro de los límites del tiempo. No obstante, allana el camino para el retorno de la intemporalidad y para el despertar del amor, pues el miedo no puede sino desvanecerse ante el benevolente remedio que el milagro trae consigo. (L.PII.Preg13.1.1, 4-6)
Por lo tanto, el milagro es el amable medio que Un Curso de Milagros utiliza para conducirnos desde la percepción de mentalidad correcta que anula al pensamiento de mentalidad errada, hasta la Mentalidad-Uno de Cristo [esta parte en inglés me resulta un tanto enrevesada y la he expresado así, pero tal vez un poco más exacto fuese decir que el milagro es el amable medio a través del cual pasamos desde la percepción de la mentalidad correcta —todavía perteneciente al ámbito de la mente dividida (en cierto modo errada) por ser percepción— hasta la Mentalidad-Uno de Cristo (la cual pertenece al ámbito del conocimiento, de lo verdadero)]. Es el viaje que nos lleva desde nuestras percepciones del mundo, retrocediéndolas hasta su origen en la mente, reconociendo que todos esos errores de percepción —del mundo externo de las relaciones especiales y del mundo interior de la culpa— son defensas para impedir que la mente tomadora de decisiones elija recordar su Identidad como el Ser de Mentalidad-Uno.
Con Jesús como nuestro guía, hemos tenido éxito en ver más allá (a través) de los intentos del ego de camuflar su origen en la mente, algo que el ego intenta hacer desviando nuestra atención hacia el mundo sin-mente (alejado de la mente) de los cuerpos, los problemas y las soluciones inútiles. La decisión de la mente en favor del pecado, percibido como algo muy real, ha sido enterrada bajo un mundo en el cual el pecado no solamente se percibe como una realidad, sino como una característica y un hecho que está en todos excepto en nosotros mismos. De este modo el pecado se mantiene impermeable al cambio, y la culpa y el miedo que el pecado engendra más allá de toda cura (sanación, solución) significativa. La confusión reina suprema (sin obstáculos, sin igual, indesbancable), pero su verdadero origen en la mente se mantiene oculto de nuestra conciencia, llevándonos a exigir a Dios que nos suministre soluciones para nuestros problemas inventados (imaginarios).
En esta situación desesperada, la voz de Jesús invitándonos a mirar el mundo de una manera diferente —el papel del perdón— es por fin escuchada. Esto vuelve nuestra atención a la culpabilidad de la mente, lo que permite que dicha culpabilidad sea deshecha, pues es una oscura ilusión de la mente que desaparece suavemente en la luz de la verdad. A medida que vamos dejando de creer en el ego, este se desvanece y nuestras mentes son libres para elegir el dulce remedio de la Expiación. Durante un instante el pensamiento de la separación y el de la Expiación permanecen, y luego ambos desaparecen, quedando únicamente Dios y Su único Hijo.
Este es el cambio que brinda la percepción verdadera: lo que antes se había proyectado afuera, ahora se ve adentro, y ahí el perdón deja que desaparezca. Ahí se establece el altar al Hijo, y ahí se recuerda a su Padre. Ahí se llevan todas las ilusiones ante la verdad y se depositan ante el altar. Lo que se ve como que está afuera no puede sino estar más allá del alcance del perdón, pues parece ser por siempre pecaminoso. ¿Qué esperanza puede haber mientras se siga viendo el pecado como algo externo? ¿Qué remedio puede haber para la culpabilidad? Mas al ver a la culpabilidad y al perdón dentro de tu mente, éstos se encuentran juntos por un instante, uno al lado del otro, ante un solo altar. Ahí, por fin, la enfermedad y su único remedio se unen en un destello de luz curativa. Dios ha venido a reclamar lo que es Suyo. El perdón se ha consumado. (C.4.6)
Concluimos este himno a la salvación dejando que Jesús nos inste una vez más a escuchar su voz y hacerla nuestra, extendiéndola hasta abarcar (abrazar) el mundo que habíamos condenado. Ahora somos libres, y ahora reclamamos el amor que habíamos desechado cuando creímos que nuestro pecado era real. Nada permanece en nuestras santas mentes excepto el amor y la luz que tenemos, extendemos y siempre seremos:
¡Oh hermanos míos, si tan sólo supierais cuánta paz os envolverá y os mantendrá a salvo, puros y amados en la Mente de Dios, no haríais más que apresuraros a encontraros con Él en Su altar! Santificado sea vuestro Nombre y el Suyo, pues se unen ahí, en ese santo lugar. Ahí Él se inclina para elevaros hasta Él, liberándoos de las ilusiones para llevaros a la santidad; liberándoos del mundo para conduciros a la eternidad; liberándoos de todo temor y devolviéndoos al amor. (C.4.8)
Fuente (en inglés): http://www.facim.org/online-learning-aids/lighthouse-articles/2008/the-right-mind-home-of-correction.aspx
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