jueves, 19 de mayo de 2016

Facimoutreach P-542

¿Cómo o por qué no debería estar molesto por las circunstancias externas dolorosas?

P-542: La respuesta a la pregunta P-324 incluye una frase que aborda un aspecto de Un Curso de Milagros que todavía se me escapa: "nunca es la situación externa la causante de nuestra pérdida de paz". Por el motivo que sea, no consigo entender esa idea. Parece que esté diciendo que si me rompo una pierna, no es la pierna fracturada la que me causa el malestar, o si los vecinos del piso de arriba ponen a todo volumen música de mal gusto y me vuelvo loco con ella, no es lo que esas personas están haciendo lo que me está molestando. ¿Cómo puede uno mirar a algo que es molesto o que hace un daño del demonio y no estar agobiado por ello?

Respuesta: Tu perplejidad, que es compartida por la mayoría de los estudiantes del Curso cuando empiezan a aprender este principio, es comprensible. No entender esa idea es lo que mantiene al ego al frente del negocio, y esta es la razón de que nos cueste tanto entenderla. Pero sí, el Curso está diciendo exactamente eso que comentabas: una pierna rota, o personas poniendo música ruidosa a todo volumen en el piso de arriba, no son la causa de tu dolor o de tu malestar. Tal vez, si pudieras darte cuenta de que un mismo acontecimiento puede provocar en ti reacciones diferentes en momentos diferentes (por ejemplo, es posible que a veces no te moleste la música alta de los vecinos o en otra parte), o si te percataras del hecho de que personas diferentes no tienen las mismas reacciones a un mismo evento externo, podrías empezar a captar un vislumbre de la verdad que hay tras esa frase que has citado. Es el significado que le damos a un suceso, y en particular el grado en que lo personalizamos, lo que determina nuestra reacción, y no el suceso en sí mismo.

El Curso, hablando de la ira —pero el mismo principio se aplica igualmente a cualquier otro tipo de dolor o malestar—, dice: «Tal vez sea útil recordar que nadie puede enfadarse [o angustiarse] con un hecho. Son siempre las interpretaciones las que dan lugar a las emociones negativas, aunque éstas parezcan estar justificadas por lo que aparentemente son los hechos» (M.17.4.1-2). Puede que no te hayas dado cuenta, pero este es el principio subyacente a la temprana lección del Libro de ejercicios: «Nunca estoy disgustado por la razón que creo» (L.5).

Aunque esa lección del Libro de ejercicios no indica la verdadera razón de nuestro disgusto o malestar, la causa se encuentra en la decisión de nuestra mente de vernos como separados del amor, con la culpa que inevitablemente acompaña a esa decisión. Esa es la única razón de que experimentemos angustia y malestar, pero enterramos esta causa profundamente en nuestra mente inconsciente para no ser conscientes de ella. Esta amnesia es un aspecto importante de la estrategia del ego, para que entonces podamos proyectar la culpa enterrada y así verla en otra persona o en algo que parezca estar fuera de nosotros y a lo que podamos cargar con la responsabilidad de lo que sentimos. Si realmente supiéramos que esto es lo que estamos eligiendo hacer, no lo seguiríamos haciendo por mucho más tiempo. Pues entonces sería obvio que lo que sentimos no tiene nada que ver con alguna otra persona ni con lo que parezca estar ocurriendo con nuestros cuerpos.

Una de las afirmaciones más claras de esta relación que hay entre nuestra culpa y cómo nos sentimos, la podemos leer en el siguiente pasaje del Texto: «Hubo un tiempo en que no eras consciente de cuál era la causa de todo lo que el mundo parecía hacerte sin tú haberlo pedido o provocado. De lo único que estabas seguro era de que entre las numerosas causas que percibías como responsables de tu dolor y sufrimiento, tu culpabilidad no era una de ellas. Ni tampoco eran el dolor y el sufrimiento algo que tú mismo hubieses pedido en modo alguno. Así es como surgieron todas las ilusiones» (T.27.VII.7.3-6).

La difícil tarea a la que se enfrenta Jesús es la de ayudarnos a deshacer las asociaciones falsas que hemos construido en nuestras mentes entre lo que parece estar ocurriendo fuera de nosotros y cómo nos estamos sintiendo. Esto es la esencia del perdón, a medida que vamos abandonando nuestros juicios y condenas contra los demás y que vamos empezando a aceptar que nosotros mismos somos los únicos que podemos privarnos de nuestra paz mental.

Aunque esto significa aceptar la responsabilidad por cómo nos sentimos y no proyectar la culpa en alguna otra parte —un reconocimiento difícil de hacer mientras sigamos identificados con nuestros egos—, esto también nos ofrece la manera de escapar de nuestra angustia y dolor. Pues ahora ya no hay nadie más que tenga que cambiar, ni nada más que deba ser cambiado. Sólo tenemos que cambiar nuestra mente y aceptar un Maestro diferente para que nos ayude a interpretar lo que estamos experimentando. En la sección del Manual que hemos citado más arriba se dice también que: «Dado que la ira [o la angustia, dolor, etc] procede de una interpretación y no de un hecho, nunca está justificada. Una vez que esto se entiende, aunque sólo sea en parte, el camino queda despejado. Ahora es posible dar el siguiente paso. Por fin se puede hacer otra interpretación» (M.17.8.6-9). Y ese es el motivo de que necesitemos recurrir a un Maestro diferente, que nos ofrecerá una manera diferente de mirar nuestra situación, mientras seguimos tan apegados o interesados en culpar a otros.

Así que es incluso posible partirse una pierna y no sólo no sentirse uno disgustado, sino que ni siquiera se sienta dolor, a medida que con el tiempo nuestra identificación cambie desde nuestro cuerpo hasta nuestra mente por medio de la práctica del perdón. Pues ya no necesitaremos seguir defendiéndonos de la culpa en nuestra mente, y por tanto ya no necesitaremos la ficción del cuerpo, un cuerpo que hicimos como defensa contra esa culpa de la mente. Este es el mensaje que subyace en la poderosa enseñanza de Jesús en la sección titulada "El mensaje de la crucifixión" (T.6.I.3, 4, 5), en la que enfatiza que «en última instancia, sólo el cuerpo puede ser agredido» pero que «si reaccionas con ira, tienes que estar equiparándote con lo destructible [el cuerpo], y, por lo tanto, viéndote a ti mismo de forma demente» (T.6.I.4.1,7). Aquí es adonde la enseñanza, con la ayuda de Jesús, nos conduce en última instancia. Mientras tanto, él nos recuerda: «Soy como tú y tú eres como yo, pero nuestra igualdad fundamental sólo puede demostrarse mediante una decisión conjunta» (T.6.I.5.1).

Link original en inglés: http://facimoutreach.org/qa/questions/questions95.htm#Q542

Índice de las P&R traducidas: http://hablemosdeucdm.blogspot.com/2015/11/indice-de-traducciones-de-p-de.html

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