domingo, 23 de agosto de 2015

Un Curso de esperanza (IV) Ken Wapnick

Un Curso de Milagros: Una espiritualidad llena de esperanza

Extractos de las charlas llevadas a cabo en la Academia de la
 Fundación para Un Curso de Milagros
Temecula (California) (USA) 

Doctor Kenneth Wapnick
 
Parte IV

Siempre me agrada leer esta cita tan reconfortante del Texto:

"La condición necesaria para que el instante santo tenga lugar no requiere que no abrigues pensamientos impuros. Pero sí requiere que no abrigues ninguno que desees conservar" (T.15.IV.9.1-2).

Esto no quiere decir que deberíamos estar libres de pensamientos egoicos. No estamos yendo ((de golpe y porrazo)) desde el ser totalmente egoico hasta el ser totalmente sin ego. Eso es el final del viaje, pero es un viaje. Lo que también indica esto es que se trata de un proceso de transformación gradual y suave. No se dice que no deberíamos tener pensamientos egoicos, pensamientos impuros ((literalmente: pensamientos no puros)). Por supuesto que vamos a tener pensamientos impuros: pensamientos de separación, ataque, etc. Pero la condición sí requiere que no tengamos ninguno que queramos mantener, lo que significa no ocultárselos al Espíritu Santo ni a nosotros mismos. No podemos tratar de justificarlos, racionalizarlos, espiritualizarlos o negarlos. Simplemente hemos de reconocer que nos hemos vuelto temerosos del amor en ese momento, y que la única manera que vemos de preservarnos a nosotros mismos en presencia del amor —al que hemos juzgado como temible— es atacar, estar deprimidos, enfermarnos, sentirnos cansados, correr tras esta o aquella adicción, y así sucesivamente. Simplemente tenemos que darnos cuenta de lo que estamos haciendo. Eso es todo.

Otra frase que siempre cito tiene que ver con aprender a estar más allá del sufrimiento. Esa frase dice que la manera de ir más allá del sufrimiento es ver el problema tal como es, y no de la manera en que lo hemos urdido (T.27.VII.2.2). No se nos pide que dejemos correr el problema ((o sea: no se nos pide que lo disimulemos, lo toleremos, que le restemos importancia para permitir que el problema persista, etc)). No se nos pide que nos convirtamos en una persona sin ego en un abrir y cerrar de ojos. Si queremos acabar con el sufrimiento, lo único que necesitamos hacer es ver el problema tal como es, no de la manera en que lo hemos urdido. La manera en que lo hemos urdido es que hemos sacado el problema de su fuente, la cual es nuestra mente con su decisión a favor del ego, y lo proyectamos hacia fuera sobre un símbolo, el cuerpo. Así es como hemos urdido ((inventado, fabricado)) el problema, y de ese modo nunca será resuelto. Nunca será resuelto porque hemos sacado el problema de su fuente.

Ver el problema tal como es es ver que nos hemos vuelto temerosos del amor, por lo que lo echamos fuera ((nos deprendemos de él: lo rechazamos)). Echamos fuera ((rechazamos)) el símbolo del amor: Jesús, el Espíritu Santo, o cualquier otro símbolo que hayamos elegido. Echamos fuera al amor y luego sentimos culpa, porque eso es una reminiscencia del "pecado original" cuando todos echamos al Amor de Dios fuera. En lugar de ver el problema tal como es, proyectamos el problema sobre alguna cosa o lugar en el que el problema no está. El problema está en nuestra mente, así que lo proyectamos sobre un cuerpo, donde no existe el problema. Lo proyectamos sobre un mundo de cuerpos donde el problema no existe.

Todo lo que se nos pide es mirar eso y decir: "Sí, esto es lo que he hecho, y lo hice porque tengo miedo del amor". No es ninguna novedad ((o tb: "Es lo de siempre", o: "No es nada del otro mundo")). No tenemos que negarlo, racionalizarlo o justificarlo. No tenemos que hacer nada. Sólo decimos que eso es lo que hemos hecho. Todos estamos asustados del amor, de lo contrario no habríamos nacido en cuerpos. ¿Y qué? ((Tb: "¿Qué importancia tiene?", o: "¡No es para tanto!", o: "¿Qué tiene esto de especial?")). Es eso lo que queremos aprender a decirle al ego: ¿¡Y qué!? ((¡No es para tanto!)).

Hay otro espléndido pasaje que compara todas nuestras relaciones especiales con "plumas arrastradas sin rumbo por el viento" (T.18.I.7.6). Jesús nos dice que dejemos que el viento se las lleve a todas (T.18.I.8.1) porque no son nada. Eso es lo que ellas tienen en común. Todas ellas son como plumas. Ninguna de ellas es nada. Parecen ser diferentes —diferentes formas, colores y texturas— pero todas ellas son lo mismo porque no son nada. Ellas no son nada; pretenden ser la causa de nuestros problemas, pero ellas son literalmente nada. Sin embargo, en la medida en que pensemos que somos algo, lo somos, así que tenemos que usar los demás "algos" del mundo para aprender que ellos no tienen ningún poder sobre nosotros.

No es útil decir solamente que somos ilusiones. Sé que he pasado una buena parte del día diciéndoos que no estáis aquí [risas], pero yo no soy tan sutil como Jesús. Lo verdaderamente importante de decir es que lo que es ilusorio es que algo por ahí fuera pueda hacernos felices o infelices. Eso lo podemos aprender. Cuando nos encontramos cada mañana en nuestro cuarto de baño y vemos la imagen en el espejo con la cual nos identificamos, de ningún modo tenemos que creer que no somos cuerpos. Es muy importante saber eso intelectualmente, pero en el nivel de nuestra experiencia no es muy útil, y a nivel práctico no tiene sentido. Lo que tiene sentido, sin embargo, es que podemos aprender que "nunca estoy disgustado por la razón que creo" (L.5). No es culpa de algo o de alguien más que no experimentemos la paz de Dios en este mismo momento, independientemente de lo que se nos haya hecho. Sin importar lo que un microorganismo pueda haber hecho en el cuerpo hasta enfermarlo, no es debido a eso por lo que no sentimos la paz de Dios. Eso lo podemos aprender.

Por lo tanto, la ilusión dentro de nuestra existencia ilusoria aquí es que el mundo nos ha hecho esto (sea lo que sea el "esto"). El mundo no nos ha hecho eso. Nos lo hemos hecho nosotros mismos. Cerca del final del capítulo 27 aprendemos que "el secreto de la salvación no es sino éste: que eres tú el que se está haciendo todo esto a sí mismo" (T.27.VIII.10.1). No somos responsables del ataque que nos hacen otros egos. Eso es su responsabilidad, pero de lo que sí somos responsables es de percibirlo como un ataque que nos ha robado nuestra paz. Eso es lo que podemos aprender y lo que lleva un montón de trabajo, pero es factible. Es posible. Esa es la transformación. No es el mundo lo que se transforma. ¿Cómo podría la nada ser transformada? Es nuestra percepción la que debe transformarse, y la transformación es un proceso suave que nos lleva desde el punto en el que hemos hecho del símbolo algo de suma importancia, hasta el punto donde nos damos cuenta de que el símbolo no es tan importante. Es la fuente la que es importante porque es la que nos da el poder, el auténtico poder. Es ese suave y amable cambio gradual el que transforma el mundo a nivel de nuestra percepción ((o sea: el que transforma nuestra percepción del mundo)).

Las personas no son amables en este mundo. Yo siempre digo que las personas amables no vienen aquí; se quedan en casa con Dios. Las personas culpables vienen aquí; las personas temerosas vienen aquí; las personas furiosas y depravadas vienen aquí; las personas crueles y despiadadas vienen aquí; las personas locas vienen aquí. Las personas amables no vienen aquí, así que, ¿qué tiene de raro el que ahí fuera haya personas que nos ataquen? Sabemos que las personas que ocupan un cargo público mienten y engañan. ¿Qué tiene eso de novedoso? Que haya personas que nos roban, que nos mienten en los negocios y que nos mienten en nuestras relaciones no es noticia. Ahora bien, si hubiera una persona que fuera íntegra y verdaderamente honesta, eso sí sería noticia. El último escándalo, mentira o engaño se vuelve algo aburrido al poco tiempo.

Una vez más, no queremos cambiar el mundo: "No trates de cambiar el mundo, sino elige más bien cambiar de mentalidad con respecto al mundo" (T.21.introd.1.7). El proceso es una transformación gradual que consiste en dar menos importancia a lo que está ahí fuera como una fuente de dolor y rechazo o como una fuente de felicidad y placer, y dar más importancia a lo que está dentro, en nuestra mente. Hacemos eso gradualmente porque el miedo a perder nuestro ser individual es muy grande. Hicimos el mundo literalmente —literalmente hicimos el mundo— como un único Hijo colectivo para preservar la individualidad de la mente separada. No lo hicimos para ocultarnos de Dios. Eso es lo que el ego nos dijo, pero la verdadera razón por la que lo hicimos fue ocultar nuestra mente para que así no la cambiáramos. Esto es algo realmente importante de entender. Es el significado de la cita que dice: "No es de la crucifixión de lo que realmente tienes miedo. Lo que verdaderamente te aterra es la redención" (T.13.III.1.10-11).

No tenemos miedo de la crucifixión. Amamos la crucifixión. Fue ella la que nos dio nuestra existencia en primer lugar. El cristianismo se basó en sus muchas ramas religiosas en la crucifixión, el sacrificio y el sufrimiento. Lo que de verdad nos aterra es la redención que se encuentra en nuestra mente tomadora-de-decisiones, que eligió al ego pero que ahora puede elegir al Espíritu Santo como su maestro. De eso es de lo que tenemos miedo. Por eso es por lo que fabricamos el mundo de los cuerpos —para privarnos de la mente. Entonces fabricamos todos los tipos de problemas, para devorar ((distraer)) nuestra atención.

Hemos pasado eones (como diferentes sociedades a lo largo de la historia) tratando de entender los problemas que nos aquejan y después eones en intentar resolverlos. Es una situación de ciegos guiando a ciegos porque confundimos el símbolo con la fuente. Ni siquiera sabemos que hay una fuente. Los problemas no pueden ser resueltos externamente porque en cuanto resolvemos uno, el problema real de la culpa en nuestra mente genera otro problema. Eso es lo que las lecciones 79 y 80 dicen muy claramente. Resolvemos un problema y surge otro para tomar su lugar porque el problema no está en el mundo; no está en los símbolos. Está en lo que los símbolos representan. Queremos que haya problemas para que nuestra atención esté siempre dirigida hacia y atrapada por el mundo exterior, el mundo sin-mente. Así que nunca regresamos a la consciencia ((a la plenitud de mente)) porque entonces cambiaríamos nuestra mente. Por lo tanto, necesitamos un proceso que cambie gradualmente la manera como miramos el mundo y el uno al otro, y lo hacemos gradualmente porque tenemos mucho miedo.

Pensaba concluir con la lectura de otro de los poemas de Helen, titulado "Transformación" (The Gifts of God, p. 64). Es un poema muy agradable. No entraré en todas las circunstancias de su escritura, pero fue transcrito en tiempo de Pascua, por lo que hay una alusión a la Pascua al final. En pocas palabras, ocurrió cuando Helen y yo, junto a un sacerdote amigo nuestro, estuvimos visitando a un grupo de monjas que vivían en la parte más baja de la cara este de Manhattan. Era Domingo de Ramos y también la Pascua judía, así que hicimos una combinación entre Séder de Pésaj ((festividad judía, una especie de Cena de Pascua en la tradición judía)) y Domingo de Ramos. Terminamos de comer y, antes de ir a la misa en la capilla, caímos espontáneamente en un profundo silencio.

Algo ocurrió, y todos nosotros (cinco o seis de nosotros) simplemente nos quedamos muy tranquilos al mismo tiempo. Fue como si el mundo desapareciera, y nosotros simplemente permanecimos de esa manera durante un rato. Yo estaba siempre buscando cualquier excusa para animar a Helen a escribir algún poema, así que durante el camino de regreso a casa le dije que plasmar este incidente sería un poema precioso, y al siguiente día (o dos) Helen escribió este poema. Lo estoy usando como cierre de este taller porque describe eso de lo que estaba hablando antes, especialmente al final cuando el mundo se transforma: "Lo pequeño ((insignificante)) aumenta de magnitud, mientras que lo que parecía grande disminuye hasta la pequeñez que es su causa. Lo oscuro se vuelve brillante, y lo que antes era brillante titila, se oscurece y finalmente desaparece". Estas palabras son acerca del cambio: el mundo no desaparece de inmediato, sino que lo que comienza a cambiar es la manera en que nosotros miramos. Lo que antes parecía grande se refiere al mundo, el mundo de los símbolos, y lo que parecía pequeño se refiere a la mente. De hecho, la mente era tan pequeña ((insignificante)) que ni siquiera sabíamos que existía. Eso empieza a cambiar, y lo que parece ser tan pequeño, insignificante o inexistente, la mente, lentamente comienza a ir asumiendo una mayor magnitud. Nos volvemos conscientes de que esta ((la mente)) es la fuente. Por esta es por lo que estamos disgustados o molestos. Por esta es por lo que estamos en paz. Lo que parecía ser tan importante y eficaz en todo lo que sentíamos empieza a menguar en importancia porque ya no confundimos el símbolo con la fuente. Ahora usamos el símbolo como una manera de regresar a la fuente.

Obviamente, este poema refleja esa experiencia con las hermanas, pero habla de este cambio repentino, y llegar al punto de que eso suceda requiere trabajo. Esa es la idea. Tenemos que hacer el trabajo diario de mirar realmente a todo de una manera diferente. Y aunque podamos estar todavía enfadados, deprimidos o excitados por los eventos o las cosas, no justificamos nuestros sentimientos, dándonos cuenta de que sí, esto es lo que estoy experimentando, pero esto no es realmente así. Vemos el problema tal como es —el cual es realmente la decisión de la mente de ser un ego— y no de la manera como lo hemos urdido —lo cual es cambiando el problema desde la mente hasta el mundo, y dando al mundo poder causativo para hacernos felices o tristes. Reconocemos que ese poder radica solamente y siempre y únicamente en nuestra mente.

Este poema, una vez más, representa este cambio. Finaliza con un símbolo de la resurrección de Pascua porque fue escrito en tiempo de Pascua, pero en el Curso la resurrección no tiene nada que ver con la historia bíblica. La resurrección es el despertar del sueño de la muerte.

Transformación

Sucede repentinamente. Hay una Voz 
que pronuncia una Palabra, y todo cambia.

Entiendes una antigua parábola 
que parecía ser oscura. Y sin embargo
significaba exactamente lo que decía. Lo pequeño 
aumenta de magnitud, mientras que lo que parecía grande 
disminuye hasta la pequeñez que es su causa. 
Lo oscuro se vuelve brillante, y lo que antes era brillante 
titila, se oscurece y finalmente desaparece. 
Todas las cosas asumen la función que tenían asignadas
antes de que el tiempo existiese, en la antigua armonía 
de los cantos del Cielo en tonos atractivos 
los cuales borran la duda y la preocupación 
que todas las otras funciones transmiten. Pues la certeza 
tiene que ser de Dios.

Sucede repentinamente, 
y todas las cosas cambian. El ritmo del mundo 
se convierte en concierto. Lo que antes era estridente 
y parecía hablar de la muerte, ahora canta a la vida, 
y se une al coro de la eternidad. 
Los ojos que eran ciegos comienzan a ver, y los oídos 
mucho tiempo sordos a la melodía comienzan a oír. 
En la repentina quietud renace 
el cantar ancestral de la canción de la creación, 
mucho tiempo silenciada pero recordada. Junto al sepulcro 
el ángel se sitúa en brillante esperanza 
para dar el mensaje de la salvación: "Sed libres, 
y no os quedéis aquí. Seguid hasta Galilea". 

(The Gifts of God, p. 64)

Parte V: http://hablemosdeucdm.blogspot.com/2015/08/un-curso-de-esperanza-v-ken-wapnick.html

Índice de las traducciones (esta serie consta de 12 partes en total): http://hablemosdeucdm.blogspot.com/2015/08/un-curso-de-milagros-una-espiritualidad.html

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